The Heiress

“Well, she has the prospect of $30,000 a year”

Es obvio que la belleza de una persona tiene un gran componente subjetivo, un componente que depende de diversos y complejos factores.
Por ejemplo, alguien que tiene escasa seguridad en sí mismo, en sus encantos, y que prescinde de la coquetería y del ingenio, verá poca hermosura en su apariencia, y así por lo general, pueden verlo también los demás.
En cambio, si alguien confía en su atractivo sin ser una beldad, y sabe ejercerlo, y además, cuenta con ingredientes como la chispa y la simpatía, a los ojos ajenos ganará bastantes puntos.
O sea, que en la belleza que uno aparenta, tiene que ver el carácter, y no toda es de índole puramente externo.
Hay otra clase de guapura que nace de la sonrisa, de la intensidad de la mirada, del fuego del corazón.
Y a todo eso, hemos de añadir los ojos de quien mira, los gustos personales, y los cánones de cada cual.
Pocas veces asistimos a un ejercicio tan pesimista como ambiguo sobre el amor verdadero, sobre el despiadado interés económico, los dobleces, las traiciones, y las miserables conductas despreciativas, disimuladas en buenas intenciones exteriores, de una sociedad que se fija mucho en las apariencias y lo económico; y cómo muchos padres, se plantean tener hijos, se proponen amarlos, cuidarlos, alimentarlos, y facilitarles los aprendizajes necesarios para que puedan convertirse en personas felices, que es en definitiva, el fin último que todo padre desea para su hijo.
“Don't be kind to me, father.
It doesn't become you”
The Heiress es una película dramática de 1949, dirigida por William Wyler.
Protagonizada por Olivia de Havilland, Montgomery Clift, Ralph Richardson, Miriam Hopkins, Vanessa Brown, Mona Freeman, Ray Collins, entre otros.
El guion es una adaptación de la famosa novela “Washington Square” de Henry James, ambientada en el Nueva York de mediados del siglo XIX, escrita por Ruth Goetz y August Goetz.
The Heiress ganó 4 Oscar:
Mejor Actriz (ENORME Olivia de Havilland), Mejor Dirección Artística, Mejor Vestuario y Mejor Banda Sonora Drama.
Y candidata a 4 Oscar más:
Mejor película, mejor director, mejor actor secundario (Ralph Richardson), y mejor dirección artística en blanco y negro.
En sus obras, Henry James prefiere el drama interno y psicológico, y es un tema habitual suyo la alienación.
Sus primeros trabajos son considerados realistas, pero de hecho, durante su larga carrera literaria, mantuvo un gran interés en una variedad de movimientos artísticos.
La trágica historia de “Washington Square”, está basada en un hecho real, acontecido en Londres, y conocido por Henry James en 1879:
Una popular actriz de teatro, le platicó a James, la historia de su hermano, un joven con poca fortuna, que enamoró a una rica heredera quien estaba dispuesta a escapar con él.
Al enterarse del romance, el padre de la joven amenazó con desheredarla, y esto fue suficiente para alejar al pretendiente.
Diez años después, ya fallecido el padre, el hermano de la actriz intentó buscar a la entonces acaudalada dama, pero ella lo rechazó definitivamente.
James encontró irresistible esta historia de codicia, honor, y venganza; y la convirtió en una de sus novelas más populares.
En 1946, la historia fue llevada al teatro con gran éxito de público y de crítica.
Con representaciones simultáneas en Broadway y Londres, el paso de “Washington Square” a las pantallas cinematográficas, fue cuestión de pocos meses.
Como en otras obras de James, The Heiress tiene una enorme intención crítica, acerca de la rígida y clasista sociedad de su época, siendo reflejadas
dichas intenciones, consiguiendo una enorme intensidad dramática, y resulta enormemente profunda, en el análisis psicológico de la protagonista, una joven ingenua a la que la vida hará madurar, extendiéndose dicho análisis, en el resto de los complejos personajes, y denunciando el arribismo, y las inmorales estratagemas que algunos utilizan para lograr el ascenso social, y la estabilidad económica, indiferentes ante las consecuencias que provocan.
Con la elegancia visual de Wyler, crea una puesta en escena que resulta un compendio de sabiduría y sensibilidad artística, y sumerge de lleno al espectador en un atormentado melodrama de época.
La historia, es cierto, que no se puede decir que sea muy original, pero el resultado es excelente.
Wyler se basa en la perfecta descripción de los personajes, para desarrollar la historia, sirviéndose para ello, de un gran reparto y un cuidado guión.
Wyler se sirve de ese recurso tan habitual en él, como es el uso de la profundidad de campo, para resaltarnos el fondo de los planos, que a veces es tan importante como lo que hay en primer plano.
El director prefiere confrontar a todos sus personajes en un mismo plano, en detrimento del clásico plano y contraplano, y ese recurso le sirve eficazmente para mostrarnos los conflictos entre ellos.
Todo en los vestuarios y decorados, ayudan a contar la historia.
De nuevo, Wyler demuestra la fuerza de unas escaleras bien empleadas, así como la iluminación.
Cada una de las habitaciones que aparecen, del vestuario y los peinados, explican la evolución de cada uno de los personajes.
La atmósfera de The Heiress, es a veces claustrofóbica.
Nada sobra, ni nada falta, para zambullirnos en una catarata de sensaciones y sentimientos.
The Heiress toca temas tan dispares, como son el amor idealizado, la diferencia de clases, el honor, la desconfianza, el desprecio hacia lo mediocre, la traición, la incapacidad de amar, los recuerdos obsesivos, los prejuicios de clase, el engaño, etc.
Pero lo mejor, es la evolución, excelentemente llevada con buen pulso por Wyler, que experimenta el personaje interpretado por una ENORME Olivia De Havilland, una mujer excesivamente inocente, y fácil de manejar, que con el tiempo, se dará cuenta del desprecio y la burla que ha ido padeciendo a lo largo de los años, por parte de su exigente y perfeccionista padre, lo que la convertirá en una mujer fría, cruel, y segura de sí misma, que no se rebajará ante nada, ni nadie.
Los bellos diálogos, el montaje de Leo Tover, y la música de Aaron Copland, contribuyen a dar mayor esplendor a un filme inolvidable e imperecedero, que de lo único que puede pecar, es de un excesivo romanticismo que puede llegar a empalagar, aunque en su conjunto, esto no tenga la más mínima importancia, recordemos que es un film de época.
Bajo fachadas sobrias y tiempos serenos, William Wyler nos lleva a una exploración impúdica de esa sociedad, repleta de buenas maneras, pero con sus entrañas llenas de diablos.
La acción tiene lugar en New York City y París, en 1850, con un epílogo posterior.
Catherine Sloper (Olivia de Havilland), es la única hija del acaudalado cirujano Austin Sloper (Ralph Richardson), y que está ya, prácticamente condenada a la soltería de por vida, debido a su tímida personalidad, y la ausencia de talentos o cualidades, que le permitan atraer a algún joven.
Repentinamente, conoce al atractivo y cortés, Morris Townsend (Montgomery Clift), que la va cortejando, hasta pedirle la mano en matrimonio, en tan sólo pocos días de conocerse.
Catherine se siente más feliz que nunca, pero pronto se encontrará con un problema:
Su padre se opone tajantemente a la boda, porque sospecha que el señor Townsend no está interesado en su hija, sino en la fabulosa herencia de $30.000 al año que recibirá cuando él muera.
¿Cuánto más atroz, es el maltrato psicológico que el maltrato físico?
Una palmada o una azotaina, quizás deje huellas en el cuerpo, pero pocas veces te carcome el alma.
En cambio, aquella punzada constante del:
“No sirves para nada”, “Eres incapaz”, “Este nació imbécil”, “No te pareces ni poquito a…”, “Deberías ser como…”… va desmoronando el alma, y pronto llega ese maldito momento, en que te crees plenamente que:
“En realidad, careces de valor alguno”
Entonces, te vuelves rebelde o pusilánime, lleno de odio, o de temor, agresivo o completamente sumiso... pero, de una manera o de otra, te cobrarás el daño que te han hecho.
Pero, siempre se está a tiempo de despertar, de abrir los ojos y de darse cuenta.
Siempre hay ocasión de comprender que, quienes te maltrataban, no sabían lo que hacían…
Quizás recibieron de lo mismo, y lo devolvieron por instinto; de pronto, querían decir otra cosa, pero no sabían expresarlo, y generalizaban lo particular; o quizás, como el Dr. Sloper, perdieron a alguien muy importante para ellos, y anhelan infructuosamente, que haya otro ser muy semejante a aquel a quien ahora añoran.
Katherine Sloper, no se parece en nada a su madre, quien era rubia, entusiasta, y de excelente gusto.
Y, tras haber fallecido ésta, el padre se cobra con su hija, el dolor de la pérdida que no consigue sanar.
El Dr. Sloper es un eminente cirujano, un hombre brillante y perspicaz, y más por apego al dinero, que por amor a su hija, huele a kilómetros quien está tras ella en busca de su dote.
Y así ocurre cuando, con el deseo de pretender a la heredera Katherine, entra en escena Morris Townsend, un joven bastante atractivo, bien hablado, y de buenas maneras, quien de inmediato pone a la defensiva al avisado médico.
Comienza entonces, un duelo de intereses, donde la joven pareciera un conejillo entre 2 fuegos, hasta que quizás todo esto le sirva para lo que más requiere todo ser humano:
¿La toma de Conciencia?
The Heiress retrata la sociedad acomodada de New York, de mediados del siglo XIX, capaz de ocultar bajo la apariencia de formas impecables, sentimientos tempestuosos, y obsesiones patológicas.
Exhibe una buena construcción de caracteres, que acompaña de un brillante vigor narrativo.
Analiza los estados de ánimo de los protagonistas, y su evolución a lo largo del tiempo.
Deja planteados interrogantes, que el espectador ha de resolver, según su interpretación de los hechos.
El factor que desencadena y alimenta el drama, viene dado por una relación padre/hija, condicionada por la muerte de la madre en el parto, la idealización de la esposa perdida, y la obsesiva comparación de la hija con el recuerdo de la esposa.
“I think, Doctor, that you expect too much of people.
If you do you'll always be disappointed”
El gran acierto del guión creo que es la forma como perfila a cada personaje:
El severo y rígido Dr. Sloper que sin duda muestra cariño a su hija, pero al mismo tiempo, siente cierto desprecio porque ella no se parece a su madre, a la que tiene tan idealizada que, como dice su hermana Lavinia (Miriam Hopkins), casi resulta irreconocible tal y como la describe; la inocencia e incluso estupidez de la pobre Catherine; el encanto natural de Morris, que es de esas personas que son tan amables y educadas, que uno llega a desconfiar de ellas, y la algo atolondrada Lavinia haciendo de “Celestina”
De hecho, uno de los mejores aspectos de The Heiress, es el personaje de Morris, puesto que nunca llegamos a estar seguros del todo, sobre si realmente busca su dinero.
Es tan sumamente encantador y dulce con ella, que cuesta creer que sea tan buen mentiroso, pero todo nos apunta hacia ello.
Sin embargo, Wyler insistió mucho en no darlo nunca a entender de forma directa, el convertirlo en un personaje ambiguo, y no un simple estereotipo, y eso lo hace más creíble y enriquece The Heiress.
Sólo hay un par de momentos, en que realmente confirmamos esta sospecha:
Cuando ella le propone casarse en secreto, y le advierte que en tal caso, perderá la herencia de su padre:
La cara de él, expresa su decepción.
Y cuando, años después de haberla abandonado, y estando su padre muerto, supongo, vuelve a pedirle en matrimonio por segunda vez, y mientras ella va a buscarle un regalo, él se pasea por la mansión contemplando todo, sin duda pensando en lo que va a ganar con esta unión...
Sin embargo, el personaje sobre el que se construye en buena parte The Heiress es, claro está, Catherine.
A través de este drama, observaremos la madurez de Catherine, de cómo pasa de ser una joven inocente, tímida, insegura, y torpe; a una mujer consciente de su situación, dura e implacable.
Su padre, sabiendo que su hija va a echar a perder su vida con un caza fortunas, no puede evitar echarle en cara lo que es en realidad:
Una joven poco agraciada, no muy inteligente y aburrida, que no podría interesar a alguien como Morris.
A esta decepción, le seguirá otra, la de ser abandonada por Morris.
Después de estos 2 golpes propinados por los 2 hombres de su vida, Catherine madurará repentinamente, convertida en una mujer dura, vengativa, y cruel, que le niega consuelo a su padre en su lecho de muerte, y que se vengará fríamente del hombre que la engañó, y al que seguramente aún ama.
De hecho, lo curioso de Catherine, es que después de saber que su padre tenía razón, sigue odiándole por haber provocado indirectamente la pérdida de Morris.
Desde su punto de vista, prefiere vivir engañada con Morris, aún cuando éste la quiera solo por el dinero.
Es decir, en lugar de caer en el tópico de que, tras descubrir la verdad, Catherine se olvide de Morris, y abrace a su padre, Wyler nos propone algo mucho más enfermizo y realista:
Aunque sabe que es un farsante, ella sigue enamorada de él, y deseando volver a sus brazos, puesto que no puede eliminar ese sentimiento de forma tan rápida.
“Yes, I can be very cruel.
I have been taught by masters”
The Heiress es fundamentalmente una película de actores, es decir, en la que el peso no lo lleva tanto el argumento, sino las interpretaciones de los actores, y aquí esto lo bordan.
Son 4 las piezas que remueven, hacen evolucionar una historia, y que te hacen volar por un caudal de sentimientos encontrados:
Olivia de Havilland simplemente hace el papel de su vida.
En la primera parte, ella transmite esa inocencia, casi estupidez, y esa torpeza de una forma perfecta, para luego pasar a convertirse en un personaje frío e implacable, de forma totalmente creíble.
Olivia de Havilland es Catherine Sloper, una mujer que será heredera de una gran fortuna, pero que no tiene éxito en un mundo de apariencias y relaciones.
Abocada, sin remedio, a convertirse en mujer sin pretendiente, con futuro en soledad.
Catherine es educada, cultivada, tranquila, dulce, inocente, tímida, insegura y sumisa.
Su personalidad e identidad, es continuamente anulada por un padre déspota, que vive con el recuerdo idealizado de su mujer muerta.
El doctor ve todo lo negativo en su hija, y se lo muestra día a día, la ve con un físico, una personalidad, y una inteligencia, que jamás supera al retrato que él tiene en mente de la madre.
Constantemente, además de mostrarse en exceso protector, hace ver a su hija que no vale nada, y se convierte en figura dominadora, que hace que Catherine luche de manera inconsciente, continuamente porque la acepte.
Dos golpes fuertes serán suficientes para que Catherine abra los ojos, y se convierta en dueña de sí misma, abandone la inocencia y la sumisión, y se convierta en mujer de personalidad arrolladora, que elija conscientemente, el camino a la soledad… pero siendo siempre ella misma.
Olivia de Havilland muestra una metamorfosis, que no por sutil es menos sorprendente.
Y no se trata de una transformación física.
Es otro tipo de modificación que se advierte en la diferencia, respecto a cómo avanza el personaje, en la postura, en los gestos, en la forma de hablar y de mirar, en la expresión del rostro.
Es la diferencia entre una mujer tímida, asustadiza, insegura, e ingenua, y otra muy distinta, radicalmente distinta, que sale del huevo en el que había crecido ciega.
Reconozco una interpretación pasmosa en cuanto la veo, y puedo afirmar que la Catherine Sloper de Olivia de Havilland, es uno de los roles femeninos más inolvidables de la historia de El Séptimo Arte, situado al nivel de otras estrellas de la época.
Olivia consigue, durante buena parte del desarrollo del drama, que la creamos una criatura corriente, una mosca muerta, nada de la hermosura y del glamur que derrama en otras películas.
Y cómo logra después que la veamos de otro modo, pero es extraño, porque exteriormente sigue siendo la misma.
Y al mismo tiempo no lo es.
Tal vez porque ha madurado, tal y como las circunstancias la han obligado a madurar.
Un joven descubrimiento en aquellos años, el sensible Montgomery Clift, encarna a un personaje lleno de matices, el atractivo Morris Townsend.
Un galán hermoso pero siempre ambiguo.
Durante todo el rodaje, dudamos de sus intenciones.
Es un personaje fruto de la época victoriana; tiene toda la preparación, el encanto, y el conocimiento de las reglas del juego para ser un hombre elegante, ambicioso y rico, con una buena posición social… sin embargo, le falta el dinero.
En su camino, se cruza la tímida Catherine, y siempre dudamos si la ama como persona, o tan sólo es un caza fortunas que ama su dinero.
Montgomery Clift es el actor perfecto para encarnar a Morris, ya que sabe transmitir esa ambigüedad tan necesaria para el personaje; el galán en estado puro, guapo, atractivo, educado, y simpático, aspirante a “bon vivant”, pero sin posibles para dar rienda suelta a tales aspiraciones.
Clift nos conquista a todos.
Es tal su poder de atracción, la seducción que realiza en la pantalla, que pasamos del odio a la pena en una misma secuencia; aunque a la vez, mantiene un halo de misterio, de ambigüedad en la que no queda del todo clara, ni su verdad ni su traición.
En cuanto a Ralph Richardson, es junto a Olivia de Havilland, el gran ganador de la función.
Hace el personaje totalmente suyo, transmitiendo ese cariño y, al mismo tiempo, desprecio a su hija, presente en sus diálogos tan lapidarios:
“¿Qué es lo que tienes tú que no tengan otras jóvenes, aparte de un montón de dinero?”
Es un hombre duro, inflexible, y capaz de una crueldad sin límites para con su hija.
La quiere y la destroza cada minuto de su vida.
Déspota sin remedio, siempre se ocupa de que su hija se sienta inferior, y ser él el que guíe los hilos que mueven las acciones de ella, como si fuera una marioneta.
El rostro tremendo, que pagará caro su comportamiento, de Ralph Richardson hace que su personaje, finalmente, nos conmueva o lo odiemos, y nos haga comprenderle o no, todo por la ambigüedad del personaje de Clift, porque nunca sabremos cual es la verdad.
Pero el doctor tiene un grave problema:
Era alegre, vivaz, feliz, casado con una mujer de personalidad arrolladora, inteligente, y sobretodo extremadamente bella.
Pero una vez que se quedó embarazada, todo fueron buenas nuevas, la pareja colmaría su total felicidad, excepto por un acontecimiento muy dramático.
La madre muere durante el parto.
De ahora en adelante, y por el resto de sus días, el doctor mirará a la pequeña, como la causa de su infelicidad, haciendo comparaciones odiosas con su esposa, donde siempre sale perdedora su hija.
De este modo, Catherine crece con muchos complejos de inferioridad, no se ve hermosa, mucho menos inteligente, y su personalidad brilla por su ausencia, y por ser la marioneta de su padre.
El Dr. Austin es un hombre complejo, su maldad no nace del deseo de realizarla, egoísta, dictatorial, incapaz de amar, pues aún está anclado en un amor muerto, su esposa, que gravita por toda The Heiress como un fantasma desafiante.
Tampoco, cabe olvidar a Miriam Hopkins como Lavinia, esa “Celestina” que aún al final, cree que lo mejor para Catherine es estar con Morris, resulta un personaje curioso, puesto que sabe perfectamente que él la quiere por dinero, pero aún así, cree que su sobrina debería casarse con él.
Ella es una mujer que conoce totalmente, el mundo de las relaciones y las reglas del juego… y sabe jugarlas como nadie; e intenta enseñar a Catherine, que pasando por el mundo de las apariencias, se puede conseguir cierta libertad.
Su personaje, aunque parece a primera vista simple, tiene una riqueza de matices que descubren un increíble retrato de mujer.
No hay duda, para quien esto escribe, que la atractiva tía conoce perfectamente al joven Morris, y que si hubiera tenido menos años, hubiera jugado sus cartas para que permaneciera  a su lado; es decir, puede ser que en la ausencia de los Sloper (Catherine y su padre) haya sucedido algo, recordemos que la tía llevaba luto por la pérdida de su esposo, y después de que los Sloper regresan de Europa, ya no vestía con tal rigidez, lo que nos hace pensar en las intenciones de Morris, además de que ella siempre estuvo más al corriente sobre la vida de él, etc.
Lavinia es una tía que, consciente de lo fugaz de los placeres de la carne, no en balde, hace muy poco que ella se vio privada de los mismos, y aún pena tozudamente por tal circunstancia, quiere llevarla en volandas en pos de ellos, y los recelos de un padre que, curtido en la vida social, y buen conocedor de los entresijos de la triste condición humana, sabe lo que cabe esperar de una partida tan desigual, y desconfía totalmente, de las reales intenciones del pretendiente.
Otro gran personaje, es la escalera, ya que es mucho más que un elemento decorativo, es un camino hacia la derrota y el abandono, es como si al subir sus peldaños, se perdiera un tiempo fugaz de nuestra vida, hasta que la luz de la lámpara se apaga.
No lo dice The Heiress, pero algunos indicios apuntan, a que el padre en el fondo de su ánimo, culpabiliza a la hija de la muerte de la madre, y cree que el valor de las personas se mide por los ceros de su cuenta bancaria, tampoco es que hayamos cambiado mucho en ese sentido.
Escenas… desgarradoras:
El crudo y amargo tránsito de la cándida inocencia, representada por los bordados, a una madurez fría y dura, la paternidad bienintencionada, pero retorcida y pervertida por el recuerdo, y la comparación entre la madre, que ya no está, y la hija que ha quedado en su lugar, y el evidente oportunismo disfrazado de encanto y dulces palabras de amor.
El final es de los que no se olvidan fácilmente:
El lento ascenso de las escaleras, con sabor a triunfo, dejando a Morris aporreando la puerta, es IMPAGABLE.
Lo que Catherine hereda no es dinero, es una lección de frialdad.
Por otro lado, The Heiress es una de las escasas incursiones del maestro Aaron Copland en el mundo del cine, cerca de una decena.
The Heiress es una película victoriana de William Wyler que se benefició de la sugerente y clasicista composición de Copland, quien a través de su estilo americano, realizó todo un “tour de forcé” clasicista, bastante alejado, no obstante, de la moda de la época en Hollywood, inspirada en el carácter enfático, impuesto por autores como Max Steiner o Alfred Newman.
Para Copland la música de cine no debía ser demasiado retórica, sino más bien sutil, algo evidente en este score de temática con fachada apasionada, pero fondo conmovedoramente trágico.
Curiosamente, la tonada más repetida, es la que me trae a la memoria “Can’t Help Falling In Love” de Elvis Presley, en 1961.
“Only I know what I lost when she died and what I got in her place”
The Heiress es uno de los ejemplos, de que el dinero no da la felicidad.
William Wyler nos muestra, lo que sin duda es una de esas historias de amor, envueltas en una sociedad de engaños, dinero, y posición social.
Una película de época, que nunca conocerá la caducidad; ya que la podemos interpretar desde muchos puntos de vista actuales.
Por muy vista que la tengas, siempre sucumbes a su narrativa.
En pocas películas de Hollywood, los sentimientos se han mostrado de una forma tan magistral y tan cruda; retrata perfectamente las acciones y reacciones de una mujer, completamente enamorada de un hombre.
Disfrutar hoy del sufrimiento que nos proporciona, casi 60 años después de su realización, demuestra bien lo imperecedero de ciertos sentimientos... y de ciertas formas entender el cine, tanto a la hora de hacerlo, como de verlo.
The Heiress es, posiblemente, una de las mejores películas de desamor rodada nunca; con un trasfondo repleto de hiel, sobre el despertar de una mujer, a la que han estado inculcándole cada día, que no tiene más virtud ni atractivo que su dinero.
Es una crítica al oportunismo, al veneno de la riqueza, un bofetón a la hipocresía, a la obsesión por buscar en ese ser lastimado, lo que pensamos que debería ser, y no lo que es, a la destrucción de las almas que eran íntegras.
Un trago muy amargo, un brebaje disfrazado de sabor agridulce, que tiene la textura de las lágrimas, de los corazones rotos, y de la ponzoña de los dólares, que convierte en piedra cuanto toca.
Y es que, uno de los mayores crímenes del mundo, es robar los sueños a otro ser humano.

“He's grown greedier over the years.
Before he only wanted my money; now he wants my love as well.
Well, he came to the wrong house, and he came twice.
I shall see that he does not come a third time”



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