Truman

“Cada uno se muere como puede”

El cine reduce la muerte, a una serie de tópicos “light”:
¿A cuántos soldados heridos, hemos visto morir en los brazos de sus camaradas, justo después de soltar una frase para su mujer y su hijo?
¿A cuántos esbirros hemos visto morir bajo las ráfagas de agentes secretos, superhéroes, policías o detectives?
¿Cuántos adolescentes hemos visto caer por mano propia o asesinos en serie enmascarados?
¿Cuántos abuelos y padres han dejado rodar la cabeza a un lado en la almohada, dispuestos para que el hijo emocionado les cierre los ojos con una caricia?
Esas son las muertes clásicas del cine, y no son muertes de verdad, sino la metáfora digerible de la que se sirven los guionistas para hacer avanzar la trama.
Siempre que nos enfrentamos a la muerte nosotros, en los hospitales antisépticos, o tras una llamada telefónica, y nos damos de bruces contra la realidad más negra.
Por lo general, la muerte es un trámite demasiado doloroso como para enfocarlo directamente con la cámara; por lo que muchos productores hacen cruces, si un director les presenta un proyecto en que la muerte ocupe un lugar central.
Y el gran público huye a la carrera…
¿Acaso no hay nada más inevitable que la muerte?
Pero nadie quiere saber de ella…
Asumir la propia muerte, o la de un ser querido, es una las experiencias más difíciles que nos toca vivir como seres humanos; es algo que tarde o temprano, todos tendremos que enfrentar en algún momento.
Y como en casi todas las circunstancias de la vida, el cine nunca deja de ser un reflejo de nuestras vivencias.
“No sabía que se necesitaban argumentos para seguir viviendo”
Truman es una comedia del año 2015, dirigida por Cesc Gay.
Protagonizada por Ricardo Darín, Javier Cámara, Dolores Fonzi, Àlex Brendemühl, Javier Gutiérrez, Eduard Fernández, Elvira Mínguez, Silvia Abascal, Nathalie Poza, José Luis Gómez, Pedro Casablanc, Francesc Orella, Oriol Pla, Ana Gracia, Susi Sánchez, Àgata Roca, Troilo, entre otros.
El guión es de Cesc Gay y Tomás Aragay, con diálogos jugosos, brillantes situaciones, y un tratamiento equilibrado de una situación difícil; y construye su relato, alrededor de la enfermedad, sin descargar golpes bajos, siempre ligado a la despedida como eje narrativo; y trata de entrar en el delicado terreno de lo privado, de lo íntimo, sin mercadear con las emociones, “sin ladrar”, es decir, de manera alegórica:
“Importa el dolor punzante del mordisco, y no el ruido del ladrido”
Tomás (Javier Cámara), deja a su familia en Canadá, para volar hasta Madrid, donde pasará 4 días con su amigo Julián (Ricardo Darín)
El argentino, ha recibido una mala noticia:
El cáncer de pulmón que parecía vencido, se ha ido de excursión por el resto de sus órganos.
No hay esperanza para él, y por eso ha tomado la decisión de no someterse a ningún tratamiento más…
Ni quimio, ni radioterapia, y pide al médico drogas paliativas, por lo que emprende la búsqueda de un nuevo dueño para Truman (Troilo), su perro.
Y es que ese es su gran problema, dejar a su otro gran amigo, su perro Truman, en buenas manos.
Ambos, mediante el hilo conductor del perro Truman, compartirán momentos emotivos y sorprendentes, relacionados con la situación complicada que vive Julián.
La cuestión es:
¿Podrá Tomás, aceptar la decisión de Julián, o intentará convencerle para que se someta a la infructuosa lista de tratamientos, que apenas dan posibilidades de curación?
Y mientras tanto:
¿Conseguirá Julián, una familia para que se quede con su perro Truman?
Además:
¿Cómo lleva esta decisión Paula (Dolores Fonzi), la prima de Julián, que ha pasado un año cuidándolo, y ahora debe desprenderse de sus esperanzas?
Truman, es una oda a la amistad y al amor; un retrato honesto y tierno del coraje necesario para aceptar que la muerte forma parte de la vida.
“¡Qué bueno que viniste!”
Qué magníficos momentos sobre la ética y la amistad, sobre las incomodidades de estarse muriendo; Truman está basada en una historia real de su director, el guionista español Cesc Gay, y se concibe como una película con un alto grado de identificación por parte del público.
Es un film que aborda de una manera sutil y acertada, la complejidad que implica afrontar una enfermedad tan desgastante como es el cáncer, pero sin una solemnidad capaz de caer en golpes bajos.
Y parte de esto, se debe en gran medida a la química que reflejan en pantalla, Darín y Cámara, como 2 entrañables amigos, frente y detrás de escena.
Con ello, Gay logrará el prodigio de hacernos emocionar sin sufrir demasiado, ayudándonos a comprender que somos finitos y mortales, y que al fin y al cabo, esta divina comedia que es la vida, en algún momento termina apagándose como termina todo.
No es poco el mérito de Gay.
Truman, es una tragedia devenida en comedia, es decir, una tragicomedia, no a la italiana, más bien esperpéntica, sumamente equilibrada, más nostálgica que emotiva, tristemente divertida, que luciría muy bien en el teatro; que empieza y termina con Tomás, yendo de Canadá a Madrid, y viceversa.
Abarca solamente 4 días, que es el tiempo que durará esa visita a Julián, su amigo.
Ese breve plazo temporal, colma de intensidad la breve anécdota, y sostiene una película íntima y confesional, concentrada en 2 personajes, y el perro del título.
Una historia de sentimientos encontrados, dureza de silencios, que hablan a través de aquello que no se comunica, pero todos entienden presente, fragancia de espíritu que debe acompañar en esa preparación de difícil viaje venidero, donde sólo se requiere estar, observar, y amparar; no importa tu opinión, no se solicita tu intervención, únicamente el respeto de una decisión, entendible o no, que ya ha sido tomada, pues eres leal amigo que no pedís nada, no pasas factura.
Y hay que ser paciente y generoso para digerir y absorber una amistad de tantos años, profunda confianza que no necesita expresar lo que está dicho con su sola comparecencia y mutismo.
Si bien, Truman, gira en torno a la enfermedad de Julián, el director lleva la historia más allá, y profundiza en la relación del protagonista con quienes lo rodean; pues cada uno enfrentará la enfermedad de diferente manera:
Desde los primeros minutos, el espectador puede notar la preocupación y urgencia que tiene el protagonista, por encontrar un nuevo hogar y familia para su perro, situación que muestra el lado más sensible de Julián.
Por otro lado, se puede observar la real amistad que existe entre estos 2 hombres, lo que es planteado de una manera muy interesante, pues su relación de años, no es narrada a través de “flashbacks”, sino que se evidencia en la interpretación de ambos personajes.
Aunque lo que narra es trágico, el director no renuncia a provocarnos la sonrisa.
Su forma de contar la historia es precisa, sugerente, elegante, sutil, y compleja; y gracias a su enfoque adulto y honesto, en un tema tan sombrío, y la enorme química entre sus 2 protagonistas, Truman está a pasos agigantados de las recientes películas de Hollywood, que convierten un asunto serio como el cáncer, en algo intolerablemente extravagante.
Entre los 2 actores, como entre los 2 personajes, una química perfecta:
Julián es la valentía, y Tomás es la generosidad.
Julián se presenta como una persona directa, honesta, confrontacional, segura, pero también sensible y simpática con el tono irónico al que estamos acostumbrados en Darín, quien saca varias sonrisas a lo largo del metraje.
En este sentido, vemos a un Darín muy Darín:
Encantador y malhumorado, individualista y tierno, inseguro y duro; pero la transformación de Javier Cámara en Tomás, merece comentario aparte:
El mejor amigo del perro, en este caso Truman, es el hombre, y el mejor amigo del público, es Javier Cámara.
Truman, ha sido durante mucho tiempo, el sustituto de Tomás, alguien que le sigue a todas partes, sin decirle lo que tiene que hacer, y sin pedirle nada a cambio.
En realidad Truman es... Tomás.
“Porque, a las 5 de la mañana, cuando estás realmente jodido, y necesitas ayuda:
¿A quién llamas?
No llamas a los padres, ni a los colegas, ni a conocidos, llamas a un verdadero amigo, y los nombres que te vienen a la memoria, ¡no son muchos!… de eso va la película”, dijo Javier Cámara.
Tomás, como el perro Truman, es pura generosidad; Tomás es el amigo que se queda a un lado cuando es preciso, que da todo lo que tiene, sin pedir nada a cambio, que sabe cuándo esperar, y cuándo arrastrar al otro.
Y Javier Cámara ha conseguido darle a este personaje, la emoción contenida necesaria para transmitir sin mover un músculo.
También, es de destacar la participación de Dolores Fonzi, en el rol de la prima del protagonista.
En las contadas escenas en las que su personaje se hace presente, la talentosa actriz argentina, representa casi sin diálogos, la angustia y el agotamiento que implícitamente generó el tratamiento de quimioterapia al que se sometió Julián, y del que su amigo Tomás, sólo pudo enterarse a distancia, mediante correo electrónico.
Y por supuesto, también está Truman, el perro que da título a la película.
Truman, es el ser más inocente del reparto y la vez, seguramente, el que mejor comprende la situación, el que se solidariza más profundamente con su amo, porque su instinto le dice, que algo ha cambiado en la profunda relación que mantiene con él desde hace años.
Y Truman comienza siendo un problema:
¿Qué será de él cuando Julián fallezca?
Pero quizás, el perro, con su mirada sabia, tenga la solución para perpetuar la esencia de la amistad con Tomás.
La “actitud” de Truman, protagonista a su pesar de la historia, constituye el reflejo más veraz de las decisiones de su compañero y amigo de tantos años.
Representa la paz de la ignorancia, pues Julián no le ha explicado sus intenciones, porque no quiere perturbar a su fiel amigo; pero también una extraña consciencia de lo inevitable.
Se sabe que los perros comparten sentimientos con los humanos, que son especialmente sensibles ante la muerte de sus amos, y Truman no sabe nada, pero lo intuye todo; y representa el contrapunto perfecto al conocimiento de los hechos por parte de Tomás y Paula.
Por tanto, Truman es la única razón de Julián para seguir atado a una vida de la que ya se siente alejado.
Respecto al perro Truman, un bullmastiff de raza británica, según se cree, procede del cruce entre el mastín inglés y bulldogs; y pese a ser un punto de encuentro entre los 2 personajes, un apoyo para Darín en la narrativa, que nadie espere mucho protagonismo por su parte…
Como nefasta curiosidad, mencionaré que el perro ha muerto desafortunadamente:
“Lamentablemente, Troilo falleció hace un par de meses”, dijo Darín.
“Estuve una semana llorando cuando me enteré... porque nos hicimos muy amigos durante el rodaje.
Fue genial”, comentó el actor con voz cálida y serena.
“Tuvo una infección de esas horribles que pueden pasar, y no lo pudieron rescatar, a pesar de los esfuerzos de su dueño, que lo amaba”, agregó.
“Y es que Troilo trabajaba con chicos autistas; y ése es el motivo por el cual, la relación con él era tan fácil, porque un perro de semejante tamaño, con ese peso, enorme, realmente, a los pocos minutos de encontrarte con él, te dabas cuenta de que le podías hacer cualquier cosa”, contó sobre la relación que crearon.
“Era realmente muy dócil muy”, continuó, pero la emoción lo dejó mudo una vez más, para concluir con una frase corta que resume todo:
“Era muy buen perro”, se apenó, y al escuchar su tristeza, sonaron los aplausos de toda la sala de la conferencia, en honor a él... o al perro, o a ambos.
Es que a pesar del dolor que produce toda despedida, y en particular la que emprende su personaje, la historia de Gay, también propone un mensaje aliviador:
El del afecto, el abrazo, y el conmovedor acompañamiento de la vida, y de los seres vivos, aún en final de la vida, en la muerte.
“Yo admiro la valentía.
Todos pasaremos por esa situación, y algunos tendrán la oportunidad de ver pasar toda su vida antes del final, y otros no, tristemente.
Yo creo que ese final depende de cómo hayas vivido, con quién sos, y con el amor que puedas tener alrededor tuyo”, comentó Darín, y susurró con tímida sonrisa.
“¡Voy a llorar desde ahora hasta que me vaya!”
Y es que Truman plantea de forma magistral, 2 temas importantes:
La muerte y la amistad.
Para muchos, Julián se ha vuelto una especie de apestado, alguien a evitar, pues su rostro demacrado, recuerda a los demás que la enfermedad o la desgracia pueden tocarle a cualquiera.
Además, muchos no saben qué decirle...
Las palabras de consuelo son inútiles, simplemente porque para la mayoría, la muerte no existe; o está tan lejana, o no la perciben cercana.
Y encontrarnos con alguien que está padeciendo su cuenta atrás, es casi como ver a un fantasma, alguien que se encuentra al borde de la no-existencia.
Compadecerlo, es demasiado fácil.
El único ser que puede hacerle compañía, es su mejor amigo, que tendrá paciencia para escucharle, y vivirá con él sus momentos de rabia, lágrimas, frustraciones, y pequeñas alegrías... y bien puede ser un humano, en este caso, Tomás.
Julián, está en una situación en la que debe actuar, no puede dejar lo eternamente aplazado para más adelante.
Como dice Ricardo Darín, un actor que interpreta su papel con una naturalidad pasmosa:
“Cesc ha utilizado como disparador el tema de la muerte, pero creo que lo que quiso hacer fue desparramar temas, como la forma en la que nos relacionamos con los demás, o qué espacio le otorgamos a los que decimos amar.
Muchas veces, con los que amamos, precisamente porque hay una corriente grande de afecto, lo vamos dejando todo para más adelante.
Siento que a veces vivimos la vida, como si fuéramos a vivir 400 años.
Es raro eso”
Desde lo técnico, la fotografía y la banda sonora van de la mano con la humanidad del guión que, incluso con su elevada cuota de misoginia y misantropía, no deja de ser una tragicomedia con humor liberador, para describir la despedida de un amigo, aprovechando a exponer que, en nuestra sociedad, ni la muerte escapa de las leyes de mercado, y se puede elegir el ataúd o la urna, el modelo y la parcela, recibiendo los distintos presupuestos por e-mail.
Porque el director, jamás renuncia a provocarnos una sonrisa, y las acciones fluyen y emocionan de una manera tan natural, que olvidamos la representación.
Tal vez, porque ante todo, Truman es una película sobre los afectos y la comprensión; y también sobre la aceptación del otro tal cual es, y de las jugarretas inevitables del destino, al que se puede ladrar, o cascotear con sonriente estoicismo.
Sin embargo, en determinados momentos, la historia se vuelve algo predecible, y desde el principio, el mensaje “pro-muerte digna” se hace un poco obvio y artificial.
Aunque no se puede pasar por alto, que Cesc Gay se maneja con facilidad a la hora de representar amistades, y lazos afectivos.
Y esto es algo que sobresale aún más, cuando hay una temática tan delicada como premisa principal.
Del reparto, el personaje de Julián rozaba la tiranía de su propia ambivalencia; sin complacencias, dejándole hacer lo que quiera, sólo pidiendo aceptarlo y acompañarlo; con ese aprovechamiento del amigo que le acude.
Pareciera dejarse entrever, que quedaba desprotegido al perder el trabajo, cuando no es así, ya que queda cubierto con una pensión absoluta, y no tiene que pasar miserias... lo caradura de pedir dinero, sabiendo que no lo va a devolver nunca.
Le achaco también, la innecesaria escena de cama al final… puesto que no se sabe nada más de la familia canadiense.
Y por si no fuera una historia lo suficientemente profunda, nos ofrece algo más:
Toca la emigración, incluso el racismo con el mesero chino, y la homofobia de “las lesbianas rusas”, de un modo sutil, pero efectivo.
No obstante, queda grabado el abrazo del hijo, maravilloso y significativo.
En la mirada de los personajes, se ve lo que llega a reconocer, sin que te lo digan en pantalla.
Lenguaje visual muy acertado.
Una de las cosas que más me gustó, es eso de saber tomarse las cosas con humor; pues no considero, ni por asomo, que ésta sea un drama; y es lo más parecido a la vida:
Acaso no es mejor reírse que llorar.
Y básicamente trata de eso; no es un film sobre la muerte, es un film sobre cómo dejar esta vida.
“No has venido para convencerme de nada.
 ¿No?”
La muerte resulta tan contradictoria, que a algunas personas las acerca, mientras que a las más las aleja.
Pero es un hecho que la muerte es una putada, que todos vamos a tener que afrontar, pero como la mayoría pensamos que nos falta mucho para ese combate, y aplazamos la angustia para más adelante.
Otra cosa es que un médico nos diagnostique una fecha próxima para tan desagradable evento…
Entonces, seguramente el mundo se volverá en blanco y negro, y podremos contemplar en todo su esplendor, el absurdo de la existencia.
Lo mejor es aceptar este hecho cuanto antes, aunque esto es mucho más fácil predicarlo, que aplicárselo a uno mismo.
El ser moribundo, se transforma de pronto en alguien en tránsito.
Un día cualquiera, de la cuenta atrás, el blanco y negro se esfuma, y vuelven los colores del mundo, pero solo para atormentarle con una belleza que pronto dejarás de ver…
Si es cierto, que solo valoramos lo que tenemos cuando lo perdemos, saber que vamos a perder la vida, debe producir nostalgia anticipada por cualquier pequeño acto, por un olor, por un sabor, o por algo tan sencillo, como contemplar un atardecer.
Sobre las ganas de vivir:
¿Son compatibles con las ganas de morir, llegados a determinado punto?
¿Qué hacer si un amigo enfermo decide que ya basta?
¿Es posible aceptar, o está más allá de los límites de la amistad?
¿Cómo despedirse por siempre de un íntimo amigo?
¿Qué decir en ese último encuentro?
¿Hay algo no expresado, que no se sepa e intuya?
Hablarlo en vida, es la clave.
Comprensión y apoyo antes las decisiones tomadas, y siempre estar ahí…
Cerca.

“Los mejores amigos son para siempre”



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