The Virgin Queen

“Madame never jests”

Elizabeth I, la última representante de La Dinastía Tudor, la misma que pretendió casarse con Inglaterra en el momento en que ascendía hasta el solio real, y recibía en su dedo índice el anillo de la coronación, y convertir a cada uno de sus súbditos en hijo suyo, fingió guardar castidad de por vida, de cara a la galería; de ahí su apodo popular de “Reina Virgen”
Pero la realidad parece haber sido distinta en muchos aspectos de su vida privada…
Sus historias de amor con apuestos y gallardos varones de su Corte, se iniciaron mucho antes de que heredase La Corona en 1558.
Thomas Seymour, fue seguramente el primer amor de la quinceañera Elizabeth; hija de Henry VIII y la desdichada Anne Boleyn, que había llegado al trono con guerras y dificultades; por lo que Seymour se convirtió en su compañero de juegos… pero  la cosa no acabó bien:
Él conspiró para llegar a casarse con ella y acceder al trono, pero fue descubierto y decapitado…
Otro amante fue Robert Dudley, que ya había simpatizado cuando ambos coincidieron como prisioneros en La Torre de Londres.
El chico vestía a la última, tañía el laúd, y era un buen bailarín...
El coqueteo era evidente, pero había un pequeño problema:
¡Su esposa!
El problema, no obstante, se solucionó cuando esta cayó por las escaleras...
Aun así, ella dijo “tampoco me caso”
Y la cosa se fue enfriando...
Tras Dudley, Walter Raleigh.
El sanguinario pirata tuvo sus más y sus menos con La Reina, a la que incluso escribía poemas.
Como aliado desde el principio al bando de La Reina Virgen, Raleigh luchó tenazmente contra los rebeldes irlandeses de Desmond, en 1583; y concibió el proyecto de colonizar América del Norte, siendo elegido miembro del Parlamento varias veces, y gozó de gran influencia en La Corte.
Pero cayó en desgracia en 1591, se él casó en secreto con Elizabeth Throckmorton, una de las damas de honor de La Reina, sin el permiso de ella, por lo que él y su esposa fueron enviados a La Torre de Londres.
Después de su liberación, se retiraron a su finca en Sherborne en Dorset.
Otro amante de “Gloriana” fue posteriormente Robert Devereux, II Conde de Essex.
Sin embargo, pronto fue desplazado y desterrado, aunque siempre la quiso,
Elizabeth estaba resuelta a no casarse pese a las súplicas de La Cámara de Los Comunes, que pedía a su Reina, que asegurase la supervivencia de La Dinastía...
Con la elocuencia que la caracterizó, Elizabeth convenció a La Cámara de que su compromiso era total con Inglaterra, y de que todos los ingleses “eran sus hijos”
Un tiempo después, La Cámara volvió a insistir, pero Elizabeth resolvió la afrenta con un “no se hable más”; y disolvió La Cámara durante 4 años, como para que no jodan más...
Ya en los últimos años de su reinado, ella se negó a que la pintaran “al natural”, a que se la retratara sin aprobación oficial, o a que una dama de La Corte pudiera hacerle sombra en belleza y elegancia.
Su vanidad, su descaro verbal y su carácter caprichoso y receloso, la salvaron de dejarse amedrentar, aunque no faltaron los que trataron de conseguir sus favores, y de influir a Su Majestad... y como se citó, algunos entre sábanas... por lo que la supuesta virginidad de Elizabeth, no significa que no tuviera amantes, aunque parece probado que murió virgen, quizá por un problema congénito o por la certeza de que no podía tener descendencia.
En todo caso, fueron varios los hombres que accedieron al corazón, y tal vez a la cama de La Reina; pero “la virginidad” fue un atributo por el que quería que su pueblo la recordase siempre:
Como la soberana que reinó virgen y murió virgen, y que solo se entregó a su país, al que adoraba con fervor. 
Aunque nunca se casó, la vida amorosa de Elizabeth I de Inglaterra ha sido pasto de películas de mayor o menor calidad, y de cuestionable veracidad histórica.
“In 1581 all the roads of England led to London… for better or worse”
The Virgin Queen es un drama del año 1955, dirigido por Henry Koster.
Protagonizado por Bette Davis, Richard Todd, Joan Collins, Jay Robinson, Herbert Marshall, Dan O'Herlihy, Robert Douglas, Nelson Leigh, Rod Taylor, entre otros.
El guión es de Mildred Lord, sobre una historia de Harry Brown.
Filmado en CinemaScope, The Virgin Queen se centra en la relación entre Elizabeth I de Inglaterra y Sir Walter Raleigh; aunque eso no es del todo cierto, pues se centra más en “el favorito” que en La Reina, pero sí sobre su relación, pero muy por encima… y como en la mayoría de los films históricos de los años 50, este no es un “biopic” riguroso, aunque sí bastante cercano a la figura de Walter Raleigh, y su relación de amor-odio con la todopoderosa Reina; donde la notable capacidad de Henry Koster para captar la atención del espectador, sólo es comparable a su habilidad para manejar los recursos técnicos y materiales que requiere una narración compleja; al tiempo que vemos una acción intensa, una estupenda banda sonora, y unos diálogos certeros, que combinan su poder de seducción para que el argumento exprese su mensaje.
Y en el desarrollo, miradas penetrantes, lances de alcoba, relatos galantes e intrigas políticas, exhiben sus armas y ningún flanco queda sin cubrir, mientras una cuidadosa ambientación enmarca todo el conjunto en un contexto idóneo para que el celuloide rebose agudeza crítica, y talento artístico.
Nominada al Oscar al mejor vestuario/color para Charles LeMaire y Mary Wills, solo LeMaire ganó, pero para otra película:
“Love Is a Many-Splendored Thing” (1955)
La historia tiene lugar en la Inglaterra siglo XVI; siendo un relato sobre la atracción que la ya madura Reina Elizabeth I (Bette Davis) siente por el seductor Sir Walter Raleigh (Richard Todd); y su enconado enfrentamiento con una maquiavélica rival más joven que ella:
Beth Throckmorton (Joan Collins)
La película no trata un gran tema, sino la simple ambición de un hombre por conseguir de La Reina unos navíos para llegar a “la nueva tierra”, pero se entremezclarán diversos sentimientos por partes de ambos, el orgullo de uno, y el poder de otro; sentimientos que aunque hayan pasado los años, siguen estando presentes en el corazón del hombre.
La película es muy correcta con la época y la vida en La Corte inglesa, en los diálogos de todos y de sus modales, pero se queda corta en lo que respecta al título de “La Reina Virgen”
“It is I who makes the policy of this realm, I and I alone!”
The Virgin Queen es una producción británica de La Fox, para la cual el Estudio puso al frente a uno de sus directores de confianza, el berlinés nacionalizado estadounidense, Henry Koster, responsable del rodaje del primer film en “Scope”, el famoso “The Robe” (1953)
La dirección de Henry Koster, 2 años después de dirigir el filme citado, es de una corrección técnica y formal que raya la perfección:
Rodeado de unos valiosos técnicos, como el músico Franz Waxman, una buena fotografía, y un fabuloso vestuario del que Bette Davis saca gran partido, la película resulta muy entretenida en todo momento, tanto que se ve con sumo agrado, e incluso deja un muy sabor de boca; aunque es una adaptación histórica muy libre, no deja espacio para indagaciones.
Y es que Robert Dudley, Conde de Leicester; Robert Devereux, Conde de Essex, y Sir Walter Raleigh, pirata, político y escritor; fueron los amantes más conocidos que tuvo La Reina Elizabeth I de Inglaterra quien, al contrario de tantísimos hombres, nunca se “quemó” con sus devaneos amorosos, pese a que, como era de esperarse, generó toda suerte de roces, conspiraciones y envidias, entre los incontables caballeros que pretendían sus favores, pero no porque ella fuera atractiva, sino porque detrás suyo estaba el poder.
Y bien es sabido que, los hombres más ambiciosos del mundo, indefectiblemente buscan ocupar una silla en los recintos gubernamentales, que no les pertenecen… esta historia inicia en 1581, cuando Walter Raleigh, que regresó recientemente de los combates en Irlanda, presiona a los clientes de la taberna, para que liberen del lodo el carruaje atascado de Robert Dudley, Conde de Leicester (Herbert Marshall)
Cuando Leicester pregunta, cómo puede pagarle la amabilidad, Raleigh solicita una presentación ante La Reina Elizabeth I, para quien Leicester es un asesor de confianza; pero concede la solicitud.
A Elizabeth le gusta mucho Raleigh y su actitud franca, para disgusto de su favorito actual, Christopher Hatton (Robert Douglas); y mientras La Corte se aventura afuera, Raleigh cubre gentilmente su capa, un artículo costoso tomado de un sastre renuente; sobre un barro para que La Reina no tenga que ensuciarse los zapatos…
En la cena, Raleigh revela su sueño de navegar al Nuevo Mundo para recoger las riquezas allí; pero Elizabeth decide convertirlo en el capitán de su guardia personal; y Raleigh  enlista a su amigo irlandés, Lord Derry (Dan O'Herlihy)
Mientras tanto, Beth Throckmorton, una de las damas de La Reina en espera, conoce muy de cerca a Raleigh... y la relación de Raleigh con ambas mujeres, es tormentosa:
Beth está celosa de sus atenciones a Elizabeth; mientras que La Reina a menudo se siente irritada por su independencia y constante conversación sobre “El Nuevo Mundo”
Por su parte, Hatton hace todo lo posible por inflamar su molestia, pero ella es demasiado inteligente para ser sorprendida...
Cuando Hatton le informa a Elizabeth, que un irlandés es miembro de su guardia, Raleigh es despojado de su capitanía cuando protesta que su amigo es leal, y se niega a despedirlo.
Desterrado de La Corte, Raleigh aprovecha la oportunidad para casarse en secreto con Beth, y poco después, sin embargo, es restaurado en La Corte, a favor de Elizabeth.
Finalmente, La Reina le otorga a Raleigh, no las 3 naves que desea, sino 1; y se apasiona por hacer modificaciones.
Sin embargo, en privado, Elizabeth revela en la audiencia de Beth, que sus intenciones no incluyen su salida real de Inglaterra.
Cuando está tan informado, Raleigh hace planes para navegar a América del Norte, sin permiso real; por lo que Hatton le dice a La Reina, no solo el complot de Raleigh, sino también que está casado con Beth… y Elizabeth ordena el arresto de la pareja.
Por su parte, Raleigh retrasa a los enviados a llevarlo bajo custodia para que Derry pueda intentar esconder a Beth en Irlanda, pero son capturados en el camino, y Derry es asesinado.
Raleigh y Beth, son sentenciados a muerte, pero al final, Elizabeth los libera; y finalmente ambos zarpan hacia “El Nuevo Mundo”
Esta película levanta acta de la atracción y el rechazo que unió y separó a Sir Walter Raleigh y a La Reina Elizabeth Tudor, más conocida por “La Reina Virgen”; y se acerca más a un melodrama, que a una película de aventuras, que aunque pueda existir dicha aventura, tan sólo subyace en la voluntad de Raleigh, el ambicioso capitán que no se conforma con el papel de favorito cortesano, o alfombra para La Reina; y piensa en océanos y mares, antes que en los salones y dormitorios con espesos cortinajes del Palacio Tudor.
Pero allí reside el atractivo de The Virgin Queen, en los decorados y el vestuario que son los auténticos protagonistas de este relato de interiores sombríos en el que se valoran la luz o el humo de una vela, antes que los hechos narrados; donde los contrastes de color del vestuario y el decorado, antes que las motivaciones de los personajes, tienen más protagonismo.
Una forma de realismo a la inglesa, que Koster retrata con sus circunspectos modales “todo-terreno” agudizados por el formato Scope, sobre todo cuando la acción sale a exteriores, y apenas existen variaciones:
Vemos la lejanía interpuesta por el cineasta que acaba cobrándose un alto precio, en el desinterés por la narración, aunque el espectador desea que Raleigh consiga sus propósitos, la película nos deja con la miel en los labios, y la aventura sigue sólo en los deseos del favorito de La Reina, pero esa es otra historia...
A partir de ese contacto, se producirá el ascenso de Raleigh en La Corte de La Reina, al tiempo que se revelarán los conflictos provocados  por el choque del carácter de ambos.
Es bajo ese enfrentamiento donde se producen los mayores atractivos de la película, potenciados fundamentalmente por la extraña química que se ofrece entre Bette Davis y Richard Todd, un intérprete por lo general demasiado menospreciado; en el juego del gato y el ratón entre ellos 2, que adquirirá un interesante protagonismo en una película que podría definirse a nivel estético, a partir de una puesta en escena absolutamente teatral, ya que Koster plantea la planificación de la misma en su totalidad, a partir de la combinación de planos generales y americanos.
Sin embargo, hay algo en la función que impide que el aburrimiento se adueñe de la misma; y es quizá el brillo de su producción o el atractivo que ofrece su planteamiento dramático, fundamentalmente en la oposición de los 2 caracteres protagonistas, el que permite que la película consiga su objetivo, y si bien en sus compases finales, se deje llevar por una conclusión acomodaticia.
Pero no es menos cierto que pueda destacarse como una de las más entretenidas producciones de estas características generadas en aquel periodo por la 20th Century Fox…
Del reparto, Bette Davis…
Todo el mundo conoce sus méritos y su apasionada manera de entender la interpretación; y aquí sin embargo, se ajusta al soberano personaje, incluyendo desmanes sólo en los momentos en que los requiere, de gran excitación, y realizando un trabajo contenido, riguroso y francamente notable.
Sospecho que la dirección de Koster tiene mucho que ver, junto con el hecho de que Bette llevaba 3 años sin actuar en la gran pantalla...
Por cierto, The Virgin Queen marca la 2ª vez que Davis interpretó a  esta monarca inglesa; ya que el primer film fue “The Private Lives of Elizabeth and Essex” (1939)
La Davis aquí, tiene un papel bastante atípico en ella, y como siempre, genialmente lo consigue, llevado a la pantalla, aunque no sea su mejor lado, como una reina soberbia, vulgar y arrogante, además de tierna a su manera, con bastantes complejos, que utilizará su poderío para demostrar quién es la que manda en su Corte.
Por otro lado, Richard Todd da un desempeño decente, aunque no tiene ni las habilidades ni el carisma de Errol Flynn, que interpretó junto con Davis aquella película de 1939; pero sirve bien en el papel, además que es muy atractivo como se espera de su personaje real.
Como dato, Todd tuvo una gran oportunidad, cuando el creador de James Bond, el escritor Ian Fleming, lo seleccionó en primera línea para el papel del famoso agente 007 en la producción de “Dr. No”; pero por problemas de agenda, finalmente lo perdió, siéndole concedido a Sean Connery, de gran parecido físico con Todd; al hacerse con papel que lo lanzó a la fama.
El triángulo amoroso se cierra con una joven y bellísima Joan Collins, que casi parece un ángel, y que me ha sorprendido muy gratamente, al ser ella una “femme fatale” de Corte.
También, The Virgin Queen fue la primera película de Hollywood para el actor australiano, Rod Taylor; que aquí aparece, sin acreditar, en una escena muy corta.
Aparentemente, él está interpretando a un galés, dado el nombre de su personaje, pero su acento es completamente inidentificable.
En definitiva, el filme técnicamente es muy ajustado en cuando la ambientación que logra el director Henry Koster, y fue muy correcto en su dirección de actores, pero la relación que se presenta entre Sir Walter Raleigh y la controvertida Reina de Inglaterra, no ofrece suficientes matices como para que éste sea un filme relevante.
Sólo nos queda la clara idea, de que la prosperidad de los reinos, se consigue siempre a cambio de la ruina de los pueblos.
Como anacronismos; en la escena final de la película, La Reina Elizabeth mira por su ventana con un telescopio, un invento de 1608, es decir, 5 años después de su muerte en 1603; y con el afán de acercarse en lo posible a los hechos históricos, conservando la máxima discreción con los personajes, pesa sobre la dinámica de la película, haciendo que el ritmo decaiga por momentos, y que la narración, en general resulte un poquito sosa.
Sin embargo, nos queda como un capítulo fascinante de La Reina Tudor, más centrado en Sir Walter Raleigh, aunque tampoco es un “biopic” sobre él.
“There can be no funeral without a corpse”
En el año 2018, se cumplieron 400 años del fallecimiento de Sir Walter Raleigh, probablemente la figura más destacada de La Era Tudor, y de La Era Isabelina, cuando batalló contra La Armada Española.
Y es que Walter fue ante todo, un caballero, escritor, poeta, soldado, político, cortesano inglés, explorador; y fundador La Colonia Virginia en 1584, en la isla de Roanoke, actual Carolina del Norte, cuyos habitantes misteriosamente desparecieron sin explicación... y que dio origen a su sobrenombre:
“La Colonia Perdida”, que hasta hoy siguen sin hallarse pruebas definitivas sobre el destino final de los colonos; y también, Sir Walter es conocido por popularizar el tabaco en Inglaterra, y la práctica “caballeresca” de poner la capa sobre donde pisa una mujer al pasar...
Pero Raleigh es más recordado por ir en busca de la mítica “Ciudad de Oro” conocida como “El Dorado”, y navegó para encontrarla, publicando un relato exagerado de sus experiencias en un libro que contribuyó a la leyenda.
Al regresar a Inglaterra, Raleigh fue recibido con pompa y circunstancia por Elizabeth I, su protectora, con la protesta airada del Embajador de Philip II por los desmanes cometidos en “El Nuevo Mundo”
En 1596, durante La Guerra contra España, Raleigh participó en la toma y saqueo de Cádiz, bajo el mando de Charles Howard y Robert Devereux, que la flota inglesa llevó a cabo; suceso que el propio Raleigh relató por escrito; pero en el desembarco que las tropas inglesas hicieron, Raleigh resultó herido en una pierna.
En 1601, Elizabeth I le nombra Gobernador de Jersey, y se responsabilizó de modernizar las defensas de la isla.
Llamó a la nueva fortaleza en St. Helier Fort, Isabella Bellissima, conocido más tarde como “Elizabeth Castle”
No obstante, se le acusó de haber forzado la muerte del Conde de Essex, siendo llevado al cadalso por orden de la misma Elizabeth I, el mismo año de 1601.
Allí estuvo encerrado por 13 años, y una vez puesto en libertad, fue encerrado de nuevo en La Torre de Londres junto a su familia, y condenado a muerte por un tribunal inglés, por conspiración contra El Rey James I, sucesor de Elizabeth.
Finalmente, Sir Walter Raleigh sufrió suplicio, y fue posteriormente decapitado en Whitehall, en 1618.
Su cabeza fue embalsamada y presentada a su esposa; y su cuerpo debía ser enterrado en la iglesia local en Beddington, Surrey, el hogar de Lady Raleigh, pero finalmente se lo dejó descansar en St. Margaret, Westminster, donde su tumba todavía puede ser visitada hoy.
“Los Señores me han dado su cadáver, aunque me han negado su vida.
Dios me guarde en mi ingenio”, diría Lady Raleigh.
Y se ha dicho que ella mantuvo la cabeza de su esposo en una bolsa de terciopelo hasta su muerte.
Después de la muerte de la esposa de Raleigh, 29 años después, su cabeza fue devuelta a su tumba, y enterrada en la iglesia de Santa Margarita.
Aunque la popularidad de Walter Raleigh había disminuido considerablemente desde su apogeo Isabelino, su ejecución fue vista por muchos, tanto en el momento como desde entonces, como “innecesaria e injusta”, ya que durante muchos años, su participación en el complot principal parecía haberse limitado a una reunión con Lord Cobham…
Uno de los jueces en su juicio, más tarde dijo:
“El juez de Inglaterra nunca ha sido tan degradado y herido como lo condena el honorable Sir Walter Raleigh”
Mientras que años antes de estos hechos, a finales del reinado de Elizabeth, el balance del gobierno Isabelino era espléndido:
La Reina había consolidado La Religión Anglicana, había aplastado a los rebeldes en casa, y a La Armada Invencible en el exterior; había sometido a los irlandeses y había llevado la estabilidad a un país que vivía una “época gloriosa”, especialmente en el terreno cultural.
Con el paso de los años, se acentuó una resistencia tenaz a envejecer, que se convirtió en una verdadera obsesión.
Tanto en la juventud como en la madurez, Elizabeth exageró su palidez de rostro virginal, se vistió con aparatosos y suntuosos vestidos que hacía acompañar de todas las parafernalias de una auténtica Reina:
Con los guantes como símbolo de elegancia, el armiño como símbolo de pureza, La Corona y El Cetro como iconos monárquicos... y alimentó de este modo su propio mito, haciendo que poetas y pintores la ensalzasen como a una diosa inmortal.
Se supo que su último gran amor fue El Conde de Essex, Robert Devereux, y de hecho, aunque él también conspiró para destronarla, ella no cumplió la ley de la época, que le condenaba a ser decapitado, castrado y destripado...
Sólo lo mandó decapitar.
¡Era una sentimental!
Pero la madruga¬da del 24 de marzo de 1603, con casi 70 años, Elizabeth Tudor se despidió del mundo, no sin antes nombrar, en susurros, a su sucesor:
James, el hijo de su prima Mary Stuart, la misma a quien años antes había hecho ejecutar... de nuevo decapitada.
Con ese último golpe de gracia, Elizabeth I sellaba una época y el fin de La Dinastía Tudor, que durante más de 100 años había conseguido mantener la soberanía, y sentar las bases para la construcción del Estado Moderno.
Su desaparición marcó el final de uno de los reinados más controvertidos de la historia de la monarquía británica; pues pocos soberanos fueron sujetos a tantas especulaciones como lo fue ella:
Sepultada como una virgen, y loada por su sacrificio personal en nombre de la felicidad de su país.
La verdad sobre la vida romántica de Elizabeth I y su posible maternidad, continuarán fascinando a las generaciones futuras.

“My next campaign is you”



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