¡Vámonos con Pancho Villa!

“Esta película es un homenaje a la lealtad y el valor que Francisco Villa, el desconcertante rebelde mexicano, supo infundir en los guerrilleros que le siguieron.
De la crueldad de algunas de sus escenas no debe culparse ni a un bando ni a un pueblo, pues recuerda una época trágica que lo mismo ensangrentó las montañas de México que los campos de Flandes y los valles pacíficos de Francia.
Año de 1914”

El cine llegó a México, casi 12 meses después de su aparición en París; y el éxito de ese nuevo medio de entretenimiento, fue inmediato:
Porfirio Díaz, Presidente de México, había aceptado recibir en audiencia a Claude Ferdinand von Bernard y a Gabriel Veyre, 2 proyeccionistas enviados por Louis y Auguste Lumière a México, debido a su enorme interés por los desarrollos científicos de la época; y la noche del 6 de agosto de 1896, Díaz, su familia y miembros de su gabinete, presenciaban asombrados las imágenes en movimiento que se proyectaban con el cinematógrafo, en uno de los salones del Castillo de Chapultepec, en México.
Además, el hecho de que el nuevo invento proviniera de Francia, aseguraba su aceptación oficial en un México con un Presidente que no ocultaba su gusto “afrancesado”
Después de su afortunado debut privado, el cinematógrafo se presentó al público el 14 de agosto de ese mismo año, en el sótano de la droguería Plateros, en la calle del mismo nombre, hoy Madero, de La Ciudad de México, donde el público abarrotó el sótano del pequeño local, con repetición de la sesión del sótano del Café de París, donde debutó el cinematógrafo; y aplaudió fuertemente las vistas mostradas por Bernard y Veyre.
Curiosamente, la droguería Plateros se localizaba muy cerca de donde, unos años después, se ubicaría la primera sala de cine del país:
El Salón Rojo.
De esa manera, México fue el primer país del continente americano que disfrutó del nuevo medio, ya que la entrada del cinematógrafo a los Estados Unidos había sido bloqueada por Thomas Alva Edison, aunque se rumorea que debido a que Don Porfirio, o bien su gobierno, tenía una buena amistad con el gobierno de Francia en ese momento, los padres del cine prefirieron a México para que fuera el primer país americano en presenciar este medio.
Por otra parte, años después tuvo lugar La Revolución Mexicana, conflicto armado que se inició en México, el 20 de noviembre de 1910; y hoy en día suele ser referido como “el acontecimiento político y social más importante del siglo XX en México”
Los antecedentes del conflicto, se remontan a la situación de México bajo el “porfiriato”, del mismo Porfirio Díaz, que ejerció el poder en el país de manera dictatorial desde 1876.
La situación se prolongó 31 años, durante los cuales, México experimentó un notable crecimiento económico, y tuvo estabilidad política; pero estos logros se realizaron con altos costos económicos y sociales, que pagaron los estratos menos favorecidos de la sociedad, y la oposición política al régimen de Díaz.
Durante la primera década del siglo XX, estallaron así varias crisis en diversas esferas de la vida nacional, que reflejaban el creciente descontento de algunos sectores con el “porfiriato”
Cuando Díaz aseguró en una entrevista, que se retiraría al finalizar su mandato sin buscar la reelección, la situación política comenzó a agitarse…
La oposición al Gobierno cobró relevancia ante la postura manifestada por Díaz.
En ese contexto, Francisco I. Madero, realizó diversas giras en el país, con miras a formar un partido político que eligiera a sus candidatos en una asamblea nacional, y compitiera en las elecciones.
Díaz lanzó una nueva candidatura a la presidencia, y Madero fue arrestado en San Luis Potosí por sedición; y durante su estancia en la cárcel, se llevaron a cabo las elecciones que dieron el triunfo a Díaz.
Pero Madero logró escapar de la prisión estatal, y huyó a los Estados Unidos, y desde San Antonio, Texas; el 20 de noviembre de 1910, proclamó El Plan de San Luis, que llamaba a tomar las armas contra El Gobierno de Díaz.
El conflicto armado se inició en el norte del país, y posteriormente se expandió a otras partes del territorio nacional; y una vez que los sublevados ocuparon Ciudad Juárez, Chihuahua; Porfirio Díaz presentó su renuncia, y se exilió en Francia.
En 1911, se realizaron nuevas elecciones, en las cuales resultó electo Madero; y desde el comienzo de su mandato tuvo diferencias con otros líderes revolucionarios, que provocaron el levantamiento de Emiliano Zapata y Pascual Orozco, contra El Gobierno Maderista; y en 1913, un movimiento contrarrevolucionario, encabezado por Félix Díaz, Bernardo Reyes y Victoriano Huerta, dio un Golpe de Estado.
El levantamiento militar, conocido como “Decena Trágica”, terminó con el asesinato de Madero, su hermano Gustavo, y el vicepresidente Pino Suárez.
Huerta asumió La Presidencia, lo que ocasionó la reacción de varios jefes revolucionarios como Venustiano Carranza y Francisco Pancho Villa.
José Doroteo Arango Arámbula, más conocido por su seudónimo “Francisco Villa” o el hipocorístico de este, “Pancho Villa”, fue uno de los jefes de La Revolución Mexicana, cuya actuación militar fue decisiva para la derrota del régimen del entonces Presidente Victoriano Huerta; y durante la revolución, fue conocido como “El Centauro del Norte”, convirtiéndose en el guerrillero más admirado en la historia del cine nacional de todos los tiempos, pues simboliza al héroe hecho hombre, dotado de una figura bonachona y recia, que representa al Centauro que hace La Revolución a su manera, con sus ideales patrióticos, para así lograr una nación libre y soberana.
Como Comandante de La División del Norte, Villa fue caudillo del estado norteño de Chihuahua, el cual, dado su tamaño, riqueza mineral y también la proximidad a los Estados Unidos, le proporcionó cuantiosos recursos; al tiempo que fue gobernador provisional de Chihuahua, en 1913 y 1914.
Villa y sus seguidores, conocidos como “villistas”, se apoderaron de las tierras de los hacendados para distribuirlas a los campesinos y soldados; y se apoderó de trenes y, como varios generales revolucionarios, usó dinero fiduciario impreso para pagar por su causa.
Fuera de los libros de historia, La Revolución Mexicana permanece en 3 ámbitos:
El imaginario colectivo, la literatura y el cine.
Uno de sus personajes más socorridos, es precisamente Pancho Villa, pero el problema con él, es que casi siempre se lo representa en el borde de la exageración y el melodrama, como el caudillo valiente pero abusivo, como el héroe revolucionario que buscaba “máiz pa’todos”, y tuvo entre sus muchos méritos, el haber invadido Estados Unidos, o como el despiadado y sanguinario líder de la División del Norte, que acabó traicionando la causa, y murió asesinado porque “el que a hierro mata a hierro muere”
De esa manera La Revolución Mexicana coincidió con la llegada al cine a México, y Villa llegó a firmar contrato con los estudios gringos, para que inclusive, filmaran sus batallas; y se dice incluso que, como aún no se podía filmar de noche, el líder organizaba sus batallas de día.
Por ello, La Revolución Mexicana ha encontrado diferentes formas de análisis y reflexión, y encontró en el cine, un poderoso semillero de historias que alimentaron el imaginario nacional, destacando la valentía de hombres y mujeres que dieron su vida en la gesta que estalló en 1920; tanto que durante el conflicto armado, muchos camarógrafos mexicanos, siguieron los acontecimientos de la revolución, es así como La Revolución Mexicana ha sido explorada en el cine mexicano, con documentales o largometrajes de ficción, dramas, comedias, épicas y melodramas de reconstrucciones históricas; y a partir de la década de 1930, comienza en México la llamada “Época de Oro del Cine Mexicano”, período durante el cual La Revolución Mexicana fue un tema recurrente.
“¡Aquí te quedas hasta que te mande yo a buscar!”
¡Vámonos con Pancho Villa! es una película bélica mexicana, del año 1935, dirigida por Fernando de Fuentes.
Protagonizada por Antonio R. Frausto, Domingo Soler, Manuel Tamés, Ramón Vallarino, Carlos López “Chaflán”, Raúl de Anda, Rafael F. Muñoz, Alfonso Sánchez Tello, entre otros.
El guión es de Fernando de Fuentes y Xavier Villaurrutia; basados en la novela homónima de 1931, escrita por Rafael F. Muñoz, quien experimentó La Revolución de primera mano, mostrando una de las visiones más profundas de esa especie singular de luchador revolucionario que fue el soldado “villista”, y esta novela se distingue por la magistral estructuración de un relato de largo aliento, con sabiduría serena, y sin énfasis retórico, donde Muñoz funde la epopeya del ejército de Villa en la toma de Torreón, con uno de los testimonios más trágicos y desgarradores de la fidelidad revolucionaria; por lo que narra la trágica historia de un grupo de revolucionarios ficticios, que se unen a las fuerzas de Pancho Villa durante La Revolución Mexicana, y comienzan a ser notados como un equipo muy habilidoso y valiente, tanto que se ganó el sobrenombre de “Leones de San Pablo”, pero al principio muy emocionado, a medida que avanza la guerra, la pandilla comienza a descubrir que la guerra no es tan gloriosa y justa como pensaban que era; que el valor y el honor no valen nada en el campo de batalla, y que incluso los más grandes héroes de la historia, pueden tener rasgos muy inhumanos.
Los temas tratados en general, incluyen el desencanto con La Revolución, la desmitificación de Pancho Villa, y la crítica de la guerra; de esa manera, mientras el libro presenta La Revolución Mexicana en una luz negativa, la película la pinta en una manera más favorable... y proyecta la visión introspectiva del movimiento armado, los sucesos humanos que se viven en ella, hechos dramáticos, sin llegar al tremendismo o la truculencia; que reflejan las consecuencias que sufrirán sus protagonistas con tal de combatir junto a uno de sus más admirados líderes que, en apariencia, es la imagen de la justicia y el heroísmo.
La producción sin embargo, usó la figura del revolucionario Villa, para fortificar un sentido de identidad nacional, orgullo, y encajarse a la comunidad mexicana; al tiempo que establece modelos de conducta que asegurarían armonía social y compensar los ideales insatisfechos de La Revolución.
Fernando de Fuentes, por su parte, considerado el director más influyente del período antes de La Época de Oro del Cine Mexicano; entre los años de 1933 y 1935, realizó la producción de una serie de películas que hoy conocemos como “La Trilogía de La Revolución”, porque precisamente, cada una de ellas transcurre en diferentes momentos del movimiento revolucionario.
Con ¡Vámonos con Pancho Villa!, considerada la primera gran producción mexicana; fue hecha en un principio con capital privado, y posteriormente auspiciado por el gobierno Cardenista.
En ella, el director desmitifica al héroe nacional, le quita la gloria, y lo hace humano; y se llegó a decir en su momento, que es la película más anti-villista que se haya hecho en México; al tiempo que es la 2ª de esa trilogía sobre La Revolución Mexicana, que incluye también a:
“El Compadre Mendoza” (1933) y “El Prisionero 13” (1933)
En la trilogía, de Fuentes proyectó la fuerza y el arrastre de La Revolución como un movimiento que al mismo tiempo es el infortunio y la muerte, en homenaje a la Patria, a la caída de los rendidos, al galope desalentado, a la ametralladora, la hacienda tomada, al amigo traicionado y al desencanto; siendo desprovistas de los toques anecdóticos y folklorizantes, que tiempo después se agregó a La Revolución; y en la trilogía, sus personajes son vistos de manera crítica y analítica, desmitificando a la lucha armada a través del enfrentamiento de los caracteres de los personajes con el acontecer de los hechos históricos de un modo sencillo y auténtico.
Pero muy curiosamente, ¡Vámonos con Pancho Villa! no se centra en la figura del Caudillo, sino que mira y analiza La Revolución desde los ojos de un grupo de campesinos que deciden enlistarse en las filas de Villa, para poco tiempo después darse cuenta que la guerra no es como la pintan, recorriendo la historia desde muertes gloriosas y heroicas, hasta llegar a las trágicas, inútiles y absurdas, que terminan desencantando al protagonista de la historia.
De esa manera, ¡Vámonos con Pancho Villa! está considerada por muchos, como una clásica obra maestra del cine mexicano.
Y es que detrás del filme, estaba un director verdaderamente dotado de cualidades, poseedor de una excelente habilidad técnica, y de un extraordinario sentido para la narrativa visual, y fue en realidad, el primer director mexicano que comprendió la naturaleza del cine sonoro, que aprovechó con éxito todas las posibilidades de este medio.
Aunque al director se le dio mucha libertad, El Gobierno de Lázaro Cárdenas del Río, subvencionó la película, entre otras más, como una manera de promocionar las agendas sociales del Presidente; de ahí su tratamiento equilibrado de La Revolución Mexicana, manteniendo gran control sobre la industria cinematográfica en general; de hecho, los socios de Cinematográfica Latinoamericana S.A. (CLASA), estaban ligados al régimen revolucionario, entre ellos:
Alberto J. Pani y Aarón Sáenz.
De esa manera, muchos inversores del cine mexicano, no estaban de acuerdo con la intervención financiera del gobierno en su producción, un patrón que algunos ligaban con el socialismo; y en un intento de hacer competitiva la industria joven mexicana, el gobierno también mandó que todos los cines mexicanos presentaban un porcentaje mínimo de películas hechas en el país.
Pero financieramente, ¡Vámonos con Pancho Villa! fue una catástrofe:
Costó más de 1 millón de pesos, arruinando a la compañía de producción, antes de que pudieran estrenarla; aunque se terminó en 1935, no se estrenó hasta el próximo año, después de otro subsidio enorme del gobierno, y el lanzamiento de otra película de Fernando de Fuentes, “Allá en El Rancho Grande” (1936), que sí tuvo gran éxito.
Además, el rodaje de ¡Vámonos con Pancho Villa! se vio afectado por una enfermedad del director, que postergó la filmación durante varios meses.
Finalmente, ¡Vámonos con Pancho Villa! se estrenó el 31 de diciembre de 1936, en el cine Palacio de la capital mexicana, y duró solamente una semana en taquilla, y luego durmió… en una lata, hasta los años 60, cuando se proyectó en algunos cineclubes; pero volvió a quedar en el olvido 20 años más, hasta algún funcionario en pro del cine mexicano, decidió pasarla por televisión, imagino que en función nocturna, perdida en un canal de cobertura nacional, y con un final alternativo…
Y es que esta película, probablemente la más importante de ficción de La Revolución Mexicana, se ganó por razón natural, en El 50° Aniversario de La Filmoteca y El Centenario de La Revolución, su restauración digital, y su lugar #1 como la película más importante de México; siendo rodado en:
Chihuahua, Coahuila, Guanajuato y San Luis Potosí, México.
La acción tiene lugar durante La Revolución Mexicana, cuando un grupo de campesinos, conocidos en su pueblo como “Los Leones de San Pablo” conformado por:
Tiburcio Maya (Antonio R. Frausto), Miguel Ángel del Toro llamado “Becerillo” por ser el más joven y por su apellido (Ramón Vallarino), Melitón Botello (Manuel Tamés), los hermanos Rodrigo (Carlos López “Chaflán”) y Máximo Perea (Raúl de Anda), y Martín Espinosa (Rafael F. Muñoz), se van a “la bola” del lado de Pancho Villa (Domingo Soler); pues para ellos, La Revolución transcurre entre batallas en las que demuestran su valentía; pero uno a uno van muriendo en diferentes sucesos, unos en gloriosos combates, y otros en idiotas juegos de valentía “a la mexicana”, por lo que el grupo queda reducido finalmente a sólo 2 sobrevivientes:
Tiburcio Maya, y el joven “Becerrillo”, donde una epidemia de viruela se desata entre la tropa, y el último cae enfermo, a lo que Villa ordena la quema de todo lo que haya tocado la enfermedad…
“Becerrillo” agoniza, y Tiburcio, para cumplir las órdenes del “jefe”, lo mata y crema su cadáver.
Decepcionado, Tiburcio regresa a su pueblo y hogar, y abandona La Revolución.
El resultado de esta suma de talentos, se traduce en una cinta emblemática, de múltiples lecturas, donde se reflexiona sobre el heroísmo de un grupo de combatientes, quienes convencidos por la figura de Villa, se suman a su causa revolucionaria; sin embargo, los estragos de la guerra los harán cuestionar sus ideales, y dejarse llevar por el desencanto de la lucha.
Además, se evidencian los logros técnicos de producción, por un discurso visual que describe lo mismo un pueblo, una cruenta batalla o la vida revolucionaria en los trenes, con sus mujeres echando tortillas al comal, y los villistas con sus cananas a la espera del siguiente enfrentamiento; y con todas sus limitaciones técnicas de los tiempos, recordar que es de 1935; ¡Vámonos con Pancho Villa! es una magnífica obra de arte.
“El más valiente de todos”
El año de 1936, demostró ser un año decisivo en la carrera del director mexicano, Fernando de Fuentes, ya que fue el año en que lanzó las 2 películas más importantes de su carrera:
La comedia musical “Allá en El Rancho Grande”, y el drama bélico ¡Vámonos con Pancho Villa!
Son 2 películas muy diferentes, cuyos resultados definieron el futuro del trabajo del director, que fue guionista, productor de cine, dirigiendo más de 35 películas, que destacan por la combinación de habilidades técnicas, con un extraordinario sentido de la narrativa visual; y todo ello queda de manifiesto en ¡Vámonos con Pancho Villa!
De inicio, la productora Cinematográfica Latinoamericana S.A. (CLASA), destino al proyecto un presupuesto de 1 millón de pesos, convirtiéndolo en la película más cara del cine mexicano, al menos para 1936; donde cada peso se ve y se escucha, que permitió la construcción de nuevos estudios de última generación, con toda la tecnología de los estudios más grandes de Hollywood, incluso cámaras “Mitchell”, equipaje de sincronización, y un laboratorio de corrección gamma; tanto que ¡Vámonos con Pancho Villa! fue la primera película mexicana que usaba estas tecnologías.
El gobierno, también proveyó todo necesario para las escenas militares como:
Caballos, armas, un regimiento de soldados verdaderos, y un tren militar.
Estos datos se reflejan en el film, en el “travelling” de locomotoras, arsenal en abundancia, ejército real, y batallas con tintes de veracidad, que por momentos pareciera un documental revolucionario; y que recuerdan a filmes de Hollywood, como las oscarizadas Mejores Películas:
“Cimarron” (1931) con su carrera de caballos; hasta “Lawrence Of Arabia” (1962) con los trenes y batallas en la ciudad.
No es extraño pues, que la película tenga un alcance épico, con centenares de extras en escenas de batallas, y desfiles marciales; donde las innovaciones técnicas tampoco debieron ser baratas, ya que ¡Vámonos con Pancho Villa! es la primera película del cine mexicano producida con sonido sincronizado, filme revelado en curva gamma, y musicalización.
De la fa fotografía, decir que es autoría del estadounidense Jack Draper, trabajando a la par del gran Gabriel Figueroa, quien se convertiría en una leyenda por derecho propio.
Pero ¡Vámonos con Pancho Villa! es el filme mexicano del periodo, que puede ser conceptualizado como un homenaje de glorificación patriótica que recupera episodios revolucionarios, en torno a la mítica figura de Pancho Villa, a través de un grupo de norteños que sueñan con unirse al ídolo, al verlo repartir maíz desde un tren… como sucede tan frecuentemente en las novelas de La Revolución Mexicana, donde esta narración está compuesta por cuadros sucesivos, que en este caso presentan una serie de vidas paralelas de 6 partidarios de Pancho Villa, que han jurado no abandonarlo nunca, y ellos son:
Tiburcio Maya, Máximo & Rodrigo Perea, Melitón Botello, Martín Espinoza y Miguel Ángel del Toro, que aparecen y actúan de acuerdo con su temperamento y su psicología, y se sacrifican y mueren según las circunstancias, fortuitas o fatales, que tocan a cada uno; y palpitan en todas las narraciones un mismo aliento:
La devoción hacia Pancho Villa; donde la atracción que éste ejerce sobre los personajes, es la columna vertebral del relato; una visión del movimiento revolucionario que apartada de pintoresquismos, tiende a la desmitificación del vencedor, y a la designación del movimiento como un suceso de armas, en el que incluso la muerte está desprovista de hazañas, para aproximar al espectador a una representación realista y genuina de los hechos y personajes.
Todo empieza en 1914, en un pueblo ficticio de México; por lo que sigue a aquello amigos campesinos, llamados “Los Leones de San Pablo”, cuando deciden unirse a La División del Norte y su líder, Pancho Villa.
Al principio, Los Leones prometen lealtad a su jefe, y se llenan de orgullo por la causa revolucionaria, y con buena razón; mientras Villa se representa como un líder del pueblo, un hombre común…
Escenas de generosidad por parte de Villa, reafirman el compromiso de Los Leones “a la bola”
Sin embargo, el tono de la película cambia dramáticamente, cuando las fuerzas de Villa empiezan a sufrir una derrota tras otra en el campo de batalla; y se revela, a través de las experiencias de Los Leones, que la vida de un soldado de La Revolución, es más una vida de sufrimiento y privación, que una vida de honor y orgullo.
Uno tras uno, Los Leones de San Pablo pierden sus vidas luchando para un Pancho Villa que trata a sus soldados como animales, o aún peor…
El primero muere de un balazo en la espalda, saludando a Villa después de mostrar su heroísmo robando una ametralladora del Ejército Federal...
El segundo y el tercero, mueren durante el ataque a La Fortaleza de Torreón, lanzando granadas y rescatando a los otros Leones capturados por el enemigo.
Después de la victoria en Torreón, Los Leones restantes son honrados como “Los Dorados de Villa”, la posición más alta de La División del Norte; y en una celebración en una cantina, 10 hombres están sentados alrededor de una mesa cuando entran y se sientan los 3 Leones...
Un soldado asegura, que sentar 13 hombres alrededor de una mesa, “da mala suerte”, y entonces deciden reunirse a medianoche para tirar una pistola cargada…
El principio del ejercicio, es que el hombre que muere por el balazo al azar, es el cobarde que lo merecía; y uno de Los Leones lo recibe en la panza, y con la declaración de:
“Ahora verán cómo muere un León de San Pablo,” se suicida…
Los 2 Leones que quedan, se preparaban para ir a La Batalla de Zacatecas con La División del Norte, cuando uno, “Becerillo”, se pone enfermo...
Villa, temiendo que el muchacho haya enfermado de viruela, ordena al último León, Tiburcio, que lo queme vivo para proteger a la bola…
Tiburcio obedece la orden, pero da muerte a “Becerillo” antes de quemarlo; mostrando así una humanidad que ya no existe en El General Villa.
De esa manera, después de ese acto tan desagradable, Villa informa a Tiburcio, que la guerra se acabó para él, que ya no es bienvenido en “la bola”; y posiblemente infectado con la viruela, Tiburcio regresa a San Pablo, solitario, derrotado y desilusionado.
A pesar de los grandes méritos técnicos de la película, de Fuentes mantiene la película enfocada en sus personajes y el desmoronamiento de sus ideales, representando efectivamente el lado humano del conflicto, no el conflicto en sí, y menos a su líder, del que toma irónicamente el título; por lo que el director logra emplear una narrativa sencilla, resolviendo todo tipo de vicisitudes que se le van presentando en el argumento, como la muerte de cada uno de Los Leones de San Pablo, que se van “justificando” de manera convincente, pasando de ser 6 elementos, a sólo 3 que logran salir adelante, y recibir como gratificación la honorable condecoración, como escoltas del Centauro del Norte.
Por otra parte, el uso de gags no rompe el ritmo, y esos constantes cambios de tono, permiten que el drama vaya en ascenso; donde las cortinillas “en negro” empleadas, generan una dinámica agradable para el público; además, la estética se luce en todo momento, con los ferrocarriles que generan ese ambiente guerrillero, siendo ahí donde vemos que surge la misma Revolución, pues “están llenos de maíz para repartir”, como los vehículos que transportan a la guarnición y donde se viven calamidades; y no pierde detalle en lo ambiental y humano, con las soldaderas que tortean la masa para las tortillas, carros llenos de parque, hasta una apuesta en la cantina que le cuesta la vida a Melitón Botello, no sin antes aclarar que “la valentía es una virtud”
Pero su realizador es incisivo con El Caudillo revolucionario, ya que después de exhibir su imagen protectora, convencional y ruda, no vacilará en exponerlo temeroso e inhumano; y una vez más, de Fuentes toma una posición crítica sobre La Revolución y, en lugar de glorificar la guerra, la muestra como un infierno corruptor en el que las personas que gobiernan los ejércitos, usan a la gente como meros objetos.
Es de esa manera que de Fuentes y su coguionista, Xavier Villaurrutia, establecen una estructura episódica, en 5 capítulos claramente definidos por fundidos en negro, donde uno a uno, Los Leones de San Pablo pagarán el máximo precio por sus ideales, donde cada uno de los cuales termina en la noble muerte de un soldado, con temas de desilusión y desencanto para reflexión del espectador.
Primero, una metralleta por un hombre:
Huertistas y Villistas se enfrentan frente a frente, en un páramo abierto, cada bando debidamente atrincherado; sin embargo, los huertistas aprovechan la ventaja que les prodiga una ametralladora; y Villa le asigna la tarea de recuperar la ametralladora a Los Leones.
Máximo se va de avanzada, mientras los demás lo cubren; y bajo una lluvia de balas, de manera heroica y épica logra enlazar el arma, y arrastrarla detrás de sí, hasta entregársela a Villa; y con una sonrisa congelada, se cuadra ante El General, sólo para desplomarse momento después, muerto sobre el arma; a lo que Villa le da una palmada en la espalda, y dirige su atención al campo de batalla.
La cámara, desde lo alto, recorre la trinchera llena de muertos, siendo la primera vez que se hace manifiesto el saldo mortal de La Revolución de una manera cruel y descarnada.
No está demás decir, que a ametralladora no es utilizada por los villistas... y el cuerpo de Máximo permanece sobre ella, de bruces, mientras los huertistas se repliegan a un Fuerte.
Segundo, “que una mata de agave sea mi tumba”:
Esa noche, los villistas asedian El Fuerte, pero la altura de la edificación y sus grandes reflectores, prodigan ventaja a los huertistas; a lo que Martín se arrastra entre los muertos que rodean la edificación, tratando de acercarse lo suficiente para lanzar una bomba que empareje la pelea.
No es fácil... tiene que evadir el haz de luz que recorre el campo, y hacerse el muerto cuando esto no es posible; pero logra cumplir su cometido, pero las balas del enemigo lo alcanzan.
La última vez que lo vemos, su cuerpo sin vida yace contorsionado sobre una mata de agave, con los ojos abiertos…
La estampa grotesca, es como un reflejo de a oscuras de la muerte de Máximo, y es presentada como si viéramos un cadáver real, recién fallecido, con ojos vacíos viendo el infinito cielo.
Tercero, como no negociar con el enemigo:
De los que quedan, 3 de los 4 leones son enviados por Villa, a negociar una tregua con un General huertista, ellos son:
Tiburcio, Melitón y Rodrigo; y en realidad, es una táctica dilatoria, pero las cosas se complican cuando El General los toma como prisioneros;  a lo que Los Leones cierran filas asumiendo el papel de rehenes, mientras los otros 2 miembros de la misión, anónimos para nosotros, regresan a su campamento con la noticia; y los 3 son condenados a muerte, destinados a la horca cerca de la línea de fuego, para que sus cuerpos sirvan de advertencia a sus correligionarios.
La tensa escena al pie de la horca, toma un inesperado giro cómico, aprovechando la obesidad de Melitón; pues la cuerda no sostiene su peso, y cae al suelo, mientras sus compañeros se acercan al salvarlo.
Tome nota de cómo Tiburcio registra el cuerpo sin vida del joven militar huertista que comandaba la ejecución:
El muchacho los había tratado con altanería, pero en edad no podría ser muy diferente al “Becerrillo”; y la mirada de Tiburcio no registra triunfalismo, sino horror de ver una vida joven cegada; siendo de esa manera, la primera vez que la película humaniza al bando antagonista.
Y él no es el único herido de muerte, las balas del fuego amigo, también han alcanzado a Rodrigo; y su agonía es larga y dolorosa…
Toma nota de la trágica ironía de su destino, y atina a heredarle a “Becerrillo” una hermosa pistola que había recuperado en el primer combate.
El actor, Carlos López, nos romperá el corazón, pues muere en brazos de Tiburcio, dignificado por un “close up” similar al de sus otros compañeros caídos.
Esta vez, la muerte es más palpable donde “ante la muerte, todos son iguales”
Cuarto capítulo, la apuesta a la hombría:
Los 3 leones sobrevivientes se reúnen con Villa en un pueblo que celebra la llegada de los revolucionaros con un fastuoso desfile.
La breve secuencia del establecimiento, con centenares de extras, nos recuerda que la magnitud del conflicto convierte el sacrificio de nuestros protagonistas en una gota de agua en el mar.
Y Villa los asciende como Miembros de su Guardia Personal; y para celebrarlo, se trasladan a la cantina local, repleta de soldados alcoholizados en un remanso de paz, a lo que de Fuentes desarma al espectador con guiños cómicos:
El pianista que tiene sobre su instrumento un rótulo implorándole a los parroquianos que no le disparen; un soldado de baja estatura que, al no poder llamar la atención del cantinero, recurre a una caja de madera para compensar, etc.
Todo esto, abonando la alegre disposición de Los Leones, uniéndose a una mesa de compañeros de armas.
Uno de ellos, remarca que las condiciones para la fatalidad están dadas:
Son 13 personas sentadas en la mesa, y por eso, una de ellas va a morir antes del mediodía.
Siguiendo la lógica del borracho, disponen una apuesta para corregir el problema:
Apagarán las luces, y tirarán la pistola al aire.
El más cobarde morirá, resolviendo la incertidumbre para los otros 12 al satisfacer a superstición.
El tono es tan jocoso, que no esperamos una tragedia; incluso Tiburcio, la voz de la razón, apenas negocia para que el muerto no sea etiquetado de cobarde; a lo que él mismo lanza la pistola al aire, y su bala perdida, termina alcanzando a su amigo Melitón en el estómago.
Incluso este giro parece un chiste, basado en el uso cómico de su sobrepeso…
Así nos pega más duro lo que viene a continuación:
Sabiendo que nadie se recupera de un balazo en el estómago en esas condiciones, Melitón le arrebata la pistola a Tiburcio, y se pega un balazo en la sien…
Es difícil clasificar el calibre trágico de las muertes de Los Leones, pero la de Melitón duele en particular por varios factores:
Primero, era el alivio cómico de la película; segundo, es quizás la muerte más fútil y evitable; y tercero, no sólo muere, sino que también es obligado por la circunstancias, a extinguirse a sí mismo de manera cruel.
Así, de Fuentes nos obliga a reflexionar sobre el machismo implícito en el culto al valor y el martirio revolucionario, que en este caso, es llevado a un extremo, tan inútil como absurdo y trágico; y es más duro aún, por lo inesperado.
Quinto, la naturaleza sigue su curso:
Sólo quedan 2 Leones:
Tiburcio y “Becerrillo”; y en la recta final al ataque a Zacatecas, los sobrevivientes, como Guardia de Honor de Villa, tienen un asiento de primera para uno de los episodios más importantes de La Revolución; pero no lo verán…
“Becerrillo” es el “paciente cero” de una epidemia de viruela que puede decimar a toda la tropa; postrado en desvaríos febriles, es depositado en el último vagón, separado simbólicamente del tren de La Revolución, mientras los jefes deciden que hacer.
No hay tiempo ni medicinas, y “Becerrillo” debe morir.
Nadie se quedará a cuidarlo, ante la remota posibilidad de que sobreviva…
Ni siquiera quieren gastar una bala en sacarlo de su miseria; y el horror de Tiburcio, al realizar que sus superiores están dispuestos a quemarlo aún vivo, es devastador; por lo que toma el asunto en sus propias manos, y ejecuta fuera de cámara a su amigo; para proceder a quemar el cuerpo junto a sus pertenencias…
El ritual contrasta con la fantasía que “Becerrillo” compartió con sus amigos, aspirando a un glorioso funeral militar…
Otro terrible contraste emerge cuando recordamos su introducción en la película, joven, valiente, y varonil…
La guerra, lo ha reducido a esto:
Leña para el fuego, en una triste pira funeral, atendida por un único deudo; donde un único trompetista le da un saludo final desde la distancia; y al cuadrarse ante el cuerpo en llamas de “Becerrillo”, Tiburcio mira de frente al público, interpelándonos directamente.
Quizás, acusándonos de ser cómplices en su vana ilusión; mientras Villa se acerca para verificar el proceder de sus lugartenientes.
Aún después de todo, Tiburcio se enciende en admiración.
Después de todo, el líder no puede saber todo los que hacen sus subalternos.
No es responsable de todas las bajezas, los abusos y las tropelías; pero Villa, pensando en su salud y la de sus tropas, retrocede horrorizado ante el acercamiento de Tiburcio…
La puesta en escena, y el lenguaje físico de los actores, es como sal en la herida, y demuele cualquier ilusión sobre el carácter mítico del héroe revolucionario.
Villa es, después de todo, humano, teme por su vida, le interesa más su tropa y su revolución, que este triste subalterno.
“¡Aquí te quedas hasta que te mande yo a buscar!”, le dice Villa a Tiburcio, retrocediendo espantado ante la posibilidad de contagio.
“Está bien, mi General!”, contesta mansamente Tiburcio, pero cuando Villa y sus lugartenientes se van, musita:
“Está bien, hasta aquí llegamos”; y saca sus cosas del tren, y se marcha perdiéndose en la oscuridad de la noche, dándole la espalda a la cámara, a la audiencia, al sueño revolucionario, y al culto a la personalidad del Caudillo.
La guerra nunca es glamorosa, a menudo no se lucha con honor tampoco, y a menudo, el más heroico muere mientras que los cobardes y los oportunistas sobreviven y prosperan.
Esta película representa la guerra, precisamente de esa manera; y llama la atención que los bancos financieros la subvencionaron, y los críticos de la clase alta elogiaron esta película terrible, no debido a sus méritos artísticos, sino debido a su mensaje antirrevolucionario, porque representa a Villa como “un monstruo y La Revolución como malvada”, por lo que se podría decir que es pura propaganda, no mostrar el sufrimiento y el hambre de la mayoría de la población, que eran peones, esclavos de la deuda.
Fue su deseo de terminar con este sufrimiento, y crear un mundo mejor, que condujo a La Revolución mexicana; pero Pancho Villa no era un santo, él era un hombre; sin embargo, los peones y los trabajadores no se hubieran unido ni hubieran apoyado al ejército de Villa, si él hubiera sido un monstruo…
Es cierto que La Revolución llegó a su fin, pero no porque Villa o Zapata fueran hombres inhumanos, sino porque los peones sufridos no podían competir con las ametralladoras de fabricación estadounidense, importadas por el régimen de Obregón que apoyaban a las grandes corporaciones estadounidenses en México.
De hecho, Villa y Zapata eran tan populares, que tuvieron que ser asesinados:
Zapata en 1919 y Villa en 1923.
Por su parte, el discurso público alrededor de La Revolución Mexicana cambió entre la preproducción y el estreno de ¡Vámonos con Pancho Villa!
Con los acontecimientos frescos en la memoria, la película toma distancia crítica del mito revolucionario, tomando medida del costo humano del conflicto, temperando el triunfalismo que lima todas las asperezas de la historia.
Sin embargo, para cuando se acercaba su estreno, se ha afincado en el discurso público, el culto a la revolución como fuerte elemento de identidad mexicana.
En este clima, cualquier duda sobre la pureza del proceso, era vista con suspicacia; por lo que de Fuentes fue obligado a cambiar el final de la película, y plantar un texto aclaratorio al inicio, como un “homenaje a la lealtad y el valor de Francisco Villa… de la crueldad de algunas escenas no debe culparse ni a un bando ni a un pueblo, pues recuerda una época trágica que lo mismo ensangrentó las montañas de México que los campos de Flandes y los valles pacíficos de Francia”
Esa apología tiene doble filo, supongo que la intención era salvar la cara ante posibles acusaciones de enlodar la reputación de Villa, pero también toma medida del carácter de todas las revoluciones que deben recurrir a la violencia para generar cambios sociales.
La propaganda suele diluir la sangre para convertirla en una abstracción…
Crímenes y abusos se disculpan, como el precio a pagar por el triunfo.
Lástima por los que tiene que saldar esa cuenta…
Sólo les queda el título de mártir, si llegan a ser identificados o enterrados para el recuerdo.
Pero La Revolución fue un fracaso cuando los sindicatos se legalizaron, las condiciones laborales mejoraron, y la tierra se redistribuyó entre los campesinos.
De esa manera, ¡Vámonos con Pancho Villa! es un revisionismo directo, a modo de reescritura de la historia; de hecho, su final original tuvo que ser cambiado porque era tan antirrevolucionario, que muchos seguidores de Villa temían disturbios.
Así, ¡Vámonos con Pancho Villa! se pone del lado de la carne de cañón; a lo que de Fuentes construye un arco narrativo episódico, que nos lleva desde la euforia de la identificación con el líder revolucionario, hasta el desencanto que implica reconocer en él, las debilidades comunes al ser humano; porque los verdaderos protagonistas son 6, “Los Leones de San Pablo”:
La primera vez que vemos a Miguel Ángel, es presentado como un ideal de masculinidad:
Corta leña sin camisa, con el torso expuesto; mientras el militar se acerca, trata de ocultar su rifle con los pedazos de madera.
Él es, realmente, el letal francotirador que buscan; y de Fuentes construye efectivamente el suspenso de la secuencia, marcando la pauta de un filme que funciona como crítica histórica, y pieza de entretenimiento.
El joven acomete el improvisado interrogatorio con temple, definiendo su carácter heroico, frente al antagonismo del huertista; a lo que Miguel Ángel reduce físicamente al interrogador, y huye, pero ya puesto en evidencia, no tiene más camino que cumplir su sueño de unirse a las tropas revolucionarias.
“Los Leones de San Pablo” se reúnen en la casa de Tiburcio Maya, que es el verdadero protagonista; y a través de sus ojos, vivimos los acontecimientos de la trama:
Su pelo entrecano lo delata como el mayor del grupo, con toda la autoridad que eso implica; y es el único al cual le conocemos familia; donde el entusiasmo de los hombres, contrasta con los recelos de la esposa de Tiburcio; porque ante la llamada de La Revolución, ella antepone el bienestar de sus 2 hijos y la integridad del núcleo familiar.
Tiburcio tiene, entonces, más que sacrificar; además de su propia vida, el bienestar de su familia.
La escena es puramente expositiva:
Los amigos toman medida de la efervescencia revolucionaria, y comparten sus deseos por formar parte del proceso, con Pancho Villa como principal referente.
La llegada de Miguel Ángel, representa así la señal que esperaban:
Es la hora de tomar el rifle, y luchar.
La aclimatización de Los Leones en la tropa villista, incluye la definición del personaje de Melitón Botello como alivió cómico, que muestra no solo su talento para la comedia, sino también una poderosa presencia dramática.
Su mala puntería se vuelve el chiste recurrente de la película, a través de su infructuoso empeño en acertarle con una bala a una tuna...
Arteramente, estas características del personaje tendrán un repunte poético y trágico en la resolución de su particular arco dramático.
Una noche juntos, Los Leones contemplan la posibilidad de morir…
El miedo y la pesadumbre, esta temperado por la convicción revolucionaria.
Del resto del elenco, tiene menos tiempo de pantalla, pero hay buenas actuaciones de Carlos López “Chaflán” y un muy joven Raúl de Anda; pero los 6 personajes principales caen en los estereotipos:
La juventud y la belleza inexperta, el alivio cómico gordo, el anciano sabio, y solo unos pocos realmente emergen como individuos.
Como uno podría esperar en una película de guerra, algunos de los personajes principales mueren, aunque algunos de manera inesperada… y solo uno sobrevive, que simplemente se va, regresa a casa a salvo.
Pero la muerte de Los Leones será por demás trágica y violenta.
Al fin y al cabo que están dentro de la lucha armada; y esta cadena de tragedias al estilo épico, finalmente mostrará al dios hecho hombre, Pancho Villa, el indomable, feroz, fuerte, dueño de vidas y destinos; héroe revolucionario que demuestra que es tan humano como cualquiera; un personaje que no teme a nada ni a nadie, pero que expresa todo su miedo y horror al hecho de contagiarse por una epidemia de viruela; a lo que de Fuentes lo introduce en pleno ejercicio de caudillismo popular, repartiendo maíz entre los aldeanos azotados por el hambre.
Interpretado por Domingo Soler, Villa es bonachón y simpático; y aparece sobredimensionado, sujeto de leyenda y de ficción.
Pero este Villa ni siquiera es el protagonista, apuntala el argumento y la trama, pero no es la figura central.
Soler encarna a un Francisco Villa más humano que heroico; verosímil, y yo diría que hasta mesurado; su actuación, con ese apellido actoral de tanto prestigio de la “Época de Oro del Cine Mexicano, es menos exagerada y extrema que muchas representaciones posteriores.
El pecado del director fue entonces en reconocer las debilidades humanas de una figura histórica, y explorar las áreas grises del mito revolucionario.
Su Villa no es un villano, es un ídolo con pies de barro, un líder que no arriesga la muerte de los que le rodean para seguir adelante, y no está por encima de temerle a la viruela y a la muerte.
Pero esas señas de humanidad, eran vistas como insultos lanzados contra la leyenda de un héroe nacional…
De ahí, la inclusión de la advertencia inicial, y el descarte de un epílogo que ponía a Villa en una luz aún más desfavorable.
El autor del libro, Rafael F. Muñoz, también aparece en la película, muy maquillado y poco ducho en su actuación, como uno de Los Leones de San Pablo, Martín Espinosa.
Y Silvestre Revueltas, quien se hizo cargo de la música, que estuvo ejecutada por La Orquesta Sinfónica Nacional, hace un cameo como pianista de cantina, donde interpreta “La Cucaracha” cuando coloca un cartel sobre el piano que dice:
“Se suplica no tirarle al pianista”
¡Monumental!
Para ir cerrado, La Revolución y sus principios, tiene como principal objetivo recuperar las tierras, y se sustentan en un principio básico del hombre; el tener que comer.
Aunque claro, el primero de ellos emana por parte de Villa, y el segundo por parte del pueblo.
En el subtexto vemos como el director intenta conciliar la figura de Villa con el espectador, poniéndolo en una posición de redentor del pueblo; sin embargo, esto no sucede; y la intención final es otra.
El pueblo clama por los caudillos y por la causa revolucionaria, se ve sumiso y en favor de los líderes que lo representa; en éste caso, Pancho Villa, dentro de la escena en dónde él les está dando maíz para comer; claramente la composición de la imagen, Villa arriba del tren y el pueblo en una posición inferior, denotan el impacto que se quiere tener en esta imagen hacia el espectador.
Sobre los revolucionarios, aquellos hombres que han dejado a su familia y se unen a la causa revolucionaria sin importar el destino que les espera; hay una serie de características que reflejan la “valentía” pero derivan en un machismo trágico, la escena del juego de la pistola en el bar es prueba de ello, no tienen un compromiso con La Revolución, sino con la figura de Villa; y esto queda representado en varios guiños durante la cinta.
Pero se hace claro al final del filme, cuando Tiburcio queda desilusionado al ver la cobardía de Villa por el brote de viruela en el vagón del tren; y éste decide dejar la lucha revolucionaria, para regresar con su familia.
En este sentido, los ideales del revolucionario son defender primeramente sus tierras, defendiendo éstas de manera aguerrida en la empresa revolucionaria; mantiene un pacto de fidelidad y honor con el líder; y por último, tienen claro lo que intentan hacer, saben que el problema no es su localidad, o las guerras que enfrentan con otros grupos militares, sino saben que el problema radica en los cabecillas dentro de la estructura política mexicana.
Durante la época post-revolucionaria, el gobierno a través de diferentes medios culturales, se dio a la tarea de dar una idea de los mexicano; creando estereotipos y diferentes tipos de discursos.
Todos los puntos mencionados con anterioridad, son reflejo claro de, cómo el arte fue utilizado por éste grupo de empresarios, CLASA, y por el gobierno Cardenista para dar una idea al pueblo mexicano sobre La Revolución en general, y sobre Pancho Villa en específico; que tiene que ver también con la producción histórica de su tiempo, y por supuesto, con las condiciones sociales del tiempo en que se produjo; que irónicamente, el cine dentro de pocos años, se convertiría en el máximo arte consumido hasta la llegada de la televisión.
Y en un raro ejemplo de censura gubernamental, no se incluyó en la versión final, una última escena en que Villa sigue a Tiburcio a su rancho para matarlo…
Supuestamente, y aunque la administración de Cárdenas no se inquietó por la desmitificación de Villa, no estaba de acuerdo con la conversión de Tiburcio en mártir, y Villa en el villano principal por el efecto que tendría esta escena eliminada.
De esa manera, La Filmoteca Nacional de México posee un 2º final de este filme, en el que los hechos continúan 10 años después, y muestran al personaje de Villa, debilitado y como un asesino demencial que va por Tiburcio Maya hasta su rancho donde vive con su familia, dedicado al cultivo de la tierra, enalteciendo el nombre de su héroe delante de su hijo; para llevárselo de regreso a “la bola”
Pero el viejo Tiburcio se niega, para no abandonar a su esposa e hija, y teniendo en mente que cuando su hijo creciera, los 2 se unirían a la tropa villista, argumentando también que hora ya no era lo mismo; así que invita a Villa a pasar a su casa para que almuerce, y de paso conocer a su familia, el verdadero motivo por el cual no seguirá en la lucha armada.
Enloquecido, Villa mata a su mujer y a su hija; y Tiburcio muere a manos del General Fierro, un dorado que le dispara en la espalda para que no mate a Villa,  y entonces, El Centauro del Norte, inclemente, le grita molesto a su guardaespaldas:
“Imbécil, él nunca me hubiera disparado”
A un lado del cadáver de Tiburcio, su hijo Pedrito llora desconsolado, y le confiesa al General prepotente:
“Ahora ya no podemos irnos con Pancho Villa”; sonriente de satisfacción, El Centauro del Norte le responde:
“Pues vente con nosotros, vámonos con Pancho Villa”, y cabalgan juntos con nuevos bríos…
Se ignora si este final fue censurado, aunque es más probable que haya sido el propio director quien decidiera eliminarlo por encontrarlo innecesario o demasiado cruel; pero más probablemente fuera porque los realizadores no quisieron ofender a los numerosos seguidores y admiradores de Villa que todavía vivían cuando se estrenó la película, recordar que El General fue asesinado en 1923, algunos años después de que terminó La Revolución Mexicana.
¡Vámonos con Pancho Villa! con este final, fue transmitida por la televisión mexicana en 1982; y se dijo que la película queda mejor con el final comúnmente visto, un final desencantado, que redondea bellamente una obra excepcional del cine mexicano.
No obstante, la ficción planteada se vendría abajo, el discurso perdería su impacto, y la película sería rechazada en su generalidad…
El arte como el conocimiento es poder; porque maneja una serie de abstracciones que llegan de manera más fácil a los receptores; hay un lenguaje universal de entendimiento dentro del arte; y el discurso de visual para el historiador y por el público en general, deberá ser explicado de manera contextual para entender el mayor número de significados dentro de un filme; ya sea entendiendo primeramente el lenguaje cinematográfico, y posteriormente el discurso histórico que encuentre dentro los subtextos de la película.
Así, de Fuentes toman nuevamente partido con los derrotados; los villistas y desmitifica a una de las figuras emblemáticas de la historia nacional; al mostrarlo tímido en la escena final; y vengativo y desalmado en una final alternativo.
Los Leones de San Pablo representan al pueblo llano mexicano, son ellos con quienes nos tenemos que identificar, porque en el fondo, no han cambiado nada:
Seguimos siendo demasiado soñadores, pasionales, hipócritas, burlones, parranderos, machistas, hambrientos, harapientos, buscapleitos, resentidos sociales, perezosos, melodramáticos, astutos, llorones…
Y México sigue siendo ese país que apuesta a lo grande, pero pierde como siempre; pues sigue siendo ese país de contrastes, en el que a unos les va excesivamente bien, y a otros, que son la gran mayoría, les va desmedidamente mal.
“Está bien, aquí se acabó”
A principios de los 60, la crítica y el movimiento “cineclubero” mexicano, rescataron del olvido ¡Vámonos con Pancho Villa!,  la cinta que se convirtió, junto con “El Compadre Mendoza” (1933) del mismo Fernando de Fuentes, en el paradigma del mejor cine mexicano; donde los historiadores pueden tomar medida del saldo mortal de las revoluciones, las contradicciones y trágicas ironías.
Pero el cine, como entretenimiento de masas, es más vulnerable a las demandas de los aparatos de propaganda; pero aún bajo un clima adverso, ¡Vámonos con Pancho Villa! logró estrenarse; y su fracaso en la taquilla, puede interpretarse como una señal de, cuán poderosos son los mitos revolucionarios a la hora de capturar la imaginación de la gente.
Nada que empañe el “final feliz” es bienvenido.
Y los muertos deben invocarse, sólo en la medida en que justifican el poder del que prevalece al final.
Esta dinámica no es exclusiva del caso de La Revolución Mexicana, sino latinoamericana y mundial; y a largo plazo, ¡Vámonos con Pancho Villa! no influyó mucho, porque después del estreno surgió en popularidad la “comedia ranchera”, un estilo basado en “Allá en El Rancho Grande” (1936) que con la popularidad que alcanzó esta comedia estelarizada por Tito Guízar y Esther Fernández, eclipsó en su tiempo al poderoso drama sobre el desencanto de La Revolución que es ¡Vámonos con Pancho Villa!; siendo aquel género, el más popular por muchos años, convirtiéndose en el modelo de la fórmula de la naciente Época de Oro del Cine Mexicano.
Y es que en la historia del cine mexicano, no se volvería a repetir una historia tan desgarradora, que pone el dedo en la llaga, y sobre todo con un análisis profundo en el tema de La Revolución Mexicana; por eso Fernando de Fuentes logra hacer de lo épico, lo anti-épico del cine; y según dice, “al final, la historia la escriben los vencedores”
¿Será cierto?

“Mañana, hijo mío, todo será distinto.
Quizás…”



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