Incendies

“Un plus un égale deux, un plus un égale deux, ne peut pas être un, pas...
Un plus un peut être un?”
(Uno más uno es igual a dos, uno más uno es igual a dos, no puede ser uno, no…
¿Uno más uno puede ser uno?)

Las atrocidades de las guerras civiles son las mismas; similares el odio que se retroalimenta, el encarnizamiento de la lucha entre fundamentalismos, las tragedias que viven los que son alcanzados por ellas, combatientes o no.
Oriente Próximo, es uno de esos lugares del mundo, donde parece que algunos tienen total impunidad para cometer las mayores atrocidades, sin que las potencias que controlan el planeta para su beneficio, hagan nada.
La Guerra Civil Libanesa, fue un conflicto ocurrido en el Líbano, entre facciones cristianas, musulmanas, y seculares del país; el conflicto estuvo también afectado por intervenciones de Siria e Israel.
Se la llegó a conocer como “la guerra de otros países en suelo libanés”, y la resultante fueron más de 200.000 muertos, un millón de heridos, y otro millón de desplazados al exterior.
Entre 1968 y 1975, La Organización para La Liberación Palestina (OLP), llegó a controlar al sur del país, luego de haber armado a sus refugiados, generando enfrentamientos cada vez más serios con El Ejército libanés.
El crecimiento en el poder de los musulmanes, generó la reacción de la mayoría cristiana, que también comenzó a armarse.
Esa rápida militarización de grupos políticos y religiosos, fue encaminando la volátil situación social, en una guerra civil.
Beirut, estaba divida en 2, por La Línea Verde de La ONU, de un lado las falanges católicas; y del otro, los musulmanes e izquierdistas.
Frente al crecimiento exponencial de la violencia, el gobierno libanés pidió la intervención de una fuerza de La Liga Árabe, que terminó respaldando al gobierno manejado por cristianos.
Las principales acciones, tuvieron lugar entre la primavera de 1975, y finales de 1990, aunque las acciones violentas no cesaron totalmente, hasta que fue aprobada una ley de amnistía, en marzo de 1991, como estaba previsto en Los Acuerdos de Taif, firmados en octubre de 1989, y ratificados en noviembre de 1989.
Aquello de “violencia solo engendra violencia” toma aquí una de tantas muestras en uno de tantos “incendios” que desde que el mundo es mundo, no conseguimos apagar ni controlar.
¿Dónde se encuentra el límite del amor y el odio?
¿Cómo hallar paz en medio de esta terrible guerra?
La vida, a veces, nos empuja a situaciones en las que hay que replantearse la moralidad, y el sentido mismo de nuestra existencia.
“Regardez attentivement votre mère, vous devez reconnaître”
(Observa bien a tu madre, tendrás que reconocerla)
Incendies es un drama del año 2010, dirigido por Denis Villeneuve.
Protagonizado por Lubna Azabal, Mélissa Désormeaux-Poulin, Maxim Gaudette, Rémy Girard, Abdelghafour Elaaziz, Allen Altman, Mohamed Majd, Nabil Sawalha, Baya Belal, Bader Alami, Karim Babin, Yousef Shweihat, entre otros.
El guión es de Valérie Beaugrand-Champagne, y Denis Villeneuve; basados en la obra de teatro homónima de Wajdi Mouawad; la cual es parte de una tetralogía llamada “Le Sang des Promesses”, y tiene como eje temático, además de la búsqueda de la identidad; las figuras de los padres, y lo importante de las promesas; y consta de:
“Littoral” (1997), “Incendies” (2003), “Forêts” (2006), y “Ciels” (2009)
El escritor, actor, y director de teatro de nacionalidad canadiense, Wajdi Mouawad, nació en el seno de una familia cristiano-maronita; sus padres huyeron de Líbano a París, Francia, en 1977, a causa de los conflictos civiles que asolaron el país hasta los años 90 del siglo XX; 5 años más tarde, en 1983, se establecieron en Quebec.
Las partes de la historia de Incendies, se basa en la vida de Souha Bechara; y en hechos que ocurrieron durante La Guerra Civil Libanesa, pero los cineastas intentaron hacer que la ubicación sea ambigua.
Incendies se rodó en Montreal y Ammán; y su banda sonora incluye 2 temas del álbum de Radiohead “Amnesia”:
“You and Whose Army” y “Like Spinning Plates”
Incendies es un filme que habla del tiempo, la familia, la guerra, y el perdón; y comienza con una chispa, esa chispa que se transforma rápidamente en llama, para luego producir un gran incendio, tal como su drama.
Incendies estuvo nominada a la mejor película de habla no inglesa en Los Premios Oscar, y supone el relato autobiográfico de 2 cineastas que combatieron en la guerra, durante su juventud.
Jeanne (Mélissa Désormeaux-Poulin) y Simon Marwan (Maxim Gaudette) son 2 gemelos, cuya madre, Nawal Marwan (Lubna Azabal), que lleva mucho tiempo sin hablar, ha muerto.
En el acto de apertura del testamento, el notario les da 2 cartas que deben ser entregadas a un padre, al que creían muerto; y a un hermano, cuya existencia desconocían.
Jeanne, ve en este enigmático legado, la clave del silencio de Nawal, encerrada en un mutismo inexplicable, en las últimas semanas antes de su muerte, y decide viajar de inmediato al Próximo Oriente, para exhumar el pasado de una familia de la que no sabe prácticamente nada...
Mientras a Simon no le importan los caprichos póstumos de una madre que siempre se ha mostrado distante, y poco afectuosa con ellos, pero el cariño que siente por su hermana, lo impulsará a reunirse con Jeanne, y recorrer con ella el país de sus antepasados, siguiendo la pista de una Nawal muy lejana de la madre que han conocido.
Respaldados por el notario, ambos emprenderán un viaje al Líbano, para localizarlos, y encontrar respuestas a su existencia; y descubren un destino trágico, marcado a fuego por la guerra y el odio... y el valor de una mujer muy especial.
Desarticulado el presente de Jeanne y Simon Marwan, el realizador, de forma magistral, nos conducirá por un trenzado de tiempos que se enroscan como una hiedra a la pared.
El pasado fluirá en una interconexión que nos llevará a La Guerra Civil Libanesa, para situarnos en el sur del país, abriendo fuego en el contexto de las recíprocas masacres de finales de los 70, entre las comunidades cristianas y musulmanas.
La lógica de Los Señores de La Guerra, aplasta con pasos furiosos a una población sumida en un polvorín de desconcierto, de infamias, ultrajes en nombre de la religión, y de animadversión entre hermanos.
En ese sentido, la historia personal de Nawal, se erige en una parábola de la historia de un país.
Esos secretos que poco se van desmadejando sobre la figura de una mujer combativa, sirven como lectura de una población dividida en unas férreas convicciones religiosas, en un espacio fuera de quicio.
Incendies nos habla de una mujer que tendrá que conocer el pasado de su madre, para comprender el presente, que no es lo que ella imaginaba.
También encontramos un conflicto bélico-religioso, que nos transporta al Líbano de los años 80.
Hablamos de una historia pequeña, que mirada en un contexto mayor, habla de algo tan evidente, como el horror de la guerra, y los enfrentamientos entre pueblos por ideas políticas, y sobre todo religiosas.
Y cómo no, sobre las terribles consecuencias de estar metido entre todo eso, y también, sobre el difícil acto de entender, y a partir de ahí, perdonar o no.
Un tema crudo y difícil, que Villeneuve logra hacer comprender como algo sencillo.
Una película demoledora, dolorosa en cada uno de sus muy calculados pasos; y no se habla de perdón, no se habla de olvidar, sino de entender, de comprender.
Y de saber de dónde viene cada uno, de la identidad.
La justicia no es poética.
La justicia no es balanceada.
Ni siquiera es justicia.
Es el gran conocimiento de la realidad que todos debemos afrontar.
“Un pour le père, l'un pour l'enfant”
(Una para el padre, otra para el hijo)
Incendies es un film de sobrecogedora potencia, y vigoroso impacto emocional, apunta a una coyuntura en que colisionan la tragedia familiar, el drama personal acerca de los propios orígenes, y los vestigios de un sangriento conflicto político-religioso, en un imaginario país de Medio Oriente.
Las historias que pone en imágenes Villeneuve, son para disfrutar con su tempo, lentamente, y a la vez, con una gran intensidad, debido al detallismo del canadiense en su dirección.
Historias densas, que encuentran su razón de ser, en un trabajo lleno de mimo por lo que se está narrando, en una armoniosa conjunción entre lo que se narra, y cómo se narra, logrando ese milagro tan discutido de la forma, como lo es el fondo.
Su metraje es largo, pero no pesa, es en el mejor sentido una película agobiante, dotada de atmósfera
La historia se estructura en capítulos, y se cuenta de adelante hacia atrás, y viceversa, logrando que el espectador no pierda el hilo ni el interés en ningún momento.
Sus capítulos demarcados, sitúan al espectador frente a un diálogo entre el pasado y el presente, saltos temporales que se producen, sin que en ocasiones podamos apreciarlo, pero que logran unir 2 generaciones a través de este relato alternado.
A partir de numerosos “flashbacks”, nos acercamos a la complejidad de una guerra entre cristianos y musulmanes, con sus asentamientos de refugiados, sus cárceles, y las penalidades de una mujer.
Una escritura alegórica de una guerra intemporal, donde la familia se funde con lo etnográfico, lo personal camina hacia la historia de un fratricidio, el ciclo interminable de la sangre, la semilla del odio que solo genera más odio, y lesiones ocultas en el alma, difíciles de sanar, dejando cicatrices que perduran a lo largo de los diferentes giros argumentales.
Obviamente el espectador medianamente informado de las atroces noticias del mundo, sabe que están hablando de Líbano en los años 80, pero innecesariamente, con el ánimo de universalizar la historia, jamás aparece el nombre de ese país, ni se sitúan en las fechas de los hechos más salvajes que ocurrieron allí.
Incendies tiene 2 escenarios:
Uno en Canadá, año 2009; el otro en Medio Oriente, desde el año 1970, y durante La Guerra civil del Líbano, hasta la actualidad.
Ambos escenarios, van apareciendo intercalados a lo largo del metraje.
En Canadá de 2009; el notario Jean Lebel (Rémy Girard), realiza a los gemelos Jeanne y Simon, la lectura del testamento de su madre, Nawal Marwan.
Los hermanos, se quedan atónitos cuando Lebel les hace entrega de 2 sobres, uno destinado a su padre que ellos creían muerto, y el otro a un hermano, cuya existencia ignoraban.
Jeanne decide viajar al Medio Oriente, para reconstruir un pasado familiar, del cual no sabe nada.
Simon, primero se resiste, pero finalmente decide reunirse con ella, para recorrer juntos el país de sus antepasados.
Luego vemos Medio Oriente, año de 1970; Nawal, de familia cristiana, tiene un romance con Wahab, y espera un hijo de él.
El hermano de Nawal, asesina a Wahab por ser un refugiado Palestino.
La abuela de Nawal le dice, que una vez que tenga el hijo, se irá a la ciudad a estudiar, y el niño será entregado a un orfanato; y así sucede.
El niño nace, y su talón derecho es marcado con 3 puntos negros, para que su madre, que promete encontrarlo en un futuro, lo pueda reconocer a través de esa marca.
Nawal, pasa unos años estudiando en la Universidad, hasta que un día, los Nacionalistas deciden cerrarla de manera violenta, signo de que la guerra ya estalló.
En ese contexto Nawal, decide volver al pueblo para buscar a su hijo; y emprende una larga búsqueda, siguiendo los pasos de su hijo, que había sido trasladado de un orfanato a otro por los continuos ataques, pero no logra dar con él.
Ella llega al final de La Masacre de Deressa, en donde se encontraban los refugiados palestinos, pero de su hijo ya no hay rastro.
Es allí cuando Nawal, comienza a trabajar para Chamseddine (Mohamed Majd), refugiado palestino.
Cumpliendo con una misión, ella se infiltra en la casa del Jefe de La Liga Cristiana, y lo asesina.
Nawal es encarcelada como presa política en la cárcel Kfar Ryat, en dónde pasa 15 años de su vida…
Durante ese tiempo, la hicieron pasar por todo tipo de torturas, para obtener una confesión, pero ella era inflexible; siendo violada reiteradas veces por el peor de los torturadores:
Abu Tarek/Nihad (Abdelghafour Elaaziz)
Como consecuencia de estas violaciones, queda embarazada por 2ª vez.
Luego de parir, Nawal es liberada, y el agrupamiento del que ella formaba parte, la ayuda a salir del país, para que intente comenzar una nueva vida, en otro lugar.
Así, los gemelos, a lo largo del metraje, van recorriendo las mismas tierras que su progenitora, en busca de huellas que los ayuden a comprender su propia historia.
Incendies, está llena de instantes muy duros, sin ir más lejos, el de la primera imagen, doloroso hasta decir basta, y que muestra sin miramientos las crueldades cometidas en nombre de la religión, en nombre de un “Dios” que hace tiempo murió de vergüenza, y aunque camina por el espinoso terreno de la ideología.
Villeneuve, no condena a sus personajes, muestra las razones, las dudas, de todos, a través del paso del tiempo, que convierte al enemigo en amigo, o vecino, y a éste en eterno adversario, movido por los prejuicios, o la tradición de un pueblo, al que la palabra “sufrimiento” le queda corta.
No hay justificación en algunos de los demoledores actos de alguno de los personajes que pueblan Incendies, sobre todo el de cierto torturador, clave en la historia, están las circunstancias, atroces, y los bandos que uno elige en tiempos de guerra, con las consabidas consecuencias.
Incendies, es el ejemplo perfecto, de cómo usar las miradas y los silencios, sin dormir al personal, ni caer en la pretensión.
Están usados de forma magistral, y forman parte de la obra, y de algunas escenas desgarradoras, como la del bus; así como las caras de los personajes a medida que va avanzando el drama; o que un simple primer plano de la madre, enmudecida, transmite todo el sufrimiento que ha pasado.
E Incendies, intenta emular en formato, cine un sentimiento, de fuerza espiritual mediante la demostración de diversas facetas de un personaje, que ha tenido que pasar por tragedias toda su vida.
Pero dichas tragedias, se sienten como parte de su triunfo.
La madre de los chicos, es una mujer tenaz y sórdida, que tiene una sola motivación:
Sobrevivir.
Esto es claramente el propósito de la historia, y lo que ciertamente debemos soportar los espectadores.
Villeneuve opta por enfocar la cara más humana del conflicto.
Focaliza la trama en la figura de su protagonista, interpretada notablemente por Lubna Azabal.
Algo que ha colocado para cierto sector de la crítica a Incendies, como “un culebrón sensacionalista” en el que una madre revela a sus hijos, el secreto que nunca imaginaron, sin ahondar en la esencia del conflicto del Líbano.
Sin embargo, sí consigue trascender en su humanidad, en la dureza de la vida de una mujer marcada por el horror de la guerra.
Cuyos ecos e ideologías se reflejan de forma sutil, pero intensa, suficiente para entender, en qué momento histórico nos encontramos, y cuál es la problemática que nos atañe.
Porque si algo consigue Incendies, es que uno se quede con la sensación desgarradora, de que lo que ha visto es una historia real.
Ya no la historia de muchas mujeres del Líbano, sino de muchas mujeres que siguen sufriendo esos mismos abusos a diario, en cualquier parte del mundo.
La tesis alrededor de la que gira el entramado de Incendies, es la inmensa toxicidad de las convicciones religiosas, políticas, o nacionalistas.
Una película que denuncia esos fanáticos fundamentalismos, tanto nacionalistas como religiosos, que tanto daño causan a la humanidad, así como esa lucha difícil, y persistente de una mujer por recobrar su pasado; y por ello, Incendies tiene varias intuiciones interesantes.
Tomemos como primer ejemplo el más religioso:
La escena más aclamada, la del incendio del autobús, en la que la protagonista, la futura mártir, la mujer que canta, que da a luz a hijos, padres y gemelos, y muere loca, no sin antes dilucidar incluso La Santísima Dualidad en la cual el Padre y el Hijo son lo mismo; en la mayor chorrada jamás dicha sobres unos más unos; se ve envuelta:
Así, los cristianos acribillan un autocar a tiros, y después lo prenden fuego.
Ella se salva debido a su creencia en Cristo, teniendo una epifanía anticristiana que marcará su vida.
En el encuadre, las llamas que salen del bus, controladas y predispuestas, se dirigen hacia su rostro en 3 planos distintos, dando comienzo al “hilo de la ira” que es el “whoiswho”
En principio, Incendies tiene la virtud de involucrarnos rápidamente en la búsqueda de Nawal...
Una segunda intuición, radica en los personajes femeninos; una tercera intuición, está relacionada con la matemática.
Y no es casualidad, que una de las protagonistas, Jeanne, sea matemática, y que se mencione la conjetura de Siracusa.
Además, se hacen 2 equivalencias:
Por un lado, la matemática “tradicional”, al igual que la vida cotidiana, busca respuestas a problemas exactos y definitivos.
Por otro lado, la matemática pura, al igual que la vida que intenta comprenderse desde su pasado, se introduce en una aventura donde reina la soledad, y nuestra única herramienta es la intuición.
Asimismo, Jeanne clarifica el punto de partida, distinguiendo datos y variables del problema, orientada por un profesor de matemática.
Finalmente, Simon, en el desenlace, da a conocer su tétrico descubrimiento, a través de una proposición matemática.
Una lectura llama a Ulises, “La Odisea”; sobre todo cuando Jeanne, quebrados los límites temporales, emprende su viaje-búsqueda; y atrajo la idea de que fuera una mujer, en principio, la que saliera a buscar su Ítaca, hija-madre, en un pasado-presente que se diluye:
En esta versión, las mujeres buscan a los hombres, como si Penélope hubiese renunciado a tejer para tomar las riendas…
Como en los films de detectives, cada paso, cada lugar de la región que los hijos visitan en busca de algún rastro, o de algún testimonio sobre su madre, sobre la identidad y el paradero del padre, o sobre el destino del presunto hermano, trae una nueva revelación.
El hilo se tensa cada vez más, los descubrimientos destapan otros frutos, cada vez más amargos y desgarradores, del odio, hasta que por fin se desemboca en la tragedia.
Mientras Incendies avanza, ¿o retrocede?, nos enteramos de que Nawal fue una traidora.
Luchó para el enemigo, asesinó para el enemigo; pero la pregunta no se posterga:
¿Quién era el enemigo?
A pesar del interrogante, es juzgada como traidora, elemento infaltable en una tragedia.
Personaje bifronte, con una cara imposible de observar, ni aun por aquellos más íntimos; por eso es deliberado que el escribano, jefe de Nawal, durante 18 largos años, admitiera que, en verdad, no la conocía en absoluto.
Los espectadores quedan plenamente interpelados, por un final inesperado que genera en ellos un sentimiento de horror, simplemente por el hecho de estar atravesados por la ley universal de la prohibición del incesto.
Así regresamos al Canadá del 2009…
Tiene lugar aquí, una de las primeras escenas, en donde vemos a Nawal, junto a su hija Jeanne, en una piscina.
Nawal, luego de sumergirse, descansa en uno de los bordes de la pileta, cuando ve delante de sus ojos, el talón derecho de un joven, tatuado con 3 puntos negros.
Reconoce en esa marca, a su propio hijo, a aquél que había prometido encontrar.
Atónita por la situación, Nawal sale de la piscina, y se acerca al joven, quedando de pie inmóvil detrás de él.
Su “hijo” se da vuelta, para entender si ella buscaba algo parada allí…
Cuando Nawal lo ve a la cara, reconoce en él, a quién había sido su torturador…
Ella sigue de largo, y él no se percata de que esa mujer no era más que su “puta n°72”
Nawal, reconociendo en la misma persona a su propio hijo, y al padre de sus otros 2 hijos, cae en un mutismo inexplicable para los demás, y luego de un tiempo internada, muere.
Siguiendo como “La Odisea” como Euriclea reconociendo a Ulises; emocionada, sale del agua, la tensión crece, y cuando logra mirarlo a la cara, descubre que el mismo hombre que tuvo en sus entrañas 9 meses, es el verdugo que la violó, la tragedia se resuelve.
El círculo, ¿o el triángulo? se cierran.
Con el descubrimiento, algo se quiebra:
Edipo necesita arrancarse los ojos/Nawal pierde la voz:
“Todos enmudecen ante la verdad”
De los hijos dependerá, romper el hilo de la ira.
Alejados y distantes en el momento que su madre fallece, especialmente un Simon muy resentido, finalmente se verán purificados.
Una piscina como espacio de agua, presente en diversos momentos del metraje, actuará como símbolo cardinal del profundo abismo que se ha abierto en ciernes, y que les llevará a conocer a una mujer, que tomó un camino equivocado, desde el momento que le pasó lo peor que le puede pasar a una madre.
Le sesgaron el amor, y su vida fue una búsqueda constante.
“La mujer que canta” alcanza el lugar del mito, en una genealogía de violencia y furia.
Ese viaje iniciático, que les llevará a lo más profundo de su ser, es el grabado de un coraje, el de Nawal, legándonos una conmovedora película, que se alza como una de las mejores que he visto.
Sin embargo, se le puede achacar, que la premisa es ser eso, “incendiaria”, pero no por la gran historia, sino por tomar el tema del incesto, de una forma manipuladora, y con el afán de provocar reacciones; para públicos fácilmente impresionables e inocentones; y es tremendamente perversa, pues el hilo principal, gira en torno a una madre vengativa, quien cobra venganza a sus hijos, por la vida que tuvo.
Para esto, prepara un maquiavélico plan “post-mortem” para dejarles una bomba emocional, y que se enteren de su verdadero origen.
¿Para qué?
Pues nada más con el objetivo de dejarlos, lo más infelices y perturbados del mundo, por conocer una verdad que innecesariamente debían saber.
No le basto a la madre, el ser totalmente indiferente con ellos durante su vida, sino que tenía que expiar sus propios errores con ellos.
Vaya amor de madre…
Si la madre no conociera el resultado de ese puzle, estaría más que justificada la historia, y sería un clímax tremendo el final.
Pero sabiéndolo la madre, antes de morir, pues es entonces solo un juego bastante macabro y enfermizo, el dárselo a conocer a sus hijos.
La cadena de eventos que dan pie al incesto, también está muy forzada, como el que se salve del ataque al camión, solo por la cruz que lleva; y que no la maten cuando intente engañarlos con el niño que intenta salvar; o que tampoco la maten en el atentado al jefe cristiano radical, y prefieran encerrarla 15 años; vamos, que esa gente violenta tiene las tripas para cargarse de un tiro a un niño, vaya cristianismo, pero no para ejecutar a la asesina de su líder, vaya tomada de pelo.
Ella paga muy caro las consecuencias por sus decisiones de odio.
Ella no es una mártir, todos somos responsables por nuestros actos.
Pienso que la historia hubiera tenido un mayor impacto en el público, si en la escena de la violación, se hubiera insinuado más lo sucedido…
Sobre Abu Tarek, queriendo convertirse en un mártir para que su madre:
¿Por qué violó a una mujer, que por la edad que tenía, podría ser su madre?
¿Qué lo llevó a eso?, etc.
Hay que hacer un leve ejercicio de fe, para que sin saber nada del hermano/padre durante 40 años, aparezca en la cárcel como torturador, y que también acabe viviendo en Quebec…
No es descabellado ni incoherente, simplemente tengo la sensación de que podía haber sido resuelto así, como de cualquier otra manera… casualidades, llaman.
Para finalizar, planteamos a modo de hipótesis que, si Nihad pudiese hacerse cargo de su identidad como padre, se estaría cortando de este modo, el círculo de la repetición.
Así como él fue abandonado de bebé por su madre, los gemelos fueron abandonados por él, desde su nacimiento.
¿Existe alguna forma de reparación del vínculo paterno en la familia Marwan?
¿Hay en medio de ese estrago margen, para un acto ético, un acto creador de nuevos sentidos?
¿Es posible una eventual asunción de paternidad, por parte del personaje, movimiento que haga emerger una singularidad en situación?
Sus personajes tendrán que hacer frente a la realidad, emprendiendo unas búsquedas en las que su principal enemigo es uno mismo.
Los actores y actrices, están estupendos, destacando Mélissa Désormeaux-Poulin, la hija melliza, y en especial, Lubna Azabal, la madre, “la mujer que canta”
Esta última, dota al personaje de la madre, de una humanidad, valentía, sobriedad, y dignidad que provoca nuestra empatía, y también el respeto hacia su personaje.
La violencia, el director la trata de una forma fría.
Sabe cuándo alejarse, mostrando la acción en planos muy generales; sabe cuándo usar la elipsis, y el fuera de campo; y también cuando impactar con un primer plano.
En Incendies, 2 fuegos serán claves, de cara al desarrollo de los personajes, y sus futuras acciones:
El primero, el suceso del autobús, será un punto de inflexión para Nawal; una dura experiencia que le marcará de por vida.
El segundo, el del orfanato, determinará el destino de uno de los personajes claves de la historia
La escena del asalto al autobús, el capítulo de la mujer que canta en la celda N° 72, o la misma secuencia de apertura, niños afeitándoles el cráneo, una escena ralentizada y pautada con los acordes de Radiohead, y “You and Whose Amy”, sintetizan el horror y la violencia de la guerra, evitando siempre la innecesaria pornografía del horror como recurso visual.
Pero escribir sobre el grito de Jeanne, mientras se tapa lo ojos, es “desgarrador”, ni siquiera rozaría las sensaciones que produce, el horror que transmite, un grito que es aspiración, inexplicable, y que provoca sensaciones jamás experimentadas, en una pantalla de cine, desde Al Pacino en el final de “The Godfather: Part III” (1990)
Incendies, nos lleva a reflexionar sobre las atrocidades que los seres humanos somos capaces de hacernos, los unos a los otros, incluso inconscientemente, y llevados por las circunstancias.
Por último, siguiendo con el drama, el rito debe cumplirse, las cartas son entregadas:
Una al violador/esposo/padre; y otra al hermano/hijo, un hombre, múltiple, idéntico a sí mismo, y diferente, la lógica tambalea:
¿Qué habrán hecho de nosotros, para que semejante tragedia tuviera lugar?
Sófocles podría responder:
“Tiempos terribles estos, en que los hijos violan a las madres”
Sin importar cómo ni quién cuente la historia, es necesario seguir contándola desde un punto de vista objetivo.
Dejar que los hechos hablen por sí mismos, tomar el testimonio de aquéllos que realmente han vivido el terror de la guerra, y no de aquellos que la escriben desde lejos.
“Il voulait être un martyr pour sa mère de le voir sur les affiches”
(Quería ser un mártir para que su madre lo viera en los carteles)
Incendies promueve la reconciliación, sin ahorrar crudeza en la descripción de los enfrentamientos, intenta descubrir el origen del odio, concentrándose en un caso personal.
La Guerra Civil Libanesa constituye un claro ejemplo de conflicto multicausal, en el que se mezclaron factores endógenos y exógenos, en su estallido y desarrollo.
Es cierto que en él, se dio un enfrentamiento entre facciones basadas en diferencias culturales y religiosas, pero no todas las milicias y partidos, tuvieron un carácter confesional, al tiempo que se desarrollaron numerosos episodios de enfrentamiento sangriento entre distintas milicias pertenecientes a una misma confesión.
Por otra parte, el conflicto entre distintas clases, era también evidente, dadas las enormes desigualdades sociales existentes, y la diferente visión de lo que debían ser las políticas de redistribución.
Y en lo referente a la hipótesis del miedo al futuro, los cristianos podían percibir en el cambio demográfico, una amenaza existencial para su forma de vida, en tanto que para los musulmanes, la oposición cristiana a las reformas, implicaba un deseo de mantenerlos en la situación de inferioridad político-social en la que vivían.
En ese marco, encontramos a Souha Bechara, una importante figura de la resistencia libanesa; que a los 20 años, en 1988, durante la primera ocupación de Líbano por Israel, intentó eliminar al General Antoine Lahad, jefe de la milicia israelí que controlaba el sur de Líbano.
Ella, ha estado presa sin juicio durante 10 años, de 1989 a 1998, en la terrible prisión de Khiam, en el sur de Líbano; y desde que está en libertad, milita por la liberación de los 10.000 presos palestinos y libaneses, detenidos en Israel.

“Vous savez, peut-être il est parfois préférable de ne pas tout savoir”
(Sabe, quizás a veces es mejor no saber todo)



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