El Ángel

“¿La gente está loca?
¿Alguien considera la posibilidad de ser libre?
Ir a donde quieras; como tú quieras.
Todos tenemos un destino.
Soy un ladrón de nacimiento.
No creo en “esto es tuyo, y esto es mío”

Nunca un caso criminal conmovió tanto a la sociedad argentina, pues durante varios días, toda la actividad política, deportiva, artística, pasó a un segundo plano ante una evidencia:
En Buenos Aires, un muchacho puede por sí solo quebrar todas las barreras de la seguridad, matar y robar sin que la justicia lo alcance, hasta que la tragedia haya abrazado a muchos…
¿Qué pasa por la cabeza de un chico de 19 años, que tenía todo para no hacer lo que hizo, y sin embargo eligió arruinarse la vida?
Carlos Eduardo Robledo Puch, hoy de 67 años, es un asesino múltiple argentino, uno de los mayores sociópatas y criminales de la historia del país.
Los diarios y las revistas de 1972, lo llamaron “monstruo”, “bestezuela humana”, “sádico asesino”, “hiena perversa”, “tuerca maldito”, “niño-muerte”, “asesino unisex”, “Belcebú”, “gato rojo”, “demonio bien parecido”, “diablo con cara de niño” y “chacal”
Pero los apodos que perduraron fueron “El Ángel Negro” o “El Ángel de La Muerte” por su aspecto “querubínico” y debido a la crudeza con la que realizó sus crímenes a tan corta edad.
Con sólo 20 años, Puch fue condenado a reclusión perpetua por 10 homicidios calificados, 1 homicidio simple, 1 tentativa de homicidio, 17 robos, cómplice de 1 violación, y de 1 tentativa de violación; 1 abuso deshonesto, 2 raptos y 2 hurtos.
Esposado, daba el aspecto de un mártir... de hecho, su belleza impactó tanto que hasta a uno de los rudos detectives lo comparó con “Marilyn Monroe”
Carlos Robledo provenía de una familia de clase trabajadora, y era un niño tímido; se parecía mucho a la madre, que era de origen alemán.
Su cara era como la de un familiar para cada agente, con ojos celestes, cabello rubio ensortijado, hijo de una familia acomodada, y capaz de hablar en 3 idiomas.
Como curiosidad, él es descendiente de Dionisio Puch, un militar argentino que participó en Las Guerras Civiles Argentinas, y fue Gobernador de la provincia de Salta en 2 oportunidades.
Carlos tenía una mímica amanerada, exagerada y pueril; y en su historia vital, las amistades femeninas eran excluyentes, las preponderantes fueron las masculinas; y se determinó que hubo hacia el sexo opuesto, más que frialdad indiferente, una aversión activa.
“La homosexualidad era presumida, pero no pudo probarse; y en cuanto si él tuvo desviaciones sexuales, se determinó que sadismo sí ha existido, y ésta es una forma de desviación sexual, que se manifiesta frecuentemente en la personalidad perversa”, dijo Osvaldo Raffo, quien examinó 25 veces al llamado “Ángel Negro”, siendo además, el forense que dictaminó que era un psicópata cruel y desalmado.
Robledo gastaba el dinero que robaba en autos, motos y alcohol; y después de cada crimen, iba a festejar a los boliches de moda.
A veces brindaba cerca de los cadáveres, mientras el dinero le sobresalía de los bolsillos o la bragueta de su pantalón.
Dentro del piano de su casa y de su abuela, se encontraron 7 revólveres y 2,300.000 pesos, unos $222.000 de entonces.
A su primer cómplice y amigo, Jorge Antonio Ibáñez, le decían “Queque”, y era un joven rosarino que se jactaba de entrar por las noches en las iglesias a robar la limosna que dejaban los fieles, y soñaba con actuar en el cine.
“Robar te da adrenalina”, le dijo Jorge Antonio Ibáñez a Robledo Puch el día que lo conoció.
“Tenía un gran corazón, era buen mozo, y quería retirarse del delito, pero el monstruo de Puch lo arruinó”, dice un familiar de Ibáñez, que pide reservó la identidad.
Los amigos se conocieron en el 2º año del Instituto Cervantes de Vicente López.
Ibáñez era un chico alto, morocho, espaldas anchas de nadador, que estuvo detenido 2 veces por robo; y en 1971 tenía 16 años, 2 menos que Robledo, y también era fanático de las motos.
Robledo lo admiraba porque era decidido; y le contó que también robaba motos; a lo que Ibáñez le dijo:
“Hay que ir por cosas más grandes”
En el Cervantes, los 2 tuvieron mala conducta, y terminaron expulsados; pero aprendieron algo:
A usar el soplete, clave para abrir cajas fuertes.
A “Queque” Ibáñez le gustaba la acción, quería vivir al límite; y lo demostró el primer día que invitó a Carlos a su casa.
Se cuenta que Robledo caminó ansioso por el pasillo; cuando llegó al patio, vio a un hombre robusto con un arma en la mano.
Era Jorge Eduardo Ibáñez, un misterioso hombre con antecedentes policiales, que sostenía una escopeta calibre 22.
Estaba por tirar al blanco, que en realidad era un cartón con círculos concéntricos pintados a mano; y al ver a su hijo, suspendió el disparo para saludar al invitado.
Posteriormente le da la escopeta con el caño apuntando al piso; y el chico agarró el arma; no hizo falta que le explicaran cómo era la posición de tiro; pues lo vio en las películas de cowboys.
No obstante, Robledo mejoraría la puntería mucho antes de lo que se imaginaba…
Lejos de la escuela, los amigos comenzaron a robar sin freno.
Viven una vida de boliches, autos caros y hoteles baratos, donde reparten el botín y pasan noches pensando robos.
Robledo tiene novia, pero siempre en la historia del caso sobrevoló un rumor de romance entre él e Ibáñez.
Ambos se sentían más libres que nadie, sin padres estrictos ni profesores exigentes.
Caminaban varias horas por las calles en busca de un lugar para concretar el gran golpe.
Un golpe de esos que salían en las tapas de los diarios.
Piensan en robar joyerías, concesionarias de autos y supermercados.
Si todo sale bien, irán por los bancos…
En la caminata nocturna, descubren que muchos de los serenos, o guardas nocturnos no están armados, y casi siempre se quedaban dormidos.
“A los 20 años no se puede andar sin coche y sin guita”, dijo Robledo una noche.
Ibáñez le dio la razón; y una de las certezas de los pesquisas, es que el dúo criminal hizo un pacto de no dejar vivo a ninguna víctima.
Sin embargo, no está claro si se alternaban para matar; y lo que siguió fue vértigo y muerte:
El día 15 de marzo de 1971, Robledo Puch y Jorge Antonio Ibáñez, ingresaron al boliche Enamour, Espora 3285, La Lucila; llevándose 350.000 pesos de la época.
Antes de huir, Robledo Puch asesinó al dueño, Pedro Mastronardi; y al sereno del establecimiento, Manuel Godoy, con una pistola Ruby calibre 7.65 mientras dormían.
El 3 de mayo de 1971, a las 4am, ambos ingresaron a un negocio de repuestos de automóviles Mercedes-Benz en Vicente López.
Al entrar en una de las habitaciones, encontraron a una pareja y a su hijo recién nacido.
Robledo Puch asesinó al hombre de un disparo, e hirió a la mujer de la misma forma.
Ibáñez intentó violar a la mujer herida, quien sobrevivió y posteriormente testificó en el juicio; pero antes de huir con 400.000 pesos, Robledo Puch disparó a la cuna donde lloraba un bebé de pocos meses, quien logró quedar con vida.
El siguiente 24 de mayo, asesinaron a Juan Scatonne de 70 años, sereno de un supermercado en Olivos.
A mediados de junio de ese mismo año, Robledo Puch ejecutó en la ruta a 2 jóvenes mujeres que habían sido víctimas de abuso sexual a manos de Ibáñez en el asiento trasero del automóvil de turno:
Virginia Rodríguez de 16años, y el 24 de junio de 1971, otra joven, Ana María Dinardo de 23, que fue raptada a la salida de un boliche de Olivos, también fue violada y asesinada a balazos en el mismo lugar que Rodríguez.
La amistad Robledo Ibáñez sufrió el primer golpe el día que Carlos lo deja abandonado en una comisaría, después de que fueran detenidos por la policía porque no tenían los papeles de una moto.
Por entonces, Ibáñez buscó acercarse al mundo del espectáculo...
Quería ser actor... y después de un corto distanciamiento, los amigos se reencontraron.
Fueron de bares, y Robledo notó que su amigo no parecía el mismo:
Estaba agrandado, decía que con las mujeres era un ganador, y que le ofrecieron participar en el programa “Música en Libertad”, que emitía Canal 9.
Tomaba cerveza, y cantaba la canción de Los Náufragos que pensaba interpretar en la tevé:
“Subite, chiquita, subite.
Subite a mi ritmo feroz.
Cuidate.
Estoy hecho un demonio, y la culpable sos vos”
Robledo sintió que algo se había roto entre él y su amigo; y no era lo mismo que antes.
El día 5 de agosto, en circunstancias bastante dudosas, Ibáñez falleció luego de un accidente automovilístico.
Robledo Puch, quien conducía el vehículo, y huyó ileso de la escena luego del accidente.
Hay quienes sospechan que en realidad Robledo Puch lo asesinó; “porque era la persona que más podía comprometerlo”, dirán.
“Fue una desgracia.
Yo me salvé de milagro”, declaró Robledo; pero los familiares de Ibáñez nunca le creyeron.
Con la muerte de Ibáñez, hubo un receso en la actividad delictiva de Robledo Puch, la cual retomó en noviembre de 1971, junto con su nuevo cómplice:
Héctor Somoza.
El 15 de ese mismo mes, asaltaron un supermercado en Boulogne, acribillando al sereno con una pistola Astra calibre 32, que habían obtenido pocos días antes en el robo a una armería.
Y 2 días después de este hecho, el 17 de noviembre, irrumpieron en una concesionaria de autos, y asesinaron al cuidador Juan Carlos Rosas; y el 25 de noviembre de 1971, asesinaron a otro sereno de agencia de auto, Bienvenido Serapio Ferrini.
Pasada una semana, fue el turno de otra concesionaria en Martínez:
Redujeron al sereno Manuel Acevedo, le quitaron las llaves, y robaron 1 millón de pesos.
Robledo Puch lo asesinó de un disparo en la cabeza y, luego, hizo lo mismo con su cómplice, luego de una pelea, al cual le desfiguró la cara con un soplete para evitar que la policía lo reconociera.
“Para que no sufriera porque era mi amigo”, declaró Carlos.
A todas sus víctimas, Carlos las mataba por la espalda, o cuando dormían.
“Que conste que siempre maté por la espalda”, le dijo al juez de la causa, Víctor Sasson.
Y es que en ese joven irrefrenable, todo parecía una compulsión:
Robar y matar porque sí.
Llegó incluso a estrellar su auto contra una oveja, por puro placer…
Como si hubiese actuado sin saber lo que hacía, bajo la idea de que todo era un cuento de hadas.
“Durante los 25 encuentros que tuve con el psicópata asesino, sentí que yo era el cura y él el diablo de la película “The Exorcist” (1973), aunque era bello y angelical”, dice el perito forense, Osvaldo Raffo.
Ese mismo día, la policía detuvo al múltiple asesino de 20 años, quien desde entonces permanece preso, excepto por las 64 horas que estuvo prófugo luego de huir del penal de Olmos en 1973, y ser recapturado.
Apresado, dijo haber confesado bajo tortura los crímenes que le valieron la condena a reclusión perpetua; y asegura que su causa fue “armada” para tapar la situación política.
“Me inventaron porque no había un Charles Manson criollo”, ha dicho; y hoy cumple prisión efectiva desde 1972.
Carlos Robledo Puch siempre quiso ser una leyenda mundial; tanto que 2 de sus películas preferidas fueron “The Wild Bunch” e “Easy Rider”, ambas de 1969; y su sueño delirante era que su historia llegara al cine dirigida por Martin Scorsese, Steven Spielberg o Quentin Tarantino; y quería ser interpretado por Leonardo DiCaprio o Matt Damon.
“Yo mismo podría hacer las escenas de riesgo y escribir parte del guión”, propuso alguna vez el criminal desde la cárcel de Sierra Chica, Olavarría, a casi 400 kilómetros de Buenos Aires.
Sin embargo, los planes para su película biográfica criminal, lo cumplirían otros.
“Vagando por las calles mirando la gente pasar, el extraño del pelo largo sin preocupaciones va…”
El Ángel es un drama argentino, del año 2018, dirigido por Luis Ortega.
Protagonizado por Lorenzo Ferro, Chino Darín, Cecilia Roth, Daniel Fanego, Mercedes Morán, Luis Gnecco, Peter Lanzani, William Prociuk, Malena Villa, entre otros.
El guión es de Luis Ortega, Rodolfo Palacios y Sergio Olguín; basado en el libro de Rodolfo Palacios “El Ángel Negro”, en hechos reales, e inspirados en los 11 meses de la vida delictiva del llamado “El Ángel de La Muerte”, Carlos Eduardo Robledo Puch, uno de los más grandes sociópatas y criminales argentinos, célebre por haber dejado mucha muerte a temprana edad; por lo que veremos sus primeros trapicheos, desde el robo hasta el asesinato.
Cabe señalar que algunos hechos fueron cambiados por dramatismo y algunos nombres reales fueron alterados.
El caso de este joven, conmocionó a la sociedad de aquella época; que posteriormente fue detenido en 1972, juzgado y condenado a reclusión perpetua.
Esta fue la apuesta argentina para la nominación al Premio Oscar como Mejor Película Extranjera, y ganador del Premio Uncertain Regard en El Festival Internacional de Cine de Cannes.
Rodada en La Ciudad de Buenos Aires, sigue a Carlitos (Lorenzo Ferro) un joven de 17 años, con fama de estrella de cine, rizos rubios y cara de bebé.
La madre de Carlos, Aurora (Cecilia Roth) ignora todo; mientras su padre, Héctor (Luis Gnecco), es un hombre de moralidad rígida, que apenas sabe nada de su hijo…
Ya en su primera adolescencia, Carlos manifestó su verdadera vocación:
¡Ser un ladrón!
Y cuando conoce a Ramón Peralta (Chino Darín), en su nueva escuela, Carlitos se siente inmediatamente atraído por él, y quiere llamar su atención.
Ramón lo lleva a conocer a su familia, que vive en un mundo sórdido de armas, donde la lascivia de la madre Ana María (Mercedes Morán), es más que evidente; y el padre, José Peralta (Daniel Fanego) es un toxicómano que hace prácticas de tiro en su propia casa, siendo él quien enseña a disparar a un sediento de emociones fuertes, Carlos.
Juntos, Ramón y Carlos, se embarcarán en un viaje de descubrimientos, amor y crimen; y debido a su apariencia angelical, la prensa llama a Carlitos “El Ángel de La Muerte”, pues llama la atención por su belleza, y se convierte en una celebridad de la noche a la mañana.
En total, se cree que cometió más de 40 robos y 11 asesinatos.
El director Luis Ortega, hijo del mítico cantante Palito Ortega, cuya canción “Corazón Contento” es uno de los temas del film; no enjuicia nunca a Carlos Robledo Puch, sino que lo muestra y, con ello, con esa contención objetiva, muestra también la sociedad de su país de aquellos años; muy bien ambientada en la década de los 70, con un claro aspecto “vintage”, desde las decoraciones en los hogares, pasando por el vestuario y la fotografía de Julián Apeztaguia; pero el film se toma bastantes libertades, cambian muchos hechos, y no muestran otros.
La eliminación del relato de ciertos aspectos como las violaciones, pudieron haber hecho a El Ángel Negro más repulsivo; si bien mantienen las cosas más importantes, quienes busquen exactitud no la van a encontrar.
Eso podría molestar, pero El Ángel no es la vida del infame asesino; es una historia basada en la de él.
En lo técnico, el filme tiene una narración clásica y cronológica, que intenta demostrar que la criminalidad no está exenta de belleza, poder, atrevimiento y mucho nervio; y es bastante asombroso, no es casual que esté producida por El Deseo S.A., la productora española de los Hermanos Almodóvar, por lo que contiene inclusive algunos elementos propios del cine “almodovariano” como es el diálogo, el uso del color, el seguimiento de la cámara y el encuadre, la banda sonora y Cecilia Roth.
Cabe preguntarse, qué pasa si uno llega a identificarse con Carlitos…
Es un antihéroe, en una época como la de la dictadura militar previa al tercer peronismo, en un filme que es arriesgado y potente; y en definitiva es un retrato sobre la mente y la visión, a veces ingenua, de un niño sin conciencia sobre la muerte, quién vive bajo sus propias reglas y moral.
Tan contradictorio es el andar de Puch, que esto se evidencia hasta de su aspecto:
Un demonio que juega, se divierte y vive su propia realidad, su ilusión, mientras deja en su camino crímenes sin escrúpulos.
“¡Qué quería, que lo despertara!”
Es compleja y turbadora la fascinación que despiertan los asesinos despiadados... y por más repulsa que expresemos contra su comportamiento monstruoso, por más que defendamos a sus víctimas, parece que no es difícil construir sobre ellos un relato que nos hechice.
Quizás porque todos nos encontramos en algún momento con psicópatas, aunque no sea en la versión homicida, y necesitamos entenderlos...
Quizás porque su desprecio de las normas humanas más elementales, les da acceso a una libertad que inconfesablemente envidiamos.
El caso es que personajes como Hannibal Lecter se convierten en héroes a pesar nuestro... y eso que es ficción, pero:
¿En la vida real, y en Latinoamérica?
Esa ambigüedad, no de los personajes, que no son ambiguos, sino de los espectadores, es inteligentemente utilizada por Luis Ortega en El Ángel, para construir un relato interesante, y algo tramposo sobre Carlos Robledo Puch, el preso más antiguo de Argentina.
Admirador de “Bonnie and Clyde” (1967) y “Badlands” (1973), Ortega ha hecho lo mismo que Terrence Malick y Arthur Penn:
Basarse en los hechos reales, sin dejar de incorporar elementos de la cosecha de la ficción.
El Ángel no es pues un retrato fidedigno de lo que hizo Robledo Puch en sus convulsos días de existencia criminal en los años 80; pero es que además, ciertos aspectos argumentales pertenecen a las experiencias del propio Ortega, cuando, influenciado por la madre de su mejor amigo, se colaba en casas de otros en aquellos mismos años, en que lo hacía Robledo Puch.
Es curiosa, pues la lectura y la valoración que provoca una película como El Ángel, siendo a la vez crónica negra, drama criminal, retrato de una época, documento y ficción y, también, autobiografía sesgada del director mediante las peripecias de un asesino real; de ahí la mezcla nada imposible de distancia y proximidad emocional que tiene el filme, de hieratismo y de cercanía al contemplar las decisiones de su protagonista, alguien que hace lo que hace sin reflexión alguna; al tiempo que Luis Ortega cuenta una parte de la historia reciente de Argentina; con una deleitable puesta en escena que nos hace pensar en Tarantino, una imparable música de rock de los años 70, y un subtexto erótico adorable sobre la belleza andrógina y sexualmente ambigua del protagonista, y en su impresionante desempeño en aludir a su narcisismo psicopático sin sobrepasarlo.
La película comienza en Buenos Aires, en 1971, con un Carlitos de cara angelical y unos preciosos rizos, mientras irrumpe saltando en una verja en una mansión de la capital argentina.
En lugar de buscar el botín y huir rápidamente, elige tranquilamente un disco de rock, y se lanza a su propia fiesta privada.
Una voz “en off” nos cuenta que, para él, no tiene sentido adherirse a las leyes o a la moral que gobiernan a los demás:
Si dejas tus llaves puestas en un coche, él te lo robará.
Si hay una ventana abierta, él entrará.
Si te interpones en su camino o intentas detenerle, puede matarte sin pensarlo.
Es simplemente un ladrón nato que llegó “directamente del cielo, un espía de Dios”
Y empieza un auténtico festín inolvidable para el espectador...
Carlitos es un joven de 17 años con arrogancia de estrella de cine, y cuando era un niño, codiciaba las cosas de otras personas, pero no fue hasta su temprana adolescencia que se manifestó su verdadero llamado a ser ladrón.
Así, Ortega recrea la leyenda devoradora de Robledo Puch:
La del criminal inesperado, a contramano de cualquier estereotipo.
Un chico de clase media, “baby face” de serafín, ojos claros y sensibilidad para la música, que en 1971 y a lo largo de 11 meses de fiebre y furia, mató a sangre fría, por la espalda o durmiendo, a 11 personas.
Lo más probable es que el verdadero Robledo, y el que compone el actor debutante Lorenzo Ferro, “salvo la apariencia, no tengan mucho que ver”, como subraya Luis Ortega, sino en su sutilísima aproximación a la dúctil sexualidad de Carlos Robledo, tan complicada de definir como su propia moral, y que golpea al espectador desde brillantes líneas de diálogo, como la réplica que le da a la madre de su cómplice Ramón:
“Prefiero a su marido”, cuando ésta intenta seducirle; o la peculiarísima mezcla de homoerotismo y desencanto que experimenta, y nosotros percibimos al comprobar que su amigo y amante, Ramón, tiene ambiciones artísticas que amortiguan por completo su lado salvaje, oscuro y sin domesticar.
Pero el hecho es que la base de la película, es la historia de ese sociópata inescrutable al que la prensa llamó “chacal”, “Ángel Negro”, “monstruo humano”, “asesino unisex” y “Ángel de La Muerte”
Un personaje oscuro, que se metió tanto en la cultura popular, que a los niños que se portaban mal en aquella época, se les decía que se los iba a llevar “el hombre de la bolsa o Robledo Puch”
“Colorado”, lo llamaban de manera provocativa los muchachos del barrio, mofándose de sus rizos, su belleza “a lo Marilyn”, sus maneras casi femeninas y su ropa cara; como hijo único de una inmigrante alemana, química de oficio que nunca ejerció, y de un inspector viajante de General Motors; Robledo fue un chico difícil.
Admitió haber robado por primera vez a los 11 años, y estuvo internado en un reformatorio.
Los delitos que se le imputan, los cometió a los 19; y al final lo pescaron por un descuido:
Olvidó en la escena del crimen, la cédula de identidad de su última víctima:
Miguel Prieto (Peter Lanzani), su cómplice; que tras matar al sereno de la ferretería que querían desvalijar, Robledo lo asesinó por diferencias sobre el reparto del botín, y le quemó la cara con el mismo soplete usado para abrir la caja fuerte del negocio.
Cuando lo apresaron, horas después, las crónicas registraron una preocupación distinta de la culpa:
“Qué va a pensar mi novia cuando se entere”
Y es que hasta ese momento, Las Fuerzas de Seguridad del Gobierno Militar de Agustín Lanusse, totalmente desorientadas, especulaban con que los serenos que aparecían acribillados en discotecas, supermercados, joyerías, armerías y casas de repuestos de coches, podían ser víctimas de la guerrilla; probablemente montoneros que buscaban recolectar fondos…
El director, Luis Ortega, es uno de los cineastas más personales de su generación, y cuenta así, cómo vivió las ganas de convertir esa historia en película:
“Cuando El Juez le preguntó a Carlos, por qué los mataba mientras dormían, Robledo contestó:
“¿Y qué quiere, que los despierte?”
Esa respuesta fue suficiente para construir un personaje de ficción”; que ya había ahondado en este tipo de asuntos con “Historia de un Clan”, una miniserie basada en La Familia Puccio, una familia de secuestradores argentinos de clase media alta de los años 80, también retratada por el director argentino Pablo Trapero en la película “El clan”
“Más que el dinero, el verdadero móvil consistía en tener a un rehén en la casa.
Todo funcionaba bien siempre y cuando hubiera alguien secuestrado en el baño o en el sótano.
Sin ese rehén se sentían vacíos”, explica Ortega.
El enfoque dramático para componer El Ángel es parecido:
“Carlitos comienza robando solo, de niño, sin más motivo que el de sentir la vida lo más cerca posible.
Cree que Dios lo está observando.
Baila y roba para Él, en un estado de gracia absoluta.
El botín es saberse vivo.
Luego se enamora de Ramón, el personaje que interpreta Chino Darín, inspirado en Jorge Ibáñez, el primer cómplice de Robledo:
Un ladrón más ortodoxo, que roba por dinero.
En ese enamoramiento, está implícita la desilusión, el desencanto y la sensación de que Dios lo ha abandonado.
Y su conclusión es que si Dios no existe, todo está permitido”
Por otro lado:
“Nadie sabe por qué mataba.
Su maldad viene de lejos”, me dijo Osvaldo Raffo.
Yo me inclino por la idea de un asesino múltiple que mató porque era parte de su vivir sin freno”, cuenta el periodista Rodolfo Palacios, coguionista y autor de “El Ángel Negro”, el libro que convenció a Ortega de que en esa historia se escondía una película.
“Todo lo que se le cruzaba, más si era de noche, lo eliminaba.
Eso parece haberle sucedido a Ibáñez, su amigo y primer cómplice, con quien había hecho el pacto de robar sin dejar nunca testigos.
A él, se cree, lo mató chocando el auto en el que ambos viajaban”
Su caso, desorientó a la sociedad.
“Robledo Puch, desnuda la apetencia arribista de algunos jóvenes cuyos únicos valores son los símbolos del éxito:
“Un joven de 20 años, no puede vivir sin plata y sin coche”, ha dicho el acusado.
Él tuvo lo que buscaba:
Dinero, autos, vértigo; para ello, tuvo que matar una y otra vez, entrar en un torbellino que lo envolvió hasta devorarlo.
Cuando mató al primer hombre, Robledo Puch ya se había aniquilado a sí mismo”, analizaba el escritor Osvaldo Soriano en el suplemento cultural del periódico La Opinión, el 27 de febrero de 1972.
Del reparto, Lorenzo Ferro, hijo del también actor Rafael Ferro; hace su debut cinematográfico, siendo a la vez la primera persona en hacer una audición para el papel de Carlitos entre otros miles de actores; y aquí nos ofrece una interpretación tan sincera, directa y natural, que nos creemos de él, hasta en los andares.
Un actor que seguramente, en un futuro no muy lejano, escucharemos hablar mucho de él… 
Y es que Ferro es inquietante, pero no logra mantener el nivel en todo el filme, por lo que el Chino Darín, hijo del popular actor argentino Ricardo Darín, sirve de contrapeso, pero lamentablemente una vez que él “desaparece”, y es sustituido por Peter Lanzani, ya no se tiene aquella química y atractivo, y el filme pierde ritmo e interés.
Se cuenta que a Ferro le llevó 6 meses de entrenamiento diario, clases de piano incluidas para convertirse en Carlitos.
Verlo bailar “El extraño del pelo largo”, cantado por Roque Narvaja, un tema que bien puede tomarse como “leitmotiv” de la película, provoca un subidón de adrenalina.
“Antes de los ensayos, entrábamos en calor bailando esa canción, e incluso cuando yo llegaba a mi casa la bailaba frente al espejo con unos aros de mi abuela”, recuerda el actor.
“El día que filmamos esa escena, había mucha gente.
Le pedí a Luis que sacara a todos.
Nos quedamos solos el cámara y yo.
Me trajo un vaso de whisky, y de a poco fui abriendo las alas de un bailarín y terminé volando.
Esa escena me encanta”, cuenta, y a nosotros también, qué bien baila el cabrón; y la verdad que debutar como un “serial killer” no le quitó el sueño:
“Tuve suerte”, dice.
Ortega se mete en la cabeza de su protagonista:
“Carlitos mata, pero le quita significado.
Es solo un acto mecánico; desafía el sentido común, pero también demuestra su ingenuidad en cuanto a las consecuencias”
Para transmitir ese filo infantil y letal, necesitaba una cara que no fuera familiar.
“Que Lorenzo nunca hubiera pisado una clase de teatro, me permitió meter la cuchara en una zona que los actores creen tener resuelta:
El hecho de haber perdido la inocencia.
Arrancamos desde cero, y él entendió algo esencial:
La puesta en escena de la vida, es algo absurdo, irreal.
Carlitos es, a la vez, un personaje influenciado por el cine:
Actúa como una estrella aun cuando está solo, con cierta autoridad.
Eso también lo vuelve singular, esa confianza en sí mismos que transmitían los actores de esa época.
La elegancia como una forma de fe, de misterio”, dijo el director.
Ramón, no es un fiel retrato de Ibáñez, sino un personaje de ficción; y el Chino Darín demuestra una vez más que, bien manejado, puede convertirse en un sujeto “pasoliniano”; además de su magnetismo sexual “a la Brando”, tiene un aura especial para componer roles trágicos, siendo tremendamente sensual y sexual.
Con Ramón, Carlitos tiene una química buenísima, sin duda, una de las mejores cosas de la película, cargada de la tensión sexual mejor actuada del cine argentino reciente; tan intrigante que en diferentes momentos la tensión de los cuerpos de Ramón y Carlitos queda en suspenso… por ello, tras la detención de Robledo, la prensa se ensaña en su condición sexual y su aspecto andrógino.
No obstante, lamento que no se explotara más la relación de los padres de Ramón con Carlitos, y que la misma familia del joven criminal, tampoco tenga mucho metraje, o que ayude a explorar mejor el perfil psicológico de “El Ángel”
Y cerca del final, llega un maravilloso Peter Lanzani, cerca del Denis Hopper de “Easy Rider” en modo “argento” o “el vaquero de medianoche” de John Voight, caminando por las calles de Buenos Aires.
Lanzani actúa muy bien, aparece en el momento justo, pero me habría gustado que tenga más escenas, sobre todo con el personaje de Ferro.
Otros, como Daniel Fanego, el viejo rezagado, padre de Ramón, está helado sin pasar por la cima; y Mercedes Morán da un buen ejemplo de falta de curiosidad…
Aún con sus pocas apariciones, todos los actores cumplen con sus personajes; y se le puede achacar al filme, que tarda en arrancar, resulta algo aburrido el conocer a Carlitos, pero una vez que se desata, sin escenas nada explicitas, que pueden resultar irreales, o poco convincentes; uno recobra el interés; y se opta siempre por un tono distendido, antimoralista, y alejado de la crónica de sucesos.
La dirección, con planos que por momentos parecen lienzos “kitsch”, muy “”almodovarianos”, también contribuyen a crear esta ambientación antinaturalista.
Por lo que Luis Ortega ha sabido darle una vuelta de tuerca al texto que subyace a la obra de Kubrick, a los excesos de violencia en la historia, y hurgar en la comedia, en la simplonería estética, en el vacío que subyace a todo acto amoral, en el divertimento sin justificación al que tiende este tren descarriado de claro impulso “hollywoodense”
El director dijo que cuando se relata la historia de un asesino en una película, un buen número de espectadores, no todos, pero la mayoría, y de la crítica, también, esperan que el criminal sea sentenciado por el cineasta…
Él no lo hace en su retrato del asesino múltiple argentino, como tampoco Gus Van Sant evaluó a los responsables de la masacre de Columbine en “Elephant”, y ya entonces, en 2003, parte de la crítica presente en El Festival Internacional de Cine de Cannes, le cuestionó su decisión.
La respuesta que Van Sant dio entonces a la prensa cinematográfica, que pensaba así, la suscribiría Luis Ortega:
Vino a decir que el caso ya había sido comentado y juzgado tanto en los tribunales como en la opinión pública, y que la misión del artista no es la de juzgar, sino la de contemplar y crear desde otras perspectivas posibles.
Lo que el director hace, es no dar respuestas, y llevar al espectador a hacer una investigación personal respecto a los motivos de las acciones de su protagonista; y claro está, “lo sube al tren como un pasajero más”
Nunca se sabe si ese mal proviene de una mente desequilibrada, de un desinterés por la vida, o es el símbolo de una sociedad enferma…
En El Ángel no hay “flashbacks” hurgando en posibles traumas de infancia…
No parece haber una familia más complicada que la de cualquier adolescente común.
Tampoco una posición económica apremiante...
Lo único que puede ser leído como un tema irresuelto, por lo menos según intentaban explicar los noticieros de la época; es su un tanto reprimida homosexualidad.
Carlitos era, para decirlo en términos de los diarios de entonces, “un invertido”, algo que la película da a entender en más de una escena, pero es un tanto tímida para ir más a fondo.
Por momentos, esa falta de conflicto afecta un poco a la película.
Al no haber grandes choques entre los personajes, y al no parecer el protagonista jamás muy afectado por lo que sucede, de a ratos cuesta que crezca dramáticamente el filme, y el guión no siempre parece encontrar soluciones a ese problema.
Eso, por suerte, se soluciona con la aparición del personaje de Peter Lanzani, un criminal un tanto más “de la calle”, que compite con Carlos por el interés de Ramón, y que le otorga a la trama un elemento extra de suspenso, celos y potencial caos.
Pero no deja muy claro, cuál es la postura real de su relación, creando así intriga alrededor del trio de personajes; y el tema lo dejan caer muy sutilmente.
Una especie de controversia que hay alrededor de la película es:
¿El Ángel glorifica a Robledo Puch?
Personalmente pienso que lo de la glorificación ya viene de antes, de los medios que lo llamaban “Ángel” y mucha gente no creía que fuera culpable porque “era lindo”
De hecho, uno de los pósteres recrea una foto real del criminal, y ahí no hubo ninguna glorificación.
La película eligió contar la historia desde su punto de vista, la de un psicópata con delirios de grandeza, y bueno, ahí sí te acepto lo de “glorificación” porque obviamente el tipo no encontraba ningún problema en lo que hacía, y no hay nadie que lo juzgue hasta el final.
Si bien no pienso que el mensaje sea “este tipo era un groso”, es verdad que el mensaje tampoco es “este tipo era un loco de mierda”, aunque sí hay momentos en los que piensas, “este tipo era un loco de mierda”
Y esto no es casual, al fin y al cabo, eligieron no mostrar los crímenes más violentos que cometió, que si bien puede que haya sido para no ser “morbosos” también puede que haya sido para que nos sea más fácil empatizar con él, porque es medio difícil empatizar con alguien que le dispara a la cuna de un bebé… con el bebé adentro.
Por otro lado, lo de “El Che y Fidel” o “Evita y Perón”… ahí está el meollo del asunto:
Destacar el contraste entre el anodino hogar de Los Robledo y el viciado hogar de Los Peralta.
Como dato, en medio de la exposición de su nombre por la película, que en la Argentina fue vista por más de 1,200.000 personas; el verdadero Carlos Robledo no quiso dar entrevistas; pues siempre odió a la prensa.
Como obra de ficción, encanta que la película obviamente muestre que no es culpa de los padres que Carlos sea un criminal, el contraste es bastante prominente entre los personajes; y siempre es fácil culpar a los padres sin darse cuenta de que cada uno tiene una mente propia…
Y, por supuesto, no debería olvidar mencionar la increíble banda sonora, donde se remarca cínicamente la perversión y la oscuridad, y se convierte en locura pop; montada en una cabalgata musical que resalta astutamente cada momento.
Entre los cantantes están:
La Joven Guardia, Pappo's Blues, Manal, Gigliola Cinquetti, Leonardo Favio, Piazzolla, variaciones en Charlie Parker, Johnny Tedesco y Palito Ortega, en 2 momentos muy emotivos de la trama.
“Red de adopción depila monos y los hace pasar por bebés”
Tras la detención de Carlos Robledo Puch, uno de los policías que participó de su detención, el 3 de febrero de 1972, reveló que tenían la orden de fusilarlo, y plantarle un arma para simular un enfrentamiento; no lo hicieron porque, cuando lo encontraron, estaba con su madre, y el plan debía ejecutarse sin testigos.
Pocos días después, cuando lo trasladaban para hacer la reconstrucción de los crímenes, un grupo de personas intentó lincharlo.
“La sombra del paredón de fusilamiento para el monstruo con cara de niño”, tituló la revista “Así”, que ese día agotó la tirada.
Por entonces, la justicia analizó aplicarle la pena de muerte, instaurada en 1971 por la dictadura de Juan Carlos Onganía, pero sólo estaba permitida para secuestros seguidos de muerte, o atentados contra transportes y dependencias militares.
Robledo fue juzgado y condenado en 1980, a reclusión perpetua por tiempo indeterminado, la pena máxima en Argentina; y sus últimas palabras ante El Tribunal de La Sala 1ª de La Cámara de Apelaciones de San Isidro fueron:
“Esto fue un circo romano y una farsa.
Estoy condenado y prejuzgado de antemano”
Llama la atención lo expuesto en la pericia psiquiátrica adjunta en el expediente del juicio a Robledo Puch:
“Procede de un hogar legítimo y completo, ausente de circunstancias higiénicas y morales desfavorables.
Tampoco hubo apremios económicos de importancia, reveses de fortuna, abandono del hogar, falta de trabajo, desgracias personales, enfermedades, conflictos afectivos, hacinamiento o promiscuidad”
En 1980, el neurocirujano Raúl Matera, el más popular de aquella época, quiso someterlo a una lobotomía frontal... con esa técnica, que ya no se aplica porque resultó un fracaso, los operados quedaban “zombis” o aún más violentos; pues los científicos pretendían neutralizar las conductas violentas de psicópatas, criminales, depresivos y dementes.
“A Robledo nadie le toca el cerebro”, le contestó Robledo Puch a Matera; que por entonces hablaba de sí mismo en 3ª persona; y 20 años después, dirigió una carta a La Gobernadora, María Eugenia Vidal, donde manifiesta esta vez su deseo de salir de la prisión:
“Ni los nazis condenados en El Juicio de Núremberg, ni Nelson Mandela en Sudáfrica sufrieron la cárcel a que fui sometido con apenas 20 años recién cumplidos”
En ese texto se declaraba inocente, criticaba al sistema penitenciario; se comparaba con Nelson Mandela, y hasta reivindicaba aspectos de la última dictadura...
Un dato curioso es que en ese momento, en 1972, la sentencia máxima para cualquier delito era de cadena perpetua, pero eso conlleva una libertad condicional de 45 años implícita, porque la ley dice que “sus delitos eran tan graves”, que el juez decidió evitar esta posibilidad de soltarlo 45 años después, y decidió establecer una nueva sentencia sin precedentes en el momento de la reclusión de por vida, más la duración indeterminada de la prisión, por lo que, después de 45 años de prisión, Carlos pregunta cada año, cuánto queda de la sentencia, ya que no está determinado.
Además, en un movimiento político, él nunca saldrá si alguno de los padres de cualquier víctima de sus asesinatos está vivo.
En la actualidad, Robledo Puch continúa privado de su libertad en un pabellón del penal de Sierra Chica.
Desde julio de 2000, puede solicitar libertad condicional…
El 27 de mayo de 2008, luego de concedida la prisión domiciliaria al odontólogo Ricardo Barreda, Robledo Puch solicitó su libertad condicional.
El juez que atendió su solicitud, se la denegó por considerar que no se ha reformado de manera positiva en ninguno de los aspectos sociológicos necesarios para vivir en libertad, además de no poseer familiares directos que puedan contenerlo.
El 31 de agosto de 2011, y nuevamente el 30 de octubre de 2013, se le volvió a negar la libertad solicitada.
En noviembre de 2013, pidió que revieran la sentencia, o que lo ejecutaran con una inyección letal, a pesar de que la pena de muerte no puede ser aplicada en Argentina.
El pedido no prosperó, pues La Suprema Corte de Justicia de la provincia de Buenos Aires, falló denegando tal beneficio.
El 27 de marzo de 2015, La Corte Suprema de Justicia de La Nación, rechazó un recurso presentado por Carlos Eduardo Robledo Puch, de 63 años, el mayor asesino múltiple de la historia criminal argentina, contra la sentencia anteriormente mencionada que le denegó la libertad condicional.
También le fue denegada la libertad en marzo de 2016, cuando le preguntaron que qué haría si saliese en libertad, y Puch amenazó con matar a la ex Presidente Cristina Fernández de Kirchner…
El 10 de mayo de 2016, llevando 44 años preso, Robledo Puch salió del penal de Sierra Chica por un día; y fue llevado a La Asesoría Pericial de San Isidro para ser sometido a una serie de pericias médicas, debido a su deteriorada salud; siendo escoltado ida y vuelta por una decena de efectivos.
El 4 de febrero de 2019, se cumplieron 47 años de su detención.
La tragedia, hundió a la familia Robledo Puch:
Su madre, Aída, intentó pegarse un tiro.
Sus padres se separaron, y Víctor perdió el trabajo en General Motors.
Tiempo después, en una carta, su hijo amenazó con matarlo...
Se vieron por última vez en un psiquiátrico, al que Robledo fue llevado en 2002, tras creerse Batman, e intentar quemar un taller penitenciario.
Por otra parte, su novia de adolescencia, Mónica… se hizo monja Carmelita Descalza.
En la prisión, Carlos ha hablado de su deseo de tener un hijo, mientras confesó que jamás tuvo una relación sexual con una mujer… por lo que niega firmemente la homosexualidad, aunque como interno, está alojado en un pabellón que los agrupa:
“Lo pidió él mismo como estrategia de supervivencia”, pues, como se sabe, quisieron lincharlo, pasó por torturas, por motines, por vejámenes; se escapó, fue recapturado y se salvó por muy poco de que le condenaran a la pena de muerte, que existía para el secuestro, pero no para el rapto, figura con fines sexuales que se empleó para encuadrar a 2 de sus víctimas, violadas por Ibáñez.
Quizás, su verdadera y mayor condena sea seguir vivo en medio de ese infierno.
La pericia de Osvaldo Raffo, fue decisiva para que Robledo nunca tuviera la posibilidad de salir de la cárcel; y hoy es célebre por ser el preso que más tiempo lleva en prisión en la historia de Argentina; pues durante su periodo detenido, pasaron por Argentina 2 dictaduras comandadas por 8 militares; y 14 Presidentes Democráticos.
De hecho se puede decir que Carlos Eduardo Robledo Puch ha pasado más tiempo encerrado que en libertad.
Libre, fue una plaga que mató a demasiados…
A los 20 años, no sentía culpa; y de grande tampoco.
No tuvo las agallas para dejar de ser Carlitos, y convertirse en Carlos; y si algo había aún de humanidad en él, cuando lo encerraron, se perdió en los calabozos, tapado por la herrumbre de los barrotes; y se convirtió en un caso perdido, en un claro ejemplo de alguien que se pudrió en la cárcel.
“Añoro el mundo exterior porque no he vivido nada, pero sé que afuera podría morir de tristeza, lejos de los muros.
Sea adentro o afuera, hay una realidad:
Mientras todos se van en libertad, yo estoy muriéndome de a poco en este calvario”, dijo él mismo.
Y hay una cosa que queda clara en nuestra contemporaneidad:
Nuestra fascinación por el dinero, el poder, la conspiración, el cotilleo y los asesinatos.
Nadie puede explicar que la novela policiaca ocupe más estanterías que los clásicos de la literatura, como nadie puede explicar que las parrillas televisivas estén plagadas de basura morbosa y reciclada.
Creo que tras ver El Ángel, al espectador solo le queda un único interés, bailar o comer milanesa con patatas mientras ve el telediario.
¡Triste!

“Inútil es que trates de entender, o interpretar quizás sus actos, él es un rey extraño, un rey de pelo largo…”


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