Bellissima

“...questo è stato il momento del trionfo segreto di una donna!”

El neorrealismo italiano sedujo al mundo, porque lo desgajó de aquellas disparatadas fantasías hollywoodenses, y golpeó a los pobres habitantes de este planeta absurdo, con la llaga sangrante de sus deseos imposibles, con su soledad y sus sinsabores; y escarmentó nuestra subsistencia tan llena de sueños.
Luchino Visconti di Modrone, Conde de Lonate Pozzolo, fue un aristócrata, director de ópera y de cine italiano; considerado como uno de los exponentes del neorrealismo menos idealista y más cercano a las ideas marxistas, que nos dejó durante su carrera un buen puñado de títulos inolvidables; pues tenía muy claro lo que pretendía mostrar al mundo, algo que con el paso del tiempo gana en valor, por cuanto funciona a la perfección como una luminosa ventana que posee la capacidad de trasladarnos, aunque solo sea por un rato, a la Italia de aquellos años, la de la pobreza y la miseria, la de las enormes diferencias sociales… o también en a la actualidad, muy lamentablemente.
“¿Qué me ha llevado a una actividad creativa en el cine?
Actividad creativa como obra de un hombre viviente en medio de los hombres; con este término queda claro que me refiero a todos los hombres, y no sólo al dominio de los artistas.
Cada trabajador, viviendo, crea siempre que pueda vivir.
Es decir, siempre que las condiciones de su ocupación sean libres y abiertas; tanto para el artista, como para el artesano, como para el obrero.
No el reclamo prepotente de una presunta vocación, concepto romántico lejano de nuestra realidad actual, término abstracto, acuñado para comodidad de los artistas, para contraponer el privilegio de su estatus a aquel de las demás personas.
La vocación no existe, pero, en cambio, existe la conciencia de la experiencia propia, el desarrollo dialéctico de la vida de un hombre en contacto con otros hombres, pienso que sólo a través de una sufrida experiencia, cotidianamente estimulada por un afectuoso y objetivo examen de la condición humana, se pueda por fin alcanzar la especialización.
Pero alcanzar, no significa en modo alguno encerrarse rompiendo los estrechos lazos que nos unen con lo social, como sucede a muchos, al punto que la especialización termina prestándose a culpables evasiones de la realidad, en palabras más crudas:
A transformarse en cobarde abstención.
No quiero decir que cada trabajo no sea particular y en cierto modo una profesión.
Pero será válido sólo si se traduce en el producto de múltiples testimonios de vida, será válido sólo en cuanto sea una manifestación vital.
El cine me atrajo porque en él confluyen y se coordinan las exigencias de muchos.
Es claro que la responsabilidad humana del director, resulta extraordinariamente intensa.
A menos que esté condicionada por una decadente visión del mundo, esta vendrá encaminada por el camino más justo.
Al cine me ha llevado sobre todo el empeño de contar historias de hombres vivos:
De hombres vivos en las cosas, no las cosas por sí mismas”, diría Visconti en su momento, y nos hace pensar:
¿Que no haría uno por un hijo; hasta dónde estaría dispuesto a llegar para que él viva de forma mejor a lo que uno lo ha hecho?
¿Hasta qué punto tenemos derecho a enfocar y condicionar su vida por algo que quizás más tarde sepamos que no era su deseo real?
“È fosco l’aere il cielo è muto ed io sul tacito veron seduto in solitaria malinconia ti guardo e lagrimo, Venezia mia!”
Bellissima es un drama italiano del año 1951, dirigido por Luchino Visconti.
Protagonizado por Anna Magnani, Walter Chiari, Tina Apicella, Gastone Renzelli, Alessandro Blasetti, Tecla Scarano, entre otros.
El guión es de Suso Cecchi D'Amico, Francesco Rosi y Luchino Visconti; basados en una historia de Cesare Zavattini; donde Visconti plasma en clave de sátira, la gran influencia que ejerce la industria cinematográfica en los espectadores.
Filmada en los estudios Cinecittà, el cine en Bellissima es más que nunca la fábrica de sueños, la forma de escapar y de poder brindarle a su hija un futuro más prometedor.
No obstante, para ello la madre se enfrentará a todo tipo de penalidades:
Charlatanes, aprovechados, productores ajenos a su situación, la oposición de su marido, etc.; y por el camino, quien pague por toda esa presión será la inocente niña, que se verá metida en un mundo totalmente ajeno al que conoce, de su piso sencillo y austero a las clases de danza, hasta el Cinecittà.
Bellissima es una película desesperada y grotesca sobre el mito del cine que utiliza irónicamente como la banda sonora, extractos de la ópera “L’Elisir d’Amore” de Gaetano Donizetti.
Además, si no más, es una película feroz en la filosofía del neorrealismo:
La representación de la gente está llena de contradicciones, construida con el ojo implacable de alguien que sabe que los sueños tienen el propósito de romperse frente a la ferocidad de la realidad; de un fracaso parcial de los resultados artísticos, poética del dolor del neorrealismo que se expresa en un estilo que intenta mediar en la realidad documental con el drama clásico del personaje al límite; como mirada brillante de las condiciones económicas de la pobreza y el hambre en Italia, frescos de haber sido reconstruidos y listos para mirar más allá del horizonte de las necesidades inmediatas.
Así, Visconti desmonta cruelmente su máquina cinematográfica, que muestra la inconsistencia moral absoluta, y perfeccionista del mundo del cine; y gira la cuerda que todavía le unía a la cultura neorrealismo; pues aquí se tiene un tono predominantemente cómico; que aún incluye muchos de los rasgos típicos del género, pero desmarcándose ya del estilo de sus primeras obras.
Y es que Bellissima fue el film que sirvió de bisagra para abrirse a otros estilos:
El rodaje en exteriores auténticos, la preocupación por retratar de forma realista el entorno de clase baja donde sucede la acción, los protagonistas de clase obrera, etc.
La diferencia estriba más en la historia y la forma como se trata, de forma que no se incide en el contexto social de los personajes, simplemente se muestra con rigor pero sin necesidad de remarcarlos; y el neorrealismo es aquí más bien una forma de contextualizar los personajes de forma que uno acaba entendiendo los desesperados intentos de la madre por lograr que su hija triunfe y escape de la pobreza en la que se encuentran.
Todas esas evaluaciones de Bellissima, giran en torno al supuesto abandono, por parte de Visconti, del neorrealismo, sobre todo después de que “La Terra Trema” (1948), que fuera considerada uno de los mejores intérpretes del género.
Bellissima tuvo su estreno mundial en el cine Manzoni de Milán, el día neblinoso del 28 de diciembre de 1951; sin embargo fue muy poco recompensada en taquilla, habiendo tomado 160 millones de liras.
En base a este resultado, la película no pudo ingresar a la lista de las películas comerciales más exitosas entre los 120 productos en Italia ese año; y dada la pobre respuesta económica italiana, la película recibió una cálida bienvenida en el extranjero:
El triunfo tuvo lugar en New York, donde llegó Anna Magnani para presentar la película en mayo de 1953; donde se dijo, tuvo un recibimiento triunfal, con incidentes reales de multitudes, y un asedio de periodistas y personas, que obligó a la actriz a refugiarse en un lugar improvisado…
La acción tiene lugar en Los Estudios de Cinecittà, cuando el director Alessandro Blasetti, está haciendo un “casting” para seleccionar a la niña que actuará en su nueva película.
Entre las madres que han llevado a sus hijas, está Maddalena Cecconi (Anna Magnani), que deslumbrada por los mitos fáciles, lucha para que su hija Maria (Tina Apicella) se convierta en una artista célebre.
Contra la voluntad de su marido Spartaco (Gastone Renzelli), Maddalena no repara en medios para conseguir su objetivo; e inscribe a Maria en un curso de baile y actuación, le paga fotógrafo y peluquera, le encarga vestidos a medida, incluso si su marido preferiría que ahorraran su poco dinero por el alquiler, en lugar de pagarles a maestros, peluqueros o sobornos por sus ilusiones.
En su obsesión, confía incautamente en Alberto Annovazzi (Walter Chiari), un especulador sin escrúpulos, que dice tener los contactos necesarios para que Maria realice la prueba… sin embargo, con el tiempo se da cuenta de que está equivocada y, por suerte, renuncia a ello; en un gesto valiente que ya nadie hará durante los años del “boom”, cuando incluso los más humildes cambiarán radicalmente, seducidos por el dinero fácil y la televisión.
Así, en poco tiempo, los pobres ahorros de la familia se desperdician aquí y allá, sin embargo:
¿Habrá realmente una olla de oro al final del arco iris?
Visconti obtiene una película de suficiente profundidad dramática, equilibrada en afectación emocional, necesaria en convicción melodramática y marcado arrojo socio-costumbrista; una obra, que si bien no es un film redondo, sí se trata de un producto magnífico, sólido y adscrito a la categoría de clásico que aúna ternura, humor y patetismo con un huracán llamado Anna Magnani solapándolo todo.
Y Visconti, alejándose ligeramente de su estilo y temática, nos muestra con Bellissima lo duro que supone para los actores presentarse a los “castings”, especialmente para los niños que son llevados por sus padres, y que no son conscientes de todo lo que supone ese teatro.
Una vez más, el cine se adelanta a las escenas que hoy son cotidianas y habituales en la televisión, una televisión que vende la fama como si de comida rápida se tratara, y donde la frase de “mamá quiero ser artista” no asusta ya a ninguna madre.
Son 2 caras inversas del cine:
Una hermosa, la de aquellos para los que el cine representa “un mundo de sueños, de esperanzas y posibilidades”; y otra sucia y mezquina, la de los oportunistas, representados por managers corruptos y directores sin escrúpulos.
De alguna forma, Visconti nos está mostrando que a veces, toda la parafernalia de lujo, fama y fantasía que muestra la farándula del cine, no es más que un espejismo, y que el mundo detrás de las cámaras y las pantallas no es tan bonito y fabuloso como suele parecer.
En definitiva, un cine como un mundo de sueños no siempre posibles.
Hoy en día, el mensaje está más que visto, pero no deja de ser un interesante punto de vista desde el prisma del neorrealismo, quitándole todo el glamour posible al mundo cinematográfico y sin dramatismos ni sentimentalismos, solo la simple y cruda realidad, para acentuar más esa idea, el personaje del director lo interpreta Alessandro Blasetti, uno de los grandes padres del cine italiano; y de esta forma, Visconti utilizó el neorrealismo para dar otra visión de un tema ya harto conocido, creando una de sus mejores y más emotivas películas.
Una pequeña joya a redescubrir.
“Quanto è bella, quanto è cara…”
Bellissima es la 3ª película de Luchino Visconti, aparentemente simple, en realidad dictada por un tema vasto y muy humano:
Las grandes decepciones de las personas pequeñas.
Un tema que casi deliberadamente ignora los tonos duros de “Ossessione” (1943) y la refinada complejidad de “La Terra Trema” (1948); y proviene de un tema de Cesare Zavattini, reelaborado varias veces, de hecho hay 3 versiones del tema, llamadas S1, S2 y S3; bastante diferentes entre sí, que dieron vida a otra versión, el S4, la que está en la base del guión, pero a lo que Zavattini ya no trabajó.
Incluso Visconti confirma que había realizado muchos cambios en el tema de Zavattini, y que también habla de cambios significativos en la estructura de la película y los diálogos, en este caso, también gracias a Magnani.
Según se cuenta, la historia se originaría en un hecho que realmente ocurrió aproximadamente 1 año y medio antes, cuando el director Blasetti, que estaba buscando un niño para su película “Prima Comunione”, tuvo qué hacer con una madre que quería a toda costa imponer a su hija como protagonista, diciéndole a todos que ella era “bella”
Para entonces, Visconti no había hecho una película en 3 años; tras el fracaso comercial de “La Terra Trema” (1948), que se proyectó en Venecia, y atrajo los insultos de la audiencia en su sano juicio, irritado por la representación de la realidad popular, y se supo que tuvo dificultad en la distribución, por lo que Visconti tuvo problemas para realizar otros proyectos.
El mismo director declaró cuáles habían sido sus intenciones y dificultades:
“La elección de un tema en lugar de otro, no depende exclusivamente de la voluntad del director.
También se necesita una combinación financiera para que esto suceda.
Después de que tuve que renunciar a “Cronache di poveri amanti” (1946) y a “La carrozza del Santissimo Sacramento”, Salvo d'Angelo me propuso el tema de Zavattini; y durante mucho tiempo quise rodar una película con Magnani y, como era precisamente la intérprete esperada, acepté…
Así las cosas, a historia sigue a Maddalena Cecconi, una madre que sueña con que su hija Maria se convierta en una estrella.
En esos días, el director Alessandro Blasetti está realizando un “casting” en Los Estudios Cinecittà para seleccionar a la niña que desempeñará un papel en su nueva película; por lo que Maddalena encuentra en el “casting” la oportunidad que estaba buscando para lanzar a la joven Maria al estrellato, a pesar de su marido, Spartaco, no está de acuerdo en absoluto; pero Maddalena pondrá todos los medios para conseguir su objetivo, gastando los pocos recursos económicos de los que dispone; inscribe a la pequeña en clases de danza y actuación, contrata a un fotógrafo, servicios de peluquería y sastrería, e incluso confía en una especie de manager, que le hace creer que tiene los contactos suficientes para que Maria haga la prueba, y que no hace otra cosa que estafarle sin escrúpulos.
A pesar de todo, la joven promesa es aceptada en el “casting”, que lejos de ser una experiencia gratificante y fructífera, desemboca en una triste escena en la que el jurado acaba riéndose y mofándose de una pequeña que no puede hacer otra cosa que llorar desconsoladamente ante semejante ofensa.
Maddalena, herida por el doloroso espectáculo que acaba de presenciar, reacciona y decide que su orgullo y el de los suyos están por encima de la fama, y renuncia al sueño de que su hija sea una estrella, pues no está dispuesta a pagar el precio que ello conlleva, la felicidad de su propia familia.
Todo el epílogo que concentra y plantea todos los motivos de emoción anunciados y esperados, es muy exitoso; queriendo contar una exaltación y un colapso, una ilusión y un desencanto; y la película lo hace con dignidad, usando medios inusuales y atrevidos, a veces arriesgados; donde su mayor mérito es la sinceridad, que es el camino correcto en el neorrealismo y en todo el realismo.
Luchino Visconti deja así un melodrama neorrealista, que presenta una Italia de posguerra, con esas casas de vecinos, esas reuniones familiares, esa vida de patio y ventanas, esas facturas sin pagar, esas mujeres que se desloman por sacar adelante a los suyos, y que viven de sueños, de unas películas que les presentan que no todo en el mundo es mísero...
Por eso Bellissima golpea con exquisita sensibilidad; pues narra una historia sencilla pero llena de recovecos que presentan un mundo complicado y real.
Por una parte, la realidad de un pueblo de posguerra que trata de salir adelante a pesar de las miserias y lo antepone a un mundo que en pantalla es maravillosa, pero que detrás sólo muestra una industria poderosa; y un mundo real con personajes que buscan escalar puestos de poder, sin importarles los sueños y sacrificios de otros.
La cara y la cruz del mundo del espectáculo; es un mundo en el que también hay que trabajar duro y sobrevivir, un mundo donde la fama efímera se puede pagar cara.
“El mundo de los sueños” no tiene que ver con el mundo real, y ese es la industria del cine; y por ello, Bellissima es una crítica lúcida a la locura de muchas madres por tratar a sus hijas como simples objetos en su propio beneficio.
La Magnani interpreta a una madre que decide remover tierra, mar y aire para poder lanzar al estrellato a su hija, pese a que ésta ni quiere ser una estrella, ni tampoco goza de las mejores dotes artísticas posibles.
El tono de comedia pues, es el predominante en gran parte de la película; y gracias a este tono satírico, Luchino Visconti puede retratar a más de uno con su película:
Desde la farándula italiana, con ese “casting” inicial, recordemos que muchas actrices italianas del neorrealismo, como la propia Silvia Mangano, eran escogidas por sus participaciones en concursos de “misses” y “castings” muy cercanos al que muestra la obra; ya la película deja bien clara las intenciones.
Y es que Bellissima puede leerse perfectamente como crítica a la parte más fría de la sociedad italiana, donde La Magnani sólo se interesa por el estado físico de su hija, y célebres son las secuencias del film en la que vemos como trata de maquillarla, y aderezarla para que presente el mejor estado posible.
En realidad, en este sentido, la obra no deja de ser un reflejo del mismo caso que los padres que desean que sus hijos sean futbolistas o deportistas de élites, y que cumplan los sueños que ellos nunca pudieron llegar a realizar.
Además, Visconti incluye el deseo de escalafón social, y también pueden verse los deseos del personaje que interpreta Anna Magnani como el deseo de avanzar dentro de la burguesía; por tanto, el film es sin duda un ataque contra el mundo del cine, y en gran parte también es una reflexión sobre los niveles a los que había llegado el neorrealismo.
Por ejemplo, cuando la madre rechaza la figura de la actriz que se cuela por sorpresa en la casa, lo hace porque espeta que su hija no necesita la ayuda de nadie, que en el “casting” la quieren natural, porque ahora, para ser actriz no hace falta interpretar, en una clara referencia a muchas de las películas neorrealistas que utilizaban actores desconocidos para sus películas.
También, pocas películas alcanzan la belleza del final de Bellissima, donde Anna Magnani observa la cara amarga del cine, puesto que durante todo el film la hemos visto creer a pies juntillas que el cine es la gran plataforma por conseguir sus sueños, y observemos la secuencia en que mira embelesada la gran pantalla de cine donde proyectan un “western”, y como ella misma desea participar en ese mundo que parece tan lejano de su triste realidad; hasta que observa la trágica manera en como todos los responsables del “casting”, incluido Blasetti, se ríen de su hija de manera descontrolada, debido a su pésima actuación.
Es precisamente en estos momentos cuando el tono del film varía tremendamente de la vía cómica, a la dramática; y resulta no imposible emocionarse con el llanto de Magnani; que quizás nos haya dado la mejor interpretación de su carrera, confirmando una vez más sus cualidades como actriz dramática.
Ella creó una exuberante y bulliciosa Maddalena, arrogante y ambiciosa, una mentirosa y sensible que esparce un aura de mujer del pueblo llano, vulgarmente atractiva, de formas rotundas, de facciones que acusan sin disimulos las fatigas de las “donnas” italianas que faenan como bestias de labor.
Esas que habitan en apartamentos cochambrosos en construcciones viejas con montones de otros apartamentos, y una legión de vecinos bulliciosos, pendencieros y cotillas, niños gamberros, y callejas descuidadas que no deben de haber visto a un empleado del Ayuntamiento desde la fundación de la ilustre urbe allá por los tiempos de Rómulo y Remo.
Por lo que Magnani carga sobre sus generosos hombros ese aire a barrio desaliñado y gritón, donde todo el mundo se abre paso a discusiones y empujones, burbujeante de emociones vivas, donde la escasa alegría tan duramente ganada se pregona, y la ira y la pena, que son las que más abundan, se liberan ignorando los dictados de la contención.
Un oleaje bravo, en el que el habitante romano promedio se desenvuelve con la soltura de un pez acostumbrado a pasarlas realmente mal.
En ese oleaje, Maddalena Cecconi es una madre como otros millones de madres que dan su alma y su sangre por sus hijos.
Tiene un fuego en sus ojos que arde como un incendio; es una “mamma” fiera y decidida, una leona de garras gastadas, pero combativas que mueve montañas para que su pequeñina Maria no acabe como ella, como otra hormiga del deslomado vulgo romano.
Desde los gestos, ella da la impresión de estar frente a una estrella que nos llevará a donde quiera, atribuyendo una fuerza de la representación, una verdad y una poesía de vida, que hacen de esa actriz un fenómeno único de gran poder, irrefrenable.
Y por eso Anna Magnani interpreta magníficamente el papel de madre, lo cual no es de extrañar, ya que es el tipo de personaje que tan bien se le daba:
La prototípica madre italiana infatigable, ruda y de marcado carácter que no se deja doblegar por nadie.
No en vano, pese a todas las difíciles pruebas que debe superar, no cambia de idea hasta que no ve con sus propios ojos a los productores burlándose de la prueba que hizo su hija.
Lo único que la detiene, es el descubrir que todo este proceso acaba desembocando en venderles a su hija, hacerla aceptable a sus ojos, y tener que soportar sus miradas críticas y burlonas.
Sin embargo, su escena en el río con Chiari, es de una antología.
Visconti cuenta la realidad popular llena de contradicciones, siempre con los ojos brillantes, a veces sin piedad, sin sentimentalismos o idealizaciones.
Y a diferencia de otras ocasiones, la relación de la actriz con el director que fue buena.
De Magnani le traía su personalidad, su genio como intérprete; incluso ella tenía palabras de estima para el director:
“A pesar de sus defectos, me encontré bien con Visconti.
Me dejó riendas sueltas.
Además, sabía que era la única forma de obligarme a actuar”
Mientras el director admite:
“La verdadera protagonista era Magnani:
Quería dibujar su retrato de una mujer, una madre moderna, y creo que he conseguido bastante bien, porque Magnani me prestó su enorme talento, su personalidad.
Esto me interesó y, en menor medida, el ambiente del cine”
La galería de personajes que asoma por esta magistral película, tejen también un tapiz de una riqueza de la que ahora carece el cine italiano.
Desde los caracteres populares, como la descripción de la vida del barrio, del edificio, es rica con personajes como la portera, las vecinas, la indolente paciente a la que pincha Maddalena, su suegra, etc., hasta otros más compuestos y cinematográficos como el propio Walter Chiari, que aquí interpreta Alberto Annovazzi, un trabajador del cine, que en su lucha por sobrevivir, no sabe de escrúpulos, o la “aparecida” Mimmeta, interpretada por Linda Sini, una actriz olvidada, dejada al borde del camino y la vida, y que se encargará de la dicción de la pequeña Maria en su búsqueda, como los demás personajes de la obra, de una supervivencia que se hace difícil.
Así, junto a La Magnani tenemos a:
Gastone Renzelli como Spartaco, y Tina Apicella como Maria, su marido y su hija respectivamente; y Tecla Scarano hace lo propio con Tilde Spernanzoni, profesora de Maria.
Destacar también que Alessandro Blasetti, Mario Chiari, Luigi Filippo D'Amico y George Tapparelli que se interpretaron a sí mismos en la película.
Como dato, durante el rodaje de Bellissima, tuvieron lugar 2 eventos personales:
Hubo un coqueteo entre Magnani y Walter Chiari, pues Bellissima la había puesto frente al joven milanés que siempre estaba ocupado...
Había comenzado una historia corta, nacida de la soledad, del miedo a la edad.
Encuentro corto, nacido y muerto en el set de la película de Visconti.
Incluso contra la niña, Tina, diminuto de Concetta, Apicella, de 5 años, la actriz desarrolló un fuerte sentimiento emocional.
La Magnani a menudo la llevaba a su casa, le presentó a su hijo Luca, que era solo 2 años mayor que ella, y los 2 niños se hicieron amigos.
En un momento dado, la actriz también pensó en una adopción, pero se detuvo ante el rechazo comprensible de la familia.
Durante el rodaje, también ocurrió un incidente financiero, cuando un administrador desapareció con la caja chica de la película, un hecho que sin embargo pudo remediarse.
Otros problemas se produjeron con el mundo de la distribución:
Se le pidió a Visconti colocar entre los ejecutantes el actor Carlo Croccolo, que en ese momento aseguraba un público fuerte y, con este fin, se le prometió a Visconti un “cachet” adicional de 16 millones, que sin embargo fue rechazado.
Tampoco faltó la intervención de los censores, lo que requirió la revisión de algunas partes de los textos.
Otro dato de interés, es que el poema que Maria recita es “Addio a Venezia” (1849) de Arnaldo Fusinato; y en la escena final, Anna Magnani escucha la película afuera de su habitación, y comenta que es Burt Lancaster...
Magnani ganaría un Oscar 4 años después por “The Rose Tattoo”, en la que sería coprotagonista con Lancaster.
Impagables las escenas del “casting”, donde las niñas muestran sus virtudes y las madres luchan porque se destaquen, por salir de la vida cotidiana y de la miseria.
Anna Magnani y la niña Tina Apicella, se comen la película con su humanidad; pero “La mamma Roma” deja también momentos impagables con 2 personajes interesantes:
El joven trepa de Cinecittà, otro post merecería el análisis de este personaje y cómo Anna tiene siempre el instinto en alerta; y su marido, en una relación toda llena de vitalidad, instinto y grandes broncas… los 2 aman a la pequeña, y a los 2 les supera su situación económica, los 2 son buena gente que pierden las formas ante sus situaciones emocionales… pero el marido, machista pero que sabe que no tiene la fuerza y vitalidad de la esposa; se siente siempre fascinado por la loca que lucha por mantener un hogar que parece que se derrumba una y otra vez.
De hecho, su retrato finaliza mostrando ese sueño al que aspiran como una pesadilla, donde el precio a pagar es nada más y nada menos que la dignidad.
Este es un film italiano imprescindible, visionario ya desde la década de los 50, de la realidad que nos habría de invadir medio siglo después en forma de “reality” y demás parafernalia.
No por casualidad, Pedro Almodóvar, en un clásico del metacine en todas sus vertientes, incluirá Bellissima dentro de su afamada “Volver” (2006), y lo hará a través de los personajes, inspirando el de Raimunda (Penélope Cruz) en el de Maddalena; con un guiño en el argumento, el tango que canta Raimunda ante la expectación de todos, es una canción que le enseñó su madre cuando era pequeña para presentarla al “casting” de niñas cantantes; y finalmente en la imagen misma, de forma explícita, cuando muestra a Irene (Carmen Maura) viendo en la televisión un fragmento de Bellissima.
Es cine dentro del cine, donde lo importante es que este hecho nos muestra que las referencias, citaciones, reinterpretaciones, homenajes, reflexiones o guiños, que puede hacer un arte sobre sí mismo, son prácticamente infinitos.
Y aunque se le puede achacar a Bellissima que se hace un poco larga y un poco pesada, sin duda merece la pena verla de principio a fin por La Magnani, la ambientación, y sobre todo por el tema que nos plantea que, como he dicho, tiene una gran relevancia en la actualidad.
Por lo que no es cine para todos los paladares, e incluso he de advertir que la constante verborrea de sus protagonistas puede llegar a marear en ciertos momentos, pero bien merece la pena dejar esto a un lado, y ver luchar a esta madre en La Época Dorada del cine italiano, aunque en esta ocasión no salga excesivamente bien parado, por cierto.
Y ojalá, todas las madres y padres actuaran como la de la película, que al final se da cuenta de que lo que realmente importa no es que la niña consiga el papel, sino que sea feliz… y no esperen el triste final de niñas como JonBenét Ramsey… que se vieron arrastradas, gastándose un dineral en arreglarlas y comprarles vestidos bonitos, instigándolas a recitar, bailar o hacer la pantomima delante de una partida de extraños con pinta de lobos.
Provocando estrés a esas pequeñas, en muchos casos atemorizadas que no se atreven a alzar sus vocecitas de protesta, ni a llevar la contraria a los fervientes deseos de sus madres, por ellas serían el sustento de una vida fácil, acomodada, “hollywoodense”; sin comprender demasiado que tanto vapuleo, que los nervios que sufren son por su bien... lo peor es que siguen no aprendiendo la lección que la “mamma” sí aprende.
Por último, la banda sonora es de Franco Mannino, inspirado en el tema de “L'Elisir d'Amore” de Gaetano Donizetti, e “Il valzer dello zigo zago”, interpretado por la propia Anna Magnani.
“Non preoccuparti per la casa, non preoccuparti, pagherò tutto da solo, anche se è a costo di uccidermi al lavoro, anche se dovessi restituire i diabetici a tutta Roma”
La especie humana parece empeñada en no conocer nada de sí misma, y generación tras generación, siglo tras siglo, sigue repitiendo los mismos errores que siempre causarán los mismos sufrimientos y desgracias, porque toda acción produce una reacción… y siempre que golpees con el martillo sin observar bien el clavo, el moretón en el dedo es cosa asegurada.
Y es que hay una actitud humana que ha causado muchas amarguras:
Querer que los hijos sean lo que padres ansían que sean; pretender determinar su destino, su profesión; buscar que ellos logren lo que lo que ellos quisieron lograr y no pudieron, y que lleguen a donde nunca llegaron ellos…
Para eso está Bellissima, un ejemplo perfecto de su idea del cine como espejo de la sociedad, reflejo artístico de la gente que vivió durante su época, y que se continúa con la fórmula fácil; donde el neorrealismo italiano se basaba justamente en el dilema:
Cómo representar la realidad a través del cine, cómo dejar una imagen de lo que fue la sociedad italiana de post guerra, sin traicionar la Historia.
La postura escogida por muchos realizadores, Roberto Rossellini en primer lugar, fue la de la ilusión de la realidad total; estos artistas creyeron, en efecto, en la capacidad del cine de captar lo real sin mutaciones.
Pero Visconti nunca creyó en esta visión del cine y, al contrario, siempre fue fiel a su ideal, la realidad del arte; y durante su vida, investigó con determinación el medio cinematográfico, la única arma que tenía para comprender la realidad en la que vivía.
Por ello, Anna Magnani fue la actriz que encarnó en sí misma esta paradoja de la realidad del arte, de la representación de la actualidad a través de las características propias del Séptimo Arte.
De esa manera, Bellissima como La Magnani, nos guían en este mundo fantástico, una mezcla atípica de comunismo y aristocracia que continúa siendo moderno e intrigante después de medio siglo; porque volver a Bellissima es recordar el neorrealismo italiano, aunque un tanto tardío, como corriente que sedujo al mundo porque lo desgajó de las disparatadas fantasías hollywoodienses, y lo golpeó con la llaga sangrante de sus deseos imposibles, con sus soledades y sinsabores.
Un mundo en blanco y negro con atisbos de diáfana luminosidad que captivó entonces, y lo sigue haciendo ahora:
Cine costumbrista, comprometido, abigarrado, repleto de realidades sórdidas, identificables, dramáticas y cómicas.
La vida de uno; la vida de todos en estas historias italianas que nos ofrecieron reyes indiscutibles como Visconti, Federico Fellini, Roberto Rossellini, Vittorio De Sica, entre otros.

“Ma non le ignìvome palle roventi, né i mille fulmini su tre stridenti, troncaro ai liberi tuoi dì lo stame…
Viva Venezia!
Muore di fame!”



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