Never Take Candy from a Stranger

“Six Words That Sound A Fateful Warning!”

La Hammer Productions es una compañía cinematográfica inglesa, fundada por sir James Carreras en 1934, célebre por la realización de una serie de films de terror gótico, producidas entre los años 1955 y 1979.
Sin embargo Carreras adoptó una filosofía muy hollywoodense desde el principio:
Producir películas rentables al menor costo posible.
Y para llevarla a cabo, fijó un techo para los presupuestos de sus películas de £20.000; y poco a poco se fue dando cuenta de que lo más rentable eran los filmes de suspense e intriga… los “thrillers”
Así, a mediados de la década de los 60, y hasta su completo declive, Hammer Films se decidió a explotar nuevos terrenos dentro del cine fantástico, algunos de ellos gracias al éxito de filmes extranjeros; tal es el caso del filme de horror psicológico, y gracias al reconocimiento mundial de “Psycho” (1960) de Alfred Hitchcock.
Por ello, en esa década, Hammer hizo una serie de filmes conocidos como “mini-Hitchcocks”, en su mayoría escritas por Jimmy Sangster, y dirigidas por Freddie Francis y Seth Holt.
Estos “thrillers” de suspenso de bajo presupuesto, a menudo en blanco y negro, se hicieron en el molde de “Les Diaboliques” (1955), aunque más a menudo en comparación con “Psycho” (1960), pues tenían finales retorcidos, y entre ellos está “Never Take Sweets from a Stranger” (1960), un drama sobre el abuso infantil, que más bien refleja una crítica aguda y directa hacia la sociedad, que hoy en día es la más cobarde de todos los tiempos, pues los poderosos del presente, son más fuertes, más blindados y están seguros; y pareciera que el interés hace que la gente gire la cabeza hacia otro lado, ante delitos y crímenes brutales, porque simplemente parecen que han sido domesticados por sus amos.
“...and then he made us play that silly game...”
Never Take Candy from a Stranger es una película de terror, del año 1960, dirigida por Cyril Frankel.
Protagonizado por Gwen Watford, Patrick Allen, Felix Aylmer, Niall MacGinnis, Alison Leggatt, Bill Nagy, MacDonald Parke, Michael Gwynn, Janina Faye, Frances Green, Estelle Brody, James Dyrenforth, Robert Arden, Vera Cook, Budd Knapp, entre otros.
El guión es de John Hunter, basado en la obra “The Pony Trap” por Roger Garis, sobre el eterno lado oscuro y la insolidaridad de la condición humana, plasmada aquí en una comunidad que muy pronto exteriorizará su cerrazón, dejando sin ayuda a los indefensos, aun siendo consciente de la veracidad de las actividades del acusado.
El filme, lanzado por Hammer Film Productions con el título original “Never Take Sweets from a Stranger”, fue el primer y último intento de Hammer, en “una película de mensajes” sobre los peligros de los abusadores de niños... frente al contexto de la política igualmente nefasta de los pueblos pequeños.
Y llama la atención, no deja de ser un punto a tener en cuenta, que la realización de la película haya estado en manos de Hammer, que entre los 60 y 70 realizó las más entrañables películas de terror del cine inglés; y aquí sorprende la enorme sutileza de los diálogos, que hasta parecen adelantados para la época, sobre todo al tocar temas como la pedofilia y el abuso sexual de niños, y la forma en que las personas con suficiente influencia pueden corromper y manipular el sistema legal para evadir la responsabilidad de sus acciones.
Por ello, la película se considera audaz y sin concesiones por su tiempo en la forma en que maneja el tema.
Pero Never Take Candy From a Stranger fue un fracaso notorio para el famoso estudio británico, en un momento en que sus filmes de terror le dieron renombre internacional, lo que llevó al estudio a mantenerse alejado de producciones similares en el futuro.
¿Por qué?
En su estreno original, la película tuvo poco impacto en la taquilla, y la crítica fue principalmente negativa.
Esto se debió en parte, a que en ese momento, el tema de la pedofilia y el abuso sexual infantil era un gran tabú, rara vez referido o mencionado, y simplemente, para producir una película que tratara abiertamente el tema, se consideraba sórdido y desagradable.
Otro obstáculo que evitó el éxito comercial, fue que la película estaba lejos de ser fácil de categorizar, por lo que era difícil promocionarla a cualquier público demográfico de una película específica.
En términos de género, Never Take Candy from a Stranger tenía elementos de suspenso, horror, “drama de Corte” y comentarios sociales, pero no encajaba perfectamente en ninguna clasificación general.
Además, parte de la publicidad elegida para la película, como un póster promocional con una imagen de policías armados con perros rastreadores, y el lema:
“¡Una persecución de pesadilla para un merodeador loco!”, fue engañosa, ya que implicaba un “thriller” de persecución de fugitivo en la carrera...
Por ello la película desapareció rápidamente de la vista, y posteriormente para muchos seguía siendo poco conocida, y rara vez era mencionada…
De hecho, no se puede encontrar ningún indicio de que Never Take Candy from a Stranger alguna vez se haya mostrado en la televisión británica.
Fue en la década de 1990, en un momento en que se estaba realizando una reevaluación general del catálogo de Hammer, incluidas sus entradas más oscuras, que los críticos y aficionados volvieron a visitarla con nuevos ojos, y encontraron una valiente y honesta producción, y de alguna manera, un filme innovador.
En 1994, el actor residente de Hammer, Christopher Lee, comentó:
“Never Take Candy from a Stranger es una excelente película que se adelantó décadas a su tiempo”
Como dato, a pesar de su configuración canadiense nominal, el rodaje exterior tuvo lugar en Burnham y Black Park en Wexham, Buckinghamshire.
De hecho, el Black Park apareció en numerosas producciones de Hammer, debido a su apariencia atmosférica de terror, y su proximidad a los Estudios Bray de la Hammer.
Así las cosas, unos rótulos sobreimpresionados sobre unos tranquilos jardines, nos avisan que la historia que vamos a contemplar… es pura ficción… pero podría ser perfectamente real… actual.
Jean Carter (Janina Faye) es la hija de 9 años del recién nombrado director de la escuela, Peter (Patrick Allen), y su esposa llamada Sally (Gwen Watford)
Jean está jugando en el bosque con su amiga Lucille (Frances Green) de 11 años, cuando descubre que ha perdido su bolso que contiene dinero para dulces…
Pero Lucille le dice que sabe dónde pueden conseguir dulces por nada, y la lleva a una mansión imponente, desde la cual, el propietario, Clarence Olderberry, Sr. (Félix Aylmer), un hombre alto y demacrado de 70 años, ha estado observando a las niñas desde una ventana.
Esa noche, Jean, incapaz de dormir, les dice a sus padres, que Olderberry las hizo bailar a ella y a Lucille desnudas a cambio de unos dulces.
Carter presenta una queja, pero El Jefe de La Policía local se muestra escéptico con respecto a la historia de Jean, y advierte a Carter, que la familia Olderberry colocó a la ciudad en el mapa, y tiene mucho más prestigio en la comunidad que ellos… que son recién llegados.
Por su parte, Clarence Olderberry, Jr. (Bill Nagy), también le dice a Carter, que si sigue la queja, puede estar seguro de que los abogados de Olderberry no mostrarán piedad hacia Jean.
Será una lucha casi contracorriente, en la que los convecinos y ciudadanos en general, son conscientes de las veleidades del viejo de mente pervertida, que es en realidad un hombre enfermo que estuvo ingresado en una institución psiquiátrica… pero que prefieren mirar hacia otro lado, so pena de perder el estatus que, sea de una u otra vertiente, gozan de cualquiera de las ramificaciones de la familia que dirige la práctica totalidad de ámbitos de la ciudad.
En el juicio subsiguiente, los abogados defensores confunden a Jean, la convierten en una testigo no acreditable, y Olderberry es absuelto…
Luego de que el enfurecido Carter lo atacara físicamente en La Corte; mientras sus padres empacan para salir de la ciudad, Jean y Lucille están jugando nuevamente en el bosque… por lo que Olderberry se les acerca, y las 2 niñas huyen en pánico ciego…
Al llegar a un lago desolado, encuentran un viejo bote de remos, e intentan escapar en él, pero la cuerda de amarre todavía está unida a la orilla; y Olderberry lo está utilizando para tirar del bote, con las niñas hacia él.
La situación tendrá un giro impactante para todos, pues en apenas 80 minutos de metraje, asistimos y somos participes de la rabia e impotencia de unos padres que luchan para que se haga justicia.
Varios momentos a destacar, tenemos la denuncia en comisaría por parte de la madre, y la vergonzosa actitud del representante de la ley, eludiendo el asunto; la tensa escena entre los padres y el hijo del acusado, intentando restarle importancia a las peligrosas tendencias de su padre; luego está la actitud del abogado defensor hacia la niña, una auténtica pesadilla impensable en nuestros días…
En definitiva, Never Take Candy from a Stranger una extraordinaria película, que desgraciadamente aborda un tema todavía vigente, con un título que resonó mil y una vez en boca de muchas familias en forma de advertencia...
Vista hoy, a pesar de su entorno actual y criminal, también encaja perfectamente en el mundo habitual de pesadilla de Hammer:
El miedo y el terror; al tiempo que pinta el retrato de un pequeño pueblo, igualmente corrupto y malvado, que protege a ese monstruo a expensas de sus víctimas... simplemente porque él paga las facturas del pueblo.
Por ello, Never Take Candy from a Stranger es uno de los títulos de terror menos conocidos de Hammer, y uno de los más grandes, porque aborda con singular eficacia, y no poca valentía, un tema tan escabroso como es el de los abusos sexuales a menores, el cual resulta enriquecido y amplificado al mostrarse la reacción de la comunidad, que es lo más interesante de la propuesta; por la exposición y el intenso argumento que desde las primeras imágenes deja prendido en la pantalla el rastro de una sospecha que aletea en el ámbito de las emociones, y que se instala en el ánimo como una dentellada.
Con una narración realista, pulcra, de vívido sentido y de estética muy cuidada; el filme alterna entre drama de corte psicológico y social, y lo hace con seriedad, con profesionalidad, y aborda los temas desde una óptica humana, utilizando una perspectiva cinematográfica muy efectiva, minuciosa, activa, convincente y rotunda.
“This isn't an ordinary crime like burglary or a holdup”
Poco antes de que el admirable Otto Preminger rompiera el tabú de exponer la presencia de la homosexualidad en su obra maestra “Advise & Consent” (1962), e incluso previamente William Wyler transgrediera el aún más delicado del lesbianismo en la discreta “The Children’s Hour” (1961), Never Take Candy from a Stranger tiene no pocos elementos de contacto:
He aquí que una productora caracterizada por auspiciar supuestos “poco valiosos títulos de terror”, y propone una espléndida digresión del puritanismo y los prejuicios existentes en cualquier sociedad civilizada, adelantándose incluso a propuestas posteriores, como la igualmente espléndida “The Chase” (1966)
Y además de actualizar con unas gotas de sangre y de erotismo los mitos del terror de Universal Studios, la Hammer produjo unas cuantas películas de misterio, nada desdeñables, que el paso del tiempo se ha encargado de ocultar tras colmillos rojizos, vendas faraónicas, y noches de Luna Llena.
Una de esas rarezas es Never Take Candy from a Stranger, una pequeña joya del cine, incomprensiblemente desconocida.
A los mandos del proyecto, que inicialmente iba a ser dirigido por el estadounidense Joseph Losey, se sitúo un artesano de la Hammer, el siempre eficaz Cyril Frankel, un cineasta curtido en el mundo del documental, que años después dirigió otra de las piezas emblemáticas de la compañía británica:
“The Witches” (1966)
El resultado alcanzado por Frankel, es realmente estimable, ya que se beneficia de su carácter discreto, realista y humilde, el cual hace gala de su enorme talento al tejer una trama enrevesada, que toca varios frentes con la precisión y olfato propios de los grandes maestros.
Así, la cinta recorre con una espléndida desenvoltura, los complejos caminos de la crítica social, pasando por el drama judicial y el “thriller”, rural para culminar en el cosmos del cine de terror y fantasía, con uno de esos finales que rememoran los tiempos pretéritos del cine de monstruos de Universal Pictures.
Y que una productora como la británica Hammer Films tratara el tema de los abusos a menores y la pederastia, no extraña nada en cierto modo, ya que esta empresa estaba ya especializada, en 1960, en el cine de terror; pero por otro lado, sí sorprende mucho esta película, pues se aleja completamente de la fantasía y la estilización de otras películas de la Hammer, para ofrecer de forma escueta y sucinta, y desde un punto de vista realista, anclado en la realidad social, un drama sobre un pederasta, un hombre rico y poderoso, donde todo el mundo le creerá a él, y nadie creerá la versión de la víctima, que será doblemente víctima, al ser señalada por todos.
Never Take Candy from a Stranger se desarrolla en una pequeña ciudad canadiense, a la que se acaba de mudar una familia británica, ellos son Los Carter:
Peter, Sally y su hija Jean de 9 años; luego de la designación de Peter como director de la escuela.
Una noche, Jean aparece inquieta y perturbada, y le confiesa a sus padres, que ese mismo día, mientras jugaban en un bosque local, ella y su amiga Lucille entraron en la casa de un anciano que les pidió que se quitaran la ropa, y bailaran desnudas ante él, a cambio de algunos dulces.
Pero para Jean, no cree que hayan hecho nada malo; pero sus padres están horrorizados por lo que escuchan, y deciden presentar una queja.
Sin embargo, el acusado, Clarence Olderberry Sr., es el decano de la familia más adinerada, respetada e influyente de la ciudad, y los asuntos conspiran para enfrentarse a Los Carter cuando la gente del pueblo comienza a clasificarse contra los recién llegados.
El Jefe de La Policía inclusive arroja dudas sobre la historia de Jean, mientras que el hijo de Olderberry, advierte a Los Carter que, si persisten con el asunto a través del sistema legal, se asegurará de que la evidencia y la confiabilidad de Jean, sean destruidas en Los Tribunales.
Cuando el caso llega a juicio, con un jurado obviamente masculino; se torna en una atmósfera de extrema hostilidad hacia Los Carter.
Como ellos demandaron, el abogado defensor procedió a interrogar a Jean de una manera intimidante y acosadora, que la dejó confundida, asustada, y dando la impresión de ser una testigo poco confiable; por lo que inevitablemente Olderberry es absuelto.
Por tanto, Los Carter se dan cuenta de que no hay futuro para ellos en la ciudad, y hacen planes para irse…
Poco antes de su partida, Jean monta su bicicleta, y se encuentra con Lucille… ambas están en el bosque nuevamente, cuando ven que Olderberry se les acerca, ofreciéndoles una bolsa de dulces... él agarra la bicicleta de Jean; y esta vez, prevenidas, las niñas huyen asustadas, y llegan a un lago, dejando caer la bolsa de compras de Lucille en el camino, y encuentran un bote de remos en el que intentan huir al otro lado del lago.
Sin embargo, el barco todavía está amarrado a la orilla del lago, y Olderberry comienza a jalarlo nuevamente.
Mientras tanto, la bicicleta de Jean es encontrada y entregada a la policía.
El Jefe de Policía descubre que Olderberry Sr., está desaparecido; y sospechando, va en busca de las niñas… que también están desaparecidas.
Con Peter y Olderberry Jr., acompañándolos; la policía encuentra la bolsa de compras de Lucille; y Olderberry Jr., encuentra el sombrero de su padre, intenta ocultarlo, pero Peter lo atrapa.
Poco después se encuentra el barco...
Los sabuesos llevan a la policía a una cabaña, donde Lucille yace muerta en el suelo, y Olderberry Sr., está allí, actuando de manera extraña, con su ropa desordenada, con una expresión de locura en su rostro.
Finalmente, Olderberry Jr., mira sorprendido a su padre, dándose cuenta de que las niñas estaban diciendo la verdad.
Mientras Sally espera ansiosamente en casa, se ha corrido la voz por toda la ciudad sobre la búsqueda de las niñas y Olderberry; y muchos de los residentes de la ciudad se reúnen frente a la casa de Los Carter.
La policía trae a Peter y Jean; y le dice a Sally que Jean logró escapar ilesa de Olderberry Sr., y fue encontrada vagando en el bosque, al otro lado del lago.
Sally pregunta:
¿Qué le pasó a Lucille?
Antes de que Peter pueda contestar… Olderberry Jr., se acerca a ellos, abrumado por la culpa y el remordimiento, gime y exclama repetidamente, que su padre mató a Lucille, mientras la multitud lo escucha en silencio.
Por último, la policía se lo lleva, y la multitud se dispersa.
Ya en los primeros momentos en los que contemplamos la recepción de Peter Carter en el colegio en el que ha ingresado, se observan por las conversaciones, un cierto aire de condescendencia con los recién llegados… pero nada tendrá más importancia que la inquietante oscuridad que se ceñirá sobre el busto del patriarca de los Olderberry, que preside el hall del instituto, anunciando al espectador la tragedia que pronto se iniciará, de manera cotidiana, cuando la hija de Los Carter relate con naturalidad lo vivido en casa de este.
Con la inapreciable ayuda de una fotografía en blanco y negro de Freddie Francis, que logra ambientar el rodaje, como si realmente este pareciera canadiense por su “look”, el filme goza de la virtud de un implacable sentido de la progresión dramática, una clara adopción por el terreno de la crónica serena de unos acontecimientos que irán desvelando la hipocresía, e incluso la podredumbre de una sociedad en apariencia idílica.
Y el filme sorprende por su belleza escénica, fuerza y dinamismo; y por el hecho de abordar un tema tan escabroso y tabú para la época, como los abusos sexuales y la pedofilia sin medias tintas ni hipocresía, huyendo del puritanismo para afrontar desde una radical honestidad la cuestión, no dejando cabos sueltos ni margen para la censura, a través del empleo de un lenguaje directo, claro y explícito.
Todo ello es mostrado al espectador con tanta contención como la prestancia de unos diálogos afilados y cortantes, un uso magnífico de la pantalla ancha, que servirá para dar vida a una planificación en la que la ubicación de los actores resulta relevante para dirigir el sentido dramático del relato, y la instauración de un progresivo sentido de inutilidad de lucha contra lo que, en cualquier ámbito y manifestación, hemos denominado siempre “el poder”
Así, la moraleja que encierra esta extraordinaria cinta, se magnifica gracias a una precisa puesta en escena, muy cercana al estilo teatral, hay que reseñar que la historia es una adaptación de una obra teatral de Roger Garis titulada “The Pony Trap”, que se apoya en un ritmo trepidante, que hace que la escasa hora y cuarto de duración, pase en un suspiro.
Técnicamente, al director le sale una obra realmente admirable, basada en un guión conciso pero poderoso, donde todo está pensado hasta la saciedad, hasta el más mínimo detalle; y apuesta por la crítica social como principal engranaje, incrustando en la trama, un juicio al supuesto criminal, que en realidad se trata de un pleito que juzga a la hipocresía de la sociedad; sin embargo, una vez terminado el litigio, Frankel se venga de la sociedad cobarde e impostora que retrata, girando la trama hacia el universo del cine de terror más grotesco y espeluznante.
Entre tales reacciones, podemos encontrar un amplio muestrario de las debilidades humanas; donde la mayoría de los personajes, oriundos de la localidad en la que transcurre la acción, no así la familia de la niña agredida, recientemente llegada a la ciudad; temen la influencia social y económica de la familia del sospechoso, al tiempo que dudan de los forasteros, siempre sospechosos de “no conocer cómo son las cosas” o de comportamientos inapropiados.
Muchos de ellos, reconociendo íntimamente lo horrendo del suceso, son sin embargo partidarios de lavar los trapos sucios en casa, y por tanto, tratan de enterrar el asunto lo más rápida y discretamente posible; incluso la abuela de Jean ejemplifica esta tendencia, al dudar acerca de implicar a la policía, revelándose entonces, por medio de un recuerdo suyo, lo común que hasta entonces era mirar para otro lado en estos casos...
Todo el primer tramo de la película, cuando la familia Carter reconstruye lo ocurrido, y empieza a moverse para encausar al viejo Olderberry, sirve para mostrar la reacción de la comunidad; mientras el segundo tramo, que emparenta brevemente al filme con el drama judicial, viene a ser la constatación y constituyendo un buen ejemplo de, hasta dónde puede llegar la presión social, aquí terriblemente ejercida por el hijo del sospechoso, personaje aún más terrible que el padre, como bien se apunta en un diálogo de la película.
El tramo final, responde más a las claves del “thriller” e incluso del terror; así, en la persecución por el bosque y el lago, se aprecian similitudes con “The Night Of The Hunter” e incluso con “Frankenstein”, en la medida en que ambas muestran la inocencia amenazada, como ocurre en este caso.
Sobre todo con “Frankenstein” pues el pedófilo actúa como el monstruo que es… sin olvidar que vive en el bosque, como otro simbolismo de “cuento de terror” que desde la presentación del título, vemos el castillo, donde vemos por primera vez al anciano con impulsos masturbatorios, y un plano de un árbol, como el cuerpo de un gran pene, y una hamaca como símbolo de niños inocentes que juegan y son envueltos por mentes podridas.
Del reparto, correctamente interpretado, llama la atención la concepción del culpable, al que vemos ya muy al principio del filme, pero al que nunca escucharemos pronunciar ni una palabra… ni siquiera lo veremos en el desarrollo, pero su presencia está allí como la sombra.
Mientras Gwen Watford y Patrick Allen, como los padres angustiados, y Alison Leggatt, como una abuela sabia y comprensiva, dirigen un reparto dirigido con total sensibilidad por Cyril Frankel.
Tanto Watford como Allen, son completamente creíbles; mientras que Leggatt, bien servida por el guión de John Hunter, es sobresaliente.
Felix Aylmer, quien no pronuncia una palabra a lo largo de la película, ofrece un estudio agudo y aterrador del mal, en una interpretación muda que resulta algo teatral y forzado; quizás es lo menos realista de la película, pero que funciona bastante bien como monstruo, sobre todo en el tercio final; aunque no es convincente que como persona, este anciano de mala salud pueda perseguir a 2 niñas por todas partes… tal vez la historia hubiera sido mejor si el perpetrador hubiera sido un hombre joven; aunque sobre las probabilidades no hay nada escrito...
Sin embargo, aunque la película no puede dejar de parecer anticuada, porque del maltrato infantil se informa mucho más ahora, y su ataque a la comunidad, que prefiere empujar el asunto debajo de la alfombra, que enfrentar el problema; y de abogados corruptos que están felices de manipular el tema... la verdad que ver cómo la gente adinerada hace de las suyas, todavía evoca cierto disgusto e indignación.
Por otro lado, en el filme hay pocos insultos, y se manipuló una línea original del personaje de Patrick Allen, alrededor de los 10 minutos de metraje para la versión de EEUU que decía así:
“Si él la tocó, juro que mataré al bastardo”
En su lugar se usa la palabra “canalla”, que también grabado por Allen, aunque la imagen sigue siendo la misma, y se puede ver claramente que aún dice la palabra “bastardo”
Además, llama la atención que el filme está lleno de pequeños e ingeniosos toques que nos desconciertan a un nivel sutil, como la extraña y siniestra apertura, con las niñas jugando en el columpio de cuerda, con el crujido aislado de la cuerda tensa en la banda sonora, que es una buena metáfora no solo para las compulsiones eróticas enfermas de Olderberry, que se “atan” y se preparan para romperse; sino también presagian la caída al fondo, de las vidas normales de las niñas; o vagas insinuaciones tácitas de detalles de la trama, que hacen que nuestra imaginación corra hacia la maldad… como cuando Jean describe que Olderberry estaba haciendo sonidos “como cantar... pero no estaba cantando, antes de dormirse”, en alusión a una masturbación y llegada al orgasmo…
Hay un montón de pistas extrañas, molestas, y detalles de barra lateral que se presentan con una mano ligera, sin más explicación…
Y también hay muchísimos cuestionamientos:
¿Cómo supo Lucille acerca de los caramelos en casa de Olderberry?
¿Fue ella una de sus víctimas anteriores?
¿Es por eso que convenció a Jean, de que “estaba bien desnudarse y bailar para él”, ya que lo había hecho antes, y no estaba herida... mientras que ningún adulto dijo que lo que hizo Olderberry estaba mal?
¿Qué tal el encuentro y saludo en la escuela, donde todos ya saben que algo está sucediendo con Olderberry, antes de que se vayan, sus pensamientos no se expresen mientras contemplan su busto en el vestíbulo de la escuela?
¿Qué hay de la insistencia de Martha, de que no hagan nada cuando descubren lo que le pasó a Jean?
¿Es prudencia por su parte?
¡Toda la comunidad es culpable porque sabían del viejo y callaron!
¡Todos!
Y para una película que esperamos se centre en los aspectos sensacionalistas del abuso sexual infantil, Never Take Candy From a Stranger dedica mucho más tiempo a crear una atmósfera bastante notable de persecución, abierta y desnuda de Los Carter, en la pequeña ciudad insular y corrupta.
Nadie cuestiona los motivos del viejo Olderberry; él “no es el problema”, pues los forasteros son Los Carter; y cuando descubren el crimen que se ha cometido contra su hija, la primera persona a la que acuden, es El Jefe de Policía de la ciudad, “el titular de justicia” inmediata, que básicamente procede a llamarlos mentirosos, y les advierte que se callen, si saben lo que es bueno para ellos.
Pero Los Carter aprenden rápidamente que su lugar en la sociedad de la ciudad es una ilusión:
“¡Tú y tu esposo no son miembros de nada!”
Y se burla de ella, amplificado por su “otredad”, ya que ella es británica; y el complejo de inferioridad del Capitán alcanza un cenit, cuando él proyecta sobre ella sus propios sentimientos de insuficiencia, insistiendo en que piensa en los ciudadanos de la ciudad como “colonos estúpidos”
Tampoco hay ayuda real de parte de su amigo maestro de escuela, Neal Phillips (Gaylord Cavallaro), que conoce el registro de Olderberry, pero que no se atreve a ofrecer ningún apoyo real a Peter.
Los chismes de la ciudad sobre el caso, incluida la horrible Sylvia (Helen Horton), quien insiste en que la mayoría de la gente piensa que es culpa de Jean, que es una “burla” para los ciudadanos, que dan la bienvenida y apoyen a su nuevo director de la escuela secundaria y su encantadora familia.
Por su parte, el hijo de Olderberry, que dirige el molino local que, sin ayuda, impulsa la economía de la ciudad, recurre a amenazar a la familia, cuando su blanda venta sobre “un malentendido simple con su padre” no funciona, y se muestra incrédulo cuando el policía le da una orden; junto con todos los demás que viven en su ciudad, no es de extrañar que el anciano Olderberry sienta impune, que es “el dueño de la ciudad, y puede hacer lo que le plazca”
El nivel de corrupción en el pueblo es profundo; incluso el médico del sanatorio privado, financiado en parte por Olderberry, donde Olderberry recibió tratamiento anteriormente, admite que los archivos del anciano se han borrado…
Los Carter ni siquiera pueden obtener justicia en el lugar en el que supuestamente está garantizada:
La Sala del Tribunal, donde las leyes se apilan contra una niña que testifica en tal caso.
Aquí tienen que soportar no solo el espectáculo de tener a su hija llamada “mentirosa con una imaginación enfermiza”, sino también escuchar insinuaciones de que son los pervertidos, cuando Jean admite bailar con inocencia desnuda después de un baño una vez, delante de su padre…
La última gota llega cuando El Juez le advierte a Peter, que la defensa incluso tendrá el derecho de invadir físicamente la privacidad de Jean, en esencia, terminando el trabajo que el anciano, a quien Olderberry no pudo realizar mediante un examen médico, que probó su virginidad…
Perspectiva que hace que la pareja doble su queja.
Incluso cuando Los Carter pierden todo, se muestra cuán profunda es la podredumbre en realidad, ofreciendo ayudar a Peter en un esfuerzo por mejorar su imagen:
“Quiero que la gente vea cuán generoso puedo ser con las personas que se cruzan conmigo”, calcula abiertamente, sin ningún rastro de vergüenza.
Retrocedemos ante lo que Olderberry le hizo a las niñas pequeñas, y a lo que él va debe hacer... pero no nos horrorizamos ante la imagen de una sociedad verdaderamente pervertida, que ataca por interés propio, avaricia e interés pueril, a víctimas inocentes de un delito.
Si Never Take Candy from a Stranger se hubiera detenido allí, habría sido un drama notable, pero sorprendentemente, la película no retrocede, sino que se dirige a la yugular, cuando los últimos 20 minutos se dedican al ataque final más devastador en Los Carter:
El asalto mortal del viejo Olderberry a Lucille y Jean.
Aquí el horror visceral se desató, ya que el director Frankel ajusta sistemáticamente los tornillos, creando un suspenso casi insoportable entre Peter y el creciente pánico de la ciudad, al darse cuenta de que Los Carter tenían razón, y Olderberry persiguiendo a las niñas en el bosque.
Las niñas piensan que están a salvo en un bote de remos en el lago Moon, pero Olderberry se libra de un último truco, al sacar su bote atado del muelle de seguridad, agradable simbolismo que ata con la cuerda de la escena inicial; antes de que Frankel se retire como lo hace nuestra imaginación...
Pero no contento con detenerse allí, Frankel maneja el crimen de Olderberry cuando muestra una imagen enfermiza del cuerpo retorcido de una niña muerta, una imagen increíble para 1960; ya que Félix Aylmer, en un momento trascendente, se prepara y pone las manos en alto para los policías horrorizados y su hijo, como si dijera con orgullo:
“¡Mira lo que hice!”, antes de que su rostro se retorciera en la locura.
Never Take Candy from a Stranger debería haber terminado allí, con Jean siendo asesinada en lugar de Lucille, pero la película hace un gran esfuerzo al final, ni siquiera nos da la satisfacción de que el anciano y su hijo se quede tras las rejas.
Aun así, Never Take Candy from a Stranger es un retrato de una ciudad moralmente en bancarrota, que protege a un desviado sexual y asesino de niños, solo para mantener sus trabajos y el “status quo”, uno que nunca olvidarás.
“Mommy... I was frightened”
Teniendo en cuenta que el tema del abuso infantil era prácticamente un tema tabú en el cine, incluso en 1960, es comprensible que Never Take Candy from a Stranger fuese bastante ignorado cuando se estrenó, pero sigue siendo una gran vergüenza, ya que es una película muy buena, y maneja su tema con inteligencia y cuidado, al mismo tiempo que hace que el espectador se sienta molesto y enojado, no solo por el tema de abuso sexual de niños, sino por cómo los que tienen suficiente influencia pueden corromper y manipular el sistema legal para evadir la responsabilidad de sus acciones.
En cierto modo, Never Take Candy from a Stranger es una película difícil de encasillar, ya que pasa del comentario social al drama de La Corte, y al horror genuino, e incluso a veces tiene una sensación retorcida de “cuento de hadas”, especialmente en la escena de apertura donde 2 niñas ven la cima de lo que casi parece una castillo mágico que se eleva sobre los árboles del bosque en el que se encuentran.
Y es seguro que su fracaso se debió a que las audiencias de 1960, simplemente no estaban listas para una película seria sobre el tema del abuso sexual de menores.
¿Pero cuándo están las audiencias listas para una película sobre un tema como ese, como si la película de los abusadores de menores fuera algo así como una película de robo o un western?
Particularmente una película como esta, que a pesar de un enfoque rigurosamente no explotador, no se detiene en dramatizar los horrores extremadamente incómodos asociados con el crimen más desviado y reprensible.
¿Será entonces que alguna vez, la gran audiencia general se alinearán para ver ese tipo de película, mostrando a las niñas pequeñas que están siendo aterrorizadas y molestadas, ya que la teoría anterior parece implicar que algún día, una vez más, presumiblemente se presentarán audiencias más inteligentes o cuidado con el insidioso esnobismo de los nuevos críticos, que se imaginan que todos eran de alguna manera más tontos antes de que vinieran ellos y su nueva generación?
Por supuesto que no.
Solo en el tema, independientemente de su valor artístico final, siempre iba a tener un desempeño marginal, a pesar de las expectativas de todos en Hammer.
Además, el enfoque esquizofrénico del estudio para promocionar la película, probablemente ahuyentó al resto de la audiencia que iba a aparecer en primer lugar.
Imagine ser el estudio que estaba haciendo dinero con violentas salidas de terror de cómics, empapadas de sangre a color como “Dracula”, tratando de comercializar una película seria sobre el abuso infantil a los críticos y al público... con un título de explotación desagradable como “nunca tomes dulces de un extraño”
El público en general, probablemente echó un vistazo al título, y se mostró reacio a pedirle a un vendedor de boletos diciéndole:
“Quiero 2 boletos para adultos y 2 niños, por favor, para Never Take Candy from a Stranger”, mientras que la mayoría de los críticos se burlan del intento de Hammer por vender un “thriller” sórdido e importante.
Que se haya pasado por alto tal título por completo, es imperdonable.
Incluso los pocos pervertidos que pudieron haber aparecido, probablemente les dijeron a sus amigos que se mantuvieran alejados porque, en lugar de obtener sus emociones en el “Grindhouse”, encontraron un “thriller” inteligente que trataba tanto sobre la corrupción política y social de los pequeños pueblos, como sobre la comunidad pedófila.
Tan actual hoy como entonces.

“He killed her!
My father... he killed that little girl!”



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