The Artist
“Hablar continuamente no significa siempre comunicar”
El futuro es inevitable e imparable, aunque nos lleve al desastre, y ese futuro cada vez es más veloz, los cambios son constantes.
Si nos paramos un segundo y retrocedemos solo unos 20 años, nos resultaría casi imposible imaginarnos sin celulares, sin redes sociales, y sin esa constante conexión con el resto del mundo que al mismo tiempo nos mantiene separados.
Frente a la necesidad de buscar a cualquier precio la novedad cinematográfica que incite al público a ir corriendo al cine, las últimas soluciones encontradas han sido las técnicas, el 3D, las narrativas, si es posible teñidas de una nota de escándalo, o la creación de enormes campañas de promoción, utilizando las redes sociales como vías de contagio.
Lo viejo y lo nuevo, pasado y futuro, términos opuestos que pueden terminar vinculados a un solo significado: el final de una época sumergida en el exceso y el dispendio, que gracias al abuso de unos pocos terminó con el sueño de muchos.
El cine “mudo” es aquel cine que no posee sonido grabado y sincronizado, referido especialmente a diálogo hablado, consistiendo únicamente en imágenes.
La idea de combinar las imágenes con sonido grabado es casi tan antigua como la cinematografía en sí, pero hasta finales de los 20, la mayoría de las películas eran “mudas”.
Este periodo anterior a la introducción del sonido se conoce como la "era muda" o el "período silente", cuando el rostro era la ventana del alma porque la voz estaba apagada, el montaje construía historias mezclando planos y secuencias, y la fotografía buscaba los grises para dar intensidad y volumen a los melodramas.
Esos eran los comienzos de un lenguaje que tomaba elementos de la literatura, el teatro y el resto de artes para encontrar su propia identidad, para llegar a un espectador que asistía a la sala asombrado y necesitado de historias con las que identificarse.
Del otro lado de la pantalla, unos actores hacían gala del gesto para expresarse y ponían el grito en el cielo cuando el sonoro irrumpía en el cine y amenazaba con poner fin a su éxito.
Los últimos años de la feliz década de los 20 fue una época de cambios abruptos.
Por un lado, la mayor crisis sistémica del capitalismo familiarizó a muchos con el concepto ruina.
Por otro, el advenimiento del sonido supuso la más traumática redefinición de los parámetros propios del Séptimo Arte, abriéndose un mar de posibilidades que iba desde la gloria hasta la autodestrucción.
Viviendo nuestros tiempos:
¿Se estará la historia repitiendo con la Gran Recesión y el advenimiento del 3D?
Después del estreno de la película “The Jazz Singer” las películas habladas fueron cada vez más habituales y diez años después, el cine “mudo” prácticamente había desaparecido.
La era del cine “mudo” a menudo es referida como "La Edad de la Pantalla de Plata"
Dado que el cine “mudo” no podía servirse de audio sincronizado con la imagen para presentar los diálogos, se añadían cuadros de texto para aclarar la situación a la audiencia o para mostrar conversaciones importantes en donde se le daba una narrativa real del dialogo.
El escritor de títulos se convirtió en un profesional del cine “mudo”, hasta tal punto que a menudo se le mencionaba en los créditos al igual que al guionista.
Los "intertítulos" o títulos, como se les llamaba en aquel entonces, se convirtieron en elementos gráficos por sí mismos, ya que ofrecían ilustraciones y decoraciones abstractas que hablaban sobre lo que podíamos ver en pantalla.
Las proyecciones de películas “mudas” normalmente no transcurrían en completo silencio: solían estar acompañadas por música en directo, habitualmente improvisada por un pianista u organista.
De ahí que esas películas no son del todo “mudas” de ahí mis comillas.
Ya en los comienzos de la industria cinematográfica se reconocía a la música como parte esencial de cualquier película, para ambientar la acción que transcurría en la pantalla.
Los cines de ciudades pequeñas normalmente tenían un pianista para acompañar la proyección; los de ciudades grandes podían tener organistas o incluso orquestas completas, que podían añadir efectos de sonido.
También en ocasiones había un narrador que, con voz en off, relataba los intertítulos o describía lo que iba ocurriendo.
El cine “mudo” requería un mayor énfasis en el lenguaje corporal y en la expresión facial, para que la audiencia pudiera comprender mejor lo que un actor estaba representando en la pantalla.
Vistas retrospectivamente, algunas películas de la era “muda” pueden resultar extrañas, ya que puede dar la impresión que los actores sobreactúan de manera exagerada, muy teatral.
Debido en parte a esto, las comedias “mudas” tienden a ser más populares actualmente que los dramas, porque la sobreactuación resulta más natural en una comedia.
No obstante, en algunas películas “mudas” las actuaciones son más sutiles, dependiendo del director y de la habilidad de los actores.
La sobreactuación era un hábito que los actores frecuentemente arrastraban de la escena teatral, y los directores más familiarizados con el nuevo medio la desalentaban.
La mayoría de las películas “mudas” fueron filmadas en Francia a velocidades más lentas que las películas con sonido, normalmente de 16 a 20 fotogramas por segundo frente a 24, así que a menos que se apliquen técnicas especiales para mostrarlas a sus velocidades originales pueden parecer artificialmente rápidas, lo que remarca su aspecto poco natural.
No obstante, algunas películas “mudas” fueron filmadas a menor velocidad de manera intencionada para así acelerar la acción; esta forma de estilización se hizo preferentemente con las comedias.
En los años previos a la introducción del sonido se filmaron literalmente miles de películas “mudas”, pero un número considerable de ellas, algunos historiadores estiman que entre el 80 y el 90 por ciento, se han perdido para siempre.
Las películas de la primera mitad del Siglo XX se grabaron en rollos de película de nitrato, que era inestable, altamente inflamable, y requería de una conservación cuidadosa para evitar que se descompusiera con el tiempo.
La mayoría de estas películas no fueron conservadas; con los años, las grabaciones se convirtieron en polvo.
Muchas de ellas fueron recicladas, y un número importante fueron destruidas en incendios.
Por este motivo la conservación de películas ha sido una prioridad entre los historiadores del cine.
Entra dentro de la lógica que el cine “mudo” sea etiquetado como cosa de otro tiempo, como Shakespeare y Cervantes lo son para el mundo literario por mucho que los apreciemos como grandes escritores.
Una cosa es la calidad y otra muy distinta lo que es moderno y se ajusta al tiempo presente y sus peculiaridades.
Apreciar las grandes obras del pasado de cualquier arte o expresión artística, pero no siempre es un buen momento para disfrutarlas.
Se precisa un interés añadido, un cierto espíritu investigador y no todos tenemos tiempo, ganas y curiosidad para ello.
En ocasiones el cine no es sólo cine, es magia y The Artist es una de esas veces, es una película que parece surgida de otro tiempo.
The Artist es una ENORME película de 2011 dirigida por un ENORME Michel Hazanavicius, y protagonizada por un ENORME Jean Dujardin, Bérénice Bejo, James Cromwell, John Goodman, Penelope Ann Miller, Missi Pyle, Malcolm McDowell, Joel Murray, Ed Lauter, Beth Grant, Bitsie Tulloch, Ken Davitian y Uggie el perro.
The Artist obtuvo 10 nominaciones al Oscar incluyendo mejor película, director, guión original, mejor actor (Dujardin), mejor actriz de reparto (Bejo), dirección de arte, cinematografía, banda sonora, vestuario y edición de sonido.
Ganando 5 premios: Mejor Película, Director, Mejor Actor Principal (Dujardin), Banda Sonora y Vestuario.
Este año, la Academia de Hollywood deja por fuera, a manera de un desaire y no nominar a Shame y The Girl With the Dragon Tattoo, Beginners, The Iron Lady y Harry Potter And The Deathly Hallows, Part 2 entre las nominadas como Mejor Película.
The Artist es un largometraje “mudo”, en blanco y negro cuya historia toma lugar en Hollywood entre 1927 y 1931.
George Valentin (Dujardin) es un actor de gran éxito.
Pero llega el momento en el que entra en juego el cine sonoro y esto hace que Valentin recaiga profundamente en una depresión, sobre todo tras comprobar que su antigua compañera que empezó de extra, Peppy Miller (Bejo), es una actriz de primera que le roba las portadas.
El realizador Michel Hazanavicius había estado fantaseando con su idea de hacer una película “muda” durante varios años, tanto porque muchos directores que él admiraba surgieron en la época del cine “mudo”, como debido a la naturaleza impulsada por la función normal de la imagen.
El deseo de Hazanavicius de realizar una película “muda” en un primer momento no fue tomado en serio, pero después de que sus películas sobre espionaje tuvieran un inesperado éxito financiero, los productores comenzaron a expresar interés por su idea.
La formación de la narrativa comenzó con el requerimiento de Michel Hazanavicius de volver a trabajar con los actores Jean Dujardin y Bérénice Bejo, su esposa.
Eligió la forma del melodrama sobre todo porque pensó que muchas de las mejores películas de la época del cine “mudo” que han existido, habían sido melodramas.
Además, realizó una extensa investigación acerca de la época de los años 20 en Hollywood, y estudió cine “mudo” para encontrar las maneras adecuadas, tanto técnicas como narrativas, para hacer que la historia se vuelva lo más comprensible posible sin necesidad de usar demasiados subtítulos.
Hazanavicius terminó de realizar el guion de The Artist en cuatro meses.
The Artist está integrada en su totalidad por un reparto francés y norteamericano y se filmó por un período de siete semanas en la ciudad de Los Ángeles.
El guión se nota muy planificado, una historia que se mueve entre el amor y el orgullo, entre la simpatía y la tragedia, entre quienes aman y quienes se resisten a ser amados, al mismo tiempo que nos habla de una época y, con ironía por el propio estilo de la película, de la transición entre formas de hacer cine y lo que eso supuso para muchos profesionales; todo narrado con clase y buen pulso, con fotogramas estudiados al detalle seguramente a partir de un storyboard meticuloso desde con los encuadres hasta con los contrastes de luz y sombra.
The Artist es cine visto desde el cine.
El director ha tomado la opción radical de entregar una película “muda” a la antigua usanza, lo que incluye formato de pantalla 4:3, rótulos como los de antaño, acompañamiento de orquesta, gesticulación exagerada de los actores para remarcar su estado anímico...
También el recurso al montaje paralelo o los ángulos al más puro estilo expresionista.
Pero Hazanavicius no se limita a rodar una película que pudiera creerse que fue hecha en la etapa del cine “mudo”, sino que juega a que el espectador advierta lo que se ha quedado en el camino debido a los avances técnicos, y lo que supuso la introducción de las películas habladas en determinados actores, idea que estaba presente en clásicos como: “Show People” (1928), “A Star Is Born” (1937), “The Bad And The Beautiful” (1952), “Singin' In The Rain” (1952) y “Sunset Blvd.” (1950), que son citados muy sutilmente, y la lista de referencias es grande.
En The Artist hay guiños y soluciones visuales que tienen que ver con lo que vendría después en los márgenes del cine clásico de Hollywood.
Por ejemplo:
El encadenado de planos que muestran el deterioro de la relación del protagonista, una estrella del cine “silente”, y su esposa, está inspirado en una secuencia idéntica de “Citizen Kane”, en la que mediante el cambio de plano, sin variar el lugar, la situación, los desayunos de la pareja, y el emplazamiento de cámara, aunque si el tiempo que transcurre, vemos igualmente como se deteriora la relación entre Charles Foster Kane/George Valentin y su mujer.
The Artist elogia en primera instancia al artista puro del cine "mudo" que no cree en las posibilidades del sonoro, como tampoco creyeron en ellas Von Stroheim, Chaplin, Griffith o Keaton, de ahí que el protagonista se obsesione en rodar una película “muda” de aventuras como las de antes cuando en todas las salas del país se exhiben ya los “talkies”
También el personaje encarnado por Jean Dujardin se apresta a un juego entre épocas: su sonrisa dicharachera y forma de moverse conectan con los grandes galanes del cine norteamericano “mudo” como Douglas Fairbanks o el mismísimo Rodolfo Valentino, pero que el mejor compañero del protagonista sea un perrito muy parecido al famoso “Asta” de la serie “The Thin Man”, invita a pensar en una clara inspiración en el detective Nick Charles incorporado en aquella serie por William Powell.
Y aún hay más:
El final de The Artist evoca el estilo musical impuesto décadas después, con sonido y en Tecnicolor, por Gene Kelly y Stanley Donen, algo impensable en un film que evoca los tiempos en que el musical, como tal, era una quimera.
Reguero de referencias y virtudes, The Artist juega sus mejores bazas en la caligrafía del cine “silente”, en la restitución de una época dorada, y su declive, que pasa tanto por la reconstrucción plástica: la gestualidad de los actores, el tipo de planificación y de decorados, el empleo del blanco y negro, el uso de la música y el silencio sonoro, como anímica; fueron tiempos cambiantes, duros para los que no sobrevivieron a la llegada inclemente del cine sonoro, y Hazanavicius lo muestra muy bien sin exagerar el tono, y cuando lo hace, no deja de ser un recurso coherente, ya que impone el registro físico y conceptual que dominó el cine “mudo” estadounidense.
De modo que en The Artist hay recursos geniales, en que el sonido puede aparecer inesperadamente, o en que un determinado ruido expresado en un rótulo puede ser un original hallazgo para sorprender al espectador.
En The Artist, el ruido tiene una breve aparición en una pesadilla vanguardista light del protagonista, pero no alcanza la primera persona hasta el emotivo desenlace, primando el retrato introspectivo.
Y es que The Artist cuenta con una más que hábil y elogiable dirección de actores.
Trabajo éste por regla general harto difícil, más aún, como podrán figurarse, al filmar bajo los cánones del “mudo”
El selectísimo reparto lo conforma un INMENSO Jean Dujardin, premiado en el Festival Internacional de Cine de Cannes por su interpretación.
George Valentin es sin duda uno de los mejores papeles que he visto en el cine de estreno en años, lo que da la razón a la férrea defensa sobre el cine “mudo” que hace este personaje, sin pronunciar una palabra se puede conseguir mucho más que abriendo la boca, convirtiéndose Valentin en uno de los roles con más sentimiento de la gran pantalla.
Subrayar los defectos del protagonistas con la imagen de los tres monos: “See No Evil, Speak No Evil, Hear No Evil” que cubriendo sus ojos, bocas, orejas, hablan del propósito de un film blanco donde no hay maldad alguna, sino una absoluta inocencia.
Eso era arte, también.
La bellísima y talentosa Bérénice Bejo, esposa de Hazanavicius en la vida real, y esa fiera interpretativa tan amante de la improvisación llamada John Goodman, como secundario de mayor relumbrón, aunque en nómina también figuren, entre otros, un más que correcto James Cromwell o Penélope Ann Miller.
El amor de Valentin y Miller no es solo literal, sino también alegórico.
Miller, como representante del sonoro admira el pasado, lo rescata y recicla.
Valentin, emblema del cine mudo, no tiene la posibilidad de demostrar su validez, su modernidad.
Lo que Hazanavicius hace es exactamente lo mismo que Peppy Miller había hecho por George Valentin: rescatarlo a través de las posibilidades en las que nadie creía; traerlo de nuevo a las pantallas ofreciendo una posibilidad en la que nadie pensó.
Lo hace el director, pues, para con el cine en blanco y negro, el musical y el cine “mudo” es una suerte de reelaboración de las posibilidades de estos mundos.
Los muestra, no bajo un amor fósil, sino como una propuesta de futuro.
A través de los ojos de sus personajes, obtenemos un mosaico de emociones humanas que encogen el alma y nos hacen más personas.
La grandeza de The Artist reside en su capacidad de ser simple, en una época en la que todo es muy complejo.
Donde la elaboración supera a la sensación; donde la magia se ha visto superada por la tecnología.
La sinceridad del proyecto, la credibilidad de sus protagonistas, un toque de locura y, sobre todo, la perseverancia de su director han logrado una de las películas más sorprendentes y bellas de este año.
Y es que la economía de medios utilizada por Hazanavicius para presentar a sus personajes o construir las diferentes secuencias es digna de todo elogio; baste recordar el arranque de The Artist.
En apenas unos minutos, y valiéndose de una noche de estreno, contextualiza la acción y define con apenas una pincelada a los protagonistas del drama.
Sobre este particular es importante incidir en el tono empleado, próximo a la fábula.
En el fondo, The Artist no deja de ser un sentido cuento melancólico.
Hay una ingenuidad/calidez tonal conmovedora, que recorre el metraje y que logra que el espectador se enamore de inmediato del personaje y que los momentos más dramáticos no caigan en el tremendismo, el lugar común o el guiñol.
Lo mejor, uff hay muchos:
El buen trabajo interpretativo de Jean Dujardin y la reconstrucción estética y anímica de toda una época.
Uggie como Jack el perro.
La pesadilla que resulta magistral cuando el protagonista descubre que el mundo “mudo” tiene sonido y que puede hablar.
El montaje de grandes escenas de aroma clásico, el baile que se marcan sin verse, ella y el abrigo, el genial final; o saber narrar como la despedida de Valentin y su chofer es impagable.
El BANG!...
Ningún elemento está usado en vano, como por ejemplo, los carteles y títulos de las películas que aparecen.
Vemos a un triste George caminar cerca de un cine que anuncia la película "Lonely Star".
Más tarde veremos a Peppy Miller en el cartel de la película "Guardian Angel"
Eso es lo que es ella, Miller es la protectora de Valentin solitario.
Hay momentos en los que no hay música, en los que no se escucha absolutamente nada.
En los que nos quedamos "sordos" frente a la imagen.
Silencio absoluto.
Uno intenta aguantar la respiración para no molestar.
Increíble, en serio.
Aún siendo una película “muda”, se apoya en el uso conductor de la música, una música que nos va guiando por las emociones, y recurre a los rótulos, en inglés, en momentos clave, quizá por no poder transmitir sin la palabra aquello que se pretendía destacar.
Así, The Artist nos confirma que el cine nunca llegó a ser “mudo”
La banda sonora creada por Ludovic Bource, es sin duda uno de los scores más llamativos del 2011.
Y es que la música es básicamente el segundo protagonista principal de The Artist.
Ahora la pregunta:
¿Es arriesgada una película “muda”, en blanco y negro, que a la vez es una comedia romántica en pleno siglo XXI?
He leído más de un debate sobre si es necesario hacer esta película “muda”
No hay duda que The Artist se pudo haber contado de forma sonora, pero si el resultado es excepcional:
¿Para qué debatir?
Además el recurso es consecuente con el argumento.
Retroceder en el tiempo ya es una realidad.
Bueno durante muchos años el cine ha ido mirando hacia el futuro, de vez en cuando es bueno que mire al pasado, a su pasado, a sus comienzos.
El mundo ha ido evolucionando, y el cine también, renovarse o morir, y esa es la moraleja que a mi entender encierra The Artist.
Auge y decadencia de un artista del cine “mudo”, que bien podría ser Rodolfo Valentino o Douglas Fairbanks, tipos que ya no quedan, con o sin frac.
El ascenso de una joven estrella, en proporción inversa a la decadencia del protagonista.
Su principal virtud es saber transformar una película en experiencia, transportándote atrás en el tiempo hasta el fascinante Hollywood de las décadas 20 y 30 con una cinta “muda” que desprende todo ese mágico aroma del cine de aquellos años.
The Artist parece arrancada de las garras de la época en la que se inspira la trama y traída ante nuestros ojos para decirnos que el tiempo nunca ha pasado.
Sólo lo han hecho las hojas de los calendarios: su esencia sigue reinando la atmósfera con la misma fuerza que en los inicios del cine.
Y para conseguir todo esto, una historia, interpretaciones y técnica absoluta y llanamente prodigiosas.
Quién lo diría, en pleno año 2011 retrocedemos noventa años para ser testigos de una nueva obra que se sitúe a la altura de muchas de las mejores cintas filmadas en aquellos maravillosos años.
Y es que Hazanavicius refleja a la vez una época donde el panorama económico, a raíz del crack del 29, y cultural, el nacimiento del cine sonoro, cambiaba por completo.
Un doble cambio que, sin duda, puede contener más coincidencias con el día de hoy de las que parecen, la economía ha vuelto a hundirse, y el panorama cinematográfico está sufriendo una evolución a partir del nacimiento de la era digital.
Casualidad o no, el cineasta ha elegido un momento de la historia clave para entender muchas cosas que hoy mismo, más de 80 años después, siguen preocupándonos.
En el siglo de las máquinas, la tecnología y el ruido; en el siglo de la ignorancia cinematográfica y de la idiotez universal, ha gritado al mundo para qué es útil verdaderamente usar el talento, hasta donde es necesario extender la creatividad, desarrollar la imaginación.
The Artist se puso un reto dificilísimo: hacer un amplísimo discurso sobre el arte y la vida desde el silencio.
Y lo ha conseguido.
Nunca unos personajes dijeron más sin emitir sonido alguno.
Pocas veces la inteligencia da para tanto y tan bien hecho.
Pero Hazanavicius ha sabido utilizarla desde la humildad y el trabajo, desde la fe y la perseverancia.
Es por esto que el mérito de Hazanavicius es digno del mayor de los elogios.
Hay muchas películas que intentan recrear aquellos años y aquel espíritu, limitando su técnica a dibujar sus escenas dentro de una simple escala de grises y un vestuario adecuado, pero aquí no se han querido conformar con eso.
No querían que The Artist pareciese de entonces sino que fuese de aquellas décadas.
Y lo han conseguido con una increíble maestría técnica que va desde su fotografía, limitada a propósito, rodando The Artist con los movimientos de cámara de antaño, y logradísimos colores, son exactamente los mismos que entonces, con esos grises, esas sombras, esos contrastes… hasta su impresionante vestuario.
Tal vez el mayor inconveniente que podía encerrar The Artist estribaba en que, asimilando las reglas del cine “silente”, se viera atrapada en una suerte de espejismo retro carente de sentido.
Una vez visionado The Artist, se concluye que este hándicap se ha abordado con coherencia y sensibilidad, integrando en la propuesta la estética “muda” como fundamental elemento narrativo.
Así, la recreación lejos de ser una cuestión historicista entra de pleno en el terreno del psicologismo para elaborar la maravillosa semblanza de George Valentin, el astro de la etapa “muda” que se resiste a las fauces del sonoro.
The Artist es un verdadero homenaje al cine y a su etapa “muda” se que las comillas han sido excesivas, como la expresión misma, pero esa palabra “muda” es una expresión carente de exactitud, como dije, puesto que hasta 1927 había una orquesta, en muchas ocasiones alguien se encargaba de contar la película, los espectadores hablaban entre ellos, o sea, el periodo menos “mudo” de la historia del cine.
Para ir concluyendo, The Artist pinta la pantalla de un tiempo y unos sentimientos que el cine no debería olvidar nunca, y de paso revaloriza hasta cotas insuperables a la pareja protagonista, que ennoblecen su oficio con simpatía, eficacia, cuerpo y alma, que dicen sin hablar y que bailan como “luego” bailarían los mejores que ha habido.
The Artist es una reivindicación a gritos del cine como milagro en sí mismo.
Elogio de la magia del Séptimo Arte, un recordatorio de la excepcionalidad de una liturgia sagrada que hemos convertido en rutina, The Artist se yergue como una ventana a un tiempo no tan lejano en que el cine era fábrica de ilusiones, y de naufragios, y el hechizo fluía en el patio de butacas por el valor intrínseco de la experiencia, por la capacidad para despertar emociones perdurables.
El cine de ahora ya casi nunca es eso, pero Hazanavicius nos convence de que aún puede serlo con un delicioso trabajo de emulación medido hasta en el más mínimo de los detalles.
The Artist te arrastra de la sonrisa a la lágrima en un abrir y cerrar de ojos con una honestidad encomiable, entre nostálgicas miradas a un mundo y a una manera de hacer y mirar trágicamente perdidos.
The Artist nos habla principalmente de 3 aspectos:
El cambio o como nos adaptamos a él, aceptándolo o no.
La nostalgia hacia otras épocas, no vividas por la inmensa mayoría de los que seguimos habitando el planeta; y
El orgullo, ese bicho interno que cada uno lleva dentro y que cuando intenta salir, y sale, se nos atraganta no dejándonos respirar ni ver más allá de nuestro cuerpo.
Una vez más, el director arriesga en su propuesta, desde mi perspectiva sobre seguro, al entregarnos The Artist y en glorioso blanco y negro con el estilo de aquellos años.
Sobre seguro porque juega con la nostalgia y el bagaje cinematográfico que el espectador ya acarrea.
Parte de una idea ya vista, el trauma que puede provocar el paso del cine “mudo” al sonoro en estrellas “silentes” se nos presenta en la obstinación de George Valentin, que niega el futuro hundiéndose en un pasado glorioso que se olvida rápido y que ya no regresará.
The Artist tiene todo el aspecto de un experimento posmoderno, pero evita por completo cualquier asomo de cinismo o de sarcasmo.
Se trata de imitar los hábitos del cine “silente” sin que notemos la diferencia entre la copia y el original.
Hazanavicius ha firmado una película que parece un objeto encontrado, una miniatura de orfebre que reivindica nuestras deudas con el cine de los orígenes en tiempos ferozmente digitales.
¿Debemos entonces volver a lo antiguo?
¿Rodar sin sonido?
¿En blanco y negro?
No, desde luego, pero si aceptar que no todo lo nuevo tiene porque ser mejor ni renunciar a la esencia del cine frente a un gran aluvión de películas insípidas pero de efectos implacables.
El caso es que en The Artist obra el milagro y es el título idóneo para gritar a los cuatro vientos que el cine “mudo” nunca fue mudo, y en blanco y negro también puede ser grande y merecer la pena.
En realidad The Artist es cine en esencia, porque sus imágenes contagian estados de ánimo, porque te atrapa de inicio a fin y no te suelta, porque te conmueve, te alegra, te zarandea y te hace salir del cine bailando claqué y queriendo vivir.
Qué sea su corazón y nada más que él quien dicte la crítica.
Cada cual a su manera.
Las palabras y los sentimientos brotarán con sorprendente naturalidad, con fluidez, con alegría de espíritu.
The Artist actuará como una manta envolvente, reconfortante y protectora.
Ha entrado en el mundo de los sueños.
Podrá reír, llorar, emocionarse.
Sentir orgullo, dignidad, fidelidad, amor...
Todo ello con una sensación de paz inigualable, de sosiego casi espiritual.
Todo ello dentro de la ciudad de los sueños; donde la lluvia no moja, sólo acaricia; donde los bailes son nuestros, no del protagonista; donde el silencio ha desaparecido de repente, nos abruman las palabras.
El verdadero artista es su director, el verdadero artista es el cine.
¡Matrícula de Honor!
El futuro es inevitable e imparable, aunque nos lleve al desastre, y ese futuro cada vez es más veloz, los cambios son constantes.
Si nos paramos un segundo y retrocedemos solo unos 20 años, nos resultaría casi imposible imaginarnos sin celulares, sin redes sociales, y sin esa constante conexión con el resto del mundo que al mismo tiempo nos mantiene separados.
Frente a la necesidad de buscar a cualquier precio la novedad cinematográfica que incite al público a ir corriendo al cine, las últimas soluciones encontradas han sido las técnicas, el 3D, las narrativas, si es posible teñidas de una nota de escándalo, o la creación de enormes campañas de promoción, utilizando las redes sociales como vías de contagio.
Lo viejo y lo nuevo, pasado y futuro, términos opuestos que pueden terminar vinculados a un solo significado: el final de una época sumergida en el exceso y el dispendio, que gracias al abuso de unos pocos terminó con el sueño de muchos.
El cine “mudo” es aquel cine que no posee sonido grabado y sincronizado, referido especialmente a diálogo hablado, consistiendo únicamente en imágenes.
La idea de combinar las imágenes con sonido grabado es casi tan antigua como la cinematografía en sí, pero hasta finales de los 20, la mayoría de las películas eran “mudas”.
Este periodo anterior a la introducción del sonido se conoce como la "era muda" o el "período silente", cuando el rostro era la ventana del alma porque la voz estaba apagada, el montaje construía historias mezclando planos y secuencias, y la fotografía buscaba los grises para dar intensidad y volumen a los melodramas.
Esos eran los comienzos de un lenguaje que tomaba elementos de la literatura, el teatro y el resto de artes para encontrar su propia identidad, para llegar a un espectador que asistía a la sala asombrado y necesitado de historias con las que identificarse.
Del otro lado de la pantalla, unos actores hacían gala del gesto para expresarse y ponían el grito en el cielo cuando el sonoro irrumpía en el cine y amenazaba con poner fin a su éxito.
Los últimos años de la feliz década de los 20 fue una época de cambios abruptos.
Por un lado, la mayor crisis sistémica del capitalismo familiarizó a muchos con el concepto ruina.
Por otro, el advenimiento del sonido supuso la más traumática redefinición de los parámetros propios del Séptimo Arte, abriéndose un mar de posibilidades que iba desde la gloria hasta la autodestrucción.
Viviendo nuestros tiempos:
¿Se estará la historia repitiendo con la Gran Recesión y el advenimiento del 3D?
Después del estreno de la película “The Jazz Singer” las películas habladas fueron cada vez más habituales y diez años después, el cine “mudo” prácticamente había desaparecido.
La era del cine “mudo” a menudo es referida como "La Edad de la Pantalla de Plata"
Dado que el cine “mudo” no podía servirse de audio sincronizado con la imagen para presentar los diálogos, se añadían cuadros de texto para aclarar la situación a la audiencia o para mostrar conversaciones importantes en donde se le daba una narrativa real del dialogo.
El escritor de títulos se convirtió en un profesional del cine “mudo”, hasta tal punto que a menudo se le mencionaba en los créditos al igual que al guionista.
Los "intertítulos" o títulos, como se les llamaba en aquel entonces, se convirtieron en elementos gráficos por sí mismos, ya que ofrecían ilustraciones y decoraciones abstractas que hablaban sobre lo que podíamos ver en pantalla.
Las proyecciones de películas “mudas” normalmente no transcurrían en completo silencio: solían estar acompañadas por música en directo, habitualmente improvisada por un pianista u organista.
De ahí que esas películas no son del todo “mudas” de ahí mis comillas.
Ya en los comienzos de la industria cinematográfica se reconocía a la música como parte esencial de cualquier película, para ambientar la acción que transcurría en la pantalla.
Los cines de ciudades pequeñas normalmente tenían un pianista para acompañar la proyección; los de ciudades grandes podían tener organistas o incluso orquestas completas, que podían añadir efectos de sonido.
También en ocasiones había un narrador que, con voz en off, relataba los intertítulos o describía lo que iba ocurriendo.
El cine “mudo” requería un mayor énfasis en el lenguaje corporal y en la expresión facial, para que la audiencia pudiera comprender mejor lo que un actor estaba representando en la pantalla.
Vistas retrospectivamente, algunas películas de la era “muda” pueden resultar extrañas, ya que puede dar la impresión que los actores sobreactúan de manera exagerada, muy teatral.
Debido en parte a esto, las comedias “mudas” tienden a ser más populares actualmente que los dramas, porque la sobreactuación resulta más natural en una comedia.
No obstante, en algunas películas “mudas” las actuaciones son más sutiles, dependiendo del director y de la habilidad de los actores.
La sobreactuación era un hábito que los actores frecuentemente arrastraban de la escena teatral, y los directores más familiarizados con el nuevo medio la desalentaban.
La mayoría de las películas “mudas” fueron filmadas en Francia a velocidades más lentas que las películas con sonido, normalmente de 16 a 20 fotogramas por segundo frente a 24, así que a menos que se apliquen técnicas especiales para mostrarlas a sus velocidades originales pueden parecer artificialmente rápidas, lo que remarca su aspecto poco natural.
No obstante, algunas películas “mudas” fueron filmadas a menor velocidad de manera intencionada para así acelerar la acción; esta forma de estilización se hizo preferentemente con las comedias.
En los años previos a la introducción del sonido se filmaron literalmente miles de películas “mudas”, pero un número considerable de ellas, algunos historiadores estiman que entre el 80 y el 90 por ciento, se han perdido para siempre.
Las películas de la primera mitad del Siglo XX se grabaron en rollos de película de nitrato, que era inestable, altamente inflamable, y requería de una conservación cuidadosa para evitar que se descompusiera con el tiempo.
La mayoría de estas películas no fueron conservadas; con los años, las grabaciones se convirtieron en polvo.
Muchas de ellas fueron recicladas, y un número importante fueron destruidas en incendios.
Por este motivo la conservación de películas ha sido una prioridad entre los historiadores del cine.
Entra dentro de la lógica que el cine “mudo” sea etiquetado como cosa de otro tiempo, como Shakespeare y Cervantes lo son para el mundo literario por mucho que los apreciemos como grandes escritores.
Una cosa es la calidad y otra muy distinta lo que es moderno y se ajusta al tiempo presente y sus peculiaridades.
Apreciar las grandes obras del pasado de cualquier arte o expresión artística, pero no siempre es un buen momento para disfrutarlas.
Se precisa un interés añadido, un cierto espíritu investigador y no todos tenemos tiempo, ganas y curiosidad para ello.
En ocasiones el cine no es sólo cine, es magia y The Artist es una de esas veces, es una película que parece surgida de otro tiempo.
The Artist es una ENORME película de 2011 dirigida por un ENORME Michel Hazanavicius, y protagonizada por un ENORME Jean Dujardin, Bérénice Bejo, James Cromwell, John Goodman, Penelope Ann Miller, Missi Pyle, Malcolm McDowell, Joel Murray, Ed Lauter, Beth Grant, Bitsie Tulloch, Ken Davitian y Uggie el perro.
The Artist obtuvo 10 nominaciones al Oscar incluyendo mejor película, director, guión original, mejor actor (Dujardin), mejor actriz de reparto (Bejo), dirección de arte, cinematografía, banda sonora, vestuario y edición de sonido.
Ganando 5 premios: Mejor Película, Director, Mejor Actor Principal (Dujardin), Banda Sonora y Vestuario.
Este año, la Academia de Hollywood deja por fuera, a manera de un desaire y no nominar a Shame y The Girl With the Dragon Tattoo, Beginners, The Iron Lady y Harry Potter And The Deathly Hallows, Part 2 entre las nominadas como Mejor Película.
The Artist es un largometraje “mudo”, en blanco y negro cuya historia toma lugar en Hollywood entre 1927 y 1931.
George Valentin (Dujardin) es un actor de gran éxito.
Pero llega el momento en el que entra en juego el cine sonoro y esto hace que Valentin recaiga profundamente en una depresión, sobre todo tras comprobar que su antigua compañera que empezó de extra, Peppy Miller (Bejo), es una actriz de primera que le roba las portadas.
El realizador Michel Hazanavicius había estado fantaseando con su idea de hacer una película “muda” durante varios años, tanto porque muchos directores que él admiraba surgieron en la época del cine “mudo”, como debido a la naturaleza impulsada por la función normal de la imagen.
El deseo de Hazanavicius de realizar una película “muda” en un primer momento no fue tomado en serio, pero después de que sus películas sobre espionaje tuvieran un inesperado éxito financiero, los productores comenzaron a expresar interés por su idea.
La formación de la narrativa comenzó con el requerimiento de Michel Hazanavicius de volver a trabajar con los actores Jean Dujardin y Bérénice Bejo, su esposa.
Eligió la forma del melodrama sobre todo porque pensó que muchas de las mejores películas de la época del cine “mudo” que han existido, habían sido melodramas.
Además, realizó una extensa investigación acerca de la época de los años 20 en Hollywood, y estudió cine “mudo” para encontrar las maneras adecuadas, tanto técnicas como narrativas, para hacer que la historia se vuelva lo más comprensible posible sin necesidad de usar demasiados subtítulos.
Hazanavicius terminó de realizar el guion de The Artist en cuatro meses.
The Artist está integrada en su totalidad por un reparto francés y norteamericano y se filmó por un período de siete semanas en la ciudad de Los Ángeles.
El guión se nota muy planificado, una historia que se mueve entre el amor y el orgullo, entre la simpatía y la tragedia, entre quienes aman y quienes se resisten a ser amados, al mismo tiempo que nos habla de una época y, con ironía por el propio estilo de la película, de la transición entre formas de hacer cine y lo que eso supuso para muchos profesionales; todo narrado con clase y buen pulso, con fotogramas estudiados al detalle seguramente a partir de un storyboard meticuloso desde con los encuadres hasta con los contrastes de luz y sombra.
The Artist es cine visto desde el cine.
El director ha tomado la opción radical de entregar una película “muda” a la antigua usanza, lo que incluye formato de pantalla 4:3, rótulos como los de antaño, acompañamiento de orquesta, gesticulación exagerada de los actores para remarcar su estado anímico...
También el recurso al montaje paralelo o los ángulos al más puro estilo expresionista.
Pero Hazanavicius no se limita a rodar una película que pudiera creerse que fue hecha en la etapa del cine “mudo”, sino que juega a que el espectador advierta lo que se ha quedado en el camino debido a los avances técnicos, y lo que supuso la introducción de las películas habladas en determinados actores, idea que estaba presente en clásicos como: “Show People” (1928), “A Star Is Born” (1937), “The Bad And The Beautiful” (1952), “Singin' In The Rain” (1952) y “Sunset Blvd.” (1950), que son citados muy sutilmente, y la lista de referencias es grande.
En The Artist hay guiños y soluciones visuales que tienen que ver con lo que vendría después en los márgenes del cine clásico de Hollywood.
Por ejemplo:
El encadenado de planos que muestran el deterioro de la relación del protagonista, una estrella del cine “silente”, y su esposa, está inspirado en una secuencia idéntica de “Citizen Kane”, en la que mediante el cambio de plano, sin variar el lugar, la situación, los desayunos de la pareja, y el emplazamiento de cámara, aunque si el tiempo que transcurre, vemos igualmente como se deteriora la relación entre Charles Foster Kane/George Valentin y su mujer.
The Artist elogia en primera instancia al artista puro del cine "mudo" que no cree en las posibilidades del sonoro, como tampoco creyeron en ellas Von Stroheim, Chaplin, Griffith o Keaton, de ahí que el protagonista se obsesione en rodar una película “muda” de aventuras como las de antes cuando en todas las salas del país se exhiben ya los “talkies”
También el personaje encarnado por Jean Dujardin se apresta a un juego entre épocas: su sonrisa dicharachera y forma de moverse conectan con los grandes galanes del cine norteamericano “mudo” como Douglas Fairbanks o el mismísimo Rodolfo Valentino, pero que el mejor compañero del protagonista sea un perrito muy parecido al famoso “Asta” de la serie “The Thin Man”, invita a pensar en una clara inspiración en el detective Nick Charles incorporado en aquella serie por William Powell.
Y aún hay más:
El final de The Artist evoca el estilo musical impuesto décadas después, con sonido y en Tecnicolor, por Gene Kelly y Stanley Donen, algo impensable en un film que evoca los tiempos en que el musical, como tal, era una quimera.
Reguero de referencias y virtudes, The Artist juega sus mejores bazas en la caligrafía del cine “silente”, en la restitución de una época dorada, y su declive, que pasa tanto por la reconstrucción plástica: la gestualidad de los actores, el tipo de planificación y de decorados, el empleo del blanco y negro, el uso de la música y el silencio sonoro, como anímica; fueron tiempos cambiantes, duros para los que no sobrevivieron a la llegada inclemente del cine sonoro, y Hazanavicius lo muestra muy bien sin exagerar el tono, y cuando lo hace, no deja de ser un recurso coherente, ya que impone el registro físico y conceptual que dominó el cine “mudo” estadounidense.
De modo que en The Artist hay recursos geniales, en que el sonido puede aparecer inesperadamente, o en que un determinado ruido expresado en un rótulo puede ser un original hallazgo para sorprender al espectador.
En The Artist, el ruido tiene una breve aparición en una pesadilla vanguardista light del protagonista, pero no alcanza la primera persona hasta el emotivo desenlace, primando el retrato introspectivo.
Y es que The Artist cuenta con una más que hábil y elogiable dirección de actores.
Trabajo éste por regla general harto difícil, más aún, como podrán figurarse, al filmar bajo los cánones del “mudo”
El selectísimo reparto lo conforma un INMENSO Jean Dujardin, premiado en el Festival Internacional de Cine de Cannes por su interpretación.
George Valentin es sin duda uno de los mejores papeles que he visto en el cine de estreno en años, lo que da la razón a la férrea defensa sobre el cine “mudo” que hace este personaje, sin pronunciar una palabra se puede conseguir mucho más que abriendo la boca, convirtiéndose Valentin en uno de los roles con más sentimiento de la gran pantalla.
Subrayar los defectos del protagonistas con la imagen de los tres monos: “See No Evil, Speak No Evil, Hear No Evil” que cubriendo sus ojos, bocas, orejas, hablan del propósito de un film blanco donde no hay maldad alguna, sino una absoluta inocencia.
Eso era arte, también.
La bellísima y talentosa Bérénice Bejo, esposa de Hazanavicius en la vida real, y esa fiera interpretativa tan amante de la improvisación llamada John Goodman, como secundario de mayor relumbrón, aunque en nómina también figuren, entre otros, un más que correcto James Cromwell o Penélope Ann Miller.
El amor de Valentin y Miller no es solo literal, sino también alegórico.
Miller, como representante del sonoro admira el pasado, lo rescata y recicla.
Valentin, emblema del cine mudo, no tiene la posibilidad de demostrar su validez, su modernidad.
Lo que Hazanavicius hace es exactamente lo mismo que Peppy Miller había hecho por George Valentin: rescatarlo a través de las posibilidades en las que nadie creía; traerlo de nuevo a las pantallas ofreciendo una posibilidad en la que nadie pensó.
Lo hace el director, pues, para con el cine en blanco y negro, el musical y el cine “mudo” es una suerte de reelaboración de las posibilidades de estos mundos.
Los muestra, no bajo un amor fósil, sino como una propuesta de futuro.
A través de los ojos de sus personajes, obtenemos un mosaico de emociones humanas que encogen el alma y nos hacen más personas.
La grandeza de The Artist reside en su capacidad de ser simple, en una época en la que todo es muy complejo.
Donde la elaboración supera a la sensación; donde la magia se ha visto superada por la tecnología.
La sinceridad del proyecto, la credibilidad de sus protagonistas, un toque de locura y, sobre todo, la perseverancia de su director han logrado una de las películas más sorprendentes y bellas de este año.
Y es que la economía de medios utilizada por Hazanavicius para presentar a sus personajes o construir las diferentes secuencias es digna de todo elogio; baste recordar el arranque de The Artist.
En apenas unos minutos, y valiéndose de una noche de estreno, contextualiza la acción y define con apenas una pincelada a los protagonistas del drama.
Sobre este particular es importante incidir en el tono empleado, próximo a la fábula.
En el fondo, The Artist no deja de ser un sentido cuento melancólico.
Hay una ingenuidad/calidez tonal conmovedora, que recorre el metraje y que logra que el espectador se enamore de inmediato del personaje y que los momentos más dramáticos no caigan en el tremendismo, el lugar común o el guiñol.
Lo mejor, uff hay muchos:
El buen trabajo interpretativo de Jean Dujardin y la reconstrucción estética y anímica de toda una época.
Uggie como Jack el perro.
La pesadilla que resulta magistral cuando el protagonista descubre que el mundo “mudo” tiene sonido y que puede hablar.
El montaje de grandes escenas de aroma clásico, el baile que se marcan sin verse, ella y el abrigo, el genial final; o saber narrar como la despedida de Valentin y su chofer es impagable.
El BANG!...
Ningún elemento está usado en vano, como por ejemplo, los carteles y títulos de las películas que aparecen.
Vemos a un triste George caminar cerca de un cine que anuncia la película "Lonely Star".
Más tarde veremos a Peppy Miller en el cartel de la película "Guardian Angel"
Eso es lo que es ella, Miller es la protectora de Valentin solitario.
Hay momentos en los que no hay música, en los que no se escucha absolutamente nada.
En los que nos quedamos "sordos" frente a la imagen.
Silencio absoluto.
Uno intenta aguantar la respiración para no molestar.
Increíble, en serio.
Aún siendo una película “muda”, se apoya en el uso conductor de la música, una música que nos va guiando por las emociones, y recurre a los rótulos, en inglés, en momentos clave, quizá por no poder transmitir sin la palabra aquello que se pretendía destacar.
Así, The Artist nos confirma que el cine nunca llegó a ser “mudo”
La banda sonora creada por Ludovic Bource, es sin duda uno de los scores más llamativos del 2011.
Y es que la música es básicamente el segundo protagonista principal de The Artist.
Ahora la pregunta:
¿Es arriesgada una película “muda”, en blanco y negro, que a la vez es una comedia romántica en pleno siglo XXI?
He leído más de un debate sobre si es necesario hacer esta película “muda”
No hay duda que The Artist se pudo haber contado de forma sonora, pero si el resultado es excepcional:
¿Para qué debatir?
Además el recurso es consecuente con el argumento.
Retroceder en el tiempo ya es una realidad.
Bueno durante muchos años el cine ha ido mirando hacia el futuro, de vez en cuando es bueno que mire al pasado, a su pasado, a sus comienzos.
El mundo ha ido evolucionando, y el cine también, renovarse o morir, y esa es la moraleja que a mi entender encierra The Artist.
Auge y decadencia de un artista del cine “mudo”, que bien podría ser Rodolfo Valentino o Douglas Fairbanks, tipos que ya no quedan, con o sin frac.
El ascenso de una joven estrella, en proporción inversa a la decadencia del protagonista.
Su principal virtud es saber transformar una película en experiencia, transportándote atrás en el tiempo hasta el fascinante Hollywood de las décadas 20 y 30 con una cinta “muda” que desprende todo ese mágico aroma del cine de aquellos años.
The Artist parece arrancada de las garras de la época en la que se inspira la trama y traída ante nuestros ojos para decirnos que el tiempo nunca ha pasado.
Sólo lo han hecho las hojas de los calendarios: su esencia sigue reinando la atmósfera con la misma fuerza que en los inicios del cine.
Y para conseguir todo esto, una historia, interpretaciones y técnica absoluta y llanamente prodigiosas.
Quién lo diría, en pleno año 2011 retrocedemos noventa años para ser testigos de una nueva obra que se sitúe a la altura de muchas de las mejores cintas filmadas en aquellos maravillosos años.
Y es que Hazanavicius refleja a la vez una época donde el panorama económico, a raíz del crack del 29, y cultural, el nacimiento del cine sonoro, cambiaba por completo.
Un doble cambio que, sin duda, puede contener más coincidencias con el día de hoy de las que parecen, la economía ha vuelto a hundirse, y el panorama cinematográfico está sufriendo una evolución a partir del nacimiento de la era digital.
Casualidad o no, el cineasta ha elegido un momento de la historia clave para entender muchas cosas que hoy mismo, más de 80 años después, siguen preocupándonos.
En el siglo de las máquinas, la tecnología y el ruido; en el siglo de la ignorancia cinematográfica y de la idiotez universal, ha gritado al mundo para qué es útil verdaderamente usar el talento, hasta donde es necesario extender la creatividad, desarrollar la imaginación.
The Artist se puso un reto dificilísimo: hacer un amplísimo discurso sobre el arte y la vida desde el silencio.
Y lo ha conseguido.
Nunca unos personajes dijeron más sin emitir sonido alguno.
Pocas veces la inteligencia da para tanto y tan bien hecho.
Pero Hazanavicius ha sabido utilizarla desde la humildad y el trabajo, desde la fe y la perseverancia.
Es por esto que el mérito de Hazanavicius es digno del mayor de los elogios.
Hay muchas películas que intentan recrear aquellos años y aquel espíritu, limitando su técnica a dibujar sus escenas dentro de una simple escala de grises y un vestuario adecuado, pero aquí no se han querido conformar con eso.
No querían que The Artist pareciese de entonces sino que fuese de aquellas décadas.
Y lo han conseguido con una increíble maestría técnica que va desde su fotografía, limitada a propósito, rodando The Artist con los movimientos de cámara de antaño, y logradísimos colores, son exactamente los mismos que entonces, con esos grises, esas sombras, esos contrastes… hasta su impresionante vestuario.
Tal vez el mayor inconveniente que podía encerrar The Artist estribaba en que, asimilando las reglas del cine “silente”, se viera atrapada en una suerte de espejismo retro carente de sentido.
Una vez visionado The Artist, se concluye que este hándicap se ha abordado con coherencia y sensibilidad, integrando en la propuesta la estética “muda” como fundamental elemento narrativo.
Así, la recreación lejos de ser una cuestión historicista entra de pleno en el terreno del psicologismo para elaborar la maravillosa semblanza de George Valentin, el astro de la etapa “muda” que se resiste a las fauces del sonoro.
The Artist es un verdadero homenaje al cine y a su etapa “muda” se que las comillas han sido excesivas, como la expresión misma, pero esa palabra “muda” es una expresión carente de exactitud, como dije, puesto que hasta 1927 había una orquesta, en muchas ocasiones alguien se encargaba de contar la película, los espectadores hablaban entre ellos, o sea, el periodo menos “mudo” de la historia del cine.
Para ir concluyendo, The Artist pinta la pantalla de un tiempo y unos sentimientos que el cine no debería olvidar nunca, y de paso revaloriza hasta cotas insuperables a la pareja protagonista, que ennoblecen su oficio con simpatía, eficacia, cuerpo y alma, que dicen sin hablar y que bailan como “luego” bailarían los mejores que ha habido.
The Artist es una reivindicación a gritos del cine como milagro en sí mismo.
Elogio de la magia del Séptimo Arte, un recordatorio de la excepcionalidad de una liturgia sagrada que hemos convertido en rutina, The Artist se yergue como una ventana a un tiempo no tan lejano en que el cine era fábrica de ilusiones, y de naufragios, y el hechizo fluía en el patio de butacas por el valor intrínseco de la experiencia, por la capacidad para despertar emociones perdurables.
El cine de ahora ya casi nunca es eso, pero Hazanavicius nos convence de que aún puede serlo con un delicioso trabajo de emulación medido hasta en el más mínimo de los detalles.
The Artist te arrastra de la sonrisa a la lágrima en un abrir y cerrar de ojos con una honestidad encomiable, entre nostálgicas miradas a un mundo y a una manera de hacer y mirar trágicamente perdidos.
The Artist nos habla principalmente de 3 aspectos:
El cambio o como nos adaptamos a él, aceptándolo o no.
La nostalgia hacia otras épocas, no vividas por la inmensa mayoría de los que seguimos habitando el planeta; y
El orgullo, ese bicho interno que cada uno lleva dentro y que cuando intenta salir, y sale, se nos atraganta no dejándonos respirar ni ver más allá de nuestro cuerpo.
Una vez más, el director arriesga en su propuesta, desde mi perspectiva sobre seguro, al entregarnos The Artist y en glorioso blanco y negro con el estilo de aquellos años.
Sobre seguro porque juega con la nostalgia y el bagaje cinematográfico que el espectador ya acarrea.
Parte de una idea ya vista, el trauma que puede provocar el paso del cine “mudo” al sonoro en estrellas “silentes” se nos presenta en la obstinación de George Valentin, que niega el futuro hundiéndose en un pasado glorioso que se olvida rápido y que ya no regresará.
The Artist tiene todo el aspecto de un experimento posmoderno, pero evita por completo cualquier asomo de cinismo o de sarcasmo.
Se trata de imitar los hábitos del cine “silente” sin que notemos la diferencia entre la copia y el original.
Hazanavicius ha firmado una película que parece un objeto encontrado, una miniatura de orfebre que reivindica nuestras deudas con el cine de los orígenes en tiempos ferozmente digitales.
¿Debemos entonces volver a lo antiguo?
¿Rodar sin sonido?
¿En blanco y negro?
No, desde luego, pero si aceptar que no todo lo nuevo tiene porque ser mejor ni renunciar a la esencia del cine frente a un gran aluvión de películas insípidas pero de efectos implacables.
El caso es que en The Artist obra el milagro y es el título idóneo para gritar a los cuatro vientos que el cine “mudo” nunca fue mudo, y en blanco y negro también puede ser grande y merecer la pena.
En realidad The Artist es cine en esencia, porque sus imágenes contagian estados de ánimo, porque te atrapa de inicio a fin y no te suelta, porque te conmueve, te alegra, te zarandea y te hace salir del cine bailando claqué y queriendo vivir.
Qué sea su corazón y nada más que él quien dicte la crítica.
Cada cual a su manera.
Las palabras y los sentimientos brotarán con sorprendente naturalidad, con fluidez, con alegría de espíritu.
The Artist actuará como una manta envolvente, reconfortante y protectora.
Ha entrado en el mundo de los sueños.
Podrá reír, llorar, emocionarse.
Sentir orgullo, dignidad, fidelidad, amor...
Todo ello con una sensación de paz inigualable, de sosiego casi espiritual.
Todo ello dentro de la ciudad de los sueños; donde la lluvia no moja, sólo acaricia; donde los bailes son nuestros, no del protagonista; donde el silencio ha desaparecido de repente, nos abruman las palabras.
El verdadero artista es su director, el verdadero artista es el cine.
¡Matrícula de Honor!
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