A Streetcar Named Desire

Una bomba llamada Marlon Brando!

“I have always depended on the kindness of strangers.”
Blanche DuBois

La pasión es el deseo.
NUNCA, sobre las tablas y mucho menos en el cine después de 1951, se hizo ver tanto sexo sin quitarse la ropa como en A Streetcar Named Desire, que muestra a los 24 años la deidad de Marlon Brando.
El filme se adentra en temáticas tales como el machismo y la rusticidad en el trato contrapuestos con el refinamiento en los modales, la envidia, el deseo prohibido, la falta de tacto al decir lo que se piensa, la mentira y la manipulación, el interés materialista, y la violencia de género entre otras cosas.
Elia Kazan ha pasado a la historia del cine norteamericano como una de sus figuras más celebres y a la vez controvertidas, como innovador en las escuelas y la tradición misma del teatro a su notable obra cinematográfica de carácter social mayormente.
Fue en si uno de los gestores de esa visión inconforme y desencantada que tiño a los Estados Unidos de la posguerra y que se presento en los rostros de jóvenes rebeldes como Marlon Brando, James Dean o Montgomery Clift.
No obstante, reitero: al enfrentarme a sus films no puedo dejar de pensar en el paradojal itinerario de un hombre que, por medio de sus mejores legados artísticos, trasladó a la pantalla grande una visión ácida del american way of life, para luego defenderlo a capa y espada, traicionando a colegas sin ninguna clase de cosquilleo ante el Comité de Actividades Antiestadounidenses en pleno auge del macarthismo.
Kazan hace de esta película el prototipo de toda su obra desde todo el tratado de los actores del método, con Brando como primer exponente, muy ajenos a los glamorosos galanes de años antes.
Todo aquí tiene esa apariencia de lo desgastado, de lo ruinoso, de lo mísero si se quiere todo ello le aporta una no poca cuota de sordidez al asunto para su tiempo.
Es un verdadero tratado sobre la contracara de la bonanza americana, A Streetcar Named Desire permanece como una de las cintas más emblemáticas de los años cincuenta y una de las joyas más perdurables de la obra de Kazan.
Es una película fuertemente encantadora, de bastante reflexión, donde existe un manejo de mente fantasioso con la realidad, acompañado de la neurosis a la que podemos rebasar sin no se enfrentan las cosas.
Toca temas como la homosexualidad, el anhelo de sentirse amado, el alcoholismo, la locura, la violencia y una extraña violación; frases de mujer de sociedad, de hombre bruto y estilos cortantes similares a gente de poco hablar.
La perfecta armonía de un triángulo desigual en una excelente obra escrita por un poeta y dramaturgo norteamericano de principios de siglo y en un ambiente al sur de los Estados Unidos con el cual ha ganado el famoso premio Pulitzer.
Dirigida en 1951 por Elia Kazan, está basada íntegramente en la obra de teatro de Tennessee Williams.
Está protagonizada por Vivien Leigh (Blanche DuBois) y Marlon Brando en los papeles principales.
La película obtuvo 12 candidaturas a los Premios Óscar entre ellas las de Mejor Película y Mejor Director, ganando cuatro de ellos: Mejor actriz (Vivien Leigh), Mejor actor de reparto (Karl Malden), Mejor actriz de reparto (Kim Hunter) y Mejor Dirección Artística en Blanco y Negro.
Elia Kazan bucea en las relaciones de pareja, según la obra de Tennessee Williams, para mostrar -sin ningún tipo de anestesia- un tenso y apasionante ejercicio de sinsabores y verdades escupidas a la cara.
Magistrales interpretaciones (de Leigh, Malden y Hunter) que se llevaron el Oscar mientras Brando (que se quedó sin la estatuilla: se lo dieron a Bogart por "The African Queen") sudaba una camiseta que le encumbró en el Olimpo de los mitos, haciendo del Oscar un premio totalmente innecesario ante la grandeza de su actuación. 
Qué fuerza, qué técnica, qué calculo de energías para un joven actor, con tan poca experiencia a sus espaldas pero con una intuición y una sabiduría intuitiva fuera de lo común.
A Streetcar Named Desire se apodera del universo crudo de Tennessee Williams, nos muestra un drama siniestro y cargado al que su talento dota de una personalidad muy particular.
Al ponerse en la piel de Stanley Kowalski, un Marlon Brando sudado y tosco, con la camisa desgarrada y despeinado, alcanzó definitivamente las luces de su merecido estrellato, comenzando a forjar un sinuoso camino que lo transformaría en un mito cinematográfico como no ha habido igual.
¿Qué otros actores han logrado transmitir a tal grado ese animal magnetismo con un arrebato de ira o un par de gritos?
El enfrentamiento actoral que mantiene con Vivien Leigh es también antológico porque ambos actores poseían, en mayor o menor medida, rasgos salientes de sus respectivos personajes.
La otrora Scarlett O’Hara, se reconstruye –diez años después– en una conmovedora Blanche que refleja todo su martirio interior por medio de unas poderosísimas miradas, y entonces los espectadores asistimos, sumidos en una suerte de hechizo, a un penoso y lento desmoronamiento en pantalla.
El contraste entre la delicada profesora de Lengua y Literatura y el inculto obrero de sangre polaca, su carácter de sujetos portadores de ideales culturales irreconciliables, es tan abismal como lo son las formas interpretativas de Brando y Leigh.
La turbada Blanche llega de su decadente tierra de ancestral aristocracia para toparse con la crudeza de la urbe, de los barrios bajos de New Orleans donde es acogida por su hermana Stella y su esposo el rudo y descarado Stanley.
Son dos fieras enfermas que no escapan a su pasado y que sangran, como si quisieran escapar de su jaula.
A partir de esto se desenvuelve el rico material de Williams lleno de violencia física y psicológica el cual Kazan retrabaja en una narración notable.
La tensión crece a cada minuto entre Blanche y Stanley, las insalvables diferencias son la carne de la que se alimenta el rencor y el odio si apenas disimulado, acaso los resentimientos entre una clase de tradición y pretensiones casi extintas y la clase mas rebajada a humillaciones y desaires como la que puede representar el descendiente de inmigrantes.
La película hace todo un tratado social a través de estos extraordinarios personajes moldeados por una mano convulsa pero maestra.
A Streetcar Named Desire es el ejemplo por excelencia de cómo debería realizarse una adaptación teatral, manteniéndose fiel al espíritu de la original y al mismo tiempo adaptándose al medio cinematográfico.
El excelente resultado final lo atribuyo no sólo al saber hacer del realizador Elia Kazan sino también al hecho de que éste era el director de la obra teatral cuando se estrenó en Broadway y por tanto la conocía de sobras para saber cómo narrarla cinematográficamente.
Su puesta en escena es maravillosa, usando admirablemente los asfixiantes decorados (como la caótica casa de los Kowalski) y la iluminación.
Siempre que puede, Blanche intenta estar en sitios oscuros para ocultar su verdadera edad (algo de lo que acaba acusándole su nuevo pretendiente, el inocente Mitch), así que Kazan aprovecha esta circunstancia para elaborar algunos planos que destacan por la soberbia composición de luces y sombras: la habitación de Blanche en que el farolillo hace que todo se vea más oscuro, el bar al lado del muelle donde se cita con Mitch…
También le sirve al director como recurso simbólico el hecho de que Blanche huya de la luz y se refugie en la oscuridad, puesto que es un personaje que intenta evitar que se descubra la verdad sobre ella y que quiere mantener oculto ese pasado del que intenta escapar.
El conflicto en el que se sustenta la obra, el enfrentamiento entre Stanley y Blanche, tiene éxito gracias a la riqueza y complejidad de todos los personajes, que están soberbiamente perfilados por Tennessee Williams.
Blanche es uno de los personajes femeninos más inolvidables que se han visto en una pantalla de cine, con esa personalidad tan inquietante en que se mezclan sus modales altivos propios de la familia de clase alta en que se ha criado junto a la experiencia que ha adquirido tras malvivir durante años, esa coquetería que tiene algo de presumida pero también de indecorosa, esa mezcla entre su educación de niña mimada de bien y sus instintos sexuales que le hacen sentirse atraída por los jóvenes o los hombres vulgares de clase baja.
Esa compleja personalidad en que se mezclan mentiras para mantener las apariencias y mentiras que ella misma acaba creyéndose hasta perder la percepción de la realidad, conduciéndola a la locura.
En cuanto a Stanley, es una magnífica recreación del prototipo de hombre rudo, salvaje, machista y posesivo pero que, al mismo tiempo, quiere sinceramente a su mujer.
Un hombre que tan pronto le pega a la inocente Stella como le acaba implorando perdón en esa antológica escena en que la llama a gritos para que baje del piso de sus vecinos en que se ha refugiado.
Stanley es un ser de comportamiento animal, puro instinto, que se comporta por impulsos primarios, mientras que Blanche es pura apariencia, tiene un comportamiento artificial intentando mantener una personalidad que esconde su verdadera forma de ser.
Uno de los aspectos en los que esta película fue más revolucionaria en su época fue en el tratamiento de la sexualidad, que se aborda desde un punto de vista mucho más directo y moderno de lo que se había hecho en Hollywood hasta ahora.
La obra de teatro original ya era pura dinamita en ese sentido, puesto que incluía una mención directa a la homosexualidad y una violación.
La adaptación cinematográfica obviamente tuvo que aligerar un poco el contenido para poder pasar la censura y se eliminó por ejemplo toda mención explícita a la homosexualidad: en la obra de teatro, Blanche cuenta cómo descubrió que su novio era homosexual y éste se suicidó a causa de eso, en el film Blanche simplemente menciona que le echó en cara su “debilidad”.
No había que ser muy perspicaz para entender a qué se podría referir esa extraña debilidad a la que Blanche alude, así que aunque no se diga claramente al espectador, el tema seguía estando en el aire.
Pero no se queda ahí la cosa, porque la forma como A Streetcar Named Desire mostraba la sexualidad (tanto masculina como femenina) era algo prácticamente inédito en la época.
Por un lado tenemos ese Stanley de desbocada y evidente sexualidad encarnada por un magnífico Marlon Brando.
Sus gestos y su forma tan desafiante y masculina de comportarse (además de las ceñidas camisetas que lleva en todo el film) hacen de él uno de los personajes más sexualmente agresivos que se habían visto hasta entonces.
Sin embargo, esa brutalidad no da como resultado a un personaje plano y tópico, es un depredador sexual pero también un marido que adora a su mujer y que no es hasta el final del film cuando acaba violando a Blanche.
En lo que se refiere a Blanche, la ambigüedad del personaje es aún más marcada porque en ella se confronta la tradicional castidad propia de una mujer de clase alta como es ella con su evidente deseo sexual que más adelante queda de manifiesto cuando conocemos su promiscuo pasado.
Blanche persiste en intentar parecer una dama aunque su instinto no es muy diferente del resto de personajes cuya sexualidad es mucho más manifiesta y evidente.
Ella misma se justifica cuando en cierto momento explica que en su hogar familiar se veía rodeada por la muerte, y que para huir de ello se sumergía en el sentimiento contrario a la muerte: el deseo.
Resulta también reseñable que la censura de la época dejara pasar algo tan fuerte para su rígida mentalidad conservadora como es el hecho de que Blanche fuera expulsada del colegio en que daba clases por mantener relaciones con un alumno suyo, hecho que nos es confirmado cuando la vemos coqueteando con un joven repartidor de diarios al que acaba besando.
Por último está el hecho de mostrarnos cómo las mujeres se sienten atraídas por esta faceta animal que caracteriza a los hombres de la película, que queda perfectamente reflejado en la escena en que Stella huye de Stanley después de que éste la haya maltratado.
Cuando éste la llama a gritos, ella acude como hechizada y mantienen relaciones sexuales.
Al día siguiente Blanche se la encuentra en la cama todavía hechizada y casi embobada.
En más de una ocasión se nos señala cómo Stella abandonó su distinguido hogar familiar (antes de que cayera en decadencia) y se dejó seducir por el vulgar y el rudo Stanley, el cual le atraía por sus rudos modales y su “suciedad”.
Si ya era raro mostrar la sexualidad femenina en una película de forma tan directa, más lo era el mostrarla con tanta crudeza demostrando como a menudo lo que le atrae a algunas mujeres no es lo que está formalmente bien visto sino todo lo contrario, esa bestialidad fuertemente animal.
Afortunadamente, casi todo el reparto de la película está constituido por los actores que ya formaban parte del reparto original, de modo que no es de extrañar que todos borden literalmente sus personajes.
No solo eso, sino que todos salvo Vivien Leigh trabajaron en la representación de Broadway bajo las órdenes del mismo Elia Kazan.
Vivien Leigh en cambio interpretó a Blanche en la versión inglesa (bajo la tutela de su esposo Laurence Olivier) en sustitución de Jessica Tandy, la protagonista de la versión americana.
Al ser todo el reparto de Broadway unos desconocidos por entonces, el añadir a Leigh al reparto en sustitución de Jessica Tandy suponía el único reclamo comercial del film.
Comenzando por Marlon Brando, éste hace una de las interpretaciones más memorables de su carrera (que no es decir poco, hablando de uno de los mejores actores de la historia del cine) en una actuación que le consagró ante el gran público haciendo de él una estrella.
Su interpretación de Stanley desborda carisma y personalidad, da vida a un personaje que mal interpretado perdería todos los matices que necesita.
Solo por la forma de moverse en la pantalla, Brando ya está dando forma concreta y correcta a la personalidad de su personaje.
Vivien Leigh está sencillamente inconmensurable en el mejor papel de su corta carrera cinematográfica (realizó menos de 20 películas) bordando a la perfección la complejidad del personaje, ese carácter tan extravagante en el que se mezclan su triste realidad con las mentiras que ella misma se cree.
De no ser por el resto del reparto, ella se llevaría toda la atención de la película y con motivo.
Tampoco hay que olvidar a Kim Hunter encarnando a Stella (quizás el personaje menos agradecido de los protagonistas) y, sobre todo, a Karl Malden (uno de los más grandes actores olvidados de la historia del cine, de ésos que era incapaz de ofrecer una mala actuación), que sorprendentemente consigue acaparar gran parte de la atención interpretando al ambiguo Mitch, inocente y caballeresco pero dominado por los mismos impulsos que el resto y que queda fascinado de por vida por Blanche.
Teniendo en cuenta el contenido del film, la censura de la época no fue demasiado dura con él y solo exigió dos cambios básicos: la eliminación de la homosexualidad del antiguo pretendiente de Blanche y el final de la película.
En la obra original, Stanley permanecía con su esposa Blanche después de que ésta tuviera un hijo, pero el engorroso Código Hays de censura exigía siempre que si un personaje cometía un crimen no debía salir impune en el film, de modo que pidieron que Stanley pagara de alguna manera por haber violado a su demente cuñada conduciéndola del todo a la locura.
Así que la película concluye con Stella abandonando a su marido con su hijo y diciéndose a sí misma que esta vez no volvería.
Mientras sube las escaleras al piso de su vecina oímos a Stanley llamándola a gritos pero ésta no regresa.
No obstante, como antes vimos cómo ésta acababa volviendo con su esposo, el final no da a entender tanto ese “castigo” a Stanley que buscaban dar a entender los censores y acaba siendo muy ambiguo, puesto que no sabemos si Stella acabará volviendo o no.
Resulta uno de esos pocos casos en que las imposiciones de la censura no empañan el resultado final y no consiguen enmascarar su tono transgresor y brutalmente avanzado a su época.
Gracias a esa feliz circunstancia, A Streetcar Named Desire mantuvo fielmente el espíritu de la obra original y se ha mantenido impecablemente a lo largo del tiempo hasta nuestros días.
Es necesario precisar que los ambientes reducidos y la escenografía minimizada favorecen a la creación de una atmósfera renegrida y claustrofóbica en la que los protagonistas permanecen inmersos, invariablemente.
La redención no parece posible en el humilde hogar de los Kowalski, las heridas no cicatrizan en el barrio obrero de New Orleans donde abundan las tabernas, los modales groseros, el blues, el alcohol y la muerte.
Todos los caminos conducen al psiquiátrico, y al final nos sobrevuela la duda: 
¿Quién triunfó en este duelo de vanidades rotas y autodestrucción?
Estimo que en la dificultad que se nos presenta a la hora de determinar tal dilema también radica un pedazo del deslumbramiento que causa hasta el día de hoy A Streetcar Named Desire, o la contracara de la bonanza de posguerra.
No sabremos en realidad:
¿Quién fue Blanche du Bois?
¿Qué papel juegó? 
Podremos optar por una mujer demasiado vanidosa, arrogante, de diferente status social o por una mujer envidiosa, con un pasado tormentoso que busca superarse a costa de los demás.
Stanley Kowalski es un papel temerario, tempestuoso y fácil de entender; un hombre que ama pero se siente invadido en su propia casa donde solo cabe destacar: 
¡Yo soy el Jefe, aquí!
Y la dulce Stella, sumisa, soñadora que solo sigue a su marido hasta el fin de sus días.
La apabullante música de Alex North, fue un cambio radical en la tendencia principal en el Hollywood de aquella época, que se basó en la acción y la manipulación excesiva.
En vez de componer en el estilo tradicional leitmotiv, North escribió conjuntos musicales cortos que reflejan la dinámica psicológica de los personajes.
La música consta de 15 temas jazzísticos, a los que añade un fragmento lírico de cuerdas que acompaña la confesión de Blanche a Stella.
Por su trabajo en la película, North fue nominado al Oscar a la mejor banda sonora musical, también fue nominado ese mismo año por su partitura para la versión cinematográfica de otra obra, Death of a Salesman, que también fue compuesta con su técnica única.
Sin embargo, perdió contra Franz Waxman que lo ganó por A Place in the Sun. 
¡Injusticia!
A Streetcar Named Desire resultó ser la amalgama de sentimientos y emociones cruzadas con que, sin concesiones, la película bombardea al espectador la hace casi cruel.
Una película obligatoria.
Apoteósica.
Absolutamente impresionante.
Dios como extraño una época que nunca viví…

“Stella. Hey, STELLA!”
Stanley Kowalski


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