El Amor Brujo

“Lo mismo que er fuego fatuo, lo mismito es er queré.
Le huyes y te persigue, le yamas y echa a corré.
¡Lo mismo que er fuego fatuo, lo mismito es er queré!”

El flamenco es un género musical español que tiene su origen en Andalucía, especialmente en zonas de Sevilla y en Jerez de La Frontera, y también en algunas áreas de la Región de Murcia y Extremadura; y sus principales facetas son el cante, el toque y el baile, contando también con sus propias tradiciones y normas; y tal y como lo conocemos hoy en día, data del siglo XVIII.
El cante es la acción o efecto de cantar cualquier canto andaluz, definiendo “cante flamenco” como “el canto andaluz agitanado” y el “cante jondo” como “el canto más genuino andaluz, de profundo sentimiento”, de hecho al intérprete de cante flamenco se le llama “cantaor” en vez de cantante; mientras que la postura y la técnica de los guitarristas flamencos se le llama “toque”, que difiere de la usada por los intérpretes de guitarra clásica; pues mientras el guitarrista clásico apoya la guitarra sobre su pierna izquierda de forma inclinada, el guitarrista flamenco suele cruzar las piernas, y apoyarla sobre la que se encuentra más elevada, colocando el mástil en una posición casi horizontal con respecto al suelo.
Como dato, los tocaores usan la técnica del “alzapúa”, que es el picado, el rasgueo y el trémolo:
El primero, el alzapúa, es una técnica de guitarra que se ejecuta íntegramente con el pulgar; mientras el picado en notación musical, es un signo de articulación que indica que la nota se toca más fuerte, y se acorta respecto de su valor original, siendo separada de la nota que va a continuación por un silencio; y finalmente el rasgueo es un concepto comúnmente asociado a la guitarra, y consiste básicamente en el acto mediante el cual se provoca la vibración de 2 o más cuerdas simultáneamente con los dedos, a la vez que se realiza una postura en el diapasón o mástil del instrumento, con la finalidad de interpretar un acorde.
Y el “trémolo” es un término musical que describe la fluctuación o variación periódica en la intensidad de un sonido, mientras que la altura o frecuencia se mantiene constante.
De esa manera, el baile flamenco puede acompañar distintos “palos”, y su realización es similar a un ejercicio físico moderado, de hecho tiene probados efectos en la salud física y emocional, denominado “flamencoterapia”
Así pues, el flamenco se convirtió en uno de los símbolos de la identidad nacional española durante El Franquismo, ya que El Régimen supo apropiarse de un folclore tradicionalmente asociado con Andalucía, para promover la unidad nacional y atraer al turismo, constituyendo lo que se denominó como “nacional-flamenquismo”; de ahí que el flamenco ha sido visto por mucho tiempo como “un elemento reaccionario o retrógrado”
Pero conforme transcurrió la transición política, las reivindicaciones se fueron desinflando a medida que el flamenco se insertó dentro de los flujos del arte globalizado.
Ahí es donde entra la importancia de Manuel de Falla en la historia de la música española, que es capital no sólo porque él se codeó con los mejores compositores de su tiempo, como Igor Stravinsky, Claude Debussy o Maurice Ravel, sino porque revolucionó el concepto de la música clásica española; e hizo del flamenco una música culta, cuando hasta entonces estaba considerada de las clases bajas y analfabetas.
Como compositor nacionalista español, junto a Isaac Albéniz, Joaquín Rodrigo, Enrique Granados y Joaquín Turina, de Falla es uno de los más importantes de la primera mitad del siglo XX en España; pero además fue uno de los primeros compositores de esta tradición que, cultivando un estilo tan inequívocamente español, como alejado del tópico, supo darse a conocer con éxito en toda Europa y América, y con ello superó el aislamiento y la supeditación a otras tradiciones a que la música hispana parecía condenada desde el siglo XVIII.
Hay que decirlo todo, Manuel de Falla nunca fue un compositor prolífico, pero sus creaciones, todas ellas, son de un asombroso grado de perfección y ocupan prácticamente un lugar de privilegio en el repertorio musical español y universal.
Manuel de Falla recibió sus primeras lecciones musicales de su madre, una excelente pianista que, al advertir las innegables dotes de su hijo, no dudó en confiarlo a mejores profesores; y en 1893, tras asistir a un concierto en Cádiz, donde se interpretaron, entre otras, obras de Edvard Grieg; Manuel de Falla sintió, según sus propias palabras, que su “vocación definitiva era la música”, y tuvo 2 influencias enormes:
La del compositor Felipe Pedrell, que le inculcó la pasión por el flamenco y el “cante jondo” y le animó a estudiar ese arte a fondo, sin caer en el populismo; y la influencia de Claude Debussy, quien le aconsejó que siendo español y andaluz, en lo que debería ahondar era en la música de su tierra.
Y Manuel de Falla lo hizo:
Había comenzado a entusiasmarse por el impresionismo francés, representado en su más alta esencia por Debussy, cuando decidió cambiar de rumbo, y buscar su propia voz.
Fue cuando descubrió la profundidad que había en el flamenco y la tradición milenaria que “el cante jondo” albergaba, que tenía gotas de India, del norte de África y hasta de Grecia… de hecho, él consideraba que “el cante jondo” era el cante antiguo, mientras que el cante flamenco era el moderno.
A partir de ese momento, Manuel creó un “sonido español” basado en las modulaciones de la guitarra flamenca; y poco a poco sus obras fueron adquiriendo una dimensión descomunal que sorprendía a otros compositores contemporáneos que le rindieron su profunda admiración; siendo durante su estancia en París, que Falla compuso sus obras más célebres:
La pantomima “El Amor Brujo” y el ballet “El Sombrero de Tres Picos”, compuesto para cumplimentar un encargo de los célebres Ballets Rusos de Sergei Diagilev, “Las Siete Canciones Populares Españolas para voz y piano”, “La Fantasía Baética para piano” y “Noches en Los Jardines de España”, estrenada en el Teatro Real en 1916.
En especial, El Amor Brujo, subtitulado “Gitanería en 2 grupos” es un ballet con “cante jondo”, siendo quizás su obra más conocida; que fue bastante criticada el día de su estreno, que tuvo lugar el 15 de marzo de 1915, en El Teatro Lara en Madrid, por lo que se vio obligado a realizar algunos cambios… siendo la versión posterior, una de las obras más importantes de la música clásica española.
Fue después de 7 años en París, al estallar La Primera Guerra Mundial, que de Falla regresó a Madrid.
Allí, Pastora Imperio, una legendaria bailarina de origen gitano, le encargó que escribiera una canción y baile, que pronto se convirtió en una historia completa basada en leyendas contadas por su madre, y convertidas en un escenario de Gregorio Sierra.
Así, de Falla condensó y reformó la partitura en un ballet abstracto, intercambiando la progresión de la trama por la estructura artística, eliminando todo el diálogo que había interrumpido y oscurecido parte de su música más cautivadora, eliminando una canción y un monólogo que tenía más narrativa que interés musical, y expandiendo el conjunto de 8 piezas en una orquesta completa para una persona con un sonido más rico y versátil.
De ello surgió una obra que se erige como su legado artístico:
“El Amor Brujo” que literalmente se traduce como “Amor ligado a los hechizos” pero generalmente como una referencia al “Amor, El Mago”
Por tanto, en 1915, de Falla transformó la primera versión para orquesta sinfónica en 3 canciones cortas para mezzosoprano, siendo calificada para voz de cantaora, actores y orquesta de cámara; y en 1924, de Falla terminó una transformación de “El Amor Brujo” en un “ballet pantomímico” de I acto; y con ese formato triunfó como otras muchas obras de Falla.
La obra tiene un carácter distintivo andaluz con las canciones en el dialecto andaluz español de los gitanos; mientras la música contiene momentos de notable belleza y originalidad; y el argumento cuenta la historia de una muchacha gitana, cuyo amor se ve atormentado por su descreído antiguo amante...
Candela es una mujer joven, muy bella y apasionada, que ha amado a un gitano malvado, celoso y disoluto, pero fascinante y zalamero.
Aunque vivió con él una vida de infelicidad, lo amó intensamente y lloró su pérdida, incapaz de olvidarlo…  pues los recuerdos de él son como un sueño hipnótico, un hechizo morboso, espantoso y enloquecedor.
Y ella está horrorizada por el pensamiento de que el muerto no se haya ido del todo, que pueda volver, y la siga queriendo a su manera feroz, ambigua, desleal e insidiosa; incluso se permite a sí misma caer presa de los pensamientos del pasado, como la influencia de un Espectro, a pesar de que es joven, fuerte y vivaz.
Pasado el tiempo, la primavera vuelve, y con ella de nuevo el amor en la persona de Carmelo, un joven atractivo, enamorado y galante que la corteja.
Pero Candela no es reacia a ser conquistada, y corresponde a su amor de forma casi inconsciente, pero su obsesión por el pasado supera su inclinación presente...
Cuando Carmelo se acerca a ella y se propone conseguir que comparta su pasión, El Espectro de José vuelve y aterroriza a Candela hasta separarla de su amante; ni siquiera pueden intercambiar el beso de amor perfecto.
En ausencia de Carmelo, Candela languidece y se desploma; se siente embrujada y sus amores pasados parecen revolotear sobre ella como “murciélagos malévolos de mal fario”; pero el sortilegio maligno se ha de romper, y Carmelo cree haber encontrado un remedio.
Una vez fue compañero del gitano cuyo espectro atormenta a Candela; y sabe que el amante muerto era el típico galán, infiel y celoso; puesto que parece conservar, incluso después de muerto, su querencia por las mujeres hermosas, por lo que se debe aprovechar esta debilidad para apartarle de sus celos póstumos, y así, Carmelo pueda intercambiar con Candela el beso perfecto, contra el cual nada podrá hacer el embrujo del amor.
De esa manera, Carmelo convence a Lucía, una joven gitana, guapa y encantadora, amiga de Candela, para que simule aceptar los galanteos del Espectro.
Lucía acepta por su cariño hacia Candela y también llevada por la curiosidad… pues la idea de coquetear con un fantasma le parece atractiva y novedosa.
Además... el muerto era tan divertido en vida… que Lucía ocupa el puesto de centinela.
Así las cosas, Carmelo vuelve para cortejar a Candela, y El Espectro aparece para encontrarse con la encantadora gitanita, que no puede ni quiere resistir la tentación; e incapaz de resistirse a los atractivos de una cara bonita… El Espectro corteja a Lucía, engatusándola e implorándola, mientras la coqueta gitana casi llega a desesperarlo.
Mientras tanto, Carmelo consigue convencer a Candela de su amor y la vida triunfa sobre la muerte y el pasado.
Por fin, los amantes intercambian el beso que derrota la maligna influencia del Espectro, que perece vencido definitivamente por el amor.
La obra es de carácter marcadamente andaluz, tanto en lo musical como en lo literario; y aunque durante mucho tiempo se creyó que el libreto había sido escrito por Gregorio Martínez Sierra, al igual que la mayoría de sus obras, fue la esposa de Manuel, María de La O Lejárraga García, la autora.
“El Amor Brujo” consta de 13 escenas:
1. Introducción y escena.
2. En la cueva.
3. Canción del Amor Dolido.
4. El Aparecido.
5. Danza del Terror.
6. El Círculo Mágico.
7. A medianoche.
8. Danza del Ritual del Fuego.
9. Escena.
10. Canción del Fuego Fatuo.
11. Pantomima.
12. Danza del Juego del Amor.
13. Final - Las Campanas del amanecer.
De la obra se han hecho muy famosas las piezas musicales:
“Danza Ritual del Fuego”, “La Canción del Fuego Fatuo” y “La Danza del Terror”, y en el fondo, la obra es una historia de hechizos, de brujería, donde el espectro del amante muerto de Candela se le aparece celoso ante sus amores con Carmelo.
De ahí que cada una de las 13 escenas evoque un estado de ánimo diverso que se integra a la perfección en un tapiz conmovedor de sentimientos humanos, fascinantes pero restringidos.
El ritmo enfático, el rango tonal comprimido, y las notas largas alternas y la secuencia rápida de la fanfarria inicial, llaman la atención y anuncian el estilo de las voces por venir.
En 3 secciones, una mezzo-soprano fuera del escenario canta la crueldad y los engaños del amor, en canciones derivadas del “jundo” que son canciones folclóricas andaluzas; y entregadas en ese estilo gutural y pechugón único de la canción popular española que proyecta una lujuria lánguida pero fascinante.
La picante “Danza del Terror” y el intenso “Ritual del Fuego” se han hecho famosos como extractos orquestales y transcripciones de piano.
Mientras “En la cueva” evoca una búsqueda de misterio eterno, en incisivos y fragmentarios eventos que revolotean expectantes sobre la calma aparentemente engañosa de las cuerdas sostenidas.
“El Círculo Mágico” invoca maravillas eternas con un sonido medieval pretonal.
Una “Pantomima” evoca un ensueño maravillosamente derretido en 7/8 metros, adornado con una deslumbrante contramedida; y el breve final deja al público absorto pero ansioso por más, ya que los 2 amantes finalmente son liberados de las agobiantes cargas de su pasado,
En el cine, 3 son las versiones que se han hecho de “El Amor Brujo” y las 3 están protagonizadas por artistas flamencos.
No en vano, la obra la estrenó como Pantomima hace 100 años Pastora Imperio, y la reestreno en 1925, como ballet flamenco en París.
Tras ellas, multitud de flamencos como Antonio Gades han hecho sus propias versiones de la obra.
“El Amor Brujo” inició como una película dramática musical en 1949, dirigida por Antonio Román, y protagonizada en los papeles principales por Ana Esmeralda, Manolo Vargas, Miguel Albaicín y Elena Barrios, y se trata de la primera versión cinematográfica del célebre ballet homónimo de Manuel de Falla, a las que siguieron 2 versiones hechas por Antonio Gades en 1967 y 1986, haciendo el personaje de Carmelo.
En 1967, la película de Francisco Rovira Beleta llegó a estar nominado para El Oscar como mejor película en lengua extranjera; y si bien todas estas grabaciones son de la versión de la sala de conciertos, El Amor Brujo es después de todo, un ballet; Antonio Gades junto a Christine Hoyos protagonizaron la película de 1986, dirigida por Carlos Saura, que difunde las piezas de Falla en 1 hora adicional, que expande la trama y los personajes en medio de canciones folclóricas atmosféricas y bailes flamencos; por lo que Saura realiza de manera magistral, el trasvase del escenario teatral al cinematográfico de la obra.
“Cuando er fuego abrasa...
Cuando er río suena...
Si el agua no mata al fuego, a mí er pesar me condena, a mí er querer me envenena, a mí me matan las penas”
El Amor Brujo es un musical español del año 1986, dirigido por Carlos Saura.
Protagonizado por Antonio Gades, Cristina Hoyos, Laura del Sol, Juan Antonio Jiménez, Emma Penella, La Polaca, Gómez de Jerez, Enrique Ortega, Diego Pantoja, Giovana, Candy Román, entre otros.
El guión es de Carlos Saura y Antonio Gades, basado en la obra homónima de Manuel de Falla y en el libreto de Gregorio Martínez Sierra; siendo la 3ª parte de La Trilogía sobre El Flamenco de Saura, donde el amor, el baile y la muerte son las 3 claves; junto a “Bodas de Sangre” (1981) un poema de Federico García Lorca y “Carmen” (1983) la ópera de Georges Bizet sobre una novela de Próspero Mérimée, en la que combinó contenido dramático y formas de baile flamenco.
El Amor Brujo en particular, llena la historia con diálogo hablado, pero sin embargo, utiliza toda la partitura del ballet, junto con canciones adicionales y danzas ejecutadas por los personajes de la película; siendo dirigida y coreografiada al estilo flamenco por Maria Pagès en una historia de pasión, música, locura y muerte; pues es la historia de un amor de dobles parejas, pasional e irracional; cuya trama explora con especial acierto, el conflicto de los celos y cómo estos conducen al delito y la consiguiente pena que castiga la pérdida de la conciencia.
Muy presente también en la obra de Lorca, El Fuego en El Amor Brujo funciona como un elemento purificador en la obra, en la que no falta también la muerte y sus múltiples lecturas, capaz de ser superada por amor.
Sin olvidar los otros elementos, el viento, la lluvia y la tierra, dan forma a un relato fantasmagórico en el que tampoco faltan los embrujos.
Así, Carlos Saura nos traslada a otro mundo, nos saca de nuestras zonas de confort para transportarnos a otro espacio, donde el código con el que se comunican los personajes de esta historia, no es el idioma español u otro, sino el código del flamenco, un arte que se despliega en esta película para expresar la pasión, el dolor, la tristeza, el tormento, los presagios y los conflictos a que está expuesto el ser humano; donde los personajes “hablan” no tanto con las palabras como con la música y la danza; donde los diálogos son escuetos y están lejos de ser la parte más importante de esta historia; pues su magia está en el arte.
No es casual que el director se une por 3ª vez al enorme bailarín Antonio Gades, al fotógrafo Teo Escamilla; y al diseñador y vestuarista, Gerardo Vera, 3 grandes en sus disciplinas para recrear de manera sofisticada y revolucionaria para el cine de los 80, los amores malditos de unos gitanos.
Filmada en un escenario donde El Cielo es una luz de fondo de extraños tonos, es totalmente para disfrutar aún con su carga de dramatismo patético propio del género; pues la película se ambienta en un entorno gitano, en escenarios de espacios abiertos, que dejan ver con realismo los lugares y las costumbres de esta raza en su estrato social y económico más bajo.
Por ello, los personajes aparecen caracterizados con una indumentaria humilde, viviendo en un poblado de chabolas, donde el cante y el baile flamenco espontáneo e intuitivo que nace de la raza, surgen como un elemento esencial de su idiosincrasia.
Asimismo, la película ofrece algunos signos vinculados a la raza gitana, tales como la fragua donde trabaja Antonio, o el ritual en la lectura de las cartas.
Por otra parte, objetos como una navaja, cobran relevancia en la película, siendo la clave que da sentido a la trama argumental.
La acción sigue a Candela (Cristina Hoyos), a quien Carmelo (Antonio Gades) ama, pero se casa con José (Juan Antonio Jiménez) en un matrimonio previamente acordado por sus respectivos padres, siguiendo la ley gitana...
Pero José está enamorado de la coqueta Lucía (Laura del Sol) y muere defendiendo su honor; por lo que Carmelo es arrestado por error por el asesinato, y pasa 4 años en prisión…
Después de ser liberado, Carmelo declara su amor por Candela; y aunque ella ahora es “libre” de casarse con Carmelo, está obsesionada por el fantasma de José, que reaparece todas las noches para bailar con ella.
Un día, mientras Candela habla con Lucía, se entera de que José la persiguió incluso después de casarse con ella, por lo que renuncia a él, pero es incapaz de librarse de su Espectro…
Es Tía Rosario (Emma Penella) la que proporciona la solución:
Que Carmelo baile con Candela La Danza del Fuego para apartar de ellos al espectro que les separa; pero fracasan en el intento, y la única solución es que la que fue amante de José en vida, lo sea también en la muerte...
Lucía deberá bailar con José un acto que exorcizará a su fantasma para siempre.
Desde su primer momento, El Amor Brujo y su puesta en escena no ocultan su condición de ficción, y lo que propone Saura es tan profundo y humano, que el espectador en pocos minutos acaba olvidándose del escenario para bucear en la historia, guiado en todo momento por la música como verdadera mano para conducirle a través de las esquinas y los rincones de su relato; así comienza como un “tour de forcé” cinematográfico con un disparo de seguimiento de 4 minutos y una disolución de 1 minuto, pero luego se instala en un escenario de sonido que combina hábilmente el artificio teatral y las reliquias genuinas de un campamento gitano.
Hay una pelea de cuchillos impresionante, con un puntaje de percusión y “El Ritual del Fuego” está energizado por una gran hoguera nocturna ardiente.
Sabiamente, Saura concluye con el final inalterado del ballet, elocuente e inquietante; donde hubo mucha música, canto y baile; 3 disciplinas que superan la narrativa cinematográfica convencional, y que funcionan como verdaderos motores de la acción, arrinconando los diálogos, y alumbrando un solo lenguaje:
La danza flamenca.
Aun cuando Saura nunca nos deja olvidar la tensión entre la realidad y la ficción, a medida que amanece en un nuevo día sobre un escenario teatral libre de obsesiones, con la muerte y el amor que hechiza a los amantes.
En conclusión, es un drama musical bello y apasionado, que encandilará a los amantes del género y el musical, así como a los incondicionales del director que busquen el folclore andaluz en estado puro, concluyendo una trilogía musical junto a Antonio Gades, para dejar en el recuerdo histórico el baile flamenco con toda su pureza y esplendor.
Recomendable queda por su dirección, guión, actuaciones, fotografía, música, montaje, planos, movimientos de cámara, vestuarios, caracterizaciones, decorados y narrativa que hacen de El Amor Brujo un film notable y atractivo para los que quieran conocer y deleitarse con el folclore andaluz y gitano.
“Él me está llamando.
¡Pero no quiero ir!
Él me está persiguiendo.
Soy demasiado débil.
¿Qué puedo hacer?”
Nominado en 3 veces al Premio Oscar en la categoría de Mejor Película de Habla No Inglesa, Carlos Saura Atarés se ha consolidado como director de cine, fotógrafo y escritor; que junto a Luis Buñuel y Pedro Almodóvar, se cuenta entre los cineastas más reconocidos; pues tiene una carrera larga y prolífica que abarca más de medio siglo; con varias películas que han ganado muchos premios internacionales; ya que sus películas son una expresión sofisticada del tiempo y el espacio, que fusionan la realidad con la fantasía, el pasado con el presente, y la memoria con la alucinación; de hecho, en las últimas 2 décadas del siglo XX, Saura se ha concentrado en obras que unen música, danza e imágenes; y en 1981 comienza la colaboración con Antonio Gades y con el productor Emiliano Piedra.
Fue tras ver su ballet teatral “Bodas de Sangre” que Saura le propone a Gades, llevarlo al cine, con lo que inicia un género de musical genuino y alejado de los moldes anglosajones.
El musical recabó un éxito inesperado internacional tras proyectarse en Cannes; pues con la película “Bodas de Sangre” (1981) inventa un nuevo género de película de danza, y contribuye con ello a la extraordinaria divulgación que experimenta estos últimos años el baile español en el mundo.
Ahora, de nuevo con Antonio Gades y Emiliano Piedra, preparó una adaptación de la ópera de Bizet, “Carmen” que se convierte en un éxito internacional en 1983, siendo premiada en Cannes, y seleccionada para El Premio Oscar; y con El Amor Brujo, inspirada en la obra homónima de Manuel de Falla, su musical más ambicioso hasta ese momento, cerraría una trilogía dedicada al musical español contemporáneo.
Estas 3 obras clásicas en su conjunto, son ejemplos de formalismo y excelentes ejemplos de las escuelas literarias realistas e impresionistas que, bajo el dominio creativo de Saura, se convierten en recreaciones sensuales de amor, pasión, traición y muerte; donde las historias de amor reemplazan la forma, y alcanzan un contenido temático digno de las grandes obras literarias que retratan; y la severidad del conjunto es para fines simbólicos, y no para la forma ni para la función, donde el conjunto ruinoso y polvoriento, representa el vacío del alma que ha perdido un gran amor, o ha sido engañado por un amor hechizante...
La historia de El Amor Brujo, basado en la antigua tradición de prometer a los niños que se casarán entre sí; tiene amor, pasión, traición, muerte, lujuria y redención, con el personaje principal atado y consumido por su deseo no resuelto de su ex esposo; donde la música, los escenarios coloridos y las habilidades de los bailarines, hacen que esta película sea imprescindible para todos los que aman ver un drama de amor y traición; pero Saura hace que simplemente se permita que la historia se cuente a través de la danza, la música y el diálogo disperso.
Ambientada en una elaborada representación escénica de un barrio de chabolas andaluz, Saura trae de vuelta al elenco de “Carmen” en papeles muy diferentes, pero todavía coreografiado por Gades; que señaló en más de una ocasión las dificultades de representación que tenía la obra, dado su argumento complejo que definía como “freudiano”
Lo cierto es que en la obra se vuelcan toda una serie de tópicos sobre los gitanos y el flamenco difíciles de superar, y de hecho, si El Amor Brujo perdura, no es por la calidad del argumento, que firmó Gregorio Martínez Sierra, pero que pergeñó María Lejárraga; es la brillante música de Manuel de Falla lo que mantiene viva esta obra.
Por su parte, el guión cinematográfico escrito por el director junto con Antonio Gades, muestra una historia apasionante de gitanos en la que el amor, los celos, la traición, la muerte y lo mágico se dan la mano para confeccionar una trama que tiene todos los componentes necesarios para entretener y llamar la atención del espectador, en especial de los seguidores del género y el director, ya que tiene algunas escenas y coreografías llenas de encanto y embrujo para deleite del público.
Esto se lleva a cabo con una narrativa profunda y sugerente en sus conversaciones y desesperanzadas palabras y expresiones que gustan escuchar; y cabe señalar también, el montaje lineal, seguido y acompasado con salto temporal que exprime buena historia en apenas 100 minutos de metraje.
La película cuenta la historia de amantes hechizados, que se alcanzan a través del velo de la muerte; donde la toma de apertura proporciona una vista panorámica del escenario de sonido con el cielo, en una mezcla de colores cambiantes para adaptarse al estado de ánimo.
Un largo y lento plano secuencia, nos conduce al interior del estudio, engalanado con un majestuoso decorado de Gerardo Vera, en el que tendrá lugar la acción de la película; y parece como si el director quisiera remarcar que lo que nos disponemos a ver no es más que una ficción intemporal; pues no hay más que ver el número del “Ritual del Fuego”, en la voz de Rocío Jurado, para darse cuenta de que la fuerza de las imágenes está a la altura de la partitura de Manuel de Falla.
Candela y José son prometidos el uno al otro por sus padres cuando son niños, ilustrando los rituales sofocantes de la aldea gitana, y presagiando la inevitable lucha de los amantes para escapar de sus lazos espirituales, y alcanzar una expresión plena de su espíritu humano.
Cuando alcanzan la edad de madurez, su boda, retratada memorablemente en una canción mientras los novios se elevan a la cima del coro, descubrimos que su celebración también tiene su sombra…
Carmelo siempre ha estado enamorado de Candela, y José ha sido amante de Lucía…
Cuando José es asesinado en una pelea con cuchillos después de una visita con Lucía, Carmelo es arrestado injustamente, y enviado a prisión.
Cuando se reanuda la narración, han pasado 4 años; y Carmel acaba de salir de prisión.
Todavía enamorado de la ahora viuda Candela, su cortejo se ve frustrado por el encuentro nocturno de su amante con el espíritu de José en el sitio en el que fue asesinado, donde ella baila con él en un ritual de espectral.
Pero cuando Candela descubre que su esposo le fue infiel, le pide a Carmelo que la libere de su embrujo, y le muestre el camino hacia la libre expresión de su pasión.
Cuando visita a una anciana del pueblo y le dicen:
“Hijo mío, la felicidad de algunos siempre viene a expensas de los demás”, él sabe en qué dirección debe proceder…
El Amor Brujo es impresionante en el ambiente de otro mundo que engendra; y aunque los artistas principales parecen demasiado viejos para sus papeles; el baile es tan magnífico como siempre, y hace de la película una experiencia memorable, dirigida con un ritmo activo en sus bailes, y más tranquilo en la trama, está realizada con el estilo reconocible y artísticamente bien trabajado del director, ya que mantiene en ella el embrujo gitano con gran acierto para mantener al público expectante con lo que se le ofrece.
La fotografía es evocadora, y hace gran uso de los claroscuros, creando el ambiente idóneo y multitud de detalles recónditos y portentosos que te transportan eficazmente al lugar, aunque siempre con aires de teatro.
La música flamenca y folclórica, acompaña el film con guitarras y melodías variadas, que estimulan y arrollan gracias a sus ritmos llenos de emoción y talento.
Los planos y los movimientos de cámara, consuman una brillante labor estética a través del uso de la grúa, seguimiento, reconocimiento, generales, cámara en mano, subjetivos, primeros planos, rotación, circulares, “avanti” y retroceso que sacan lo mejor de los bailes y las interpretaciones.
Las actuaciones son profundas y sentidas:
Como protagonistas, Antonio Gades está auténtico en su línea interpretativa teatral; y Cristina Hoyos trabaja con hundimiento psicológico en un certero papel, siendo oportunas los acompañamientos de Laura del Sol, Juan Antonio Jiménez, Emma Penella, La Polaca y Gómez de Jerez entre otros.
Donde emplea para estos la dirección artística unos vestuarios y caracterizaciones estéticamente sugerentes de gitanos en sus ropas bien detalladas en una notable labor que, junto con los pertinentes decorados que simulan chabolas gitanas en pleno descampado, te transportan “in situ”
Pero sin duda, y sobre el resto del reparto; Antonio Gades puede considerarse el alma hecho carne de El Amor Brujo.
Como fundador del Ballet Nacional en 1978, Gades solo aguantó 2 años en el puesto para fundar su propia compañía de ballet junto a otros bailarines del Ballet Nacional que siguieron sus pasos.
Hablamos de la primera compañía privada de ballet de España, con libertad absoluta para adaptar y representar.
Como dato, Antonio Gades y Cristina Hoyos son los grandes protagonistas de toda La Trilogía Flamenca de Saura; y es que la pareja de bailarines compartieron escenario desde que él la incorporase a su compañía en 1969; teniendo 2 décadas encima del escenario juntos, en las que sus vidas crecieron y se complementaron maravillosamente.
Por otra parte, Juan Antonio Jiménez, que interpreta al marido del personaje de Cristina Hoyos, y siempre rival de Antonio Gades, era en la vida real la pareja de la bailarina…
Ambos se conocieron en la compañía de Gades, y permanecieron juntos 3 décadas, por lo que formaron un trío imbatible.
Por otro lado, el formalismo como parte integral tanto de la cultura hispana como de la cultura gitana/flamenca, es inherente a este drama de baile dentro de una película; por lo que se requiere suspender la incredulidad voluntariamente en los escenarios realistas ambientados en un escenario de baile, obvio con telones livianos e iluminados.
Del mismo modo, para aceptar la trama, se deberá suspender la incredulidad en los amantes fantasmas, los duelos por honor, y los finales felices para siempre, aunque tenga en cuenta que el final de este “Amor Embrujado”, una mejor traducción que el habitual “Amor, El Mago”, aunque hay al menos otras 3 formas de interpretar las palabras ambiguas del título en español; solo se puede entender como una tragedia, donde la acción, el canto y el baile se comprimen en las líneas de los bailes flamencos tan fuertemente como la pura emoción se puede condensar en un soneto, o cualquier otra forma estricta; sin embargo, trascienden con la libertad del espíritu gitano, si te abres a la experiencia.
Y aunque nunca está claro si Lucía realmente renuncia a su vida para unirse a José, ella nunca vuelve a aparecer en la película después de su escena de baile final, por lo que se intuye que Lucia se sacrifica para ser la eterna amante del fantasma, liberando así a Candela de su maldita memoria…
¡Que empatía más grande!
Por otro lado, El Amor Brujo es la representación en forma de música y de apoyaturas rítmicas para un ceremonial de amor y muerte, de una forma de tragedia primordial:
El exorcismo, el rito trágico tribal por excelencia; pero esta forma de representación ritual y su vibración trágica, están en el filme cuando de sus sonoridades surge el genio de Manuel de Falla, y este encandila a los bailarines y a quienes, tras de la cámara capturan sus movimientos.
También destaca la presencia de los demás elementos, la tierra en las primeras escenas, el agua que moja y trasluce la blusa de Candela en un momento erótico sin igual, y el viento que sopla y trae augurios para la pareja… ese es el regalo supremo de Manuel de Falla, sugerir una multitud de sonidos distintivos para ser representarlos directamente; y quizás el momento más mágico, es una escena pasajera que evoca claramente las campanadas de la medianoche, pero sin una sola campana mostrada; más bien, el efecto se induce por completo con una ingeniosa combinación de metales, cuerdas y piano.
De hecho, y muy curiosamente a pesar del carácter esencial español de la obra, en ninguna parte escuchamos una pandereta, castañuelas, aplausos, pisotones, golpes de flamenco, o incluso una guitarra, pero en cierto sentido, todos están presentes y se sienten profundamente.
Esta es la última hazaña del arte, usar medios sustitutos para producir una sensación aún más vívida de lo que hubiera sido en realidad.
Por último, tal vez de acuerdo con la extraordinaria sublimación de Manuel de Falla de la ardiente pasión de su cultura, todas las grabaciones de El Amor Brujo dirigidas por directores españoles, parecen sensuales y reservadas, permitiendo que la música y su ardor inherente se desarrollen paciente y sutilmente.
Aquí, la banda sonora original está interpretada por Rocío Jurado y La Orquesta Nacional de España, dirigida por Jesús López Cobos.
Cabe señalar que La Jurado internacionalizó el flamenco a principios de la década de los 70, sustituyendo la bata de cola por vestidos de noche; y su faceta en “Los Fandangos de Huelva” y en Las Alegrías, ha sido reconocida a nivel internacional por su perfecta tesitura de voz en estos géneros; pues gracias a su prodigiosa voz, que lograba amalgamar flamenco y copla, su arrolladora personalidad, su segura teatralidad en el escenario y ante las cámaras, se ganó el apelativo de “La Más Grande”; y su interpretación de las canciones de este ballet, aún no ha sido superada por ninguna cantante clásica, a pesar de las numerosas versiones que existen, como Leonard Bernstein junto a Marilyn Horne y La Filarmónica de New York.
Recordemos que Falla escribió dicho ballet para la gitana Pastora Imperio, denominándolo “Gitanería”; y es por ello que Rocío Jurado, una cantante gaditana, como de Falla, que dominaba el cante flamenco y La Canción Española, no sólo era capaz de captar con exactitud el espíritu de la obra, sino que podía aportar la técnica vocal y la intensidad emocional que precisan estas canciones.
También veremos, como gran curiosidad, la primera aparición en cine del dúo Azúcar Moreno, que ponen su figura y voz en momentos ya míticos de este film único e irrepetible.
Como dato, EMI publicó un álbum de banda sonora, que ahora está agotado y contenía las siguientes piezas:
Música flamenca de Antonio Gades y sus bailarines en “Alborea”, “Tangos de boda”, “La mosca”, “Azúcar Moreno”, “Adagio”, “Los peces en el río”, “Como el agua”, “Tu mira”, “Se pone como una fiera”, “Alegrías”, “Canción del tendedero” y las partitura de “El Amor Brujo”
“Solo hay una cosa para evitar que los muertos regresen:
¡El Fuego!”
La producción de toda la vida de Manuel de Falla fue pequeña:
Publicó solo 15 piezas, incluido un breve estudio para ese instrumento español por excelencia, la guitarra.
Trabajó con gran cuidado y deliberación, pues después de 2 décadas de lucha, dejó un oratorio final, “La Atlántida”, incompleto, indigno de publicidad.
De hecho, era un hombre profundamente humilde, se negó a imprimir su nombre en la mayor parte de su música, y rechazó un contrato para aparecer en los EEUU porque consideraba que la tarifa era demasiado alta.
Pero su atención valió la pena:
Casi cada una de sus obras, es una reconocida obra maestra de su tipo, en la que destila el núcleo de su pensamiento creativo; que al igual que Albéniz y Granados, nunca intentó forzar su cultura a sinfonías, cuartetos, sonatas y otras formas estándar de música artística europea.
Más bien, favoreció las estructuras que mostrarían mejor la esencia y la sensibilidad de su inspiración distintivamente española; pues su estilo fue evolucionando a través de estas composiciones, desde el nacionalismo folclorista que revelan las primeras partituras, inspiradas en temas, melodías, ritmos y giros andaluces o castellanos, hasta un nacionalismo que buscaba su inspiración en la tradición musical del Siglo de Oro Español, y al que responden la ópera para marionetas “El Retablo de Maese Pedro”, una de sus obras más alabadas, y el “Concierto para clave y cinco instrumentos”
Fue durante su madurez creativa, que de Falla emprendió su regreso a España, en el año 1914; y en las obras “El Retablo de Maese Pedro” y el “Concierto para clavecín y orquesta de cámara” de 1926, se percibe cómo la influencia de la música folclórica es menos visible, que una suerte de neoclasicismo al estilo de Ígor Stravinski; y mientras que en sus obras anteriores, de Falla hacía gala de una extensa paleta sonora, heredada directamente de la escuela francesa; en estas últimas composiciones, su estilo fue haciéndose más austero y conciso, y de manera especial en El Concierto; y los últimos 20 años de su vida, Manuel de Falla los pasó trabajando en la que consideraba, había de ser la obra de su vida:
La cantata escénica “Atlántida”, sobre un poema del poeta en lengua catalana Jacinto Verdaguer, que le había obsesionado desde su infancia, y en el cual veía reflejadas todas sus preocupaciones filosóficas, religiosas y humanísticas.
Pero para el 28 de septiembre de 1939, después de La Guerra Civil Española, y en las puertas de La Segunda Guerra Mundial, Manuel de Falla se exilió en Argentina, a pesar de los intentos del gobierno del General Francisco Franco, que le ofrecía una pensión si regresaba a España, no lo hizo hasta su muerte...
Manuel de Falla fue nombrado Caballero con el grado de Gran Cruz de La Orden de Alfonso X “El Sabio” en 1940; y falleció el 14 de noviembre de 1946, tras sufrir una parada cardiorrespiratoria.
Sus restos fueron trasladados desde Buenos Aires hasta su tierra natal, Cádiz, a bordo del minador Marte.
En Cádiz, fueron recibidos por su familia y diferentes autoridades eclesiásticas, civiles y militares, entre las que se encontraba una representación del Jefe del Estado, Francisco Franco.
El cortejo fúnebre se dirigió del muelle a La Catedral de Santa Cruz de Cádiz, donde se celebró un solemne funeral; y con autorización expresa del Papa Pío XII, los restos de Manuel de Falla y Matheu, fueron enterrados en la cripta de La Catedral.
Su muerte sembró por el mundo entero un viento de desolación; pues no todas las generaciones, ni aun todos los siglos, aportó a la música universal una figura de tan recio temple como ésta, que ahora traspuso los umbrales de la eternidad, después de haber consagrado toda una vida a la contemplación y creación de hondas eternidades... casi por embrujo a quienes simplemente las escucha.

“¡Tú eres aquél mal gitano que una gitana quería!
¡El querer que eya te daba, tú no te lo merecías!
¡Quién la había de decir que con otra la vendías!
¡No te acerques, no me mires, que soy bruja consumá; y er que se atreva a tocarme la mano se abrasará!
¡Soy la voz de tu destino!
¡Soy er fuego en que te abrasas!
¡Soy er viento en que suspiras!
¡Soy la mar en que naufragas!...
¡Ya está despuntando er día!
¡Cantad, campanas, cantad!
¡Que vuelve la gloria mía!



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