Zimna wojna

“Miłość nie ma granic”
(El amor no tiene fronteras)

La Guerra Fría fue un enfrentamiento político, económico, social, militar, informativo y científico. iniciado tras finalizar La Segunda Guerra Mundial, entre El Bloque Occidental u “Occidental-Capitalista” liderado por Estados Unidos, y El Bloque del Este u “Oriental-Comunista” liderado por La Unión Soviética.
Su origen se suele situar entre 1945 y 1947, durante las tensiones de la posguerra, y se prolongó hasta la disolución de La Unión Soviética, al inicio de La Perestroika en 1985, el accidente nuclear de Chernóbil en 1986, La Caída del Muro de Berlín en 1989, y El Golpe de Estado fallido en La URSS de 1991.
Sin embargo, ninguno de los 2 Bloques tomó nunca acciones directas contra el otro, razón por la que se denominó al conflicto “Guerra Fría”
Las razones de este enfrentamiento fueron esencialmente ideológicas y políticas:
Por un lado, La Unión Soviética financió y respaldó revoluciones, guerrillas y gobiernos socialistas; mientras que Estados Unidos dio abierto apoyo y propagó desestabilizaciones y Golpes de Estado, sobre todo en América Latina y África.
Y en ambos casos, los derechos humanos se vieron seriamente violados.
Si bien estos enfrentamientos no llegaron a desencadenar una Guerra Mundial, la gravedad de los conflictos económicos, políticos e ideológicos, marcaron significativamente gran parte de la historia de la segunda mitad del siglo XX.
Y es que las 2 superpotencias ciertamente deseaban implantar su modelo de gobierno en todo el planeta.
De esa manera, La Segunda Guerra Mundial causó en Polonia, por ejemplo, un trauma abrumador:
Las ciudades polacas fueron destruidas, y el 20% de la población había sido asesinada por los alemanes, o había muerto por los ataques; y gran parte de la identidad de la nación fue ultrajada, con el 80% de los edificios importantes reducidos a escombros.
Por lo que la reconstrucción del país se llevó a cabo en La Guerra Fría, alcanzándose completamente solo en la década de 1980.
Y para el final de La Segunda Guerra Mundial, La URSS se quedó con el territorio de Polonia hasta la línea Curzon, y los territorios de la ciudad alemana de Königsberg; y en compensación, se acordó en El Acuerdo de Potsdam, que la frontera oeste de Alemania se desplazara a la línea Oder-Neisse, perdiendo así Alemania el 25 % de su territorio, con lo que finalmente Polonia solo perdió el 20% de su superficie restando lo que le quitó La URSS de lo que ganó de Alemania.
Esto generó la salida forzosa de varios millones de polacos de sus tierras, y de 14 millones de alemanes de las suyas, de entre los cuales, medio millón de alemanes murió durante la expulsión; y de entre los que optaron por quedarse, se llevó sobre ellos una política de represión, llevando a cabo leyes por ejemplo, que prohibían hablar alemán, recibiendo multas por ello; y debido a estas políticas, la mayor parte de los que habían decidido quedarse, se vieron obligados a emigrar a Alemania.
Así, Polonia era un país de mayoría católica, que cayó bajo el ala soviética; y la implementación de un régimen comunista, era inexorable:
La libertad sería condicionada a través de pequeños signos que tienden a destruir la idiosincrasia polaca para transformar al país en un pedazo más del nuevo Imperio Soviético.
De la misma manera que las autoridades soviéticas comienzan a imponerse sobre las autoridades polacas, los burócratas polacos de turno, comienzan a presionar a los artistas para desarrollar un rasgo más revolucionario, y sobretodo politizado a sus obras; en un claro intento de destrucción de una identidad para formar otra:
La del régimen.
Al mismo tiempo, la filosofía comienza a transitar un nuevo camino:
Aparece el existencialismo, una corriente filosófica que transitan filósofos como Jean-Paul Sartre en Francia, que considera al hombre como una integridad libre en sí misma; una idea claramente opuesta a la idea de masificación que trata de imponer El Régimen Soviético.
Por su parte, la música tradicional folclórica polaca, ha tenido un efecto importante en las obras de muchos compositores polacos de renombre, y no más que en Frédéric Chopin, un héroe nacional reconocido de las artes; por lo que todas sus obras implican el piano, y son técnicamente exigentes, haciendo hincapié en los matices y la profundidad expresiva.
Y como un gran compositor, Chopin inventó la forma musical conocida como “la balada instrumental”, y realizó importantes innovaciones a la sonata para piano, la mazurca, el vals, nocturno, polonesa, estudio, impromptu y preludio; y fue también el autor de una serie de polonesas que prestaron en gran medida de la música tradicional folclórica polaca; y es en gran parte gracias a él, que las piezas ganaron gran popularidad en toda Europa durante el siglo XIX.
Hoy en día, la música popular más característica se puede escuchar en las ciudades y pueblos del sur montañoso, particularmente en la región que rodea a la ciudad de vacaciones de invierno de Zakopane.
“Mazowsze”, en polaco “Państwowy Zespół Ludowy Pieśni i Tańca” o “Grupo de Música Popular del Estado de Mazowsze” es un famoso grupo popular polaco, que lleva el nombre de la región “mazowsze” de Polonia; siendo uno de los mejores grupos artísticos polacos que se refieren a la tradición de la música polaca y la danza popular.
Mazowsze fue establecido por un decreto emitido por El Ministerio de Cultura y Arte, el 8 de noviembre de 1948, y ordenó al profesor Tadeusz Sygietyński, crear un grupo de folk que mantendría las tradiciones artísticas regionales, y el repertorio folclórico tradicional de canciones y danzas del campo masoviano.
El grupo tenía la intención de proteger esta tradición popular de la destrucción, y encapsular su diversidad, belleza y riqueza.
Al comienzo, el repertorio de Mazowsze contenía canciones y bailes de solo unas pocas regiones de Polonia:
Opoczno y Kurpie, pero pronto amplió su rango, al adoptar las tradiciones de otras regiones.
Después de 2 años de preparar, ensayar y estudiar su repertorio, Mazowsze presentó su estreno en El Teatro Polaco de Varsovia, el 6 de noviembre de 1950.
El repertorio contenía canciones y bailes de las regiones de Polonia Central, como se mencionó anteriormente:
Opoczno, Kurpie y Masovia; y entre los conciertos después del estreno en Varsovia, Mazowsze continuó mejorando el programa, planeando las próximas giras, y tomó decisiones importantes.
Solo 1 año después, en 1951, Mazowsze comenzó a viajar fuera de Polonia; y el primer país que visitaron fue La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, comprensible en aquellos días, debido a la situación geopolítica de Polonia.
Y 3 años después, el gobierno polaco permitió que Mazowsze se aventurara fuera de “La Cortina de Hierro”; y el 1° de octubre de 1954, hubo un concierto en París, y 6 años después en los Estados Unidos.
Pero para el año 1955, se cubrió de luto, y sacudió los planes para el futuro de la banda; pues Tadeusz Sygietyński murió; y se dibujaron los escenarios más oscuros, incluso se consideró la disolución del grupo.
Fue después de la muerte del profesor, que el líder del grupo se convirtió en Mira Zimińska-Sygietyńska, que trabajaba junto a su esposo desde el principio de Mazowsze.
Pues desde antes, los 2 investigaron el campo folclórico, y Ziemińska buscó viejas canciones tradicionales, mientras que Sygietynski tenía la esperanza de encontrar jóvenes talentos.
Ella también hizo Mazowsze como es hasta ahora; y si no hubiera sido por ella, no sería posible encontrar nuevas áreas de investigación de 39 regiones etnográficas más, o la descripción de canciones religiosas y patrióticas que nunca se escribieron.
Y debido a que Mazowsze ganó popularidad en todo el mundo, dio alrededor de 6 mil conciertos, tanto en Polonia como en 49 países.
Por su parte, Mira trató de recolectar también tesoros materiales del folclore polaco, como los trajes que fueron reconstruidos con gran cuidado.
Ella fue la líder del grupo durante más de 40 años, dedicando por completo su talento, experiencia y vida al proyecto; y en los años 50, Mazowsze dio la oportunidad de cantar a grandes cantantes polacos como:
Irena Santor o Lidia Korsakówna; y en 1963, Mazowsze apareció en la película de comedia polaca “Żona dla Australijczyka” o “Esposa de un australiano”, sobre un hombre australiano de ascendencia polaca que regresa a Polonia para buscar una esposa.
El papel de la solista de Mazowsze, fue interpretado por la famosa actriz polaca, Elżbieta Czyżewska; y el papel del hombre australiano, Wiesław Gołas.
En 1999, Mazowsze también apareció en la película de Andrzej Wajda, “Pan Tadeusz”, en la escena de la danza tradicional polaca:
La Polonesa; y en 2018, Mazowsze apareció en “Zimna wojna” o “Cold War”, una película dirigida por Paweł Pawlikowski, que presenta a una compañía ficticia de danza polaca, que en muchos aspectos comparte una historia similar a la de Mazowsze.
“Ten człowiek jeszcze się nie narodził”
(Ese hombre aún no ha nacido)
Zimna wojna es un drama del año 2018, dirigido por Paweł Pawlikowski.
Protagonizado por Joanna Kulig, Tomasz Kot, Agata Kulesza, Borys Szyc, Cédric Kahn, Jeanne Balibar, Adam Woronowicz, Adam Ferency, Adam Szyszkowski, entre otros.
El guión es de Paweł Pawlikowski y Janusz Glowacki; cuyo título se traduce como “Guerra Fría”, y precisamente sobre eso se trata el filme; sobre la turbulenta relación entre los personajes principales, que se inspiró en los padres de la vida real del director, por lo que el filme está dedicado a sus padres; cuyos nombres comparten los protagonistas, quienes se separaron y se juntaron un par de veces, y se mudaron de un país a otro.
“Fueron una pareja un tanto desastrosa:
Se enamoraron, se separaron, volvieron a enamorarse, se casaron con otros, volvieron a juntarse, cambiaron de país, se separaron de nuevo, y se reunieron una vez más.
Esto no es el retrato de mis padres, pero hay similitudes en los mecanismos de la relación”, dijo el director.
Al tiempo que los personajes principales se basaron libremente en los creadores de la vida real del mundialmente famoso grupo de danza folclórica polaca, “Państwowy Zespół Ludowy Pieśni i Tańca” que en la película, “Mazowsze” se ha convertido en Mazurek.
Tadeusz Sygietyński y Mira Zimińska, se casaron, y después de la guerra recorrieron el campo en busca de jóvenes cantantes y bailarines con talento.
También compusieron la canción “Dwa serduszka, cztery oczy”, que es el “leitmotiv” de la película.
Zimna wojna compitió por La Palme d’Or en El Festival Internacional de Cine de Cannes, donde Pawlikowski ganó el premio al Mejor Director.
Siendo la primera película en polaco desde 1990, que se mostrará en el concurso del Festival de Cine de Cannes; aunque hubo entradas de los directores polacos:
Krzysztof Kieslowski y Roman Polanski durante ese tiempo, se hicieron en francés e inglés como coproducciones.
Al tiempo que Zimna wojna es la presentación oficial de Polonia, para la categoría de mejor película en lengua extranjera de los 91° Premios de La Academia en 2019.
El filme se realizó al aire libre en Łódź, Wrocław, Białaczów; y en las ruinas de la iglesia católica griega en el pueblo de Kniaza, en la comuna de Lubycza Królewska.
El período de rodaje comenzó en 2016; y está ambientada en Polonia y Francia durante La Guerra Fría, desde finales de la década de 1940, hasta la década de 1960; en un país marcado por las heridas sufridas en La Segunda Guerra Mundial, donde las nuevas autoridades comunistas promocionarán la creación de un grupo de músicos que, a través del folclor local, intentará llevar algo de alegría a los camaradas polacos, y de paso, transmitir mensajes de alabanza sobre El Camarada Stalin.
El drama está enfocado en una pareja de músicos:
Un director de música, Wiktor Warski (Tomasz Kot), quien descubre a una joven cantante llamada Zuzanna “Zula” Lichoń (Joanna Kulig), de quien se enamora desde el mismo instante en que la conoce en una audición para un proyecto de música folclórica polaca, el “Mazurek Folk Ensemble”, nacido con el propósito de levantar la moral de la nación después de La Segunda Guerra Mundial. 
Pero ambos son de diferentes orígenes y temperamentos, que son fatalmente desiguales y, sin embargo, condenados el uno al otro.
De esa manera se sigue la historia de amor entre ambos a lo largo de los años, y sus vidas desde el final de La Segunda Guerra Mundial y durante los primeros años de La Guerra Fría en Polonia, de cómo les afecta el momento político en la relación personal, emocional y artística:
Por un lado, no siempre son capaces de comunicarse entre sí; y por el otro, no pueden vivir uno sin el otro.
Entre Oriente y Occidente, donde suena el jazz y empieza a reinar el rock 'n' roll; será en el contexto de La Guerra Fría en la década de 1950, donde la pareja viajará de Polonia, a Berlín, Yugoslavia y París, describiendo una historia de amor imposible en tiempos imposibles.
Y es que este es un amor/odio hacia ellos mismos, y hacia el nacionalismo más radical; donde Wiktor y Zula se ven condenados a amarse y a encontrarse luego de cada separación, sin importar la magnitud de la discusión.
Al tiempo que el filme es una crítica a los límites impuestos en tiempos de guerra y a los tiempos en sí mismos, con un final que más que nada deja un vacío en el espectador...
Morir solo, o vivir encadenado a alguien… pues el amor a veces puede doler, pero:
¿Qué seríamos sin él?
Por ello, esta es una historia elíptica y episódica de encarcelamiento y fuga, de alcance épico; donde el ritmo, la composición y la dirección de actores, todo funciona para dar la sensación de estar viendo algo auténtico, no fingido o recreado; donde se encadenan hermosos cuadros en movimiento, cargados de detalles sutiles, interpretaciones y subtexto, que dicen mucho más de lo que parece a simple vista; porque esta historia de amor no es más que el primer plano de una historia mucho más grande, sobre cómo las fuerzas de la sociedad pueden ejercer un control sobre nuestras vidas.
Se trata, pues, de una película romántica, con un poderoso mensaje político que aún hoy resuena.
“Wziął mnie za moją matkę i nóż pokazał mu różnicę”
(Me confundió con mi madre y un cuchillo le mostró la diferencia)
El realizador Paweł Aleksander Pawlikowski, de 61 años, es un director de cine polaco, que ha vivido y trabajado la mayor parte de su vida en el Reino Unido; pero que logró mucho reconocimiento por una serie de documentales galardonados en la década de 1990, y por sus películas; pero sobre todo por su película “Ida” que ganó El Premio Oscar como Mejor Película de Habla No Inglesa en 2015.
Y desde que volvió a su Polonia natal tras una larga etapa en el cine británico, Paweł Pawlikowski se ha convertido en el mejor director de esta cinematografía; y lo ha conseguido solo con 2 películas:
“Ida” y Zimna wojna, ambas rodadas en blanco y negro, y en formato 4.3, o “cuadrado”, que es una forma magnífica de restaurar y homenajear al mismo tiempo, a bastantes películas polacas de los años 60, época en la que transcurren los 2 filmes de Pawlikowski; realizadas con el mismo tipo de encuadre y luminosidad fotográfica, donde el director polaco demuestra seguir en plena forma a la hora de mostrar la crudeza de un mundo devastado por la guerra, jamás mencionada, pero siempre presente en cada plano, en cada gesto, en cada diálogo.
Para Pawlikowski:
“Había muchos obstáculos por aquel entonces, la posguerra, y cuando uno se enamora, trata de superar cualquier obstáculo.
Para mí es difícil contar una historia de amor contemporánea, porque la gente está muy distraída, hay demasiados teléfonos, demasiadas imágenes, contaminación sonora.
Ya no se tiene la ocasión de mirar simplemente a alguien en los ojos, y caer rendido.
En la época de Zimna wojna, las cosas eran más sencillas, había menos distracciones.
La gente era, quizá más profunda, por obligación, porque había menos diversiones.
No siento, como es natural, ninguna nostalgia del estalinismo pero, en aquellos años, había una especie de claridad, de simpleza.
La nostalgia no es el motor de la película, sin embargo, sino que esta es más bien una especie de viaje sentimental.
Cuando uno busca imágenes y sonidos, las ideas surgen un poco del pasado, de los recuerdos”
Y una vez que tuvo en mente a sus personajes, Paweł Pawlikowski buscó la manera de unirlos, y la música se volvió esencial para la película.
Escogió el conjunto folclórico Mazowsze, una compañía fundada después de la guerra y que sigue activa; y esta institución podría ilustrar lo que estaba sucediendo en la sociedad polaca en ese momento, sin tener que explicarlo.
Y es que Pawlikowski, originalmente había destinado a hacerla en color, pero se decantó por el B/N, para resaltar emociones y locaciones auténticas, como:
El Palacio de la familia Małachowski en Białaczów, cerca de Opoczno, usada como sede del grupo “Mazurka”; en la calle Traugutta en Łódź, para la calle en París; en la villa de Leon Alart en ul. Wróblewskiego 38 en Łódź, para la escena de la escalera; en El Grand Hotel en Łódź, para el gran L'Eclipse Club y El Café Select; en el centro de recreación Buk en Rudy Raciborskie, para el concierto; y en las ruinas del templo en Kniaziach, construido en 1806.
“La historia de una pareja como esta, ha estado conmigo por mucho tiempo”, dijo el director.
“Se lo dediqué a mis padres, porque está algo inspirado por su relación tempestuosa:
Tenían ambos un gran amor y una gran guerra.
Sus separaciones, traiciones, reunirse nuevamente, mudarse de países, cambiar de pareja, reunirse nuevamente, esa historia siempre ha estado en la parte de atrás de mi cabeza, como una especie de matriz de todas las historias de amor.
Así que supe que tenía que hacerlo”, confesó.
Pero Zimna wojna también es una historia de amor trágica, que se desarrolla en lo más duro de La Guerra Fría, como indica su título, entre Polonia, Berlín y París.
Donde La Guerra Fría es un concepto, ya que evoca en este caso, tanto el trasfondo político como la particular relación entre una joven bailarina y cantante, y su descubridor, un musicólogo y pianista que deserta de la Polonia comunista, y se reencuentra periódicamente con su amante.
El resto de los personajes son francamente secundarios, incluso los que llegan a compartir una relación más estrecha con los protagonistas, dejándonos claro siempre, que todo se reduce a Zula y Wiktor, a Wiktor y Zula.
Porque este es un romance improbable e imposible que, a pesar de todas las dificultades que se presentan, se va desarrollando de forma dramática y apasionada a lo largo del tiempo; y lo interesante aquí es la alienación que produce en los protagonistas el estilo de vida occidental, al que se entregan de manera muy diferente:
Él con convicción, ella llena de dudas.
En ambos casos, se percibe una lucha interna entre las promesas de libertad de Occidente, y la nostalgia de su tierra natal, y es esta lucha la que pone en evidencia que los caminos de Wiktor y Zula no son tan paralelos como ellos creían.
Y durante unos 88 minutos que se pasan volando, asistimos al peculiar desarrollo de la relación, pasando por todas sus etapas, desde los momentos dulces a los amargos, desde su principio a su final.
Por su parte, el cineasta polaco ha conjurado una deslumbrante, dolorosa y universal odisea a través del corazón humano, y todas sus extrañas compulsiones; donde la finalidad del proyecto de Wiktor e Zula, está encaminado a promocionar canciones populares y tradicionales en el olvido, y de esta manera, enriquecer la vida cultural del país.
Además, intentar devolver a Polonia su identidad nacional, utilizando la música popular para conectar con las personas.
Sin embargo, El Partido Comunista pronto reconoce el potencial propagandístico de los sonidos patrióticos, y tendrá otros planes más oportunistas…
Las primeras escenas de la obra presentan paisajes nevados y fríos en los que la música se antoja un mecanismo de supervivencia para los polacos, aún convalecientes del trauma bajo los nazis.
Aunque los alemanes ya no están, permanece el clima invernal...
Wiktor es un soltero refinado de la clase alta, mientras que Zula es una mujer trabajadora de la que se rumorea que ha matado a su propio padre…
La acción transcurre a lo largo de 15 años, durante los que vemos, cómo la pareja rompe y luego se reúne esporádicamente.
Por tanto, Pawlikowski opta por contar su historia por episodios, concentrándose en los momentos en que se ven las caras, repartidos entre Polonia, Alemania, Yugoslavia y Francia; y confía en que el público sea lo suficientemente listo como para conectar los puntos por su cuenta.
Así, la narración, eficaz e inteligente, agrupando su impacto emocional; se dan pistas sobre lo que les ocurre a los amantes y el tipo de personas en que se han convertido, y se deduce de la increíble música que suena.
Cuando la tropa pasa a ser copropiedad del gobierno comunista, una cuña separa a Wiktor y Zula:
Zula es la más fuerte de los 2, porque es una superviviente, lo que significa que puede jugar al juego mucho mejor que Wiktor, que se exilia.
Pero el destino está contra ellos.
Pawlikowski se muestra taciturno, romántico y desesperanzado a partes iguales, y se deja llevar por momentos de increíble felicidad que serán destruidos por la cruel realidad de un destino irrevocable.
En la primera mitad, de por sí muy corta, en total no llega a 90 minutos; el romance evoluciona sutilmente, sin prisas, dejando que lo disfrutemos en cada momento.
Sin embargo, hacia el último cuarto, a pesar de las constantes idas y venidas de los protagonistas, se hace sentir más la tragedia; pues esta es una película que empieza cocinándose a fuego lento, acelera de repente, y se frena en seco, dejando impactado al espectador.
Aun así, es una gran historia de amor, por su veracidad y por la increíble química entre sus protagonistas, que sirve como testimonio de una época y un lugar en el que quizás 2 personas sólo se tuvieran la una a la otra para soportar las miserias del mundo en el que les había tocado vivir.
A priori, nada nuevo; pero Pawlikowski vuelve a demostrar que lo importante es la narración, cómo cuentas la historia; y en este caso, la de 2 personas que se conocen por accidente, intentan amarse y ser felices en unos tiempos donde no hay lugar para la belleza, el amor y el arte, a menos que se dedique a fines políticos, a la propaganda.
La acción parte del lado comunista, mostrando sus terribles efectos en la vida de los protagonistas y su entorno, y cómo alguien astuto y fiel al partido, aunque incapaz de aportar nada realmente útil o bello al mundo, un hombre absolutamente gris, puede ascender y “triunfar” en la vida; pues su victoria sólo es superficial; ya que comprueba que jamás podrá ganar en lo que importa…
También impresiona cómo el relato nos lleva por un viaje a través de Polonia, Berlín, París o Yugoslavia, durante los años 50, y la ambientación no tiene nada que envidiar a las grandes superproducciones de Hollywood.
Al director se le preguntó sobre, por qué eligió esos países a los que desplazar la intriga, desde Polonia, Francia y Yugoslavia; y dijo:
“Francia es un país de exilio tradicional para los polacos, y es todo lo contrario de Polonia.
Para un extranjero, París es una ciudad muy hermética, y uno puede sentirse sofocado, así que pensé que era una buena idea poner a mis 2 personajes en París para destruir su relación…
En lo que respecta a Yugoslavia, tenía un interés desde el punto de vista visual, pero también porque, en aquella época, era un país no alineado.
El personaje de Wiktor, no podía regresar al otro lado del Telón de Acero, pero podía ir a Yugoslavia.
En el plano narrativo, cuando Polonia exige la extradición de Wiktor, los yugoslavos no acceden, pero obligan a Wiktor a volver a París”
Ese periplo por las músicas populares de Polonia, tiene un atractivo algo salvaje y extraño, no solo por cómo está filmado, sino también porque esas músicas nos resultan muy desconocidas, y por tanto, nos descolocan y alteran, pero despiertan una seducción inmediata en cualquier espectador de mente no adocenada.
Y también siguen siendo muy interesantes las secuencias relativas a la creación del centro de recuperación y revalorización del folclore polaco.
El film, además, describe muy bien el veloz proceso de deterioro que sufre la utopía comunista.
Utopía que ya de por sí se asienta en un sustrato ideológico bastante feroz y poco dado al humanismo “blandengue y complaciente” como en el fondo considerábamos el humanismo, cegados como estábamos por el ideal de la dictadura del proletariado, esa que iba a resolver todas las miserias del mundo y que, por tanto, constituía la meta esencial, la que merecía realmente la pena, aunque para alcanzarla no debiésemos reparar en los medios ni en las personas que quedaran laminadas.
Pero es que sabemos que, en su aplicación práctica, aquello llamado “comunismo real” fue una mezcla de dictadura, burocracia y mediocridad.
Sabemos que pronto, bajo nueva palabrería, se impusieron los intereses deleznables de siempre... y sabemos que terminaron mandando los mismos seres mediocres, acomodaticios y oportunistas, que no dudan en aceptar todos los servilismos ni todas las miserias requeridas a fin de subir como la espuma y obtener poder.
Todo esto nos lo cuenta la película con economía de medios, sin grandes palabrerías, en varias escenas muy bien narradas.
Luego, cuando empieza la historia de amor entre Wiktor y Zula, tiene que sobrevivir a unas circunstancias externas que le son hostiles, pero sobre todo a sus dinámicas internas.
Aquí, como en el cine de Ingmar Bergman, por ejemplo, la pasión amorosa confronta su propia guerra interior:
Wiktor y Zula encarnan 2 formas diferentes de vivir la música.
Él es un académico experto en el tema; ella, mucho más joven, es una muchacha con buena voz que, sin embargo, no conoce tanto las baladas de la tierra como los temas popularizados por el cine.
No es una campesina, sino una superviviente que encarna esas nuevas clases populares que adoptarán como propias las obras producidas por los medios de comunicación de masas.
Y cuando Wiktor llega a París, no suenan aires franceses sino jazz, la música estadounidense que en Francia señala un cambio de paradigma en lo que a la concepción de cultura popular en Occidente se refiere.
Mientras que el intento de integración en la cultura francesa de Zula se lleva a cabo a través de un disco de “chanson” en un proceso en el que ella descubre el lado oscuro de la industria de la música:
Los favores sexuales, la comercialización de la biografía de la cantante...
En una escena, ella se distancia de todo lo que significa esta música y el jazz de Wiktor, arrancándose a bailar “Rock Around the Clock” de Bill Haley & His Comets, canción cuasi inaugural de la cultura juvenil a partir de los años 50.
Y cuando Zula regresa a Polonia, ha dejado atrás los coros y danzas, e interpreta un mambo, música más bailable pero de procedencia no norteamericana... sino caribeña, cubana… pero igual de “comunista”
Así, Pawlikowski desarrolla la accidentada historia de amor entre Zula y Wiktor, a través de estos ritmos cambiantes para desembocar en uno de los finales más hermosamente desoladores del cine reciente.
Y despliega el proceso de atracción, desgaste y reunión entre los 2 protagonistas durante 2 décadas, a través de una narración intensa pero concisa, que devuelve todo su peso dramático al arte de la elipsis; hasta el punto de que, en estos tiempos de hipertrofia narrativa en el cine y la televisión, la capacidad de síntesis del filme, puede llegar a chocar al público.
Y es que se desprende del drama, para quedarse con la música y los sentidos, y por ello introduce elipsis radicales que separan los episodios por bruscos cortes a negro, y corta las escenas en seco cuando debería despuntar el drama...
Aquí, lo que importa no son las relaciones de causa y efecto, ni mostrar las peripecias de folletín, y la sucesión de degradaciones, destrozos y actos desesperados de un amor condenado por:
Infidelidades, presiones políticas, encarcelamientos, hijos con terceros… sino transmitir la atmósfera de esa relación y su efecto en los protagonistas jóvenes y bellos.
Por eso son más importante los momentos en que se encuentran y separan los amantes, que cuanto sucede entre medias.
Nada más hermoso, por tanto, para culminar esta dinámica de encuentros y desencuentros que el plano final, con los amantes abandonando juntos el cuadro, que permanece fijo, filmando el entorno inmóvil, hasta que una brisa de viento agita los campos.
Y más allá de los surcos del amor, es interesante contemplar el tránsito de ese período, en el que la distancia entre El Este y El Oeste europeos se va acentuando, en la que la música folclórica da paso a la propaganda, en la que, luego irá irrumpiendo la libertad del jazz.
El conflicto, esa “Guerra Fría” a la que se refiere el título del filme, se encarna aquí por tanto musicalmente, metafóricamente, en la pugna entre ese folclore teledirigido, refractario a la improvisación y un jazz en el que precisamente la improvisación es la piedra de clave sobre la que se eleva el edificio.
Socialismo vs Capitalismo, iniciativa estatal vs iniciativa individual, 2 modelos incompatibles entre sí y, en medio, una pareja hija de su época y de sus inconsistencias y contradicciones, incapaz de encontrar su lugar en ninguno de los 2 modelos enfrentados mortalmente.
Y el filme puede ser vista así, no sólo como una historia de amor entre 2 individuos; “Bigger Than Life”, sino también como un documento sobre la imposibilidad del triunfo del amor “como concepto”, en unos tiempos en los que la división de la sociedad es un hecho capital y determinante.
Así, “La Guerra Fría” como escenario, Polonia como expresión del comunismo, canciones que ensalzan el alma, y por qué no, ensalzan los ideales; los conceptos detrás de este.
Ideales que, expresados melódicamente, no reproducen el trasfondo de La Guerra Fría que, al fin y al cabo, es guerra; un ambiente hostil, con imágenes que significan más que las palabras.
Y para ello, en blanco y negro, sin color, pero con mucha tonalidad, mucho matiz, mucho tinte; para subrayar una historia de amor que, en el fondo, no es amor.
Donde vemos un bloque comunista que, en el fondo, no lo es; y un bloque occidental que, en últimas, vive su represión.
Y puede entonces encontrarse una interpretación de que La Guerra Fría es la de la modernidad con la tradición.
La modernidad con su insulsez, con su vacío cómodo, sexo fácil; frente a la tradición, con su folclore, la belleza de sus espacios y sus sonidos; y el amor con mayúsculas.
Donde la protagonista vive cómoda en esa tradición, a pesar de circunstancias como el incidente con su padre y la prisión.
Es en el seno de esta tradición, donde conoce a su complemento ideal:
Un hombre que estudia el folclore, por tanto, lo tradicional; y representa el acercamiento racional a este mundo.
Ella, mientras tanto, lo vive, lo encarna, es el lado instintivo.
Todo se tuerce cuando el gobierno comunista mete el cazo en lo tradicional para utilizarlo en su beneficio.
Entonces, el racional no ve más opción que huir, pero la instintiva sigue apegada a sus raíces.
Al cabo, ella cruza El Telón de Acero para seguir a su amor, pero ese amor ya no es lo que era en el mundo occidental, y el vacío solo se puede llenar con alcohol, diversión banal, y éxito material que no da la felicidad.
Y cuando los 2 deciden suicidarse, vuelven al lugar inicial, a la raíz:
La iglesia con el cielo como cúpula, el lugar natural; donde la muerte es la única manera de parar ese tiempo que en el mundo no se puede frenar de ninguna otra manera; y como decía la poetisa de París amante del protagonista:
“El péndulo mató al tiempo”
Al tiempo que el diálogo nos dice:
“Vamos a pasar al otro lado” le dice ella a él, y después de casarse en una iglesia derruida, van a sentarse enfrente, que “ahora hay mejores vistas”, y le dice mientras esperan pacientemente la muerte juntos.
De esa manera no vemos la muerte, pero vemos lo que ellos vieron al final…
Por eso, Paweł Pawlikowski nos deleita con una historia que no pertenece a ningún lugar.
Es una historia incorpórea, no es comunista, no es occidental, pues no tiene tiempo; pero por desgracia, se sitúa en tierra de nadie y de todos; y en el fondo, después de la vida, está la muerte y, la muerte, une más que la vida; es un “para siempre”
Pero donde destaca el filme, hermoso, es desde el punto de vista técnico:
La cámara y la fotografía del operador, Lukasz Żal, logran mostrar lo bello de unos momentos muy amargos, tristes, y sin esperanza, donde son los personajes, gracias a la gran química que desprende la pareja principal, los que encienden una luz ante tanta oscuridad.
El aspecto de esta película es impresionante, que recuerda deliberadamente a las películas europeas de los años 50 y 60; y Pawlikowski la ha filmado de manera modélica en todos los sentidos, como un verdadero regalo, tan clásica como moderna, en unos tiempos en los que proliferan las probaturas no conseguidas, el 3D y los FXs.
Y aquí se levanta magnífica en su tratamiento del tiempo y las elipsis, en su vertebración de lo político y lo íntimo, en la configuración de los 2 personajes principales, el vaivén en que se convierte su historia de amor, el retrato de una época en sitios tan distintos, como la represiva Polonia y la jazzística París y, especialmente, en su milagroso trabajo de iluminación en blanco y negro.
Se trata de blanco sobre negro, y negro sobre blanco, casi sin gama de grises, de una textura bellísima, y una profundidad de campo que deja sin respiración.
Sin dudas Pawlikowski tiene un ojo propio bien marcado; pues aquí predominan los planos medios a, como mucho, 3 personas por escena, y la simetría con ayuda de espejos.
Luego, la musicalización, con piezas bien elegidas, se fusiona muy bien con la película; y no sólo al momento de la historia, sino que también se ajustan al contexto donde se encuadra la trama; donde se puede escuchar desde el músico clásico polaco, Frédéric Chopin; hasta El Himno Estalinista, con interpretaciones que se dan dentro de las escenas.
Es decir, hay música cuando en la escena se interpreta alguna pieza.
Y dada su realización en escenas sumamente cortas, contando la historia como si fueran pequeños retazos de tela que se van uniendo con la imagen que sigue; la capacidad del director para crear imágenes inolvidables, recrear ambientes, expresar sensaciones con miradas, tonos de voz y pequeños gestos, hacerte vivir la música, desde las canciones populares al jazz, desde el rock a la música clásica; al tiempo que tiene un buen hacer al dirigir actores y actrices, llevando la marca del clasicismo.
Porque también Pawlikowski filma estos cambios históricos a golpe de elipsis:
Primero, vemos cómo se despliega una pancarta de Stalin detrás de un escenario; luego, cómo los pañuelos y las faldas de flores dan paso al uniforme de carácter militar.
Ante tremendo espectáculo, la directora de la compañía de baile, que está entre el público, se levanta y se va...
El gesto, visual, simple y contundente, define perfectamente aquellos tiempos.
Esto sucede en la primera mitad de la película, donde quizás se desarrollan los pasajes más interesantes, cuando las directrices del guión no son tan férreas como en la parte final, que gira en exceso en torno a las idas y venidas de la pareja protagonista.
Y es que el filme tiene bellas escenas, y sobre todo la banda sonora, de gran calidad jazzística, donde destaca el buen hacer de los actores, uno como pianista, Tomasz Kot; y la gran Joanna Kulig como Zula, con una voz muy hermosa, que de ser originales las canciones, tendrían un Oscar asegurado como Mejor Banda Sonora y Mejor Canción.
Sus actuaciones son magistrales:
Kot y Kulig se ponen al servicio de una historia marcada por un contexto sumamente complicado, donde el exilio y el miedo eran monedas corrientes.
Por estas razones, la historia se da en Berlín, lo que fue el territorio de Yugoslavia y París.
Más allá de eso, esta pareja se complementó sumamente bien, y llevan adelante una película que, en otros casos, pudo resultar aburrida.
Kulig no solo aporta su maravillosa fotogenia, sino que realiza un papel increíble.
El momento en que, mientras está bailando una de las danzas folclóricas en uno de los teatros promovidos por el régimen, ve a Wiktor en una de las butacas, es digno de mérito.
Su asombro, su descoordinación con el resto de los bailarines, su creciente nerviosismo, nos demuestra su talento y un gran despliegue emocional que junto a sus miradas a lo largo de todo el film, la convierten en una de las mejores promesas del panorama cinematográfico.
Mientras que Wiktor, al mejor estilo Humphrey Bogart, de ahí algunas similitudes con la película de Michael Curtiz, la oscarizada “Casablanca”, es el sufrido amante que todo el tiempo se encuentra pisando terreno movedizo, tanto política, como sentimentalmente.
Kot presenta la elegancia de Gary Cooper o Gregory Peck; y su capacidad para embrujar a la cámara está a la altura de la de cualquier actor del Hollywood dorado... pero sus actitudes y gestos no tardan en recordarnos a algunos de los nombres clave en el cine moderno.
Y de Kulig, nos recuerda a Monica Vitti y Gena Rowlands.
En la escena más bella, Zula, una cantante polonesa en París, baila en un bar:
Su pelo se alborota, y los destellos rubios brillan bajo las luces del local nocturno.
Emigrada por amor, Zula se suelta, harta quizá de un mundo, el del Oeste, que no es el suyo sino el de su amado.
Su cuerpo pasa entonces de las manos de un hombre a otro, hasta que, finalmente, ella se encarama hasta lo alto de una barra.
Ella espera, quizás, que el movimiento sirva de distensión, que la libere de la pesadumbre emocional.
No es casual que el bar en el que Zula se desfoga al ritmo de la música se llame “L’Eclipse”, título de aquella película de Antonioni con Monica Vitti… y este filme gira en torno a la incomunicación y las distancias afectivas; y como La Vitti, Joanna Kulig, la actriz que interpreta a Zula, encarna a una mujer en crisis.
También como Liv Ullman, con Bergman, que interpretó de manera extraordinaria a esta figura esencial del cine moderno, la de la mujer en crisis, incómoda con su vida, con el romance y con la propia narración; una figura que redefinía también las maneras de filmar el cuerpo de la actriz, justo lo más destacable de la escena en el bar; donde la crisis de Zula corresponde a una herida emocional, pero también a una herida causada por los propios tiempos que le toca vivir:
Desde 1949 hasta mediados de los 60, época en la que el director comprime el romance entre la bailarina y un músico/compositor.
De la producción, no es casual entonces saber que Paweł Pawlikowski y la actriz Joanna Kulig trabajaron en el personaje de Zula con Lauren Bacall en mente.
Y como dato, Joanna Kulig también interpretó el papel de cantante en la película anterior de Paweł Pawlikowski , “Ida” (2013), así como Agata Kulesza que aquí hace de Irena Bielecka; y de hecho, Kulig también sale en “The Woman in The Fifth” (2011)
Sin embargo el tercer protagonista importante no es un personaje, si no la música que acompaña al film constantemente.
Tanto la música popular polaca, con los estándares de Jazz que Wiktor interpreta con su grupo durante su estancia en París, o las canciones interpretadas por Zula, crean una amalgama de sonidos sencillamente deliciosos, y que constituyen uno de los puntos fuerte del film.
En resumidas cuentas, el detalle minuto a minuto, es absolutamente impresionante, desde los trajes de época hasta las ubicaciones en el set, hay una autenticidad ardiente que es innegablemente absorbente.
Sin embargo, el control casi demasiado estricto que da a su película, nos obliga a presenciar rápidamente sus acontecimientos, en lugar de dejarse envolver o conmover por ellos.
Por tanto, el filme adolece un poco en la narrativa, por la forma muy atropellada o brusca de cómo hace avanzar la historia, con un guión que salta años y lugares tantas veces que nunca nos importan los personajes principales y su historia de amor, que es el enfoque principal de la película, y algunos dirían que solo se enfocan, ya que se mantienen los principales cambios políticos que tuvieron lugar durante este período.
¿Acaso se explica la desmesurada histeria de ella cuando vive en París?
Se puede alegar que se siente insegura, que no consigue adaptarse a esa sociedad que le resulta tan ajena, etc.
Son explicaciones plausibles, pero que el film apenas da.
Y tampoco entendemos, por qué no son capaces de vivir juntos…
Cierto, la convivencia, no digo ya placentera sino simplemente pacífica, no siempre acompaña a la pasión.
Pero la película solo muestra el resultado, no sus causas, ni sus vericuetos.
Ni se entiende, por qué esos celos desmelenados de ella cuando están juntos pero que, cuando están a mil kilómetros de distancia, sobrelleva tan estupendamente...
Con todo, no se resiente en lo absoluto, y la hace muy fluida, sin puntos muertos, manteniendo el interés del espectador en la trama y cómo termina… porque:
“El amor no tiene fronteras”
Al final, todo depende de la mirada, de dónde se sitúa la cámara y decide qué se muestra al espectador; así vamos viendo retazos de la vida de los protagonistas, capturados de la forma más natural, elegante y artística posible.
Donde todos los números de jazz en la película fueron arreglados, y las partes de piano, fueron interpretadas por Marcin Masecki.
Pero el trabajo con la banda sonora del cineasta polaco resulta mucho más fascinante en tanto que deviene también un magnífico filme sobre las diferentes formas y significaciones de la música popular en Europa a partir de la segunda mitad del siglo XX, en relación con sus habitantes, sistemas políticos y distintas generaciones.
¿Cómo arranca el filme?
Como una suerte de documental musical en que Wiktor y una colega se dedican a recoger pueblo por pueblo, las canciones de “La Polonia Profunda”
Así, el cineasta nos sitúa en un Régimen Comunista incipiente, que pretende dar valor y categoría a la cultura popular; y los 2 personajes participan en la creación de una academia para jóvenes cantantes y bailarines que representarán la esencia del folclore nacional.
De esa manera, Pawlikowski filma los números oficiales de danzas y coros, otorgándoles la fuerza y dignidad que en otra película podría tener una interpretación de una obra sinfónica, o de un ballet.
La corrupción de los ideales socialistas va pareja a la progresiva apropiación de las músicas del pueblo por parte del Gobierno Comunista a fin de ponerlas al servicio de la propaganda oficial.
Desde el insólito arranque, mostrando los cantos y los exóticos instrumentos musicales de la tradición más remota, hasta, en uno de los desenlaces más hermosos, románticos y trágicos que he visto en el cine, esta película resulta imprevisible, poderosa, lírica, compleja y veraz.
“Czy mnie interesujesz, ponieważ mam talent lub ogólnie?”
(¿Estás interesado en mí, porque tengo un talento o en general?)
Hoy, Polonia tiene una escena musical muy activa, con los géneros del jazz y metal, el cual es muy popular entre la población contemporánea; con músicos de jazz polacos como Krzysztof Komeda, crearon un estilo único, que era el más famoso en los años 60 y 70, y sigue siendo popular hoy en día..
Por su parte, actualmente, la banda Mazowsze se compone de ballet, coro y orquesta sinfónica.
Las melodías provienen de 39 regiones etnográficas de Polonia y de todo el mundo; donde sus figuras conocidas son el coreógrafo Witold Zapała y el tenor Stanisław Jopek, quien falleció el 1 de agosto de 2006, y que era el padre de Anna Maria Jopek.
Después de la muerte de Mira Zimińska-Sygietyńska en 1997, el director de la banda fue Brygida Linartas, quien renunció en 2000; y el 6 de noviembre de 2000, tuvo lugar las celebraciones del 50° aniversario, con Włodzimierz Jakubas como director de la banda en ese momento.
En 2012, el director fue Jacek Kalinowski; y de 2012 a 2015, el director fue Włodzimierz Izban.
Mazowsze es hoy un grupo de 100 artistas, con 8 toneladas de equipaje, 1500 disfraces, y casi 60 años de experiencia; con 2,3 millones de kilómetros recorridos y 17 millones de espectadores; con conciertos en 168 lugares en Polonia, 213 giras internacionales, y más de 6,5 mil conciertos.
Actualmente, el director es Jacek Boniecki.
Así, desde la caída del comunismo, Polonia se ha convertido en un lugar importante para los festivales de música de gran escala, entre los que se encuentran El Festival Open'er, El Festival de Opole y El Festival Internacional de La Canción de Sopot.
Pero todavía se sienten las consecuencias de “La Guerra Fría”

“Dwa serca, cztery oczy
Och, oh, oh, co on płakał przez cały dzień i noc
Och, oh, oh, te czarne oczy, które płaczesz, nie mogą cię znowu zobaczyć”
(Dos corazones, cuatro ojos
Oh, oh, oh, lo que lloró durante todo el día y la noche
Oh, oh, oh, esos ojos negros que lloras no son capaces de verte de nuevo)



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