The Rider
“If any animal around here got hurt like I did, they'd have to be put down”
¿Acaso hay algo más triste que un “cowboy” sin su caballo?
Es innegable que la gente en casi cualquier disciplina artística, suela demostrar su apego hacia historias que muestran la cara menos amable de la vida, tal vez debido a la empatía inmediata que genera en casi cualquier persona con experiencia en esto de “estar vivo”
Y las historias crepusculares, aquellas que transitan por aquello que ya no existe, aunque quienes lo vivieron siguen apegados a ello, en franca decadencia, casi que podrían formar su propia categoría “cinéfila”
El “western” por ejemplo, siempre estará ligado al cine, ha evolucionado con él, le ha ayudo a crecer, y al igual que ocurre con sus historias, sigue abriendo esa frontera eterna y tan humana, capaz de romper cualquier barrera, e innovar eternamente, utilizando nuevas formas o métodos de expresión artística.
También conocidas como “Neo-Westerns”, estas películas tienen una configuración contemporánea de los EEUU y utilizan temas y motivos del “Viejo Oeste” con un antihéroe rebelde, llanuras abiertas y paisajes desérticos y tiroteos.
En su mayor parte, todavía tienen lugar en “El Oeste Americano” y revelan la progresión de la mentalidad del “Viejo Oeste” hacia finales del siglo XX y principios del siglo XXI.
Este subgénero, a menudo presenta personajes del tipo del “Viejo Oeste” que luchan contra el desplazamiento en “un mundo civilizado que rechaza su marca de justicia obsoleta”; y es que tradicionalmente en el cine, el jinete de rodeo es un personaje mecido por el azar, por la fatalidad, como lo es el boxeador, un perdedor siempre de “algo”; y lo único más solitario que un vaquero, observando una tierra donde nadie lo entiende, es ese mismo vaquero sin un caballo…
Y es en esas historias donde se manifiesta una creciente sensación de desilusión, sugiriendo que el estilo de vida del rodeo que muchos personajes romantizan sin reservas, a menudo conduce a la ruina física y psicológica; porque el auténtico “vaquero americano”, ya no es la figura que el cine de EEUU nos ha presentado en tantas y tan grandes películas.
El “nuevo vaquero”, es un hombre que debe ir asumiendo su condición en este siglo XXI, un hombre físico, de acción, sí, pero que no tiene más remedio que dejar definitivamente de lado la imagen idealizada del “cowboy” y tomar aquella premisa de:
“Adaptarse o morir”
Y una región que ha sufrido este tipo de castigos ha sido Pine Ridge, la 8ª reserva más grande en los Estados Unidos, y también la más pobre y golpeada por el flagelo de los vicios.
La población de Pine Ridge, sufre condiciones de salud, que incluyen altas tasas de mortalidad, depresión, alcoholismo, abuso de drogas, malnutrición y diabetes, entre otros.
El acceso a la reserva de salud es limitado en comparación con las áreas urbanas, y no es suficiente.
El desempleo en la reserva, oscila entre el 80% y el 85%, y el 49% de la población vive por debajo del nivel federal de pobreza.
Muchas de esas familias no tienen electricidad, teléfono, agua corriente o sistemas de alcantarillado; y muchos usan estufas de leña para calentar sus hogares, agotando los recursos limitados de madera.
¿ahora pues, cómo podemos reconstruirnos cuando ya no podemos ejercer la única profesión para la que siempre hemos tenido la intención, y mediante la cual hemos construido nuestra identidad?
En otras palabras:
¿Qué hacemos cuando no podemos cumplir con aquello para lo que nacimos?
Si tu mundo, tus sueños y tu vida entera sólo conoce de entrenar broncos caballos, de llanuras machacadas por El Sol y asoladas por el viento, de montar potros salvajes o reses vacunas bravas durante unos breves segundos que rezuman valor y poderío, y representan tu única forma de entender tu existencia.
Y si todo eso se pierde repentinamente, en el ocaso agostado del Edén perdido a causa de un desafortunado accidente que te deja lisiado y con secuelas imborrables que te impiden reanudar tu andadura en el punto en el que la dejaste, entonces todo cambia y te preguntas:
Qué sentido tiene seguir adelante con tus absortos amigos, con tu escasa familia, con tus lúgubres días, y anhelas recibir un tiro de gracia compasivo que ponga fin a tu tormento, a tu angustia y a tu calvario.
Los sueños, muchas veces no se cumplen, y se cae en una profunda tristeza cuando toda tu vida la sacrificas girando alrededor de algo que te ilusiona y que por alguna circunstancia lo tienes que dejar.
“A truly human story of cowboy perseverance”
The Rider es drama del año 2017, escrito y dirigido por Chloé Zhao.
Protagonizado por Brady Jandreau, Tim Jandreau, Lilly Jandreau, Cat Clifford, Terri Dawn Pourier, Lane Scott, Tanner Langdeau, James Calhoon, Derrick Janis, entre otros.
El guion está basado en algunas historias reales con las que la directora se topó al conocer a estos montadores que se interpretan a sí mismos en el film; y es que Chloé Zhao, de 36 años, es una directora de cine, guionista y productora china; cuyo primer largometraje, “Songs My Brothers Taught Me” (2015), se estrenó en El Festival de Cine de Sundance; y este, su 2º largometraje, fue aclamado por la crítica, y recibió varios galardones, incluyendo nominaciones para El Premio Independent Spirit como Mejor Película y Mejor Director.
Similar a su primer largometraje, Zhao utilizó un elenco de no actores que vivían en el rancho donde se filmó la película; por lo que está “dedicada a todos los jinetes que se juegan la vida en 8 segundos”; y el objetivo de la película no es marcar intensamente la verdad y el realismo de lo mostrado en pantalla, sino que la directora aprovecha este preciosismo formal y esta verdad para hablar sobre el tema del que realmente trata la película:
Cómo una profunda crisis existencial empuja al protagonista a una búsqueda de identidad.
Y para encontrar financiación, The Rider experimentó su propio rodeo:
Zhao apenas disponía de unos $100 mil, pero los habitantes de la reserva de Pine Ridge en Dakota del Sur, le ofrecieron ayuda y libertad para rodar gratuitamente.
Aunque la cineasta reconoce que tanta limitación tuvo sus ventajas:
“No disponía de muchas opciones, ni tampoco debía nada a nadie, por tanto, solo me quedaba decidir qué era realmente importante para la película:
Los vaqueros, los caballos y las heridas:
La vida misma”
Rodado en las tierras baldías y en la reserva india de Pine Ridge, en Dakota del Sur, este lugar posee un tipo de paisaje de características áridas y de litología rica en “lutitas” o rocas de granos muy finos, extensamente erosionado por el agua y el viento, debido a la falta de vegetación; con cañones, cárcavas, barrancos, canales, chimenea de hadas, o columnas de roca con formas en sus picos y otras formas geológicas del estilo son comunes en las “badlands”
The Rider fue estrenado en cines en los Estados Unidos el 13 de abril de 2018, y es un drama y western del cine independiente de “La América Profunda”, sobre un joven entrenador de caballos, y cómo lidia su día a día tras un accidente en El Rodeo.
Él es Brady Blackburn (Brady Jandreau), que fue una de las estrellas del rodeo y un talentoso entrenador de caballos, pero sufre un accidente que le incapacita para volver a montar.
Cuando vuelve a casa, se da cuenta de que lo único que quiere hacer es montar a caballo y participar en rodeos, lo que le frustra bastante.
Y frente a la situación familiar de tener a su padre, Wayne Blackburn (Tim Jandreau) desmoronado y que ha dilapidado la poca fortuna que tenían; y una hermana menor, Lilly Blackburn (Lilly Jandreau) con incapacidades intelectuales; Brady mantiene dentro de sus sueños que se derrumban, el coraje de levantarse y seguir adelante, ayudando a un amigo con daños cerebrales, llamado Lane Scott (Lane Scott), y adiestrando a un caballo asilvestrado que le sirve de esperanza para volver a montar.
En un intento por retomar el control de su vida, Brady emprende un viaje en busca de una nueva identidad y del significado de lo que es ser un hombre en el corazón de EEUU.
Esta es una impresionante película, de esas por las que el cine es llamado El Séptimo Arte, poética, con todos los elementos que la elevan como una de las mejores películas del año, por el estupendo trabajo de dirección, la fotografía de Joshua James Richards, que es asombrosa, con muchas tomas que muestran las praderas sin árboles del corazón vacío de los Estados Unidos en toda su belleza.
Y las actuaciones, en especial de Brady Jandreau y Lane Scott, es lo mejor que se ha visto en años, Scott es un compañero que sufrió una lesión todavía más grave, y que apuntala la dosis más humana del film; y todo sin poder articular, lamentablemente, ni una sola palabra; por ello, la película tiene tanto de retrato individual como de esbozo familiar y de dibujo ambiental, con una maravillosa fotografía que rezuma alma e interior de los personajes.
Sin caer en los sentimentalismos, el filme arranca con un golpe al estómago, y te lo va recordando en todo el metraje, donde esperamos y deseamos que nada le pase a este personaje que sólo sabe hacer una cosa… y también seremos testigos de cómo la sociedad nos acosa y nos recuerda que el pasado glorioso es gigantesco, y somos propensos a competir con ello, nosotros mismos.
Escenas para el recuerdo… sus 100 minutos de metraje, donde cada paisaje nos muestra el interior de Brady, con una iluminación realmente incomparable, porque este es un filme de detalles, donde hay una enseñanza, una lección, una idea en cada toma; y en eso, el rostro de Brady es increíblemente soberbio, por su templanza, su hombría, su valentía… todas las emociones se reflejan en ese joven profesional que de pronto la vida le arrebató toda esperanza.
El Hombre del Oeste, es pues reinterpretado en el ocaso de una forma de vida, ofreciendo una sensible y veraz mirada sobre la figura del “cowboy” actual y la vida rural estadounidense, desde un protagonista que expone a la cámara su vida, ofreciendo un estimable enigma sobre qué es documental, y qué no es ficción.
También, The Rider da una buena visión del mundo del rodeo, un fenómeno cultural tan esencial para “El Oeste Americano”
Pero es esencialmente una película sobre un hombre que lucha contra las probabilidades de hacer lo que quiere hacer, y no puede.
Atención a la relación con la hermana, con Lane y con los caballos, y cuando nos enteramos lo bueno que es en su oficio, y nos da la prueba que hay “otras” maneras de jamás abandonar los sueños.
Mientras observaba los créditos finales, vemos que Brady Jandreau se menciona 2 veces:
Como actor principal y como entrenador de caballos; y esa es una forma de decirle a la audiencia que Jandreau está, de hecho, interpretándose a sí mismo, o al menos una versión de su personalidad.
En definitiva, esta es una historia simple, pero se cuenta con mucha empatía por las decisiones desgarradoras que Brady tiene que tomar.
Podemos verlo luchando con su destino y, al final sabe que está destinado a montar a caballo, que “como un caballo, está destinado a correr a través de la pradera”
Hay varias historias secundarias que profundizan la comprensión de la situación de Brady:
Su hermana adolescente con problemas mentales, la familia es pobre y vive en un remolque, y tiene que despedirse de 2 de sus caballos favoritos...
Total, este filme debe ser al menos nominado al Oscar como mejor película, mejor director, mejor actor, mejor actor de reparto, mejor guión y bueno… es obligatoria de ver, porque es un “tour de forcé” para la resistencia emocional, una película muy pero muy llena de eso que llamamos humanidad; y logra lo mejor para el cine:
Reproduce un mundo con tanta agudeza, fidelidad y empatía que trasciende lo mundano y toca lo universal; y podríamos decir por tanto que, más que una obra de ficción, tenemos ante nosotros un seudodocumental, hecho que convierte la crudeza de determinadas situaciones en algo realmente impactante.
Todo contado con pulcritud, concisión, elegancia formal, belleza y verdad.
“I would truly risk my life to keep doing what I love”
El impulso de la directora china, Chloé Zhao para hacer la película, llegó cuando Brady Jandreau, un vaquero a quien conoció y se hizo amigo en la reserva donde filmó su primera película, sufrió una grave lesión en la cabeza cuando fue arrojado de su caballo durante una competencia de rodeo.
Según se cuenta, su cerebro sufrió una hemorragia interna, y Brady entró en coma por 3 días; y después de diversas operaciones le colocaron una placa de metal en la cabeza, pues sufre de problemas por el traumatismo craneoencefálico; y los médicos le aconsejaron, no volver a montar, porque no sobreviviría a un nuevo golpe en la cabeza.
La fascinación de estos vaqueros que viven actualmente como en “El Viejo Oeste”, hizo a la directora escribir un guión, y contar esta sencilla historia, eligiendo a una verdadera familia de Dakota para interpretarla; ya que todos pertenecen a la tribu lakota, pueblo que vive en los márgenes del río Missouri, y que es parte de la tribu siux.
Nadie lo diría a juzgar por “el modus vivendi” de Brady y los suyos, pero lo cierto es que la presencia del elemento nativo confiere al filme un cierto toque reivindicativo, que entronca de pleno con el primer filme de la directora, “Songs My Brothers Taught Me” (2015)
De hecho:
Brady Jandreau, Tim Jandreau, Lilly Jandreau, que son familia; más Terri Dawn Pourier, Lane Scott, Tanner Langdeau y James Calhoon, participan en su primera película.
Muchos de ellos forman un grupo de jóvenes cortos de inteligencia, parias sociales en una “América Profunda” y tradicional en proceso de derribo, adictos a la adrenalina del peligro y a una gloria incierta y, en todo caso, efímera, a los que, sin embargo, no deja de arropar y comprender en todo momento.
Inicialmente, la directora había visitado el rancho donde trabajaba Jandreau, y él le estaba enseñando a montar a caballo; y quería ponerlo en una de sus películas… fue cuando tuvo el accidente que lo dejó con lesiones que le cambiaron la vida, que ella decidió basar el guión de su próxima película en su historia:
El terrible mundo de unos seres humanos capaces de domar a los animales salvajes, pero incapaces de domar a la vida, demasiadas veces mucho más peligrosa y traicionera.
Así debe decirse que la directora originaria de Beijing, pero que vive en EEUU, se ha sumergido por completo en el mundo de la reserva de Pine Ridge, ubicada en el Estado de Dakota del Sur, en el medio de los Estados Unidos, un área india habitada por vaqueros que descienden de Sioux Lakota Oglala, descendencia India.
Y en las antípodas, ella, nacida y criada en China, tiene una perspectiva única sobre los Estados Unidos y sus comunidades minoritarias, lo que le otorga un lugar especial en el cine independiente estadounidense, con la que es muy crítica, denunciando la estandarización impuesta por la renuencia de los productores a tratar temas cuyo potencial comercial no está claro.
El hecho es que al rodar con actores no profesionales de la comunidad india nativa de Pine Ridge Reserve, y para esta su segunda película, Zhao impone personajes que no conocemos en ninguna otra parte; por lo que respalda la cita de Jean Renoir:
“El arte del cine es acercarse a la verdad de los hombres”; y ella comprende la verdad de Brady, que es feliz, y se apasiona solo cuando comparte con la naturaleza y los caballos.
Estos momentos son mágicos, son una liberación, tanto para él como para el espectador; y la elección de lentes angulares para poner al personaje en su entorno, es particularmente relevante, ya que nos ayuda a identificarnos con el mismo, con la inmensidad de las llanuras y la belleza de esta naturaleza, y eleva la película a un estilo único e irrepetible.
Narrativamente, en The Rider no dejan de suceder cosas, pero toda la obra se resume en aceptar lo que se deja atrás por un bien mayor, la propia familia, por muy disfuncional que esta sea.
De esa manera, Brady se despierta en su casa con una profunda y terrible herida en la cabeza; y frente al espejo, comienza a vestirse como un “cowboy”:
Sombrero, botas, camisa, etc., toda la parafernalia que cualquiera conoce gracias al Séptimo Arte.
Estamos en algún lugar del “Viejo Oeste”, donde los cowboys cabalgan en las praderas, o el desierto, beben cerveza en antros de mala muerte mientras escuchan música “country” y se desviven por los rodeos.
Es su universo; y ahí está Brady, la joven promesa del arte de montar a un caballo enfurecido, ídolo local, estrella en ciernes, y el orgullo de la familia.
Un auténtico “cowboy”
Pero Brady vive en la pobreza con su padre Wayne, y su hermana menor Lilly que tiene autismo; y una vez que se convirtió en una estrella en ascenso en el circuito de rodeo, Brady sufrió daño cerebral debido a un accidente en una competencia de equitación, lo que dificultó las funciones motoras en su mano derecha, y lo dejó propenso a las convulsiones; por lo que los médicos le han dicho que ya no puede andar, y que sus ataques empeorarán.
Brady visita regularmente a su amigo, Lane Scott que vive en un centro de atención médica después de sufrir un daño cerebral severo a causa de un accidente similar en la monta de toros; mientras tanto, su padre hace poco por cuidar de la familia, desperdiciando su dinero en beber y apostar; pues la madre lleva años fallecida; y para ayudar a mantener su remolque, Wayne vende su caballo llamado Gus (Mooney), lo que provoca enfurecer a Brady.
Brady, a cambio, consigue un trabajo como empleado de un supermercado para ayudar a recaudar dinero para la familia, pues pueden ser desalojados por un atraso en la renta; pero también se gana la vida un poco, “rompiendo caballos”
Con sus ahorros, él quiere comprar un nuevo caballo, pero su padre lo compra para él, y establece un vínculo muy fuerte con el caballo, como lo había hecho con Gus en el pasado.
Sin embargo, su constante ganas por equitación y la negativa a descansar con su lesión cerebral, hacen que sufra una convulsión casi mortal.
Los médicos le advierten que, si no deja de montar, podría morir; y al regresar a casa, Brady descubre que su caballo intentó escapar de la cerca, hiriéndose permanentemente una de sus patas.
Sabiendo que el caballo nunca podrá ser montado nunca más, tiene que pedirle a su padre que lo mate, después de no ser capaz de hacerlo…
Posteriormente, ya derrotado por la falta de esperanzas, después de una discusión con su padre, Brady decide competir en un rodeo, a pesar de las advertencias del médico.
En la competencia, antes de que él se suba, ve a su padre y su hermana mirándolo… y finalmente decide alejarse de la competencia y, presumiblemente, de su vida como jinete de rodeo.
Este es un mundo lleno de hombres, donde las mujeres parecen relevadas a un segundo plano, aunque la presencia de su hermana inunda con franca ternura el relato, sin ser irritante por su condición autista; donde ambos muestran un cariño fraternal que brilla por su ausencia en el resto de los personajes.
Pero Brady no es un machito loco ni un personaje que quiera anclarse en un pasado que sabe que no volverá.
Él intenta encontrar un camino, su camino, lo más acorde a su situación actual.
En ese sentido, el personaje resulta maravilloso, alejado de cierto estereotipo de personajes que inundan la pantalla cuando se trata de hablar del fracasado, el perdedor o “loser”
Por ello, la cineasta oriental ha escogido una narrativa pausada, que va de menos a más, y requiere cierta dosis de paciencia a la audiencia.
Si somos capaces de adaptarnos a ella, disfrutaremos de una maravillosa experiencia que nos conduce, a medida que avanzamos en un relato que evoluciona paralelamente al estado de ánimo del protagonista, de los interiores asfixiantes y de la oscuridad inicial, a los espacios abiertos y la luminosidad posterior.
La manera tan delicada en la que se nos muestra el proceso de doma de un potro salvaje, compone una de las secuencias más hermosas, paradigma de un largometraje que se nutre de silencios, donde lo visual prima por encima de la palabra.
“Dios nos da a todos un propósito en la vida.
A un caballo, pasear por la pradera.
A un vaquero, cabalgar en un rodeo”
Esta reflexión, extraída de una conversación en la que el protagonista le explica a su hermana con autismo, la importancia que para él tiene la pasión a la que se ha consagrado en cuerpo y alma, encierra la clave para entender en toda su dimensión, el relato que narra esta sencilla cinta independiente, que golpea y emociona de a poco, hasta conseguir dejarnos visiblemente tocados y agotados.
La identificación del jinete con el animal, es inmediata:
Ha sufrido un accidente que le ha producido lesiones cerebrales incompatibles con la práctica de la única actividad que da sentido a su existencia:
Montar un équido salvaje en un rodeo.
Por ello, la película puede interpretarse como un relato heroico de perseverancia y dedicación.
Brady vive para el rodeo, y el espectador entiende por qué le gustan los caballos, la ropa, la masculinidad y la competencia; y la directora lo indica en escenas sutiles; por ejemplo, cuando decide empeñar su silla hecha a medida, porque necesita el dinero… y en el último momento cambia de opinión; o en la lucha libre, que aun teniendo su problema craneal, mantiene su virilidad/hombría/masculinidad.
Pero también puede interpretar esta película como una historia triste, de un hombre que solo tiene posibilidades limitadas en la vida debido al entorno en el que crece.
Brady realmente no tiene nada más en su vida, y ni siquiera es capaz de imaginar cambiarlo.
Una de las escenas más tristes, es cuando Brady visita a otro héroe del rodeo, Lane, quien está paralizado de por vida después de una caída, y vive en un centro de atención.
Ayudado por 3 asistentes, Brady lleva a su amigo a montar un caballo de madera, le pone un sombrero de vaquero en la cabeza, y lo hace moverse como si estuviera montando un caballo...
Incluso este terrible ejemplo no disuade a Brady de continuar montando en rodeo.
Y es que The Rider no es una película que rasque sólo la superficie, explora los valores por los que se rige el individuo en un lugar con férreas creencias sobre lo que significa ser un hombre; también profundiza en la reflexión sobre la estima personal y su relación con los seres queridos; y muestra el valor de la amistad.
Posee momentos de una fuerza lírica realmente inspiradora y emotiva; se siente sincera, si es que este adjetivo no ha perdido su valor como pocas.
Sin embargo, el ingrediente clave llega al final, cuando el espectador se da cuenta de la metáfora vital que ha vivido el propio Brady con uno sus caballos, y la perspectiva única que le permite enfrentarse, en varias ocasiones, a la realidad de otro jinete que sí lo ha perdido casi todo, un Lane Scott al que podemos ver en algunos vídeos previos al accidente, disparando sobre el espectador las mismas emociones que tiene Brady cuando se resiste a entender su propia realidad.
Y al final, veremos como el oficio de entrenador de caballos será como si Lane fuera su caballo, que tiene que rescatar de la oscuridad de donde vive, aun cuando las probabilidades sean escasas…
Por otra parte, la tensión que provoca el clima social-familiar y el pesar del protagonista por abandonar su labor de jinete a causa de un accidente, es excelentemente representado por Brady Jandreau.
Porque esta es una historia que parece simple, pero que expresa un mensaje impactante que permite empatizar con “todos los jinetes que se juegan la vida en 8 segundos”, esos a los que la directora dedica el filme.
Y en ese sentido, The Rider tiene un gran poso de verdad:
Es una película sobre el ocaso de una forma de vida, la de los jinetes de rodeos en el tiempo actual.
No aparece ni la nostalgia ni la melancolía, ni hay espacio para bonitos cielos crepusculares o reflexiones sobre los tiempos que han cambiado.
Descubrimos, junto con Brady, las secuelas de su accidente, y esa mano que se duerme y le limita el agarre las riendas de su vida.
Pero Zhao nunca sobre utiliza su personaje, ni teoriza sobre el mandato de virilidad que debe obedecer desde la infancia, en un entorno que no ofrece otro horizonte y mucho menos es autocompasivo; y la realidad viene dada del mismo actor debutante, Brady Jandreau, que no puede recordar un momento antes de los caballos:
“Antes podía montar y controlar un caballo.
Estaba entrenado para ir al baño.
En lo que a mi ascendencia se refiere, siempre fuimos gente de caballos; así que se han transmitido muchas cosas, está en mi sangre.
Mi esposa es una mujer de caballos.
Mi hija tiene 13 meses, y puede controlar un caballo sola”
Jandreau puede ser nuevo en el cine, pero el vaquero de 22 años es un narrador nato; y cuenta que “El Día de Los Inocentes de 2016”, dice con ironía, “tuve una fractura de cráneo en el rodeo de La Asociación de Vaqueros Profesionales.
Mi cráneo estaba aplastado.
Inicialmente no me dejó fuera de combate, pero luego me llevaron al hospital, y allí tuve una convulsión de cuerpo completo.
Hicieron una cirugía cerebral, y pusieron un gran plato en mi cabeza.
Tenía 3 partes del cráneo rotas, 2 regiones de mi cerebro dañadas, y mucha sangre en el cerebro.
La rotura fue una fractura, por lo que había muchos fragmentos pequeños en mi cavidad cerebral y también había estiércol y arena en mi cráneo.
Tuvieron que limpiar todo eso, y ponerme antibióticos de muy alta calidad.
Unos 5 días después comencé a despertarme por mi cuenta mientras estaba bajo los sedantes.
Me asusté y traté de extraer mis tubos, no sabía quién era ni dónde estaba ni qué estaba pasando.
Cuanto más tiempo estaba en el hospital, peor me puso.
Tuve depresión, cambios de humor, y llegué a un acuerdo para no volver al rodeo.
No pudieron retenerme legalmente; y una vez fui a casa y volví a hacer las cosas que solía hacer.
Me convertí en la persona que solía ser”
Y eso se demuestra en las largas escenas de las competencias, que son particularmente llamativas.
La cámara se queda atrás, observado el poder del animal que puede dar en cualquier momento una patada fatal.
Vemos el coraje y la paciencia de Brady para ganar el respeto y la confianza del animal.
En estos momentos, el actor y el personaje están completamente fundidos.
La directora contó que “Jandreau trabajaba por las mañanas, y solo podía filmar a la luz del atardecer.
Y varias secuencias con los caballos, simplemente ocurrieron ante la cámara.
Brady y yo hablamos mucho, antes y durante el rodaje, sobre todo para las escenas más emocionales, para decidir hasta qué límite llegar”, relata Zhao.
No hay morbo en el resultado final, solo humanidad.
De paso, The Rider abre una ventana hacia un mundo poco conocido, al menos fuera de América, donde muchas familias dependen del rodeo, pues para ellos lo es todo:
Mueve bastante dinero, y los jinetes profesionales de broncos generan un movimiento grande, como lo hace por ejemplo el boxeo; y en ese sentido se empareja con el filme “Million Dollar Baby” (2004)
“Los caballos forman parte de la vida de esas persona, hay niños que empiezan a montar a los 5 años”, explica Zhao; y dijo que “las escenas de rodeo eran bastante difíciles de filmar porque estábamos en un lugar público, y había muchas cosas a nuestro alrededor.
Una de mis escenas favoritas es con Lilly.
Fue completamente improvisado.
La mayoría de sus escenas, todo ese “oro”, viene directamente de ella”
Y Brady agrega:
“Desde el final del rodaje, mi esposa y yo hemos iniciado un programa de reproducción llamado “Jandreau Performance Horses”
Los entrenamos a través de todo, cabalgatas y eventos en la arena; carreras de barriles…
Lo que sea, podemos entrenarlo.
Todas las formas, colores y tamaños.
Mi esposa está actuando en realidad en la película también.
Tenemos una niña…
Entonces, somos padres ahora.
Y todavía entreno potros todos los días.
Espero que la gente se dé cuenta de no dar tanto por sentado.
Cuando la vida te lleva en una nueva dirección, no tiene que ser algo negativo.
Hay cosas positivas que pueden salir de cualquier cosa.
Podría haber cosas negativas sucediendo en su vida, en realidad no tiene que tener un resultado negativo siempre que tenga una actitud positiva.
No se trata de lo que sucede en tu vida, se trata de cómo reaccionas ante ella”
Así pues, como se dijo, los actores principales son los miembros de la familia Jandreau.
No son profesionales, se interpretan a sí mismos como prácticamente todo el resto del reparto del filme.
Eso hace que esta sea una historia de ficción, con sus licencias, pero intuimos que está inspirada en acontecimientos, esencialmente trágicos, que les han ocurrido a los componentes de esta fracturada familia que ha vivido siempre en el corazón de La Vieja, Profunda y Golpeada América”
De esa manera, Brady es uno de sus personajes cinematográficos que no podemos olvidar, y una cara acompañada de un temperamento que nos atan a su destino.
También es el representante de un tiempo nostálgico, un Estados Unidos enamorado de la libertad, que vive en comunión con la naturaleza, y que hoy es casi inexistente y marginada.
Los vaqueros de esta reserva, forman una comunidad extremadamente estrecha, en la que el rodeo ocupa un lugar central, lo que les permite demostrar su valentía y reunirse en torno a este gran espectáculo unificador.
No hay lugar para la autocompasión y, por tanto, no hay miserias en esta película que sigue la trayectoria de su personaje a la manera de un documental con un final muy sentido:
Brady y su amigo imaginando y sintiendo juntos el montar un caballo con el viento de frente por el campo.
No necesitan decirse nada, con la mirada compartida, uno al otro, sabemos que ambos sienten la misma sensación.
Es increíble, como la más mínima de las historias, se transforma en una de las mejores películas de la temporada.
Lo que en el Hollywood más complaciente podría convertirse en una historia de superación personal, en las manos de la directora Chloé Zhao se vuelve un retrato minucioso y precioso de un chico que se pasa durante los 100 minutos que dura la película, intentando despedirse de su antigua vida, y tratando de descubrir su nuevo lugar en el mundo; porque se dio cuenta que ahora es un “cowboy sin caballo.
¿Y ahora qué?
Pues ahora toca revisionar la figura del “cowboy”, incluso esa masculinidad desfasada y herida en el mundo de hoy en día, atacada por unos feminismos que no tienen vistas de desaparecer; y se hace dentro de un universo lleno de hombres, donde la figura del chico montando un caballo lo es todo.
Los diálogos son magistrales, pero son las imágenes que crea Chloé Zhao las que acaban calando hondo:
Brady cabalgando saboreando el viento; los tiernos momentos con su hermana; las visitas al hospital para cuidar y animar a un amigo que acabó mucho peor que él; o las escenas donde solo cabe debatirse por qué futuro tomar, ahora que su vida debe ser reiniciada.
Pero él sólo sabe ser un cowboy… y la sociedad se lo recuerda en incontables momentos; y algo dentro de Brady se rompe, y no volverá a ser el mismo.
No, no es Hollywood, ni siquiera ese cine autoral dentro de la industria, como “The Wrestler” (2008) de Darren Aronofsky, donde hay cabida para una redención o un último combate.
El partido, simplemente, se ha acabado.
Todos los impulsos externos, familiares y sociales le empujaban a ser un “cowboy”, el mejor de todos, pero:
¿Qué hace un cowboy cuando ya no tiene caballo que montar?
Recordemos el nombre de la cineasta china-americana, Chloé Zhao, que con este segundo trabajo obra el milagro en imágenes transmitiendo toda la pérdida con la mayor de la dignidad, sin tremendismo, donde solo queda envolverse por una atmósfera de “western” crepuscular.
Sí, es el fin de una época, de un modo de entender el mundo; y no, no tiene por qué ser el final de una vida.
Técnicamente, el digital no ha acabado con la poética en el cine actual, sino que ha cambiado la resolución con la que la apreciábamos; los atardeceres, el moverse de la vegetación, el polvo de la tierra alzándose, ayudan a conferir naturalismo al conjunto, sustentados también por la fotografía de Joshua James Richards.
El paisaje pasa a ser un testigo constante de la crisis existencial que cierne a Brady, poniendo en tela de juicio su orgullo, su virilidad y sus sueños; ya que él vivía imitando la imagen idealizada del “cowboy” que tiene en sus venas, sentía el orgullo de ello, y quería seguir compartiendo ese espejismo con sus amigos de los rodeos; pero su propia experiencia y la mirada de Zhao descubren otra verdad…
Los vaqueros tienen miedo, sueñan con su fantasía como niños, pero sienten los peligros, el cariño… como adultos.
El “cowboy” del “Lejano Oeste” hoy no va matando serpientes por el desierto, jugándose la vida en duelos con pistoleros ni se va de putas a ningún “Saloon”
Para la directora:
“Gracias a la aventura de Brady, tanto dentro como fuera de la pantalla, espero explorar nuestra cultura de la masculinidad y ofrecer una versión más matizada del clásico vaquero estadounidense.
También quiero ofrecer un retrato auténtico de esa “América Profunda” tan dura, honesta y hermosa que amo y respeto profundamente”
Es eso se cumple en un relato en el que esa nueva cultura de la masculinidad tiene una imagen irrebatible:
Brady acude a menudo a visitar a un gran amigo, Lane Scott, que con 19 años quedó parapléjico.
No puede hablar, y se comunica con pequeños movimientos de la mano.
Es la imagen de la vida real, del sueño roto de estos “cowboys”; y a pesar de todo, los amigos ríen; Brady le recuerda sus éxitos en los rodeos, le fabrica unas riendas ficticias, y le mueve como si estuviera montando.
Después, Brady vuelve a su casa con Lilly, su padre y los caballos... con la esperanza de no dejar caer sus sueños.
Así, al terminar la película, se intuye Brady ha vuelto a montar, poco a poco y con mucho cuidado, ya no participa en rodeos, pero sigue entrenando caballos para venderlos.
“Brady parece entender cada movimiento del caballo, como si ambos estuvieran enfrascados en una rutina de baile telepático.
Uno le cede el paso al otro, hasta que surge la confianza entre ellos, de forma lenta y suave.
Lo lleva haciendo desde los 8 años, y verlo es un auténtico espectáculo”, dijo la directora.
“El espectáculo del moderno “cowboy” americano”, sentenció.
Porque ahora Brady debe aceptar cambiar su modo de vida:
Debe abandonar su sueño como estrella de rodeos, pero comprende que él no es como el caballo herido al que hay que sacrificar.
Comprende que estar vivo significa seguir cabalgando.
Cuidando de su hermana pequeña a la que adora.
Acompañando a su amigo Lane, y estableciendo nuevos lazos con su padre.
Buscando esos nuevos horizontes y sueños que se hacen posibles por el simple hecho de estar vivo.
El mensaje que nos deja The Rider a cada paso que damos durante su proyección, es apreciar que todos los seres humanos podemos tener varios defectos, ciertas taras o privaciones físicas o psíquicas, que en un principio deberían ser un obstáculo para avanzar en nuestra vida, pero la lección es que el alma y nuestra esencia, está muy por encima de nuestra conformación más material.
Por ello, The Rider es una película para almas sensibles y espíritus libres que ansían romper cualquier barrera o frontera que la vida nos ponga en frente.
“Not everybody's life is a movie”
Gracias al “western”, todos sabemos que aquello de los indios fue una invasión y un genocidio de los europeos pobres en busca de fortuna rápida; que los indios terminaron recluidos en reservas, y sirviendo de atracción turística; y ahora son el testimonio vivo de la leyenda, venida a folklore, de su propio exterminio.
La Reserva Indígena Pine Ridge, en Lakota, “Wazí Aháŋhaŋ Oyá )ke” también llamada “Agencia Pine Ridge”, es víctima de la ideología del olvido, de la sospecha, de la marginación social y económica, del rechazo racista y la represión violenta de las comunidades indígenas.
Esto se deduce de los numerosos estudios sobre sus condiciones de vida, realizados por entidades oficiales, religiosas, organizaciones no gubernamentales y organismos internacionales, donde la mayoría coincide en afirmar que la situación es de pobreza extrema, con destrucción del tejido social, la marginación creciente y las nulas posibilidades de integración colectiva o de reconocimiento de su cultura singular.
Aisladas, sin posibilidades económicas, sobreviven mediante el desarrollo de actividades informales, carentes de cobertura sanitaria y educacional.
Los trabajadores indios reciben, como media, un salario equivalente al 60% del sueldo que cobran trabajadores de otras etnias por igual tarea y tiempo empleados.
Los cambios demográficos y sociales, y el desarrollo tecnológico, han sido la causa de numerosos cambios en la economía que obligaron a grandes migraciones internas de los indígenas hacia las ciudades; por lo que las tareas agrícolas fueron perdiendo peso en el aparato productivo, y su rendimiento se hizo cada vez más escaso, originando el traslado de hábitat para sobrevivir, con la consiguiente pérdida de signos de identidad que ello supone.
La tensa historia del horripilante “Presidente” Donald Trump con los nativos americanos, continúa resonando aquí.
En el año 2000, cuando la creciente industria de casinos nativos americanos en el estado de New York amenazaba sus propios intereses de juego en New Jersey, el empresario/aprendiz de presidente, apuntó a la tribu St. Regis Mohawk; y gastó secretamente $1 millón en anuncios de periódicos locales que representaban a la tribu como “criminales organizados y traficantes de cocaína”, debajo de una fotografía de jeringas y líneas de pólvora, corrió la pregunta:
“¿Son estos los nuevos vecinos que queremos?”
“Nos mostró lo que realmente piensa de nosotros”, dijo Eileen Janis, una líder de la comunidad, que dirige el único programa de intervención suicida de Oglala Lakota con su colega Yvonne “Tiny” DeCory.
“Ahora en el cargo, Trump amenaza con diezmar las pequeñas ganancias anunciadas por el cierre de Whiteclay.
Pero la propuesta de recortes presupuestarios del 25% de Trump para el programa de cupones de alimentos, en la que al menos el 49% de las personas aquí confiadas en 2009, provocaría que muchos más niños pasen hambre aquí”, dijo.
La administración, también está proponiendo una serie de recortes a los departamentos federales en los que la tribu confía para obtener una subvención de dinero para una gama de servicios públicos que incluyen educación, salud pública y vigilancia policial.
Los hombres habían colocado un letrero a su lado que revoloteaba en el viento y leían:
“Indio Sobrio, Indio Peligroso”
Por su parte, Olowan Martínez, optimista de que El Tribunal Supremo mantendría cerradas las tiendas de licores, se encontraba entre una minoría de personas que se negaron a preocuparse por una nueva era de austeridad:
“Podría cortar lo que quiera.
Ya sabemos quién es nuestro opresor.
Ese gobierno es el opresor.
Esta es nuestra tierra, nuestro territorio, y estaremos bien”, dijo.
“Desearía que La Madre Tierra la sacudiera de nuevo, y tendríamos que empezar de nuevo.
Sólo los fuertes sobreviven”, sentenció.
De esa manera, trágica, por culpa de este aislamiento, olvido y marginación social y cultural, los nativos americanos pierden su identidad; lo que les lleva a una continua depresión y desidia, y de ahí vienen sus problemas con el alcohol, drogas y un elevado índice de suicidio.
Todo ello solo para olvidar.
“Never abandon your dreams”
¿Acaso hay algo más triste que un “cowboy” sin su caballo?
Es innegable que la gente en casi cualquier disciplina artística, suela demostrar su apego hacia historias que muestran la cara menos amable de la vida, tal vez debido a la empatía inmediata que genera en casi cualquier persona con experiencia en esto de “estar vivo”
Y las historias crepusculares, aquellas que transitan por aquello que ya no existe, aunque quienes lo vivieron siguen apegados a ello, en franca decadencia, casi que podrían formar su propia categoría “cinéfila”
El “western” por ejemplo, siempre estará ligado al cine, ha evolucionado con él, le ha ayudo a crecer, y al igual que ocurre con sus historias, sigue abriendo esa frontera eterna y tan humana, capaz de romper cualquier barrera, e innovar eternamente, utilizando nuevas formas o métodos de expresión artística.
También conocidas como “Neo-Westerns”, estas películas tienen una configuración contemporánea de los EEUU y utilizan temas y motivos del “Viejo Oeste” con un antihéroe rebelde, llanuras abiertas y paisajes desérticos y tiroteos.
En su mayor parte, todavía tienen lugar en “El Oeste Americano” y revelan la progresión de la mentalidad del “Viejo Oeste” hacia finales del siglo XX y principios del siglo XXI.
Este subgénero, a menudo presenta personajes del tipo del “Viejo Oeste” que luchan contra el desplazamiento en “un mundo civilizado que rechaza su marca de justicia obsoleta”; y es que tradicionalmente en el cine, el jinete de rodeo es un personaje mecido por el azar, por la fatalidad, como lo es el boxeador, un perdedor siempre de “algo”; y lo único más solitario que un vaquero, observando una tierra donde nadie lo entiende, es ese mismo vaquero sin un caballo…
Y es en esas historias donde se manifiesta una creciente sensación de desilusión, sugiriendo que el estilo de vida del rodeo que muchos personajes romantizan sin reservas, a menudo conduce a la ruina física y psicológica; porque el auténtico “vaquero americano”, ya no es la figura que el cine de EEUU nos ha presentado en tantas y tan grandes películas.
El “nuevo vaquero”, es un hombre que debe ir asumiendo su condición en este siglo XXI, un hombre físico, de acción, sí, pero que no tiene más remedio que dejar definitivamente de lado la imagen idealizada del “cowboy” y tomar aquella premisa de:
“Adaptarse o morir”
Y una región que ha sufrido este tipo de castigos ha sido Pine Ridge, la 8ª reserva más grande en los Estados Unidos, y también la más pobre y golpeada por el flagelo de los vicios.
La población de Pine Ridge, sufre condiciones de salud, que incluyen altas tasas de mortalidad, depresión, alcoholismo, abuso de drogas, malnutrición y diabetes, entre otros.
El acceso a la reserva de salud es limitado en comparación con las áreas urbanas, y no es suficiente.
El desempleo en la reserva, oscila entre el 80% y el 85%, y el 49% de la población vive por debajo del nivel federal de pobreza.
Muchas de esas familias no tienen electricidad, teléfono, agua corriente o sistemas de alcantarillado; y muchos usan estufas de leña para calentar sus hogares, agotando los recursos limitados de madera.
¿ahora pues, cómo podemos reconstruirnos cuando ya no podemos ejercer la única profesión para la que siempre hemos tenido la intención, y mediante la cual hemos construido nuestra identidad?
En otras palabras:
¿Qué hacemos cuando no podemos cumplir con aquello para lo que nacimos?
Si tu mundo, tus sueños y tu vida entera sólo conoce de entrenar broncos caballos, de llanuras machacadas por El Sol y asoladas por el viento, de montar potros salvajes o reses vacunas bravas durante unos breves segundos que rezuman valor y poderío, y representan tu única forma de entender tu existencia.
Y si todo eso se pierde repentinamente, en el ocaso agostado del Edén perdido a causa de un desafortunado accidente que te deja lisiado y con secuelas imborrables que te impiden reanudar tu andadura en el punto en el que la dejaste, entonces todo cambia y te preguntas:
Qué sentido tiene seguir adelante con tus absortos amigos, con tu escasa familia, con tus lúgubres días, y anhelas recibir un tiro de gracia compasivo que ponga fin a tu tormento, a tu angustia y a tu calvario.
Los sueños, muchas veces no se cumplen, y se cae en una profunda tristeza cuando toda tu vida la sacrificas girando alrededor de algo que te ilusiona y que por alguna circunstancia lo tienes que dejar.
“A truly human story of cowboy perseverance”
The Rider es drama del año 2017, escrito y dirigido por Chloé Zhao.
Protagonizado por Brady Jandreau, Tim Jandreau, Lilly Jandreau, Cat Clifford, Terri Dawn Pourier, Lane Scott, Tanner Langdeau, James Calhoon, Derrick Janis, entre otros.
El guion está basado en algunas historias reales con las que la directora se topó al conocer a estos montadores que se interpretan a sí mismos en el film; y es que Chloé Zhao, de 36 años, es una directora de cine, guionista y productora china; cuyo primer largometraje, “Songs My Brothers Taught Me” (2015), se estrenó en El Festival de Cine de Sundance; y este, su 2º largometraje, fue aclamado por la crítica, y recibió varios galardones, incluyendo nominaciones para El Premio Independent Spirit como Mejor Película y Mejor Director.
Similar a su primer largometraje, Zhao utilizó un elenco de no actores que vivían en el rancho donde se filmó la película; por lo que está “dedicada a todos los jinetes que se juegan la vida en 8 segundos”; y el objetivo de la película no es marcar intensamente la verdad y el realismo de lo mostrado en pantalla, sino que la directora aprovecha este preciosismo formal y esta verdad para hablar sobre el tema del que realmente trata la película:
Cómo una profunda crisis existencial empuja al protagonista a una búsqueda de identidad.
Y para encontrar financiación, The Rider experimentó su propio rodeo:
Zhao apenas disponía de unos $100 mil, pero los habitantes de la reserva de Pine Ridge en Dakota del Sur, le ofrecieron ayuda y libertad para rodar gratuitamente.
Aunque la cineasta reconoce que tanta limitación tuvo sus ventajas:
“No disponía de muchas opciones, ni tampoco debía nada a nadie, por tanto, solo me quedaba decidir qué era realmente importante para la película:
Los vaqueros, los caballos y las heridas:
La vida misma”
Rodado en las tierras baldías y en la reserva india de Pine Ridge, en Dakota del Sur, este lugar posee un tipo de paisaje de características áridas y de litología rica en “lutitas” o rocas de granos muy finos, extensamente erosionado por el agua y el viento, debido a la falta de vegetación; con cañones, cárcavas, barrancos, canales, chimenea de hadas, o columnas de roca con formas en sus picos y otras formas geológicas del estilo son comunes en las “badlands”
The Rider fue estrenado en cines en los Estados Unidos el 13 de abril de 2018, y es un drama y western del cine independiente de “La América Profunda”, sobre un joven entrenador de caballos, y cómo lidia su día a día tras un accidente en El Rodeo.
Él es Brady Blackburn (Brady Jandreau), que fue una de las estrellas del rodeo y un talentoso entrenador de caballos, pero sufre un accidente que le incapacita para volver a montar.
Cuando vuelve a casa, se da cuenta de que lo único que quiere hacer es montar a caballo y participar en rodeos, lo que le frustra bastante.
Y frente a la situación familiar de tener a su padre, Wayne Blackburn (Tim Jandreau) desmoronado y que ha dilapidado la poca fortuna que tenían; y una hermana menor, Lilly Blackburn (Lilly Jandreau) con incapacidades intelectuales; Brady mantiene dentro de sus sueños que se derrumban, el coraje de levantarse y seguir adelante, ayudando a un amigo con daños cerebrales, llamado Lane Scott (Lane Scott), y adiestrando a un caballo asilvestrado que le sirve de esperanza para volver a montar.
En un intento por retomar el control de su vida, Brady emprende un viaje en busca de una nueva identidad y del significado de lo que es ser un hombre en el corazón de EEUU.
Esta es una impresionante película, de esas por las que el cine es llamado El Séptimo Arte, poética, con todos los elementos que la elevan como una de las mejores películas del año, por el estupendo trabajo de dirección, la fotografía de Joshua James Richards, que es asombrosa, con muchas tomas que muestran las praderas sin árboles del corazón vacío de los Estados Unidos en toda su belleza.
Y las actuaciones, en especial de Brady Jandreau y Lane Scott, es lo mejor que se ha visto en años, Scott es un compañero que sufrió una lesión todavía más grave, y que apuntala la dosis más humana del film; y todo sin poder articular, lamentablemente, ni una sola palabra; por ello, la película tiene tanto de retrato individual como de esbozo familiar y de dibujo ambiental, con una maravillosa fotografía que rezuma alma e interior de los personajes.
Sin caer en los sentimentalismos, el filme arranca con un golpe al estómago, y te lo va recordando en todo el metraje, donde esperamos y deseamos que nada le pase a este personaje que sólo sabe hacer una cosa… y también seremos testigos de cómo la sociedad nos acosa y nos recuerda que el pasado glorioso es gigantesco, y somos propensos a competir con ello, nosotros mismos.
Escenas para el recuerdo… sus 100 minutos de metraje, donde cada paisaje nos muestra el interior de Brady, con una iluminación realmente incomparable, porque este es un filme de detalles, donde hay una enseñanza, una lección, una idea en cada toma; y en eso, el rostro de Brady es increíblemente soberbio, por su templanza, su hombría, su valentía… todas las emociones se reflejan en ese joven profesional que de pronto la vida le arrebató toda esperanza.
El Hombre del Oeste, es pues reinterpretado en el ocaso de una forma de vida, ofreciendo una sensible y veraz mirada sobre la figura del “cowboy” actual y la vida rural estadounidense, desde un protagonista que expone a la cámara su vida, ofreciendo un estimable enigma sobre qué es documental, y qué no es ficción.
También, The Rider da una buena visión del mundo del rodeo, un fenómeno cultural tan esencial para “El Oeste Americano”
Pero es esencialmente una película sobre un hombre que lucha contra las probabilidades de hacer lo que quiere hacer, y no puede.
Atención a la relación con la hermana, con Lane y con los caballos, y cuando nos enteramos lo bueno que es en su oficio, y nos da la prueba que hay “otras” maneras de jamás abandonar los sueños.
Mientras observaba los créditos finales, vemos que Brady Jandreau se menciona 2 veces:
Como actor principal y como entrenador de caballos; y esa es una forma de decirle a la audiencia que Jandreau está, de hecho, interpretándose a sí mismo, o al menos una versión de su personalidad.
En definitiva, esta es una historia simple, pero se cuenta con mucha empatía por las decisiones desgarradoras que Brady tiene que tomar.
Podemos verlo luchando con su destino y, al final sabe que está destinado a montar a caballo, que “como un caballo, está destinado a correr a través de la pradera”
Hay varias historias secundarias que profundizan la comprensión de la situación de Brady:
Su hermana adolescente con problemas mentales, la familia es pobre y vive en un remolque, y tiene que despedirse de 2 de sus caballos favoritos...
Total, este filme debe ser al menos nominado al Oscar como mejor película, mejor director, mejor actor, mejor actor de reparto, mejor guión y bueno… es obligatoria de ver, porque es un “tour de forcé” para la resistencia emocional, una película muy pero muy llena de eso que llamamos humanidad; y logra lo mejor para el cine:
Reproduce un mundo con tanta agudeza, fidelidad y empatía que trasciende lo mundano y toca lo universal; y podríamos decir por tanto que, más que una obra de ficción, tenemos ante nosotros un seudodocumental, hecho que convierte la crudeza de determinadas situaciones en algo realmente impactante.
Todo contado con pulcritud, concisión, elegancia formal, belleza y verdad.
“I would truly risk my life to keep doing what I love”
El impulso de la directora china, Chloé Zhao para hacer la película, llegó cuando Brady Jandreau, un vaquero a quien conoció y se hizo amigo en la reserva donde filmó su primera película, sufrió una grave lesión en la cabeza cuando fue arrojado de su caballo durante una competencia de rodeo.
Según se cuenta, su cerebro sufrió una hemorragia interna, y Brady entró en coma por 3 días; y después de diversas operaciones le colocaron una placa de metal en la cabeza, pues sufre de problemas por el traumatismo craneoencefálico; y los médicos le aconsejaron, no volver a montar, porque no sobreviviría a un nuevo golpe en la cabeza.
La fascinación de estos vaqueros que viven actualmente como en “El Viejo Oeste”, hizo a la directora escribir un guión, y contar esta sencilla historia, eligiendo a una verdadera familia de Dakota para interpretarla; ya que todos pertenecen a la tribu lakota, pueblo que vive en los márgenes del río Missouri, y que es parte de la tribu siux.
Nadie lo diría a juzgar por “el modus vivendi” de Brady y los suyos, pero lo cierto es que la presencia del elemento nativo confiere al filme un cierto toque reivindicativo, que entronca de pleno con el primer filme de la directora, “Songs My Brothers Taught Me” (2015)
De hecho:
Brady Jandreau, Tim Jandreau, Lilly Jandreau, que son familia; más Terri Dawn Pourier, Lane Scott, Tanner Langdeau y James Calhoon, participan en su primera película.
Muchos de ellos forman un grupo de jóvenes cortos de inteligencia, parias sociales en una “América Profunda” y tradicional en proceso de derribo, adictos a la adrenalina del peligro y a una gloria incierta y, en todo caso, efímera, a los que, sin embargo, no deja de arropar y comprender en todo momento.
Inicialmente, la directora había visitado el rancho donde trabajaba Jandreau, y él le estaba enseñando a montar a caballo; y quería ponerlo en una de sus películas… fue cuando tuvo el accidente que lo dejó con lesiones que le cambiaron la vida, que ella decidió basar el guión de su próxima película en su historia:
El terrible mundo de unos seres humanos capaces de domar a los animales salvajes, pero incapaces de domar a la vida, demasiadas veces mucho más peligrosa y traicionera.
Así debe decirse que la directora originaria de Beijing, pero que vive en EEUU, se ha sumergido por completo en el mundo de la reserva de Pine Ridge, ubicada en el Estado de Dakota del Sur, en el medio de los Estados Unidos, un área india habitada por vaqueros que descienden de Sioux Lakota Oglala, descendencia India.
Y en las antípodas, ella, nacida y criada en China, tiene una perspectiva única sobre los Estados Unidos y sus comunidades minoritarias, lo que le otorga un lugar especial en el cine independiente estadounidense, con la que es muy crítica, denunciando la estandarización impuesta por la renuencia de los productores a tratar temas cuyo potencial comercial no está claro.
El hecho es que al rodar con actores no profesionales de la comunidad india nativa de Pine Ridge Reserve, y para esta su segunda película, Zhao impone personajes que no conocemos en ninguna otra parte; por lo que respalda la cita de Jean Renoir:
“El arte del cine es acercarse a la verdad de los hombres”; y ella comprende la verdad de Brady, que es feliz, y se apasiona solo cuando comparte con la naturaleza y los caballos.
Estos momentos son mágicos, son una liberación, tanto para él como para el espectador; y la elección de lentes angulares para poner al personaje en su entorno, es particularmente relevante, ya que nos ayuda a identificarnos con el mismo, con la inmensidad de las llanuras y la belleza de esta naturaleza, y eleva la película a un estilo único e irrepetible.
Narrativamente, en The Rider no dejan de suceder cosas, pero toda la obra se resume en aceptar lo que se deja atrás por un bien mayor, la propia familia, por muy disfuncional que esta sea.
De esa manera, Brady se despierta en su casa con una profunda y terrible herida en la cabeza; y frente al espejo, comienza a vestirse como un “cowboy”:
Sombrero, botas, camisa, etc., toda la parafernalia que cualquiera conoce gracias al Séptimo Arte.
Estamos en algún lugar del “Viejo Oeste”, donde los cowboys cabalgan en las praderas, o el desierto, beben cerveza en antros de mala muerte mientras escuchan música “country” y se desviven por los rodeos.
Es su universo; y ahí está Brady, la joven promesa del arte de montar a un caballo enfurecido, ídolo local, estrella en ciernes, y el orgullo de la familia.
Un auténtico “cowboy”
Pero Brady vive en la pobreza con su padre Wayne, y su hermana menor Lilly que tiene autismo; y una vez que se convirtió en una estrella en ascenso en el circuito de rodeo, Brady sufrió daño cerebral debido a un accidente en una competencia de equitación, lo que dificultó las funciones motoras en su mano derecha, y lo dejó propenso a las convulsiones; por lo que los médicos le han dicho que ya no puede andar, y que sus ataques empeorarán.
Brady visita regularmente a su amigo, Lane Scott que vive en un centro de atención médica después de sufrir un daño cerebral severo a causa de un accidente similar en la monta de toros; mientras tanto, su padre hace poco por cuidar de la familia, desperdiciando su dinero en beber y apostar; pues la madre lleva años fallecida; y para ayudar a mantener su remolque, Wayne vende su caballo llamado Gus (Mooney), lo que provoca enfurecer a Brady.
Brady, a cambio, consigue un trabajo como empleado de un supermercado para ayudar a recaudar dinero para la familia, pues pueden ser desalojados por un atraso en la renta; pero también se gana la vida un poco, “rompiendo caballos”
Con sus ahorros, él quiere comprar un nuevo caballo, pero su padre lo compra para él, y establece un vínculo muy fuerte con el caballo, como lo había hecho con Gus en el pasado.
Sin embargo, su constante ganas por equitación y la negativa a descansar con su lesión cerebral, hacen que sufra una convulsión casi mortal.
Los médicos le advierten que, si no deja de montar, podría morir; y al regresar a casa, Brady descubre que su caballo intentó escapar de la cerca, hiriéndose permanentemente una de sus patas.
Sabiendo que el caballo nunca podrá ser montado nunca más, tiene que pedirle a su padre que lo mate, después de no ser capaz de hacerlo…
Posteriormente, ya derrotado por la falta de esperanzas, después de una discusión con su padre, Brady decide competir en un rodeo, a pesar de las advertencias del médico.
En la competencia, antes de que él se suba, ve a su padre y su hermana mirándolo… y finalmente decide alejarse de la competencia y, presumiblemente, de su vida como jinete de rodeo.
Este es un mundo lleno de hombres, donde las mujeres parecen relevadas a un segundo plano, aunque la presencia de su hermana inunda con franca ternura el relato, sin ser irritante por su condición autista; donde ambos muestran un cariño fraternal que brilla por su ausencia en el resto de los personajes.
Pero Brady no es un machito loco ni un personaje que quiera anclarse en un pasado que sabe que no volverá.
Él intenta encontrar un camino, su camino, lo más acorde a su situación actual.
En ese sentido, el personaje resulta maravilloso, alejado de cierto estereotipo de personajes que inundan la pantalla cuando se trata de hablar del fracasado, el perdedor o “loser”
Por ello, la cineasta oriental ha escogido una narrativa pausada, que va de menos a más, y requiere cierta dosis de paciencia a la audiencia.
Si somos capaces de adaptarnos a ella, disfrutaremos de una maravillosa experiencia que nos conduce, a medida que avanzamos en un relato que evoluciona paralelamente al estado de ánimo del protagonista, de los interiores asfixiantes y de la oscuridad inicial, a los espacios abiertos y la luminosidad posterior.
La manera tan delicada en la que se nos muestra el proceso de doma de un potro salvaje, compone una de las secuencias más hermosas, paradigma de un largometraje que se nutre de silencios, donde lo visual prima por encima de la palabra.
“Dios nos da a todos un propósito en la vida.
A un caballo, pasear por la pradera.
A un vaquero, cabalgar en un rodeo”
Esta reflexión, extraída de una conversación en la que el protagonista le explica a su hermana con autismo, la importancia que para él tiene la pasión a la que se ha consagrado en cuerpo y alma, encierra la clave para entender en toda su dimensión, el relato que narra esta sencilla cinta independiente, que golpea y emociona de a poco, hasta conseguir dejarnos visiblemente tocados y agotados.
La identificación del jinete con el animal, es inmediata:
Ha sufrido un accidente que le ha producido lesiones cerebrales incompatibles con la práctica de la única actividad que da sentido a su existencia:
Montar un équido salvaje en un rodeo.
Por ello, la película puede interpretarse como un relato heroico de perseverancia y dedicación.
Brady vive para el rodeo, y el espectador entiende por qué le gustan los caballos, la ropa, la masculinidad y la competencia; y la directora lo indica en escenas sutiles; por ejemplo, cuando decide empeñar su silla hecha a medida, porque necesita el dinero… y en el último momento cambia de opinión; o en la lucha libre, que aun teniendo su problema craneal, mantiene su virilidad/hombría/masculinidad.
Pero también puede interpretar esta película como una historia triste, de un hombre que solo tiene posibilidades limitadas en la vida debido al entorno en el que crece.
Brady realmente no tiene nada más en su vida, y ni siquiera es capaz de imaginar cambiarlo.
Una de las escenas más tristes, es cuando Brady visita a otro héroe del rodeo, Lane, quien está paralizado de por vida después de una caída, y vive en un centro de atención.
Ayudado por 3 asistentes, Brady lleva a su amigo a montar un caballo de madera, le pone un sombrero de vaquero en la cabeza, y lo hace moverse como si estuviera montando un caballo...
Incluso este terrible ejemplo no disuade a Brady de continuar montando en rodeo.
Y es que The Rider no es una película que rasque sólo la superficie, explora los valores por los que se rige el individuo en un lugar con férreas creencias sobre lo que significa ser un hombre; también profundiza en la reflexión sobre la estima personal y su relación con los seres queridos; y muestra el valor de la amistad.
Posee momentos de una fuerza lírica realmente inspiradora y emotiva; se siente sincera, si es que este adjetivo no ha perdido su valor como pocas.
Sin embargo, el ingrediente clave llega al final, cuando el espectador se da cuenta de la metáfora vital que ha vivido el propio Brady con uno sus caballos, y la perspectiva única que le permite enfrentarse, en varias ocasiones, a la realidad de otro jinete que sí lo ha perdido casi todo, un Lane Scott al que podemos ver en algunos vídeos previos al accidente, disparando sobre el espectador las mismas emociones que tiene Brady cuando se resiste a entender su propia realidad.
Y al final, veremos como el oficio de entrenador de caballos será como si Lane fuera su caballo, que tiene que rescatar de la oscuridad de donde vive, aun cuando las probabilidades sean escasas…
Por otra parte, la tensión que provoca el clima social-familiar y el pesar del protagonista por abandonar su labor de jinete a causa de un accidente, es excelentemente representado por Brady Jandreau.
Porque esta es una historia que parece simple, pero que expresa un mensaje impactante que permite empatizar con “todos los jinetes que se juegan la vida en 8 segundos”, esos a los que la directora dedica el filme.
Y en ese sentido, The Rider tiene un gran poso de verdad:
Es una película sobre el ocaso de una forma de vida, la de los jinetes de rodeos en el tiempo actual.
No aparece ni la nostalgia ni la melancolía, ni hay espacio para bonitos cielos crepusculares o reflexiones sobre los tiempos que han cambiado.
Descubrimos, junto con Brady, las secuelas de su accidente, y esa mano que se duerme y le limita el agarre las riendas de su vida.
Pero Zhao nunca sobre utiliza su personaje, ni teoriza sobre el mandato de virilidad que debe obedecer desde la infancia, en un entorno que no ofrece otro horizonte y mucho menos es autocompasivo; y la realidad viene dada del mismo actor debutante, Brady Jandreau, que no puede recordar un momento antes de los caballos:
“Antes podía montar y controlar un caballo.
Estaba entrenado para ir al baño.
En lo que a mi ascendencia se refiere, siempre fuimos gente de caballos; así que se han transmitido muchas cosas, está en mi sangre.
Mi esposa es una mujer de caballos.
Mi hija tiene 13 meses, y puede controlar un caballo sola”
Jandreau puede ser nuevo en el cine, pero el vaquero de 22 años es un narrador nato; y cuenta que “El Día de Los Inocentes de 2016”, dice con ironía, “tuve una fractura de cráneo en el rodeo de La Asociación de Vaqueros Profesionales.
Mi cráneo estaba aplastado.
Inicialmente no me dejó fuera de combate, pero luego me llevaron al hospital, y allí tuve una convulsión de cuerpo completo.
Hicieron una cirugía cerebral, y pusieron un gran plato en mi cabeza.
Tenía 3 partes del cráneo rotas, 2 regiones de mi cerebro dañadas, y mucha sangre en el cerebro.
La rotura fue una fractura, por lo que había muchos fragmentos pequeños en mi cavidad cerebral y también había estiércol y arena en mi cráneo.
Tuvieron que limpiar todo eso, y ponerme antibióticos de muy alta calidad.
Unos 5 días después comencé a despertarme por mi cuenta mientras estaba bajo los sedantes.
Me asusté y traté de extraer mis tubos, no sabía quién era ni dónde estaba ni qué estaba pasando.
Cuanto más tiempo estaba en el hospital, peor me puso.
Tuve depresión, cambios de humor, y llegué a un acuerdo para no volver al rodeo.
No pudieron retenerme legalmente; y una vez fui a casa y volví a hacer las cosas que solía hacer.
Me convertí en la persona que solía ser”
Y eso se demuestra en las largas escenas de las competencias, que son particularmente llamativas.
La cámara se queda atrás, observado el poder del animal que puede dar en cualquier momento una patada fatal.
Vemos el coraje y la paciencia de Brady para ganar el respeto y la confianza del animal.
En estos momentos, el actor y el personaje están completamente fundidos.
La directora contó que “Jandreau trabajaba por las mañanas, y solo podía filmar a la luz del atardecer.
Y varias secuencias con los caballos, simplemente ocurrieron ante la cámara.
Brady y yo hablamos mucho, antes y durante el rodaje, sobre todo para las escenas más emocionales, para decidir hasta qué límite llegar”, relata Zhao.
No hay morbo en el resultado final, solo humanidad.
De paso, The Rider abre una ventana hacia un mundo poco conocido, al menos fuera de América, donde muchas familias dependen del rodeo, pues para ellos lo es todo:
Mueve bastante dinero, y los jinetes profesionales de broncos generan un movimiento grande, como lo hace por ejemplo el boxeo; y en ese sentido se empareja con el filme “Million Dollar Baby” (2004)
“Los caballos forman parte de la vida de esas persona, hay niños que empiezan a montar a los 5 años”, explica Zhao; y dijo que “las escenas de rodeo eran bastante difíciles de filmar porque estábamos en un lugar público, y había muchas cosas a nuestro alrededor.
Una de mis escenas favoritas es con Lilly.
Fue completamente improvisado.
La mayoría de sus escenas, todo ese “oro”, viene directamente de ella”
Y Brady agrega:
“Desde el final del rodaje, mi esposa y yo hemos iniciado un programa de reproducción llamado “Jandreau Performance Horses”
Los entrenamos a través de todo, cabalgatas y eventos en la arena; carreras de barriles…
Lo que sea, podemos entrenarlo.
Todas las formas, colores y tamaños.
Mi esposa está actuando en realidad en la película también.
Tenemos una niña…
Entonces, somos padres ahora.
Y todavía entreno potros todos los días.
Espero que la gente se dé cuenta de no dar tanto por sentado.
Cuando la vida te lleva en una nueva dirección, no tiene que ser algo negativo.
Hay cosas positivas que pueden salir de cualquier cosa.
Podría haber cosas negativas sucediendo en su vida, en realidad no tiene que tener un resultado negativo siempre que tenga una actitud positiva.
No se trata de lo que sucede en tu vida, se trata de cómo reaccionas ante ella”
Así pues, como se dijo, los actores principales son los miembros de la familia Jandreau.
No son profesionales, se interpretan a sí mismos como prácticamente todo el resto del reparto del filme.
Eso hace que esta sea una historia de ficción, con sus licencias, pero intuimos que está inspirada en acontecimientos, esencialmente trágicos, que les han ocurrido a los componentes de esta fracturada familia que ha vivido siempre en el corazón de La Vieja, Profunda y Golpeada América”
De esa manera, Brady es uno de sus personajes cinematográficos que no podemos olvidar, y una cara acompañada de un temperamento que nos atan a su destino.
También es el representante de un tiempo nostálgico, un Estados Unidos enamorado de la libertad, que vive en comunión con la naturaleza, y que hoy es casi inexistente y marginada.
Los vaqueros de esta reserva, forman una comunidad extremadamente estrecha, en la que el rodeo ocupa un lugar central, lo que les permite demostrar su valentía y reunirse en torno a este gran espectáculo unificador.
No hay lugar para la autocompasión y, por tanto, no hay miserias en esta película que sigue la trayectoria de su personaje a la manera de un documental con un final muy sentido:
Brady y su amigo imaginando y sintiendo juntos el montar un caballo con el viento de frente por el campo.
No necesitan decirse nada, con la mirada compartida, uno al otro, sabemos que ambos sienten la misma sensación.
Es increíble, como la más mínima de las historias, se transforma en una de las mejores películas de la temporada.
Lo que en el Hollywood más complaciente podría convertirse en una historia de superación personal, en las manos de la directora Chloé Zhao se vuelve un retrato minucioso y precioso de un chico que se pasa durante los 100 minutos que dura la película, intentando despedirse de su antigua vida, y tratando de descubrir su nuevo lugar en el mundo; porque se dio cuenta que ahora es un “cowboy sin caballo.
¿Y ahora qué?
Pues ahora toca revisionar la figura del “cowboy”, incluso esa masculinidad desfasada y herida en el mundo de hoy en día, atacada por unos feminismos que no tienen vistas de desaparecer; y se hace dentro de un universo lleno de hombres, donde la figura del chico montando un caballo lo es todo.
Los diálogos son magistrales, pero son las imágenes que crea Chloé Zhao las que acaban calando hondo:
Brady cabalgando saboreando el viento; los tiernos momentos con su hermana; las visitas al hospital para cuidar y animar a un amigo que acabó mucho peor que él; o las escenas donde solo cabe debatirse por qué futuro tomar, ahora que su vida debe ser reiniciada.
Pero él sólo sabe ser un cowboy… y la sociedad se lo recuerda en incontables momentos; y algo dentro de Brady se rompe, y no volverá a ser el mismo.
No, no es Hollywood, ni siquiera ese cine autoral dentro de la industria, como “The Wrestler” (2008) de Darren Aronofsky, donde hay cabida para una redención o un último combate.
El partido, simplemente, se ha acabado.
Todos los impulsos externos, familiares y sociales le empujaban a ser un “cowboy”, el mejor de todos, pero:
¿Qué hace un cowboy cuando ya no tiene caballo que montar?
Recordemos el nombre de la cineasta china-americana, Chloé Zhao, que con este segundo trabajo obra el milagro en imágenes transmitiendo toda la pérdida con la mayor de la dignidad, sin tremendismo, donde solo queda envolverse por una atmósfera de “western” crepuscular.
Sí, es el fin de una época, de un modo de entender el mundo; y no, no tiene por qué ser el final de una vida.
Técnicamente, el digital no ha acabado con la poética en el cine actual, sino que ha cambiado la resolución con la que la apreciábamos; los atardeceres, el moverse de la vegetación, el polvo de la tierra alzándose, ayudan a conferir naturalismo al conjunto, sustentados también por la fotografía de Joshua James Richards.
El paisaje pasa a ser un testigo constante de la crisis existencial que cierne a Brady, poniendo en tela de juicio su orgullo, su virilidad y sus sueños; ya que él vivía imitando la imagen idealizada del “cowboy” que tiene en sus venas, sentía el orgullo de ello, y quería seguir compartiendo ese espejismo con sus amigos de los rodeos; pero su propia experiencia y la mirada de Zhao descubren otra verdad…
Los vaqueros tienen miedo, sueñan con su fantasía como niños, pero sienten los peligros, el cariño… como adultos.
El “cowboy” del “Lejano Oeste” hoy no va matando serpientes por el desierto, jugándose la vida en duelos con pistoleros ni se va de putas a ningún “Saloon”
Para la directora:
“Gracias a la aventura de Brady, tanto dentro como fuera de la pantalla, espero explorar nuestra cultura de la masculinidad y ofrecer una versión más matizada del clásico vaquero estadounidense.
También quiero ofrecer un retrato auténtico de esa “América Profunda” tan dura, honesta y hermosa que amo y respeto profundamente”
Es eso se cumple en un relato en el que esa nueva cultura de la masculinidad tiene una imagen irrebatible:
Brady acude a menudo a visitar a un gran amigo, Lane Scott, que con 19 años quedó parapléjico.
No puede hablar, y se comunica con pequeños movimientos de la mano.
Es la imagen de la vida real, del sueño roto de estos “cowboys”; y a pesar de todo, los amigos ríen; Brady le recuerda sus éxitos en los rodeos, le fabrica unas riendas ficticias, y le mueve como si estuviera montando.
Después, Brady vuelve a su casa con Lilly, su padre y los caballos... con la esperanza de no dejar caer sus sueños.
Así, al terminar la película, se intuye Brady ha vuelto a montar, poco a poco y con mucho cuidado, ya no participa en rodeos, pero sigue entrenando caballos para venderlos.
“Brady parece entender cada movimiento del caballo, como si ambos estuvieran enfrascados en una rutina de baile telepático.
Uno le cede el paso al otro, hasta que surge la confianza entre ellos, de forma lenta y suave.
Lo lleva haciendo desde los 8 años, y verlo es un auténtico espectáculo”, dijo la directora.
“El espectáculo del moderno “cowboy” americano”, sentenció.
Porque ahora Brady debe aceptar cambiar su modo de vida:
Debe abandonar su sueño como estrella de rodeos, pero comprende que él no es como el caballo herido al que hay que sacrificar.
Comprende que estar vivo significa seguir cabalgando.
Cuidando de su hermana pequeña a la que adora.
Acompañando a su amigo Lane, y estableciendo nuevos lazos con su padre.
Buscando esos nuevos horizontes y sueños que se hacen posibles por el simple hecho de estar vivo.
El mensaje que nos deja The Rider a cada paso que damos durante su proyección, es apreciar que todos los seres humanos podemos tener varios defectos, ciertas taras o privaciones físicas o psíquicas, que en un principio deberían ser un obstáculo para avanzar en nuestra vida, pero la lección es que el alma y nuestra esencia, está muy por encima de nuestra conformación más material.
Por ello, The Rider es una película para almas sensibles y espíritus libres que ansían romper cualquier barrera o frontera que la vida nos ponga en frente.
“Not everybody's life is a movie”
Gracias al “western”, todos sabemos que aquello de los indios fue una invasión y un genocidio de los europeos pobres en busca de fortuna rápida; que los indios terminaron recluidos en reservas, y sirviendo de atracción turística; y ahora son el testimonio vivo de la leyenda, venida a folklore, de su propio exterminio.
La Reserva Indígena Pine Ridge, en Lakota, “Wazí Aháŋhaŋ Oyá )ke” también llamada “Agencia Pine Ridge”, es víctima de la ideología del olvido, de la sospecha, de la marginación social y económica, del rechazo racista y la represión violenta de las comunidades indígenas.
Esto se deduce de los numerosos estudios sobre sus condiciones de vida, realizados por entidades oficiales, religiosas, organizaciones no gubernamentales y organismos internacionales, donde la mayoría coincide en afirmar que la situación es de pobreza extrema, con destrucción del tejido social, la marginación creciente y las nulas posibilidades de integración colectiva o de reconocimiento de su cultura singular.
Aisladas, sin posibilidades económicas, sobreviven mediante el desarrollo de actividades informales, carentes de cobertura sanitaria y educacional.
Los trabajadores indios reciben, como media, un salario equivalente al 60% del sueldo que cobran trabajadores de otras etnias por igual tarea y tiempo empleados.
Los cambios demográficos y sociales, y el desarrollo tecnológico, han sido la causa de numerosos cambios en la economía que obligaron a grandes migraciones internas de los indígenas hacia las ciudades; por lo que las tareas agrícolas fueron perdiendo peso en el aparato productivo, y su rendimiento se hizo cada vez más escaso, originando el traslado de hábitat para sobrevivir, con la consiguiente pérdida de signos de identidad que ello supone.
La tensa historia del horripilante “Presidente” Donald Trump con los nativos americanos, continúa resonando aquí.
En el año 2000, cuando la creciente industria de casinos nativos americanos en el estado de New York amenazaba sus propios intereses de juego en New Jersey, el empresario/aprendiz de presidente, apuntó a la tribu St. Regis Mohawk; y gastó secretamente $1 millón en anuncios de periódicos locales que representaban a la tribu como “criminales organizados y traficantes de cocaína”, debajo de una fotografía de jeringas y líneas de pólvora, corrió la pregunta:
“¿Son estos los nuevos vecinos que queremos?”
“Nos mostró lo que realmente piensa de nosotros”, dijo Eileen Janis, una líder de la comunidad, que dirige el único programa de intervención suicida de Oglala Lakota con su colega Yvonne “Tiny” DeCory.
“Ahora en el cargo, Trump amenaza con diezmar las pequeñas ganancias anunciadas por el cierre de Whiteclay.
Pero la propuesta de recortes presupuestarios del 25% de Trump para el programa de cupones de alimentos, en la que al menos el 49% de las personas aquí confiadas en 2009, provocaría que muchos más niños pasen hambre aquí”, dijo.
La administración, también está proponiendo una serie de recortes a los departamentos federales en los que la tribu confía para obtener una subvención de dinero para una gama de servicios públicos que incluyen educación, salud pública y vigilancia policial.
Los hombres habían colocado un letrero a su lado que revoloteaba en el viento y leían:
“Indio Sobrio, Indio Peligroso”
Por su parte, Olowan Martínez, optimista de que El Tribunal Supremo mantendría cerradas las tiendas de licores, se encontraba entre una minoría de personas que se negaron a preocuparse por una nueva era de austeridad:
“Podría cortar lo que quiera.
Ya sabemos quién es nuestro opresor.
Ese gobierno es el opresor.
Esta es nuestra tierra, nuestro territorio, y estaremos bien”, dijo.
“Desearía que La Madre Tierra la sacudiera de nuevo, y tendríamos que empezar de nuevo.
Sólo los fuertes sobreviven”, sentenció.
De esa manera, trágica, por culpa de este aislamiento, olvido y marginación social y cultural, los nativos americanos pierden su identidad; lo que les lleva a una continua depresión y desidia, y de ahí vienen sus problemas con el alcohol, drogas y un elevado índice de suicidio.
Todo ello solo para olvidar.
“Never abandon your dreams”
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