The White Crow

“In 1961, a dazzling Rudolf Nureyev arrives in Paris and makes a choice that changes his life forever”

La libertad artística es la libertad de imaginar, crear y distribuir expresiones culturales diversas, sin la censura gubernamental, interferencia política o presiones de actores no estatales; e incluye el derecho de todos los ciudadanos a acceder a esas obras; por lo que es fundamental para el bienestar de las sociedades; por tanto, el derecho de los artistas a expresarse libremente, se ve amenazado en todo el mundo; pues el arte tiene la extraordinaria capacidad de expresar la resistencia y la rebelión, la protesta y la esperanza; y aporta una contribución esencial a todas las democracias prósperas.
De esa manera, la libertad artística es un desafío mundial; y es que los derechos de los artistas a expresarse libremente, se ven amenazados en todo el mundo, especialmente cuando las expresiones artísticas refutan o critican ideologías políticas, creencias religiosas y preferencias culturales y sociales.
Estas amenazas van desde la censura por parte de empresas o grupos políticos, religiosos o de otro tipo; hasta el encarcelamiento, las amenazas físicas, o incluso los asesinatos.
Rudolf Xämät ulı Nuriev, también conocido como Rudolf Jametovich Nureyev, fue un bailarín clásico nacido en La Unión Soviética, considerado por muchos críticos como “uno de los mejores bailarines del siglo XX”
Nacido en un tren cerca de Irkutsk, mientras su madre realizaba un viaje desde Siberia a Vladivostok, donde su padre, un comisario del Ejército Rojo de origen tártaro, estaba destinado.
Nureyev creció en un pueblo cerca de Ufá, en La República de Bashkortostan; y de niño fue alentado a bailar danzas folclóricas “bashkirias”, siendo un bailarín precozmente destacado; y debido a la interrupción de la vida multicultural soviética causada por La Segunda Guerra Mundial, Nureyev no pudo comenzar sus estudios en una buena escuela de ballet hasta 1955, cuando fue enviado a La Academia Vaganova de Ballet, dependiente del Ballet Kirov en Leningrado.
Allí fue discípulo del célebre maestro de ballet, Aleksandr Pushkin; y a pesar de su comienzo tardío, fue pronto reconocido como “el bailarín con más talento que la escuela hubiera visto en muchos años”
Al cabo de 2 años Nureyev ya era uno de los bailarines rusos más conocidos, en un país donde el ballet era venerado, y donde se convertía a los bailarines en héroes nacionales; y poco después, él ya gozaba del privilegio excepcional de poder viajar fuera de La Unión Soviética, como cuando bailó en Viena en El Festival Internacional de La Juventud.
Sin embargo, no mucho después, debido a su conducta, no se le volvió a permitir viajar al extranjero, limitando sus actuaciones a giras por las provincias rusas.
Pero en 1961 su vida cambió:
El principal bailarín del Kirov, Konstantin Sergueyev, sufrió un accidente, y Nureyev fue elegido para sustituirlo en París.
Allí, su actuación impresionó al público y a la crítica; pero Nureyev rompió las reglas en cuanto a asociarse con extranjeros; por lo que al darse cuenta de que probablemente no se le volvería a permitir viajar fuera de La Unión Soviética, después de esta ocasión, el 17 de junio de dicho año, Rudolf Nureyev pidió asilo político estando en el aeropuerto de París-Le Bourget.
El derecho de asilo, es un derecho internacional de los derechos humanos, que puede disfrutar cualquier persona fuera de su país de origen en caso de persecución política; así lo dice el artículo 14 de La Declaración Universal de Derechos Humanos, que reconoce este derecho básico:
El derecho.
En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país.
Este derecho, no podrá ser invocado contra una acción judicial realmente originada por delitos comunes o por actos opuestos a los propósitos y principios de Las Naciones Unidas; por lo que el asilo político es el derecho que tiene una persona a no ser extraditado de un país a otro que lo requiere para juzgarle por delitos políticos.
Y cuando el asilo político se concede a personas que se encuentran en lugares que por las convenciones diplomáticas se consideran una extensión del territorio nacional, tales como la sede de embajadas o consulados, la residencia del embajador o los buques de guerra anclados en puertos extranjeros, se lo denomina “asilo diplomático”
Fue así como Rudolf Nureyev, con su derecho al asilo, logró convertirse en el gran bailarín de nuestra época.
“I want to stay in your country”
The White Crow es un drama del año 2018, dirigido por Ralph Fiennes.
Protagonizado por Oleg Ivenko, Ralph Fiennes, Louis Hofmann, Adèle Exarchopoulos, Sergei Polunin, Olivier Rabourdin, Raphaël Personnaz, Chulpan Khamatova, Zach Avery, Mar Sodupe, Calypso Valois, Aleksey Morozov, Nebojsa Dugalic, Igor Filipovic, Yves Heck, Jovo Maksic, Anastasiya Meskova, entre otros.
El guión es de David Hare, basado en el libro “Rudolf Nureyev: The Life” (2007) de la bailarina Julie Kavanagh, que sigue al bailarín Rudolf Nureyev durante su “tournée” en París, donde finalmente pidió asilo político.
La narración gira en torno a 3 etapas sustanciales en la vida del bailarín ruso, antes de consagrar su fama en Occidente, y que han sido respaldadas incluso por la propia Fundación Nureyev:
El tiempo presente, el de sus inicios en el ballet profesional de Leningrado, y cuando era un niño; es decir, París en el año 1961, Leningrado entre los años 1955 y 1961; y por último, los años de la infancia, a finales de 1940.
Siendo gracias a la confianza en sí mismo, al compromiso y la voluntad, que Rudolf Nureyev llegó a ser el mejor bailarín de ballet del mundo; por su carácter de revelación, tanto para sí mismo como para el mundo del ballet; reside pues en su deseo de bailar los roles masculinos con el mismo entusiasmo y lucimiento sin límites como los femeninos, convirtiéndose así, en la primera estrella masculina del ballet.
El director, Ralph Fiennes, capta la cruda fisicalidad y la brillantez de Rudolf Nureyev, cuyo escape hacia Occidente sorprendió al mundo en el apogeo de La Guerra Fría; y con su presencia magnética, Nureyev surgió como la estrella más famosa del ballet, como un bailarín salvaje y hermoso, limitado por el mundo de Leningrado de los años 1950; al tiempo que su coqueteo con artistas e ideas occidentales, lo llevó a un juego de alto riesgo de “el gato y el ratón” con La KGB.
Como dato, el título “White Crow”, es una referencia al apodo infantil de Nureyev, “белая ворона” en ruso, que se traduce como “Cuervo Blanco”, que tiene un significado algo similar al de “Oveja Negra”, y es debido a que él era inusual.
Las palabras “oveja negra”, es usado para describir a un miembro extraño o de mala reputación de un grupo, especialmente dentro de una familia; aunque el término proviene de ovejas cuyo vellón es de color negro en lugar del blanco más común; estas ovejas se destacan en el rebaño, y su lana tradicionalmente se consideraba menos valiosa; pero el término generalmente se le ha dado implicaciones negativas, lo que implica “desviación”
En psicología, “el efecto oveja negra” se refiere a la tendencia de los miembros del grupo a juzgar a los miembros del grupo agradables de manera más positiva, y a los miembros del grupo desviado de manera más negativa que los miembros del grupo externo comparables.
The White Crow se filmó en Serbia, y como dato, la ciudad le otorgó la ciudadanía a Ralph Fiennes.
La acción inicia en Rusia, en el año de 1961.
Rudolf Nureyev (Oleg Ivenko), es el bailarín de ballet más grande de todos los tiempos, y viaja por primera vez fuera de La Unión Soviética como miembro del prestigioso Ballet Kirov; aunque La KGB sigue de cerca sus pasos, y a pesar del gran peligro que conllevaba entonces la deserción, Nureyev huirá tomando una decisión que podría cambiar el curso de su vida para siempre; muy a pesar del gran peligro que conllevaba entonces la deserción, su meta era la libertad y poder bailar.
El filme muestra algunos pasajes de su vida en La Unión Soviética, no todo, por lo que no es una biografía completa, y tampoco muestra su final, solo es mencionado; sino que intenta demostrar la importancia de la inmigración y el asilo político para quienes han sido oprimidos por un régimen totalitario; al tiempo que quiere mostrar la compleja serie de factores:
Biográficos, psicológicos, sociales y políticos, que llevaron a que el joven de 23 años tomara una decisión que cambiaría la historia del ballet:
Rudi se convirtió en Nureyev al desertar de Rusia en el aeropuerto de Le Bourget en Francia, en junio de 1961; por ello, en toda la película se sugiere la extraordinaria voluntad y curiosidad que impulsó a Nureyev bailar, y a buscar el arte y la cultura donde pudiera con plena libertad; por lo que la deserción del bailarín fue un golpe de propaganda para Occidente en La Guerra Fría.
Su decisión, aparentemente de última hora, lo convirtió en una especie rara, pues para entonces era el bailarín masculino más conocido del mundo, y lo convirtió en un símbolo de libertad.
Y es que estamos ante una cinta construida con maestría, que sirve de excelente introducción a Nureyev para los que no lo conozcan, aunque otros critiquen el enfoque empático hacia su figura, dado su fama de intratable; pero el filme tiene mucho que ver con la genialidad, con el arte y el desarrollo del talento, que no debe ser limitado ni debe ser manipulado, sino que debe ser libre, porque genios hemos visto pocos, y Nureyev simplemente era uno de los más grandes que hemos tenido.
Recordar que el filme es muy político, y en el ambiente actual, en la horripilante Era Trump, cae muy bien recordar la imperiosa necesidad de libertad, más en el desarrollo del arte; y aunque en ella haya ideas narrativas relacionadas con el cine de espionaje, e incluso con cierto cine político; el destinatario final es el amante del ballet, por lo que es finalmente un relato de amor al arte.
“It is a life of bullying, for the artist as for everyone else, but most of all for the artist.
When I was a student at ballet school, I was told what to think, what to read, how to spend my spare time, and who could be my friends…
Private life in The Soviet Union is impossible”
El guión de The White Crow de David Hare, un experimentado dramaturgo, dice que la idea original provino de la productora, Gaby Tana:
“Gaby había leído la biografía de Rudolf Nureyev de Julie Kavanagh, y se la llevó a Ralph Fiennes como un proyecto.
Ella le dijo que los primeros 6 capítulos podían ser una película fantástica, básicamente los eventos en París, y lo que hizo que Nureyev se negara a regresar a casa”, detalla Hare.
“Me buscaron, y al principio vi la historia como la deserción en sí misma, y lo que sucedió inmediatamente antes.
Esos son los elementos de suspenso, y fue muy divertido escribirlos”, cuenta el dramaturgo.
“Pero fue Ralph Fiennes quien dijo que la audiencia necesitaría entender su infancia y su aprendizaje, porque esos elementos fueron lo que lo formaron”, explica.
“De hecho, Rudolf Nureyev decía, que “interpretaba Príncipes en el escenario, pero que nunca había sido un príncipe en la vida real”
Cuando desertó, estoy seguro de que se asustó y temió que lo enviaran de vuelta a Rusia, a donde volvería a ser nadie”, señala.
Como estudiante, David Hare conoció al bailarín, después de que Nureyev llegara a Reino Unido.
La madre de un amigo era rusa, y su familia había invitado a Nureyev a hospedarse con ellos.
“Recuerdo que absolutamente todo tenía que estar arreglado para contentar a Rudolf:
¿Estaba cálido y cómodo?
¿Cómo estaba su silla?
¿Tenía suficiente para comer y beber?”, detalla Hare.
“Siempre asumió que sería la persona de la que más se hablaría en la sala, y eso hizo que se convirtiera en un monstruo del egoísmo.
Pero la verdad es que siempre fue la persona de la que más se hablaba”, reconoce.
“Investigué mucho por mi cuenta, con personas que conocieron a Nureyev:
Todos tenían una historia de momentos en los que simplemente no podías creer lo mal que se estaba comportando”, relata el guionista.
“El meollo de esto, es que Nureyev sabía que él había venido de ser un campesino, y esto le molestaba, porque pensaba que la gente lo menospreciaba”, asegura Hare.
The White Crow es la 3ª película de Ralph Fiennes como director, después de “Coriolanus” (2011) y “The Invisible Woman” (2013), y hace un trabajo bastante bueno:
Técnicamente usa colores sombríos y desvaídos, casi en blanco y negro, para el “flashback” más lejano para crear atmósfera; gracias a la fotografía de Mike Eley, que resulta cálida y perfectamente adecuada, también en las secuencias rodadas en blanco y negro, al propósito realista que se persigue en las distintas ambientaciones requeridas, tan dispares, París y Rusia, en aquellos tiempos.
En cuanto a las localizaciones, que son parte fundamental en la historia, podemos destacar la belleza que desprende San Petersburgo, y sobre todo El Museo del Hermitage, donde es casi imposible que te dejen rodar.
Una vez traslados en Europa, casi todo se rodó en París, en el exterior de La Opéra Garnier, y en El Museo del Louvre.
Aquí es donde Fiennes se luce con una cámara atenta a la danza, una cámara que va por encima de los escenarios y los bastidores, admirando la belleza corporal del bailarín, la perfecta musculación fibrosa o los tendones y articulaciones flexibles al modo de las esculturas y pinturas que el joven Nureyev miraba atentamente en Museos y salas de exposiciones; y el movimiento omnipresente, dando la sensación por momentos, de que los danzantes levitan venciendo La Ley de La Gravedad.
De igual manera, Fiennes acierta a incursionar en el mundo interno de Nureyev, su enérgica y egoísta personalidad, plagada de dudas personales; su rebeldía y terquedad en lo artístico; su desconcierto y sus vacilaciones en momentos cruciales, como cuando ha de decidir si quedarse en Francia o volver a La URSS; en fin, un retrato por derecho que roza lo implacable; aunque no es completo; pues al final hay un momento culminante y muy emocionante, propio de un “thriller” político, que viene a servir de contraparte al tono de la película hasta ese momento; y da mucha tensión en la escena climática de la deserción, pero si algo se le puede achacar, es que la narrativa en muy atropellada, y cuesta seguirle el paso ante tanto “flashback” sin rotulaje, por lo que puede generar desubicación temporal; al tiempo que Nureyev no resulta muy bien parado, y se retrata como una persona con complejos de provinciano, y en ocasiones bastante maleducado, con el que empatizas nada, que abandonó la extinta Unión Soviética movido por su insaciable ego artístico, y la dificultad de ser abiertamente homosexual en un país homófobo, y que le consideró traidor toda su vida… pero también es visto como un artista cuyo objetivo en la vida es ser el mejor bailarín del mundo, y que trabaja incansable para serlo; así como también ser un hombre con ansia de saber y de ver el mundo sin el encasillamiento de la sociedad comunista de La Guerra Fría.
La película se centra en un momento crucial de su vida, hasta que solicitó asilo en Francia, por lo que no cuenta su vida posterior de éxitos en los mejores ballets del mundo como bailarín y coreógrafo, ni de su muerte a los 54 años por culpa del SIDA; y aunque aborda elementos que tocan el tema político, en lo esencial, el foco se sitúa en el mundo del ballet, que está tratado con solvencia y calidad.
Estamos en el año de 1961, cuando en La URSS gobernaba el aperturista Presidente Nikita Khrushchev; y el más famoso bailarín ruso, Rudolf Nureyev, viaja a Francia con el Kirov Ballet Company, siendo su primer viaje al exterior.
Su espíritu aperturista y el entorno parisino, sus amistades, lugares nocturnos de diversión, museos que visita, etc., le hacen tomar conciencia del espíritu de libertad que anida dentro de él; aunque La KGB vigila sus pasos, Nureyev decidirá arriesgar en aras a su emancipación; una difícil decisión que cambiará su vida y su futuro por completo.
Las películas sobre el arte, especialmente sobre el ballet, obtienen poca atención por parte del ciudadano de a pie; por ello, este trabajo de tinte biográfico, se esforzó desde el inicio para atrapar a la audiencia.
Así, al inicio, se introduce la expresión “White Crow” que se emplea para describir a alguien inusual, extraordinario, distinto a los demás, un forastero, un rebelde...
Esa definición, sin lugar a duda describe a una de las principales figuras del ballet del siglo XX:
Rudolf Nureyev; por lo que la historia arranca y termina con el personaje que interpreta el propio Fiennes, Alexander Ivanovich Pushkin, instructor del gran Ballet Kirov de San Petersburgo, al que piden que explique su relación con Nureyev, tras la defección del bailarín; a lo que el profesor de ballet responde negativamente, pues señala que el único interés de Nureyev es el baile, y no la política.
De esa manera, rápidamente nos vamos adentrando en las 3 líneas argumentales:
Vemos como su madre dio a luz en el tren transiberiano, y cómo tras La Segunda Guerra Mundial, esa promesa del baile es aceptada en La Academia Vaganova de Ballet.
Así, desde las primeras tomas de los 127 minutos de este trabajo, el protagonista, Oleg Ivenko, no pierde tiempo en comenzar a construir su personaje:
Uno de gran determinación, pero considerado por la mayoría de sus biógrafos como “temperamental, impulsivo, apasionado y, en más de una ocasión, grosero”
Y es que nacido, en marzo de 1938, a bordo de un tren transiberiano, Nureyev perteneció a una familia de origen muy humilde, lo que de ningún modo obstaculizó su inclinación por la danza desde muy pequeño.
A los 17 años comienza sus estudios de ballet en Leningrado, teniendo como instructor al renombrado maestro Alexander Pushkin, quien reconociendo su innato talento, le transmite los conocimientos técnicos necesarios para convertirlo en un calificado bailarín; además de tomarlo bajo su protección, el joven discípulo es objeto de una especial e íntima atención por parte de Xenia (Chulpan Khamatova), la esposa de Pushkin.
Como resultado, su excelente formación le permite ingresar al prestigioso ballet Kirov, hoy día Mariinsky; y cuando el conjunto es invitado en 1961 a actuar en París, Nureyev sale por primera vez de La URSS.
Resulta interesante apreciar, cómo el joven se siente impresionado con lo que aprecia en la ciudad; deseoso de explorarla por sí mismo, logra vencer la resistencia de los funcionarios de La KGB liderados por el implacable Strizhevksy (Aleksey Morozov), al no permitir que los integrantes de la compañía mantengan contacto con la gente local.
Además de visitar el famoso Museo del Louvre y otros históricos lugares que forman parte de la riqueza cultural de París, Nureyev tiene ocasión de relacionarse con colegas franceses, entre ellos:
Pierre Lacotte (Raphaël Personnaz) y también conocer a Clara Saint (Adèle Exarchopoulos), una joven chilena que perdió a su novio en un reciente accidente, quien además de admirarlo como artista, jugará un rol importante para que pueda residir permanentemente en Francia.
Por su parte, Nureyev es retratado como un personaje seguro de sí mismo, e impulsado por el deseo de convertirse en el mejor bailarín del mundo; y hará todo lo que sea necesario para conseguirlo.
“¡Todos sabrán quién soy!”, declara mientras, cuando no, está absorto en el cuadro “La Balsa de Medusa” del romántico francés Théodore Géricault.
Pero Nureyev tiene un lado oscuro, y aunque resulta fácil comprender por qué el coreógrafo Jerome Robbins le describió como “un artista, un animal y un cabrón”, a Fiennes le interesa más mostrarnos al artista torturado, trazando un retrato mayormente comprensivo del bailarín, y reflexionando sobre las implicaciones de sacrificarlo todo para huir de su patria.
Es a través de ese acercamiento biográfico, que el joven Nureyev es disciplinado, exigente consigo mismo y con los que le rodean, soberbio, egoísta y siempre dispuesto a criticar a otros al nivel de insulto y humillación.
Poco importa si este es un retrato fiel del bailarín, pues para cautivar al espectador, tiene que haber otros matices de este ser humano.
Y Fiennes intenta incluir esa otra mirada, al darnos estampas visuales en blanco y negro de su niñez de pobreza, ausencia y negligencia del padre; y acercamiento de la madre al buscarle otra salida a su hijo…
Pues el padre lo intenta dejar en el descampado invernal para que muera, mientras su madre lo rescata y lo interna en el ballet.
Esas escenas en blanco y negro son excelentes, especialmente en el primer intento del niño Rudolf de demostrar su habilidad de mover sus pies y piernas al ritmo de bailes tradicionales; pero la línea que predomina, es el Rudolf adolescente y joven adulto que despliega su dominio sobre sus compañeros de la escuela de baile, los administradores culturales y de agencias políticas, hasta el mejor profesor de ballet escogido por él, Alexander Pushkin, no el poeta, conste.
Así, la narración de Pushkin se desarrolla en 3 tiempos, que se alternan sin solución de continuidad:
La infancia deprimida en un pueblo perdido, su etapa de formación junto al mismo Pushkin, y finalmente su viaje a París con el grupo del ballet del Kirov.
Aunque los 3 tiempos están perfectamente hilados y vinculados, los frecuentes saltos impiden que el espectador quede totalmente atrapado en la intriga del decurso temporal; y este no es el único motivo por el que no acaba de crearse una relación de empatía entre el personaje y el público.
La idea central del film, es sin duda el valor de la libertad, entendida por una parte, como la facultad de cada uno de decidir el rumbo que quiere dar a su vida, sin que una autoridad estatal le imponga dónde debe estar y para qué; y en segundo lugar, la libertad del artista para ser creativo y fiel a su propio estilo, dentro de los cauces que le marcan las normas y la técnica.
Solo el dominio de la técnica, no es suficiente, y hace falta la inspiración, una chispa muy íntima que haga que la danza encierre vida, sentimientos y pasiones; es decir, que no sea exclusivamente belleza formal, sino que sea un ámbito lleno de sentido.
El personaje de Nureyev quiere ser fiel a la realidad, y aparece como un ser egocéntrico, egoísta e inestable, seguramente como consecuencia de una infancia y juventud marcadas por una total falta de libertad bajo el asfixiante régimen comunista; sin embargo, se echa de menos una mayor profundización en su pasión por la danza, y algo más de calidez en la presentación de sus sentimientos.
No obstante, es muy interesante la idea que sugiere el film, de que, para vivir a fondo un arte concreto, como el ballet, hay que elevarse al nivel de la belleza para dejarse interpelar por lo bello en cualquier manifestación artística, sea pintura, escultura, música…
Y es que el arte juega un papel central, desde la contemplación intensa de pinturas y esculturas, con un fuerte guiño a la homosexualidad de Nureyev, haciendo mención a personajes importantes en la vida cultural francesa, como André Malraux, Ministro de Cultura de Francia; e incluso brindando la interpretación del arte de diversos personajes de la película.
Además, la banda sonora de este filme, es notable, y se funde de manera soberbia en la transición de las líneas argumentales, como por ejemplo:
El protagonista aprecia obras de arte Occidental que le evocan su pasado, mientras de fondo suenan piezas de La Orquesta Metropolitana de Londres.
Y es también muy acertada la idea de Fiennes, de rodar en ruso, inglés, francés y español, según lugares e interlocutores.
Por eso, es muy recomendable, casi imprescindible para cualquier película, verla en versión original con subtítulos, para no perderse esa riqueza.
Además, la historia tiene un peso sobre el precio físico y moral a pagar para alcanzar el éxito, aunque ese tema ya la hemos visto más veces; pero en este film, la diferencia radica en el uso de “flashbacks” y “flash forwards” con los que se aporta más tensión dramática; y gracias a este “caos”, la trama cautiva al espectador; aunque el relato no excluye escenas de ballet en el famoso Palais Garnier, donde Nureyev fascina al público que lo contempla en sus pasos de baile, lo que más enfatiza es el espíritu de libertad que anima al bailarín, y cómo gravita en su creatividad artística.
Fiennes, también busca el énfasis en ejemplificar el deseo de Rudolf por buscar un significado a su vida a través del arte y de la historia; y en ocasiones, esta decisión resulta muy recargada, aunque ayuda a poner el foco en el personaje principal; y a su alrededor, el guión hace orbitar al resto del elenco, mientras estupefactos, observan y analizan el crecimiento del protagonista.
Esa transformación de Nureyev se clarifica, no solamente a través de lo artístico de las coreografías, sino con el aumento de su genio y sensualidad.
Es en este aspecto, que David Hare no olvida sacar a la luz la promiscuidad del mundo en el que se desenvolvía, quizás para justificar así su muerte a los 53 años a causa de SIDA, pese a que el film termine mucho antes de eso.
Y, aunque no estemos de acuerdo con esta decisión, ya que estamos seguros que el talento superaba las heridas que forjaron al danzarín; el director solventa las cantidades de testosterona con la cantidad de “performances” que aparecen a lo largo de la cinta.
Del reparto, el debut del bailarín ucraniano, Oleg Ivenko, “da en la diana” no solo por el parecido físico, sino también por su actuación natural como bailarín, su gestualidad, su mirada y su cuerpo que generosamente está muy bien proporcionado, y logra cautivar al espectador para sentir empatía por su situación; y como no hay otra manera, hay muchos primeros planos extremos de su cara, para poder acercar al espectador a los sentimientos internos de Nureyev, ante lo que no puede decirse, y solo puede expresarse.
Así, los demás actores con sus personajes, solo siguen el paso de Ivenko.
A los 22 años, el bailarín Oleg Ivenko, no había actuado antes, pero el director Ralph Fiennes lo eligió para interpretar a Nureyev.
Nacido en Ucrania, Oleg creció hablando ucraniano y ruso; y comenzó su carrera como bailarín solista en El Teatro Estatal de Ópera y Ballet de Tatar, en el oeste de Rusia, a 800 kilómetros de Moscú; y ha asumido grandes papeles en ballets clásicos como “Coppélia”, “Giselle” y “La Bayadère”
“Siempre supe sobre Rudolf Nureyev, pero solo había visto piezas cortas de él bailando.
Para ser sincero, creo que lo primero que vi en video fue él... ¿con un cerdo?”, dice Ivenko.
Hasta que fue elegido para The White Crow, Ivenko no hablaba inglés.
“Así que tuve que aprender, y también cómo actuar.
Bailar es un tipo de actuación, pero con tu cuerpo, la boca permanece cerrada”, comenta el bailarín.
“Me di cuenta de que para Rudolf, desertar repentinamente, a mi edad, a otra cultura y otro idioma fue un choque enorme”, añade.
Ivenko tiene un parecido físico razonable con Nureyev.
¿Pero también debía bailar como él para la cámara?
“Se trata de cómo te sientes por dentro.
Si vas al escenario y te sientes como Oleg Ivenko, así es como bailarás.
Cuando me preparaba para una toma, hablaba con él, por dentro.
Decía “vamos, Rudy, te necesito ahora, despierta”
Creo que me ayudó”, revela el protagonista del filme; y dice que Nureyev “tenía una forma particular de bailar.
A veces era como un gato grande, moviéndose lentamente.
Si lo ves en una película o escuchas a la gente que lo vio, definitivamente había algo animal y sensual en él”, cree.
Las secuencias de baile en The White Crow, están diseñadas por expertos, pero constituyen solo una parte de la película; entonces:
¿Qué opinión se formó Ivenko del hombre al que interpreta, aparte de sus innegables habilidades en el escenario?
“Algunas veces creo que era un buen tipo, pero otras veces fue despiadado.
Pero lo respeto, y puedo ver por qué hizo ciertas cosas.
Creo que ocultó sus sentimientos, y siempre se aseguró de que pareciera una persona fuerte.
Podría parecer arrogante, pero por dentro era como un bebé abandonado”, responde Ivenko.
“Durante años, Rudolf iba a fiestas todas las noches, o se divertía en clubes gay; pero no tenía a nadie con quien sentarse y estar juntos”, observa.
Consecuentemente, el novel actor transmite su arrogancia, su carácter temperamental a veces altamente explosivo, como así también su vulnerabilidad y sensibilidad; eso queda resaltado en el momento más dramático del film, cuando la compañía se encuentra en el aeropuerto de La Bourget, para proseguir su gira hacia Londres, y él allí decide desertar de La Unión Soviética, quien ayudado por los contactos diplomáticos de su amiga Clara, logra que le concedan asilo político.
Como dato, Hayden Christensen, quien se entrenó extensamente en ballet cuando era niño, fue la primera opción para protagonizar a Rudolf Nureyev; sin embargo, una lesión persistente en el tobillo le impidió realizar los estándares exigidos por Ralph Fiennes.
El resto del reparto, lo completan:
Adèle Exarchopoulos, que en un estudiado hieratismo, da vida a la franco-chilena enamorada, Clara Saint, que fue quien ayudó a Nureyev en su huida; ella era la rica heredera chilena novia de Vincent Malraux, hijo del famoso escritor André Malraux, a la sazón, Ministro francés de Cultura.
Otros como Louis Hofmann o el gran bailarín ucraniano Sergei Polunin, con quien Nureyev se relaciona sexualmente; u Olivier Rabourdin, entre otros.
Además, Ralph Fiennes interpreta el papel de Alexander Pushkin, el maestro de ballet más respetado de San Petersburgo, hablando un ruso fluido, siendo el primer filme bajo su propia dirección en la que él no es protagonista.
De hecho, Fiennes originalmente no quería estar en la película, sabiendo por experiencia lo difícil que podría ser tanto dirigir como actuar; pero mientras trataba de obtener financiación, le preguntaban si iba a estar en ella, y cuando dijo que no, “pude ver la luz que se desvanecía detrás de sus ojos”, porque no había otros nombres importantes en ella; “así que finalmente me doblé”
En fin, como cuenta Fiennes, él siempre tiene la sensación, repasando los vídeos de Nureyev, de que el genio de la danza es “como un gato mirándote de reojo que, de repente, se pone a flirtear”
No obstante, encontramos algunos anacronismos, como los tiempos reales están alterados en la película.
En realidad, Clara recibió la noticia de la muerte en accidente de su novio, cuando estaba con Nureyev.
No había habido nada entre ellos, más que una relación de admiración y afecto, pues el bailarín era homosexual; y esa noche fatídica, Clara pudo llorar en el hombro de su amigo, la muerte de su amante.
Era el 23 de mayo de 1961.
Días más tarde, el 16 de junio, la influencia de Clara sería decisiva para apoyar a Nureyev en su intención de pedir asilo político al Estado francés, ante el peligro inminente de ser deportado a Siberia.
Además, en una escena que muestra un primer plano del pie de Nureyev realizando un “tendu”, el zapato que lleva puesto es una zapatilla de ballet blanca con suela dividida, un zapato que no existía en la década de 1960.
Los zapatos de técnica de ballet con suela partida, solo han estado en la escena del baile desde mediados de la década de 1990.
Así como también hay algunos errores de hecho, como una tarjeta de título en un punto dice “El Teatro Mariinsky, Leningrado”; sin embargo, el teatro no recuperó ese nombre histórico de La Era Zarista, hasta 1992.
Y en el momento en que se desarrolla la película, durante La Era Soviética, el edificio era conocido como “The Kirov Theatre”
Pero la brillantez, como la cereza de un pastel, viene de la escena de la deserción, que hace pasar al espectador por unos momentos de enorme angustia, instantes de enorme voltaje, y el momento más decisivo en la vida de Nureyev, como el primer gran artista soviético que escapó al mundo occidental.
En la escena, Nureyev se aleja del grupo de La KGB que lo vigila estrechamente, y aleccionado por sus amigos, se dirige hacia unos policías vestidos de civil que aguardan a su espalda y grita:
“¡Quiero quedarme en su país!”
Cuando los miembros de La KGB se abalanzan sobre el bailarín, el inspector francés, en un alarde de diplomacia dice:
“No lo toquen señores, estamos en Francia”
Y ahí se obró la deserción.
Más de uno que peine canas, recordará sin duda el sensacional suceso que fue aireado por la prensa internacional, y que supuso un serio revés para la tensa Guerra Fría; de cualquier forma, para gran parte de la audiencia, el viaje y posterior asilo de Nureyev en Francia, es uno de completo egoísmo:
No duda en tener relaciones sexuales con la esposa de su mentor; y las escenas finales parecen indicar que sólo utilizó a Clara Saint y a Pierre Lacotte (Raphaël Personnaz) para quedarse en Francia…
Y la principal crítica que recibe esta cinta, es que a pesar de centrarse en un punto nodal de la vida de Rudolf Nureyev, no se hace gran mención a su vida, apenas se muestran unas pocas escenas con su compañero Yuri Soloviev, y del romance que tuvo con el bailarín alemán, Teja Kremke; dando la impresión de que el ballet es su vida.
Esto  ha ocasionado que se le catalogue como un retrato deshumanizado de una de las principales figuras del ballet clásico.
No obstante, la película parece centrarse más en la determinación y voluntad de un personaje que busca expresar su individualidad a través del arte.
Por su parte, David Hare despojó de todo interés amoroso a Nureyev, presentándolo como un apasionado del ballet, y no ahondando en su vida, dando la impresión de que el bailarín es un personaje unidimensional.
En definitiva, Ralph Fiennes ha realizado una película sobre el arte esencialmente, pues aunque haya elementos de la narración que rozan el cine de espionaje o político, el espectador interesado, es esencialmente el amante al arte, y particularmente a la danza.
Un amor al arte como el que Nureyev busca con denuedo, y de manera infatigable, no sólo en la música, también en la pintura, la escultura, las vidrieras de Notre Dame, cualquier rayo de hermosura como luz de inspiración a su irrefrenable fuerza física en busca de lo excelso.
Solo hasta en los créditos finales se anuncia que Nureyev volvió a su tierra natal en 1987, por la muerte de su madre, y que murió de SIDA en 1993.
Por último, mención aparte merece una formidable banda sonora compuesta por Ilan Eshkeri, muy creativa en su parte original, y magnífica en la parte incorporada.
“I can live anywhere.
Remember, I was born on a train.
I feel I will never return to my country.
But, I may never be happy in the US”
Una semana más tarde, tras los acontecimientos mostrados en “The White Crow”, Rudolf Nureyev ya había sido contratado por el Grand Ballet du Marquis de Cuevas, y se encontraba actuando en “La Bella Durmiente” con Nina Vyroubova; por lo que se convirtió en una celebridad instantáneamente en Occidente.
Su dramática deserción y su talento excepcional, lo convirtieron en una estrella internacional; y esto le dio el poder de decidir dónde y con quién bailar.
Su deserción, también le dio la libertad personal que le había sido negada en La Unión Soviética; y durante una gira en Dinamarca, conoció a Erik Bruhn, un bailarín 10 años mayor que él, que se convertiría en su amante, su mejor amigo y su protector, principalmente de su propia locura, durante varios años.
De hecho, la relación fue tormentosa debido a la promiscuidad sexual de Nureyev, pero la pareja se mantuvo unida.
Y cuando lo entrevistaron en 1961, sobre por qué quería huir de Rusia, Nureyev dijo:
“Es una vida de intimidación, tanto para el artista como para los demás, pero sobre todo para el artista.
Cuando era estudiante en la escuela de ballet, me dijeron qué pensar, qué leer, cómo pasar mi tiempo libre, y quiénes podrían ser mis amigos...
La vida privada en La Unión Soviética es imposible”
De esa manera, el que había sido miembro del famoso Ballet Kirov, de La URSS, pasó los siguientes 30 años desarrollando una brillante carrera, y deleitándose con su celebridad en Occidente.
Al mismo tiempo, Nureyev conoció a Margot Fonteyn, la principal bailarina británica de su época, con la que tuvo una relación profesional y amistosa.
Ella lo introdujo en el Royal Ballet de Londres, que se convertiría en su base de operaciones durante el resto de su carrera artística.
Además, fue inmediatamente solicitado por cineastas, y en 1962, hizo su debut cinematográfico en una versión de “Las Sílfides”
En 1976, representó a Rodolfo Valentino en la película de Ken Russell, pero Nureyev no tenía ni el talento ni el temperamento para dedicarse al Séptimo Arte.
Dedicado al baile, comenzó con danza moderna en el ballet nacional de los Países Bajos en 1968; y en 1972, Robert Helpmann lo invitó a una gira por Australia con su propia producción de “Don Quijote”, haciendo allí su debut como director.
Durante la década de los 70, Nureyev hizo aparición en varios largometrajes, y viajó por los Estados Unidos en una reposición del musical de Broadway “El Rey y Yo”; y se considera que su aparición en el programa “The Muppets Show”, entonces en apuros, impulsó a que el programa se convirtiera en un éxito internacional.
En 1983, el bailarín fue nombrado director del Ballet de La Ópera de París, donde además de ejercer de director, también continuó bailando; y a pesar de su avanzada enfermedad hacia el final de su cargo, trabajó incansablemente, produciendo algunas de las obras coreográficas más revolucionarias de su época.
El talento y encanto de Rudolf Nureyev, hizo que fuera perdonado muchas veces, pero la fama no mejoró su temperamento.
Siguió siendo notablemente impulsivo, temperamental, poco fiable y grosero con quienes trabajaba; y entre quienes frecuentaba, se encuentran personajes tales como Jacqueline Kennedy Onassis, Mick Jagger, Freddie Mercury y Andy Warhol, y tenía poco tiempo para el resto.
Al final de la década de los 70, ya pasados sus 40 años de edad, estos altibajos de carácter se acentuaron, probablemente al darse cuenta del declive de sus fuerzas físicas; y cuando El SIDA apareció en Francia alrededor de 1982, Nureyev, al igual que muchos otros homosexuales franceses, ignoró la seriedad de la enfermedad.
Supuestamente, él contrajo el VIH durante el comienzo de los años 1980; y durante varios años, simplemente negó que tuviese ningún problema con su salud; y cuando, alrededor de 1990, su enfermedad era evidente, lo achacó a otros problemas de salud, y se negó a aceptar los tratamientos entonces disponibles.
Finalmente, debió aceptar el hecho de que estaba muriendo; y por ello ganó la admiración de muchos de sus detractores, por su coraje durante este período, y continuó apareciendo públicamente a pesar de su empeoramiento físico.
En su última aparición, en 1992 en El Palacio Garnier de París, Nureyev recibió una emocionante ovación del público.
El Ministro francés de Cultura, Jack Lang, le hizo entrega del mayor trofeo cultural de Francia, el de Caballero de La Orden de Las Artes y Letras.
Rudolf Nureyev murió meses más tarde, a la edad de 54 años, en la ciudad de París.
Recibió sepultura días más tarde en el cementerio de Sainte-Geneviève-des-Bois, el día 13 de enero, a tan sólo una veintena de metros de la tumba del coreógrafo Serge Lifar.
Estos 2 bailarines y coreógrafos, han sido los únicos artistas de la llamada “escuela de ballet rusa” en dirigir el ballet de la prestigiosa Ópera de París.

“Do not touch him gentlemen, we are in France”



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