Once Upon a Time in America

“As boys, they said they would die for each other.
As men, they did”

El cine de Sergio Leone, venerado por unos e ignorado, o incluso detestado por otros; no ha dejado de influir desde los años 60, en generaciones de cineastas.
Para el western, y para el cine de acción en general, hay un antes y un después de Sergio Leone.
Probablemente, esa revolución del género del Oeste, sólo podía tener lugar en Europa; sin embargo, el western no era una mera traslación de esquemas de una cinematografía a otra, sino la adaptación de la visión estereotipada que el público europeo tenía de aquel “Oeste exótico repleto de tópicos y leyendas populares”
En lo personal, Leone, todo un megalómano, un poco turbio y vanidoso, comilón, temperamental, sin saberlo, nació en querella artística con el cine clásico, con su redefinición de los códigos del género, exacerbándolos, tergiversándolos a su antojo.
Y es que Leone, había ignorado cierta norma para la representación fílmica de la violencia, impuesta por la censura de Hollywood, y por ende, respetada normalmente por los westerns tradicionales, consistente en separar los planos en que se dispara y se acusa el efecto del disparo.
Otro detalle, es que las mujeres son aquí parte del decorado, por lo que en algún momento se le calificó de misógino…
Según decía:
“El hombre no huye del pasado; sino que no tienen pasado”
Viven mal encarados en un presente torvo, de calles polvorientas, de tiroteos hiperbólicos, y armamento a punto; mientras otro guiñol prepara más ataúdes.
Y lo más importante de su cine, es que un personaje se tenía que ganar el primer plano.
Con Leone, tipos con cara de malos, que antes no habían aparecido, componen incontinentes escenas con más primeros, o primerísimos planos, sobre todo enfoque a los ojos, y al sudor del ambiente donde merodean.
En realidad, Leone no se alejaba tanto de los clichés del género, sino que mostraba una imagen caricaturizada de dichos clichés, pero también una aproximación realista a lo que de verdad había sido “El Salvaje Oeste”
Aunque probablemente, la influencia más visible de Leone sobre el cine, fue el modo de concebir la escena de acción como una ceremonia.
Cada duelo importante, cada explosión de violencia crucial, era cuidadosamente el acto, acción violenta en sí, sino el cómo le era introducido al espectador:
La secuencia tenía un prólogo, usualmente largo, y en forma de crescendo visual y musical, hasta llegar a una breve fase en donde residía el verdadero clímax, aun que el espectador aún creía seguir esperando ese clímax; y finalmente a una descarga orgásmica, extremadamente breve, en la que el disparo equivalía casi a una eyaculación fugaz.
Gracias a este esquema, Leone no necesitaba sobrecargar sus films de acción.
Una sola secuencia, podía llevar al espectador casi al agotamiento.
Así pues, fue uno de los escasos directores que consiguió dominar, por ejemplo, la violencia y el sentimentalismo en una misma película, sin tener que atemperar ninguno de los 2 extremos, y sin tener que recurrir a todo un arco argumental que le llevase de un extremo a otro.
Como dato, Sergio Leone tuvo siempre a su lado, a un amigo de la infancia, que hizo aún más grandes sus películas:
El compositor Ennio Morricone.
Y se da aquí, una nueva característica en el trabajo de ambos:
La introducción de la música, como elemento interno del filme.
Esto es, que la música juega un papel protagonista en la acción de la película, y así en determinadas escenas el silbido, por ejemplo, del tema musical, es tomado en consideración por el personaje.
En el momento del fallecimiento de Sergio, él estaba trabajando en un proyecto todavía más ambicioso, una coproducción de $70 millones sobre el sitio de Leningrado; y con solo 10 filmes como director, firmó varios guiones, y produjo muchas películas.
Sergio Leone murió en 1989, a los 60 años.
Ante esta gran pérdida, Ennio Morricone le recordó con estas palabras:
“Realizaba sus películas de una forma muy responsable y creativa.
Mi mayor pesar es que no siga vivo.
No sé hasta dónde hubiera llegado.
Es una gran pérdida, no sólo para el cine italiano, sino para el cine mundial”
Pero su legado fílmico pervive hoy día… irónicamente, Leone terminó creando una nueva forma de lenguaje personal y único, que ha intentado ser repetido una y otra vez, durante los últimos años, por innumerables directores.
Desde Clint Eastwood a Quentin Tarantino, distintos directores han bebido de su forma de entender este arte.
La muerte nos quitó al romano prematuramente, y nos robó al menos 2 o 3 películas más, pero el caso es que hoy por fin, después de décadas de incomprensión y ninguneo, podemos decir con orgullo:
“Soy amante del cine de Leone” sin que te miren como seguidor del cine popular, es decir, “de baja intención artística”
Lo que en Leone no solamente no es cierto, sino que el arte del siglo XX, le debe mucho a él.
“What have you been doing all these years?”
Once Upon a Time in America es un drama del año 1984, dirigido por Sergio Leone.
Protagonizado por Robert De Niro, James Woods, Elizabeth McGovern, Tuesday Weld, William Forsythe, Treat Williams, Jennifer Connelly, Burt Young, Joe Pesci, Danny Aiello, Clem Caserta, James Russo, Mario Brega, Brian Bloom, Chuck Low, James Hayden, Larry Rapp, Richard Bright, Rusty Jacobs, Scott Schutzman Tiler, entre otros.
El guión es de Sergio Leone, Leonardo Benevenuti, Piero Bernardi, Enrico Mendioli, Franco Arcalli, y Franco Ferrini; con diálogos adicionales de Stuart M. Kaminsky y Ernesto Gastaldi, no acreditados; basados en la novela “The Hoods” (1952) del escritor Harry Grey, seudónimo de David “Aaronson” Goldber; siendo un poema épico de la violencia y la codicia.
“The Hoods”, fue escrito por el autor mientras cumplía condena en la cárcel de Sing Sing, y ayudado por su esposa, una maestra de escuela.
A lo largo del libro, Grey narra además de sus correrías al margen de la ley, como untaban de dinero a “tipos que completaron su educación”
Es además, y aquí está lo más importante, la historia de una amistad que se forja en un barrio de inmigrantes judíos en New York, y el recelo que va brotando a medida que van creciendo, y haciéndose un nombre en el mercado del hampa neoyorquino, entre el protagonista, y uno de sus compinches.
Pero esa desconfianza, es fruto del trabajo que hacen.
En ese ambiente, la amistad es una cuestión de negocios; y la traición inevitablemente también.
Como curiosidad, Once Upon a Time in America supera al material literario, porque donde el cineasta italiano, pone sentimiento en el libro de Grey, y cuenta la relación de unos hechos vistos desde “el otro lado”
Incomprensible, más si tenemos en cuenta que el mismo Leone no se cansó de elogiar “The Hoods”, el relato de un hombre que lo tuvo todo, pero que al final terminó sin nada.
Al parecer, Sergio Leone llegó a conocer al escritor, aunque lamentablemente falleció antes de que comenzara el rodaje.
Fueron 13 años los que tuvo que esperar Sergio Leone, que hacía películas de Hollywood “a la europea”, para poder realizar este film, su proyecto más largamente acariciado.
El director, tuvo presente la historia mientras rodaba “Il Buono, Il Brutto, Il Cattivo” (1966), y empezó a buscar financiación para su adaptación cinematográfica a partir de 1967.
Pero encontró problemas desde el principio:
El primero, conseguir los derechos del libro.
La preproducción se fue dilatando, con cambio de productor incluido, y el rodaje no empezó hasta junio de 1982.
El rodaje duró casi 1 año; y dudar de si estrenarla en 2 capítulos, como había hecho Bertolucci con “Novecento” (1976)
Así, Once Upon a Time in America está construido como un puzle con piezas de 3 periodos:
La juventud en 1923 y su madurez en 1933; el pasado, y su vejez en 1968; y el presente.
El director italiano, hace una melancólica reflexión sobre el irremediable paso del tiempo, y la imposibilidad de recuperar el pasado.
Ante los ojos del protagonista, la sociedad se ha transformado, alejándose de “El Sueño Americano”, y él, un viejo ya, se encuentra completamente solo.
Ha sido incapaz de mantener una relación con la mujer que ama desde la infancia, o de conservar a su mejor amigo.
Para contar toda esta épica, el director recurrió a los tribunales para estrenarla tal cual fue montada, pero no pudo impedir que el estudio la estrenara, el 1 de junio de 1984, bajo sus propios cortes de edición.
Y cuando se estrenó, lo que se proyectó en salas comerciales, fue una versión mutilada por una industria que se preocupaba ya por la amabilidad que un público, acostumbrado a lo fácil, demandaba.
No sólo se redujo en más de la mitad la duración original, la estructura narrativa fue pasada por alto, y todos los episodios que abarcan un período de 4 décadas, fueron montados en orden cronológico, anulando así los bruscos saltos temporales que Leone había propuesto.
Sin embargo, recientemente sus hijos han promovido la restauración, añadiendo 25 minutos que estaban incluidos en el primer montaje del director, pero que luego, el mismo Leone había decidido dejar fuera.
Dicha versión restaurada y ampliada, fue presentada en El Festival Internacional de Cine de Cannes, siendo todo un éxito.
Hoy, Once Upon a Time in America cuenta con 3 versiones:
Con 229 minutos, la versión Europea; 139 minutos, la versión de EEUU; y 251 minutos, la llamada “Director's Cut” que es la versión extendida.
Para los conocedores, sin embargo, en El Festival de Cine de New York, se proyectó una versión de 229 minutos de duración, que respetaba la estructura narrativa original.
Por 30 años, esta versión es la que ha sido comercializada como el “Director’s Cut” siendo festejada por la crítica.
La versión de 251 minutos, que ahora se lanza en blu ray, es lo más cercano a la intención primera del autor, fallecido en 1989.
“Sergio Leone, no logró ver la película que él quería, y pasó los últimos años de su vida, tratando de ensamblar el material.
Ahora, con esta copia, podemos echar un vistazo a la dimensión épica que buscaba en la película”, dijo Martin Scorsese, cuando presentó el material en Cannes, en 2012.
Con un presupuesto de $30 millones, Once Upon a Time in America recaudó $5.3 millones; siendo un total fracaso comercialmente, y sepultó el futuro del cineasta en Hollywood.
Fue un duro golpe para la salud de Leone, que había puesto en ella gran empeño, pues moriría de un infarto al corazón, mientras rodaba la siguiente, sobre el asedio a Leningrado… lo que la convierte en la última película dirigida por Sergio Leone, siendo la 3ª parte de la trilogía conocida como “Once Upon a Time Trilogy”, precedida por las películas:
“C'era una volta il West” (1968) y “Giù la testa” (1971)
Y Once Upon a Time in America, cierra la también llamada “Trilogía de America”
Por su duración, se llegó a presentar en las pantallas de cine en 2 partes, y la obra grabada, se encuentra también en 2 partes, aunque en el rodaje no hay intención de intermedio.
En Once Upon a Time in America, Leone dejó la vida, y volcó todos sus esfuerzos e ilusiones por completar su personal crónica de la historia reciente de los Estados Unidos; y con ella, el director obtuvo, por primera vez, el reconocimiento más allá de Europa, con una nominación al Globo de Oro como Mejor Director.
Once Upon a Time in America, fue rodada entre 1982 y 1983, tanto en los estudios italianos de Cinecittá, como en diversas localizaciones de Venecia, New York, Montreal, y París, ciudades en las que los cineastas recrearon las 3 etapas temporales en las que se mueve la historia de David Aaronson, apodado “Noodles” (Scott Tiler/Robert De Niro), un pobre joven judío, cuando conoce en los suburbios de principios del siglo XX del Lower East Side de Manhattan, New York; a Maximilian “Max” Bercovicz (Rusty Jacobs/James Woods), otro joven de origen hebreo, dispuesto a llegar lejos por cualquier método.
Ambos entablan una gran amistad, y forman con los 3 colegas de “Noodles”
Patrick “Patsy” Goldberg (Brian Bloom/James Hayden), Philip Stein apodado “Cockeye” (Adrian Curran/William Forsythe), y Dominic (Noah Moazezi), una banda que prospera rápidamente.
Desgraciadamente, son perseguidos por “Bugsy” (James Russo), el tipo para el que Noodles y sus amigos trabajaban anteriormente; y en uno de sus asaltos, mata a Dominic.
Rápidamente Noodles se tira encima de él, y lo mata, por lo que pasará 12 años en prisión.
Cuando Noodles sale de prisión, le recibe Max, que sigue con su banda junto a los otros 2 amigos, Patsy y Cockeye; y que ha prosperado aún más durante su ausencia.
Los 4 juntos, finalmente, consiguen convertirse, en tiempos de La Prohibición, en una de los mayores y exitosas bandas de gánsteres de todo el país, hasta que todos, excepto Noodles, son masacrados por la policía de una forma misteriosa...
Noodles, atormentado por lo ocurrido, tiene que abandonar inmediatamente New York después de ello, para protegerse de asesinos que de repente le persiguen por ello.
Así, 35 años pasan después de esa masacre, y Noodles, viviendo bajo una identidad falsa para mantener su protección, encuentra finalmente una pista sobre lo ocurrido.
Esa pista está en New York, y por ello decide volver a la ciudad para resolver el misterio, enfrentarse a su pasado, y cerrar ese capítulo traumático de su vida.
Sin lugar a dudas, Once Upon a Time in America es la mejor película de Sergio Leone; un excelente retrato de una pandilla de amigos de New York, desde su infancia a principios de siglo, cuando robaban y hacían pequeños chanchullos para sacarse unos dólares, hasta sus últimos días, cuando algunos se habían consolidado como los más importantes personajes de la mafia neoyorquina.
Con una magistral dirección, su excelente reparto, y una banda sonora inolvidable, envuelven una compleja historia generacional sobre la amistad y el paso del tiempo.
Cabe resaltar, que se trata de  una epopeya desoladora y amarga sobre las sombras de “El Sueño Americano”, una película sin psicologismos estériles, y sin sentimentalismos innecesarios; pues Leone es capaz de convertir una imagen romántica, en una imagen amarga; y una imagen amarga, en un imagen romántica; eso está al alcance de muy pocos directores; ya que su inagotable y críptico significado en la narrativa y puesta en escena, la han convertido en una Obra Inmortal del Séptimo Arte.
“From here on, we establish the shared funds of the gang.
They belong to all of us together, and to none of us alone.
And we solemnly swear to put in 50 per cent of everything we make.
Agreed?”
Sergio Leone dibuja Los EEUU de sus sueños, la que conocía a través de las viejas películas de Humphrey Bogart, James Cagney y Paul Muni, y en vez de utilizar a los emigrantes italianos, se decantó por los gánsteres judíos, menos conocidos, pero tan crueles y violentos como los de su país de origen.
Reconstruyó calles de la época, hasta el más mínimo detalle, desde los adoquines hasta los carteles que anuncian las tiendas, todo para envolver al espectador; porque Leone era un perfeccionista, que incluso buscaba las armas originales de aquellos años, la ropa, los zapatos, la prensa…
Desde un punto de vista técnico, Once Upon a Time in America, es una película curiosa, puesto que Sergio Leone es conocido, sobre todo, por su soberbio manejo del formato panorámico, pero esta es su única película en que no lo utilizó.
En lo referente a la puesta en escena, sobresalen la magnífica fotografía de Tonino Delli Colli, que con la fluidez de su cámara, su punto de vista subjetivo, y un uso modélico del zoom y de los primeros planos, hace que nos convirtamos en unos auténticos mirones, pues su forma de filmar, seduce y atrapa.
Resaltar también, la variación cromática de cada época, aunque predominan los colores apagados, y los tonos mates.
Las principales fuentes de referencia del diseñador de producción, Carlo Simi, y el director fotografía, Tonino Delli Colli, para recrear New York donde vive Noodles, fueron las pinturas de Edward Hopper, las ilustraciones de Norman Rockwell, los dibujos y pinturas de Reginald Marsh, y un extenso archivo de fotos de las distintas épocas recopiladas por el propio Leone.
Por su parte, Tonino Delli Colli, separó los 3 periodos de la película por tonalidades:
Para la juventud de Noodles, tonos pardos, como las fotografías de entonces; para su madurez, tonos fríos y contrastados que recuerdan las películas clásicas de gánsteres; y para su vejez, tonos realistas.
La novela por su parte, constaba de 2 tiempos narrativos:
La infancia y la juventud de unos chicos de los barrios marginales de New York que, capitaneados por Noodles y Max, ambos enamorados de Deborah (Jennifer Connelly/Elizabeth McGovern), nos muestran su pase de pequeños delincuentes a gánsteres.
A las citadas 2 etapas narradas en la novela, Sergio Leone le añadiría 1 más:
La vejez, con la que resuelve las incógnitas que las anteriores habían dejado abiertas; y en esta, interpretando el papel de una Deborah alejada ya de la juventud, se les une Elisabeth McGovern como relevo de Jennifer Connelly.
Sólo que el guión, no sigue la historia en orden cronológico.
Empieza con el asesinato de la chica de Noodles, y la búsqueda de este, que se encuentra en el fumadero de opio... para luego pasar a 1968, con Noodles que vuelve movido por la curiosidad... y de ahí, remontarse al comienzo, a los años 20... y avanzar así, contando las 3 historias en paralelo, hacia adelante y hacia atrás.
Es decir, cronológicamente, el inicio de los años 20, en New York, Brooklyn; cuando Noodles sale de la cárcel, varios años después, en 1932; y 35 años después, ya en 1968.
Por tanto, Once Upon a Time in America cuenta con 3 líneas argumentales:
Existe un presente y 2 “flashbacks” que van informando al espectador, a cerca del pasado de Noodles y sus amigos, de modo que podamos entender, el porqué del retorno a sus orígenes.
A pesar de la longitud y los continuos saltos temporales, Leone se las apaña para realizar una narración en todo momento clara y comprensible para el espectador.
Y es que lo que hace que Once Upon a Time in America sea una película fuera de serie, aparte de su estructura, cuando vas encajando las piezas, aunque no sean todas, es muy satisfactorio; es lo bien dirigida que está escena a escena; sacando Leone, el máximo provecho al lenguaje cinematográfico.
Su propósito era más bien, narrar la evolución de una amistad a lo largo de varias décadas, repasando los momentos clave de sus protagonistas en las etapas más importantes de sus vidas:
Infancia, edad adulta, y vejez.
Aprovecha dicho recorrido, para repasar la historia de los Estados Unidos desde los años 20, hasta los años 60, siempre desde el punto de vista del Crimen Organizado, y con la ciudad de New York como fascinante telón de fondo.
Y digo fascinante, ya que la recreación que hace el equipo de Leone de la ciudad en los años 20, es verdaderamente prodigiosa en el detalle.
Las calles abarrotadas de gente, los comercios de la época, los rincones mugrientos donde dormían los indigentes, los coches de antaño recorriendo sucias calle adoquinadas, las vistas de los edificios con el puente de Manhattan omnipresente…
Y es que pareciera que son imágenes reales, como si de un documental se tratase.
Lo que la hace irrepetible y mágica, siendo tal vez, “la mejor película de gánsteres jamás filmada”, una historia  burlesca, lujuriosa y melancólica sobre una amistad traicionada, y sobre las indelebles marcas que el tiempo ha ido dejando en unas almas atormentadas.
Donde la violencia se muestra sin concesiones, y el lirismo es inigualable; y es por último, un homenaje a una forma clásica de hacer cine, que sólo los grandes maestros pueden realizar con tal  precisión y fuerza.
Así mismo, es una película sobre el tiempo, pero no solamente sobre el tiempo real o sobre el tiempo histórico que recoge los avatares de una sociedad estadounidense en continuo cambio, sino que además, es una reflexión sobre la memoria ligada a los sueños y a las pesadillas, una memoria selectiva, articulada en torno a un complejo montaje, en el que se combinan los “flashbacks” y los “flashforwards”, con un preciso y sabio uso de las elipsis.
Porque Leone consigue que nos asomemos por una ventana alucinante en la que se entremezclan el presente, el pasado y el futuro.
Todo ello, lo hace con una habilidad extraordinaria, y con un ritmo pausado, heredado de los maestros japoneses como Akira Kurosawa, utilizando el silencio como un potente elemento dramático.
Las actuaciones son memorables, y destacan la de sus 2 protagonistas:
Robert De Niro y James Woods, perfectos en sus papeles, matizando la intensidad de sus miradas, y derrochando naturalidad en sus gestos y ademanes.
De Niro crea un personaje contradictorio y, por ello, fascinante, que nos atrae y nos repulsa.
Era tal el perfeccionismo a la hora de elaborar su papel, que durante la escena que se desarrolla en el fumadero de opio, y en la que De Niro ha de despertar de golpe, éste deseaba que se utilizaran sonidos inusuales para reaccionar de una manera creíble; por lo que el actor hizo que se repitiera tantas veces la toma, para lograr el efecto que deseaba que, desesperado, un utilero preguntó:
“¿Hay alguna escena en este film, donde él tenga que gritar?
Si la hay, me presento voluntario para ser el que le patee las pelotas”
Pese a la anécdota, hay que reconocer que su interpretación es genial.
Otro dato de producción nos habla de la petición de Robert De Niro, para reunirse con el capo criminal, Meyer Lansky, siendo denegada; pues quería reunirse con él para que le ayudara en la preparación de su personaje.
Antes que ha Robert De Niro, el papel de Noodles fue ofrecido a Jack Nicholson y Al Pacino, pero ambos lo rechazaron, quizás no querían hacer más películas de gánsteres.
Mientras que la elección del personaje de Max, no fue nada fácil…
Por el “casting” pasaron más de 200 actores, pero al final, el afortunado no puedo ser otro que James Woods, según ha reconocido el propio director.
Para las 3 edades de “Noodles”, el director italiano había pensado en utilizar a 3 actores diferentes, pero con Robert De Niro, tuvo a un protagonista capaz de interpretar al personaje en su juventud y vejez, gracias al maravilloso uso del maquillaje, y la interpretación/transformación del actor, en lo psicológico.
Así, De Niro sirvió de punto de partida para seleccionar al resto del reparto:
James Woods, Elizabeth McGovern como Deborah; Joe Pesci como Frankie Menaldi; Tuesday Weld como Carol; Treat Williams como Jimmy O’Donnell...
Y la primera aparición en pantalla, de una pequeña pero ya talentosa Jennifer Connelly.
Como dato, Sergio Leone hace un cameo; siendo el que le vende el boleto de tren a Robert De Niro.
Puestos en claro, los 2 perfeccionistas, actor y director, compartieron su carácter obsesivo durante el rodaje.
Aclamada unánimemente, Once Upon a Time in America, hace con el cine de gánsteres, lo que Leone había hecho ya con el western.
Toma un género clásico hollywoodense, con el cual, la joven nación ha generado su propia mitología moderna, anterior a la invasión de los superhéroes del cómic que tanto daño han hecho al cine; y respetando cada una de sus características, lo lleva a niveles de complejidad que nadie habría podido sospechar.
Por ejemplo, la primera secuencia contiene y sintetiza lo esencial del género del western.
Pocos diálogos, tensión creada a partir del silencio y la espera, el conflicto subiendo poco a poco a través de miradas y “close ups” a los revólveres, y el sonido sin parar de un teléfono; hasta el encuentro final resuelto en un instante, el regreso del silencio, que es ahora una tumba.
Y es que Leone no ofrece una historia clásica de gánsteres nacidos en la pobreza de los barrios italianos, con amigos de la infancia que van subiendo peldaños económicos gracias a su destreza para moverse al margen de la ley, esquivándola y en el proceso imponer la suya…
La primera parte, con los personajes aún de niños, nos regala escenas inolvidables, que en parte, pertenecían a la infancia del propio Leone en el Trastevere, en Roma; como la del personaje de Patsy, que se come ansiosamente un pastel, una carlota rusa, tras sopesar que eso es mucho mejor que utilizarla como moneda de pago para tener una relación sexual con Peggy, una escena enternecedora y maravillosa.
Luego, cómo el personaje de Noodles adolescente, espía a Deborah por un agujero abierto en el cuarto de baño del café, para verla bailar en el almacén, al compás de “Amapola”
O la propia muerte de Dominic, acribillado a balazos, cuando sólo es aún un niño…
El fumadero de opio, un decorado que se graba en la retina del espectador, en el que se refugia Noodles para olvidar y evadirse de su propia vida; fue construido en los estudios Cinecittá, en Roma, y las sombras chinescas que se proyectan en su interior, fueron manejados por marionetistas indonesios y holandeses, mientras que el público que asiste a la representación, está formado por chinos que residían en Roma.
Es ahí donde se halla uno de los motores de la narración, donde el personaje de Robert De Niro recuerda lo sucedido…
Así, Once Upon a Time in America se preña de una nostalgia que lo convierte en un film de gánster diferente.
Como cuando Noodles se marcha, cruzando la puerta de la estación del tren, y unos segundos más tarde, regresa por la misma puerta, ya envejecido con las notas de “Yesterday” de The Beatles, siendo un ejemplo de ese aire melancólico y fatalista, así como una maravilla en la puesta en escena para demostrar el avance del tiempo.
Y es que Noodles necesita además, ineludiblemente saldar viejas deudas, porque su vida acabó no sólo cuando es traicionado por Max, sino también, y sobre todo, cuando, sobrepasado por la frustración que le causa el rechazo de la mujer que ha amado toda su vida, Deborah, reacciona violándola, en una escena igualmente imborrable, y terriblemente sórdida e impactante, que no es sino la expresión más triste y descorazonadora de un hombre abatido y desesperado.
Volviendo al tema de la amistad, la visión que ofrece Leone de la misma, es bastante realista:
Elude, sin esfuerzos, los sentimentalismos para reflejar lo que muchas veces ocurre en la vida real, y más si tenemos en cuenta el contexto en que se mueven nuestros protagonistas.
Las mujeres, y la diferente influencia que tienen sobre ellos, la ambición a la hora de “ampliar” el negocio, y las diferentes formas de ver la vida, son ladrillos que progresivamente van levantando un muro entre Noodles y Max, hasta que éste adquiere tal dimensión, que acaba separándolos…
¿Para siempre?
También hay momentos que son un claro canto a la amistad, pero no abundan tanto en la edad adulta como en los años de niñez, demostrando que estos lazos dejan de ser tan consistentes si se estiran demasiado.
El problema que vemos en Once Upon a Time in America, es que uno de los protagonistas, Max, acaba anteponiendo sus ambiciones materiales a la amistad.
Mientras la violencia, como ocurre en toda la filmografía de Leone, cobra una importancia mayúscula:
La forma de mostrarla, es cruda y áspera, de manera que estremece al verla, y acentúa el carácter violento y sin escrúpulos de nuestros protagonistas.
Lo mismo ocurre con el trato que ofrecen a las mujeres.
Ambos aspectos, reflejan lo peligroso que es el poder, cuando éste se adquiere por la fuerza y sin impedimentos.
Los personajes se comportan como si tuvieran derecho a conseguir todo lo que quieren cuando quieren.
Al final, Leone ajusticia a sus protagonistas por ello, de una u otra manera, lanzando un mensaje claro:
El amor y amistad de las personas, se gana, no se toma.
Por citar alguna de las escenas, cabe mencionar aquella en la que un derrotado Noodles se reencuentra con su amigo “Fat” Moe (Larry Rapp)
En ella, Noodles, en respuesta a la pregunta de:
“¿Qué has estado haciendo durante todo este tiempo?”
Responde con un “Irme a acostar pronto”, como una clara referencia a la novela “La Búsqueda del Tiempo Perdido” de Marcel Proust, respuesta que evidencia un personaje que siente que ha malogrado su vida.
Destacable también, es la escena de la estación.
Esta marca el pase de un tiempo narrativo a otro, mediante un juego de espejos en el que nos introduce a los diferentes “flashbacks”, y como no, el reencuentro entre los antiguos amantes Noodles y Deborah; escena en la que el dialogo reabre la crudeza de los sueños rotos, y el perdón por los tiempos pasados.
También se puede apreciar una alusión a “A Clockwork Orange” (1972) de Stanley Kubrick, en la escena donde cambian los bebés, con la música, el blanco, y Cockeye tomando leche del biberón de uno de los bebés, como si fuera “moloko vellocet”
Lo peor que puede achacarse a Once Upon a Time in America, es que es demasiado confusa.
La tienes que ver varias veces, para poder hilar todo lo que pasa, pero es visualmente tan hipnótica y potente, que sigues metido en el film, aunque muchas veces te preguntes, qué está pasando.
Así como le falta desarrollar varios personajes y tramas, que se quedan cojos, y por eso resulta liosa:
La novia de Robert De Niro, que aparece al principio, apenas tiene entidad en el resto de la película.
El personaje de Treat Williams está muy poco desarrollado, y cuesta ver la relación que tiene con James Woods.
La parte en la que la banda de Noodles trabaja para los sindicatos, está contada muy rápidamente.
El encuentro con Tuesday Weld, ya anciana, cuenta muchísima historia sin mostrarla.
La parte de Danny Aiello es muy divertida; pero tal vez dura demasiado para la importancia que tiene.
El personaje de Joe Pesci, todavía no lo tengo muy claro…
Y el final, queda que todo sea una alucinación de Noodles, como consecuencia del opio.
Digamos que el final de Once Upon a Time in America, admite diferentes interpretaciones.
La explicación del director en “Conversations avec Sergio Leone”, en 1987, nos dice:
“La particularidad del opio, es que es una droga que hace imaginar el futuro, como el pasado.
El opio crea visiones del porvenir.
Los otros estupefacientes, no permiten más que ver el pasado.
Así, cuando Noodles sueña cómo podría ser su vida e imagina su futuro, me da la posibilidad a mí, director europeo, de soñar el interior del mito estadounidense.
Esa es la combinación ideal.
Marchamos juntos:
Noodles con su sueño, y yo con el mío.
Son 2 poemas que se fusionan.
Porque en lo que a mí respecta, Noodles no salió nunca de 1930, sueña todo.
Todo el film, es el sueño de opio de Noodles, a través del cual, yo sueño los fantasmas del cine, y del mito estadounidense.
Seamos justos:
Es necesario el realismo en este sueño.
Con toda esa mitología del cine, y para que la ficción funcione, es necesario darle una dimensión documental.
Actuar un poco, como si la cámara estuviera escondida.
Producir efectos como los que me hacía sentir el cine de ayer, y en los que uno creía; es por eso que todos los lugares son reales.
Yo los encontré.
Aquí también se trata un poco de “en busca del tiempo perdido”:
La Estación Central de New York de esa época, no existe más; fue destruida.
Pero yo sabía que no era más que una réplica de la Gare du Nord en París…
Son los mismos vidrios, los mismos pilares de hierro y cemento, los mismos materiales.
Es como en la escena en el hotel de Long Island, al que Noodles lleva a Deborah.
El lugar no existía más, pero era una copia de Los Palacios de Venecia.
Por tanto, filmé la escena en Venecia.
Es lógico; EEUU no hizo nunca otra cosa que imitar a Europa en todo esto.
Y siguiendo mi intuición, fui a filmar en los modelos originales.
Sin “snobismo” y sin chauvinismo, solamente porque la realidad de ese entonces, no se encuentra más en EEUU.
Todo está perdido, olvidado, destruido.
Y yo, para hacer un film sobre los recuerdos y la memoria, he debido encontrar esas imágenes de la realidad.
Para mostrar bien esa noción de mito, y de sueño, debía trabajar sobre la más firme de las realidades.
A partir de allí, todo se encadenó.
El tiempo, es el protagonista del film, y el tiempo siempre tiene razón.
Así, cuando Noodles vuelve, es con fondo de “Yesterday”
Y a través de un cuadro de Reginald Marsh, con la manzana roja de los EEUU de hoy.
Donde no se venden más boletos de ómnibus, y Hertz alquila automóviles para entrar en “el infierno”
Y es lógico, porque mi película es también un viaje al infierno.
Una gran película sobre el cine mismo, sobre el imaginario creado por el cine de Hollywood, y sobre el cómo la memoria forma el recuerdo de esa historia.
Por eso es tan importante cómo se manipula el tiempo, que no es lineal, sino fragmentado, y con direcciones variables, desde el pasado al presente, y desde el futuro hacia presente”
Puede decirse que Once Upon a Time in America es la historia de un hombre que pudo tenerlo todo, pero que por una serie de decisiones erróneas, perdió el dinero, el amor y la amistad.
Perdió su vida.
Cuando Noodles va al teatro chino a fumar opio y sonríe, es la última vez que será feliz en su vida; y en esa última ocasión, necesita una droga para serlo.
Esa sonrisa final, delata que hubiera sido feliz si su mejor amigo hubiese seguido vivo, aunque le hubiera puteado como lo hizo.
Esa es la amistad, mostrada con un solo plano.
¿Y qué ocurre con Max?
Al final, lo vemos correr un instante, justo entre las ruedas del camión…
Hay que entender por ello, que se sube al lateral oculto, y de nuevo desaparece para iniciar una nueva vida; o es que se metió en el triturador de basura...
Otro de los puntos fuertes de Once Upon a Time in America, es la banda sonora de Ennio Morricone, catalogada por muchos, como “la mejor banda sonora de la historia del cine”, entrelazada con la narración del drama, de un modo indisoluble, está compuesta por temas propios como:
“Friends”, “Childhood Memories” o “Poverty”
Musicalmente, es de destacar las notas que con la flauta de Pan, que nos acompaña e identifica los inicios del grupo en su infancia.
Así como los arreglos de otros temas clásicos como “Amapola” de Joseph LaCalle, en la que los arreglos de cuerda son majestuosos; o la emotiva y melancólica versión de “Yesterday” de The Beatles; “God Bless America” de Irving Berlin, cantada por Kate Smith; “Summertime” de George Gershwin; o “Night and Day” de Cole Porter.
“Many people used to come to us.
Business partners, rivals, lovers”
Durante muchos años, los estadounidenses se han imaginado, o han tenido en mente, la imagen clásica de un personaje mafioso, aquel que viste con pajarita, traje Armani, fuma puros, y controla desde un garito todo el negocio, aparte de fingir ser alguien respetado, e ir de fiesta en fiesta, bebiendo champán…
Y eso no era todo, también tenía que ser italiano.
Dejando atrás la historia estadounidense del siglo XX, parece claro que los italianos jugaron un papel decisivo en la posterior mafia en el famoso país, pero no eran ni por asomo los únicos que estaban “en el ajo”
Tal vez, parte del mérito se lo debamos a Francis F. Coppola y sus “Godfathers”, quienes introdujeron la personificación por antonomasia del jefe mafioso.
Si bien, hay películas posteriores que cambian esta imagen, como las versiones de “Scarface”; o toda la filmografía de Scorsese, es evidente que ninguna logra alcanzar la obra Coppoliana.
Y es curioso, que incluso después de que Italia protestara por esta imagen tan denigrante hacia sus compatriotas en numerosas películas, una de las mejores que versa sobre el mundo de la mafia y sus consecuencias, esté situada en EEUU, sea dirigida por un director italiano.
Y es que hay directores que se pasan una vida intentando realizar una obra maestra.
Por un lado están los cineastas mediocres, que llegado el caso, dado su grado de ineptitud, dejan pasar ante sus propias narices, la única oportunidad que se les presenta.
De este tipo hay algunos…
Después, están los supuestamente consagrados realizadores, a los que la oportunidad les llega más a menudo.
Son los que tienen la suerte de contar con más posibilidades económicas, y mejores medios en general, logros supuestamente conseguidos a base de meterse al público en el bolsillo.
Estos normalmente suelen tirar por el retrete, todas sus oportunidades llevados por su excesivo ego, o por su falta de recursos llegado el momento de la verdad.
De este tipo hay muchos, demasiados.
Por último están los genios, tipos que saben que su oportunidad tiene que llegar.
Son aquellos que nacieron para hacer algo grande.
Que vinieron a este mundo, con una idea preconcebida, con un sueño, y que ni locos la dejarán escapar.
De estos hay pocos, muy pocos.
Sergio Leone era uno de ellos:
Tenía su sueño, su idea, solo tenía que esperar el momento, su oportunidad.
Quería plasmar en una sola película, en una sucesión de imágenes ininterrumpidas, una historia que solamente él veía en su imaginación.
Esa oportunidad llegó, y él la aprovecho como solo los más grandes saben hacerlo.
Y lo hizo filmando una película única, mágica.
Un descomunal canto al amor y a la amistad imperecedera, una historia irrepetible.
Y lo hizo por encima de todas las reglas establecidas en el cine:
Excesivo metraje, ritmo narrativo lento, enormes saltos temporales… siguió a lo suyo, se lo pasó todo por el forro, hizo oídos sordos, y se dispuso a realizar su sueño.
Y lo hizo sabiendo que algún día, el tiempo le daría la razón, que las generaciones venideras, sabrían reconocer en esta inconmensurable epopeya, su inigualable talento, y su inmenso amor por el cine.
Y lo hizo como buen artesano se aleja completamente de los parámetros de su época, y de la nuestra, estableciendo una localización única, un guión formidable, una música increíble, y unas actuaciones de altura, haciendo del largometraje Once Upon a Time in America, una experiencia única, casi poética.
Imprescindible para la cultura cinematográfica, y de obligada visión para todos aquellos que aprecien, y quieran presenciar el cine en su más pura esencia.
Una de las más grandes y bellas obras cinematográficas de todos los tiempos.
En definitiva, nunca Sergio Leone, pudo acabar mejor su carrera cinematográfica:
Un broche de oro, para una película de lujo.

“Some of the jobs we took, and some we didn't”



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