Marcelino Pan y Vino


“Con todo mi corazón”

Actualmente, los seres humanos muestran una tendencia agnóstica, creada más por los hombres mismos, que por las ideas fundamentales de la humanidad.
Sin embargo, ya lo decía el mismo Albert Einstein:
“Me niego a pensar, que todo esto es un juego de dados, y que las cosas se deciden al azar”
Cuando el cine servía al bien, a la verdad, a la belleza, y hasta la Fe; fue a instancias del Papa Pío XII, que se promovió un cine de inspiración católica.
Ya se había desarrollado en Europa, un cine vigoroso, épico, técnicamente muy avanzado, y con un estilo característico, muy distinto del norteamericano.
Un cine que logra el drama o la comedia, sin caer en la artificialidad, o en la ligereza del gag simplón.
Un cine de fundamentos más cultos, más europeos.
Nuestra infancia, por tanto, se desarrolló en buena parte, en la oscuridad de una sala cinematográfica, y por nuestros ojos, pasaron escenas históricas, aventuras de chinos, galopadas de vaqueros, dibujos animados, situaciones humorísticas… pero también otras dramáticas y de trasfondo religioso.
De entre todas, hay 2 secuencias que no hemos olvidado, y por las que tantas lágrimas derramamos en su momento:
Una es la muerte de la madre de “Bambi” y la de “Marcelino Pan y Vino” en los brazos del crucifijo del desván, tras manifestarle insistentemente, el deseo de conocer a su madre.
“He venido por si tenias miedo”
Marcelino Pan y Vino es una película dramática española, dirigida por Ladislao Vajda en 1955.
Protagonizada por Pablo Calvo, Rafael Rivelles, Antonio Vico, Juan Calvo, Fernando Rey, José Nieto, José Marco Davó, Juanjo Menéndez, entre otros.
El guión es de Ladislao Vajda y José María Sánchez Silva; y se basaron en el “Cuento de padre e hijos” escrito en 1952, por José María Sánchez Silva.
La banda sonora corre a cargo de Pablo Sorozábal.
Marcelino Pan y Vino fue el primer gran éxito internacional del cine español; todavía hoy, no hay otra película española, que lo haya superado, y que sea tan conocida y querida en el mundo entero.
Marcelino Pan y Vino no fue nominada al Oscar, pero su influencia no escapó a los Estados Unidos, donde también triunfó a lo grande, además, logró una mención especial del jurado, en el prestigioso Festival Internacional de Cine de Cannes, y un premio en el Festival de Berlín.
Tenemos que recordar, que eran años en que todo lo procedente de España estaba proscrito a priori.
Marcelino Pan y Vino se estrenó en prácticamente todos los países del mundo, pero fue en Francia y, muy especialmente en Italia, donde causó auténtica sensación.
Rodada en los estudios Chamartin de Madrid, y dirigida por un húngaro, Marcelino Pan y Vino se convirtió en un clásico del cine familiar y religioso católico; y aunque la historia es fantasía piadosa, no deja de ser una muestra de que el “nuevo cine español” que nos vendieron en los años 70, no es más que una perversión del vigoroso cine de la época de Francisco Franco.
Así, Marcelino Pan y Vino se filmó en 1955, en pleno apogeo del franquismo, eran los años en que todavía estaba “obligado” rendir tributo al Nacional Catolicismo, y el cine, en la mayoría de sus películas, hacía apología de los valores morales y religiosos, las 2 grandes “obsesiones” del régimen franquista.
Se trata, entonces, de uno de los mayores éxitos comerciales y de crítica, en la historia del cine español, excediendo los cánones del cine religioso imperante en la época.
El blanco y negro, hace también mucho más evidente la calidad del producto, y es un eficaz antídoto contra la sobredosis de color tridimensional que vivimos hoy.
Los valores humanos de la historia, la emotividad, y la poética de las imágenes, trascendieron el componente propagandístico del Nacional Catolicismo que la historia pudiera tener.
Marcelino Pan y Vino posee una serie de valores humanos, por encima de cualquier temática religiosa:
El amor, el trabajo, la humildad, la sencillez, el aprendizaje, serán valores que se intentarán inculcar a un niño adoptado por unos frailes, recién llegados a un pueblo perdido, después de intentar llevarlo a una familia sin ningún éxito.
Desde luego, las lágrimas corrieron por las mejillas de todo espectador de cualquier ideología, y de cualquier religión, y todo el mundo acabó rendido a las travesuras llenas de candor y de inocencia, de un Pablito Calvo de seis años entonces, aunque su voz está doblada, de manera irrepetible que, en su papel de Marcelino, es capaz de hacerse oír por el mismísimo Cristo, y conseguir que este le ayude a conocer a su madre.
El actor, Pablito Calvo, tenía un candor y una inocencia, que conmovía a las piedras.
Incluso, el mismo papa Pío XII, quiso conocer a Calvo, lo que hizo que se encontraran personalmente a finales de 1955.
No debemos olvidar, que El Vaticano fue el primer Estado, que reconoció oficialmente a la España de Franco, como representante legítimo del pueblo español.
De hecho, Marcelino Pan y Vino, se realizó un año después del Concordato con La Santa Sede.
Un periódico japonés llegó a decir de Marcelino Pan y Vino que:
“Con películas como ésta, se arreglaría nuestra sociedad en poco tiempo”
Marcelino Pan y Vino es un canto, por supuesto, al cristianismo y su acercamiento a Dios por medio de Cristo, y refleja los caminos que el cristianismo nos enseña a seguir, claro está, que es una película de culto para la religión cristiana.
Independientemente de la religión que cada uno quiera seguir, Marcelino Pan y Vino posee valores eternos, reflejados en la relación entre los monjes, y el travieso Marcelino, y de éste con Cristo.
Independientemente del fondo humano y religioso, Marcelino Pan y Vino está dirigida con paciencia y reflexión, ya que tiene un ritmo tranquilo, acorde con los diálogos y sus personajes, al igual que el entorno de estos.
Es notable la buena actuación, la escenografía, y el montaje.
Marcelino Pan y Vino se presta a ser analizada desde diversos ángulos:
Desde una cristiana cinta para toda la familia, hasta una muestra del cine español de los tiempos de la dictadura franquista.
Lo que es indudable es que, en una época de rígida censura fascista, en la que España solo producía películas recargadas de moralina, y con personajes que parecían estampitas, Marcelino Pan y Vino debió verse como toda una novedad.
Ya que está contada con mucho humor, y enriquecida por los matices que aportan las diferentes personalidades, como las de cada uno de los franciscanos, como si fueran los enanos de Blanca Nieves.
La historia del milagro de Marcelino, contada por un franciscano, comienza con un patriotero resumen de la derrota de los invasores franceses, durante las guerras napoleónicas.
Tras esta disimulada, e innecesaria propaganda nacionalista, vemos a un bebé ser abandonado, sin explicación del motivo, en las puertas de un monasterio de un pueblito rural.
Así, un fraile (Fernando Rey) relata a una niña enferma, esa historia, acaecida en su convento muchos años atrás.
A principios del siglo XIX, en una España destrozada por las luchas contra Napoleón, un niño queda abandonado a las puertas de un convento de 12 frailes franciscanos, y éstos lo recogen, dándole el nombre de Marcelino.
Pasan 5 años, en los que el pequeño Marcelino (Pablo Calvo) hace las delicias de los frailes.
El pequeño es un niño normal, al cuidado de los frailes a quien él, pícaramente, ha renombrado:
“Fray Malo” (Mariano Azaña), “Fray Talán” (Joaquín Roa), “Fray Papilla” (Juan Calvo), “Fray Puerta” (Antonio Vico), etc.
Pero el muchacho desea algo:
Subir a un desván donde le han dicho, que hay un hombre que le llevaría, algún día al cielo, para encontrarse con su madre.
Pero antes, Marcelino había inventado a un amigo imaginario, “Manuel”, pero esto no es suficiente.
Es a partir de la escena donde aparece el imaginario “Manuel” que se evidencia la soledad del niño:
Marcelino necesita de otros niños y, sobre todo, de una madre, la de él, “está en el Cielo” así, en medio de travesuras y picardías, el niño desobedece la orden de no subir al ático.
Un día lo logra, y ve un gran Cristo de tamaño natural.
Marcelino piensa por primera vez, que el crucificado sufre en esos momentos, y le da de comer para aliviar su dolor.
Pese a su susto inicial, Marcelino encuentra que el “hombre” provoca más compasión que miedo.
Así empieza la amistad entre Jesucristo (voz de José María Oviés) y el niño, cambiándole el carácter, pues Marcelino vive en un mundo fantástico.
Será a partir de esta incursión a lo prohibido, que el solitario muchacho encuentra finalmente, un amigo con el que se entiende a las mil maravillas.
Es a partir de que le ofrece pan y vino, que el “amigo” le llama “Marcelino, Pan y Vino”
Lo que más desea Marcelino es conocer a su madre, que está en el cielo, y el Señor se lo concede, llevándoselo consigo.
Teniendo lugar, uno de los milagros más conmovedores de la historia el cine; en una escena coral, que hizo llorar a cientos de espectadores, los emocionados frailes descubren la sobrenatural amistad que el niño ha conquistado con la pureza de su alma.
Y cuando los frailes, intrigados por la extraña conducta del chico, finalmente conozcan al misterioso amigo de Marcelino, serán testigos de ese sobrenatural portento.
Un milagro que desde entonces, se convertiría en leyenda.
El milagro es conocido por todos, y hasta el mismo alcalde, que nunca fue creyente, siempre rudo y severo, es tocado en el corazón por el milagro y, sin proponérselo, funda la acostumbrada Romería de Marcelino Pan y Vino.
¿Por qué nos gustaba, Marcelino Pan y Vino, más de niños?
La respuesta es clara, teníamos menos prejuicios.
Sin embargo, para los que vuelvan a verla, o inviten a nuevos niños a admirarla, tendrán buenas actuaciones, buena fotografía, buena ambientación, pero sobre todo, el más elevado mensaje de amor que puede existir... el poder contemplar el encuentro del creador con el ser humano, y no hablo de una religión en especial, pero que tal si fuera un alien, ahora a todos les agradaría, y lo más importante, su fusión eterna.
Marcelino habla y trata a Jesús, con la inocencia propia de los niños, lo que hace que sus encuentros con el Crucificado, estén llenos de ternura.
Estos son una bella muestra del significado del pasaje en el que Cristo dice:
“... si no cambiáis, y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18,3)
En Marcelino Pan y Vino tenemos a unos personajes perfectos, y muy bien descritos, desde el chico protagonista hasta cada uno de los distintos frailes, cada uno definido por su función específica.
Pero sobre todos, un brillante Pablito Calvo, capaz de despertar toda la ternura del mundo, sin olvidar a Juan Calvo como Fray Papilla.
En Marcelino Pan y Vino se representa a Jesucristo como un Padre que nos ama, y que no es ajeno a nuestros problemas.
Esa acertada composición de un Jesús amable es la que, junto con el personaje de Marcelino, le da un carácter tan especial a esta película.
El niño evoca al Padre, a través de una imagen.
Para los cristianos, Dios no es abstracto, sino que, Éste se hizo “imagen” en su Hijo Jesucristo.
Por eso, también las imágenes de ese Dios hecho hombre, son un medio para comunicarnos con Él, a través de la oración, el culto, y la contemplación.
Antiguamente, la tradición oral tenía su importancia, y había relatos que eran transmitidos de boca en boca, de generación en generación.
Esto lo podemos apreciar al principio de Marcelino Pan y Vino, cuando el fraile ve necesario, recordar la leyenda de cara a reconfortar a esos padres, que sufren por la enfermedad de su pequeña.
Y digo leyenda, porque seguramente la historia real sería bien diferente.
Yo me imagino lo siguiente:
Un bebé es abandonado a la puerta de un convento; luego es repudiado por todos, tal vez por el qué dirán, o en otros casos, porque ya son muchas bocas que alimentar; finalmente es acogido en el convento, donde acabará muriendo repentinamente, por accidente o por enfermedad.
O sea, una historia bien desoladora, donde la desgracia se hace presente de forma descarnada, dolorosa, sin que exista ningún sentido por lo acontecido.
Es difícil imaginar infancia más triste.
Sin embargo, el inconsciente popular, dotado de esa sabiduría que no se aprende en las escuelas, transforma esos hechos reales en leyenda, para dar sentido a la historia de Marcelino, y así transformar en muerte simbólica, lo real, lo atroz, el sinsentido, de la muerte de un niño.
De esta manera, Marcelino se reúne con Cristo, de ahí la importancia del mismo título del film, así como de la inscripción de la lápida, pues “el pan y el vino” son los símbolos del cuerpo de Cristo, con la esperanza de encontrarse con su madre simbólica, María.
Además, con ello se logra convertir en lugar de culto y peregrinación, de vivencia colectiva, aquel lugar que hubiera sido únicamente un recuerdo de desolación, pues además, se logró ablandar el corazón del alcalde, el cual estaba ya dispuesto a echar a los franciscanos.
Como dato, cabe señalar la gran cantidad de detalles paralelos a la vida de Jesús:
Su venida al mundo en la pobreza, los 12 apóstoles, la asunción de Marcelino, la persecución del Alcalde, etc.
Curiosamente, en una de las escenas finales, donde podemos observar la gran talla de la imagen de Jesús Crucificado, la inocencia de Marcelino se apiada de lo que representa, que es un hombre pasando por duros tormentos, y así decide llevarle comida y agua.
Por su formación con los frailes, Marcelino reconoce la imagen a Jesús, pero quizás, una de las cosas que más le impacta, y mueve a éstos hechos de engañar al fraile cocinero, y más de una vez, ponerle en apuros al no “cuadrar” el número de panes, o de raciones de sopa; es la talla en tamaño natural de la imagen, los frailes no tenían más que una cruz en la capilla del Convento, y las que llevaban colgada del cuello, o en los rosarios, era pues muy pequeña.
Así que ésta característica, es la que impacta, y hasta asusta en un primer momento al pequeño Marcelino.
La curiosidad de todo esto, es que esa imagen fue tallada exclusivamente para Marcelino Pan y Vino; y fue obra del decorador, dibujante y pintor, Antonio Simont, y el acabado en escayola, fue dado por un amigo del mismo.
Una vez terminada la filmación, la imagen del Señor no tenía destino fijo, ya que no era de algún Templo o Capilla, por lo que el ingeniero de sonido, Miguel López Cabrera, dio la idea de donarla al Monasterio de Carmelitas Descalzas de San Benito, Pueblo de la Ciudad Real en España, donde su hermana era monja de clausura, de nombre Isabel de Jesús.
Así, la imagen llega a la Capilla de dicho Monasterio, donde recibe el cuidado de 20 madres de clausura, entre las que se encuentran varias peruanas.
Igualmente, el mismo guarda un ejemplar de la Obra que inspiro Marcelino Pan y Vino, firmada por el autor.
Marcelino Pan y Vino es un cuento, un bonito cuento sobre la soledad de tanto niño de antes, que apenas tenían sus manos para jugar contra toda la tontería desbordante y exagerada de hoy día, que causa mayor desconcierto, como se ve.
Marcelino es un niño en la sociedad pasada, sociedad representada como un convento, porque era así, las personas no eran más que frailes, trabajando sin cesar, sin entretenimientos ni distracciones, no como la sociedad del consumo y el bienestar que hoy nos quieren presentar a toda costa.
Así era y había sido siempre, en cualquier lugar del mundo, no sólo aquí.
La cruz es su compañero en la soledad.
Y sólo el que es un violento, se pone a atacar a aquel que decide, sea cura o no, apartarse, no esconderse, del mundo actual de apariencia y competitividad, porque ve en la austeridad, en la humildad, y en la espiritualidad, mayor confortabilidad que tanto fuego de artificio.
Tal vez sea una forma de envejecer más inteligente que andar engañando, o presumiendo como un pavo, o despotricando contra las ideas de los que no piensan como uno mismo.
Eso sí, Marcelino Pan y Vino no es que sea un primor argumental, pues hay varios flecos que intrigan, y que no resuelven.
Por ejemplo:
¿Qué pasa con la niña del principio?
¿Muere?
¿Quiénes son los padres de Marcelino?
Sobre esto, hay hasta conversaciones secretas, y confesiones que parecen esconder algo gordo...
Estos frailes, en vez de blasfemar contra la “pecadora” que ha dejado un bebé en el convento, buscan a “una madre avergonzada y desgraciada, a quien los frailes pudieran ayudar y devolver el niño”
O por ejemplo, cuando no le dan a Marcelino al herrero/alcalde, porque maltrata a sus propios hijos.
En realidad, Marcelino Pan y Vino es prácticamente apolítica.
Por ejemplo, transcurre por un siglo XIX, un tanto idealizado, en el que todo el mundo lleva trajes regionales, y en el que fuera de la invasión francesa, no hay luchas entre liberales y absolutistas, desamortizaciones eclesiásticas, o guerras carlistas.
Y eso que fueron precisamente los frailes, en quienes más se ensañaban los liberales, asesinándolos en sus famosas matanzas, como las de 1835.
Entiendo que la muerte de Marcelino, supone un intento de explicar por qué motivo puede un inocente, por ejemplo, un niño morir.
Supuestamente, es porque Dios lo ha llevado a su lado para ser feliz, encontrarse con su mamá, y gozar de la felicidad eterna a su lado.
Esta interpretación responde a una cosmovisión católica-cristiana, de una coherencia aplastante.
Dicho de forma ruda, esta vida no vale nada.
La futura lo es todo.
Más importante que el cuerpo, es el alma, y por tanto, es preferible morir que perderla y condenarse.
De este modo, se puede afirmar que por encima del terremoto de Haití del 2010, que mató, según cifras oficiales, a 217,000 personas, había “un mal mayor” que era “nuestra pobre situación espiritual, y nuestra concepción materialista de la vida”
Visto así, “el asesinato” de Marcelino es una bendición, lo cual te pone los pelos de punta.
En realidad, eso de que Dios vaya por ahí matando gente, para que gocen en el cielo, es de los más siniestro, pero entiendo que es una conclusión lógica, si partimos de ese dualismo cristiano alma-cuerpo, cielo-tierra, y lo mezclamos con la omnipotencia divina, y su infinita misericordia.
Dicho lo cual, necesitamos aceptar otro axioma.
Por ejemplo:
Marcelino puede estar deseando morir para ir al cielo, y hasta allí sería mucho más feliz que en este mundo, pero Dios no debe, o no puede inmiscuirse, en los asuntos humanos de este modo.
Ese tocar a Dios, no puede describirse.
Esa sensación abismal de entrar en lo sagrado, lo enigmático, lo grandioso, lo perfecto, e incomprensible, escapa a todo lo conocido y expresado.
El desenlace, polémico donde los haya, y siempre sujeto a interpretaciones, no deja de ser, para mí, una preciosa metáfora de la muerte, en la que Dios nos duerme, nos acuna, y se nos lleva, sin que los vivos sepan nunca, qué entresijos misteriosos hay detrás de la aparente desgracia.
Lamentablemente, el “Marcelino” tuvo una corta carrera en el cine, ya que dejó de interesar a los directores, cuando la ingenuidad de su gesto infantil desapareció.
Un derrame cerebral, se llevó a Pablo Calvo con 50 años, de este mundo, el 01 de febrero del 2000, después de haber realizado 8 películas, al no poder superar con éxito, la barrera de la adolescencia en el mundo del cine, y optó por la retirada.
Más de 50 años de su estreno, siempre que se ha repetido la proyección, el público ha demostrado su favorable acogida, a la espontaneidad interpretativa de Pablo Calvo, carente de situaciones empalagosas o ñoñas.
Películas para todos los públicos, lo que quiere decir que, también eran aptas para mayores; no eran propiamente infantiles.
Ni unos, los pequeños, ni otros, los mayores, pudieron contener las lágrimas en el final de Marcelino Pan y Vino.
Ni entonces en 1955, ni ahora.

“Hemos estado hablando de ti hoy, mi Señor.
Y tú, también, Marcelino”



Comentarios

  1. Buen análisis.El autor del libro también escribió Marcelino Aventuras en el Cielo, quizás allí se devele algunas interrogantes, pero creo que la película está bien, cierra bien, a excepción de lo que pasa con la niña enferma al inicio. Entiendo que probablemente fallece porque el fraile quiere contarle ese día la historia a pesar que su padre pregunta si debe ser ese día, como si ya no tuviese tiempo.

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