Una Fiesta en Liberia

Terminando de ver “Una Fiesta en Liberia” (2017) de José Pablo Castillo Valverde con Gina Rivera, Mélida Obando, Ronald Estrada, Jorge Acevedo, Nuria Cuadra, Miguel Fajardo, entre otros. Documental de 98 minutos, producido por La Universidad Estatal a Distancia de Costa Rica (UNED), bajo el Programa de Producción de Material Audiovisual (PPMA), en un trabajo conjunto con La Cátedra de Historia y El Centro Universitario de Liberia, así como por iniciativa y gestión de La Asociación para La Cultura de Liberia, que surgió como una respuesta al respeto del patrimonio y a las tradiciones del “Guanacaste Eterno” en especial al “Tope’e Toros”, y entiéndase así y no “Tope de Toros”, de La Ciudad de Liberia, que no es un desfile de caballos como el practicado en El Valle Central, donde evidentemente ¡NO TOPAN NADA! por lo que hacen mal uso del término. Por ello, nuestro tope fue declarado “Patrimonio Cultural Inmaterial/Intangible de Costa Rica y de interés público” desde 2013, es decir, creaciones basadas en la tradición oral/diversa expresada por un grupo a través de las manifestaciones artísticas vulnerables a las fuerzas de la transformación social; que se vincula aquí a los orígenes de la ciudad desde las grandes haciendas ganaderas del siglo XVIII; no obstante, como “Fiestas Cívicas” surgieron 1 siglo después, con “las montaderas” como “corridas de toros” para el público en general. El enfoque del director fue ver “La Fiesta” como una confluencia de varias manifestaciones culturales, desde lo arquitectónico, hasta las tradiciones como “la parrandera” y las mascaradas. El documental intenta rescatar del olvido muchas tradiciones, costumbres y maneras de ser del liberiano; pero peca en comunicar demasiado, al punto que embota al espectador de información, y hace imposible que retenga detalles. Empezó muy bien, con una semblanza que nos pone en contexto, nos llena de interés, y amarra los hechos históricos de manera atractiva con el uso de las imágenes creadas en computadora; luego hablando del sabanero, haciendo alusión a la vida en el campo y todo lo referente a las actividades propias de La Hacienda, lo que va muy bien a la línea narrativa, pero cae en paréntesis extraños o “forzosos” que están fuera de contexto, abarcando mucho metraje que no tiene nada que ver con “El Tope’e Toros”, como fue el segmento de La Ermita de La Agonía, que me pareció hasta profano como fondo para parranderas y música para enamorados… ¿Acaso se olvidaron de nuestro GRAN y antiguo Quisco del Parque Central? Extrañeza fue la participación de Sasha López cantando “Luna Liberiana”, cuando es para ser cantada exclusivamente por un hombre, olvidemos la corrección política debido a lo que dice la letra misma; y se me ocurre haber presentado por ejemplo a Manuel Chamorro, el cantante con pleno derecho a ejecutar esta pieza, si me perdona nuestro máximo cantante y Mejor Tenor de Costa Rica desde Manuel “Melico” Salazar, el liberiano Ernesto Rodríguez, que tiene una participación musical cortada, que me pareció hasta irrespetuosa. Y si la exclusión de Chamorro fue por su estado de salud, pues para ello está el montaje y listo. Eso sí, destaco la valiosa participación de La Banda Nacional de Guanacaste en la recuperación del registro musical, gran labor por cierto, porque nos hace ver lo descriptiva que es; pero olvida “el llamado a La Diana”, las bombas mismas y su significado madruguero, el encuentro mismo de los asistentes, todo eso está incluido en “La Fiesta”, así como el papel que ha tenido La Banda en la ejecución de las parranderas, que ha evolucionado a través de los años, que ahora incluye mujeres, o que pasó de ir a pie, a ir en carro… Por otro lado, el documental evidencia el clasismo imperante en la comunidad, en el sentido que “El Tope” como tal es una muestra irrefutable para el lucimiento y la exhibición del que tiene para participar, y no para el escaso de posibilidades, esto se reflejó muy bien en “el rescate” que se quiso hacer sobre la fiesta con marimba a lo interno de una casona, con el pueblo ¿no invitado? al exterior, que ni siquiera se mostró… y claro, la exclusión de la mujer en el tope, si es que tiene algún papel más allá de La Reina, que fue algo añadido posteriormente… no se dijo. Y es que el documental divaga en lo narrativo, no es coherente por querer abarcar demasiada información; todo funcionaría bien si al menos hubiera un narrador que contara una historia que guíe al espectador en lo que se pretende contar, qué es el “Tope’e Toros”, y no un capítulo dedicado a Playas del Coco por ejemplo, que ni siquiera pertenece a Liberia, en ese sentido se debió cortar/editar el filme teniendo en mente el título de la película, que hace referencia a la fantasía popular titulada “Una Fiesta en Liberia” (1956) de Jesús Bonilla Chavarría. El segmento del arte en la elaboración de las mascaradas y en ataviado de caballos, me pareció sumamente interesante, pero LAMENTABLE que los propios artistas confiesen ante cámaras, la poca importancia que tiene su legado en su propia familia, o la falta de interés en la no creación de cursos a nivel profesional; por cierto, además de lo grotesco de las máscaras, el horror venía también porque perseguían a los niños con “chilillos” es decir, una rama especialmente de tamarindo, sin hojas, era usada para pegar... Esto fue políticamente prohibido, y nada de eso nos dice el documental; en ese sentido es penoso, pues da la impresión que estamos viendo morir la tradición con ellos, sobre todo con una técnica de arte muy particular y exclusiva; porque aquello de “pasar a las nuevas generaciones” tienen mal augurio, y esto queda como un registro perdido, una cápsula del tiempo. Sobre las edificaciones, como La Casa de La Cultura que permanece cerrada la mayoría del tiempo, que no debería, y que está a la otra calle de donde se hace “El Tope’e Toros”; así como El Hotel Liberia y La Copa de Oro; no tienen relevancia en “La Fiesta”, sino que su inserción, supongo es más propaganda turística; porque nada se dijo de La Gobernación, y sí mucho del Puente Real, pero evita la controversia que lleva años… Muy poco se habló del redondel en sí, nada de que es construido y demolido sólo para ser usado en “La Fiesta”, donde los palcos eran de las familias “pudientes” que los arrendaban, y la parte de abajo es usada para quienes no tienen recursos, nuevamente la diferencia de clases; pero se decanta en la costumbre de mostrar a La Reina ataviada en trajes a la usanza española/estadounidense… Tampoco se habló del torero improvisado, que por cierto, esta proyección estaba dedicada a Jackson Ruiz, en su retiro como montador de toros, que según él, lo hizo por sus hijas, sobre todo por la mayor que “ya comprendía el significado” ¿Acaso se refería al tiempo familiar, al riesgo, a la protección animal, al mal pago de la profesión…? Otro dato olvidado es que lo de “Ciudad Blanca” viene más por el tipo de suelo, el cascajo blanco donde está montada la ciudad, pero de ello no se dice nada más que “es por el polvo”, y se olvida hasta de la convergencia de placas, etc. Una lástima que no se destaque La Talabartería Hermanos Morales, que ya cumplió 1 siglo, y que ha aportado mucho material usado para topes, desde fajas hasta albardas completas, o “el personaje del Tope”, como aquel que siempre se roba el show, y que han sido personas distintas, muy singulares, según cada generación… Otro de ellos olvidado, y que cumple su función amena en El Tope es Pellejo ‘e Lora, que solo es visto de soslayo… Un detalle que me causó extrañeza, fue el esfuerzo por mantener “la cultura del sabanero”, hoy totalmente perdida, pues en reiteradas ocasiones se muestra el vestir estilo “cowboy” o Rodeo estadounidense… Y si hablamos del paso generacional, poco se ha hecho al respecto; donde solo el invento del “Tope de Gala” hace alusión a una moda que nunca fue tradición en Liberia, ¡La gente NO vestía de pantalón caqui con camisa blanca! Eso propio del Raj Británico, ni siquiera es americano, pues vale decir que el sabanero se “fajeaba” tanto en el campo, que era imposible mantener su traje limpio, y atención que no hablo del hacendado/patrón, pues el documental debería homenajear al hombre llano, “al de la sabana”, al que con su sudor labró la tierra y es, hay que decirlo todo, el que divierte con sus relatos y experiencias. Otro hecho lamentable, referente al documental como película cinematográfica, es que es plano, no tiene giros dramáticos, ni debate, análisis ni reflexión; resultó como una producción informativa “buenista” que no quiere herir a nadie, salvo a los animalistas, y sospecho que eso se debió por motivos e intereses de los gestores/productores… por lo que un filme independiente podría tener mejores resultados. La parte que más me impactó fue el final: La HORROROSA práctica de la monta de toros, donde se da más importancia al montador que al animal, ya que según lo narrado, el toro sufre por el uso de espuelas, el aturdimiento sonoro de la campana, la incomodidad de una doble cincha, el sobrepeso doble, con un montador en el cuello del animal… el palo usado para inmovilizar al animal, ni hablar del capítulo donde se tira de la cola, o cae el animal brutalmente sometido, o que lo obligan a usar una montura hecha de piel de res… ¡Cinismo Brutal! Pero agradezco al director que mostrara a un toro derramando 1 lágrima, en un evento cruel, bárbaro y primitivo como lo fue El Circo Romano; y resultó irónico que al final de créditos, los animales busquen “boicotear” las tomas del experto. Este “legado” me resultó vergonzoso, lastimero, y creo que cierra un documental demasiado extenso en información para cualquiera, siendo muy disperso, divagante y hasta manipulador “Quien mucho abarca, poco aprieta” dice el dicho; eso sí, el documental es entendible para el hispano, todo lo referente a la cinematografía, sonido, encuadres, imagen… es de gran calidad; es en la falta de una estructura narrativa donde falla estrepitosamente, el guión, el relato en sí es inexistente, y parece ser una compilación de cortometrajes. En definitiva, poco ha quedado de la tradición real, han habido muchos, tal vez demasiados cambios a lo que se puede llamar “autóctono”, pues hemos caído en la influencia de la corriente popular que ha sido adoptada como propia, donde el interés en la conservación de “lo real” es mínimo, inexistente o exclusivo; donde el paso del tiempo es el peor enemigo para la preservación de lo que verdaderamente importa.



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