I Want To Live!

“You are about to see a factual story.
It is based on articles I wrote, other newspapers and magazine articles, court records, legal and private correspondence, investigative reports, personal interviews and the letters of Barbara Graham”

Vivir está tan enraizado en nuestro ser que no puede depender de las circunstancias del momento, de nuestras dichas o desdichas, de nuestro estado de ánimo y ni tan siquiera de nuestra salud, porque todo forma parte de ella y es lo que la hace real y única.
Yo no puedo desertar de ser y consecuentemente de vivir.
Si no hay amor, la vida está vacía.
Se vive desde la entrega y en el compromiso de cada instante.
Desde ese servir para servir que da contenido a nuestra existencia y que nos permite descubrir la perla fina que hay en cada gota de rocío y la mina de oro que se esconde en cada sonrisa.
Vivir es una búsqueda permanente de la verdad liberadora y sólo se logra cuando no nos escondemos de nosotros mismos y aceptamos nuestra propia realidad; la mejor que tengo, la única que me puede hacer feliz.
Nuestra gran enemiga no es la muerte, sino la soledad, el mayor de todos los infiernos.
Una vida tiene mucho de personal, pero es incompleta sin los demás, sin el otro.
Incluso diría que decepcionante porque no somos seres aislados.
Pensemos, ahora, en cuantos son privados de este don sin que puedan hacer nada por evitarlo, sobre todo en momentos de indefensión porque no les dejamos nacer o porque, desde una falsa piedad, les arrastramos a un final anticipado.
Los que somos incapaces de dar el amor y de tener el valor que nos están demandando cuantos sufren en y desde la soledad.
El que tengo a mi lado.
Niña no deseada y hasta odiada por su madre soltera llamada Hortense; fruto de un hogar miserable y roto, de reformatorio en reformatorio, Barbara Graham, ya joven fue alegre y explosiva, con un gusto desmedido por la vida regalada:
Bonitos trajes, hombres guapos y fiestas interminables llenan una "agenda" cuya cobertura económica requiere el recurso constante a la pillería y, llegado el caso, la delincuencia menor.
Estafas, cheques sin fondos, fruslerías y visitas a hoteles enrejados.
Deviene en drogadicta y convicta de perjurio.
No obstante, y tras una fachada de insolencia y descaro, Barbara Graham alberga, en su fondo, un íntimo deseo, llevar una vida sosegada y hogareña:
Encontrar a un hombre bueno que la retire del desenfreno continuo y fundar una familia tranquila y feliz.
Vagó por Oakland, San Diego, Reno, San Francisco, Los Angeles, parecía que sus deseos podrían ser realidad.
Babs se casa por tercera vez, tiene un hijo, Henry, pero las cosas empiezan a torcerse; su marido, adicto a las apuestas y drogas, arruina su economía doméstica cada vez más precaria, y, pese a la presencia del pequeño Henry, ella decide volver a las andadas, con una banda de delincuentes habituales, dando cobertura a sus variados golpes y obteniendo pocos ingresos.
Los acontecimientos toman un cariz funesto cuando del último golpe resulta el asesinato de la anciana Mabel Monahan.
Aunque Barbara Graham piensa que, una vez más, saldrá bien librada de su encuentro con la justicia, su altanería y despreocupación, unida a la hostilidad interesada de una prensa ávida de morbo, terminará por llevarla a la tragedia.
Algunos miembros de la banda fueron arrestados y su presunto cómplice John True llegó a un acuerdo para convertirse en un testigo del Estado a cambio de inmunidad judicial.
En el tribunal, testificó contra Graham, que continuamente protestó y alegó su inocencia; dañó a su defensa cuando se demostró que le ofreció a otra reclusa 25.000 dólares para contratar a un amigo con el fin de proporcionar una coartada.
Esa presa trabajaba para un policía para reducir su sentencia por homicidio vehicular.
El funcionario ofreció a posar como el "novio" de Graham la noche del asesinato, si admitía que lo que estaba realmente en la escena del crimen.
El oficial grabó la conversación.
Este intento de soborno, su perjurio y la confesión de que estaba en el lugar, destruyó su credibilidad en el tribunal.
Cuando se le preguntó por sus dichos en el juicio, dijo:
"Oh, ¿alguna vez has estado tan desesperada?
¿Sabes lo que significa no saber qué hacer?"
Graham, 30 años, Santo, 54 años y Perkins, 47 años (coautores) fueron condenados a muerte.
Graham apeló mientras permanecía en prisión, perdió y fue trasladada a la espera de ejecución en la prisión estatal de San Quintín, en la cámara de gas, a las 11.28/11.42 hrs del 3 de junio de 1955.
La cámara de gas fue uno de los métodos de exterminio nazi de uso más común en las matanzas masivas.
Englobado en la llamada solución final, se desarrolló en los campos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial.
También ha sido un método de ejecución de criminales en algunos países que las usan como "pena capital", como en Estados Unidos para ejecutar a condenados, especialmente convictos de asesinato.
Cinco Estados (Wyoming, California, Maryland, Missouri, Arizona) mantienen técnicamente este método, pero todos alientan la inyección letal como alternativa.
La primera ejecución con cámara de gas tuvo lugar en California (1937), siendo el primer estado de los Estados Unidos que adoptó este sistema de aplicar la pena de muerte para sustituir a la horca y a la silla eléctrica.
El primer lugar donde se instaló fue la prisión de San Quintín.
La última ejecución en cámara de gas se llevó a cabo en Arizona en 1999.
El procedimiento consiste en que el condenado es amarrado a una silla dentro de una cámara hermética; se le ata al pecho un estetoscopio conectado a unos auriculares en la vecina sala de testigos para que un médico pueda controlar el desarrollo de la ejecución.
Se libera gas cianuro en la cámara, envenenando al preso cuando éste respira.
La muerte se produce por la asfixia debida a la inhibición por el cianuro de los enzimas respiratorio que transfiere el oxígeno desde la sangre a las demás células del organismo.
Aunque puede producirse la inconsciencia rápidamente, el procedimiento tarda más si el preso intenta prolongar su vida, reteniendo la respiración o respirando lentamente.
Como en otros métodos de ejecución, los órganos vitales pueden seguir funcionando durante algún tiempo, esté o no inconsciente el condenado.
Otra técnica consiste debajo y junto a la silla hay un dispositivo para la producción del gas letal.
En un pequeño armario, una caja de estaño contiene ácido sulfúrico y otro cianuro potásico.
El encargado de la ejecución llena un recipiente con 86 onzas del ácido sulfúrico y toma 17 onzas de cianuro en pastillas o bolas de forma aovada que envuelve cuidadosamente en una bolsa de tela.
El ácido sulfúrico discurre por unos tubos situados bajo la silla.
Desde fuera de la cámara, por medio de unos brazos mecánicos similares a los empleados en los Laboratorios donde se manejan substancias radioactivas, se coloca el cianuro sobre el ácido, bajo la silla.
El reo penetra en la cámara con su escolta.
Se le sujeta a la silla y se le cubre la cabeza y la cara con una especie de máscara parecida a las antigás, pero esta está preparada para que le lleguen los gases letales más intensamente.
Se fija un estetoscopio "long distance" sobre el hemitórax izquierdo del reo.
En 10 a 20 segundos el gas adquiere su máxima concentración.
Tras unas breves contorsiones, el reo pierde el conocimiento, la cabeza cae de lado y se produce la muerte.
El médico de la prisión está al otro extremo a la escucha para determinar el momento de la muerte.
Salen los ayudantes y se cierra herméticamente la puerta de la cámara en presencia del Alcaide de la prisión y los testigos.
Sobre la ejecución de “Bonnie” así se le llamó a Barbara Graham, dijo una de sus amigas en su funeral, fue siempre tan sola y mezclada.
Nadie la amaba, ni su propia madre a quien nunca le importó nada de ella, pero que siempre la molestaba mucho, no podía entender por qué su madre no podía darle ni siquiera su amor.
La vida de Barbara Graham, su proceso judicial, la investigación policíaca, la acusación del fiscal, el papel de la defensa, las decisiones del Jurado popular que la condenó, la de la Corte de Apelaciones que la confirmó y la de la Corte suprema de EEUU que le negó el amparo, hasta su ejecución en la nazi cámara de gas, han sido materia de libros, ensayos periodísticos.
“Life's a funny thing”
I Want To Live! es una película estadounidense de 1958, dramática del género cine negro, dirigida por Robert Wise.
Protagonizada por Susan Hayward, Simon Oakland, Virginia Vincent, Theodore Bikel, Wesley Lau, John Marley, Gavin MacLeod, Dabbs Greer, entre otros.
El guión es de Nelson Gidding y Don Mankiewicz, basado en los artículos escritos por el periodista Ed Montgomery, y a su vez basados en las cartas escritas por Barbara Graham, convicta y condenada a muerte por homicidio.
El reportero Gene Blake, del periódico Los Angeles Daily Mirror que cubrió el juicio, dijo que I Want To Live! es una dramática y elocuente pieza de propaganda por la abolición de la pena de muerte
Es un duro alegato por el que dieron el Óscar a la protagonista Susan Hayward de 6 nominaciones en total.
Barbara Graham (Susan Hayward) era una delincuente de bajos fondos, con amistades peligrosas.
El record criminal de Graham incluye una condena de un año por perjurio, luego siguió frecuentando ambientes oscuros hasta que dos individuos conocidos por ella la acusaron de ser la autora del asesinato de una anciana que ellos mismo habían cometido.
La pena a la que se enfrentará es la cámara de gas.
Para entonces Graham había rehecho su vida con un camarero y tenido un hijo propio.
Un periodista, Ed Montgomery (Simon Oakland) se hizo cargo del asunto, hasta el punto de involucrarse emocionalmente en el proceso de Barbara Graham.
El personaje de Montgomery abre y cierra I Want To Live! hablando directamente a la cámara, poniendo en antecedentes al espectador e implicándonos en la historia.
Tomando conciencia de la todavía existencia de la pena capital en pleno Siglo XX, I Want To Live! empieza con un tono oscuro, de ambiente tabernario y desemboca en una competente cinta de suspense carcelario.
El reparto está plagado de magníficos característicos sin mucho nombre, algo única y exclusivamente pensado para el lucimiento de la protagonista, personaje polar sobre el cual gira la trama de I Want To Live!
Barbara Graham es una prostituta, embaucadora y adicta a las drogas, producto de un hogar mal constituido, que trabaja enganchando hombres para que participen en juegos de cartas arreglados.
Trata de salir de su situación y se casa con el hombre equivocado (Henry L. Graham) con quien tiene un hijo.
Su vida se desmorona e intenta volver a su antigua profesión, involucrándose en un asesinato.
Por ello, se la condena a morir en la cámara de gas.
La presión de la policía, de los medios, parece condenarla, pero ella intenta buscar demostrar su inocencia, en la que solo cree el psicólogo del tribunal.
Capítulo aparte merece, también, el excelente trabajo de la actriz protagonista, una Susan Hayward que dota a su personaje de todos aquellos componentes emocionales y de carácter que el papel exige, muy especialmente, el descaro y la insolencia como armas defensivas, bajo las cuales subyace un fondo de bondad que se esfuma ante los señuelos de la vida regalada por la que prefiere deslizarse, incapaz de sobreponerse a la fatalidad que terminará engulléndola.
Susan Hayward tiene algo que le añade un punto extra a las escenas en las que aparece.
Un toque entre vulgar y macarra, por un lado, pero al mismo tiempo delicado y frágil, por otro.
El tramo más complicado, es ese final donde ha de dejar traslucir una desesperación acorde con lo dramático de su situación sin por ello perder, hasta el último suspiro, ese punto de soberbia bajo la cual se ha ido refugiando a lo largo de toda la trama, lo solventa con nota, y es, posiblemente, ahí donde radica el mayor de sus méritos.
El Oscar a la Mejor Actriz Protagonista que la Academia le concedía no hacía sino reconocer la tremenda valía de su trabajo, frente al cual el resto de intérpretes no hace sino orbitar como complemento necesario pero poco lucido.
Ahí están, también, cuestiones como la del papel que juegan los medios de comunicación y su avidez morbosa por llevar a su público esa carnaza de la que se alimenta su rueca imparable, y estamos en las postrimerías de los años 50, para pasmo de todos los que podemos contemplar, a fecha actual, cómo suelen correr esas turbias aguas, ha variado el volumen, pero no la esencia, y muy especialmente por la ominosa presencia que adquiere en su tramo final, el de la pena de muerte y sus implicaciones morales y existenciales.
Inteligente el trato que se les dio a los medios que no con poco sadismo cubrieron la "noticia"; la desesperación por llevarse la mejor foto o el testimonio más dramático les otorga tanto a la radio como a la prensa un lugar preferencial en el coliseo romano, en el que con la incertidumbre de saberse o no ganadores, salen los gladiadores a vencer o morir.
En definitiva, I Want To Live! constituye una excelente muestra de film-noir, que, basado en un hecho real, se nos ofrece trufado de elementos complementarios en el orden temático y magníficamente rodado.
Para abrir I Want To Live!, vemos planos oblicuos en sucesión frenética, al ritmo de combos de free-jazz lanzando una música estridente y sincopada.
Para cerrar, planos largos, prolongados, morosos, enfundados en un silencio sobrecogedor.
Con buen cuidado de sus aspectos formales y accesorios I Want To Live! posee una excelente fotografía y magnífica la banda sonora musical, no cabía esperar menos con la autoría de Wise, todo un maestro de ese género, y en el cual, sobre el fastuoso trabajo interpretativo de su actriz principal, se termina erigiendo, amén de la sempiterna historia de la mujer marcada, todo un alegato, con la mera plasmación de su ominosa realidad, sin mayores aditamentos de exacerbación dramática contra la pena de muerte.
Para los convencidos de la justicia de la causa, I Want To Live! ya es motivo más que suficiente para acercarse con enorme interés.
A Susan Hayward le gusta marcar el ritmo del jazz con la punta de los pies, gran parte de la acción transcurre de noche; y el jazz es la música elegida para ambientar esas horas.
Lo que suena aquí son temas originales todos de Gerry Mulligan, compositor y arreglista de los que ha habido pocos en la vida.
Temas perfectamente ensamblados en la banda sonora de I Want To Live!, que también pueden escucharse sentado tranquilamente en el sofá.
El resto de la música incidental es de Johnny Mandel, autor por cierto de composiciones versionadas por bastantes músicos de jazz.
“Just this once, I wish it wasn't ladies first”
¿Tuvo, Barbara Graham, una defensa pública adecuada que aportase más allá de toda una duda razonable sobre su culpabilidad?
Tengo para mí que, cometido un crimen, el sistema judicial de USA funciona, desde la entonces impune intervención policíaca, hasta el patíbulo, dependiendo de si se es rico o pobre, pero:
¿Funciona su sistema social y cultural para prevenirlo?
No lo sé…
Otra paradoja hollywoodense sin olvidar la muerte de la víctima Mabel Monahan, estamos frente a un posterior drama más, de una paria aborrecida por su propia madre, arrojada a malas compañías, incapaz de formar un hogar feliz, engañada y traicionada hasta en la misma prisión, víctima de la impiedad del sistema judicial norteamericano y de un jurado popular que no pensó en el destino de su hijo de tres años de edad, tragedia convertida en un éxito artístico e industrial que su infame suerte inspiró.
Cuando empieza y cuando acaba la vida, en todas sus etapas, es una oportunidad única que no se puede repetir y que debe ser plena.
No se debería contentar con una vida epidérmica, se precisa en el cuerpo y en el espíritu para que, de verdad, sea una vida; sin desperdiciar ni un solo ápice de la misma.
Ahora no sabría explicar aquellas sensaciones, pero sí puedo decir que aún conservo la huella que me dejó aquella magnífica interpretación de Susan Hayward en I Want To Live!, un film que trasluce la enorme desesperación de quien se queda sin esa oportunidad.
I Want To Live! es una terrible historia de una condena a la muerte, magníficamente relatada por Robert Wise.
Su puesta en escena insufla un halo trágico a un drama desgarrador, donde la maravillosa Susan Hayward arrasa literalmente la pantalla en cada secuencia.

“Dear Mr. Montgomery:
There isn't much I can say with words; they always fail me when most needed.
But please know that with all my heart I appreciate everything you've done for me.
Sincerely, Barbara”


Comentarios

Entradas populares