Ruggles of Red Gap

“You don't?
My father was a gentleman's gentleman... and his father before him.
And from that heritage of service miraculously there comes a man.
A person of importance, however small.
A man whose decisions and whose future are in his own hands”

El ayuda de cámara del Rey, es el criado que sirve en la cámara de Su Majestad para ayudar a vestirle y otros usos; es decir, son los gentiles-hombres, caballeros a los que se les da “La Llave Dorada” de la cámara de Su Majestad para que acudan a los ministerios ordinarios en que no se han de ocupar los señores.
Debe notarse que aquí se toma la voz cámara en el sentido de la etiqueta o lo que es lo mismo, por los aposentos del Rey; siendo regla de etiqueta, que en el servicio ordinario y doméstico del Palacio, solo podían tocar al Rey, El Camarero Mayor y el Sumiller de Corps., y en ausencia de ellos, los gentiles-hombres de cámara.
Solo estas clases podían asistir al Rey para vestirle en su dormitorio, etc.
Mas a fin de que les auxiliaran en ciertos servicios mecánicos, se crearon los ayudas de cámara, o criados interiores del cuarto del Rey, los cuales se distinguían por una llave blanca, así como era dorada la de los gentiles-hombres.
La clase de ayudas de cámara fue reformada y transformada en la de gentiles-hombres de lo interior, y otras clases de serviciales.
De ellos trata de manera cómica, la novela “Ruggles of Red Gap” (1915) de Harry Leon Wilson, un famoso novelista y dramaturgo estadounidense, sobre un “valet” de Caballero que fue dado como premio a unos colonos en el oeste de EEUU.
La novela de Wilson fue posteriormente adaptada para el escenario de Broadway como musical en 1915, el mismo año en que fue publicada; y en el cine primero se hizo una película muda en 1918, y otra vez en 1923.
“I ain't gonna have no English valet”
Ruggles of Red Gap es una comedia del año 1935, dirigida por Leo McCarey.
Protagonizada por Charles Laughton, Mary Boland, Charles Ruggles, Zasu Pitts, Roland Young, Leila Hyams, Maude Eburne, Lucien Littlefield, Leota Lorraine, James Burke, entre otros.
El guión es de Humphrey Pearson, Walter DeLeon y Harlan Thompson; basados en la novela homónima de 1915, escrita por Harry Leon Wilson; que es la historia de una pareja estadounidense rica del oeste de EEUU, que se gana al valet de un caballero británico en un juego de póquer.
En particular, el director Leo McCarey, en su búsqueda de pasar revista a su maravillosa galería de granjeros masticadores, jugadores, bebedores ríspidos, que representan  sin duda al Estados Unidos según su corazón; los compara con los “caballeros de caballeros” por su compostura y práctica que representan la sabiduría; y pone sobre la mesa lo que los estadounidenses han olvidado; generando una gran reflexión que hace evidente la existencia de la ignorancia.
Ante las comparaciones sociales, raciales, políticas, ideológicas, etc., la película fue nominada para el premio Oscar de La Academia como Mejor Película, y compitió contra otras 2 películas protagonizadas por Charles Laughton que también fueron nominadas en la misma categoría:
“Mutiny On The Bounty”, que ganó el premio; y “Les Misérables”
Sin embargo, esta fue la película favorita de Charles Laughton en la que actuó durante toda su carrera.
No obstante, La Alemania nazi prohibió el lanzamiento de cualquier versión doblada en alemán de esta película, debido al discurso de Gettysburg.
La película fue filmada en lugares del condado de Humboldt, California; y está ambientada inicialmente en el París de 1908.
En su mansión francesa, Lord Earl of Burnstead (Roland Young) tiene un mayordomo inglés, leal e intachable llamado Marmaduke Ruggles (Charles Laughton)
Un día, el Lord se ve obligado a confesarle que lo apostó y lo perdió en una partida de póker, así que tendrá que servir a otro señor…
Ruggles viaja entonces a Washington, donde su vida cambiará por completo junto a la familia Floud.
La señora Effie Floud (Mary Boland) tiene la esperanza de que Ruggles ejerza una influencia beneficiosa sobre el tosco señor Egbert Floud (Charlie Ruggles), pero a éste lo que le interesa es divertirse, llevándose al mayordomo a la cervecería…
En el camino, Ruggles aprenderá lo mejor del “nuevo mundo” y lo peor también…
Esta formidable película, que parte de una idea magnífica, sobre un exquisito mayordomo inglés ganado al póker por un matrimonio estadounidense, posee un guión excelente con diálogos inmejorables, rápidos, certeros y de una sutileza admirable; y esa sutileza propia de McCarey, no sólo está en las palabras, sino en las miradas y gestos de los personajes, en la puesta en escena y en el propio manejo de cámara del director.
En lo que no es sutil McCarey, es en el tratamiento de la lucha de clases...
Todo se evidencia con claridad desgarradora, el tono cambia y Ruggles, maravillosamente interpretado por Charles Laughton, comienza a hablar de igualdad.
Y se debate entre ésta y la lealtad, pero este debate no durará mucho:
Primero porque tiene a su lado a una mujer muy especial Prunella Judson (Zasu Pitts); y segundo, porque ha descubierto que la vida sólo tiene valor si se es libre, y el futuro está en manos de uno mismo.
Esto hace que sea un film divertido, simpático y muy eficiente; pese a algún momento más serio como el discurso de Lincoln que Ruggles recita de principio a fin, en su momento, la escena más célebre y alabada del film, pero hoy en día no puedo evitar pensar que resulta algo fuera de lugar; es un film que no parece tener grandes pretensiones al no explotar apenas los posibles conflictos dramáticos que se esbozan, como su enfrentamiento con el cuñado de Egbert, la historia de amor con otra criada… y que prefiere quedarse simplemente en lo que es, una bonita fábula, pero que vale la pena ver y reflexionar, pues 90 minutos se hacen muy cortos.
“Don't let's get into difficulties about this.
But you must listen to an Englishman about tea.
If it were coffee I should be your pupil.
Where making tea, and when making tea, always bring the pot to the kettle and never bring the kettle to the pot”
Se cuenta que Charles Laughton eligió personalmente a Leo McCarey para dirigir la película; debido a que quería que su primer papel cómico estuviera en manos de un maestro de la comedia y, dado que McCarey había dirigido el éxito de los Hermanos Marx en “Duck Soup” (1933), estaba eminentemente calificado.
Y según cuenta la autobiografía de Elsa Lanchester, la mismísima esposa de Charles Laughton; Paramount compró la historia, y nombró a Leo McCarey como director, a petición de Laughton:
“Antes de que la película comenzara a filmar, Laughton trabajó con McCarey y los guionistas de la película en el guión, y contrató a un viejo amigo, Arthur MacRae, que más tarde se convirtió en dramaturgo en Inglaterra, para agregar lo inglés necesario de Ruggles”
De esa manera, Leo McCarey ha hecho un filme que desborda simpatía, con personajes alegres y encantadores, y con el que se pasa un rato de optimismo para creer en “la tierra prometida”, con un Charles Laughton irrefrenable, que da vida a un sirviente cabal, incapaz como cualquier ser humano de zafarse de lo que lo apasiona; y desde él surgirán muchos cambios, al tiempo que su existencia se transformará para siempre.
Estamos en 1908, cuando El Conde de Burnstead pierde a su criado inglés eminentemente correcto, Marmaduke Ruggles, en un juego de póker.
Sus nuevos “amos” serán los “nouveau riche” estadounidenses:
Egbert y Effie Floud, que llevan a Ruggles de vuelta a Red Gap, Washington; una remota ciudad en “el boom” del oeste; pero el mayordomo es confundido con un rico Coronel inglés retirado, por lo que Ruggles se convierte en una celebridad en la pequeña ciudad.
De esa manera, Ruggles realizará un largo viaje, interior y exterior, integrándose en una sociedad que le resultará inicialmente tan ajena, pero en donde poco a poco logrará alcanzar algo que quizás en su país nunca había vivido en carne propia:
El hecho y el derecho de resultar un ciudadano respetable.
A medida que Ruggles intenta adaptarse a su nueva comunidad desconocida, aprende a vivir la vida en sus propios términos, logrando así una independencia plena; y con ironía deliberada, Ruggles se lamenta de que su destino haya sido relegado a Estados Unidos, “la tierra de la esclavitud”, después de que su empleo cambiara de manos, sin que él mismo le diera su opinión.
Es así como, calibrando y conociendo las costumbres del entorno en el que se ha insertado, logrará por un lado, hacerse respetar, aunque en ocasiones siendo confundido como un falso militar inglés; ejercerá como elemento revelador de las hipocresías que se muestran en un entorno, especialmente por el matriarcado expresado en el mismo; al tiempo que finalmente logrará revertir estas circunstancias en su beneficio, montando un restaurante que servirá para que las parejas aparentemente “distinguidas” de la localidad, puedan exteriorizar los deseos de refinar artificialmente sus costumbres.
Al final de la película, Ruggles encuentra la manera de hacerse una nueva vida en sus propios términos.
Una parte clave de la película, es la recitación de Laughton de la dirección de Gettysburg en un salón lleno de personajes del Oeste que quedaron hechizados por el discurso.
Bajo este argumento, se encuentra la clásica historia de autodescubrimiento y ruptura con las tradiciones y los valores del pasado.
Ruggles es un personaje sin duda anticuado y fuera de su tiempo, que de repente se ve arrojado contra una concepción del mundo totalmente diferente a la suya.
Su nuevo señor, Egbert Floud, no solo no le trata con la típica educada condescendencia de su antiguo amo, sino que, peor aún, le trata como a un igual, invitándole a una cerveza, y haciéndole partícipe de sus confidencias.
Cuando éste le diga a Ruggles, que se siente con él, puesto que todos los hombres son iguales, Ruggles sufrirá un duro choque…
Éste se negará a sentarse, argumentando que resulta duro romper una tradición que data de generaciones atrás, ya que su padre y su abuelo fueron también criados; pero cuando lo haga y comparta la cerveza con su amo, por fin habrá dado ese pequeño pero decisivo paso hacia su nueva vida.
Mientras Los Floud representan a la perfección a estos nuevos ricos que, a diferencia de Lord Burnstead, no poseen un título nobiliario ni una tradición que date de generaciones atrás; y siguen comportándose como lo que son, hombres del campo, solo que ahora atiborrados de dinero, mientras que la esposa se empeña en intentar cubrir las apariencias, y aparentar un pedigrí que ni ella ni, mucho menos, su marido tienen.
Mientras que él trata desde el principio a Ruggles, al que cómicamente apoda Coronel sin motivo, como a un amigo, y de hecho lo presenta así ante sus conocidos; ella es pura hipocresía y apariencias.
Resulta particularmente cómico, cuando Ruggles y Egbert tienen su primera borrachera juntos, y éste último convence a su mujer, que todo empezó por culpa del inocente Ruggles, quien dice que tiene problemas con el alcohol…
Aunque ella sabe perfectamente cómo es su marido, se agarra a esa historia, e incrimina a Ruggles por su conducta, incluso increpándole que le hubiera traumatizado llevándole a sitios a los que él nunca habría ido, como un parque de diversiones…
Con la llegada de Ruggles a Red Gap, el problema de las falsas apariencias aumentará, cuando los aldeanos acaben realmente creyendo que Ruggles es un ilustre Coronel, a lo que él responde con cierta diversión, expectante por ver qué acabará sucediendo… y en ese ambiente de camaradería, irá emergiendo su verdadera personalidad y sus ganas por ser él mismo, y empezar a valerse por sí solo.
Muy en sintonía con el típico cine populista de la época, McCarey da una imagen idealizada y amable del estadounidense humilde y de a pie, pero también ignorante, donde la sencillez y el encanto de esos cowboys, contrasta con la hipocresía y la altanería de los ricos, especialmente el cuñado de su amo, quien no duda en tratarle despectivamente como criado que es.
El mensaje es, cómo no, realzar las cualidades de los humildes en contraste con el patético mundo de los ricos, y hacer ver las similitudes entre las diversas clases de esclavitud… inclusive las económicas.
Sin embargo, más allá de estos valiosos elementos, es innegable encontrar en la película esa manera mesurada de expresar la comicidad habitual en McCarey, que mostrará sus cartas en esa secuencia inicial, revestida de absurdo, en la que ese mayordomo verá sin comerlo ni beberlo, modificar sus cuadriculadas normas de vida; y gracias a la mesura de sus actitudes, Ruggles asumirá la condición que recibe inesperadamente, y en este sentido, hay que señalar que la película no ofrece demasiados esfuerzos a la hora de hacer creíble esta insólita circunstancia.
El encuentro con la familia Floud, llevará a nuestro protagonista a hacer habitual sus servicios con una mujer atildada y con vocación de sofisticación, pero que tiene acarrear con un marido de modales y vestuarios totalmente pueblerinos.
Es impagable en este sentido, la secuencia en las que los 3 personajes acuden a una boutique para que el marido modifique su estridente vestuario.
A partir de ahí, la película girará su devenir en el contraste que ofrecerá la presencia de Ruggles en tierras de “La América Profunda”, mostrando McCarey su destreza dentro del terreno cómico, con secuencias que apuestan claramente dentro de esta vertiente, y que llevan a momentos tan sorprendentes como ese recitado de Ruggles del célebre discurso de Lincoln, en medio de la taberna del pueblo, en donde ninguno de los lugareños saben ni de lejos su contenido.
Una “set piece” estupenda, que sabe aprovechar hasta el límite sus posibilidades cómicas; y está rodada en muy pocos planos largos, que escrutan literalmente la reacción de los actores, y que ha quedado como el fragmento más recordado de la película.
Sin embargo, de la misma me quedo con el anticipo que McCarey brinda de su querencia por la vertiente melodramática, una que muy poco después manejaría con pasmosa sinceridad, y que a ciencia cierta, constituye la base de su estilo; basado una capacidad de improvisación, de dejar que los actores se sinceraran y se mostrasen llenos de libertad en sus intervenciones; y que en esta película se manifiesta en bastantes de sus momentos, trascendiendo con ello el “look” del film, y culminando con la cima de esa tendencia que se manifiesta en sus instantes finales.
Ese cántico compartido en torno a la figura del protagonista en la noche que inaugura su restaurante, que casi podría ofrecerse como auténtico preludio de la esencia del cine de McCarey.
Esa tendencia a emocionarnos, y casi al instante hacernos sonreír, es algo que muy pocos directores estaban facultados para transmitir a través de su obra cinematográfica, y que supuso una de las manifestaciones más claras de esa capacidad del autodenominado “entertainer” de McCarey, para mostrar su facilidad en la profundización y humanidad de sus personajes; una cualidad que en este divertido, atractivo e injustamente olvidado Ruggles of Red Gap, nos permite atisbar en sus mejores momentos.
Una película además, que nos permite contemplar a una de las más populares actrices cómicas de su época:
Zasu Pitts, encarnando a la previsible compañera sentimental del protagonista.
Pero se le puede achacar que la película apenas se basa en un fuerte conflicto o una trama demasiado compleja, y más bien esboza esta prometedora trama, y deja que la historia siga por sí sola, y que el espectador disfrute de los personajes y las situaciones que van surgiendo.
Resulta innegable que el film es todo un vehículo para el lucimiento de un extraordinario Charles Laughton, quien se luce sin demasiados problemas con este papel tan jugoso y divertido.
La pomposa educación y corrección del personaje, contrasta con sus miradas y expresiones, que dan a entender lo que está pensando, aun cuando no lo diga nunca en voz alta; una voz de Laughton nunca levanta y que maneja de manera asombrosa; y hace que sea especialmente divertido en momentos como la borrachera, en que por primera vez en su vida no consigue reprimir sus impulsos y se deja llevar por la espontánea locura de sus amos.
Combinando el contraste de culturas y el alcance satírico de sus propuestas, el film de McCarey tiene un magnífico aliado en la imponente labor de un sorprendente Charles Laughton.
Oponiéndose a su habitual histrionismo, el conocido intérprete británico ofrece un retrato admirablemente medido de ese Ruggles, es imprescindible escuchar su medida dicción inglesa, que de la noche a la mañana, se verá modificado en sus hábitos por culpa de una estúpida apuesta de su hasta entonces propietario.
Toda una metáfora de esa sensación que más tarde hará mella en él, una vez en territorio americano, de haber sido hasta entonces un auténtico esclavo, y que permite en la película, ofrecer uno de los retratos más memorables que el cine ha brindado sobre esta profesión.
Como dato, se supo que Edward Dmytryk, el editor de la película, dijo que Charles Laughton se puso tan emotivo durante la escena en el salón donde recita el discurso de Gettysburg, que le tomó al director Leo McCarey varios días para completar el rodaje.
Según Dmytryk, las audiencias preliminares encontraron los primeros planos de Laughton en la escena embarazosos, y se rieron a través del discurso…
Pero cuando se insertaron tomas sustitutas de Laughton desde atrás, el público encontró que los disparos de reacción de las otras personas reaccionaban a él de manera conmovedora, y el segundo avance fue extremadamente exitoso.
Además, el discurso de Gettysburg tenía una gran importancia personal para Charles Laughton, ya que estaba considerando tomar la ciudadanía estadounidense; y él mismo se refirió a su lectura del “Discurso de Gettysburg” en la película, como “una de las cosas más conmovedoras que me haya pasado”
Laughton recitó el discurso al elenco y equipo de su otra película “Mutiny On The Bounty” en el último día de rodaje en Catalina Island, y nuevamente en el set de “The Hunchback of Notre Dame” (1939)
Ruggles of Red Gap vale por ver a Laughton, pero sobre todo por su estudio de personaje, especialmente en la voz que utiliza, que asciende suavemente, se mantiene “monótona” y nunca se eleva; donde él recita para sí mismo, y después desata las sílabas; y las pone al servicio del texto con su dicción de ferviente actor británico.
Pero también, a través del diálogo y los dialectos, cada uno descubre entonces, a los diversos granjeros del Red Gap.
Esa manera de distinción, es una virtud primordial, esencial a los ojos de Leo McCarey y de Charles Laughton, quien justifica su naturalización estadounidense declarando:
“El sarmiento de la fidelidad a los Estados Unidos.
¡Es tan hermoso, tanto por el ritmo como por las palabras!
Un actor no puede rechazar un texto en el cual se está forzado a creer”
Y es que esa escena del Discurso de Gettysburg se ubica en el centro del filme, y marca la toma de conciencia del personaje, quien se libera de inmediato de sus alegatos sobre la tradición aristocrática europea, para descubrir a la más joven y más pujante de las democracias, y una de las que más problemas le ha dado a los que son diferentes, sean negros o LGBTI+
“Seguridad del espacio, del crecimiento, de la libertad, del futuro”, cantaba Walt Whitman; Marmaduke Ruggles, el sirviente inglés, se embriaga de esta certeza.
Estados Unidos es también esta tierra abierta a todas las ventanas del porvenir, “Tierra de Las Oportunidades”, jactancia hasta el repugnar para todos pregoneros del “American Way Of Life” con los que Leo Mc Carey tiene el buen gusto clásico de solidarizarse.
Y por ello es un filme encantador, para fomentar el turismo; para convencer a aquellos que aprenden historia con el cine, que vivimos en apariencia, el mejor de los mundos; y para hacer olvidar, a aquellos que tanto critican a los EEUU que, en los años 30 del siglo XX, sucedieron entre otras cosas, hechos como los siguientes:
En marzo de 1930, la policía reprime a palos a cerca de 40 mil manifestantes que reclamaban el seguro de desempleo.
Y, ese mismo mes, se abrió las puertas al oprobioso e infame Comité de Actividades Antinorteamericanas.
Justamente un año después, en marzo de 1931, 9 muchachos afrodescendientes son acusados de una violación en Alabama; y varios años después de estar en la cárcel, tendrían que ser reivindicados e indemnizados por acusación falsa.
Desde entonces, se tuvo que permitir que también los negros pudiesen ser jurados.
Y en enero de 1932, la cifra de desempleados en los EEUU, alcanzó la cifra de 13 millones, y los salarios se habían reducido en el 60% con respecto al año del Crack, 1929…
Un largo y triste historial que había que matizar, aunque fuese con películas.
De todas maneras, los EEUU pudieron ser “la salvación” para los que estaban arriba, pero la perdición para negros y chinos.
“Do I understand... that I was the stake, m'lord?”
En 1934, los Estados Unidos se sintieron como nunca inseguros de su poder, y de sus derechos.
“La América de Lincoln” sobrevivía gallardamente en la misma de Franklin D. Roosevelt, fuerte en contradicciones, y rica en conflictos.
Los escritores podían siempre gemir, protestar, exiliarse... y los cineastas, sea que se llamaran Ford, McCarey, Hawks, Vidor o Walsh, están ahí para acudir a las realidades tangibles, igualmente irreductibles, y finalmente, como la nación y los individuos.
La efervescencia y la alegría, como enseñaban en la realización de sus filmes, eran un signo de vitalidad, que tomaba el discurso coloreado con sanidad moral.
Y en eso, Estados Unidos se sabía inocente.
Es decir, que se prepara inconscientemente a ganar una guerra que le valdrá acceder al liderazgo mundial; y la cultura de una nación conquistadora, no podía emprenderse siguiendo los criterios de europeos agotados:
Leo McCarey, el nacionalista estadunidense, no se parece en nada a los nacionalistas franceses o alemanes de la época; e ignora el sueño de aquellos, y la pesadilla de los otros; pero conoce la buena y franca realidad que lo separa de toda nomenclatura ideológica.
El conformismo, la mezquindad de la derecha, tal como se conoce en Francia, no está en su panorama.
Y 2 años antes del extravagante Ruggles, él había realizado un filme donde denunciaba de la manera más seca el poder del dinero en la sociedad estadunidense.
Pero el anticonformismo de izquierda le es, todavía, extraño.
El poder verdadero se inclina al clasicismo; y la maestría, la madurez del equilibrio no toman partido alguno.
“Me gusta que se ría, me gusta que se llore”, dice McCarey;
“Me gusta que la historia cuente alguna cosa, y quiero que el público al salir de la sala de proyección se sienta más feliz de cómo estaba antes”
Molière no haría algo diferente...
Entre los personajes de este filme pasa la misma línea de separación del conflicto de clases en primer plano:
El señor, el sirviente, los burgueses enriquecidos… es enfrentado por la única confrontación que cuenta a los ojos de un espíritu clásico, aquella entre lo natural y la afectación.
Están de un lado, la gente vivaz, espontánea; y del otro, la contraparte, los burgueses ridículos ávidos de respetabilidad, de elegancia y de cultura, tanto como lo están del dinero.
Por ello, McCarey sitúa indiferentemente en el primer campo al Lord inglés y a la cantante de salón; fieles uno y otra a sus orígenes pioneros, es decir, al whisky y al bataclán.
Effie Floud, la mujer de Egbert, reina en el otro campo.
Ella impone a su marido la visita a los museos, y le hace vigilar por el sirviente inglés, ella se viste con una modista francesa, pero es en vano.
El natural de Egbert revienta al galope con los ternos a cuadros monstruosos y de pésimo gusto, a los que es aficionado.
Escapa de todas maneras a los acosos  de su esposa posesiva, y termina por citar a Lincoln para reivindicar su libertad de movimiento.
Zarandeado entre los 2 campos, Ruggles sirve de revelador.
Él se mueve tan bien entre la aristocracia desordenada como entre la burguesía posesiva; y lo importante a los ojos de Leo McCarey, es verlo liberarse, para convertirse en individuo en el seno de una nación fuerte.
Esta idea de libramiento, con la de franqueza que la sostiene, está en el corazón del cine y de la cultura estadunidense:
Poderosa ficción, que en la realidad vital, en Estados Unidos o en otra parte:
¿Puede verdaderamente llamarse liberación?, ha drenado en el cine las locuras mitificadas.
Pero al mismo tiempo por la franqueza que supone, es decir, la audacia, la clarividencia, la bondad de la invención, conduce a la realidad por el camino más corto.
El verdadero poder se inclina al clasicismo, que en correspondencia la autentifica.
Este poder es fuente de ficción, que se nutre de su formidable veracidad.
“El Sueño Americano” está a la medida del estados Unidos real, desmesurado, lírico, conquistador… pero para los que están siempre arriba en la escala social; no es para todos.

“He also said:
“You can fool some of the people some of the time and All of the people some of the time”
But you can't fool me, Egbert Floud, any of the time... you striped bass!”



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