Kapò

“Una delle sei milioni di storie non raccontate che non dimentichiamo!”

Durante La Segunda Guerra Mundial, en Los Campos de Concentración que establecieron los nazis para mantener prisioneros a los millones de “enemigos” que se llevaron presos, se inventaron un cargo al que denominaron “Kapo”, un término que era también usado para ciertos presos que fueron llamados en alemán, “Funktionshäftling” y eran aquellos que trabajaron dentro de los campos en varias de las posiciones administrativas más bajas.
También llamados “auto-administrador de prisioneros”, con este sistema funcional de prisioneros, se minimizó los costos al permitir que los campos funcionaran con menos personal de Las SS; y en el fondo el sistema fue diseñado para volver “víctima contra víctima”, ya que los funcionarios prisioneros fueron enfrentados contra sus compañeros prisioneros para mantener el favor de sus supervisores de Las SS; por lo que si fueran abandonados, serían devueltos al estado de prisioneros comunes, y estarían sujetos a otros kapos.
No obstante, el origen de la palabra no está claro; y “kapo” podría ser según la Jewish Virtual Library, una contracción del término eufemístico “Kameradschaftspolizei”, algo así como “policía de camaradería”, donde “camaradería” alude tanto al compañerismo entre los presos como a la relación especial del kapo con los administradores del campo.
Bajo la adaptación del italiano, “il capo”, es “la cabeza” o “el capataz”; y según Duden, es la contracción del nombre del rango militar francés “caporal” o “cabo”
Según Robert D. McFadden, ganador de un Premio Pulitzer en 1996, la palabra procede del término “Lagerkapo” que es “Capitán de Campo”
En el caso de que la palabra proviniese del italiano, no sería necesariamente un término de origen militar, sino que probablemente llegase con los obreros migratorios como forma de referirse al capataz; así, kapo es, a pie de obra, un término normal para referirse al oficial de albañil que ejerce funciones de capataz.
Posiblemente así pasó la palabra kapo, ya de forma temprana en El Campo de Concentración de Dachau al lenguaje propio de los deportados, “Lagerszpracha”
Mientras que en El Campo de Concentración de Auschwitz, se usó el término en órdenes en las que se prohíbe explícitamente la participación de los kapos en los grupos de trabajo, los “arbeitskommandos”
Pero para el escritor italiano Primo Levi, superviviente de Auschwitz, el término “kapo” alemán, “deriva directamente del italiano y la pronunciación truncada introducida por los prisioneros franceses, que es preferida en Italia precisamente por su valor diferenciador.
Ellos son el típico producto de la estructura del lager alemán, ofrézcase a algunos individuos en estado de esclavitud una posición privilegiada, cierta comodidad y una buena probabilidad de sobrevivir, exigiéndoles a cambio la traición a la solidaridad natural con sus compañeros, y seguro que habrá quien acepte.
Este será sustraído a la ley común, y se convertirá en intangible; será por ello tanto más odiado cuando mayor poder le haya sido conferido.
Y cuando le sea confiado el mando de una cuadrilla de desgraciados, con derecho de vida y de muerte sobre ellos, será cruel y tiránico, porque entenderá que si no lo fuese bastante, otro, considerado más idóneo, ocuparía su puesto, y le sucederá; además que su capacidad de odiar, que se mantenía viva en dirección a sus opresores, se volverá, irracionalmente, contra los oprimidos, y él se sentirá satisfecho cuando haya descargado en sus subordinados la ofensa recibida de los de arriba”
De ahí que asumieran con celo y, a menudo, con saña la labor de carceleros de sus propios compañeros, una labor que les confería la idea de que para ellos existía mayor posibilidad de sobrevivir el día a día, pues el mañana se había borrado del pensamiento, sin experimentar la falta de alimentos, el frío invernal y las inhumanas condiciones de trabajo sufridas por el resto de los condenados a la esclavitud, al desfallecimiento, a las enfermedades y a la muerte.
Y es que en la ideología racial del Nacional Socialismo, algunas razas eran “superiores” y otros “inferiores”; del mismo modo, Las SS a veces tenían criterios raciales para los funcionarios prisioneros, y a veces se tenía que ser racialmente “superior” para ser funcionario.
Así, la categoría de grupo, también fue a veces un factor.
El conocimiento de lenguas extranjeras también era ventajoso, particularmente a medida que aumentaba la población internacional de los campos, se prefería un cierto nivel de educación.
Por lo que un funcionario prisionero ansioso, podría tener una “carrera” en el campo como favorito de Las SS, y ser promovido de Kapo a Oberkapo, y eventualmente a Lagerältester; pero también podría correr con la misma facilidad de Las SS, y ser enviado a las cámaras de gas.
Normalmente, los kapos no realizaban trabajos manuales, sino que ejercían funciones de supervisión:
Se les asignaban capataces, y gozaban de privilegios relativos en comparación con los demás presos, como mejor alimentación y mejores condiciones laborales; lo cual aumentaba sus posibilidades de supervivencia.
De ahí que esos “funcionarios de prisioneros” se salvaron del abuso físico y el trabajo duro, siempre que cumplieran con sus deberes a satisfacción de los funcionarios de Las SS; y por ello tenían acceso a ciertos privilegios, como ropa civil y una habitación privada.
Por otra parte, la decisión de Las SS de escoger a uno u otro prisionero como Kapo, era táctica, y su objetivo era que las órdenes se transmitieran de la forma más fluida posible, y se impusiesen sin escrúpulos; al tiempo que los nazis pudieron mantener muy baja la cantidad de personal remunerado que tenía contacto directo con los prisioneros, en comparación con las cárceles normales de hoy; por lo que, sin los prisioneros funcionarios, los administraciones de los campos de Las SS no habrían podido mantener las operaciones diarias de los campos funcionando sin problemas.
De hecho, los kapos a menudo hacían este trabajo por comida extra, cigarrillos, alcohol u otros privilegios; y fueron por ejemplo, criminales profesionales, antiguos integrantes de La SA, o presos políticos.
Tales criminales convictos, eran conocidos por su brutalidad hacia otros prisioneros; y esta brutalidad fue tolerada por Las SS, siendo una parte integral del sistema de campos.
Identificados por triángulos verdes, los kapos de Berufsverbrecher fueron llamados “delincuentes profesionales” por otros presos, y eran conocidos por su brutalidad y falta de escrúpulos; tanto que fueron seleccionados por Las SS debido a esas cualidades; y según los ex prisioneros, los funcionarios criminales eran más propensos a ayudar a Las SS que los funcionarios políticos, que eran más propensos a ayudar a otros prisioneros.
En El Campo de Ravensbrück, Las SS elegían al principio con frecuencia a presas clasificadas como “antisociales” o “criminales” para ser “Funktionshäftlinge”
Sin embargo, a partir de 1941, se comenzó a elegir a presas políticas para sacar provecho de su eficiencia y disciplina; y en algunos campos se instauró un “servicio de orden judío” o “Jüdischer Ordnungsdienst” que era el heredero de “la policía judía de los guetos”
Así las cosas, el cambio de la estructura de administración de un campo, solía conllevar el cambio de la estructura de los kapos.
Las reglas draconianas del campamento, la constante amenaza de palizas, humillación, castigo y la práctica de castigar a grupos enteros por las acciones de un prisionero, fueron tormentos psicológicos y físicos además del hambre, y el agotamiento físico del trabajo agotador.
Los guardias de prisioneros, fueron utilizados para empujar a otros internos a trabajar más duro, ahorrando la necesidad de supervisión SS pagada; y muchos kapos se sintieron atrapados en el medio, siendo víctimas y perpetradores.
Muchos funcionarios de prisioneros, principalmente de las filas de los “verdes” o prisioneros criminales, podrían ser bastante despiadados para justificar sus privilegios, especialmente cuando un hombre de Las SS estaba cerca.
Esta situación fue creada intencionalmente, como se revela en un discurso de Heinrich Himmler .
“En el momento en que se convierte en un Kapo, ya no duerme con ellos.
Se le hace responsable del desempeño del trabajo, de que estén limpios, de que las camas estén bien construidas.
Entonces, debe conducir a sus hombres.
En el momento en que nos sentimos insatisfechos con él, ya no es Kapo, vuelve a acostarse con sus hombres.
Y él sabe que será golpeado hasta la muerte por ellos la primera noche”
Aunque los kapos, generalmente tenían una mala reputación, y muchos sufrieron culpa por sus acciones, tanto en el momento como después de la guerra; no obstante, algunos mantuvieron una cierta integridad moral, y desempeñaron labores que mejoraron notablemente la vida en los campos, llegando a ser respetados por el conjunto de los presos.
Walter Krämer, por ejemplo, fue kapo de la enfermería del Campo de Buchenwald, y declarado en 1999, “justo entre Las Naciones”
La figura del Kapo se ha descrito en muchos libros y películas; sin embargo, hay una que demuestra ese cambio de inocencia a verdugo, con expiación y tragedia sin futuro.
“Devi vivere e abbastanza”
Kapò es un drama bélico italiano, del año 1960, dirigido por Gillo Pontecorvo.
Protagonizado por Susan Strasberg, Laurent Terzieff, Emmanuelle Riva, Didi Perego, Gianni Garko, Semka Sokolovic-Bertok, Paola Pitagora, Graziella Galvani, Mira Dinulovic, entre otros.
El guión es de Franco Solinas y Gillo Pontecorvo; y es la película favorita del director; una historia del descenso al Infierno, y el surgimiento de una niña joven e ingenua, que como víctima es transformada por la crueldad deshumanizadora nazi, primero en verdugo, y finalmente en mártir por amor.
Es una excelente película, en blanco y negro; una obra de arte cinematográfica, tremenda, cruda, convincente, trágica y repugnante; todo un testimonio de lo que somos los seres humanos, o en qué nos podemos convertir cuando nos vemos inmersos en una situación límite de sufrimiento, de humillación, de deshumanización, por lo que Kapò define a la perfección el cine de su autor, siempre comprometido políticamente
Esta fue una coproducción ítalo-francesa, filmada en Yugoslavia; y lejos de las pretensiones con las que otros directores todavía hoy nos ofrecen películas sobre este tema de gran repercusión, con un argumento comercial más allá de aportar valor añadido sobre lo ya contado; Pontecorvo nos presenta este drama sobre El Holocausto, con un estilo y argumento diferencial, donde la narración tiene un toque documental, muy descriptivo a través de las imágenes, y de una muy buena fotografía; pero lo que más valoro de esta película, es la “foto” sobre el terreno, la muestra de la supervivencia y la humanización interna en Los Campos de Concentración, eso la llevó a ser nominada al Premio Oscar en la categoría de mejor película de habla no inglesa.
La acción sigue a Edith (Susan Strasberg), de 14 años, cuando en plena Segunda Guerra Mundial, sus padres judíos son enviados a un Campo de Concentración, donde estos últimos son asesinados.
En Auschwitz, Sofía (Didi Perego), una presa política, y un amable médico del campo, salvan a Edith de un destino similar, al brindarle una nueva identidad no judía:
La de la recientemente fallecida, Nichole Niepas.
Mientras pasa el tiempo, Edith se endurece con la vida brutal.
Primero, vende su cuerpo a un guardia alemán a cambio de alimentos; luego traba amistad con otro guardia, Karl (Gianni Garko)
Esa confraternización la ayuda a convertirse en una kapo, “prisioneros a cargo de otros”; y así Edith prospera, mientras que la idealista Sofía se vuelve cada vez más débil...
Cuando Edith se enamora de Sascha (Laurent Terzieff), un prisionero de guerra ruso, está convencida para desempeñar un papel crucial en una fuga masiva al cortar la corriente eléctrica; y redimir toda su maldad; pero la mayoría de los fugitivos son asesinados, y aunque algunos logran escapar, Edith no es uno de ellos.
Mientras muere, le dice a su amigo guardia nazi que le disparó:
“Nos arruinaron, Karl, nos arruinaron a ambos”; y muere cantando la oración “Shemá Yisrael”, afirmando su identidad judía oculta durante tantos años.
Esta extraordinaria y desconocidísima película de uno de los pioneros del cine político, se beneficia de un estupendo guión, unas creíbles interpretaciones y de una notable ambientación que transmite eficazmente la dureza de los campos.
Todo ello, bien amalgamado por el director, da como resultado una película directa, dura y desesperanzada; tema éste fácilmente extrapolable a otros ámbitos de la sociedad, como el mundo empresarial y el evidentemente carcelario; habla claro de la condición humana, sus sutilezas y recovecos; donde se cambian las formas pero no el fondo; por lo que Kapò es sensible y no sensiblera, dura pero no violenta, un cine en mayúsculas.
“Dovrebbero esserci amore e felicità per tutti, ma uno è destinato a uccidere e odiare”
Avivado por su origen hebrero y una pronunciada ideología antifascista, el director Gillo Pontecorvo exploró los límites de la supervivencia humana a través de la desesperada e indigna mutación de una joven judía parisina en Kapò; la cual define a la perfección su cine; un cine de compromiso militante, de mirar a la realidad cara a cara y sin esconder las preferencias ideológicas, pero sin dejar de lado un interés notable por alcanzar las grandes plateas, incluso al precio de contradecir a los sectores más puristas del cine internacional de los tiempos en que el italiano era uno de los grandes del cine de denuncia, la década de los años 60.
Claramente izquierdista, Pontecorvo se adentraba en los recovecos de la desgracia fascista, no dejando indiferente absolutamente a nadie.
La idea de la película nació, conjuntamente, entre Gillo Pontecorvo y Franco Solinas, después de la lectura de “Se questo è un uomo” (1947) de Primo Levi, un relato escrito entre diciembre de 1945 y enero de 1947, en el que se cuenta la experiencia cotidiana propia del autor, de ascendencia judía, durante su cautiverio en El Campo de Concentración de Auschwitz, durante La Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, la escritura del guión no se realizó sin contrastes y, además de probar una amistad de larga data, consolidada por la caza y la pesca comunes, se arriesgó a comprometer el proyecto desde sus inicios.
El primer nudo de discordia fue la propuesta de Solinas, de presentar una historia de amor entre el protagonista y un prisionero...
La negativa decisiva del director, con los mismos argumentos utilizados más tarde en algunas críticas negativas absurdas de la película, condujo a una disputa con insultos relativos entre los 2 y el abandono, sin siquiera decir adiós, a la retirada de Villetta Barrea, donde los 2 estaban trabajando.
Fue solo la intervención del productor Franco Cristaldi para reconstruir la asociación, y comenzar la realización; aunque incluso al final no hubo acuerdo.
En comparación con el sacrificio final de la protagonista, Pontecorvo hubiera preferido que Edith, después de la liberación, expiara en la soledad y en el remordimiento, la opción de sobrevivir a los torturadores.
Por otra parte, por razones de coproducción internacional, el yugoslavo Aleksandar Sekulovic se impuso como director de fotografía , pero la convivencia entre él y el director no fue fácil.
La fotografía “pulida a lo Hollywood”, el uso sistemático de la luz de fondo de Sekulovic, no se reconcilió con la demanda de una materia prima, “da cinegiornale”, para historizar la narrativa; por lo que mucho mayor fue la armonía con los operadores de la segunda unidad, que incluía a futuros grandes directores de fotografía como Carlo Di Palma y Marcello Gatti.
Fue a este último que, para obtener una fotografía más granular y menos elegante, más tarde fue asignado a Cinecittà, el “contramodelo”, un procedimiento a través del cual, a partir del positivo de la toma, se obtiene un nuevo negativo de algunas escenas; y para evitar contrastes excesivos, la operación, facilitada por las características de “suavidad” extrema de la película utilizada, la DuPont C4, se limitó a unas pocas secuencias, bajo la supervisión de la impresora Enzo Verzini.
Poco después, Gatti habría puesto esa experiencia en uso como director de fotografía para Nanni Loy en “Le quattro giornate di Napoli” (1962) y sobre todo en “La Battaglia di Algeri” (1966) del propio Pontecorvo, en el que se desarrolló aún más “el proceso de contragolpe”
Aquí, Pontecorvo pone sobre la mesa cuestiones que aún no se habían planteado en el cine que trató el tema del Holocausto judío y Los Campos de Concentración.
Por un lado, Kapò está ambientada en un campo de mujeres, y sólo en el tramo final del film hay personajes masculinos, uno de ellos para provocar una muy bien insertada historia de amor, pequeño drama personal de la protagonista, que sirve como contrapunto al drama general; y por otro, el cargo del título, dado a prisioneras que actuaban de jefas de grupo frente a los nazis.
Así pues, el colaboracionismo judío, más nombrar al Ejército Ruso liberando prisioneros de Los Campos de Concentración, algo que pocas veces se ha mostrado en el cine, una de esas verdades calladas para apoyar la falacia de que fueron los estadounidenses quienes ganaron La Segunda Guerra Mundial; Pontecorvo se acercó a esta realidad, primero y fugazmente a la vivida en Auschwitz, donde comprendemos que los prisioneros comunes son tratados por Las SS mejor que los presos políticos, y estos mejor que los judíos.
Así, la primera imagen de la joven Edith, nos descubre a una niña de 14 años que recibe su lección de piano sin ser consciente del peligro que aguarda a su regreso al hogar.
En ese instante descubrimos la inocencia que poco después desaparecerá para siempre.
Aunque ella todavía lo ignora cuando el tren que los transporta se detiene en la nocturnidad del campo donde la separan de sus padres, y la seleccionan por su juventud a morir al amanecer; solo quiere huir, y su afán de sobrevivir la impulsa a ello, consciente de que a la mañana siguiente van a gasearla.
Por descuido o porque se trata de niños que desconocen su realidad inmediata, la puerta del recinto donde ha sido hacinada junto a otros muchos permanece abierta; siendo esa su oportunidad para escapar, y no la desaprovecha.
Así se escabulle entre las sombras nocturnas, pero ¿adónde ir?
En su rostro se lee el miedo, porque es miedo lo único que en ese instante existe en ella, incluso cuando Sofía, una de las presas, la rescata y la conduce hasta el doctor y prisionero que le proporciona su nueva identidad; donde éste le dice:
“Tienes que vivir y basta”; y la exhorta al tiempo que le insiste que desde ese momento ya no es Edith, sino Nicole Niepas, ni judía, sino una ladrona común que será trasladada al campo de trabajo donde escapará a la muerte, porque aprende a sobrevivir, ya sea matando su inocencia, o a costa del resto de las reclusas.
Allí es donde pierde parte de su humanidad por un trozo de pan, por huir de los malos tratos, y conseguir uno menos cruel del sufrido hasta entonces.
De esa manera, protegida por la kapo de su sección, Nicole se convierte en otra de las guardianas prisioneras de sus compañeras, guardias que no muestran sentimientos compasivos, porque han decidido “sobrevivir y basta”
La historia escrita por Franco Solinas y Gillo Pontecorvo, se centra en la joven Edith, la única hebrea en un campo de trabajo donde también se producen las temidas selecciones, la deshumanización de las reclusas y la pérdida de la solidaridad, lujo de espacios y tiempos racionales, que no tiene cabida en el lager, donde la irracionalidad y el instinto de supervivencia se imponen.
Y tal como escribió Dostoievski en “Memorias de la casa de los muertos”, acerca de su encierro en un campo de prisioneros en la Rusia zarista:
“El hombre es un animal que se acostumbra a todo”; y Edith/Nicole se acostumbra a no sentir, a no mostrarse débil, a someter para no ser sometida, y a entregarse a sus captores por la promesa de comida.
Y solo la presencia de un gato, al que llama “Fausto”, nombre para nada casual; y la llegada de Sascha, avanzado el metraje de Kapo, permiten vislumbrar a la muchacha que había sido al inicio, o aquella parte de su condición humana que ha perdido al transformarse en la inhumanidad que le ha permitido sobrevivir a alto precio, quizás por ello resulta melodramática en exceso su redención por amor, una redención que nos descubre circunstancias ajenas a la muchacha, aquellas que afectan a los prisioneros que, para sobrevivir, sacrifican a la joven sin miramientos.
Es un final que devuelve a la adolescente a la luz, aunque también se trata de un final que nos confirma la imposibilidad que anteriormente habíamos descubierto en Terese (Emmanuelle Riva), y que ahora se reafirma en el grito de Sascha al final del metraje.
La primera parte de la película es más descriptiva y cruda, porque contiene algunas escenas de prisioneros, siendo conducidos hacia las cámaras de gas, transportados en trenes o intentando mejorar su aspecto antes de una selección médica, que lo dejan bien claro; siendo esas escenas, una de las primeras en abordar sin tapujos el tema del Holocausto judío, cuando sólo habían transcurrido 15 años desde el final de La Segunda Guerra Mundial; lo que la hace una de las películas más realistas en su recreación; y por ello, el interés del filme radica en ser uno de los primeros que abordó abiertamente el horror de Los Campos de Concentración, mostrando particularmente la situación de las mujeres, y en que analiza con gran crudeza la adaptación psicológica de la joven Edith a una realidad terrible.
La película es también una reflexión acerca del colaboracionismo y de las circunstancias que conducen al mismo, en este caso, la mera supervivencia y la terrible convicción de que ésta prevalece sobre la dignidad.
Edith, capturada siendo apenas una niña, separada de unos padres cuyo destino son las cámaras de gas, no espera nada de la vida futura, no tiene un lugar al que volver, y su única meta es sobrevivir, cueste lo que cueste; en este sentido es interesante el paralelismo que muestra respecto a Karl, un joven de Las SS que sólo cree en la patria y en el deber ligado a ella.
A partir de su vida como Kapo, llega la segunda parte del filme, cuando ella se convierte en lo que comúnmente podemos llamar “trepa” o “traidor”; una profesión que, con el paso del tiempo, sigue aspirando a la perfección y que, en el caso de la protagonista, responde a un miedo atroz a ser descubierta su condición de judía, debido a que suplanta la personalidad de una fallecida en el campo, y queda bien reflejado en la interpretación de Strasberg; que refleja a la perfección un cambio de actitud y ánimo en un personaje abocado al sufrimiento.
Pero Pontecorvo lo señala además, y en contraste con otros personajes del relato.
Uno de ellos es precisamente Terese, el rol encarnado por Emmanuelle Riva, mostrándose en los primeros compases como la que ayuda a Edith a adaptarse a su nueva situación, concluyendo en la derrota más absoluta en la famosa secuencia de la alambrada electrificada.
Como también ensalza, lo justo, la historia de amor entre Edith y Sascha, un soldado ruso; y el destino de la protagonista virará terriblemente en las secuencias finales, en una masacre que Pontecorvo filma con nervio y sin efectismos, sin ningún tipo de gloria.
Con una gran carga irónica, la del soldado alemán amigo de Edith, disparándole.
Y es que desde que aparecen los trabajadores rusos en El Campo de Concentración femenino, la película adquiere un incómodo carácter retórico, manido, facilón, que bruscamente contrasta con la sobrecogedora desnudez con que Pontecorvo describe el proceso de abyección que sufre el alma de Edith; y eso fue muy criticado; tanto que se me antoja que ese enamoramiento que viven Edith y Sascha, es claramente imposible de acuerdo con la lógica deshumanizadora que se instaura como pavorosa mecánica en la primera parte; tanto que honestamente no creo que sea posible amar, cuando la máxima preocupación debe ser quitarle media patata a tu compañero de barracón...
No me lo creo; pero parece que Pontecorvo es incapaz de evitar caer en el melodrama, en la imposibilidad del amor desde la experiencia de ese sentimiento, en lugar de hablar de la imposibilidad del amor desde la propia imposibilidad de experimentar ese sentimiento.
Algo que creo que calza más con la atmósfera de un Campo de Concentración; y por ahí se me cae un poco esta Kapo convertida en un magnífico ejemplo de, cómo el sentimentalismo, esa enfermedad tan burguesa, puede arruinar una buena historia.
Porque supongo que uno puede dormir mejor pensando que la belleza es posible hasta el mismísimo Infierno, pero tiene pinta de que no.
Por otra parte, el productor Franco Cristaldi ganó la presencia en la película de 2 actores de renombre internacional:
Emmanuelle Riva, tras un veterano del éxito con “Hiroshima mon amour” (1959); y Laurent Terzieff, de quien el director recuerda la actitud que es todo menos una participación “divista”, activa y competente; y para el procesamiento, la disposición a asumir también tareas como asistente de dirección, por ejemplo, instruyendo y organizando los extras.
Aunque defendido por el productor, para quien su propio nombre debería haber sido una garantía, la elección de Susan Strasberg, hija del director de Actors Studio, Lee Strasberg, para el papel del protagonista fue más controvertida:
Susan se merece un elogio especial; además de ser muy bella, esta actriz neoyorkina que no llegó por muy poco a conocer el siglo XXI, era una estupenda intérprete de obras dramáticas; y su rostro era de una seducción impresionante, tanto que en esta película, que quizás sea la mejor de toda su carrera, realizó una actuación que queda relevantemente para la historia.
Ella era pequeña y delgada, pero enamoraba por su enorme carisma, tanto haciendo de digna, como de indigna o de indignada…
Y su transformación de víctima conmocionada por el proyectil a sobreviviente cínico, es absolutamente apasionante; tanto que la tensión en la película aumenta a un nivel casi insoportable cuando ella aparece; y el final simplemente te deja levantando la mandíbula del piso, sin olvidar que ella tiene una de las mejores escenas:
Cuando entra en el barracón con el gato negro, “Fausto”, como símbolo de brujería y maldad con el collar que dice “Quien lo toque, se muere”
Sin olvidar otras escenas en general, como la escena de la anciana rusa que abraza a Sacha, en una clara personificación nacional de Rusia; o el destino insoportable y la pérdida de la esperanza en el suicidio de Terese, o la obligación de Sascha para estar de pie frente a la valla electrificada o morir, durante toda una noche hasta el amanecer.
Pero volviendo a Susan, Pontecorvo cuenta sus perplejidades, vinculadas a la presencia física de la actriz, que fueron ganadas por la melancolía y la fuerza comunicativa de su mirada, solo después de haberla conocido personalmente; y cabe señalar que durante el rodaje de la escena en la que el protagonista, desde la ventana de la enfermería, ve a los padres desnudos obligados a marchar hacia las cámaras de gas, incluso con una bofetada del director de ayuda Giuliano Montaldo, tuvieron éxito para hacerla llorar... logrando un efecto que traspasa la pantalla, a duras penas.
Mientras que la segunda factura le pertenece a Laurent Terzieff, que curiosamente solo aparece en la pantalla después de 59 minutos de metraje.
¿Qué se le puede achacar a esta obra maestra?
Pontecorvo ha replegado su película con todo tipo de clichés que se derraman lágrimas y ha confiado la degradación y regeneración de su heroína a una actriz tristemente inepta.
El resultado es un melodrama sobrecalentado, que perjudica gravemente la magnitud de su tema, aunque los horrores de los campos se retratan de manera realista; tanto que la película fue juzgada de diversas maneras por los críticos de cine, e inicialmente recibió una fuerte crítica de Jacques Rivette, un crítico y cineasta francés, que describió el progreso del suicidio de Emmanuelle Riva arrojándose a los cables eléctricos, acusando al director de “haber querido de esta forma, ensalzar que la muerte puede ser espectacular”
Por ello Gillo Pontecorvo se ganó “el profundo desprecio” de Rivette; no obstante, el director se defendió al referirse al lado superior derecho del marco, en el cual, detrás de Terese, los otros internos continúan marchando; el objeto de su atención no habría sido, por tanto, el suicidio, sino la indiferencia, la adicción a la muerte de los compañeros.
La opinión de una parte de los críticos italianos fue diferente:
“Se observó cómo las historias de este tipo, por ahora, se han cansado un poco, pero debemos reconocer honestamente a Gillo Pontecorvo, director de la película, quien esta vez, a pesar del marco demasiado habitual de la guerra y de los reticulados, su drama se mueve y se enfría casi desde el principio hasta el final con una fuerza, un rigor, una tensión trágica de nivel muy noble... la historia se impone porque su desgarradora atmósfera de atrocidades, recordó con dureza lívida, para aquellos siniestros personajes... y sobre todo, por esa dolorosa investigación humana que, sin controversia externa, se limita a declarar la abyección que una criatura humana puede alcanzar debido al terror, y por ello escribe contra este terror una de las páginas más lúcidas y despiadadas que el cine italiano nos ha ofrecido recientemente”
Sin embargo, la crítica de Rivette se cernió sobre Pontecorvo hasta el día de su muerte; siendo condenado injustamente al ostracismo, casi maldecido, por una sola toma, solo una.
¡Absurdo!
Por el contrario, la historia de amor que Edith tiene con Sascha, el prisionero ruso, no me parece una concesión sentimental, sino un necesario giro para la historia:
Edith parece haber encontrado una razón a la que agarrarse de cara al futuro, un motivo, en suma, por el que merece la pena arriesgar lo conseguido, esto es, la supervivencia.
Finalmente, Edith enfrentará su destino, pero lo hará con la amargura extrema de quien se cree engañado, y tiene por ello la terrible certidumbre de que nada le queda más allá de la alambrada.
Por último, no olvidar la extraordinaria banda sonora de Carlo Rustichelli, tan emotiva como tensa; que como es usual, el propio director ayudó a crear.
“Tua madre non mi piacerà, non sono una brava ragazza, e il mio nome non è Nicole, sono ebreo”
Sobre el destinos de los kapos, se supo que durante Los Juicios de Stutthof en Gdansk, Polonia, que tuvieron lugar en 1946 y 1947 para el enjuiciamiento del personal del Campo de Concentración de Stutthof , 5 kapos fueron condenados a muerte, con extrema brutalidad citada; por lo que 4 de ellos fueron ejecutados el 4 de julio de 1946, y uno el 10 de octubre de 1947.
Otro kapo fue sentenciado a 3 años de prisión, y uno fue absuelto y liberado el 29 de noviembre de 1947.
La Ley de castigo israelí a los nazis y colaboradores de 1950, la más famosa fue para procesar a Adolf Eichmann en 1961, e Ivan Demjanjuk en 1986, cuando se introdujo originalmente con el objetivo principal de enjuiciar a los colaboradores judíos con los nazis.
Entre 1951 y 1964, se llevaron a cabo aproximadamente 40 juicios, en su mayoría de personas que supuestamente habían sido kapos; y se sabe que 15 resultaron en condenas, pero solo hay detalles aproximados desde que los registros fueron sellados en 1995, por un período de 70 años a partir de la fecha del juicio.
¿Por qué?
Se supo que 1 persona fue condenada por crímenes contra la humanidad, que conllevaba una pena de muerte obligatoria, pero la sentencia fue conmutada por encarcelamiento.
Un pequeño número de kapos fueron procesados en Alemania Oriental y Occidental; y en un caso bien publicitado de 1968, 2 kapos de Auschwitz fueron juzgados en Frankfurt; siendo acusados de 189 asesinatos y asaltos múltiples, declarados culpables de varios asesinatos, y condenados a cadena perpetua.
El término “kapo” se usa como insulto en el siglo XXI; y la obra maestra de Gillo Pontecorvo nos deja un mensaje para recordar:
Hay algo que no pueden quitarnos si nos aferramos a ello, y es nuestra dignidad.

“Ci hanno fregato, Karl, ci hanno fregati entrambi”



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