Umberto D.

“È un po 'di tutto”

El cine nos obliga a mirar historias que por muy cercanas a nosotros, de otro modo pasarían inadvertidas.
En 1952, la realidad era desoladora en la Italia fascista de Benito Mussolini, junto al resto de sus aliados, mucha gente había perecido en la guerra, y otros tuvieron que entregar sus armas al caer derrotados.
La precariedad económica y las paupérrimas condiciones sociales estaban a la orden del día en esta época; y el relevo político lo obtuvo La Nueva República Italiana que se fundó el 2 de junio de 1946, que gracias a un referéndum dirigido al pueblo, se consiguió derrocar a la antigua monarquía.
A partir de aquí, el nuevo régimen político tenía que encaminar sus actuaciones hacia la recuperación en todos los ámbitos, teniendo que lidiar con la reconstrucción de infraestructuras, al despojamiento de todas sus posesiones coloniales, con excepción de Somalia; y a recompensar tanto económica como técnicamente a los países que dañó como Grecia o La URSS.
Más adelante, a partir de los años 60, Italia vio como se producía un milagro en su economía, favorecida en gran parte por su acogida al Plan Marshall que ofrecía EEUU, y que se materializo en la suma de $1204 millones.
A esto cabe añadir su posición estratégica peninsular, que le ofrecía situación geográfica privilegiada con el resto de potencias Europeas colindantes.
Como consecuencia, a muchos italianos, como a todos en el mundo nos llega en la vida ese momento terrible en que sentimos que todas las puertas se han cerrado debido a la edad avanzada; y creemos que para nadie valemos, y los acreedores nos acosan o nos miran como a unos deshonestos, pero aunque ansiaríamos cancelar hasta el último peso, apenas nos alcanza para una comida muy escasa, o para cubrir los costosos servicios.
Ahora fastidiamos a quienes nos han ayudado, y los demás parecen no enterarse de la crisis que padecemos; y los muchos esfuerzos que hacemos para conseguir un empleo digno, no encuentran eco, pero la familia piensa que somos negligentes, y que deberíamos ponernos a hacer cualquier cosa…
No les importa la dignidad, lo que hemos construido, las expectativas que tenemos… creen que es muy fácil tirarlo por la borda.
Todo esto nos carcome por dentro, y comenzamos a sentir que las oportunidades no son para nosotros, que no valemos nada, e incluso, caemos en el error de compararnos con otros que, con menos esfuerzo nadan en la abundancia.
Y así, nos decepcionamos de la vida, nos sentimos olvidados por Dios, y pensamos que, sencillamente, ya no hay lugar para nosotros en este mundo.
Y cuando estamos en este oscuro fondo, se vuelve fácil pensar en el hades, pues es el único que ahora nos muestra un camino...
Algunos, los más creyentes, sólo desean que llegue, y otros se animan a buscarlo llevados por la desesperación…
Por algo, este cine neorrealista toca tanto, y será rescatado en infinitas ocasiones hasta la eternidad, para recordarnos lo que vivimos, y en lo que podríamos encontrarnos si una mala estrella nos mirase de reojo.
Un cine a pie de calle, de historias de posguerra, de pensiones y penurias, de dificultades y estrecheces, de enfermos, dolientes y víctimas, de aprovechados y picaros, de luchadores del día a día... de la inevitable ancianidad.
En definitiva, de personas a todas luces reales que caminan y caminaran por la vida.
“Durante la guerra mi chiamò nonno.
Di tanto in tanto le davo della carne.
Dopo la guerra è impazzita.
Odia anche il mio cane.
Se hai visto il mio cane, sapresti che è impossibile odiarlo”
Umberto D. es un drama italiano del año 1952, dirigido por Vittorio De Sica.
Protagonizado por Carlo Battisti, Maria Pia Casilio, Lina Gennari, Memmo Carotenuto, Alberto Albani Barbieri, entre otros.
El guión es de Cesare Zavattini y Vittorio De Sica; sobre un funcionario jubilado, de la tercera edad, sin familia, que apenas puede sobrevivir con una pensión miserable.
La película es una de las varias y muy fructíferas colaboraciones entre Vittorio de Sica y el guionista Cesare Zavattini; ambos colaboraron también en películas como:
“Sciuscià” (1946), “Ladri di biciclette” (1948) o “Miracolo a Milano” (1951); y llega un paso más allá al demostrar la maestría de De Sica para contar una historia sencilla y emocionante, sacada de la vida diaria.
Muy admirada por cineastas, como Ingmar Bergman que la citó como su película favorita; y de toda su filmografía, esta era la película favorita del mismo director, Vittorio De Sica; además, él se inspiró en la vida de su padre para escribir el guión; pues también era un jubilado que tuvo que enfrentarse a los problemas económicos derivados de su minúscula pensión; no es casual que De Sica le dedicara la película; al tiempo que es un acta de acusación, un certificado desolador de nuestra ingratitud y una llamada a la conciencia; pues tiene un sentido poético, una mirada lúcida y humanista; purificadora que todo aficionado al cine debe ver, porque es una historia transformadora, que nos hace mejores, recapitulando sobre lo que estamos haciendo mal, sobre el desprecio a la sabiduría, la experiencia y la memoria que guardan los de la tercera edad.
De hecho, cuentan que a Charles Chaplin le subyugó la película, manifestando al propio De Sica, que le hubiera gustado filmarla él, y es que hay mucho de Chaplin en ella, quizás el protagonista no es tan simpático como Charlot, pero no cabe duda que está la profundidad humana típica del genio inglés.
Curiosamente, aunque la película lleva el sello de calidad innegable del director, fue un fracaso de taquilla, quizás debido a que el público quería salir ya del oscurantismo al que se había visto sometido durante la guerra y sus años posteriores, y demandaba temas menos duros en la pantalla.
Por lo que posteriormente De Sica volvería a dirigir comedias más desenfadadas, en las que también era un maestro, y dramas con menos contenido social.
Sin embargo, Umberto D. fue bastante popular en el extranjero, siendo nominada al Oscar en la categoría de mejor guión original.
La películas se rueda en las calles del centro de Roma, en El Panteón y alrededores; y en los platós de Cinecittà Studios de Roma, a finales de 1951.
La puesta en escena es sencilla, de composición extremadamente sobria; y los aspectos técnicos quedan relegados a un segundo plano, cuando lo que en verdad importa es la historia; una que, por desgracia, sigue muy de actualidad, donde la realidad se vuelve cada día más “neorrealista”
Así, la acción dramática tiene lugar en el largo otoño de 1951, cuando el país todavía no se ha recuperado plenamente de las secuelas de La Segunda Guerra Mundial, cuando vemos, cómo la policía dispersa una manifestación organizada en la calle, de ancianos demandando un aumento en sus exiguas pensiones.
Uno de los manifestantes es Umberto Domenico Ferrari (Carlo Battisti), un trabajador romano del gobierno jubilado, anciano y pobre, que trata desesperadamente de mantener su habitación alquilada.
Tiene 70 años, sin familia y sin amigos, al que la pensión no le alcanza para cubrir las necesidades básicas propias y las de su mascota, el perro llamado Flike, que es la única compañía que tiene.
Al menos Umberto es un anciano saludable, lúcido, autónomo, comprensivo, tolerante y detallista, que se enfrenta a las estrecheces de su condición de pensionista con resignación, y sin protestas; y dispone de una habitación con hormigas, humedades, rotos y manchas; que desde hace más de 20 años tiene alquilada en la vivienda particular de la presuntuosa y egoísta Antonia Belloni (Lina Gennari)
Cuando él regresa a su habitación, descubre que ella lo está desalojando, y la ha alquilado por una hora a una pareja amorosa… y amenaza con desalojarlo a fin de mes si no puede pagar la renta vencida:
Unas 15 mil liras; por lo que él decide vender su reloj y algunos libros, pero solo aumenta un tercio de la cantidad; y la casera se niega a aceptar un pago parcial.
Así, solo cuenta como sus únicos amigos verdaderos, a la criada Maria (Maria-Pia Casilio) una soltera que le revela estar embarazada, y espera que la despidan cuando Belloni, aficionada al “bel canto”, y a alquilar por horas habitaciones a parejas furtivas, se entere de ello; y su perro Flike, pero ambos no son de ayuda…
La simpática doncella, confiesa a Umberto que tiene sus propios problemas:
Está embarazada de 3 meses, pero no está segura de cuál de los 2 soldados es el padre:
El alto de Nápoles, o el bajo de Florencia.
Por todos esos problemas, “sintiéndose enfermo”, Umberto se ingresa en un hospital; resulta ser amigdalitis, y es dado de alta después de unos días…
Cuando regresa al departamento, encuentra trabajadores renovando todo el lugar, en especial su habitación está destrozada; porque Antonia se va a casar.
La habitación de Umberto presenta un enorme agujero en la pared; y Maria le dice que va formar parte de una sala de estar ampliada...
Ella se estaba ocupando de su perro, Flike, pero se abrió una puerta y se escapó... y no se sabe su paradero, por lo que Umberto se precipita a la ciudad, y se siente aliviado de encontrar a su perro que estaba a punto de ser sacrificado...
Sin embargo, cuando hace una súplica velada para un préstamo a uno de sus amigos que tiene un trabajo, el amigo se niega a escuchar…
Incapaz de pedir limosna a los extraños en la calle, Umberto contempla el suicidio, pero sabe que primero debe ver quién se ocupará de Flike; por lo que empaca sus pertenencias y sale del apartamento.
Su consejo de despedida para la doncella, es deshacerse del novio de Florencia.
Luego Umberto intenta encontrar un lugar para Flike, primero con una pareja en lugar para perros, luego a una niña pequeña que él conoce, pero su niñera hace que le devuelva el perro… y mientras Flike va a jugar con algunos niños, Umberto se escabulle, apostando a que uno de ellos lo adoptará; y a pesar del intento de Umberto de abandonar a Flike, el perro lo encuentra escondido debajo de un pequeño puente.
Finalmente, desesperado, Umberto toma al perro en sus brazos y se acerca a una vía férrea, y mientras se acerca un tren a toda velocidad, Flike se asusta, se retuerce y huye… Umberto corre tras él.
Al principio Flike se esconde cautelosamente, pero finalmente Umberto convence a Flike para que juegue con una piña de pino.
Aún sin hogar y casi sin un centavo, la historia termina con Umberto, correteando por la senda del parque con su perro.
Umberto D. informa y muestra con objetividad y profundidad, una realidad que tiende a pasar desapercibida porque afecta a un colectivo con escasa visibilidad y con mermada capacidad reivindicativa y negociadora; por lo que se destaca la lucha del protagonista por mantenerse frente a las dificultades, la autoestima, el sentido de la dignidad y, sobre todo, la coherencia con el afecto que siente por su mascota, y la lealtad al afecto de ésta.
Su historia, como la de tantos otros, es por una parte, la lucha de un hombre por mantener su dignidad, que se manifiesta en todo su esplendor en la escena en la que el protagonista duda acerca de pedir o no limosnas en la calle; su gran temor es no poder valerse por sí mismo, y ser visto como un mendigo por su entorno.
Y por otra parte, es una historia que nos enseña a aferrarnos a lo que tenemos, y a no perder las esperanzas, aún en situaciones desfavorables.
También nos habla de la vejez, que lo desplazará al mero papel de ser humano que estorba; y encima, cuando uno llega a viejo, está solo y sin casa, entonces esa etapa de la vida es torturadoramente angustiosa e infeliz.
Además de una obra clásica e imprescindible, es un filme entrañable y comprometido, de puesta en escena sencilla, austera y transparente; como un sentido homenaje a toda una generación marcada por una sociedad que aún curaba sus heridas de guerra.
En definitiva, Vittorio De Sica consigue realizar un peculiar retrato de la sociedad italiana de posguerra, a través del relato de la tragedia de un hombre para el que la única forma de preservar la dignidad, acaba siendo la muerte; pero la vida que le ha tocado vivir, no le concede ni eso; y es difícil pensar en un tributo más remarcable a la resistencia del espíritu humano que el de Umberto D., más aun a través de, y por un animal; y en este sentido, la película es todo un canto hermosísimo al amigo animal, al amigo perro, que tanto nos alivia el pesar de la vida.
“Tutti approfittano dell'ignorante”
El gran director italiano, Vittorio De Sica, sigue explorando y mostrándonos las más crudas entrañas del sufrimiento humano, y sigue desenvolviéndose en el campo neorrealista, elevando esta corriente hasta lo más alto; pues el cine neorrealista italiano, se caracterizó por ser lo que hoy llamamos un “cine de denuncia”, pero no de protesta; y mostraba con nitidez fotográfica, las estampas dolorosas que se vivieron en esos tiempos; pintando, aunque con una inmejorable paleta de blancos y negros, la depresión social que invadió todos los ámbitos en los años de la posguerra; y ello gracias a fotógrafos de la talla de Carlo Montuori y Aldo Graziati.
Es un cine triste, melancólico, que reseña la terrible depresión económica al cabo de una guerra feroz, que dejó a todo un pueblo sumergido en la pobreza y la desesperanza.
Y no le importa a De Sica, ni a los autores del neorrealismo, emplear metraje en aspectos cotidianos y rutinarios; sin duda alguna es un claro ejemplo de esta corriente cinematográfica, si atendemos a esos lugares comunes que lo caracterizan, como las condiciones precarias, la no contratación de actores profesionales o la abundancia de exteriores.
La simple idea de un hombre que no llega a fin de mes, pero que se niega a pedir limosna, es sencilla.
No lucha por cambiar nada, sólo por sobrevivir...
Con una puesta en escena austera, simple y transparente, en un estilo similar a su cine anterior, el director insiste con una historia que nos hace reflexionar:
De la simple búsqueda de cómo satisfacer las necesidades humanas básicas, como techo, alimento y compañía; resulta una de las películas más desgarradoras del neorrealismo, sofocando a su protagonista, y poniéndolo en una calle sin salida, que lo hará tomar le peor decisión posible.
Así vemos a Umberto D., un empleado del gobierno retirado, y uno de los participantes en una manifestación de jubilados que exigen un aumento de sus miserables pensiones.
Cuando el grupo es dispersado por la policía, Umberto vuelve a la casa de huéspedes donde reside, solo para descubrir que la propietaria ha alquilado por 1 hora su habitación a una pareja, y que amenaza además con echarlo al final del mes, si no es capaz de pagar las 15 mil liras de alquiler atrasado que le debe.
A pesar de que el anciano consigue 1/3 de la cantidad vendiendo un reloj y varios libros, la casera no acepta el pago, si no es la cantidad al completo.
Ante estos problemas, Umberto cuenta con 2 únicos apoyos:
Su perro Flike, y la simpática y joven criada de la pensión, que acaba confiándole que está embarazada, pero que duda sobre cuál de 2 soldados, uno de Nápoles y otro de Florencia, es el padre.
Una noche, sintiéndose enfermo, el anciano llama al hospital, por lo que es ingresado y diagnosticado de anginas.
Cuando es dado de alta a los pocos días, y vuelve a su apartamento, descubre que este está en obras…
La casera va a casarse, y la antigua habitación del anciano va a pasar a formar parte de la nueva sala de estar.
Tras esto, Umberto descubre que su perro, el cual había dejado al cuidado de la sirvienta, huyó por una puerta que alguien dejó abierta.
Finalmente, aliviado, consigue encontrarlo en la perrera municipal, antes de ser sacrificado.
Ahora, viéndose obligado a marcharse de la habitación, y ante la negativa de un amigo a hacerle un préstamo, Umberto contempla la idea del suicidio, pues es demasiado orgulloso para mendigar en las calles; y antes de marcharse, da un último consejo a la joven criada, que se deshaga del novio de Florencia.
Con la intención de quitarse la vida, Umberto busca un lugar donde dejar a Flike:
Desde una pareja que guarda perros hasta una niña pequeña; pero no encuentra a nadie que acepte quedárselo, y al intentar abandonarlo, el animal consigue volver a encontrarlo.
Desesperado, el anciano coge al perro en brazos, y se sitúa en la vía del tren cuando esté está a punto de llegar, pero Flike, asustado, salta y huye.
Umberto, abandonando la idea del suicidio, sigue al animal, y consigue que este deje de temerle, por lo que comienza a jugar con él, mientras ambos se alejan por el parque…
Cuando la cinta concluye, Umberto todavía está vivo, y realmente no sabemos cuánto tiempo más lo estará… serán días, meses, quizá un par de años… pero a pesar de eso, todo lo que hemos visto y oído tiene un aura a réquiem, a celebración luctuosa, a algo parecido a la sensación de estar ante situaciones, personas, lugares y cosas que no volveremos a ver nunca.
Terminan los largos días de este hombre, y eso lo intuimos así, pero no lo veremos finalmente.
De esa manera, De Sica plantea el tema de la crisis que afecta a una sociedad que no es capaz de ayudar ni mostrar el más mínimo interés en un anciano que no tiene casi para vivir.
La insolidaridad y la deshumanización son temas claves en la obra; y la verosimilitud del filme, su realismo, recae exactamente en la simpleza del relato, en su cotidianeidad.
No hay necesidad de enredar la historia, de hacerla compleja e innovadora.
¿Por qué no observar la que pudiera ser la vida de una persona de nuestra ciudad?
Así lo hace De Sica, mostrándonos la impotencia de un hombre ante una sociedad en la que ya estorba, y la desesperación en la que va cayendo, y que hace que la tristeza que produce, nos vaya invadiendo hasta sumergirnos en la desazón del protagonista.
El director y su guionista, Cesare Zavattini, quieren transmitirnos ante todo esas sensaciones, lo que pasa por la cabeza de Umberto, antes que mostrarnos meras vivencias; y si el accionar de una persona corresponde a un proceso mental previo o simultáneo, los autores del filme quieren privilegiar lo segundo:
La elaboración mental que lleva a que hagamos algo, sea levantarnos de la cama, optar por pedir limosna en la calle, o intentar terminar con nuestra vida.
Por eso, la película tiene silencios y tiempos muertos enormes, bellos y complejos.
El protagonista, Umberto, está pensando en su destino gris; mientras María, la joven criada de la casa donde arrienda una habitación, está pensando en el futuro suyo y en el del hijo sin padre que aún no nace.
Por una virtud absoluta de la puesta en escena y de la dirección de actores, los vemos pensar, y tal es la intensidad dramática que reflejan sus rostros, que las reflexiones se detienen cuando ellos piensan, y lo mejor es que sabemos que lo hacen; pero luego los vemos en un pausado accionar derivado de, o que acompaña a lo que pensaron, es todo un montaje digno de verse.
Pero el film se basa totalmente en su entrañable protagonista, en ese jubilado que se encuentra abocado a la pobreza, y que no sabe cómo actuar en esa situación; donde lo más interesante es el conflicto entre ese orgullo que le impide mendigar, y la irremediable necesidad de conseguir dinero.
Él no es un mendigo, sino un hombre que tenía un empleo, y le avergüenza pedir dinero en la calle por miedo a que un amigo suyo le vea en tan precaria situación, como puede verse en esa magnífica escena en que intenta mendigar por primera vez.
En su primer intento, extiende la mano a un transeúnte, pero cuando éste va a sacar el dinero, se siente tan violento que da la vuelta a la mano para fingir que estaba mirando si llovía...
Después, hace que sea su perro, Flike, quien mendigue por él sosteniendo el sombrero de pie, mientras su amo permanece escondido, pero cuando un amigo suyo pasa y reconoce al can, Umberto aparece rápidamente, y dice que Flike estaba simplemente jugando...
En escenas como ésta es donde queda patente la maestría de De Sica, combinando el estilo neorrealista con una profundidad en la psicología del personaje principal.
La relación de Umberto y Flike, es también uno de los elementos clave del film; pues pocas veces en una película ha tenido tanto sentido, y se ha retratado con tanta ternura, la relación entre un hombre y su perro.
Flike no es solo su fiel perro, sino el único ser vivo al que le une un fuerte vínculo afectivo; mientras que el resto de “amigos” de Umberto le evitan “cortésmente” cuando éste menciona su necesidad de dinero, y resulta una molestia para su patrona; Flike es el único ser que depende de él.
Por otro lado, a medida que Umberto va perdiendo todo, Flike es lo único que le queda, por ello resulta tan angustiosa y desesperante la escena en que el animal se pierde, y él acude a buscarlo desesperadamente.
Incluso en una escena tan dramática, De Sica se recrea en pequeños detalles:
Cuando Umberto intenta pagar al taxista que le ha llevado a la perrera, le ofrece un billete para el cual el conductor no tiene cambio...
Desesperado, Umberto compra un vaso, paga al taxista con el cambio, y arroja el vaso a la calle...
La angustia que siente Umberto hasta que recupera a su amigo, remarca la estrecha relación que tiene con él, y es fundamental de cara al desenlace de la película.
Por cierto, esa escena de los sacrificios en la perrera, es una clara declaración sobre “la solución final” que hicieron los nazis, con muchos italianos durante La Segunda Guerra Mundial, de hecho, durante el desarrollo del filme se pueden notar muchas referencias a la discriminación hecha por los nazis, aun siendo italianos contra italianos mismos… todo un estudio.
Sobre el final, puede decirse que es sensiblero y poco aleccionador, y tampoco puede considerarse un final feliz, pues Umberto sigue siendo pobre y sin hogar, sino más bien un final abierto.
Pero a cambio es un desenlace sencillo y real, que al mismo tiempo consigue emocionar.
Aunque Umberto está abocado a la mendicidad, consigue encontrar un sentido a su vida, y una razón para vivir en su fiel compañero Flike.
No es un desenlace que rebose optimismo, sino que más bien, invita a disfrutar de los pequeños momentos de la vida que hacen que ésta tenga sentido, es una forma de acabar con una pequeña sonrisa, pero al mismo tiempo sin negar la terrible situación de su protagonista, lo cual chocaría con el tono neorrealista de la película.
Con este final, De Sica consiguió conjugar a la perfección su afán neorrealista con una historia humana y emocionante, sin caer en la sensiblería ni los dramatismos excesivos.
Sin ningún lugar a dudas, uno de los finales más hermosos de la historia del cine.
Desde lo técnico, la estética neorrealista está presente en todo momento con elementos típicos como la utilización de actores no profesionales y de escenarios naturales.
No solo está rodado en calles de verdad en vez de en un plató cinematográfico, sino que la suciedad de las casas puede incluso olerse.
El entorno refleja perfectamente la miseria en que viven los personajes, en esa Italia de la posguerra que aún por entonces estaba reconstruyéndose.
También podemos vislumbrar elementos neorrealistas a nivel narrativo, al ser una historia sin apenas argumento:
El conflicto central es la necesidad de Umberto de encontrar dinero para que no le expulsen del piso en que está alojado, pero tal y como lo trata De Sica, no es un conflicto que surge repentinamente en la vida del protagonista, sino que esa situación desesperada es inherente al personaje desde el mismo inicio de la película.
Es un hombre cuya vida no sufre un profundo revés que le lleva a la tragedia, sino que su conflicto está unido a su condición social y de edad.
Lo más parecido a un conflicto narrativo, es el embarazo no deseado de la joven Maria, pero tampoco De Sica enfatiza este hecho, ni le da una mayor importancia más allá de lo que es:
Otro hecho cotidiano al que tendrán que enfrentarse los personajes, sin dramatismos, simplemente otro suceso con el que tendrá que convivir.
En lugar de dar más importancia a este hecho, como sería normal, las escenas en que Maria tiene más protagonismo son las más triviales, como cuando se dedica a las labores del hogar quemando hormigas o prepara café.
Escenas que dramáticamente no tienen importancia alguna en la trama, pero que a De Sica le interesan más.
En Umberto D., De Sica plantea la deshumanización de la sociedad del momento, la impotencia de un hombre anciano ante una sociedad en la que ya estorba, y la desesperación en la que va cayendo, y que hace que la tristeza que produce nos vaya invadiendo hasta sumergirnos en la desazón del protagonista.
Por lo que De Sica refleja la cotidianeidad de su personaje de una forma realista y directa, y crea un protagonista entrañable y cercano con el que el espectador puede empatizar muy fácilmente.
Umberto D, es también considerada una obra cargada de poesía, humana y emotiva, que realiza un profundo análisis de la sociedad del contexto histórico que retrata mediante una sucesión de tiempos muertos; y si por algo se caracteriza, es porque para muchos estudiosos y cineastas, ha alcanzado la cúspide del neorrealismo.
Este hecho se debe al cuidadoso tratamiento que tiene el director en relación a lo realistas que eran con el tiempo.
Por ello, se considera Umberto D., un cine “de duración”, es decir, un cine que se centra en darle importancia a la estructura temporal del suceso, de detallar una situación corriente de manera que la duración de la escena sea igual de natural de cómo sería en la vida real.
Se habla entonces de un guión que se centra en argumentar “la nada”, de crear un “argumento invisible”, pues ha sido reemplazado el argumento de la historia, por el argumento del personaje.
Se trata de hacer espectacular y dramático el tiempo mismo de la vida, la duración natural de un ser al que no le pasa nada de particular; y se puede ver reflejado en la escena en que el protagonista, Umberto, va a acostarse; y al entrar en su habitación, piensa que tiene fiebre...
En esta escena se ve claramente, cómo la película se identifica absolutamente con el personaje, creando así una especie de informe cinematográfico de una demostración desconcertante e irrefutable sobre la condición humana.
Por tanto, están implantados 2 rasgos muy poco comunes en relación a todo lo conocido anteriormente en el cine:
La estructuración de sucesos dentro de un suceso, y la eliminación de la elipsis.
De Sica y Zavattini, dividen cada suceso en sucesos más pequeños, y estos a su vez, en otros más pequeños todavía, sin recurrir a la elipsis para evitar que se alargue la escena.
Es esta superior ambición, lo que hace a Umberto D. sea un film mucho más realista que a otras obras del neorrealismo italiano, y pese a ser menos perfecto que estos, se es totalmente fiel a la estética del neorrealismo, consagrándose como un cine revolucionario, que abandona toda caracterización del cine tradicional.
Aunque se la suele calificar como “lacrimógena”, la verdad es que el espectador no tiene tiempo de llorar, porque la cinta mantiene el suspense desasosegante de que algo horrible le va a ocurrir al protagonista en cualquier momento, o peor aún, a su pobre perro Flike, por culpa de la desesperación de su dueño.
Además, sus escenas de narración pausada en tiempo real, crean la paradoja de lo rápido y lo lento a la vez que pasa la vida para el protagonista, que se halla en la frontera entre la pobreza y la vergüenza.
Por otro lado, la película está plagada de secuencias que podrían ser cómicas de ser tomadas de forma aislada, empezando por la manifestación de jubilados trajeados con que comienza, y la manera en que es disuelta por los Carabinieri:
Tocando el claxon, y terminando por los esfuerzos baldíos del protagonista para dejar a Flike en buenas manos antes de suicidarse.
Sin embargo, y a pesar de que estas situaciones consiguen arrancar alguna sonrisa que le sirve como refugio al espectador, ya que no se le permite abandonarse a la comedia, porque poco a poco se le va empapando de la realidad vital de Umberto, que no es una persona especialmente simpática o entrañable, pero que desprende tal humanidad, para lo bueno y para lo malo, que inevitablemente genera una gran empatía entre el público.
Además de la pobreza y la senectud, la característica principal de Umberto es su soledad, tan sólo mitigada por Flike y, en menor medida, por la sirvienta de la pensión, Maria.
En ocasiones, se interpreta esa soledad como un síntoma de la exclusión social a la que inevitablemente lleva la miseria; sin embargo, en el caso de Umberto no es así:
Él está solo porque así es como se encuentra a gusto; de hecho, lo que acaba desesperándole es que invadan su intimidad.
En realidad, el protagonista no desea más que eso tan simple, y tan complicado a veces, que es que a uno le dejen vivir tranquilo.
Pero a su alrededor, campa la usura y la codicia, cuando el anciano intenta vender algún objeto; o la prepotencia de la casera cuando él intenta abonarle alguna cantidad; la poca atención del doctor que lo ve en la clínica; el vendedor que no le quiso cambiar su billete, pero cínicamente le vendió un objeto; el hombre que lo insulta cuando el anciano se niega a venderle su perro; sus conocidos que lo ven en muy mala situación y no ofrecen su ayuda… el resto de sus amigos le rehúyen cuando se enteran de que está pasándolo mal, fingen estar atareados como pueden, y escapan a las plegarias de su amigo.
Siempre es mejor mirar hacia otra parte, siempre es mejor pensar que en nuestro día a día nos cruzamos con más de un Umberto.
Por ello, Umberto D. es emotiva, como deben serlo las películas, por la sinceridad de su historia, no por el discurso o la manipulación de sonidos e imágenes.
Además de una enorme sensibilidad con sus criaturas, De Sica muestra un gran oficio tras la cámara, sobre todo en su tímido pero brillante trabajo del tiempo en el que prolongando los planos y con sonidos como “tic tacs” y goteos, sentimos el paso del tiempo y la rutina de los hombres que vagan en la pantalla, y su vida cotidiana, adelantándose así a la modernidad cinematográfica; con la utilización de actores de la calle, es decir, personas de a pie, que tienen problemas reales, y que fácilmente podrían encajar con el perfil del personaje.
De esta forma, el actor prácticamente no debía de actuar, ya que bastaba con que se dejase llevar, y de este modo se construye un personaje totalmente genuino y autentico.
La capacidad de empatía con la que De Sica pretende interactuar con su público, con las enternecedoras miradas de sus personajes, nos remiten directamente a la situación en la que se encuentran, vemos y sentimos el sufrimiento que Umberto ha tenido que padecer, sin ni siquiera haber pertenecido a la época que él vivió, donde lo fundamental en esta historia, no era crear un drama, sino plasmar la vida tal cual es, y a partir de ahí, generar controversia o simplemente concienciar a la gente de la realidad que viven sus vecinos.
Del reparto, destacar a Carlo Battisti quien interpreta Umberto D., quien fuera realmente un profesor de lingüística en la Università degli Studi di Firenze, siendo esta su única película.
Battisti realiza un trabajo impecable, digno del mejor profesional, pues aparece en casi todos los planos; y hacer eso en un “no actor” constituyó, sin duda, una apuesta arriesgada; sin embargo, como todas las apuestas arriesgadas que resultan acertadas, los réditos fueron extraordinarios
No obstante, su desgracia, son de destacar los principios morales y éticos que posee, y que no abandona a pesar de estar tocando fondo.
Basta ver su forma de vestir que denota su señorío, aunque sus ropas estén ya viejas y gastadas.
Su pensamiento honesto, le impide caer en alguna acción criticable para paliar sus necesidades más elementales; por lo que él es el fiel reflejo de una clase de jubilados que trabajaron fervientemente durante muchos años, y que ahora la sociedad resquebrajada, los abandona a su suerte.
Dicen que Vittorio de Sica se inspiró en el infortunio de su padre, también jubilado, que debió enfrentarse impotente ante esa nefasta situación.
Mientras la otra protagonista es Maria Pia Casilio, otra actriz no profesional que, a diferencia de Carlo Battisti, permanecerá en el cine.
Aquí, como la joven sirvienta de la pensión, embarazada de alguno de sus 2 novios militares; es el de una chica fuerte y luchadora, si bien teñida de una llamativa impasibilidad con aire de resignación; puede decirse que se trata de la única persona que demuestra cierto cariño distante o respeto sincero hacia Umberto, aunque queda claro que las emociones no son lo suyo.
En su deambular fantasmal por la pensión, en la que duerme en el pasillo bajo un techo de vidrio por el que se pasean los gatos callejeros, y donde lucha contra las hormigas a golpe de tea, podemos intuir que se trata de una joven sin más amparo que el que ella misma pueda proveerse, y que probablemente haya sufrido algún tipo de tragedia durante la guerra.
No es casual que ella diga que huyó de su casa, y que esos 2 militares hayan tenido sexo con ella a cambio de dinero… nada raro que tras eso esté Antonia, la que usa su casa como “prostíbulo” hay que decirlo todo…
Así, algo que podría resultar traumático en su situación, como convertirse en madre soltera, es asumido por ella casi con indiferencia, lo que revela que su umbral de preocupación ha llegado a colocarse verdaderamente alto.
Y es que su hermoso rostro será importante para la historia, demostrando la inocencia de una niña hecha mujer por necesidad, y le dará una presencia interesante a la película.
Se cuenta que ella consiguió el papel cuando acompañó a un amigo para ver a las actrices reales que competían por la audición de la película.
El director Vittorio De Sica la vio en el balcón, y supo que ella era exactamente lo que estaba buscando en el papel; que luego trabajaría con De Sica en otras 3 películas, y continuó trabajando en el cine hasta finales de la década de 1990.
Otros personajes, está la cruel casera de Umberto, Antonia, en Lina Gennari, pero ella ya era una actriz profesional establecida.
No puedo olvidarme del otro gran protagonista:
Flike.
Se cuenta que hubo 2 perros usados en la película.
El entrenado tiene una cabeza negra y su lado derecho es blanco; y el otro perro, con una boca blanca y una mancha negra en su flanco derecho, se usó en 2 escenas:
Cuando Umberto se esconde de la policía después de la manifestación; y cuando recupera a Flike de la perrera.
Se trata de un Napoleone de edad avanzada, de tipo terrier, pero extremadamente simpático, leal y cariñoso con su amo, que realmente no se comporta como su dueño, sino como un verdadero amigo.
Su intervención resultará crucial en la impresionante última escena del largometraje, en la que realmente salva la vida de Umberto, enfadándose con él.
Y lo más sorprendente es cómo, sin obligarle a realizar nada extraordinario para un can, y sin caer ni por asomo en la cursilería, De Sica consigue dotarle de tal personalidad propia que el espectador, como si se tratara de lo más natural del mundo, y acaba considerándolo como el ser más sensato del largometraje.
Flike es lo que le queda a Umberto cuando todos se fueron, cuando le dieron la espalda; es el objeto de sus afectos, el último ser vivo que no va a abandonarlo bajo ninguna circunstancia.
Como dato, alrededor de la hora de metraje, se puede observar la famosa escultura, monumental del Gian Lorenzo Bernini llamada “Obelisco della Minerva” también conocido como “Pulcin della Minerva” o simplemente “Obelisco y El Elefante”, de 1667, que tiene una apariencia prominente; y que en noviembre de 2016, fue dañada en un acto de vandalismo que provocó la condena mundial.
Por último, la banda sonora es obra y gracia de Alessandro Cicognini, no aflora demasiado, pero cuando lo hace, es para intensificar muy sensiblemente un momento dramático, ya sea en la secuencia cuando Umberto limosnea, usando a su querido Flike, o en la escena clímax, la secuencia final, cuando intenta matar al can, la música se vuelve indivisible de la acción, se vuelve un poderosísimo medio que nos conecta con lo que se nos presenta, multiplicando todas las posibilidades expresivas de la situación, y creando una atmósfera audiovisual irresistible, son secuencias para enmarcar, son secuencias y definición de una corriente cinematográfica, todos los postulados del neorrealismo, descansan en esos preciosos segundos.
“Non ho nessuno, nessun figlio o fratello, per aiutarmi.
Sono solo un vecchio buono a nulla”
En el marco histórico de Umberto D., decir que Italia fue uno de los estados más beneficiados por El Plan Marshall que acababa de concluir cuando se estrenó la película.
Gracias a las donaciones y créditos llegados desde los Estados Unidos y el consiguiente inicio de la integración europea para gestionar esos fondos, la economía italiana había experimentado una prodigiosa recuperación acelerada, que prácticamente había borrado las huellas físicas de la guerra.
El país vivía una especie de euforia contenida, fomentada desde las instituciones, por lo que un largometraje como Umberto D., que redundaba en las miserias sociales que la gente quería dar por superadas, no sentó nada bien en la mayor parte de la sociedad.
El malestar causado llegó al extremo de provocar que el mismísimo Giulio Andreotti, que por aquel entonces comenzaba su novelesca carrera política como subsecretario de La Presidencia de Consejo, un cargo con gran poder ejecutivo, lanzara una dura reprimenda al director Vittorio De Sica mediante un artículo de opinión publicado en Libertas, el semanario oficial de la Democracia Cristiana.
Sin cuestionar la calidad artística de la obra, Andreotti acusó a De Sica de difamar internacionalmente a Italia, lavando los trapos sucios en público, así como de hacer un flaco favor al necesario optimismo que reinaba entre la ciudadanía.
Ese artículo encendió un debate periodístico apasionado entre diversos intelectuales, y recientemente se ha sabido que político y cineasta mantuvieron al respecto un intercambio de correspondencia privada bastante extenso e interesante.
Prácticamente, las mismas críticas recibió desde las páginas de L’Unità, diario oficial del Partido Comunista Italiano (PCI), que por aquel entonces trataba de consolidarse como el referente de la izquierda, refrendando su compromiso con la gobernabilidad italiana.
No obstante, a pesar de lo dicho hasta ahora, el panorama que La Segunda Guerra Mundial dejó en Italia fue tan dantesco que, por mucho que todo el mundo se esforzara en ello, 7 años eran pocos para superar el trauma.
Las peculiaridades políticas transalpinas provocaron que el país viviera una suerte de triple guerra en unidad de acto:
En primer lugar, el conflicto internacional, al comienzo como miembro del Eje y después sufriendo la invasión alemana; al mismo tiempo, una verdadera guerra civil entre fascistas y demócratas y, para concluir, una contienda territorial entre las regiones del norte industrializado, dominadas por Mussolini; y las del sur agrario, en poder de los Aliados.
A todo ello, como apéndice posterior, hubo que sumar una cuarta disputa que no llegó a las armas:
La que enfrentó a monárquicos con republicanos, que no se resolvió hasta el Plebiscito de 1946, y que si bien se saldó con mayoría absoluta a favor de la república, registró un apoyo al Rey mucho mayor del esperado.
Todo ello provocó que el desabastecimiento y la destrucción propios de cualquier posguerra se viera acentuado por la inestabilidad y por el miedo a una involución o a un intento de revancha por parte de los sectores próximos al fascismo.
Incluso en la película, que se rueda y se sitúa en 1952, un año después de que se firmara El Tratado de La CECA, y pocos meses antes de que entrara en vigor; queda de manifiesto que la posibilidad de una nueva guerra, era un tema común de conversación en las calles de Roma.
Por ello nos encontramos ante una sociedad convaleciente y temerosa, presidida por el egoísmo de supervivencia; pero no ante la claramente enferma que hizo surgir el neorrealismo, que exigía la producción de largometrajes con inspiración de documental dramático, más que como denuncia, pues no era preciso denunciar lo que resultaba obvio, como consuelo solidario.
Por tanto, es fácil comprender, por qué el planteamiento de De Sica y Zavattini naufragó por primera vez:
Los italianos estaban hartos de sufrir.
Y es que en anteriores películas neorrealistas, veíamos cómo la gente no tenía qué comer, y aquí el problema es que, debido a la inflación, la pensión de jubilación se queda corta para pagar el alquiler; pero al menos se dispone de algún ingreso y no se pasa hambre:
Se trata, por tanto, de otro grado de pobreza, lejos de la miseria del 45.
En realidad, Umberto sabe que está pagando demasiado por su alojamiento y que puede cambiar de pensión, pero esa perspectiva se le presenta como inasumible, probablemente por miedo a lo desconocido, y por el sentimiento de debilidad y vulnerabilidad consustancial a la vejez.
Vemos igualmente, cómo los conocidos que se va encontrando por la calle muestran una situación más desahogada, y que incluso su casera ha acometido una reforma completa de su pensión repugnante para convertirla en una casa de citas de postín.
Creo que De Sica pretendió dirigir el punto de mira sobre los olvidados de la recuperación, aquellos individuos incapaces de acometer siquiera el esfuerzo de subirse al tren de la prosperidad.
Pero también demanda que nadie quiere llegar a viejo y estar solo, nadie quiere llegar a la recta final de la vida, y sentirse ninguneado.
Umberto al menos tiene a su perro…
Preparémonos, todos seremos Umberto D.

“Ci rivedremo, signor Umberto?”



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