J. Edgar
“What's important at this time is to re-clarify the difference between hero and villain”
Uno de los grandes déficits del cine norteamericano de las últimas décadas es su incapacidad para dotar de un claro contenido político a sus películas.
La intrahistoria de Estado Unidos ha padecido una profunda amnesia histórica y cultural, perfectamente reflejada en el cine, que tuvo sus inicios en las revueltas anarquistas de los años veinte, se perpetuó con la paranoia de los años cincuenta y alcanzó su clímax con el miedo a los movimientos sociales de los años sesenta.
Como consecuencia, los discursos políticos del cine norteamericano, sean "radicales" o no, se han visto desplazados de la cultura “mainstream” para forjarse en el ágora menos visible del cine experimental.
Los historiadores del cine han tratado en las últimas décadas de revisar y reevaluar la historia política del cine de Estados Unidos, que ha permanecido enterrada, o censurada, durante décadas.
Resulta que John Edgar Hoover KBE (1924-1972) fue el primer director de la Oficina Federal de Investigación (FBI) en su presente forma.
Director desde su creación, el 10 de mayo de 1924, hasta su muerte en 1972, Hoover sobrevivió a la gestión de ocho Presidentes, que no pudieron destituirlo por el costo político que les implicaba.
Inicialmente, Hoover ingresó en 1917 en el Departamento de Justicia, al año siguiente encabezó el Department's General Intelligence Division (GID) y luego, cuando el GID se transformó en el BOI (Bureau of Investigation), siendo nombrado asistente del Director.
Para esa fecha, el BOI estaba muy desacreditado y se le percibía como un organismo corrupto.
Hoover fue nombrado, a sus 29 años, en mayo de 1924, director del FBI por el Presidente Calvin Coolidge para reformar la organización, la cual era considerada como un foco de corrupción.
Primeramente, descartó a todos los agentes que tuvieran algún grado de corrupción, eliminó de paso a probables competidores y una vez asentado en el cargo hizo un brusco giro en la forma de trabajo de inteligencia, para lo cual se rodeó de agentes leales profesionalizados.
A él se debe la institucionalización y normalización de los procedimientos del FBI.
Muchos de sus agentes eran, además, expertos contables, asesores legales y científicos.
Además proveyó el estudio forense y tanatológico en la escena del crimen.
Hoover se demostró como un feroz anticomunista y antisemita, sobrevivió a la gestión de varios Presidentes, algunos de los cuales, muy a su pesar, no pudieron destituirle.
En el Congreso, muchos senadores y congresistas vivían con temor a los expedientes que Hoover tenía sobre ellos, o que ellos temían que pudiera tener.
Archivos desclasificados demuestran de forma concluyente que agentes del FBI informaban a Hoover con regularidad y detalle de la actividad sexual de los políticos, tanto heterosexual como homosexual.
Durante la Guerra Fría, el FBI investigó con minucia la vida de políticos, artistas y deportistas.
Había información de Pablo Picasso, John Lennon, Marilyn Monroe, Elvis Presley y hasta Lucille Ball.
Dichos datos hablaban de infidelidades, orientación sexual, orientación partidista y en especial le interesaban aquellos que tuvieran una tendencia procomunista.
Compiló mucha información clasificada como «oficial y confidencial», capaz de destruir política, familiar y económicamente a alguien.
El FBI investigó con minucia la vida de políticos, artistas y deportistas, muchos de esos archivos desclasificados demuestran de forma concluyente que agentes del FBI informaban a Hoover con regularidad y detalle de la actividad sexual de los políticos.
Cuando asumió Dwight Eisenhower la Presidencia, Hoover tuvo en sus manos el famoso Caso Rosenberg, donde un matrimonio de judíos estadounidenses fue acusado de espías y de entregar información a espías rusos para el desarrollo de la bomba atómica.
Algunas fuentes afirman que el antisemitismo de Hoover le llevó a no corroborar los antecedentes.
Ratificó que las pruebas apuntaban a que los Rosenberg eran culpables de alta traición a pesar de que los presuntos culpables clamaban inocencia.
Eisenhower rechazó la petición de indulto y fueron ejecutados en la Silla Eléctrica.
Años más tarde, se descubrió que uno de los hermanos de la mujer ajusticiada era el verdadero culpable.
A Hoover se le atribuye haber creado una estructura de protección a la Ley, pero frecuentemente se le acusó de abusar de su poder y autoridad, extorsionando a figuras públicas notables haciéndolas ceder a sus deseos.
Por alguna razón, no faltan quienes le critican esa polémica conducta, afirmando que él juega a ser "dios" por encima de cualquier Presidente.
Hoover se condujo con notable inteligencia y supo mantenerse en el cargo a pesar de su impopularidad.
Entre otros, los Presidentes Lyndon Johnson y Richard Nixon intentaron despedirle del cargo, pero fracasaron.
Investigadores de Hoover y de hechos oscuros acaecidos durante su prolongada gestión, como el caso del magnicidio de Robert F. Kennedy y el de John Fitzgerald Kennedy, aportan datos.
Hay una prueba demostrada, el 22 de noviembre de 1963 el Secretario de Justicia Robert F. Kennedy estaba descansando en su casa en las afueras de Washington con su familia y se sorprendió al saber que era Hoover quien le llamaba por teléfono para darle la noticia del asesinato de su hermano, el Presidente Kennedy.
Luego, Bobby comentó a un amigo suyo, que le consolaba por la muerte de su hermano, que Hoover parecía estar feliz cuando le informaba esa funesta noticia, según el tono que le escuchó por teléfono.
En otra ocasión, una empleada de limpieza protestó cuando oyó a Hoover hablar mal de Martin Luther King Jr. puesto que ella era también una afroamericana al igual que ese líder del Movimiento Pacifista.
El mismo Hoover fue reprochado por el mismo Presidente Johnson por su racismo inaceptable.
Ahí no termina su controvertida conducta, ya que en 1968, poco después del asesinato de Robert F. Kennedy (6 de junio de 1968), Hoover, que parecía estar satisfecho, ordenó a sus empleados quemar de inmediato todas las evidencias:
Cintas grabadas y papeles que seguían al asesinado senador de Nueva York para que quedara impune ese crimen.
Por casualidad, estaba cerca aquella empleada, que limpiaba esas instalaciones del FBI, que pudo enterarse de todo lo que pasaba por allí y se fue llorando por la muerte de Bobby y repudiando la maldad de Hoover.
Su organización lideró la llamada “Caza de Brujas”, levantando una verdadera persecución contra los comunistas en todos los ámbitos sociales, en ocasiones acusando de procomunistas a quienes no lo eran.
Durante los primeros 10 años, Hoover fue eficaz en la lucha contra el crimen organizado, los gánsteres y la mafia italiana durante la llamada Ley Seca.
También tuvo a su cargo la investigación y persecución de espías y saboteadores, tanto nazis como japoneses, durante el mandato de Harry S. Truman.
En lo personal, Hoover siempre fue soltero, y por lo menos desde la década de 1940 han circulado rumores de que era homosexual, por ejemplo, Oliver Stone en su filme “Nixon” (1995) le muestra besándose con un joven camarero, e incluso tocándole la mano lascivamente al mismo Nixon, pero no hay pruebas contundentes de estas afirmaciones.
También se ha sugerido que su larga asociación con Clyde Tolson, director asociado del FBI, se debía a que este fue su pareja.
Algunos autores han desestimado los rumores sobre la sexualidad de Hoover y su relación con Tolson, mientras que otros la han descrito como probable, e incluso como confirmada, y otros han informado de ella sin mencionar un dictamen.
Como fuere el caso, una cosa si es cierta, la sede del FBI en Washington DC lleva el nombre de Hoover.
Hoover murió durante el mandato de Nixon, el 2 de mayo de 1972, después de haber conducido durante 48 años ininterrumpidos el FBI.
Se le dio un funeral de Estado, tras la muerte de Hoover, el Presidente Richard Nixon limitó el tiempo de mandato de los directores del FBI a sólo 10 años, curiosamente, tiempo después le caería encima el “Caso Watergate”
Para J. Edgar Hoover cabe bien la cita:
"Después de mí, el diluvio"
“No one freely shares power in Washington DC”
J. Edgar es una película dramática de 2011 donde Clint Eastwood asume las tareas de dirección, producción y composición de la banda sonora.
Protagonizada por Leonardo DiCaprio, Armie Hammer, Naomi Watts, Josh Lucas, Judi Dench, Ed Westwick, Dermot Mulroney, Lea Thompson, Jeffrey Donovan, Michael Gladis, Stephen Root, entre otros.
J. Edgar está basada en la vida de J. Edgar Hoover, que fue el primer director de la Oficina Federal de Investigación (FBI) desde el 10 de mayo de 1924 hasta su muerte en el año 1972, escrita por el guionista Dustin Lance Black.
Eastwood renuncia a su ritmo parsimonioso por algo más rápido y conversacional, convirtiendo a J. Edgar en un ensayo dramático sobre cómo se fusionaron la ley y la represión, el heroísmo y la corrupción, en la persona de Hoover.
Partamos por la inteligente manera en que el ENORME Clint Eastwood sortea el peor escollo que tendría un biopic sobre J. Edgar Hoover:
La opacidad del retratado.
¿Qué se sabe de J. Edgar con certeza?
Ni siquiera su homosexualidad está confirmada al cien por cien, y eso que existen millones de testimonios que la afirman.
Cualquier cosa que se escriba o se ruede acerca de Hoover, implica desde ya una generosa dosis de ficción, sólo porque es la única manera de rellenar metraje y no hay nadie vivo que lo compruebe.
Eastwood ha conseguido hilvanar toda la historia vital de J. Edgar Hoover a través de tres ejes:
Su dependencia maternal, su homosexualidad retenida, y su ansia de poder para controlar su obsesión con el delito, sin importarle vulnerar la ley si hace falta.
Además, lo hace a través dos planos temporales diferentes, aquel que remite al inicio de todo y el que sitúa todo al final; muy buena opción si pensamos que se abarcan más de cincuenta años.
Durante su vida, J. Edgar Hoover (Leonardo DiCaprio) llegaría a convertirse en el hombre más poderoso de los Estado Unidos de América.
Como director de la Oficina Federal de Investigación (FBI), durante casi 50 años, hizo cualquier cosa para proteger a su país.
Ejerció su cargo durante tres guerras y los mandatos de ocho presidentes.
Hoover libró sus batallas contra amenazas, a veces reales y a veces solo percibidas, y a menudo forzó las reglas con tal de velar por la seguridad de sus conciudadanos.
Sus métodos fueron a menudo despiadados y en ocasiones heroicos, pero la anhelada recompensa de la admiración siempre le fue esquiva.
Hoover era un hombre que valoraba los secretos, especialmente los de los demás, y no tenía reparos a la hora de utilizar esa información para ejercer su poder sobre líderes políticos y personalidades de la nación.
Era consciente de que la información es poder y el miedo facilita la oportunidad; utilizó ambos y adquirió una influencia sin precedentes, forjándose una reputación tan tremenda como intocable.
J. Edgar era tan cauteloso en su vida privada como lo era en su vida pública, permitiendo a su alrededor tan solo un pequeño círculo de confianza.
Clyde Tolson (Armie Hammer), su colega más cercano, fue también su compañero inseparable.
Helen Gandy (Naomi Watts), su secretaria, quien posiblemente fue la gran conocedora de sus propósitos; leal hasta el final... e incluso después.
Sólo su madre (Judi Dench), quién fue siempre su inspiración y su conciencia, le abandonaría.
Su fallecimiento fue un auténtico mazazo para el hijo que siempre buscó su amor y su aprobación.
La parte final de J. Edgar, el ajuste final de cuentas ante la “muerte política” y la “muerte biológica”: emociona y conmueve.
El Hoover de Eastwood no es bueno ni malo, es sencillamente lo que fue de acuerdo al acercamiento que éste gran director terminó por discernir.
Es curioso como Eastwood se ha confeccionado una especie de marca de fábrica en sus últimas películas, sobre todo a raíz de "Mystic River" (2003), con esa iluminación tenue, esa melancolía, esa música de acordes sencillos compuesta por él mismo, que se repiten a lo largo de todos sus filmes más recientes.
Lo más cercano a un estilo propio que ha tenido alguien que siempre ha sido un artesano del cine.
Es que nadie mejor que Clint Eastwood a la hora de posar su mirada en la disección emocional de un personaje tan controvertido, implacable y oscuro como Hoover.
En segundo plano se pasa por Capone, Dillinger, Machine Gun Kelly, la Gran Depresión, los Kennedy, el Ku Klux Klan o Luther King; tan sólo el germen de la fundamental Ley Lindbergh ocupa parte sustancial del drama.
Porque aquí lo que importa es la forja de la personalidad del protagonista, su relación con una madre castrante (Judi Dench) o la delicada y dolorosa correspondencia sentimental entre él y Clyde Tolson (Armie Hammer), colaborador, compañero y confesor.
Yendo ya al filme concretamente debo decir que su trama resulta sumamente interesante a priori, pues se trata nada más ni nada menos que la historia del director general del FBI John Edgar Hoover, un hombre de temperamento fuerte que estuvo soportando inclusive las antipatías de varios presidentes quienes no pudieron destituirlo.
J. Edgar adopta la forma de memorias que el propio Edgar comienza a escribir, con idas y venidas desde los años veinte, y las primeras filtraciones de la amenaza comunista en Estados Unidos hasta un presente que marca el final de su carrera.
La ambigüedad y opacidad del relato quedan reflejadas con el claroscuro fotográfico o con unos picados de cámara en interiores a los que Eastwood tanto partido suele bellamente sacar.
Son recursos que le permiten transmitir la tensión permanente del protagonista, entre la aprobación de su madre y la liberación de sus afectos, entre su patriotismo y su desmedido protagonismo, entre su moralismo justiciero y sus maquiavélicos procedimientos, entre su afán de poder y su fragilidad interior.
Tan intensa es la lucha en su alma que la misma criatura que ha creado puede terminar por devorar a su padre, y por eso pone a buen recaudo la verdad y se la entrega a su fiel secretaria Helen Gandy.
Ella conoce la intimidad de Edgar mejor incluso que él mismo, pero calla y siente pena por esa alma amargada.
De esta manera, la organización y modernización de la Oficina corre pareja a una patológica de Edgar que se complica, y eso genera toda una labor de espionaje, falsificación de pruebas, chantajes y venganzas políticas donde el miedo y la desconfianza invaden cualquier rincón de la política y de su alma. Paradójicamente, lo que nació para acabar con el miedo a un enemigo interno del país se ha convertido en fuente de temor y desunión en su seno.
Es el fracaso de un sistema que puede venderse con el éxito de sus operaciones, pero que en realidad genera y esconde a un enemigo público, de ahí la alusión a la película de gánsteres de William A. Wellman, que puede volverse en cualquier momento contra nosotros.
Así pues, tenemos una legalidad sin ética para alimentar a un monstruo, una liberalidad sin control para tergiversar la verdad, y una Oficina “de comic” donde algunos juegan a ser héroes de su propio egocentrismo.
“The crimes we are investigating aren't crimes, they are ideas”
Uno de los mayores aciertos de J. Edgar es el de posicionar la narración desde el punto de vista del propio Hoover.
Este gesto, tan perverso como honesto, nos ayuda a entrar en las profundidades de su atormentada vida, desvela los secretos y mentiras que él, como reflejo da la sociedad americana, trató de ocultar por lo que creía el bien de su cargo y de su país.
Clint Eastwood lejos de acusarle, empatiza con este ambicioso personaje, tan poco honorable y miserable al mismo tiempo, pieza clave para entender los problemas políticos y sociales que acontecieron a lo largo del siglo pasado en los Estados Unidos.
Quizás esta sea la razón por la que la propia crítica y el público norteamericano no hayan compartido su entusiasmo por el film J. Edgar, no alcanzan a entender que Clint no solo se identifique con él, sino que lo muestre sin pudor como un monstruo a nuestros ojos, pues al fin y al cabo, el monstruo también forma parte de ellos.
J. Edgar nos muestra cómo Hoover reorganizó la oficina de investigaciones y cómo fue consiguiendo logros para la misma:
El servicio de identificación de personas mediante huellas digitales, el tema del marcado de los billetes para rastrear delincuentes, los micrófonos escondidos en agentes encubiertos, el poder actuar con armas y con poder de policía, el no tener que esperar la orden judicial de allanamiento para poder actuar, etc.
Como podemos ver, Hoover fue un hombre muy vanguardista en el tema de las investigaciones criminales que logró conseguir avances muy importantes para poder combatir a comunistas y delincuentes muy peligrosos.
Ello lo llevó a ser uno de los hombres más poderosos del país ya que como bien sabemos, la información es poder, y Hoover llegó a poseer muchos expedientes comprometedores de personas muy famosas, lamentablemente no ahonda mucho en ese aspecto.
J. Edgar nos va contando con muchas idas y vueltas en el tiempo sobre este hombre tan peculiar, sobre su pobre vida social, sus inclinaciones sexuales, su enfermiza relación con su madre, sus traumas y sus angustias.
Por ello, además de mostrarnos a J. Edgar Hoover como director del FBI también nos adentra en el plano humano y sus problemáticas, lo cual hace de J. Edgar un retrato biográfico bastante completo, del cual poco se puede achacar en el plano narrativo y en su argumento.
A lo que sí se lo puede criticar como negativo, porque se nota bastante, es al flojo maquillaje de los actores para lograr que sus personajes luzcan viejos, sobre todo al que someten al pobre Armie Hammer, su maquillaje resulta muy artificioso en su estética, prácticamente similar al que utilizan las películas de terror serie B.
Otro de los aspectos muy negativos es que DiCaprio no cambie su tono de voz cuando su personaje es ya anciano, resulta incoherente ver a un supuesto hombre avejentado con voz fuerte como si se tratara de un joven de 30 años.
Me resulta muy curioso que un actor de la talla de DiCaprio y que un director de la experiencia de Clint Eastwood no hayan corregido ese error grosero que resulta alevosamente evidente, incluso para aquellos que no presten demasiada atención a ese tipo de detalles en los filmes.
Sin embargo, Eastwood consigue así la firmeza para traspasar la frontera del tirano y enfrentarse cara a cara con un ser humano frágil, vulnerable y cargado de miedos, lo hace sin contemplaciones y sin caer en el sensacionalismo y lo hace sobre todo desde el punto de vista del propio J. Edgar que salta al pasado mientras que narra su historia a bellos jóvenes mecanógrafos, curiosamente de distintas razas, para que la escriban, lo que lo convierte en un retrato voluntariamente idealizado, que casi nunca se corresponde a la realidad, porque realmente eso es lo que el propio Hoover llega a creer que pasó, y tan solo cuando recibe una bofetada de su inseparable Tolson es capaz de despertar, alejándose también de esta forma del documento biográfico para acercarse más a un punto cinematográfico.
Este Hoover no sería una película tan redonda de no ser también por su protagonista, un ENORME Leo DiCaprio que cada película que suma en su currículum es un agigantado paso hacia delante y aquí, más allá de las capas de maquillaje necesarias para resucitar a Hoover, destaca una cuidada y matizada interpretación.
Sé que es difícil entender a un personaje tan contradictorio.
Una mente obsesionada con no envejecer, no tratar con mujeres, no ser homosexual pero que inevitablemente está diseñado para ello.
No se trata de ser sino de no ser, de ahí la creación de un mundo totalmente irreal en el que la castidad y el heroísmo del llanero solitario son claves para el reconocimiento del pueblo americano.
Al principio de J. Edgar, el propio Hoover narra que los historiadores a menudo olvidan el contexto en sus historias.
Él simplemente se integra en el entorno para transformarlo desde dentro y resurgir como un ídolo temerario merecedor de su propio “comic”
Es lo que hoy se llamaría un genio autodestructivo, auténtico líder en su campo pero un pez fuera del agua en cuanto a relaciones humanas o sociales se refiere, incapaz de contradecir a su anciana madre, verdadera artífice de su personalidad, o aceptar una proposición sexual abierta de una mujer.
En fin, a grandes rasgos J. Edgar es una película interesante de ver, el personaje histórico que se retrata tiene mucho de atractivo como para absorber la atención del espectador.
“I would rather have a dead son than a daffodil for a son”
En esos cincuenta años siendo el segundo hombre más importante del país más poderoso del mundo, así Hoover se convirtió en lo más cercano a un dictador que han tenido los Estados Unidos, un hombre que no dudaba en ejercer todo su poder para destruir por completo a todo comunista, pacifista o activista que se cruzase en su camino.
En cierto momento se dice que una sociedad que no está dispuesta a aprender de su pasado está condenada, no es casualidad que J. Edgar comience con un ataque terrorista que es el que hace despertar al monstruo que luego será Hoover y con el que empezará a poner en práctica alguna de las medidas que más tarde se legalizarían en la ley patriótica de los Estados Unidos tras los ataques del 9/11.
Eastwood retrata al tirano como el tirano que fue, y aunque muestra sus virtudes, como todos los avances que aporto en el campo criminalístico y que ayudaron a avanzar a pasos agigantados en un terreno que antes era bien endeble, tampoco le tiembla la mano a la hora de mostrar a ese mismo Hoover riéndose a carcajada limpia de la carta que recibe la Sra. Roosevelt de una amante femenina, el que cuando recibe una amenaza de Bobby Kennedy le habla con gran elegancia de ciertas grabaciones de su hermano en compañía femenina o tratando de boicotear el premio nobel de la paz de Martin Luther King Jr. tratando de sacar a la luz ciertas grabaciones con una jovencita, pero más allá del tirano hay un ser humano, y es ahí realmente dónde Eastwood escarba hasta el fondo.
El Hoover de Eastwood es un personaje freudiano, un niño de mamá con la que compartirá la vida mientras esta siga viva, un personaje atormentado por culpa de una educación represora y que en una de las más lacerantes escenas, sufre cuando su madre le dice que prefiere un hijo muerto a un narciso (maricón)
En su vida personal, J. Edgar es un completo fracasado, tendrá la necesidad de pedir matrimonio a Helen Gandy, y aunque está le rechacé se convertirá en algo más que su secretaria durante toda la vida, una confesora y uno de los pocos brazos que se le tenderán como apoyo.
Lo único que cambiará la vida personal de Hoover será la llegada de Clyde Tolson, con el que durante toda la vida compartirá comidas, vacaciones, y prácticamente todo menos la cama.
Eastwood retrata esa relación platónica con mimo y cuidado, haciéndola prácticamente el epicentro de J. Edgar, el amor que Hoover siente por Tolson es fuerte, pero es incapaz de demostrarlo o de salir del armario por culpa de la represión que le ha tocado vivir.
Por culpa de esas ideas conservadoras que le atormentan rechazará y amenazará a Tolson en el único momento en el que éste se atreva a besarle, y únicamente estando sin ninguna compañía será capaz de expresar su amor.
Una represión sexual en todos los sentidos venida por la cercana unión con su madre, que verá su punto más terrorífico en una bella escena en la que el protagonista se trasviste mirándose en un espejo que actúa como silencioso confesor.
Lo que también parece bastante claro es que era sin duda éste es el Hoover que Eastwood ansiaba narrar.
Una pequeña parte del argumento que habla del amor de dos hombres, un tema tabú en el cine actual, en una época en la que no era nada normal el auto reconocerse homosexual, primero porque era un estigma, una enfermedad.
Así pues, en J. Edgar se aborda la posible homosexualidad de Hoover y sobre su presunta relación sentimental con Clyde Tolson.
Hoover nunca contrajo matrimonio, lo que siempre despertó rumores acerca de su sexualidad.
Clint Eastwood decidió retratar este aspecto de la vida privada de Hoover en el film, por ello el director y el actor Leonardo DiCaprio decidieron documentarse lo máximo posible para que posteriormente quedara reflejado en pantalla.
“I don't need to tell you that, what determines a man's legacy is often what isn't seen”
J. Edgar no es una película sobre el FBI, lo cual es un tema secundario subyugado a lo evidente.
J. Edgar Hoover en el título y la imagen del cartel no dan suficientes pistas a todos los que dicen haber sido engañados.
J. Edgar es el personaje y la persona, más esto último, de alguien que aquí nadie conoce pero que es de primera fila en la historia del siglo XX de los EEUU.
Un perfil psicológico determinado por su madre, condición y época.
Se sugiere un conflicto emocional y la existencia de alguien humanamente superior dentro del personaje histórico, lo cual es evidenciado por muchos detalles que hay que saber ver, no perder detalle de la decoración de la habitación personal en las últimas escenas, especialmente centrada en la historia de amor, tema principal de J. Edgar, no está de más en absoluto, si no que es la película en sí.
La figura de J. Edgar es fascinante.
Podrá ser acusado de muchas cosas pero lo que está claro es la particular representación del “American Dream” que llevó a cabo.
De la nada llegó a la dirección y creación del FBI, siendo clave para el desarrollo de la hoy tan de moda ciencia forense.
Hoover fue un pionero y revolucionario al que la historia no ha tratado bien debido a sus delitos y fraudes con negros, comunistas, extranjeros y mujeres.
Es curioso, cada vez que tiene que enseñarle a cada nuevo Presidente quién es el que manda de verdad.
Con J. Edgar se nos está mostrando cómo son las cosas de verdad verdadera en el “American Dream”
El mundo es para los oportunistas, pero no para los oportunistas cínicos, sino para aquellos que siguen adelante porque están insuflados con esa llama que sólo la “verdadera libertad” es capaz de proporcionarles, incluso a quienes son indignos de ella.
J. Edgar Hoover ha encarnado a la quintaesencia de las fallas de la democracia en Estados Unidos, de cómo el gobierno popular se ha hecho tan complejo que se necesitan hombres y agencias especializadas que, bajo el radar de todo el mundo, cobran demasiado poder y se transforman en quistes dentro del sistema.
Nunca debemos olvidar la historia.
Nunca debemos bajar la guardia.
“The Bureau is stronger than just you and me now.
Your child is sure and keeps the country safe”
Uno de los grandes déficits del cine norteamericano de las últimas décadas es su incapacidad para dotar de un claro contenido político a sus películas.
La intrahistoria de Estado Unidos ha padecido una profunda amnesia histórica y cultural, perfectamente reflejada en el cine, que tuvo sus inicios en las revueltas anarquistas de los años veinte, se perpetuó con la paranoia de los años cincuenta y alcanzó su clímax con el miedo a los movimientos sociales de los años sesenta.
Como consecuencia, los discursos políticos del cine norteamericano, sean "radicales" o no, se han visto desplazados de la cultura “mainstream” para forjarse en el ágora menos visible del cine experimental.
Los historiadores del cine han tratado en las últimas décadas de revisar y reevaluar la historia política del cine de Estados Unidos, que ha permanecido enterrada, o censurada, durante décadas.
Resulta que John Edgar Hoover KBE (1924-1972) fue el primer director de la Oficina Federal de Investigación (FBI) en su presente forma.
Director desde su creación, el 10 de mayo de 1924, hasta su muerte en 1972, Hoover sobrevivió a la gestión de ocho Presidentes, que no pudieron destituirlo por el costo político que les implicaba.
Inicialmente, Hoover ingresó en 1917 en el Departamento de Justicia, al año siguiente encabezó el Department's General Intelligence Division (GID) y luego, cuando el GID se transformó en el BOI (Bureau of Investigation), siendo nombrado asistente del Director.
Para esa fecha, el BOI estaba muy desacreditado y se le percibía como un organismo corrupto.
Hoover fue nombrado, a sus 29 años, en mayo de 1924, director del FBI por el Presidente Calvin Coolidge para reformar la organización, la cual era considerada como un foco de corrupción.
Primeramente, descartó a todos los agentes que tuvieran algún grado de corrupción, eliminó de paso a probables competidores y una vez asentado en el cargo hizo un brusco giro en la forma de trabajo de inteligencia, para lo cual se rodeó de agentes leales profesionalizados.
A él se debe la institucionalización y normalización de los procedimientos del FBI.
Muchos de sus agentes eran, además, expertos contables, asesores legales y científicos.
Además proveyó el estudio forense y tanatológico en la escena del crimen.
Hoover se demostró como un feroz anticomunista y antisemita, sobrevivió a la gestión de varios Presidentes, algunos de los cuales, muy a su pesar, no pudieron destituirle.
En el Congreso, muchos senadores y congresistas vivían con temor a los expedientes que Hoover tenía sobre ellos, o que ellos temían que pudiera tener.
Archivos desclasificados demuestran de forma concluyente que agentes del FBI informaban a Hoover con regularidad y detalle de la actividad sexual de los políticos, tanto heterosexual como homosexual.
Durante la Guerra Fría, el FBI investigó con minucia la vida de políticos, artistas y deportistas.
Había información de Pablo Picasso, John Lennon, Marilyn Monroe, Elvis Presley y hasta Lucille Ball.
Dichos datos hablaban de infidelidades, orientación sexual, orientación partidista y en especial le interesaban aquellos que tuvieran una tendencia procomunista.
Compiló mucha información clasificada como «oficial y confidencial», capaz de destruir política, familiar y económicamente a alguien.
El FBI investigó con minucia la vida de políticos, artistas y deportistas, muchos de esos archivos desclasificados demuestran de forma concluyente que agentes del FBI informaban a Hoover con regularidad y detalle de la actividad sexual de los políticos.
Cuando asumió Dwight Eisenhower la Presidencia, Hoover tuvo en sus manos el famoso Caso Rosenberg, donde un matrimonio de judíos estadounidenses fue acusado de espías y de entregar información a espías rusos para el desarrollo de la bomba atómica.
Algunas fuentes afirman que el antisemitismo de Hoover le llevó a no corroborar los antecedentes.
Ratificó que las pruebas apuntaban a que los Rosenberg eran culpables de alta traición a pesar de que los presuntos culpables clamaban inocencia.
Eisenhower rechazó la petición de indulto y fueron ejecutados en la Silla Eléctrica.
Años más tarde, se descubrió que uno de los hermanos de la mujer ajusticiada era el verdadero culpable.
A Hoover se le atribuye haber creado una estructura de protección a la Ley, pero frecuentemente se le acusó de abusar de su poder y autoridad, extorsionando a figuras públicas notables haciéndolas ceder a sus deseos.
Por alguna razón, no faltan quienes le critican esa polémica conducta, afirmando que él juega a ser "dios" por encima de cualquier Presidente.
Hoover se condujo con notable inteligencia y supo mantenerse en el cargo a pesar de su impopularidad.
Entre otros, los Presidentes Lyndon Johnson y Richard Nixon intentaron despedirle del cargo, pero fracasaron.
Investigadores de Hoover y de hechos oscuros acaecidos durante su prolongada gestión, como el caso del magnicidio de Robert F. Kennedy y el de John Fitzgerald Kennedy, aportan datos.
Hay una prueba demostrada, el 22 de noviembre de 1963 el Secretario de Justicia Robert F. Kennedy estaba descansando en su casa en las afueras de Washington con su familia y se sorprendió al saber que era Hoover quien le llamaba por teléfono para darle la noticia del asesinato de su hermano, el Presidente Kennedy.
Luego, Bobby comentó a un amigo suyo, que le consolaba por la muerte de su hermano, que Hoover parecía estar feliz cuando le informaba esa funesta noticia, según el tono que le escuchó por teléfono.
En otra ocasión, una empleada de limpieza protestó cuando oyó a Hoover hablar mal de Martin Luther King Jr. puesto que ella era también una afroamericana al igual que ese líder del Movimiento Pacifista.
El mismo Hoover fue reprochado por el mismo Presidente Johnson por su racismo inaceptable.
Ahí no termina su controvertida conducta, ya que en 1968, poco después del asesinato de Robert F. Kennedy (6 de junio de 1968), Hoover, que parecía estar satisfecho, ordenó a sus empleados quemar de inmediato todas las evidencias:
Cintas grabadas y papeles que seguían al asesinado senador de Nueva York para que quedara impune ese crimen.
Por casualidad, estaba cerca aquella empleada, que limpiaba esas instalaciones del FBI, que pudo enterarse de todo lo que pasaba por allí y se fue llorando por la muerte de Bobby y repudiando la maldad de Hoover.
Su organización lideró la llamada “Caza de Brujas”, levantando una verdadera persecución contra los comunistas en todos los ámbitos sociales, en ocasiones acusando de procomunistas a quienes no lo eran.
Durante los primeros 10 años, Hoover fue eficaz en la lucha contra el crimen organizado, los gánsteres y la mafia italiana durante la llamada Ley Seca.
También tuvo a su cargo la investigación y persecución de espías y saboteadores, tanto nazis como japoneses, durante el mandato de Harry S. Truman.
En lo personal, Hoover siempre fue soltero, y por lo menos desde la década de 1940 han circulado rumores de que era homosexual, por ejemplo, Oliver Stone en su filme “Nixon” (1995) le muestra besándose con un joven camarero, e incluso tocándole la mano lascivamente al mismo Nixon, pero no hay pruebas contundentes de estas afirmaciones.
También se ha sugerido que su larga asociación con Clyde Tolson, director asociado del FBI, se debía a que este fue su pareja.
Algunos autores han desestimado los rumores sobre la sexualidad de Hoover y su relación con Tolson, mientras que otros la han descrito como probable, e incluso como confirmada, y otros han informado de ella sin mencionar un dictamen.
Como fuere el caso, una cosa si es cierta, la sede del FBI en Washington DC lleva el nombre de Hoover.
Hoover murió durante el mandato de Nixon, el 2 de mayo de 1972, después de haber conducido durante 48 años ininterrumpidos el FBI.
Se le dio un funeral de Estado, tras la muerte de Hoover, el Presidente Richard Nixon limitó el tiempo de mandato de los directores del FBI a sólo 10 años, curiosamente, tiempo después le caería encima el “Caso Watergate”
Para J. Edgar Hoover cabe bien la cita:
"Después de mí, el diluvio"
“No one freely shares power in Washington DC”
J. Edgar es una película dramática de 2011 donde Clint Eastwood asume las tareas de dirección, producción y composición de la banda sonora.
Protagonizada por Leonardo DiCaprio, Armie Hammer, Naomi Watts, Josh Lucas, Judi Dench, Ed Westwick, Dermot Mulroney, Lea Thompson, Jeffrey Donovan, Michael Gladis, Stephen Root, entre otros.
J. Edgar está basada en la vida de J. Edgar Hoover, que fue el primer director de la Oficina Federal de Investigación (FBI) desde el 10 de mayo de 1924 hasta su muerte en el año 1972, escrita por el guionista Dustin Lance Black.
Eastwood renuncia a su ritmo parsimonioso por algo más rápido y conversacional, convirtiendo a J. Edgar en un ensayo dramático sobre cómo se fusionaron la ley y la represión, el heroísmo y la corrupción, en la persona de Hoover.
Partamos por la inteligente manera en que el ENORME Clint Eastwood sortea el peor escollo que tendría un biopic sobre J. Edgar Hoover:
La opacidad del retratado.
¿Qué se sabe de J. Edgar con certeza?
Ni siquiera su homosexualidad está confirmada al cien por cien, y eso que existen millones de testimonios que la afirman.
Cualquier cosa que se escriba o se ruede acerca de Hoover, implica desde ya una generosa dosis de ficción, sólo porque es la única manera de rellenar metraje y no hay nadie vivo que lo compruebe.
Eastwood ha conseguido hilvanar toda la historia vital de J. Edgar Hoover a través de tres ejes:
Su dependencia maternal, su homosexualidad retenida, y su ansia de poder para controlar su obsesión con el delito, sin importarle vulnerar la ley si hace falta.
Además, lo hace a través dos planos temporales diferentes, aquel que remite al inicio de todo y el que sitúa todo al final; muy buena opción si pensamos que se abarcan más de cincuenta años.
Durante su vida, J. Edgar Hoover (Leonardo DiCaprio) llegaría a convertirse en el hombre más poderoso de los Estado Unidos de América.
Como director de la Oficina Federal de Investigación (FBI), durante casi 50 años, hizo cualquier cosa para proteger a su país.
Ejerció su cargo durante tres guerras y los mandatos de ocho presidentes.
Hoover libró sus batallas contra amenazas, a veces reales y a veces solo percibidas, y a menudo forzó las reglas con tal de velar por la seguridad de sus conciudadanos.
Sus métodos fueron a menudo despiadados y en ocasiones heroicos, pero la anhelada recompensa de la admiración siempre le fue esquiva.
Hoover era un hombre que valoraba los secretos, especialmente los de los demás, y no tenía reparos a la hora de utilizar esa información para ejercer su poder sobre líderes políticos y personalidades de la nación.
Era consciente de que la información es poder y el miedo facilita la oportunidad; utilizó ambos y adquirió una influencia sin precedentes, forjándose una reputación tan tremenda como intocable.
J. Edgar era tan cauteloso en su vida privada como lo era en su vida pública, permitiendo a su alrededor tan solo un pequeño círculo de confianza.
Clyde Tolson (Armie Hammer), su colega más cercano, fue también su compañero inseparable.
Helen Gandy (Naomi Watts), su secretaria, quien posiblemente fue la gran conocedora de sus propósitos; leal hasta el final... e incluso después.
Sólo su madre (Judi Dench), quién fue siempre su inspiración y su conciencia, le abandonaría.
Su fallecimiento fue un auténtico mazazo para el hijo que siempre buscó su amor y su aprobación.
La parte final de J. Edgar, el ajuste final de cuentas ante la “muerte política” y la “muerte biológica”: emociona y conmueve.
El Hoover de Eastwood no es bueno ni malo, es sencillamente lo que fue de acuerdo al acercamiento que éste gran director terminó por discernir.
Es curioso como Eastwood se ha confeccionado una especie de marca de fábrica en sus últimas películas, sobre todo a raíz de "Mystic River" (2003), con esa iluminación tenue, esa melancolía, esa música de acordes sencillos compuesta por él mismo, que se repiten a lo largo de todos sus filmes más recientes.
Lo más cercano a un estilo propio que ha tenido alguien que siempre ha sido un artesano del cine.
Es que nadie mejor que Clint Eastwood a la hora de posar su mirada en la disección emocional de un personaje tan controvertido, implacable y oscuro como Hoover.
En segundo plano se pasa por Capone, Dillinger, Machine Gun Kelly, la Gran Depresión, los Kennedy, el Ku Klux Klan o Luther King; tan sólo el germen de la fundamental Ley Lindbergh ocupa parte sustancial del drama.
Porque aquí lo que importa es la forja de la personalidad del protagonista, su relación con una madre castrante (Judi Dench) o la delicada y dolorosa correspondencia sentimental entre él y Clyde Tolson (Armie Hammer), colaborador, compañero y confesor.
Yendo ya al filme concretamente debo decir que su trama resulta sumamente interesante a priori, pues se trata nada más ni nada menos que la historia del director general del FBI John Edgar Hoover, un hombre de temperamento fuerte que estuvo soportando inclusive las antipatías de varios presidentes quienes no pudieron destituirlo.
J. Edgar adopta la forma de memorias que el propio Edgar comienza a escribir, con idas y venidas desde los años veinte, y las primeras filtraciones de la amenaza comunista en Estados Unidos hasta un presente que marca el final de su carrera.
La ambigüedad y opacidad del relato quedan reflejadas con el claroscuro fotográfico o con unos picados de cámara en interiores a los que Eastwood tanto partido suele bellamente sacar.
Son recursos que le permiten transmitir la tensión permanente del protagonista, entre la aprobación de su madre y la liberación de sus afectos, entre su patriotismo y su desmedido protagonismo, entre su moralismo justiciero y sus maquiavélicos procedimientos, entre su afán de poder y su fragilidad interior.
Tan intensa es la lucha en su alma que la misma criatura que ha creado puede terminar por devorar a su padre, y por eso pone a buen recaudo la verdad y se la entrega a su fiel secretaria Helen Gandy.
Ella conoce la intimidad de Edgar mejor incluso que él mismo, pero calla y siente pena por esa alma amargada.
De esta manera, la organización y modernización de la Oficina corre pareja a una patológica de Edgar que se complica, y eso genera toda una labor de espionaje, falsificación de pruebas, chantajes y venganzas políticas donde el miedo y la desconfianza invaden cualquier rincón de la política y de su alma. Paradójicamente, lo que nació para acabar con el miedo a un enemigo interno del país se ha convertido en fuente de temor y desunión en su seno.
Es el fracaso de un sistema que puede venderse con el éxito de sus operaciones, pero que en realidad genera y esconde a un enemigo público, de ahí la alusión a la película de gánsteres de William A. Wellman, que puede volverse en cualquier momento contra nosotros.
Así pues, tenemos una legalidad sin ética para alimentar a un monstruo, una liberalidad sin control para tergiversar la verdad, y una Oficina “de comic” donde algunos juegan a ser héroes de su propio egocentrismo.
“The crimes we are investigating aren't crimes, they are ideas”
Uno de los mayores aciertos de J. Edgar es el de posicionar la narración desde el punto de vista del propio Hoover.
Este gesto, tan perverso como honesto, nos ayuda a entrar en las profundidades de su atormentada vida, desvela los secretos y mentiras que él, como reflejo da la sociedad americana, trató de ocultar por lo que creía el bien de su cargo y de su país.
Clint Eastwood lejos de acusarle, empatiza con este ambicioso personaje, tan poco honorable y miserable al mismo tiempo, pieza clave para entender los problemas políticos y sociales que acontecieron a lo largo del siglo pasado en los Estados Unidos.
Quizás esta sea la razón por la que la propia crítica y el público norteamericano no hayan compartido su entusiasmo por el film J. Edgar, no alcanzan a entender que Clint no solo se identifique con él, sino que lo muestre sin pudor como un monstruo a nuestros ojos, pues al fin y al cabo, el monstruo también forma parte de ellos.
J. Edgar nos muestra cómo Hoover reorganizó la oficina de investigaciones y cómo fue consiguiendo logros para la misma:
El servicio de identificación de personas mediante huellas digitales, el tema del marcado de los billetes para rastrear delincuentes, los micrófonos escondidos en agentes encubiertos, el poder actuar con armas y con poder de policía, el no tener que esperar la orden judicial de allanamiento para poder actuar, etc.
Como podemos ver, Hoover fue un hombre muy vanguardista en el tema de las investigaciones criminales que logró conseguir avances muy importantes para poder combatir a comunistas y delincuentes muy peligrosos.
Ello lo llevó a ser uno de los hombres más poderosos del país ya que como bien sabemos, la información es poder, y Hoover llegó a poseer muchos expedientes comprometedores de personas muy famosas, lamentablemente no ahonda mucho en ese aspecto.
J. Edgar nos va contando con muchas idas y vueltas en el tiempo sobre este hombre tan peculiar, sobre su pobre vida social, sus inclinaciones sexuales, su enfermiza relación con su madre, sus traumas y sus angustias.
Por ello, además de mostrarnos a J. Edgar Hoover como director del FBI también nos adentra en el plano humano y sus problemáticas, lo cual hace de J. Edgar un retrato biográfico bastante completo, del cual poco se puede achacar en el plano narrativo y en su argumento.
A lo que sí se lo puede criticar como negativo, porque se nota bastante, es al flojo maquillaje de los actores para lograr que sus personajes luzcan viejos, sobre todo al que someten al pobre Armie Hammer, su maquillaje resulta muy artificioso en su estética, prácticamente similar al que utilizan las películas de terror serie B.
Otro de los aspectos muy negativos es que DiCaprio no cambie su tono de voz cuando su personaje es ya anciano, resulta incoherente ver a un supuesto hombre avejentado con voz fuerte como si se tratara de un joven de 30 años.
Me resulta muy curioso que un actor de la talla de DiCaprio y que un director de la experiencia de Clint Eastwood no hayan corregido ese error grosero que resulta alevosamente evidente, incluso para aquellos que no presten demasiada atención a ese tipo de detalles en los filmes.
Sin embargo, Eastwood consigue así la firmeza para traspasar la frontera del tirano y enfrentarse cara a cara con un ser humano frágil, vulnerable y cargado de miedos, lo hace sin contemplaciones y sin caer en el sensacionalismo y lo hace sobre todo desde el punto de vista del propio J. Edgar que salta al pasado mientras que narra su historia a bellos jóvenes mecanógrafos, curiosamente de distintas razas, para que la escriban, lo que lo convierte en un retrato voluntariamente idealizado, que casi nunca se corresponde a la realidad, porque realmente eso es lo que el propio Hoover llega a creer que pasó, y tan solo cuando recibe una bofetada de su inseparable Tolson es capaz de despertar, alejándose también de esta forma del documento biográfico para acercarse más a un punto cinematográfico.
Este Hoover no sería una película tan redonda de no ser también por su protagonista, un ENORME Leo DiCaprio que cada película que suma en su currículum es un agigantado paso hacia delante y aquí, más allá de las capas de maquillaje necesarias para resucitar a Hoover, destaca una cuidada y matizada interpretación.
Sé que es difícil entender a un personaje tan contradictorio.
Una mente obsesionada con no envejecer, no tratar con mujeres, no ser homosexual pero que inevitablemente está diseñado para ello.
No se trata de ser sino de no ser, de ahí la creación de un mundo totalmente irreal en el que la castidad y el heroísmo del llanero solitario son claves para el reconocimiento del pueblo americano.
Al principio de J. Edgar, el propio Hoover narra que los historiadores a menudo olvidan el contexto en sus historias.
Él simplemente se integra en el entorno para transformarlo desde dentro y resurgir como un ídolo temerario merecedor de su propio “comic”
Es lo que hoy se llamaría un genio autodestructivo, auténtico líder en su campo pero un pez fuera del agua en cuanto a relaciones humanas o sociales se refiere, incapaz de contradecir a su anciana madre, verdadera artífice de su personalidad, o aceptar una proposición sexual abierta de una mujer.
En fin, a grandes rasgos J. Edgar es una película interesante de ver, el personaje histórico que se retrata tiene mucho de atractivo como para absorber la atención del espectador.
“I would rather have a dead son than a daffodil for a son”
En esos cincuenta años siendo el segundo hombre más importante del país más poderoso del mundo, así Hoover se convirtió en lo más cercano a un dictador que han tenido los Estados Unidos, un hombre que no dudaba en ejercer todo su poder para destruir por completo a todo comunista, pacifista o activista que se cruzase en su camino.
En cierto momento se dice que una sociedad que no está dispuesta a aprender de su pasado está condenada, no es casualidad que J. Edgar comience con un ataque terrorista que es el que hace despertar al monstruo que luego será Hoover y con el que empezará a poner en práctica alguna de las medidas que más tarde se legalizarían en la ley patriótica de los Estados Unidos tras los ataques del 9/11.
Eastwood retrata al tirano como el tirano que fue, y aunque muestra sus virtudes, como todos los avances que aporto en el campo criminalístico y que ayudaron a avanzar a pasos agigantados en un terreno que antes era bien endeble, tampoco le tiembla la mano a la hora de mostrar a ese mismo Hoover riéndose a carcajada limpia de la carta que recibe la Sra. Roosevelt de una amante femenina, el que cuando recibe una amenaza de Bobby Kennedy le habla con gran elegancia de ciertas grabaciones de su hermano en compañía femenina o tratando de boicotear el premio nobel de la paz de Martin Luther King Jr. tratando de sacar a la luz ciertas grabaciones con una jovencita, pero más allá del tirano hay un ser humano, y es ahí realmente dónde Eastwood escarba hasta el fondo.
El Hoover de Eastwood es un personaje freudiano, un niño de mamá con la que compartirá la vida mientras esta siga viva, un personaje atormentado por culpa de una educación represora y que en una de las más lacerantes escenas, sufre cuando su madre le dice que prefiere un hijo muerto a un narciso (maricón)
En su vida personal, J. Edgar es un completo fracasado, tendrá la necesidad de pedir matrimonio a Helen Gandy, y aunque está le rechacé se convertirá en algo más que su secretaria durante toda la vida, una confesora y uno de los pocos brazos que se le tenderán como apoyo.
Lo único que cambiará la vida personal de Hoover será la llegada de Clyde Tolson, con el que durante toda la vida compartirá comidas, vacaciones, y prácticamente todo menos la cama.
Eastwood retrata esa relación platónica con mimo y cuidado, haciéndola prácticamente el epicentro de J. Edgar, el amor que Hoover siente por Tolson es fuerte, pero es incapaz de demostrarlo o de salir del armario por culpa de la represión que le ha tocado vivir.
Por culpa de esas ideas conservadoras que le atormentan rechazará y amenazará a Tolson en el único momento en el que éste se atreva a besarle, y únicamente estando sin ninguna compañía será capaz de expresar su amor.
Una represión sexual en todos los sentidos venida por la cercana unión con su madre, que verá su punto más terrorífico en una bella escena en la que el protagonista se trasviste mirándose en un espejo que actúa como silencioso confesor.
Lo que también parece bastante claro es que era sin duda éste es el Hoover que Eastwood ansiaba narrar.
Una pequeña parte del argumento que habla del amor de dos hombres, un tema tabú en el cine actual, en una época en la que no era nada normal el auto reconocerse homosexual, primero porque era un estigma, una enfermedad.
Así pues, en J. Edgar se aborda la posible homosexualidad de Hoover y sobre su presunta relación sentimental con Clyde Tolson.
Hoover nunca contrajo matrimonio, lo que siempre despertó rumores acerca de su sexualidad.
Clint Eastwood decidió retratar este aspecto de la vida privada de Hoover en el film, por ello el director y el actor Leonardo DiCaprio decidieron documentarse lo máximo posible para que posteriormente quedara reflejado en pantalla.
“I don't need to tell you that, what determines a man's legacy is often what isn't seen”
J. Edgar no es una película sobre el FBI, lo cual es un tema secundario subyugado a lo evidente.
J. Edgar Hoover en el título y la imagen del cartel no dan suficientes pistas a todos los que dicen haber sido engañados.
J. Edgar es el personaje y la persona, más esto último, de alguien que aquí nadie conoce pero que es de primera fila en la historia del siglo XX de los EEUU.
Un perfil psicológico determinado por su madre, condición y época.
Se sugiere un conflicto emocional y la existencia de alguien humanamente superior dentro del personaje histórico, lo cual es evidenciado por muchos detalles que hay que saber ver, no perder detalle de la decoración de la habitación personal en las últimas escenas, especialmente centrada en la historia de amor, tema principal de J. Edgar, no está de más en absoluto, si no que es la película en sí.
La figura de J. Edgar es fascinante.
Podrá ser acusado de muchas cosas pero lo que está claro es la particular representación del “American Dream” que llevó a cabo.
De la nada llegó a la dirección y creación del FBI, siendo clave para el desarrollo de la hoy tan de moda ciencia forense.
Hoover fue un pionero y revolucionario al que la historia no ha tratado bien debido a sus delitos y fraudes con negros, comunistas, extranjeros y mujeres.
Es curioso, cada vez que tiene que enseñarle a cada nuevo Presidente quién es el que manda de verdad.
Con J. Edgar se nos está mostrando cómo son las cosas de verdad verdadera en el “American Dream”
El mundo es para los oportunistas, pero no para los oportunistas cínicos, sino para aquellos que siguen adelante porque están insuflados con esa llama que sólo la “verdadera libertad” es capaz de proporcionarles, incluso a quienes son indignos de ella.
J. Edgar Hoover ha encarnado a la quintaesencia de las fallas de la democracia en Estados Unidos, de cómo el gobierno popular se ha hecho tan complejo que se necesitan hombres y agencias especializadas que, bajo el radar de todo el mundo, cobran demasiado poder y se transforman en quistes dentro del sistema.
Nunca debemos olvidar la historia.
Nunca debemos bajar la guardia.
“The Bureau is stronger than just you and me now.
Your child is sure and keeps the country safe”
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