The Thief of Bagdad

“Happiness must be earned”

Como género cinemático, la fantasía tradicionalmente no se ha considerado tan alta como el género relacionado de la película de ciencia ficción.
Sin lugar a dudas, el hecho de que hasta hace poco las películas de fantasía a menudo sufrían las aflicciones de “Espada y Sandalia” de valores de producción inferiores, actuación exagerada y efectos especiales decididamente pobres, fue un factor importante en la baja estima de la película de fantasía.
En La Era del Cine Mudo, las películas de fantasía más antiguas fueron las realizadas por el pionero del cine francés, Georges Méliès desde 1903; siendo el más famoso de ellos:
“Le Voyage dans La Lune” (1902); y en La Época Dorada del Cine Mudo, que comprende de 1918 a 1926; las películas de fantasía más destacadas fueron:
“Der Müde Tod: Ein Deutsches Volkslied in 6 versen” o “Destiny” (1921) y “Die Nibelungen” (1924), ambas de Fritz Lang, y “The Thief of Bagdad” (1924) de Douglas Fairbanks.
Se conoce como “Las Mil y Una Noches” a una célebre recopilación medieval en lengua árabe de cuentos tradicionales del Oriente Medio, cuyo núcleo de estas historias está formado por un antiguo libro persa llamado “Hazâr Afsâna” o “Mil Leyendas”
El compilador y traductor de estas historias folclóricas al árabe, es supuestamente el cuentista Abu Abd-Allah Muhammad el-Gahshigar, que vivió en el siglo IX; y la historia principal sobre Scheherezade, sirve de marco a los demás relatos.
La recopilación causó gran impacto en Occidente en el siglo XIX, una época en que las metrópolis impulsaban las expediciones e investigaciones geográficas y de culturas exóticas.
Compuesto por 3 grupos de relatos, el libro describe de forma fantástica y algo distorsionada la India, Persia, Siria, China y Egipto; y es que hacia el año 899, los relatos transmitidos oralmente, habían sido agrupados en ciclos, y se cree que muchas de las historias fueron recogidas originariamente de la tradición de Persia, hoy en día Irán; así como de Irak, Afganistán, Tajikistán y Uzbekistán, y recopiladas más adelante, incluyendo historias de otros autores.
Las historias son muy diferentes, incluyen cuentos, historias de amor o tanto trágicas como cómicas, poemas, parodias y leyendas religiosas musulmanas; y en muchas historias se representa a genios, espíritus fantásticos, magos y lugares legendarios que son mezclados con personas y lugares reales.
El libro ha sido adaptado muchas veces en todos los países de Occidente; y generalmente se eligen para su difusión, los relatos en los que prevalecen las aventuras y la fantasía, tales como la historia de “Aladino y La lámpara”, “Los Viajes de Simbad, El Marino” o la aventura de “Alí Babá y Los 40 Ladrones”
Por ello, las historias de “Las Mil y Una Noches” han sido temas populares para las películas, comenzando con “Le Palais des Mille et Une Nuits” (1905) del mismo Georges Méliès.
Y con The Thief of Bagdad se retorna el tiempo cronológico hasta la época más recursiva del cine mudo, pero se proyecta al mejor de los futuros:
El reino donde al tiempo lo fecunda la fantasía que todo lo salva.
El ambiente mítico, mágico de “Las Mil y Una Noches” hace despliegue con su más imaginativo poder; y la aventura nos lleva en un viaje por lo posible, más allá de las realidades, allí donde la razón no cabe con su rígido estorbo y normatividad.
Sin embargo, allí no es la surrealidad absurda lo que suplanta a la realidad; es la fantasía prodigiosa y deliciosa la que nos acompaña por los territorios donde la aventura, el esfuerzo y riesgo por alcanzar la meta de los sueños, se impone como norma.
De esa manera, las películas de fantasía tienen una historia casi tan antigua como el propio medio; sin embargo fueron relativamente pocas y distantes entre sí hasta la década de 1980, cuando las técnicas de cine de alta tecnología y el creciente interés de la audiencia, hicieron que el género floreciera.
“This is the meaning:
Thou wilt wed the suitor who first toucheth the rose-tree in thy garden”
The Thief of Bagdad es una película de fantasía del año 1924, dirigida por Raoul Walsh.
Protagonizada por Douglas Fairbanks, Julanne Johnston, Anna May Wong, Sojin Kamiyama, Snitz Edwards, Charles Belcher, Brandon Hurst, entre otros.
El guión es de Lotta Woods y Douglas Fairbanks; basados en los cuentos árabes de “Las Mil y Una Noches”, en una mágica historia de alfombras voladoras, genios y hechizos malvados, que supuso una de las cumbres del cine mudo de Hollywood, y la popularidad como estrella de Douglas Fairbanks, cuando acomete la gigantesca empresa que supone su producción.
Curtido durante años en aventuras contemporáneas, Fairbanks adquirirá fama universal cuando traslade a tiempos pasados sus divertidas peripecias; tanto que puso su físico atlético que le permitía realizar acrobacias espectaculares, al servicio de dinámicas producciones que sentaron las bases de lo que en adelante se conoció como “género de aventuras”
Del famoso mito, Fairbanks tomó varias historias para producir una película a la altura de su leyenda y figura; y se inspiró también en un episodio de la película alemana de Paul Leni, “Waxworks” (1924)
Pero Fairbanks no sólo produjo y protagonizó la película, sino que también colaboró activamente en la creación del guión; y para la megalítica producción del film, Fairbanks se rodeó de grandes técnicos y profesionales, formando un grupo de especialistas de entre los que emergerían futuros directores, como es el caso del director artístico, William Cameron Menzies, que impuso el estilo “art nouveau oriental” siendo The Thief of Bagdad, su primera asignación importante; o el diseñador de vestuario, Mitchell Leisen.
Con fastuosos decorados y las espléndidas vestiduras, atestiguan que Fairbanks eligió bien a sus técnicos, al igual que el director, Raoul Walsh, que no era precisamente un recién llegado; y The Thief of Bagdad supuso su consagración como realizador.
Y es que The Thief of Bagdad fue una de las películas más caras de la década de 1920; cuando el director artístico, William Cameron Menzies construyó la ciudad de Bagdad en un lote de unas 3 hectáreas, la mayor de la historia de Hollywood; que muy a pesar de su espectáculo, solo tomó 35 días para filmar; y hoy es ampliamente considerado como “una de las mejores películas mudas” y “el trabajo más grande de Fairbanks”
Como dato, el póster de la película, fue votado #9 entre “los 25 mejores carteles de películas de la historia”
Filmada en West Hollywood, la acción sigue a un ladrón de dedos hábiles llamado Ahmed (Douglas Fairbanks), que actúa en las calles de Bagdad.
Un día entra en El Palacio del Califa (Brandon Hurst) con intención de robar un tesoro; y allí ve a La Princesa (Julanne Johnston), y se enamora de ella; y junto a su colega ladrón (Snitz Edwards), traman un plan para raptarla, aprovechando que se va a celebrar una audiencia de pretendientes para casarse con ella.
Pero mientras tanto, vivirá una de las más increíbles aventuras experimentadas jamás.
The Thief of Bagdad, es uno de los ejemplos más brillantes de ese concepto de espectáculo sin complejos que ofrecía el cine mudo; y ofertaba al espectador, anclado a una vida cotidiana, la oportunidad de escapar por 2 horas y media; y vivir una fantasía sin igual; siendo el mayor triunfo artístico de la carrera de Fairbanks, que incluía el magnífico diseño visual, esplendor imaginativo y efectos visuales, junto con su desempeño de bravura, liderando él mismo un elenco de literalmente miles; todos contribuyen a hacer de esta su obra maestra.
Como dato, en 1940 se llevó a cabo el primer remake de la película, con el mismo título; dirigida por Michael Powell, Ludwig Berger y Tim Whelan; cuya principal diferencia argumental entre ambas películas, consistió en que en la película de 1940, el personaje del ladrón se escinde en 2 personajes distintos; mientras que en la versión de 1924, el ladrón se enamora de La Princesa, siendo ambos la pareja estelar de la película; pues en la versión de 1940, el ladrón deja de ser el galán de la historia, y cede ese papel a un nuevo personaje:
El Califa de Bagdad.
Lamentablemente la colosal figura de Douglas Fairbanks iría desvaneciéndose con el advenimiento del cine sonoro; pero su legado, de majestuosas producciones y su encarnación del atlético y socarrón héroe de aventuras, perduró.
“This Arab Prince is but a thief.
Seek him out!”
Creo que el encanto que tienen algunas de las grandes películas mudas, es que fueron las primeras en su género, pues antes de ellas, no había nada.
Y a partir de ellas, las películas que vinieron, han sido versiones mejoradas, más elaboradas en el plano técnico o argumental.
Un caso lo tenemos con The Thief of Bagdad, que a partir de ella, todo el género del cine de aventuras ha bebido de ella.
Para 1920, Douglas Fairbanks había completado 29 películas, de las que 28 eran largometrajes y 1 corto de 2 carretes; que mostraban su exuberante personalidad de pantalla, y su capacidad atlética; y tuvo la inspiración de organizar un nuevo tipo de filme de aventuras, un género que luego perdió el favor del público… pues Fairbanks había sido un cómico en sus películas anteriores.
En “The Mark of Zorro”, Fairbanks combinó su atractiva personalidad de pantalla con el nuevo elemento de vestuario aventurero; y fue un gran éxito, tanto que lo convirtió en “superestrella”; y durante el resto de su carrera en películas mudas, continuó produciendo y protagonizando películas cada vez más elaboradas e impresionantes, como The Thief of Bagdad.
Para sus producciones, Fairbanks no escatimaba en gastos y esfuerzo, y establecieron el estándar para todas las futuras películas de “capa y espada”; y cuando él decidió rodar una película de fantasía como “Las Noches de Arabia”, no sabía que iba a realizar la mejor de sus películas; siendo realmente un film que causó gran impacto, y en la primera que tuvo control absoluto en todos los aspectos:
Guión, producción y dirección.
Sus detractores llegaron a pensar que convirtió la película en una fanfarronada para exclusivo lucimiento personal, y la cosa no es para tanto, ya que la película en sí es notable, pero sí es verdad que rezuma el egocentrismo más que conocido de Fairbanks en cada fotograma.
En sus más de 2 horas de duración, son un continuo derroche visual con inmensos decorados, suntuoso vestuario, luchas de espadachines, alfombras voladoras, dragones, efectos especiales, y una bonita aunque forzada historia de amor, además de la atractiva presencia de Fairbanks, “sex symbol” de aquel entonces, mostrando el palmito permitido.
Estos eran los ingredientes necesarios para que el público de la época la convirtiese en un éxito seguro; y una de las grandes epopeyas del cine mudo, con un protagonismo absoluto del actor, guionista y productor; una de las grandes superproducciones del género fantástico de los años 20.
Y es que Fairbanks la hizo épica, sutilmente montado en un estudio de Hollywood, a un costo de $1,135.654.65, The Thief of Bagdad fue una de las películas más caras de la década de 1920.
El director de arte, William Cameron Menzies, fue en gran parte responsable del diseño de la producción, siguiendo de cerca los requisitos establecidos y la meticulosa atención al detalle de Fairbanks, así como una imaginería visual compleja, que requirieron el uso de efectos especiales de última generación, con una cuerda mágica, un caballo volador, una alfombra voladora, y conjuntos palaciegos a gran escala; pero ciertamente las partes más flojas son aquellas en las que Fairbanks no está en pantalla haciendo de las suya.
Aun así, también se puede disfrutar de unos mega melómanos decorados y unos efectos especiales de lo más inocentes, pero que por supuesto, en la época causaban mucho más impacto.
Con todo, casi 100 años después, las escenas de la alfombra voladora siguen aguantando más que bien el paso del tiempo, porque es una obra que destila ternura por su candidez, con un ritmo narrativo trepidante, siempre están pasando cosas, y no hay descanso; siendo también un raro ejemplo de una película de Hollywood que comienza con una cita del Corán:
“¡Alabado sea Alá, El Rey benéfico, El Creador del Universo, El Señor de Los Tres Mundos!”
Aunque creo que es apócrifo, da una visión positiva del Islam, incluso si está en el contexto de un mundo de sueños; ya que Ahmed es un hábil e ingenioso ladrón que deambula despreocupadamente por las calles de Bagdad, escenario de sus múltiples y exitosas raterías.
Él es un hombre feliz, pues “todo lo que quiere, lo consigue”
Un día, él y su socio deciden robar en El Palacio del Califa; y por la noche, Ahmed escala los altos muros con la ayuda de una cuerda mágica, mientras su socio le espera fuera.
Consigue acceder al lugar donde se guarda un gran tesoro, pero tras ver dormida a La Princesa, se enamora de ella.
Pero una esclava mongola (Anna May Wong) le descubre, y da la voz de alarma, pero Ahmed logra huir...
Al día siguiente se anuncia con gran pompa por parte del Califa, la futura boda de su hija, y la llegada en breve de los principales Príncipes de Asia, para que la novia elija entre ellos:
El Príncipe de Persia (Mathilde Comont), El Príncipe de La India (Noble Johnson) y El Príncipe Mongol Cham Shang (Sojin Kamiyama)
Este último, además, tiene la intención de apoderarse de la ciudad para añadirla a sus dominios.
Ahmed, ayudado por su socio, se hace pasar por un Príncipe, y es elegido por La Princesa, pero en un acceso de sinceridad, le confiesa a ella su verdadera identidad y su amor.
Mientras la esclava mongola lo reconoce y lo delata; siendo castigado a ser azotado antes de morir, pero salva la vida gracias a La Princesa; y El Califa obliga a su hija a volver a elegir entre los pretendientes.
Para ganar tiempo, La Princesa le propone a su padre que los envíe a tierras lejanas en busca de un tesoro, y que vuelvan al cabo de 7 lunas.
Quien traiga el tesoro más extraño y maravilloso, será el elegido…
Ahmed, que siempre había sido escéptico en materia religiosa, acude a la mezquita, y consulta su situación con un hombre santo, El Imam (Charles Belcher), quien le dice que “hay que luchar por la felicidad” y que debe ser él mismo quien conquiste su destino.
Ahmed partirá para poder conseguir un valioso tesoro, y así poder casarse con La Princesa; pero en su camino deberá pasar graves situaciones de peligro, y vivirá extraordinarias y fantásticas aventuras.
La “road movie” aventurera de Raoul Walsh, crea un microcosmos de ensoñación, donde las peripatéticas hazañas del temerario bandido, hechas imagen gracias a los ingeniosos y arcaicos efectos especiales de la época, junto con las dotes gimnastas de Fairbanks, indican que en la vida y en el cine todo es posible si uno se deja llevar por la imaginación.
El lema del ladrón despreocupado es “lo que quiero, lo tome”; pero él encuentra la redención a través del amor de una Princesa; que inicialmente se hace pasar por un Príncipe para ganar su mano, y termina flagelado y humillado; y en última instancia, buscando el consejo del “hombre santo”, que se burló anteriormente, quien le aconseja que si ama a una Princesa, debe “convertirse en un Príncipe”
Y es llamativo que después de haber despreciado al Islam, lo abraza de manera ecuménica, antes de realizar un peligroso viaje en competencia con los pretendientes aristocráticos de La Princesa, y salvar a Bagdad de los invasores mongoles.
La peregrinación siguiente, lleva al ladrón en una fantástica odisea de cuentos que van desde las profundidades del mar, atormentado por sirenas y arañas gigantes; hasta el mundo sobre las nubes, donde encuentra la morada del caballo alado y la ciudadela de La Luna.
La magia de este viaje mítico supera cualquier cosa en el remake de 1940, muy apreciado, y posiblemente sobrevalorado; aunque cada época tiene sus entretenimientos maravillosos, y The Thief of Bagdad de 1924, transportó al público a un nuevo nivel de fantasía imaginativa:
Tenía la estrella más grande de la época, en una producción que empequeñecía cualquier cosa que alguien haya visto alguna vez:
Sea una ciudad árabe imponente, dominios mágicos en grutas oscuras, bajo el mar y en el cielo; y las películas convencieron a la gente, de que Hollywood podía crear entornos completos a partir de la nada, y The Thief of Bagdad encabeza todos los esfuerzos anteriores.
Aunque la trama no es nada espectacular, tenemos a un ladrón que se burla de todos hasta que cae perdidamente enamorado de La princesa, produciéndose entonces un cambio fundamental en su vida, que lo conduce a desiertos y montañas lejanas, en las cuales vive las aventuras más fantásticas, donde no faltan genios, talismanes, amuletos, manzanas que resucitan, cristales que permiten ver el futuro, alfombras voladoras, caballos con alas, dragones, brujas, ejércitos que aparecen de la nada, sogas que se endurecen y sirven para escalar…
Naturalmente, al final él resulta vencedor, y se impone sobre el clásico villano, en este caso representado por El Príncipe mongol y su espía en La Corte del Califa, la magnífica cortesana encarnada por May Wong, una de las primeras actrices orientales en hacerse un lugar en Hollywood.
Como narración de hace un despliegue imaginativo sin parangón para su tiempo, un desparrame de fantasía al servicio de este exótico argumento, con este despliegue visual se le debe al gran director artístico, William Cameron Menzies, creador de unos escenarios espectaculares; junto al suntuoso vestuario de Mitchell Leisen; nos transporta a un mundo idealizado donde los sueños se pueden realizar que junto a los pioneros efectos especiales, y nos sumergen, eso sí concediéndole la licencia del paso del tiempo, en un universo en el que hay muchas cosas fantásticas, y todo eso hay que encuadrarlo en su tiempo, pues ellos fueron los adelantados, y esto les confiere un enorme atractivo.
El relato de aventuras, no es más que un entretenimiento, que no pretende conmover, ni sensibilizar; únicamente es un pasatiempo muy original para su año de producción, y el desarrollo del argumento visto hoy, resulta harto pueril, un romance bastante forzado, unas situaciones que evolucionan a trompicones, no posee demasiada coherencia, pero eso qué más da, si lo que alcanza es que hagas es que pases un rato ameno.
Técnicamente, para la fantasía oriental de Douglas Fairbanks, Cameron Menzies creó una serie de grandiosos decorados e innovadores efectos especiales que causaron sensación.
El momento en que el jovial  ladrón, junto a la hermosa Princesa se elevan en la alfombra voladora, por encima de las cúpulas del majestuoso Bagdad, se ha convertido en un icono que refleja toda una época en el cine; pues The Thief of Bagdad es fuerte en efectos especiales de la época, y presenta conjuntos de estilo árabe masivo y colosal, todo hacia arriba; y lo que es más importante, Menzies le da a The Thief of Bagdad un sentido de enorme escala.
El ladrón entra en El Palacio trepando una vasta red de hiedra que serpentea por una pared que debe tener cuarenta pies de alto; y muchos disparos se mantienen abiertos para mostrar a los personajes moviéndose como hormigas en medio de estructuras demasiado grandes para El Monte Olimpo; y si se fijan lo suficientemente, verán los cables de la legendaria alfombra voladora, pero también descubrimos que los actores principales montaron esa cosa incluso cuando estaban suspendidos por una grúa sobre el escenario, sin ninguna red debajo…
Y aún más impresionantes son los efectos ópticos para el manto de la invisibilidad… donde vemos partes de personas que no están cubiertas por la capa, y a veces, un zumbido que indica dónde está el ladrón “invisible”
No hay degradación de la imagen, ninguna franja mate reveladora, nada; aparentemente es una exposición múltiple perfecta en la cámara… por lo que los extraordinarios efectos especiales de Hampton del Ruth colaboran bastante, sobre todo porque al producirse con tanta rapidez y en medio de una acción conmovedora y atrayente, no dan tiempo al espectador para evaluar si se trata de un truco, y de cómo se ha efectuado.
Todo lo que pasa, se acepta como tal… y en ello, el director Raoul Walsh resulta genial, porque nos sumerge de lleno en el mundo quimérico procedente de los cuentos árabes y persas; porque los escenarios que conforman Bagdad están magníficamente trabajados, pero no para que parezcan reales, sino precisamente para evocar una ficción, y provocar un romanticismo que sólo se puede percibir en los cuentos de hadas.
Y es inolvidable El Monte con El Palacio de La Luna en lo alto, enturbiado por una ligera niebla que lo hace más exótico aun; o en las escenas con el simio gigante, donde los guardias son interpretados por niños; y cuando el simio está fuera de la vista, los adultos hacen de los guardias.
Eso fue hecho para hacer que el mono de tamaño normal, parezca más grande.
Para el efecto de la alfombra voladora, Douglas Fairbanks se paró en una hoja de acero de 3/4 de pulgada unida a 16 cables de piano, y aparejada a la parte superior de una grúa, que lo elevó por encima de la multitud…
Para las escenas en El Reino de Las Sirenas bajo el agua, Douglas Fairbanks hizo que las cámaras dispararan a través de una cortina de gasa fina, para dar la ilusión de que el ladrón nadaba bajo el agua; y las escenas del Reino de Las Sirenas se tiñeron de azul en la postproducción.
O las escenas con grandes movimientos de masas, con ejércitos de cientos de extras, y unos efectos especiales en ocasiones sorprendentes por su sencillez y efectividad, permite hoy en día, evadir nuestra realidad, y sentir lo que nuestros antepasados vivieron al verla, pues no es otra cosa que la felicidad de vivir algo único.
En cuanto al vestuario y los decorados, debe advertirse que desde un principio optan por recrear un mundo de ficción, en el que no importa si las murallas son desmesuradas, si los vestidos anacrónicos, o la arquitectura irrealizable; en efecto, es en el mundo de la fantasía y la aventura, en el que estas cosas carecen de importancia, en el que es posible derrotar a la muerte con una manzana, ver el futuro en un cristal, o volar en una alfombra, y también donde al final siempre triunfan el bien y el amor.
El diseñador de vestuario de Fairbanks, fue el quisquilloso futuro director, Mitchell Leisen; y digan lo que quieran acerca de un perfeccionista que insistió en las mejores telas, etc., los trajes de Leisen son realmente sofisticados.
El ladrón anda con pantalones estampados y una diadema para la mayor parte de la imagen, mostrando la sonrisa deslumbrante y el increíble físico, mostrando el pecho desnudo, algo un tanto censurable para la época, más al saber que Fairbanks acababa de cumplir 40 años; que lo convirtió en un amante de los sueños para una generación de mujeres.
El vestuario de La Princesa y su Corte, no son ni túnicas sobre túnicas, ni lencería falsa, sino algo que podría hacer que una mujer se sienta como una Princesa.
Nada teatral no estrambótico.
Todos los siervos y soldados, tienen algo interesante que vestir:
Los comandos del Príncipe Mongol, tienen impresionantes cascos de batalla y alabardas apropiadas para cosechar cocos.
Mientras el rostro de pícaro y bribón que nos muestra Fairbanks en todo momento, es suficiente para enamorar a todo el público, más allá de la versatilidad de este gran actor, en hacer el rol de un ladrón, un Príncipe que no es Príncipe, y un aventurero que debe convertirse realmente en un Príncipe; y a pesar de todos estos papeles, nunca llega a perder ese karma que lo caracteriza desde el inicio, el de socarrón muy astuto que siempre se sale con la suya; en un papel que le permite al actor, aun con 40 años, hacer alarde de su físico acrobático solo con pantalones holgados y un turbante.
Como dato, Fairbanks consideró que The Thief of Bagdad era su filme favorito, tanto que la gimnasia imaginativa se adaptó a la estrella atlética, cuyos movimientos “parecidos a los de un gato, aparentemente sin esfuerzo”, fueron tanto baile como gimnasia.
Como curiosidad, para la escena inicial, donde el ladrón entra y sale de las ollas de arcilla gigantes en el mercado, Douglas Fairbanks tenía pequeños trampolines colocados dentro de cada maceta, lo que le permitía rebotar fácilmente de una maceta a otra.
Y junto con su “Robin Hood” (1922), The Thief of Bagdad marcó la transformación de Fairbanks de la comedia genial, a una carrera en papeles “de capa y espada”, siempre haciendo gala de su musculatura durante media película, pues el gran aliciente de la misma, es contemplar a Fairbanks triscando de un lado a otro mientras trata de conseguir su premio final, para lo cual tendrá, faltaría más, que pasar por diversas pruebas, como mandan los cánones de los cuentos clásicos.
No se echará de menos, por supuesto, al villano de turno, un Príncipe mongol que quiere hacerse con Bagdad y sus riquezas, usando sus artimañas de villano asiático; y a su riquísima espía, una esclava al servicio de La Princesa.
La desconocida Julanne Johnston, a quien Fairbanks eligió como su Princesa para la ocasión, y un tal “Sojin” que está estupendo como el villano mongol de la historia; dicen por cierto, que su personaje inspiró la apariencia del mítico Ming de “Flash Gordon; y Anna May Wong, como una de las bellezas exóticas más flamantes que haya podido ver Hollywood, que interpretó a una esclava mongol traicionera, que nunca revela una conciencia, y tampoco domina al Príncipe mongol, que ha matado a un mendigo solo para ver si la manzana de oro lo revivirá…
Como dato muy curioso, en algunas copias, Mathilde Comont es acreditada como “M. Comont” para mantener su sexo en secreto; sin embargo, en varias escenas de la película, es muy obvio que El Príncipe de Persia está siendo interpretado por una mujer.
En definitiva, The Thief of Bagdad es una película larga, pero nunca jamás será aburrida.
Por último decir que la banda sonora ha sido reconstruida por Kevin Brownlow y David Gill, con una partitura de Carl Davis, dirigiendo la Orquesta Philharmonia, sustituyendo a la que originalmente compuso Mortimer Wilson; en un movimiento originalmente encargado por Kevin Brownlow y David Gill para acompañar una de sus proyecciones de clásicos silenciosos en la década de 1980; y se basa en temas de la suite “Scheherezade” de Rimsky-Korsakov, otro ejemplo clave de lo que se llamó “orientalismo”
“What I want, I take”
Más que un viaje a través del tiempo, se trata de un trayecto hacia el mundo de la fantasía…
Todo comenzó aquí, y después vinieron las sagas más emblemáticas conocidas como The Lord Of The Rings, Narnia o Harry Potter, que deben agradecer considerablemente a The Thief of Bagdad, por ser la pionera de los largometrajes de aventura y épica, o bien a los comics de MARVEL o DC, con Douglas Fairbanks como el héroe más emblemático y referenciado; pues, nuevamente, The Thief of Bagdad es “la madre de todas las películas de aventuras” posteriores de fantasía a todo color, que tanto proliferan en la actualidad.
Es decir, la fuente de la que beben tantas películas, muchas de ellas imitadoras mediocres, que buscan maravillar al espectador con colorido y efectos especiales, y que la mayoría, no todas claro está, no logran lo que logró en su día ésta joya:
Crear un mundo cerrado en sí mismo, improbable, y aun así, o quizás precisamente por ello, creíble y fascinante.
Mundos que otros directores, muchos de ellos dotados de talento no han conseguido igualar, quizás porque no creían en ellos, pues narrar aventuras requiere de una fe inamovible.
Y la influencia de su fuente, “Las Mil y Una Noches” en la literatura mundial, por ejemplo, es inmensa.
Escritores tan diversos como Henry Fielding y Naguib Mahfouz, han aludido a la colección por su nombre en sus propias obras.
Otros escritores que han sido influenciados por ella, como:
John Barth, Jorge Luis Borges, Salman Rushdie, Orhan Pamuk, Goethe, Walter Scott, Thackeray, Wilkie Collins, Elizabeth Gaskell, Nodier, Flaubert, Marcel Schwob, Stendhal, Dumas, Gérard de Nerval, Gobineau, Pushkin, Tolstoy, Hofmannsthal, Conan Doyle, W.B. Yeats, H.G. Wells, Cavafy, Calvino, Georges Perec, H.P. Lovecraft, Marcel Proust, A.S. Byatt y Angela Carter.
Varios personajes de esa épica, se han convertido en íconos culturales en la cultura occidental, como Aladino, Simbad y Ali Baba; y parte de su popularidad puede haber surgido de estándares mejorados de conocimiento histórico y geográfico; con maravillosos seres y eventos típicos de los cuentos de hadas que parecen menos increíbles si se establecen más “hace mucho tiempo” o más “lejos”; y este proceso culmina en el mundo de fantasía que tiene poca conexión, si la hay, con los tiempos y lugares reales; pues varios elementos de la mitología árabe, son ahora comunes en la fantasía moderna, como los genios, las alfombras y lámparas mágicas, etc.

“I am not a prince.
I am less than the slave who serves you-a wretched outcast-a thief.
What I wanted, I took.
I wanted you.
I tried to take you.
But when I held you in my arms, the very world did change.
The evil within me died.
I can bear a thousand tortures, endure a thousand deaths, but not thy tears”



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