Born to Be Blue

“Time gets wider, you know.
Not just longer”

En 1922, James George Frazer, influyente antropólogo escocés en las primeras etapas de los estudios modernos sobre magia, mitología y religión comparada; tuvo una intuición:
¿Y si todas las religiones y creencias se basaran en lo mismo?
¿Y si todos los mitos compartieran la misma historia, la misma carne?
Un mito, por definición, explica el mundo, le da sentido…
Un mito, para entendernos, calma del vértigo de “estar vivo”, o por lo menos así fue hasta que el mundo dejó de tener sentido…
No queda claro cuándo… quizás cuando las propias creencias develaron los rasgos comunes; tal vez en el momento en el que Frazer decidió escribir “The Golden Bough” haciendo caso a su intuición.
El caso es que, de repente, se extinguió la gracia de la mitología y los mitos, y todos ellos se convirtieron en simple vértigo, en una herida.
Eso mismo le pasó en carne propia a Chesney Henry Baker, Jr., más conocido como Chet Baker; un trompetista, cantante y músico de jazz estadounidense, llamado “el James Dean de La Era Dorada del Jazz” y “la gran esperanza blanca del jazz”; como todo un exponente del estilo “cool” es decir, del “west coast jazz” de los años 50, que se distinguió por su sonido emocional y lastimero.
y es que la música de Chet Baker es profundamente seductora, triste y evocadora; y fue  uno de los músicos más atractivos de la historia, ya que tenía un don, una capacidad única para transmitir emociones a través del viento que cruzaba su trompeta como el aliento del que está apunto de desfallecer.
Su vida, en cambio, fue terriblemente desastrosa...
Todo el talento que tenía como músico, todos esos dones, chocaban con una personalidad destructiva y egoísta, asfixiada por las adicciones; como Charlie Parker o como Bill Evans, junto a los que tocó, Chet Baker se destrozó con las drogas hasta hurgar en lo más profundo del pozo más hondo; pero hizo del canto lacónico de su trompeta y de su voz, un himno; y supo utilizar sus limitaciones técnicas en beneficio propio; esto le obligaba a jugar con el tempo lento, con notas largas y dispersas, a cantar canciones bellas y lastimeras, elementos que lo convirtieron en baluarte del west coast, al tiempo que le proporcionaron un aura de misticismo.
Esto, unido a su “look” juvenil y rebelde, de ahí que le llamaron “el James Dean del jazz”; le otorgó una imagen de romántico perdedor que lo aupó a la fama, incluso entre aquellos, especialmente mujeres, a quienes no interesaba el jazz.
Cierto es que tuvo que esforzarse poco, técnica y personalmente para alcanzar esta fama, y sólo cuando las cosas se le torcieron, tuvo que darlo todo, esfuerzo y sufrimiento, para volver.
Profesionalmente, Chet lo tuvo demasiado fácil…
En cuestión de días, aprendió a tocar la trompeta, y no necesitaba leer partituras:
Tras una escucha, se aprendía cualquier pieza…
Generacionalmente, pertenecía al movimiento “bebop”, incluso Charlie Parker requirió sus servicios, pero se presentó con un estilo lírico, que resultaba balsámico tras las turbulencias de los “boppers” neoyorquinos; y triunfó a lo grande:
En las encuesta de la revista Down Beat, fue votado el mejor trompetista por encima de coetáneos más dotados, como Miles Davis o Dizzy Gillespie.
Mientras que Davis nunca se lo perdonaría… Dizzy siempre estuvo dispuesto a echarle una mano.
Chet nació en Yale, estado de Oklahoma; su padre, Chesney Henry Baker, Sr., era guitarrista y alcohólico; mientras su madre trabajaba en una perfumería.
En 1940, se trasladaron de Yale a Glendale, estado de California; y siendo niño, Baker cantó en concursos de aficionados y en el coro de la iglesia.
En su adolescencia, su padre le compró un trombón, que luego reemplazaría por una trompeta, al ser este primero demasiado grande para el chico.
Su primer aprendizaje musical, tuvo lugar en el instituto de Glendale, aunque su formación musical terminó siendo puramente intuitiva.
En 1946, con 16 años, abandonó la escuela, y se enroló en el ejército; siendo enviado a Berlín, donde tocó en la 298th Army Band.
Tras su regreso, en 1948, se apuntó a El Camino College, en Los Ángeles, donde estudió teoría y armonía mientras tocaba en los clubes de jazz; pero abandonó los estudios al 2º año; y se volvió a alistar en el ejército en 1950, tras convertirse en miembro de la 6th Army Band en El Presidio, en San Francisco.
Siguió actuando en los clubes de la ciudad, y finalmente consiguió por 2ª y definitiva vez su liberación del ejército, para convertirse en un músico profesional de jazz.
Su estilo estaría influido en el futuro por el sonido de Miles Davis; pero inicialmente, Baker tocó en la banda de Vido Musso y luego con Stan Getz.
La primera grabación de Baker, es una interpretación de “Out of Nowhere” que aparece en una toma de una “jam session” realizada el 24 de marzo de 1952.
Su éxito llegó rápidamente, cuando en la primavera de 1952, fue elegido para tocar con Charlie Parker, debutando en el Tiffany Club de Los Ángeles, el 29 de mayo de 1952.
Ese mismo verano, empezó a tocar en el cuarteto de Gerry Mulligan, grupo compuesto sólo de saxo barítono, trompeta, bajo y batería, sin piano, que atrajo la atención durante sus actuaciones en el “nightclub” Haig, consiguiendo realizar grabaciones para el recién creado sello Pacific Jazz Records, más tarde conocido como World Pacific Records.
El primer LP fue “Gerry Mulligan Quartet”, que incluía la famosa interpretación de Baker de “My Funny Valentine”
El Gerry Mulligan Quartet duró apenas un año, en junio de 1953; y su líder ingresó en la cárcel por drogas...
Baker formó su propio cuarteto, que en principio contaba con Russ Freeman al piano, Red Mitchell al bajo, y Bobby White a la batería; y realizó su primera grabación como líder para Pacific Jazz, el 24 de julio de 1953.
En 1954, Pacific Jazz realizó “Chet Baker Sings”, un disco que incrementó su popularidad, y que le haría seguir cantando el resto de su carrera.
Su popularidad le hizo trabajar en una película, “Hell's Horizon”, de 1955, pero declinó un contrato con unos estudios, para llevar a cabo una gira europea desde septiembre de 1955, a abril de 1956.
A su regreso a Estados Unidos, Chet formó un quinteto con el saxofonista Phil Urso y el pianista Bobby Timmons; y contrariando su reputación de intérprete relajado, Baker tocó con este grupo al estilo “bebop”, que grabaría el disco “Chet Baker & Crew” para Pacific Jazz, en julio de 1956; y realizó una gira por Estados Unidos en febrero de 1957 con los Birdland All-Stars.
Regresó a Europa en 1959, concretamente a Italia, y fue en estos años donde conoció al joven músico Christian Vander, a quien le regalaría su primera batería.
Mientras tanto, Hollywood realiza en 1960, una biografía ficcionalizada de Baker, “All The Fine Young Cannibals”
No obstante, para entonces, Baker se había vuelto adicto a la heroína en los 50, y había sido encarcelado varias veces durante cortos periodos.
Sólo quería tocar y colocarse; pues llevaba un dolor profundo en su interior que intentaba aliviar; y las drogas le permitían cerrar la puerta al mundo, y vivir dentro de su música; de hecho, al final de su vida, consumía 6 gramos de heroína al día, además de la cocaína, el alcohol, el hachís, los barbitúricos y la codeína que usaba como “complemento” habitual; y sin embargo, el mismo hombre que vivía la sórdida vida de un drogadicto, estaba consagrado a crear belleza...
No era un virtuoso de la trompeta, ni quería serlo.
Su arte era instintivo; y sus solos son piezas perfectas de arquitectura.
La sonoridad es dulce y bien lograda; al tiempo que tenía buen gusto para las canciones, y jamás tocó una nota que no fuese necesaria.
Eso le permitió tocar en todos sitios, a todas horas, incluso en prisión.
Pero su estatura artística y el encanto arrebatador entre su multitud de seguidores, creció paralelamente a los graves problemas que empezó a generarle su toxicomanía.
En una época en la que los músicos de jazz apenas obtenían un porcentaje ínfimo de los beneficios que generaban, no escapó de dramáticas turbulencias relacionadas con el consumo continuado de sustancias prohibidas.
El hurto, la delación, el paso por centros penitenciarios y clínicas de desintoxicación y el maltrato a algunas de las numerosas mujeres que sucumbieron a sus encantos, son episodios recurrentes en su vida; y no sería hasta los años 60 que su adicción empezara a interferir en su carrera musical.
Fue arrestado en Italia en el verano de 1960, y pasó casi un año y medio entre rejas.
Celebró su regreso grabando en 1962, “Chet Is Back!” para la RCA; y a finales de año, sin embargo, fue arrestado en Alemania Occidental, y expulsado a Suiza, luego a Francia y, finalmente, a Reino Unido.
Pero fue deportado de nuevo a Francia, a causa de otro problema con las drogas en 1963.
Aun entonces era guapo, lucía vulnerable, y acariciaba un repertorio romántico:
Nunca le faltaron mujeres, para todo:
Desde mujeres sufridas, que recibían palizas y perdían sus posesiones, a otras que debían arriesgarse a cargar con el contrabando cuando cruzaban las aduanas…
Una amiga suya, lo calificó como de “relaciones vampíricas”:
“Chet tenía enganchadas a todas aquellas mujeres, como si fueran drogadictas.
Y todas ellas querían eso...
Tenía víctimas voluntarias… las novias de Drácula.
No es que ellas desconocieran sus malos rollos.
Él lo dejaba claro, y ellas tragaban a pesar de todo”
Un detalle más… Chet nunca quiso hacerse la prueba del HIV, pues tuvo muchísimo sexo a lo largo de su vida; y no mostraba mayor consideración con sus compañeros masculinos.
Si sufrían una sobredosis, huía en vez de intentar ayudar.
Si morían en su cuarto, su única preocupación era que el cadáver terminara en la calle.
Si había que delatar a alguien, lo hacía sin complejos.
Dejaba atrás un rastro de camas, habitaciones, casas quemadas...
Donde sobrevivir para el siguiente chute, era el principal imperativo de un yonqui; y Baker se demostró un maestro en esas lides:
No aceptaba responsabilidades, y no asumía ninguna consecuencia por sus actos.
Aunque era altamente homófobo, cuidaba al fiel público gay... y se prestaba a sus juegos, si venían endulzados con dinero…
Pero el éxito comercial no vino acompañado de un aprecio unánime entre los músicos, y algunos críticos empezaron a calificarle de “afectado y decadente”
Lo cierto es que ya nunca dejaría de cantar, y aprendería a hacerlo con mayor grado de convicción, incluso para aquellos que denostaban su voz.
Se quejaba sólo de que su hábito, la droga, era caro.
En Londres, a principios de los 60, había disfrutado de un programa gubernamental que proporcionaba drogas a los adictos declarados...
Se aficionó entonces a los “speedballs”, combinados inyectables de heroína y cocaína; y en la práctica, si faltaba algún ingrediente, aumentaba la dosis de la substancia disponible, y se pinchaba hasta que ya no encontraba venas, y terminaba recurriendo a partes sensibles de su anatomía…
Con todo, Chet vivió en París, y durante todo el año siguiente, actuó en Francia y España, pero tras ser arrestado una vez más en Alemania Occidental en 1964, siendo deportado a Estados Unidos.
Tocó en New York y en Los Ángeles a mediados de los 60, cambiando temporalmente la trompeta por el “fliscorno”; y en el verano de 1966, sufrió en San Francisco una gran paliza relacionada con su adicción a las drogas...
Como consecuencia de ella, sufrió algún desperfecto en su dentadura, que le llevó a modificar su embocadura en la trompeta.
Ese episodio se dio poco después de que su esposa Carol diera a luz a su hija Melissa, y fue muy conoció pues el propio Baker contaría distintas versiones del suceso:
Recibió una brutal paliza de 5 jóvenes negros que le robaron el dinero que llevaba para droga.
A partir de ahí, se confunden datos más concretos, como el lugar, la fecha y el motivo de la agresión.
Todas las versiones tienen un único rasgo común:
Baker fue atacado por hombres de color, y rechazado por los blancos.
El episodio se convirtió en una alegoría de la discriminación racial que había sentido durante toda su vida adulta.
Le rompieron los dientes, y se vio obligado a reinventarse musicalmente; y por ello trabajó con denuedo para lograrlo; y como resultado de la privación del empuje juvenil, empezó a sonar más demorado e intenso.
En lo personal, Chet se casó con Halema Alli, cuando ella sólo tenía 20 años, y tuvieron un hijo:
Chesney Aftab.
De su 2º matrimonio, con Carol, nacieron Dean, Paul y Melissa.
Hubo otras 2 mujeres importantes en la vida de Chet:
Ruth Young y Diane Vavra.
De uno u otro modo, en algunos casos, hasta convirtiéndose en cómplices de su adicción, todas ellas trataron en vano de mantenerse a su lado, de construir un vínculo sólido.
Saxofonista y percusionista, víctima también de una infancia para el olvido, Vavra fue su último amor.
A ella le dedicó uno de sus discos más hermosos, grabado a dúo junto al pianista Paul Bley, bajo el título de “Diane” (1985)
Ahora inseguro, renuente a asumir cualquier tipo de responsabilidad, atacado por el miedo escénico, Baker encontraba en la droga, la mejor vía para escapar hacia un universo alternativo; y ya en los 60, le encontramos imitando a Herb Alpert al frente de una turística agrupación denominada “Mariachi Brass”, haciendo música de ascensor con las Carmel Strings, y grabando éxitos ínfimos tipo “Sugar, sugar”
Hacia finales de los 60, grababa y actuaba sólo de forma ocasional; y a comienzos de los 70, se retiró por completo.
No obstante, Chet Baker encontró en Europa, donde pasó largos períodos, la admiración y el respeto que fue perdiendo en EEUU.
Era un ídolo en Italia y Francia; y básicamente se convirtió en un nómada:
Para huir de Hacienda, renunció a tener una dirección fija.
Eso significaba que no podía recibir “royalties” por las ventas de sus discos, aunque es posible que no le enviaran muchos cheques, pues había vendido sus derechos a Richard Carpenter, un tiburón que explotaba las debilidades de los “jazz men enganchados”; y vivió bastante más de lo que su devastada salud y su más que deteriorada imagen advertían.
Con todo, grabó discos postreros tan dignos como “Quintessence”, 2 directos en Noruega junto a la banda de Stan Getz que aparecieron en el sello Concord.
Y retomando cierto control sobre su vida, gracias a tomar metadona para controlar su adicción a la heroína, y con la inestimable ayuda de su colega Dizzy Gillespie, Baker regresó fundamentalmente con 2 actuaciones:
Una en un importante club neoyorquino en 1973, y otra en un concierto con Gerry Mulligan, en el Carnegie Hall en 1974.
Hacia mediados de los 70, Baker regresó a Europa donde seguiría actuando de forma regular, con viajes ocasionales a Japón, y regresos a Estados Unidos.
Atrajo también la atención de los músicos de rock, con quienes llegó a actuar, por ejemplo con Elvis Costello en 1983; y en 1987, el fotógrafo y director de cine, Bruce Weber, emprendió la grabación de un documental sobre Baker…
La noche del 11 de marzo de 1988, dio su penúltimo concierto en el Colegio Mayor San Juan Evangelista de Madrid, España; también conocido como “el Johnny”; a 2 meses y 2 días antes de morir.
Su último concierto fue el 1° de abril de ese mismo año en Alemania; y el 13 de mayo de 1988, Chet Baker cayó por la ventana de un hotel en Ámsterdam, Países Bajos, tras consumir heroína y cocaína, y falleció instantáneamente.
Tenía 58 años.
A pesar de su atractivo y su talento, Baker nunca fue un personaje cómodo para los estándares de Hollywood; y en las casi 3 décadas transcurridas desde su muerte, el cine se ha acercado a este icono del jazz en el magnífico documental “Let's Get Lost” (1988) de Weber, que inclusive logró una nominación al Premio Oscar al mejor documental; y en la reciente película de ficción, “Born to Be Blue” de producción canadiense.
Estos 2 films admirables, que comparten el espíritu independiente que definió la figura de Baker; muestra el motivo del desinterés por parte de los grandes estudios en tomar una historia sin redención, sin moralejas felices, ni propósitos de enmienda.
Porque además de un músico dotado de enorme sensibilidad, Baker fue un yonqui sin solución.
Para el hipócrita mundo de Hollywood, lleno de yonquis, es un mal asunto.
“I want to play.
All I want is to play”
Born to Be Blue es un drama musical del año 2015, escrito y dirigido por Robert Budreau.
Protagonizado por Ethan Hawke, Carmen Ejogo, Callum Keith Rennie, Stephen McHattie, Janet-Laine Green, Tony Nappo, Tony Nardi, Charles Officer, Katie Boland, Janine Theriault, Dan Lett, Joe Condren, entre otros.
Como dato, el director Robert Budreau, había dirigido con anterioridad un cortometraje sobre el trompetista Chet Baker, llamado “The Deaths of Chet Baker” (2009); y ahora dirige un embriagador filme, donde se conoce la actualidad, pasado y futuro de una derrumbada estrella, que halla alas nuevas para volver a la gloria del cielo; con un formato de una cinta dentro de otra, que recobra vida sobre esas añoradas tablas de las que fue violentamente desalojado.
Un “biopic” no de todo completo, pero sí emocional, sobrio, quebradizo y de calmada e inquietante respiración sobre Chet Baker, persona maltrecha, desahuciada y moribunda, que nunca hirió a nadie excepto a sí mismo, siendo él su peor enemigo a solas, y su ausente compañero en compañía, que gustaba de ser un desastre, pues le aporta la felicidad extasiada del eminente momento; que con un insólito talento, florece de sus cenizas con las notas llevan su nombre, y le llaman con insistencia, pero le impacientan hasta volverlo loco por esa vuelta donde lo dará todo por demostrar que es, que sigue siendo, y que puede ser, a pesar de vender su confianza y perder todo lo apostado con serenidad y cordura.
La película se describe como “semi-factual” o “semi-ficcional”; pues trata sobre un personaje que comparte un nombre y un número significativo de similitudes biográficas con Chet Baker, tomando la vida del legendario músico de jazz de la Costa Oeste, como si fuera simplemente una tabla de acordes desde la que lanzar un conjunto improvisado de nuevas melodías; junto a un personaje femenino ficticio, que es compuesto de varias de las mujeres de Baker en la vida real.
La filmación tuvo lugar en Sudbury, Ontario, Canadá, en el otoño de 2014; y sigue al famoso trompetista de jazz, Chet Baker (Ethan Hawke); pero centrado en la década de los años 60, y cuenta cómo se enamora de la misteriosa Jane (Carmen Ejogo), su compañera de rodaje en una película sobre su vida.
Al tiempo que se narra un episodio famoso de la vida de Chet Baker, que es cuando a causa de una deuda por drogas, unos matones de San Francisco le parten la mandíbula y los dientes delanteros.
Esto, para un trompetista, significa perder la capacidad para soplar.
Con prótesis o sin ellas, todos sus años de aprendizaje se perdieron con aquella brutal paliza.
Así, el relato habla de autodestrucción y de sordidez, pero también de volver a empezar.
Animado por Jane, Chet decide dejar atrás el pasado que lo atormenta, y volver a componer, para así regresar contra todo pronóstico a la escena musical.
El filme parece un “flashback”, pero tiene una vivacidad oscura, similar a la forma en que se retrató la vida de Baker; y considerando la testarudez de Hollywood por convertir las biografías musicales en estereotipadas narraciones de ascenso y caída, el enfoque adoptado aquí es un soplo de aire fresco; como un agudo y perspicaz enfoque de un escritor-director, ya referido, que se toma licencias en la invención de sus personajes, para centralizar la mirada en ese conmocionado drama que cuenta la historia de este artista del jazz, a través de escogidos, emotivos y traumáticos momentos, que le permiten elaborar un loable y meritorio retrato de su carcomido y superviviente espíritu; de forma expositiva y dolorosa humanidad, de un drogadicto, cuya ansia y exigencia por la música, está llena de grandes éxitos y tropiezos, fotogramas en blanco y negro y en color, combinados con maestría para mostrar el icono de un doble personaje que lucha consigo mismo; que se desmorona y depende de la droga, pero con orgullo y sacrificio, realiza una combinación armoniosa de una existencia, peculiar y única, que inunda la pantalla, y hechiza el oído, al tiempo que le sigues con el atento cuidado de quien se preocupa por un ángel caído.
Y más que una biografía musical, Born to Be Blue es un enérgico filme romántico, con mucha química, espontánea, cálida y de una complicidad vivaz y adorable para disfrute de la audiencia; pero también muestra la tragedia relatada, que no vibra tanto pero mantiene al público pendiente.
Esta es una buena realización para unos años 50 y 60 que terminaron abruptamente en los 80, cayendo por la ventana de un hotel en Ámsterdam, sobre la notoria leyenda que dijo.
“Hola al miedo, hola a la muerte,
¡Vete al carajo!”, como fiel mandamiento que cumplió a rajatabla toda su escabrosa vida; que le ofrece una segunda oportunidad, pero añejos fantasmas insisten en hacer peligrar su futuro expectante...
Así, Born to Be Blue nació para estar triste, y representar ese desquiciado papel de dependiente necesitado, cuyo don y talento, son un regalo endemoniado.
El filme no es fidedigno ni convencional, pero si cuenta con privilegios narrativos que se intercalan para lograr un consumido beneplácito que saca partido a ese periodo concreto en el que se centra, suficiente para hacerte una idea de la figura y de la tragedia romántica narrada.
Todo en torno a esa asfixiante devoción por un ritmo vocal y sonoro que lo son todo, hasta hacer desaparecer al individuo y que, por breves pero inmensos minutos, vivió el genio de la trompeta.
Todo empieza echado en el suelo, maloliente… y finaliza de pie, inspirado, enamorando a la concurrencia con su voz y trompeta...
¡El destronado Rey ha vuelto!
Y gracias al filme, podemos descubrir que Chet Baker era un monstruo fascinante, un alma en busca de redención; un talento extraordinario, y a la vez, un ser humano como cualquiera de nosotros.
“I want my life back”
Lo cierto es que resulta complicado reseñar una película sobre uno de los mayores mitos del jazz, cuando uno no es precisamente especialista en el tema…
Mientras que por otro lado, es de alabar la función que ejerce el cine muchas veces:
Ofrecer múltiples visiones artísticas, expuestas a través de figuras legendarias, permitiendo así el descubrimiento de corrientes y estilos no tan conocidos por el público más generalista.
Y en el curioso e interminable mundo de las coincidencias cinematográficas, se ha escrito un nuevo capítulo; pues este año se estrenaron 2 películas sobre trompetistas de jazz:
Born to Be Blue sobre Chet Baker y “Miles Ahead”, sobre Miles Davis.
Estos eran 2 músicos que, en el comienzo de sus carreras, mantuvieron una interesante rivalidad artística.
En especial, Chet Baker empujado por la heroína, se cayó de esa disputa muy pronto, y su prometedor futuro mutó en el aura de un artista maldito:
Alguien nacido para la tristeza.
Eso es lo que nos cuenta Born to Be Blue, por lo que hay que celebrar la iniciativa de Robert Budreau, quien en su 2ª película demuestra una gran pericia como cineasta.
Él mismo escribe, produce y dirige esta película, que tiene como principal virtud, alejarse de las convenciones del “biopic” musical:
El inicio incierto, la ascensión al éxito, la caída y la absolución final.
Aquí, Chet Baker era joven, guapo y talentoso…
La crítica le adoraba, las mujeres le perseguían, y se le consideraba uno de los impulsores del West Coast Jazz, un nuevo estilo de jazz que tuvo muchísimo éxito en los años 50.
Además, era blanco, un joven blanco y guapo, era algo mucho más fácil de vender en aquella sociedad mucho más racista que la nuestra, que los músicos negros que habitualmente eran las primeras figuras del jazz.
Su futuro parecía brillante, pero su adicción a las drogas le precipitó por una ladera de autodestrucción física y problemas con las autoridades.
Incluso llegó a pasar un tiempo entre rejas en una cárcel italiana...
Justo ahí comienza Born to Be Blue, con Chet Baker en el suelo de una cárcel italiana.
De ella le sacará un director de cine, interesado en rodar una película sobre la vida y el mito del músico.
En el mundo real, el interés existió, nada más y nada menos que Dino de Laurentiis, que fue el interesado, pero esa película jamás se llevó a cabo, ni siquiera se empezó a rodar...
Esa es la primera de las muchas variaciones ficticias sobre episodios reales que va a realizar Robert Budreau, director y guionista de Born to Be Blue; porque esta película ficticia, constituye una “metaficción” que sirve para contextualizar a Chet Baker y dibujar parte de su carácter; y también es la excusa que sirve para presentar a Jane, la actriz que interpreta a la mujer de Chet Baker en la película que están rodando, y con la que el músico iniciará una relación.
Una vez contextualizado quién es él, de dónde viene y hasta dónde ha caído; Born to Be Blue se centra en un periodo muy concreto de la vida del trompetista:
Los años que necesitó para aprender a tocar de nuevo la trompeta, después que unos matones, debido a sus chanchullos con las drogas, le pegasen una paliza que le dejó sin dientes.
Abandonado por la gente de la industria que está harta de su espiral autodestructiva, incapacitado para hacer lo único que sabe hacer, y con la policía vigilando sus pasos; Chet Baker trata de rehacerse con la única ayuda de Jane, un personaje que, en realidad, es una amalgama de varias de las mujeres que Chet Baker tuvo en la vida real.
Así la historia de Chet, es una historia de su musa en la película, su lucha contra la adicción, que le hace feliz y le permite encontrar las notas; y contra la prótesis, se centra en “Summertime”, uno de sus himnos, y aquí su caballo de batalla.
Sólo cuando domina “Summertime”, consigue, gracias a la ayuda de Dizzy Gillespie (Kevin Hanchard), volver a Birdland a actuar, a recuperar su carrera.
El clímax es por supuesto, “My Funny Valentine”
Esto ocurrió realmente en 1973... y de su posterior exilio en Europa sólo se sugieren pistas en la película, aunque todos sabemos que Europa no fue un paraíso para Chet, a pesar de que dejó muchas y muy buenas grabaciones allí, además de esa eterna y clásica discusión acerca de si uno prefiere el sonido de Chet con dientes, o sin ellos...
Por ello, el filme apenas abarca los años comprendidos entre 1954 y 1966, una década en la que el jazz comenzaba a agonizar ante el embate del rock and roll.
Y como el jazz, también Baker agonizaba solo, sin una carrera, sin un disco, sin un concierto.
Lo único que le quedaba era su máxima droga:
La música.
De esa manera, la estructura del filme va de allá para acá, y no es convencional, pues combina los elementos de la “biopic” con la “metanarrativa” de algunas escenas del pasado, pero representadas como “cine dentro del cine”
Técnicamente, empezando con que Ethan Hawke es un Chet Baker que quizás se parezca muy poco a la imagen que muchos tenemos del famoso trompetista de jazz.
No todas las biografías se encargan de contar la historia de sus personajes tal y como sucedieron; y algunas las imaginan o interpretan, y no por ello son espurias; pues los músicos tienen 2 vidas:
La real, esa que se termina con su muerte; y la que le imprimen a su música, la que no termina nunca.
De esa nos apropiamos un poco sus admiradores; y Born to Be Blue, dirigida y escrita por Robert Budreau, parece estar basada en esa 2ª vida; la que se alimenta de las historias e ilusiones que los admiradores hacen de las leyendas de la música.
Y por momentos, la cinta es una fotografía, un momento de la vida de Chet Baker después de ser Chet Baker, y cuando estuvo a punto de dejar de serlo…
Así, el largometraje se ubica en la década de los 60, cuando el músico de vida disipada tiene un encuentro que pone en riesgo no solo su vida, también su carrera, y lo más importante, su música.
Ese periplo en que Baker tuvo que reinventarse para sobrevivir y volver a conquistar un territorio que había ganado hace años, es parte de lo que veremos en esta cinta llena de baches y lagunas, que nos permitirán armar nosotros mismos nuestro propio relato.
Pero la película obviamente está llena de música, y de la peculiar melancolía que el trompetista le imprimía a sus interpretaciones.
En ese aspecto, el largometraje funciona como un homenaje perfecto para Chet Baker; pues tiene el mismo “mood” que sus canciones; y enriquece su relato cuando narra los detalles familiares, los vacíos emocionales del artista, sus pérdidas, fracasos y sobre todo el tesón y el amor que en todo momento muestra por la música, por ese sonido propio que creó. y que lo ha llevado a permanecer en la memoria colectiva durante décadas.
Al resto de su vida. se hace referencia mediante “flashbacks”, diálogos y rótulos que Budreau distribuye con mesura, sin el afán didáctico que ostentan las biografías convencionales.
No se trata, por tanto, de una película para conocer la vida de Chet Baker, sino para asomarse al abismo de su genio atormentado.
Por ello, Born to Be Blue exhibe un diseño de producción muy bien ajustado al presupuesto, y una dirección artística que recrea la atmósfera de los años 60 en la costa oeste:
Bares, apartamentos, espacios abiertos... lugares a los que Budreau saca partido mediante una puesta en escena inteligente, y unos emplazamientos de cámara que buscan favorecer la narración, antes que ningún otro efecto.
No obstante, también hay momentos brillantes, como la elipsis que enlaza el comienzo de la película con el presente, un verdadero hallazgo tanto de guión como de realización.
En suma, Born to Be Blue es el homenaje que se merece un artista tan particular y contradictorio como Chet Baker, capaz de romperte el corazón con la aspereza de su vida, y de arreglártelo después con la suavidad de su música.
Por aquel entonces, y para situarnos, Baker no era sólo el héroe del “cool” jazz, sino que había conquistado a los más exigentes inquisidores del “bebop”; y en 1952, Charlie Parker ya le había invitado a tocar en el Tiffany Club de Los Ángeles.
Y no sólo eso:
Ese mismo verano, Gerry Mulligan le había invitado a formar parte de su cuarteto.
Al año siguiente, el propio Baker crearía su propio grupo para admiración, y quizás envidia de todos aquellos que desconfiaban de su éxito fulgurante, de su incapacidad para componer nada, de su estilo, de su irrepetible y fatal manera de estar en el mundo.
Todo esto no se ve en la película...
Todo esto ocurre antes, en la oscuridad de un tiempo previo a la invención del tiempo de Baker.
De esa manera, Born to Be Blue navega entre el blanco y negro de la producción que se rueda sobre su vida, y el color de la propia vida de Baker en la década de los 60.
Y las 2, a un lado y otro de la pantalla, se mezclan dejando claro que el mito es la persona, que la leyenda es la música.
“Por supuesto que la adicción a la heroína es parte fundamental de su vida”, dijo Ethan Hawke, “pero la película no va de eso.
No se trata de contar nada, sino de colocar las piezas para acercarse al sentido más profundo de Chet Baker”
Y le creemos.
De hecho, Born to Be Blue no trata ni de las drogas que le sepultaron en una carcasa de huesos desconectados, ni de las mujeres dentro de las que obsesivamente busco refugio, ni de la madre que todo lo pudo…
Y sin embargo, todo ello está presente en una especie de sueño que se quiere más allá de la simple vida de un hombre.
En el siguiente acto, la propuesta de Budreau se detiene en el episodio que redefinió la obra de Baker:
Tras su regreso a principios de los 60, otro incidente le obligó a la reinvención.
En 1966, en San Francisco, una paliza le dejó sin dientes y sin aliento.
Tuvo que cambiar la embocadura de su trompeta, y retirarse de los escenarios durante casi una década.
Es ahora cuando Born to Be Blue adquiere el sabor duro de la sangre; es en este momento cuando el mito toca la carne, y ofrece su cuerpo y boca destrozados como sacrificio ante la última de las redenciones.
En todo momento, Budreau y Hawke, en una de las más encendidas interpretaciones del año, son conscientes de que antes de ellos, existió un documental titulado “Let's Get Lost”; y las referencias visuales y, si se quiere, la evidencia de la textura de la piel del celuloide firmado por Bruce Weber, están ahí; ya que, de alguna manera, esta cinta anterior firmada en 1988, definió al mito para siempre; y sin remedio, por ello, cada fotograma de Born to Be Blue no hace sino continuar la narración como si se tratara de una variación de la propia trompeta de Baker sobre un estándar ya clásico.
Pero lo mejor de Born to Be Blue aparece cuando se aleja de “biopic” convencional, cuando se aleja de las explicaciones claras y subrayadas; y se puede entrever una industria cruel. que considera a los músicos como productos a exprimir:
Se intuye el racismo hacia ese blanco guapo que en un intruso en un mundo de negros.
Se muestra claramente una difícil relación paterno-filial.
Sin embargo. la película no cae en el recurso fácil de buscar en cualquiera de esos factores. el culpable de la adicción de Chet Baker.
Tampoco trata de suavizar el carácter del protagonista, o presentarlo como una víctima.
Se limita a mostrar pequeños retazos de su alma y de su mundo, y trata de capturar con ellos, el dolor y la tristeza que empapó cada nota de la discografía de Chet Baker.
Sin embargo, no consigue desprenderse totalmente de ciertos dejes del género, y algunos recursos narrativos y argumentales chirrían por obvios y previsibles.
Otro de los problemas, son los secundarios…
Mientras que Chet Baker aparece como alguien complejo y especial, los secundarios son un catálogo de clichés burdamente dibujados, a veces bordeando la parodia.
En especial, del reparto, la interpretación de Ethan Hawke como Chet Baker es fantástica; Hawke se mete en la piel del personaje, e incluso se atreve a susurrar las canciones, realizando uno de los trabajos más maduros y completos de su ya larga carrera.
El actor captura los gestos y la dicción del músico, y se apropia de ellos, interpretando sin imitar.
Cuentan que Hawke aprendió a tocar la trompeta para preparar el papel, y que su voz sorprendió a más de uno cuando interpretó las canciones en el rodaje.
Si, Ethan Hawke canta con gusto, pero la comparación con los temas originales no resiste medio asalto.
El auténtico mérito de su interpretación, y es mucho, no radica en su capacidad como cantante, sino en todo lo demás.
Ojalá hubieran hecho que Hawke hiciese “playback” sobre la voz de Chet Baker, ignoro si es decisión artística o un problema de derechos…
En cualquier caso, la suya es una actuación magnifica, que pasó desapercibida en la temporada de premios; porque esta es una película anclada por una de las mejores interpretaciones de Ethan Hawke.
Magnífica interpretación la del actor tejano, profunda, sensible, serena, desgarradora en su composición, devoradora en su persona, absorbente en su estela, tentadora en su corazón, obsesiva en su meta, apasionada en su huella, consistente y plena en conjunto... el resurgir de un trompetista caído a los infiernos, por cuya desmadrada ruta hallará el amor, el valor del respeto y cariño hacia uno mismo; es la reconstrucción de un mito de la música, que deslumbró en terreno dominado por negros, y que desbordó y arrasó, tanto en el escenario, como cuando se manejaba en su vida privada e íntima
Pero Ethan Hawke como Chet, también es un invento.
La melancolía de sus ojos juega a su favor, nos encanta ese gesto tan Chet, de pasarle 2 dedos por los labios después de tocar, y el papel no exigía más que algo de tristeza y saber llorar.
La documentada fotografía, pone lo demás:
Encuadres de las actuaciones en Birdland, con “Chet Baker and his trumpet”, siempre me ha gustado la ingenuidad de estos eslóganes; la reconstrucción en cine de fotografías de William Claxton y, mucho más reales, los escenarios de San Francisco, los estudios de Pacific Jazz, etc.
Y le acompaña la actriz Carmen Ejogo, cuyo personaje aglutina a algunas de las mujeres que pasaron por la vida de Baker en aquella época.
La pareja resulta convincente en la pantalla, transmite la emoción y la vulnerabilidad necesarias para que el espectador siga sus evoluciones con interés, en un relato donde predomina el drama.
Sorprendentemente, y de manera acertada, la película se convierte en una historia de amor, donde Hawke y Ejogo tienen una gran química, estupenda.
Como dato, la producción decidió usar a la misma actriz como amante tanto para los “flashbacks” como para el presente por razones muy interesantes… siendo una decisión que funcionó muy bien; y es aquí allí quizás donde más se nota la libertad que se ha tomado el guionista y director para hacer la película:
Recordar que Chet estaba casado con Carol Baker en aquel año, al no poder tocar, tuvo que pedir una asistencia social de $320 al mes, más 130 en cupones para alimentos; y a quien más se parece el personaje de Jane, es a Ruth Young, amante que inició su relación con Chet, en 1973.
Otros del reparto, Stephen McHattie, que interpreta al padre de Chet Baker en esta película, también protagonizó el cortometraje de Robert Budreau, “The Deaths of Chet Baker” (2009), como Chet Baker.
Según cuenta Ethan Hawke, la historia de interpretar a Chet Baker, se remonta a 15 o 20 años antes:
Richard Linklater se le acercó a Hawke con la idea de una película biográfica, y tuvo su propia idea de hacer una película de Baker sobre una historia anterior a que Baker probara la heroína por primera vez.
Pero debido a que el proyecto no pudo ganar fuerza, y la edad de Hawke no se ajustó, y después de años de esfuerzo por encontrar un distribuidor, la idea se abandonó.
“Decidí hacer esta película porque de alguna manera, en Baker, la leyenda y la música son lo mismo.
Acercarse a su vida o a lo que sabemos de ella, es una manera de tocar su música”, dijo Hawke.
La declaración, a su manera, ofrece la clave tanto de la propia cinta, como de la manera correcta de leer la existencia torturada del hombre que mejor cantó “My Funny Valentine”; y ahí está el acierto de una producción que huye del rigor del drama biográfico, “biopic” como de la peste.
No se trata de recorrer las simas de un hombre enganchado al fantasma de su autodestrucción, sino de acariciar, aunque sea un instante, el sentido mismo del caos.
Suena poético y, en realidad, duele más.
Como dato curioso, Ethan Hawke usó dientes protésicos para obtener el espacio entre los dientes en las primeras escenas.
Lo malo de Born to Be Blue, son algunos saltos narrativos que alteran el ritmo del metraje, y pueden llegar a provocar confusión en algunos momentos; y tal vez, lo austero y redundante del guión, que podía haber jugado más con el contexto musical de la época, confiriendo más protagonismo a otras figuras claves, y al pasado del protagonista.
Por lo que la película no se arriesga, y en muchos casos es plana, dejando fuera las distintas dimensiones del conflicto, fuera claro del apartado final; y se centra muchas veces en ser un relato desde la objetividad, no desde los personajes.
Y es que es necesario conocer ciertos nombres para que la experiencia sea más emocionante:
Si no sabes quién es Miles Davis, Dizzy Gillespie, Bird, o el mismo Chet, la película te parecerá aún más vacía.
Por lo demás, tiene muchas de las constantes de las películas de este género, si bien es verdad que intenta ser original.
Intenta ser original en que no es una biografía al uso, sino que se fija en una época de su vida muy concreta:
Cuando han pasado sus mejores años, y lucha para volver a ser quién fue.
Ahí estriba su principal baza.
Lo demás se nos cuenta a través de “flashbacks” más o menos acertados.
Así, la película es un estudio sobre el destino trágico de este tipo de artistas, cómo no están hechos para ser felices, sino que su obsesión por el éxito, por el triunfo, por dejar su sello es mayor que ellos mismos, y cómo eso les lleva por una senda autodestructiva de la que no es nada fácil salir.
El bueno de Baker, es un ejemplo de ello; fue incapaz de escapar de su ego, y de sus adicciones.
En definitiva, aunque Born to Be Blue sea una interesante y entretenida película, quién quiera conocer el auténtico aura de mito maldito, el porqué de la leyenda de Chet Baker, que vea el fabuloso documental “Let’s Get Lost” de Bruce Weber, realizado en 1988.
Además de poder ver el retrato definitivo de la leyenda, de ser cautivado por el sentimiento de la voz de Chet Baker, y quien vea ahora esta película, podrá apreciar cuanto bebe Born to Be Blue de aquellas imágenes, y cuánto debe visualmente tanto a aquella película, como a las fotos antiguas que sirven de hilo conductor en el documental.
Así las cosas, resalta demasiado lo romántico en cuanto a la mirada, pero no deja de ser interesante; y el relato sobre el mundo del jazz, las escenas y las actuaciones, pegan un lindo viaje a lo que pudo haber sido esa gran familia altamente destructiva como creadora, de personajes únicos que dejan una huella eterna para los amantes de la buena música.
Queda como un bello y devastador reflejo de superación y autodestrucción, pero sobretodo, como una carta de amor al arte, a pesar de adversidades; porque es la historia de un hombre que nació para ser leyenda.
Finalmente decir que la partitura de jazz para la película, fue creada por el compositor y pianista, David Braid.
El audio para las presentaciones de trompeta en la película, fue realizado por Kevin Turcotte; pero cabe señalar que Hawke había tomado lecciones de trompeta de Ben Promane, y solicitó un video de la grabación de Turcotte, para simular la reproducción durante el rodaje.
la obra cumbre “My Funny Valentine”, escrita por Richard Rodgers y Lorenz Hart en 1937, fue su obra maestra; pues Baker la hizo famosa cuando grabó su legendaria primera versión vocal en 1954.
Hoy, siguen imitándole…
“Why don't you come back to my place so we can sing”
Chet Baker conquistó la gloria en los clubes de jazz de Estados Unidos, gracias a su don, a ese sonido suave de La Costa Oeste de EEUU, y transformó el jazz en algo diferente, tanto por su música como por su imagen de actor de Hollywood, rebosante de carisma y elegancia.
Todo el mundo quería estar cerca de él, y tuvo el mundo entre sus manos.
Pero en ese mundo abundaban las drogas, drogas duras que todavía eran legales, y que circulaban en todo tipo de entornos y ciudades; así acabó preso de ellas.
Arruinado, tanto en lo económico como en lo personal, cayó en un círculo vicioso de deudas, mentiras y divorcios, mientras su música seguía creciendo.
Devoró el mundo, y a la par, fue devorado por él, como Charlie Parker, como muchos más de aquella generación bendecida por la música, y maldecida por sus pactos con el diablo.
Y la de Baker, es la historia de una caída, la de una vida perdida.
Historias que pueden resultar morbosas, pero que en realidad son terriblemente tristes.
Es la pérdida de un talento especial, consumido y derrotado, malgastado y destruido.
Porque hay artistas que han llegado a la cima a base de trabajo, lo de Baker era instintivo.
Mientras algunos músicos se mataban ensayando para mejorar, Baker lo hacía todo de un modo tremendamente natural.
La música fluía en él, como el aire que respiraba.
No era trabajo, no era difícil.
Era algo innato.
Y adentrarse en su historia, resulta aterrador, hacerlo en su música, es justo lo contrario.
Otro contraste más de Chet Baker:
Su música, que pasó por distintas etapas y fases, sigue apareciendo como algo puro, elegante, hipnótico.
Los discos de Baker, con sus aciertos y fallos, poco tienen que ver con la crónica de su vida.
Así que volver a sus canciones relaja, abstrae, parece un regalo que anestesia de los males que nos persiguen.
Una vía de escape a la realidad.
Hay que volver a la poesía sobre él, hay que regresar a sus discos, a la memoria que se construye desde una ingenua fascinación, para atenuar el impacto del latigazo de realidad que produce Chet Baker, uno de los grandes iconos de la música, hasta discutir el halo de malditismo que, dotado del poder de seducción que sólo poseen aquellos que han sido bendecidos por la naturaleza, supo rentabilizar hasta su trágica muerte al precipitarse desde el hotel Prins Hendrik de Ámsterdam, el 13 de mayo de 1988, a los 58 años.
Seguramente, su carisma fue mayor que su arte.
Estaba cómodo en su pequeño rincón, donde podía exhibir su inventiva melódica; y como vocalista, entonces se evidenciaban sus carencias pero, demonios, el público siempre quería más; y fue renunciando a su proyecto artístico… si alguna vez lo tuvo.
En 1997, fue publicada su autobiografía inacabada con el título de “As Though I Had Wings: The Lost Memoir”
Y cuando murió, no hubo más de 35 personas en su funeral.
Sus restos se encuentran en el Cementerio Inglewood Park de Los Ángeles, California.
El año pasado, en el 30° aniversario de su muerte, se matizó el encandilamiento ante su leyenda; y en sus memorias, Baker intentó una definición de su estilo:
“Me da la sensación de que la mayoría de la gente se deja impresionar sólo con 3 cosas:
La rapidez con la que toques, los agudos que consigas, y la fuerza y el volumen que le saques al instrumento.
A mí eso me resulta un tanto exasperante...”
En la definición se escapaba no sólo una descripción digamos técnica, de su saber cómo, más allá, la perfecta pintura de un hombre convencido de la oscuridad, el vértigo y, finalmente, el vacío.
“Hemos llegado a ese momento de la noche, en que nos queda poco tiempo, así que les rogaría se hiciera el silencio”, dijo.
Chet Baker o, con permiso de Frazer, el mito del silencio de todos los mitos.
Porque pocas mitologías tan enfermas de sí misma, tan autodestructivas y amenazantes como la del músico de Oklahoma; pocas mitologías, en definitiva, tan absurdas, tan vacías, tan extrañas, se creó una mitología sin mitos, pero de puro vértigo.

“Miles said to come back once I've lived a little.
I've lived a Little”



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