The Bang Bang Club

“Sometimes you get too close”

Es muy interesante cuando el cine se pone a reflexionar en una de esas prácticas artísticas con las que comparte no solamente algunas cuestiones de método, sino también la historia e, inclusive, el nacimiento como práctica estética en particular.
Cuando el cine se pone a pensar en la fotografía; en particular, la fotografía de guerra por ejemplo, captura imágenes de conflictos armados y de sus efectos en la vida de las personas en áreas en guerra.
Mientras el periodismo fotográfico, periodismo gráfico, fotoperiodismo, o reportaje gráfico, es un género del periodismo, que tiene que ver directamente con la fotografía, el diseño gráfico y el vídeo.
Los periodistas que se dedican a este género, son conocidos por lo general como reporteros gráficos o fotoperiodistas, y en su mayoría son fotógrafos versados en el arte.
Paradójicamente, el desarrollo de la fotografía periodística se ha realizado especialmente en los conflictos políticos de los diferentes países, o en las confrontaciones bélicas.
Las características esenciales para clasificar una fotografía como género periodístico, son las siguientes:
Actualidad, la imagen debe reflejar un hecho reciente y relevante, y debe ilustrarlo suficientemente; objetividad, la situación representada en la fotografía, es una imagen fiable y cuidadosa, representativa de los eventos indicados tanto en contenido como en tono; narrativa, la imagen debe combinarse con otros elementos informativos que la conviertan en suficientemente comprensible para los espectadores, lectores o televidentes de todos los niveles culturales; estética, la imagen debe conservar el rigor de la estética fotográfica, es decir, luz, encuadre, relación, fondo y forma, perspectiva, gestión de sombras, etc.; la fotografía debe también cumplir con todos los rigores de la ética periodística en cuanto a veracidad, precisión y objetividad.
Como en la redacción de la noticia, el periodista fotográfico es un reportero, y su oficio suele ser por lo general riesgoso y obstaculizado por múltiples factores; trabaja dentro de las mismas aproximaciones objetivas que se aplican a otros campos del periodismo, cómo obturar, encuadrar las tomas, y editar, son consideraciones constantes; y por lo general, los conflictos éticos pueden ser mitigados o asumidos por las acciones de un subdirector o el editor gráfico quien toma control de las imágenes una vez que estas han sido consignadas a la organización noticiosa; por lo que el fotoperiodista pierde el dominio de su obra una vez esta es publicada.
Los fotógrafos que participan en este género, pueden encontrarse en peligro constante y, a veces son asesinados tratando de sacar sus fotos de la arena de la guerra.
Veamos una situación en específico:
Sudáfrica fue “descubierta” para Europa, por el portugués Bartolomé Díaz en 1487, quién le daría nombre al famoso cabo de Buena Esperanza.
El 6 de abril de 1652, Jan van Riebeeck estableció un puesto de avituallamiento en ese mismo cabo para la compañía holandesa de Las Indias Orientales.
Durante los siglos XVII y XVIII, la pequeña colonia sudafricana se fue extendiendo lentamente, principalmente bajo la soberanía holandesa; y Gran Bretaña ocupó el área del cabo de Buena Esperanza en 1797, durante La Cuarta Guerra Anglo-Holandesa.
Los holandeses se declararon en bancarrota, y los británicos se anexionaron La Colonia del Cabo en enero de 1806.
Los descubrimientos de diamantes en 1867, y oro en 1886, animaron el crecimiento de la economía y la inmigración, lo que intensificó la opresión de los nativos.
Aunque Sudáfrica era una colonia británica, la mayoría de la población blanca era holandesa.
Los holandeses eran conocidos como Afrikáners, y siempre fueron partidarios de la segregación racial entre blancos y negros.
En 1948, El Partido Nacional llegó al poder, abogando por un sistema segregacionista que inició El Apartheid, palabra que en Afrikáans significa “separación”
Sudáfrica se independizó del Reino Unido en 1960, pero siguió siendo miembro del Commonwealth.
Su permanencia en esta organización, se hizo cada vez más difícil, pues los estados africanos y asiáticos, indignados por El Apartheid, intensificaron su presión para expulsar a Sudáfrica, que finalmente se retiró del Commonwealth, el 31 de mayo de 1961, fecha en que se declaró La República de Sudáfrica.
Numerosos países rompieron relaciones diplomáticas y comerciales con Sudáfrica, generando un creciente aislamiento de su gobierno; y el país fue excluido de los Juegos Olímpicos, de Las Copas Mundiales de Fútbol, Rugby y otras competencias deportivas.
Dentro de Sudáfrica, los movimientos anti-Apartheid, especialmente los del Congreso Nacional Africano (CNA), que lideraba Nelson Mandela, iniciaron campañas de resistencia, huelgas, marchas, protestas y sabotajes que fueron reprimidos con dureza por las fuerzas del gobierno.
En 1989, El Presidente Pieter Botha, fue desplazado por Frederik De Klerk, y éste inició el desmantelamiento del Apartheid.
Se levantó la proscripción que pesaba sobre El Congreso Nacional Africano, y se liberó a Nelson Mandela, tras 27 años de prisión.
Sin embargo, mientras Mandela y De Klerk negociaban la democratización del país, los extremistas blancos promovían un nuevo conflicto interno entre los zulúes del IFP (Inkatha Freedom Party), y El CNA, haciéndoles creer a los primeros, que El CNA estaba en contra de la integración de los zulúes en la nueva configuración del país.
A principios de los 90, las luchas entre miembros del CNA y del Inkatha comienzan a ser terriblemente crueles, y se cometen decenas de asesinatos diariamente en los suburbios de Johannesburgo; tanto que se perpetraban masacres en trenes, en las calles, pero sobre todo en los albergues para trabajadores y estudiantes de los barrios negros.
Se mataba a gente al azar.
Con el tiempo, se descubrió que los zulúes, más allá de sus disputas ancestrales con los xhosas, estaban siendo alentados por las fuerzas blancas a luchar contra su propia gente, con la intención de demostrar al mundo que los negros no se podían gobernar a sí mismos, y que el partido de Mandela no estaba preparado para tomar el poder.
La Comisión Goldstone demostraría más adelante, que no pocos de los que asesinaba a la gente en los trenes, eran extranjeros a sueldo, llegados desde Angola o Namibia, y que trabajaban a sueldo de grupos extremistas blancos.
En aquella época, los fotógrafos Kevin Carter, Ken Oosterbroek y João Silva trabajaban para el periódico “Johannesburg Star”, de la ciudad del mismo nombre.
Ninguno de ellos había cumplido los 30 años de edad.
Al entonces trio, se le une un fotógrafo “freelance”, Greg Marinovich.
El ahora cuarteto, se ve envuelto en continuos tiroteos entre los miembros del CNA y los Inkatha.
La revista local, Living, se hace eco de las fotografías que obtienen los 4 reporteros, y deciden sacar un artículo sobre ellos, bautizándolos por primera vez como “Bang-Bang” en relación al sonido de las balas que siempre les pasan cerca.
Cuenta la leyenda, que el nombre pensado originalmente por la revista era el de “Bang-Bang Paparazzi”, aunque fue sustituido por “Bang-Bang Club” ante el desacuerdo unánime de los fotógrafos.
El nombre proviene de la cultura misma; los residentes del municipio, hablaron con los fotógrafos sobre el “bang-bang” en referencia a la violencia que ocurre dentro de sus comunidades, pero más literalmente, “bang-bang” se refiere al sonido de los disparos, y es un coloquialismo utilizado por los fotógrafos del conflicto.
Kevin Carter fue un reportero gráfico sudafricano, que comenzó su carrera a los 23 años, en 1983, cuando poblaciones periféricas como Soweto, cerca de Johannesburgo, estaban en guerra.
Allí, siendo miembro de The Johannesburg Star, fotografió a los civiles expectantes a la situación que estaban viviendo.
Ken Oosterbroek fue un fotoperiodista sudafricano, que trabajó para The Star en Johannesburgo, que era el diario más grande de Sudáfrica; ganando numerosos premios de fotografía por su trabajo.
Inicialmente, él luchó por iniciarse en la fotografía, yendo de un periódico a otro tratando de conseguir un trabajo basado en las fotos que había tomado ilegalmente durante su servicio militar en el sur de Angola.
Años más tarde, en 1989, logró su primer éxito, ganando el Ilford Award, o “Fotógrafo de Prensa Sudafricano del Año”; y volvería a serlo en 1991, y en agosto de ese año, fue Fotógrafo Jefe en The Star.
João Silva, nacido en Lisboa, Portugal; es un fotógrafo de guerra con sede en Johannesburgo, Sudáfrica; y es el último miembro activo del Bang-Bang Club; y ha trabajado en África, Los Balcanes, Asia Central, Rusia y Medio Oriente.
De origen Mozambique portugués, Silva renunció a sus otros trabajos, compró una cámara de segunda mano, y estudió fotografía en blanco y negro en una escuela nocturna profesional.
A fines de 1989, se mudó a Johannesburgo, y se estableció como fotógrafo; comenzando a trabajar como “freelancer” para el Johannesburg Herald en 1990.
Además de sus trabajos para el Alberton Record en 1991, tomando fotografías de accidentes automovilísticos y reuniones de Rotary, se dirigió a las zonas de conflicto de Thokoza y Soweto.
Allí filmó sus primeras imágenes de los asesinatos en La Guerra de Los Albergues; y algunas semanas más tarde, se fue con un portafolio de sus mejores fotos a la oficina de Reuters en Johannesburgo, y las persuadió para que le permitieran “enviar imágenes según las especificaciones”
Silva se dio cuenta pronto, de que no podía hacer 2 trabajos al mismo tiempo; por lo que dejó el periódico, y trabajó desde entonces a tiempo completo como un profesional independiente para Reuters.
Su siguiente paso fue ir con una nueva cartera a The Star.
El primer editor no estaba interesado, pero Ken Oosterbroek también vio las imágenes, y ese fue el comienzo para que Silva “cuerdeara” para The Star.
Ahora estaba vendiendo fotos a Reuters y The Star.
Finalmente, Oosterbroek lo contrató como fotógrafo de plantilla para The Star; y 9 meses después de llegar a Johannesburgo, Silva se estableció como fotógrafo de conflictos.
En 1991, Oosterbroek y Silvia trabajaban en The Star; Kevin Carter conocía a Oosterbroek desde 1984 en adelante; y Greg Marinovich conoció a Silva en marzo de 1991, pero conocía a Carter y Oosterbroek desde 1984.
“Todos éramos blancos.
Hombres jóvenes de clase media, pero fuimos a esos desconocidos pueblos negros por razones ampliamente diferentes, y con enfoques contrastantes; durante el año, encontraríamos un terreno común en nuestra experiencia compartida, y desarrollaríamos amistad”, dijo Greg Marinovich.
Por último, Marinovich, nacido Gregory Sebastian Marinovich, es un fotoperiodista, cineasta, editor de fotos; hijo de un inmigrante de Korčula, Croacia; que comenzó su interés por explorar más las condiciones de vida de las personas en tiempos de política extrema; también logró encontrar trabajo en periódicos de Johannesburgo como fotógrafo y editor independiente.
El 17 de agosto de 1990, Marinovich, que tenía 27 años en ese momento, fue a Soweto para cubrir los enfrentamientos en La Guerra de los Albergues.
Vendió las fotos de los asesinatos que presenció ante Associated Press (AP) en la oficina de Johannesburgo; y a partir de ese día, trabajó regularmente en Soweto, a menudo trabajando para la AP.
La mañana del 15 de septiembre de 1990, en Soweto, Marinovich registra una de las fotografías más famosas del conflicto.
Lindsaye Tshabalala, sospechoso de colaborar con el gobierno Apartheid, es linchado en plena calle.
Su cuerpo en llamas, corre de desesperación al mismo tiempo que recibe un machetazo en plena cabeza.
Un niño recorre la escena entre indiferente y excitado.
Aquella imagen, casi le cuesta la vida a Marinovich, registraba todo mientras esquivaba puñaladas de los atacantes por tratar de detenerlos.
Finalmente le costó su libertad…
Rápidamente divulgada, la escena despierta la ira de las autoridades, deciden buscar a los responsables del asesinato de uno sus simpatizantes; por lo que Marinovich debe declarar.
El periódico Star, esconde a Marinovich, obligándolo a huir y volviendo por unos meses a la fotografía antropológica retratando tribus y culturas en perdidos pueblos del África.
Un año más tarde, la fotografía se hace con El Premio Pulitzer, además de muchos otros; y aquel salvoconducto le permite a Marinovich volver a Johannesburgo blindado por la repercusión ahora mundial de la imagen.
Y es que después de que se publicaron las fotos, la policía sudafricana intentó ubicarlo como testigo de la matanza, pero fracasó, ya que las fotografías acreditaban a Sebastian Balic.
Marinovich no estaba interesado en ser un testigo, por el riesgo asociado, y la salida de informantes.
Por la naturaleza de su trabajo como periodista no negro en Sudáfrica, y el proceso de fotografía de resistencia, y censura y desafíos que enfrentan los fotógrafos de resistencia, él dice que la raza fue un factor importante, especialmente en la búsqueda de periodistas por la policía sudafricana y su arresto.
“Los fotógrafos negros tenían las habilidades lingüísticas y culturales, y los contactos en las comunidades negras que les permitían una mayor comprensión y acceso, a diferencia de los blancos, que casi nunca entendían ni siquiera uno de los 9 principales idiomas negros.
Pero los fotoperiodistas negros eran mucho más propensos al acoso por parte de la policía; ningún fotógrafo blanco fue detenido durante 18 meses en solitario como lo estuvo Magubane”, dijo.
El grupo siguió trabajando, saliendo diariamente al amanecer para registrar los horrores de la noche anterior, y porque muy temprano también la violencia continuaba.
Aquella violencia se transformó en rutina; y trajo los primeros cuestionamientos morales.
Los reporteros negros los miran con recelo.
Después de todo son blancos registrando una carnicería entre negros.
Kevin Carter comienza a ver muertos que se paran y le hablan, y se refugia en sus pipazos de Dagga y White Pipe.
La violencia interna comienza...
Superado emocionalmente, Kevin Carter no logra tomar el control de su vida.
Su matrimonio tambalea, las drogas y las depresiones hacen lo suyo.
Pierde oportunidades, rollos y trabajos.
Finalmente es alejado del Star.
En marzo de 1993, llega por su cuenta a Sudan, junto a João Silva para registrar los estragos de la hambruna.
En ese lugar, Carter tomó la fotografía más famosa y maldita de su carrera.
El sudanés, Kong Nyong, por aquel entonces un niño famélico, se encontraba muriendo a las afueras de su poblado, y un buitre estaba al acecho.
Carter, que observó la escena, lo fotografió.
Esperó para tomar una foto mejor, con el buitre abriendo sus alas, pero no lo consiguió.
Según él, consiguió recuperarse y continuar con su camino.
El 26 de marzo de 1993, The New York Times publicó la foto, y él ganó El Premio Pulitzer.
La opinión pública entendió la foto, como una alegoría de lo que sucedía en Sudán:
“Kong era el problema del hambre y la pobreza, el buitre era el capitalismo, y Carter era la indiferencia del resto de la sociedad”
La crítica se cernió contra él, e intentó justificarse, alegando que el niño estaba muriendo, y que la tribu se encontraba a unos 20 metros de él, esperando su ración de comida.
El niño murió por fiebre, según su padre, en 2007...
Su imagen, de un niño desnutrido contemplado por un amenazante buitre, es quizás la imagen más icónica de todas las que dio el siglo XX, respecto de las hambrunas en África.
Así, todos los ojos del mundo vuelven a estar en África, y en el Bang-Bang Club.
Los amigos están felices por Carter, es una oportunidad; pero como una cruel paradoja, la fotografía destinada a levantarlo, lo hunde aún más.
Una polémica en torno a la suerte del pequeño, aparentemente víctima de la frialdad y el egoísmo periodístico del fotógrafo, tuvo para Carter el impacto de la bala que nunca le llegó.
Pasó, en un par de semanas, de ídolo a villano, las cosas no cambiarían mucho para él, seguiría cayendo, y terminaría sus días, odiando la imagen.
Para el 18 de abril de 1994; quedan apenas 8 días para las primeras elecciones libres en décadas, la esperanza de paz se acerca, pero una feroz revuelta se desata en Thokoza y el Bang-Bang Club en pleno está ahí; menos Carter, que ha abandonado el lugar luego de unas horas para atender asuntos de prensa tras su Pulitzer.
Ken Oosterbroek discute acaloradamente con los “peacekeepers”, un cuerpo de policía creado de forma transitoria, pero que de centinelas de la paz tienen muy poco, porque presas del miedo, disparan a todo lo que se mueve.
Thokoza, es un infierno de cañones y balas, un fuego cruzado insalvable.
De pronto, Oosterbroek y Marinovich caen.
El caos, la patrulla, la retirada y la llegada al hospital, resultará en vano.
Una bala ha perforado un pulmón de Marinovich, pero logrará ponerse a salvo; Ken no correrá la misma suerte.
La televisión ha registrado en directo la escena, y también João Silva, quien no paró de fotografiar en medio de la tensión.
Y una imagen encierra un feroz simbolismo fatalmente trágico:
Ken, inconsciente, es sostenido en sus últimos instantes por Gary Bernard, otro fotógrafo muerto tiempo después.
El Jefe de Fotografía de Star, y líder natural del Bang-Bang Club, fallecía a los 32 años, siendo el fotoperiodista sudafricano más importante de su generación.
Había obtenido numerosos premios, entre ellos, un World Press Photo en 1992.
Las imágenes de Silva, generaron polémica una vez más, pero para él, sus amigos eran una nueva baja de la guerra.
Silva y Marinovich, coincidieron en que a Oosterbroek le hubiera encantado ver las imágenes al otro día.
El mismo Ken, les había enseñado que primero se sacaban las fotos, y después se lidiaba con todo lo demás.
No había otra cosa que hacer.
Su ausencia al momento de la muerte de Ken, es algo que Carter nunca se perdonará.
Desde aquel día, su vida se irá, ahora sí, aún más en picada.
En la ruina económica, arrasado por la depresión, totalmente atormentado por los recuerdos de la guerra, y desilusionado por el cuestionamiento ético que le persiguió tras su famosa foto en Sudán, a pesar de que João Silva desmintió que el pequeño corriera peligro, ya el buitre aparecía cerca sólo por la perspectiva que corta un lente teleobjetivo, mientras que por el contrario, el pequeño estaba a sólo unos metros del campamento de La Cruz Roja…
Carter murió convencido que la bala que mató a su admirado amigo, debía haber sido para él, tal como apunta en la nota que dejó al momento de internar una manguera en su auto, conectada al tubo de escape, un 27 de julio de 1994, apenas 3 meses después del Pulitzer.
Se fue escuchando música, al borde del Río Braamfontein Spruit, su habitual lugar de juegos en la niñez.
Aún no cumplía los 34 años...
La incipiente paz que trajo Mandela, acabó con la guerra, pero la muerte ya había acabado antes con el Bang-Bang Club, convertido desde entonces en una leyenda.
Disueltos y reencontrados por el mundo, sumergidos en nuevas guerras, Silva y Marinovich continuaron viviendo al límite del fotoperiodismo.
Han seguido recibiendo premios y balas, y continúan al frente y en el frente, sin saber cuándo detenerse, se lo han prometido muchas veces, vuelven a casa por algunas semanas, pero regresan.
No tienen el menor interés de morir, sólo que tampoco desean hacer otra cosa.
Desgraciadamente, los miembros de este grupo, quizás hayan estado más en las portadas de los periódicos y en boca de muchos por las desgracias sufridas por la mayoría de sus miembros, que por las instantáneas que obtuvieron durante esos duros años.
El propio João Silva hablaba sobre el grupo en una entrevista realizada en 2009:
“Greg fue el autor principal.
Simplemente, éramos un grupo de amigos que cubría lo que pasaba en el país en ese momento.
Pasábamos el tiempo juntos, y vivíamos juntos.
Una revista decidió hacer un artículo sobre nosotros.
El Bang-Bang Club nunca ha existido realmente; fue producto de la imaginación de alguien; pero el nombre permaneció”, dijo.
“It's not always black and White”
The Bang Bang Club es un drama del año 2010, escrito y dirigido por Steven Silver.
Protagonizado por Taylor Kitsch, Malin Åkerman, Ryan Phillippe, Frank Rautenbach, Patrick Lyster, Neels Van Jaarsveld, Russel Savadier, entre otros.
Y es una adaptación cinematográfica del libro autobiográfico, “The Bang-Bang Club: Snapshots from a Hidden War” (2000), coescrito por Greg Marinovich y João Silva, que formaban parte del grupo de 4 fotógrafos conocido como “Bang-Bang Club”, junto a Kevin Carter y Ken Oosterbroek.
Esta es una historia que cuenta el lado más oscuro de las personas, pero también la lucha de unos amigos, y de un país por alcanzar sus sueños, pero también a todas las personas que quieran conocer un poco más de la historia de la Sudáfrica reciente, esa que se escribe en un país luchando por alcanzar la estabilidad, luego del terrorífico régimen del Apartheid.
En 1990, empieza a verse el final del criminal régimen del Apartheid en Sudáfrica.
Pero la paz no parece estar cerca.
A la violencia generada por el régimen afrikáner contra los no blancos, hay que sumar las luchas tribales y políticas entre estos últimos, fundamentalmente entre El Congreso Nacional Africano (ACN) de Mandela, y El Partido de La Libertad Inkatha (IFP) de Buthelezi y los zulúes.
Y en ese momento vemos como se incorpora al trabajo un supuestamente novel Greg Marinovich (Ryan Phillippe), que tras mostrar arrojo y maneras fotográficas, colaborará con los fotógrafos:
Kevin Carter (Taylor Kitsch), João Silva (Neels Van Jaarsveld), y Ken Oosterbroek (Frank Rautenbach), publicando en el diario The Star, donde trabaja la editora, Robin Comley (Malin Åkerman), con quien mantendrá una relación.
Veremos violencia, veremos premios Pulitzer, y otras alegrías y desgracias por parte de estos 4 fotógrafos que fueron conocidos como Bang-Bang Club, por estar frecuentemente involucrados donde había balas.
La película cuenta la historia notable y, a veces desgarradora, de esos 4 hombres jóvenes, y los extremos a los que acudieron para capturar sus imágenes en los días previos a la caída del Apartheid en Sudáfrica
Impresionante, duro y cruel panorama el que presenta esta cinta, la realidad y el riesgo con que viven quienes informan a sus semejantes de la realidad del mundo.
“Si una foto dice más que mil palabras”, como dice el viejo proverbio, cuanto dicen estas 2 fotos recorrieron el mundo y lo impactaron:
La antorcha humana de Greg Marinovich; y la de Kevin Carter en Sudan, donde un buitre acechaba a un niño con no buenas intenciones.
El filme muestra las atrocidades del ser humano en su lucha contra sus semejantes, un tema trillado, pero que impresiona cuando no es ficción, sino, tomado de un hecho real, quienes debieron unirse, Congreso Nacional Africano y los Inkatha, para luchar contra un enemigo común, se masacraron entre ellos, la fotografía del filme te hace vivir la realidad del momento de los hechos, la música todo el tiempo en función del guión, el que atrapa con su historia y no te suelta, un filme para aprender que la paz debe ser la palabra principal del diálogo.
“Cannot you pretend at least that it scares you a little?”
Sin llegar a la categoría de obra maestra, The Bang Bang Club es sin duda una de las mejores películas sobre fotoperiodistas jamás rodadas, y su visionado es más que recomendable para el público en general, e imprescindible para los interesados por la fotografía y el periodismo, entre otros asuntos.
Corre el año 1990 en Sudáfrica, cuando Nelson Mandela es liberado después de haber pasado 27 años en prisión.
Su liberación, que debería suponer unos nuevos tiempos políticos, se ve envuelta en una guerra civil por los guetos de Johannesburgo, entre sus partidarios y detractores.
La película se desarrolla en 1994.
En la zona ya se encuentran Ken Oosterbroek y Kevin Carter, que estaban registrando la violencia contra la población negra durante El Apartheid para el periódico Star.
Junto a ellos trabaja ocasionalmente João Silva, quien ocupaba su tiempo libre en documentar la violencia que el periódico nacionalista Alberton Record le tenía prohibido cubrir.
Al otro extremo de la ciudad llega Greg Marinovich, un fotógrafo antropológico, cuya curiosidad investigadora le lleva a adentrarse en los barrios de Soweto y alrededores.
Inadvertidamente se adentra en territorio Inkhatta, un lugar prohibido a los blancos, pero logra ganar su confianza, comprometiéndose a contar su versión de la guerra.
Esa victoria dura bien poco, pues breves instantes después de este suceso presencia delante de él, el linchamiento de un hombre.
En su regreso a las calles, tiene un encuentro con Kevin Carter, quien le anima a que revele sus fotografías en el laboratorio del periódico Star.
Cuando más tarde ve las fotografías, la calidad y contenido de las mismas, consigue que acabe trabajando con ellos en el periódico.
Allí conocerá a la editora de fotografía, Robin Comley con quien mantendrá un tórrido idilio.
Así es como se formó el “Bang-Bang Club”, un nombre que recibieron por encontrarse siempre cerca de la línea de fuego.
Los 4 fotógrafos se distinguían por estar cerca de la acción, y por pasar el tiempo libre “divirtiéndose” salvajemente.
La película nos va mostrando, cómo cada uno se enfrenta y asimila las situaciones a las que se van enfrentando, a la vez que se nos va mostrando de manera bastante fidedigna, lo que se vivió en esa guerra civil.
La recreación de las fotografías reales que tomaron esos 4 fotoperiodistas, se registra muy fielmente en la película; haciendo que no sólo podamos ser testigos de las instantáneas que dieron la vuelta al mundo, sino que también los momentos que rodearon a cada una de ellas.
Durante ese periodo de tiempo, Greg Marinovich consiguió un premio Pulitzer por la foto de una ejecución de un hombre acusado de espionaje, siendo quemado vivo, y rematado a machetazos.
Ken Oosterbroek, quién ganó un World Press Photo en 1992, fue muerto por un disparo perdido por las fuerzas de paz.
João Silva, fue herido seriamente teniendo que retirarse de la acción por mucho tiempo.
Kevin Carter trató de desconectar de todo ese horror, y pasó una temporada en Sudán, donde capto la famosa fotografía del niño sudanés vigilado por un buitre, que le supuso ganar también El Premio Pulitzer, pero que ahondo en su depresión, le llevó al suicidio solamente 2 meses después de recibirlo.
Técnicamente, más que solvente, The Bang Bang Club cuenta con el aliciente de relatar hechos reales, y de poner sobre el tapete algunas cuestiones importantes relacionadas con el trabajo de periodistas de conflictos.
Todo ello la hace particularmente interesante para su visionado en escuelas de periodismo, fotografía y demás, pero también disfrutable en general.
Su único defecto, es que cojea de lo que casi todas las películas y/o libros en el que la fuente de la información sobre los hechos que se relata, es el propio protagonista.
A la película le falta algo… y se percibe también un claro intento de contar demasiadas cosas en poco tiempo, lo que al final la deja emocionalmente algo coja.
Particularmente hubiera tenido más interés, si se volcara decididamente el protagonismo en Kevin Carter, el autor de la celebérrima foto del buitre acechando a un niño famélico, en lugar de compartirlo con Marinovich, pero estas son ya disquisiciones de tipo cinematográfico.
Todas las escenas en que los personajes sacan esas fotos que asombraron al mundo, son desgarradoras y encogen el corazón por su dureza y por el retrato que hacen de la desesperación y el salvajismo humanos en los conflictos bélicos, donde el hermano se vuelve contra el hermano, y que se haya cometido algún crimen importa bien poco, pues nacer miembro de una etnia rival, ya es el mayor pecado que se puede cometer.
Todo eso lo capta la cámara apasionada y muy periodística del director Steven Silver, quien es un debutante en el campo de la ficción, aunque sí tiene una amplia experiencia como documentalista, y se nota.
El guión, se vuelve excelente, además en el último tercio, cuando el foco se pone en la famosa foto del niño y el buitre en Sudán.
Existe en el guión, una marcada admiración no sólo por los 4 protagonistas, sino por toda la profesión periodística, muy especialmente por su labor como testigo de los horrores del mundo.
Admiración y respeto que también se encuentra en el trabajo de los actores:
Frank Rautenbach, es quizás el mejor del cuarteto protagonista, mientras que Neels Van Jaarsveld es quien pasa más desapercibido, pues João Silva es el personaje al que el libreto presta menos atención.
En cuanto a Taylor Kitsch y Ryan Phillippe, las caras más conocidas, ambos cumplen más que de sobra con la complejidad de los roles de Kevin Carter y Greg Marinovich.
Kitsch, siempre muy denostado por la crítica, injustamente para quien esto firma, defiende con sinceridad el carácter de estrella del rock de Carter; mientras que Phillippe sigue dando pasos adelante en su gran madurez interpretativa de los últimos años, reflejando el drama a través de su mirada perdida y asfixiada por la guerra.
No hay que olvidar tampoco a Malin Åkerman, atención al momento en que Greg le pide a Robin que sujete a una luz para hacer una foto especialmente dolorosa…
La hija de Kevin Carter, Megan Carter, aparece en la escena del bar en la que ella se da la vuelta, y dice “tú debes de ser Ken Oosterbroek”
Además, al lado de ella, está la hijastra de Kevin, Sian Lloyd
Como errores; en la película, Kevin Carter interpreta la canción “Just” de Radiohead en su programa de radio; sin embargo, la canción fue lanzada en 1995, después de la muerte de Kevin.
Cuando Greg Marinovich y João Silva están revisando la película de Kevin Carter sobre el buitre y el niño, los negativos que ven, son en realidad imágenes de medios tonos, no negativos normales, que uno estaría examinando antes de su publicación.
Los medios tonos, son las imágenes “punteadas” usadas para imprimir fotografías en periódicos y revistas, etc.
Al final del filme, las fotos reales, tomadas por los fotógrafos reales, incluidos los retratos de los demás, se utilizan como telón de fondo durante la primera sección de los créditos; que de hecho, la toma de algunas de estas fotografías, se retrata en la película misma.
Las fotos de los 5 personajes principales, individualmente se yuxtaponen a las imágenes de sus contrapartes de la vida real.
En definitiva, la película refleja muy bien la labor del fotoperiodista, a la vez que nos va planteando continuamente dilemas morales a los que se enfrentan; dado que es un trabajo en el que es importantísimo captar lo que está sucediendo, vemos como el fotorreportero debe en todo momento saber manejar su cámara y hacer los ajustes necesarios para no perderse nada; no importa las condiciones cambiantes de la acción.
Vemos también, cómo cada fotógrafo lidia con el horror que está viendo de una manera diferente:
Quien lo interioriza, quien trata de apaciguarlo con fiestas y drogas, quien llega a insensibilizarse…
Se plantea también a lo largo de la misma, el dilema de si un fotoperiodista debe de tomar parte en los acontecimientos, o simplemente documentar lo que está sucediendo.
Hay un momento incluso, en que en un bar, alguien llega a llamarles “los paparazzi de la muerte”
Es quizás el gran dilema del fotoperiodista.
¿Es su trabajo, solamente tratar de sensibilizar a la sociedad a actuar, mientras ellos no actúan?
¿Es justamente lo que están haciendo, la manera de aportar su grano de arena para arreglar la situación?
Como digo, son cuestiones que no tienen una sencilla respuesta, lo que es indiscutible es que sin su trabajo, ciertos conflictos no se habrían conocido ni resuelto gracias a la presión pública.
Como recientemente afirmó Reporteros Sin Fronteras:
“Sin reporteros independientes, la guerra simplemente sería un espectáculo”
Aparte de este dilema, en cuanto a la involucración en tiempo de guerra, nos encontramos con la famosa fotografía de Kevin Carter, con el buitre acosando a ese niño famélico acurrucado.
A raíz de la publicación de esa fotografía, las críticas y los debates sobre la cuestión de, si el fotógrafo debía de intervenir, se recrudecieron.
En esta ocasión, no se trataba de una situación de guerra, en la que el periodista corriera peligro con su intervención, además, el mismo Carter reconoció que tuvo que esperar a que el buitre estuviera lo suficientemente cerca para conseguir una buena composición.
¿Era necesaria una imagen tan dura, debía haber intervenido Carter para ayudar a ese niño?
De nuevo, un profundo dilema que quizás agravó los problemas que ya arrastraba Carter con las drogas y la depresión, y lo llevó finalmente al suicidio.
Judith Matloff, una corresponsal extranjera, y editora colaboradora en Columbia Journalism Review, explica en su reseña sobre la película The Bang Bang Club, de Steven Silver, que es la última producción de Hollywood en equivocar el papel del corresponsal de conflicto.
Matloff ha impartido un curso sobre informes de conflictos, y ha supervisado la tesis de maestría en la Universidad de Columbia, Graduate School of Journalism, en la ciudad de Nueva York; y dijo:
“Pero los reporteros y fotógrafos estacionados en Sudáfrica en ese momento, también eran seres humanos compasivos, que se exponían al peligro porque querían registrar la historia.
Esto no aparece particularmente en la película.
En cambio, Silver juega con el estereotipo de Hollywood, de que los periodistas son forasteros desalmados.
Después de un día divertido tomando fotos de personas negras masacrándose entre sí, los muchachos regresan a los suburbios blancos, y la fiesta, lo que implica que el derramamiento de sangre es un juego para ellos”
Matloff trabajó con Marinovich, y conoció a Silva, ya que ella era miembro del cuerpo de prensa de Johannesburgo a principios de la década de 1990.
En su experiencia, ella cuenta:
“La película muestra a los fotógrafos como imprudentes buscadores de emociones, pavoneándose en las salas de redacción como estrellas de rock, y besuqueándose con chicas, cuando no se suben a los autos para perseguir “Bang-Bang” o violencia.
En su larga reseña, Matloff escribió sobre Marinovich:
“Como la mayoría de los escritores de memorias que se han convertido en películas, Marinovich se desasocia de la versión cinematográfica.
Tiene el mismo título, pero no es la misma historia.
No es mi vida, no veo al personaje como yo”
Miriam Brent, en su reseña de The Guardian, expresó la misma crítica, y escribió:
“Sin embargo, de manera frustrante, mientras la película plantea preguntas pertinentes sobre, cuándo bajarse la cámara, se abstiene de profundizar en estos dilemas morales, y la tensión emocional que enfrentan los fotógrafos de combate.
En cambio, nos presentamos a un mundo impulsado por la testosterona, en el que esquivar las balas, es solo otra forma de obtener patadas antes de que comience la fiesta.
Es una lástima, que la lograda cinematografía no coincida con un guión que permita que la verdadera valentía y los logros de los fotoperiodistas de combate brillen a su manera”
Algunos críticos más, criticaron la falta de los personajes reales de los miembros del Bang-Bang Club en la película.
A João Silva le preguntaron en una entrevista para la revista francesa, Paris Match sobre la película; y su respuesta describió a Michel Peyrard con las palabras:
“Más tarde, el libro se convirtió en una película, en la que el fotógrafo no se reconoce a sí mismo, y João continuó su viaje…
Solo, ahora”
“I do not know if we can publish it, people will choke on cereals”
Las personas cuestionaban, si estos fotoperiodistas, realmente ayudaban con sus fotografías.
Sí, sí ayudaban bastante, estos fotógrafos dieron a conocer la realidad diaria que vivían aquellas personas en África.
Esta era su mejor forma de ayudar; así como el oficio del maestro es enseñar, el del ingeniero es construir, el oficio del fotógrafo, es hacer fotografías.
Al capturar estas imágenes, estos hombres no buscaban un reconocimiento, simplemente querían dar a conocer la situación que se estaba viviendo en África en aquel tiempo, le mostraron al mundo una realidad que quizás muchos ignoraban.
Con su trabajo, impactaron a muchos, y llegaron más allá de donde podían imaginar, y capturaron momentos irrepetibles, que de no ser capturados por ellos, no se hubieran conocido jamás.
Plasmaron imágenes que hasta el día de hoy causan gran impacto en cada una de las personas que las ven.
No les importo arriesgar sus vidas en busca de la mejor imagen.
Fueron muchos los momentos difíciles que pasaron pero, esto no les impidió llevar lo mejor de su trabajo a todo el mundo.
¿Qué haría cualquiera de nosotros, sí ante él, alguien prendiese fuego a otro hombre, y le rematase golpeándole la cabeza con un palo?
Greg Marinovich, en su momento lo tuvo claro:
Pulsar el disparador.
Bueno, en realidad lo que hizo fue evaluar a “ojo” la luz en la escena porque el fotómetro de su cámara no funcionaba, poner 5,6 de apertura y, entonces sí, disparar.
“Había una boletería de ladrillo que me impedía ver al hombre tirado en la calle…
Cuando oí a las mujeres ululando en celebración de la victoria, corrí para ver mejor.
El hombre al que creía muerto, estaba corriendo hacia el campo, envuelto en llamas.
Lenguas de fuego rojas, azules y amarillas quemaban su ropa y su piel.
Corría de manera torpe y urgente, lo que pretendía era escapar del dolor.
Levanté la cámara mientras la antorcha humana detenía su marcha, y se derrumbaba.
Cuando hacía foco, noté que El Sol estaba justo detrás del hombre en llamas.
El medidor de luz de la cámara no funcionó, así que abrí totalmente el diafragma.
Apreté el obturador, y después alejé la cámara de mi rostro por un segundo para enmarcar.
Un hombre semidesnudo y descalzo entró en cuadro, y descargó un machetazo sobre la cabeza incendiada del hombre, mientras un niño escapaba de esa visión infernal, de ese enemigo que se rehusaba a morir”, dijo Greg Marinovich.
“Si el mundo llegó a saber la verdad”, como afirma Desmond Tutu en la introducción del libro, fue gracias a la labor de estos 4 fotógrafos, 2 de los cuales acabaron su vida de forma trágica:
Oosterbroek, de 32 años, fue asesinado a balazos por fuerzas de paz, en el municipio de Thokoza, a unos 25km al este de Johannesburgo, el 18 de abril, 9 días antes de las elecciones del 27 de abril de 1994 en Sudáfrica, las primeras elecciones de toda la raza del país.
En julio de 1995, Sudáfrica comenzó una investigación de 15 meses sobre la muerte de Oosterbroek.
A pesar de la abrumadora evidencia y balística que demostraban que solo las fuerzas de paz estaban lo suficientemente cerca como para dispararle y matarlo, el magistrado dictaminó, que nadie podría ser responsable de la muerte de Oosterbroek.
Sin embargo, en enero de 1999, el fotógrafo compañero, Greg Marinovich, tuvo la oportunidad de encontrarse con uno de los cascos azules que había estado luchando en Thokoza, el día de la muerte de Oosterbroek, Brian Mkhize.
Aunque Mkhize inicialmente afirmó que debieron haber sido los partidarios de Inkatha, que dispararon desde el albergue que eran responsables, el 14 de febrero de 1999, admitió que por el miedo y el pánico, los cascos azules habían abierto fuego sin pensar.
Él declaró:
“Creo que, en algún lugar, de alguna manera... creo que en algún lugar, uno de nosotros, la bala que mató a tu hermano, vino de nosotros”
Oosterbroek estuvo casado con la periodista Monica Oosterbroek, desde 1991 hasta su muerte; tenía una hija, llamada Tabitha, nacida en 1989, de una relación anterior.
Kevin Carter, que sufría de adicción a las drogas, se suicidó meses más tarde; y entre otros motivos, debido a la muerte de su gran amigo Ken.
Murió de intoxicación por monóxido de carbono a los 33 años.
Se puede leer algo de su nota de suicidio:
“Estoy deprimido... sin teléfono... dinero para el alquiler... dinero para la manutención de los hijos... dinero para las deudas...
¡¡¡Dinero!!!
Estoy atormentado por los recuerdos vívidos de los asesinatos y los cadáveres, y la ira y el dolor... del morir del hambre o los niños heridos, de los locos del gatillo fácil, a menudo de la policía, de los asesinos verdugos...
He ido a unirme con Ken, si tengo suerte”
Todo ello se sumó sin duda a las duras críticas de que fue objeto por su actitud ante la situación que fotografió en Sudán.
Y es que el asunto no tiene más misterio, como sostiene João Silva, que estaba allí junto a su amigo, y que captó la misma imagen; y dio una versión diferente de los hechos en una entrevista con el escritor y periodista Akio Fujiwara, que el japonés publicó en su libro “Ehagaki ni sareta shōnen” o “El niño que se convirtió en postal”
Según Silva, él y Carter viajaron a Sudán con Las Naciones Unidas, y aterrizaron en la zona sur de Sudán, el 11 de marzo de 1993.
El personal de Naciones Unidas les dijo que despegarían de nuevo en unos 30 minutos, el tiempo necesario para distribuir la comida, así que deambularon para hacer algunas fotos.
Naciones Unidas comenzó a distribuir maíz, y las mujeres del poblado salieron de sus chozas de madera hacia el avión.
Silva fue a buscar guerrilleros, mientras que Carter no se alejó más que unos pocos metros del avión.
Según Silva, Carter estaba bastante sorprendido, puesto que era la primera vez que veía una situación real de hambruna, por lo que hizo muchas fotos de niños hambrientos.
Silva comenzó también a tomar fotografías de niños en el suelo, como llorando, que no se publicaron.
Los padres de los niños, estaban ocupados recogiendo la comida del avión, por lo que se habían desentendido de momento de los niños.
Esta era la situación del niño de la foto hecha por Carter.
Un buitre se posó detrás.
Para meterlos a ambos en cuadro, Carter se acercó muy despacio para no asustar al buitre, e hizo la foto desde unos 10 metros.
Hizo algunas tomas más, y el buitre se fue.
Los 2 fotógrafos españoles que estuvieron en la misma zona por aquellas fechas, José María Arenzana y Luis Davilla, sin conocer la fotografía de Kevin Carter, tomaron una imagen en una situación muy similar.
Según narraron en varias ocasiones, era un centro de alimentación, y los buitres acudían por los desperdicios de un estercolero:
“Le llevaron a él, y a Pepe Arenzana a Ayod, donde estuvieron casi todo el tiempo en un centro de alimentación donde acude gente de la zona.
En un extremo de ese recinto, se encontraba un estercolero donde tiraban los desperdicios e iba la gente a defecar.
Como estos niños están tan débiles y desnutridos, se les va la cabeza dando la sensación de que están muertos.
Como parte de la fauna, hay buitres que van a por esos restos.
Por eso, si tú coges un teleobjetivo, aplastas la perspectiva con el niño en primer plano, y de fondo los buitres, y parece que se lo van a comer, pero eso es una absoluta patraña, quizá el animal esté a 20 metros”
Nadie vio morir a aquel bebé, y es la propia imagen la que desmiente ese destino trágico, al menos en parte, ya que la criatura de la foto, lleva en su mano derecha una pulsera de plástico de la estación de comida de La ONU.
A Carter lo criticaron por no ayudar al bebé, y el mundo lo dio por muerto a pesar de que el propio Carter no lo vio morir, sólo disparó la foto y se fue.
Pero 18 años después, en el año 2011, un equipo de periodistas viajó al lugar, y logró constatar que el pequeño sobrevivió a la hambruna, pero que murió 4 años antes, de “fiebre”
Su nombre era Kong Nyong...
Se dice que años antes, Carter intentó suicidarse, que fumaba White Pipe, una mezcla de marihuana, metacualona, perico y barbitúricos; que tenía graves problemas familiares, y una personalidad algo desordenada; pues perdía sus carretes en aviones y aeropuertos, que era depresivo, y tenía una vida caótica, con un sinfín de experiencias trágicas.
“The Death of Kevin Carter: Casualty of The Bang Bang Club”, también conocido como “The Life of Kevin Carter”, es un cortometraje documental estadounidense de 27 minutos, del año 2004, sobre el suicidio del fotoperiodista sudafricano; producida y dirigida por Dan Krauss; que describe cómo Carter, que ganó El Premio Pulitzer por una fotografía del niño africano demacrado, acosado por un buitre, se deprimió por la carnicería que presenció como fotógrafo en lugares asolados por la guerra.
Además, fue devastado por la muerte de Ken Oosterbroek, un amigo cercano y colega, que fue asesinado a tiros mientras trabajaba en el municipio de Thokoza.
El corto, recibió una nominación para El Premio de La Academia; y la única crítica que uno puede hacer, es desear que la película sea más larga, dado que los colegas y amigos de Carter, claramente tienen muchas historias que contar, no solo sobre el talentoso fotoperiodista, sino también sobre el nacimiento de la Sudáfrica posterior al Apartheid.
Han pasado más de 20 años, y Greg Marinovich, de 55 años, ha regresado a Sudáfrica, lleva 4 cicatrices de bala en el cuerpo, y otras tantas en la memoria; mientras João Silva lleva prótesis en vez de piernas; pues el 23 de octubre de 2010, pisó una mina mientras patrullaba con soldados estadounidenses en Kandahar, Afganistán, y perdió su pierna izquierda debajo de la rodilla, y su pierna derecha desde justo arriba.
Después de recuperarse y recibir 2 prótesis, la primera asignación de Silva del Centro Médico del Ejército Walter Reed para The New York Times, fue en La Casa Blanca.
A partir de 2017, Silva está trabajando como fotógrafo de plantilla para The New York Times en África.
En 2011, Silva habló en el Bronx Documentary Center de New York sobre su vida como fotoperiodista.
Su discurso fue publicado en The New York Times, y dijo:
“Realmente no uso el término “fotógrafo de guerra” para describirme a mí mismo...
Pero como fotoperiodista, tiene muchas más responsabilidades que simplemente estar en guerra.
Soy un historiador con una cámara, y ojalá mis imágenes usen el medio para capturar la historia, o para contar una historia, o para resaltar el sufrimiento de otra persona.
Por eso sigo haciéndolo, y por qué quiero hacerlo, seguir haciéndolo”
Silva habló en la sección “El ser humano detrás de la cámara”, de que algunas personas piensan detrás de la cámara, que es una máquina, un fotógrafo sin ningún sentimiento.
Dijo que a menudo se le preguntaba, cómo era posible que pudiera fotografiar imágenes tan crueles.
Su respuesta fue:
“Si quieres ayudar a la gente, entonces no debes convertirte en fotógrafo.
Ayudamos a la gente todo el tiempo.
Llevar a las personas que estaban en su auto al hospital, o ayudar con cosas pequeñas también era normal.
Pero no siempre, como explicó Marinovich en su Libro.
Como ejemplo, algunas imágenes son tan fuertes que la gente se horroriza al mencionar la famosa imagen de Kevin Carter, de Sudán.
Por tanto, algunas personas critican al fotógrafo por tomar las fotos”
Silva dice a la crítica:
“Fue muy criticado por esa imagen.
Gente que no tenía ningún lugar para criticarlo, gente que no entendía la dinámica que se necesitaba para hacer esa imagen.
En última instancia, esa imagen fue un mensaje tan fuerte de hambre.
De repente hubo esta afluencia de dinero que surgió de la nada.
Salvó más vidas tomando esa fotografía, de lo que lo habría hecho al no tomar la fotografía”
Silva, de 51 años, vive en Johannesburgo, Sudáfrica con su esposa Vivian, y sus 2 hijos.
Ambos sobrevivientes del “Bang-Bang Club” están por fin alejados de la guerra, aunque quien sabe…
Desde las primeras fotografías, Bang-Bang Club tiene su lugar en almanaques, premios, obituarios, libros, películas y cerca de 86 millones de páginas web según Google.
Y serán sus imágenes, por siempre en la conciencia colectiva, las que continuarán evocando, cómo desde cada amanecer en los Township de Johannesburgo, el horror de un mundo se lanzó cada cierto tiempo al despeñadero por un pedazo de tierra, poder o fe.
En definitiva, un grupo con una calidad fotográfica tan reseñable como su desgracia.

“They're right.
All those people who say it's our job to just sit and watch people die.
They're right”



Comentarios

  1. Parabéns Alvaro pela postagem. A história de Kevin Carter é muito chocante.

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