Mildred Pierce

“Personally, Veda's convinced me that alligators have the right idea.
They eat their Young”

No hay duda de que los padres aman a sus hijos, y quieren que tengan todo lo que a ellos les faltó.
Sin embargo, eso tiene un precio.
Muchos padres bien intencionados, terminaron malcriando a sus hijos a tal punto, que los niños ni siquiera, están contentos con todo lo que tienen.
Como consecuencia, nunca estén satisfechos y siempre quieran más.
Lo que necesitan no es otra “chuchería”, sino que sus padres les dediquen tiempo.
Cuando no hay límites claros en la crianza, los padres suelen ser permisivos.
Hay varias tácticas infalibles para tirarse en los hijos.
Por ejemplo:
Déjese embarazar sin amor, así, usted dará muy poco, pues, nada se hace con verdadera alegría, mientras no sea el gusto pleno el que nos anime.
Después, no se capacite para ser padre o madre, y dedíquese a repetir las mismas barbaridades que sus padres hicieron con usted, así, generación tras de-generación, sus hijos serán cada vez peores.
Luego, oblíguelos a hacer todo lo que usted quiera que hagan, de esta manera, ellos no conseguirán autodefinirse, y serán unos idiotas que harán siempre lo que otros les digan.
Además, sea indiferente.
No converse y sólo cantaletee.
Olvídese de los halagos y caricias.
Sea moralmente indigno…
Y hay otra manera segura de tirarse en los hijos:
Concédales todo:
¡Absolutamente todo lo que deseen!
“No quiero que ellos carezcan de lo que yo carecí”
“Quiero complacerlos hasta que me muera”
“Mientras yo pueda, jamás les negaré nada”...
Con frases “conmovedoras” como estas, y con acciones fieles a estas palabras… usted tendrá hijos sin resistencia al fracaso, convencidos de que todo les es debido, incapaces de buscar la autonomía, agresivos el día que por fuerza mayor se les niegue algo, e incapaces de valorar a sus padres por algo diferente a las cosas materiales que estos les proporcionan.
Los padres permisivos son pocos exigentes con los hijos, no tienen un esquema estructurado de disciplina, basado en reglas y normas, no existen horarios, ceden a todas las peticiones de los pequeños, y tanto es así, que ellos terminan haciendo las obligaciones del menor.
Acompañado esto de un exceso de desatención de los padres en las responsabilidades básicas de la formación de sus hijos, prefieren proveerle todo lo que piden, que enseñarle la importancia de las cosas.
La existencia de un alto grado de afecto y comunicación, entre padres e hijos, debe ser lo ideal, pero si en dicha relación prevalece la ausencia de control, por parte de los padres sobre sus hijos, tiene sus consecuencias, siendo una de las principales, el hecho de que los hijos no conozcan el valor de las cosas, ni el esfuerzo que hacen los padres para tratar de complacerlos, pues los hijos llegan a considerar que todo se lo merecen.
Estos, los hijos, cuando lleguen a ser adultos, tendrán dificultad para asumir responsabilidades elementales en la sociedad, tanto en el nivel laboral, como educativo, pueden desarrollar conductas inapropiadas, como el poco control de sus impulsos, ya que consideran que todo se lo merecen; y podrían presentar comportamientos cargados de indisciplina hacia cualquier figura de autoridad, baja tolerancia al respeto hacia los demás, etc.
Hacer un plan de crianza donde existan normas, reglas, valores, disciplina, y sobre todo, donde nunca falte el amor, es la meta que todos los padres deben trazarse.
Esto se logra con una buena comunicación entre la pareja, y entre padres e hijos.
Los padres no deben actuar por separado.
Las decisiones deben ser tomadas por ambos, pues la responsabilidad de llevar a la sociedad adultos funcionales y felices, o futuros inadaptados sociales, es una cuestión de 2.
Hay que recordar, que los adultos exitosos, tienen padres que se comprometieron en su desarrollo físico y emocional.
En la historia como en el cine, acaba de terminar La Segunda Guerra Mundial; y durante este tiempo, ante la ausencia del hombre en casa, muchas mujeres han salido del ámbito privado, y se han puesto a trabajar, y además lo han hecho muy bien.
Pero la guerra termina, los hombres regresan, faltan puestos de trabajo, van a llegar los 50s, y la familia perfecta de nuevo es el marido que trabaja y la mujer al ámbito privado.
El melodrama por tanto, era así de simple y efectivo.
¿Por qué es un género que antes funcionaba, y que sin embargo, debió haber muerto hace ya bastantes décadas?
En cierta ocasión, leí que el cine clásico hollywoodiense, representaba lo que podríamos denominar, en términos cinematográficos, “narrativa fuerte” o lo que es lo mismo:
Una narrativa caracterizada por la enorme repercusión de las acciones, llevadas a cabo por una serie de personajes muy concretos que son lo que hacen.
Por unos personajes, en definitiva, que lo que hacen, conduce la historia en una dirección determinada.
El melodrama clásico no nos daba sólo una historia...
Nos daba cine.
“My mother, a waitress”
Mildred Pierce es una película dramática, de cine negro, dirigida por Michael Curtiz.
Protagonizada por Joan Crawford, Jack Carson, Ann Blyth, Zachary Scott, Eve Arden, Bruce Bennett, Veda Ann Borg, George Tobias, entre otros.
Basada en la novela homónima de James M. Cain, y escrita en 1941, por Ranald MacDougall y Catherine Turney.
Mildred Pierce ganó un Oscar a la Mejor Actriz de 1945 para la ENORME y legendaria Joan Crawford.
Y obtuvo 5 nominaciones:
Mejor película, actrices secundarias (Eve Arden y Ann Blyth), Guión y Fotografía.
Mildred Pierce es la primera película de Joan Crawford al servicio de la Warner Bros., tras la finalización del contrato con la MGM.
Curtiz pone en pie, una película con aires de cine negro, mezclado con lluvia de melodrama, creando así, una obra muy especial.
Adaptado de la novela de James Cain, el relato acaba siendo un extraño híbrido contado a manera de relato narrativo, a partir de flashbacks, ubicado entre el “film noir policial” reconocible en la fotografía ensombrecida y en los planos agudos, y el melodrama familiar con los elementos más puros, que a este caracterizan.
Y es que Mildred Pierce es de esas películas apasionantes, que ofrece diversas lecturas; todas interesantes, con el espíritu de 1945; una América de luces y sombras, de final de guerra, de tiempos duros, de etapa ideal para cine negro, y para plantear otros temas subyacentes.
Si bien la trama resulta más o menos previsible, se solventa al dividir la atención del espectador, entre el drama familiar y los toques de cine negro, toda Mildred Pierce es la retrospectiva de un asesinato.
Sin embargo, hay una tensión más tangible en el proceso de destrucción de la hija hacia la madre, que en la resolución del crimen que sirve de punto de partida a la narración.
Resulta casi pavoroso, ver a la robusta Joan Crawford, reducida a la indefensión más absoluta, ante las demandas de su delicada hija, bajo toda esta historia, reside una relectura de lo más inquietante, en torno a los instintos maternales mal entendidos.
Y como es una historia negra y melodramática, tuvieron que vérselas con el Código de Hays; recordar que la trama tuvo que ser dulcificada en lo referente a Veda y su padrastro, ya que el incesto estaba rigurosamente prohibido mostrarlo en el cine; y también como su protagonista es una mujer, sirvió para sacar de las cenizas, a una estrella que en aquellos momentos necesitaba un éxito para dejar de ser veneno para las taquillas.
Así, Mildred Pierce resultó el renacimiento de Joan Crawford, que se convirtió en ilustre e imprescindible estrella con 40 años, momento delicado para muchas actrices de la época, y desgraciadamente ahora también.
Mildred Pierce será recordada por ser una gran película de la época, pero sobre todo, por 2 motivos:
Fue la primera película de su clase, que se despojó de la visión masculina de aquellos años, y se animo a tratar una historia feminista, desde el punto de vista de una mujer, acerca de una relación prohibida, y una traición filial, que la atrapa en su propio laberinto moral.
Mildred Pierce es un misterio de asesinato clásico, una elegante película de cine negro, narrado desde el punto de vista de una mujer.
Un melodrama que yo pienso, trastocó los ideales de la devoción materna americana, que por aquella época existía, porque encontrar un personaje femenino como este, de madre y esposa, y ver cómo se va transformando de ser una persona sencilla, y de aparente vida feliz, se vaya convirtiendo poco a poco, en una mujer dura, fría y sin escrúpulos, y al mismo tiempo, en toda una próspera dueña de una cadena de restaurantes, con el solo fin de satisfacer las exigencias de su hija, hasta con un crimen pasional por medio; la verdad es que es demasiado para los tiempos que corrían por aquel entonces.
Todo lo que la hija desea, su madre se lo da.
Incluso si debe poner fin a su matrimonio de clase media, intentar ascender en un mundo empresarial dominado por los hombres, y casarse con un hombre rico a quien no ama.
“Haré cualquier cosa”, afirma Mildred Pierce, cuando explica el amor que siente por su hija.
¿Pero cualquier cosa incluye el asesinato?
La acción tiene lugar en Santa Mónica, California, entre 1940 y 1944; y narra la historia de Mildred Pierce Beragon (Joan Crawford), quien es una madre de clase media, de 30 años, que intenta a cualquier precio, subir en el escalafón social con su familia, durante La Gran Depresión económica.
Desesperada, con su marido Albert “Bert” Pierce (Bruce Bennett) desempleado y perezoso, y preocupada por sus descendientes ganancias, se separa de él, y sale con sus 2 hijas, Veda (Ann Blyth) y Kay (Jo Ann Marlowe) a buscarse la vida.
Tras mucho buscar en la lista del paro, por fin encuentra un trabajo como camarera, aunque sienta que no es acorde con su posición social, por lo menos la que ella desea, por lo que se lo esconde a su orgullosa hija mayor Veda.
Entre tanto, su ex-marido le confiesa que la engañaba, y su hija menor, Ray, muere de neumonía.
Veda está encantada con su nueva posición económica, lo que no le impide humillar a su madre, cuando descubre que es camarera.
Sin embargo, sigue demandando cada vez más dinero para llevar su tren de vida, así que Mildred se ve obligada a comprar, con un acuerdo flexible de plazos, un local cuyo propietario es Monte Beragon (Zachary Scott), un empobrecido noble de origen español, que se enamora de Mildred, o eso parece.
Con ayuda de un inmobiliario amigo, Wally Fay (Jack Carson) y de Ida Corwin (Eve Arden) una amiga camarera, el negocio es un éxito, y su nivel de vida sube extraordinariamente.
Con el tiempo, Mildred se casa con Monte, y su vida parece ir viento en popa.
Pero poco después, su hija Veda le confiesa que desprecia su trabajo, y que Monte realmente la quiere a ella.
Su madre la echa de su casa; y Mildred se decide a dar un viaje de varios meses, y cuando vuelve, descubre que su hija está trabajando como bailarina/cantante, por no decir vedette, en un vodevil.
Su amor por ella, hace que rescatarla, aun sacrificando su propia felicidad.
Y es en este punto, cuando comienza el lío de la trama:
Veda le pide a Monte que abandone a su madre, y que se vaya con ella, pero él la dice, que ella era sólo un entretenimiento, y en un ataque de furia lo mata.
Veda pide ayuda a su madre, que de nuevo interpone la felicidad de su hija, a la suya propia, y engaña al bueno de Wally, para que sea acusado del asesinato.
Cuando la llaman a declarar, cuenta su historia en forma de “flashback” y tras un buen rato, consiguen que confiese.
Ya liberada de su hija, su primer marido, Bert, a pesar de haberse casado con otra, con la que engañaba a Mildred, y que fue la que se ocupó de Kay cuando murió de neumonía; viene a buscarla.
Mildred Pierce es la historia de una compleja relación entre madre e hija, que se autodestruyen la una a la otra.
Como reviviendo el mito de Medea; la relación entre ambas es enfermiza desde un primer momento.
Además, Veda, la hija tiene cara de ángel, y todos los ingredientes de una “femme fatale” que reparte desgracia allá por donde pasa, y con todo aquel con el que se relaciona.
Inolvidable la escena de la escalera; vaya las escaleras en el cine, donde Veda humilla a la madre, hasta extremos impensables, y la abofetea…
Así, Mildred Pierce acopia la mayoría de los rasgos propios del cine negro:
Ambiente denso, dualidad, personajes conducidos hacia un final trágico, retrato de una sociedad corrupta, y afectada por la todavía reciente, Segunda Guerra Mundial.
Mildred Pierce crítica el estereotipo de vida que siguen los jóvenes de las clases altas, y deja a los personajes masculinos, no muy bien parados por lo general.
El reparto encabezado por la mítica Joan Crawford, lleva a cabo un excelente trabajo, y en especial Ann Blyth, que se mete de lleno en su papel de joven caprichosa y malcriada.
“With this money I can get away from you.
From you and your chickens and your pies and your kitchens and everything that smells of grease.
I can get away from this shack with its cheap furniture.
And this town and its dollar days, and its women that wear uniforms and its men that wear overalls”
Como dato, más que curioso, y morboso, tras la muerte de Joan Crawford, protagonista de este poderoso melodrama negro; su hija adoptiva Christine Crawford, publicó unas memorias de infancia, en las que pintaba a la famosa y legendaria actriz, como una psicópata maltratadora, enloquecida por la incapacidad de tener hijos propios, y que convirtió la vida de sus retoños adoptados, en un auténtico infierno.
Fueran o no ciertas estas aseveraciones, curiosamente el libro se publicó después de conocerse, que la actriz había desheredado a Christine, y a otro de sus hijos que también corroboró los maltratos; lo cierto es que Mildred Pierce parece una anticipo cruel e irónico, de lo que había de suceder en el futuro, puesto que narra la relación destructiva que se establece entre una sufrida madre y su devoradora, egoísta, y sanguijuela hija.
Un melodramón que exprime al máximo, el duelo entre la madura Crawford, y la perversa muñequita Ann Blyth.
Pero la Crawford bordó su papel, que por cierto tenía muchas connotaciones autobiográficas, ya que también fue camarera y vendedora; de forma digna y ejemplar.
Dejando sin lugar a las críticas que la tildaban como una actriz fría e inexpresiva, un peso que acarreó siempre, la Crawford consigue así, revalidar su credencial de estrella y diva absoluta, a una edad donde ya los productores de Hollywood comienzan el descarte.
Curtiz, pionero de la primera época de las producciones de la Warner Bros.; hace que Crawford, quien ya había acabado su larga relación con la MGM, luzca glamorosa e inquietante, y su personaje se cubre de misterio desde su inicial insinuación, como una típica “femme fatale”, pasando por su estereotipo de madre luchadora y sacrificada, hasta llegar a un desenlace trágico, donde se devela la intriga.
El personaje de Mildred podría ser uno de estos:
Es una mujer perfecta, la mires por donde la mires, que si peca de algo es de amar demasiado a su hija.
¿Qué monstruo le podría reprochar algo así?
Su hija que es el mismo Satán, y ella que se deja la piel para que la niña tenga vestidos caros, y un coche caro, y una casa con muebles de lujo.
Pobre Mildred, es tan fuerte, independiente, luchadora, tan generosa, y sólo obtiene malas caras.
Crawford, podríamos decir, que es el arquetipo femenino de un perdedor, una mujer que sufre un efecto contradictorio en la vida, ya que por una parte, su vida profesional va estupendamente, pero la vida privada y personal, es una constante tortura para ella.
Es una mujer que es demasiado buena, que da demasiados caprichos a su consentida y caprichosa hija Veda.
Ann Blyth por su parte, se impone como la gran revelación de Mildred Pierce, quizás más por el personaje, al que terminas odiando sin ningún sentimiento de culpa, que por sus dotes interpretativas; como una hija ingrata, hermosa pero a la vez repugnante, y lo logra con tanto éxito, que uno desea atravesar la pantalla y golpearla.
Y junto a ellas, que llevan el peso de Mildred Pierce, un elenco de caras conocidas como Jack Carson, y una Eve Arden inolvidable, que exprime su pequeño papel,  consiguiendo hacer que éste aporte una necesaria dosis de energía.
Por otro lado, es una lástima, que el único personaje de color, Lottie (Butterfly McQueen) le corresponda un papel de chica tonta, supuestamente cómico, y siempre de sirvienta, a pesar que la situación económica del hogar mejore.
Muy curioso resultó, la inteligente utilización de los espejos, a lo largo de todo el metraje, como una especie de profecía sobre el destino de los personajes, que irán evolucionando hasta la gran catarsis, momento en el que se producirá una simbiosis perfecta, entre cine negro y melodrama.
El guión como cité, es espléndido y adulto, está al servicio de las damas, por lo que los caracteres masculinos, aunque omnipresentes, se mueven como sombras en una galería tras el fuego cruzado.
De hecho, son muy superiores las escenas protagonizadas por las mujeres, que aquellas en las que salen los actores.
Son impresionantes por ejemplo, los tiras y aflojas madre-hija, pero también la conversación de Mildred con su ayudante Aida, al regresar de unas vacaciones, una indagación curiosa en la cámara blindada de la amistad femenina, esa materia tan maltratada en el cine.
Lo primero que me pregunto tras el visionado, es si la forma de ser de Veda es fruto de su carácter, o si nació “bien”, y se convirtió en un monstruo por los mimos y el amor de una madre permisiva, abnegada, y protectora hasta el infinito y más allá.
Es difícil saberlo:
Ella dice que, precisamente, la mima más, y le presta más atención, porque es la “peor”
Más que amor, eso es claudicación:
Ya que no puedo cambiarte, intentaré protegerte de ti misma, pero:
¿Hasta dónde y hasta cuándo?
No hay respuesta; hasta qué punto, es culpa de su madre, ya que cuando ella se encuentra sola, no se le caen los anillos trabajando, supongo que simplemente en su crueldad y ambición, tan solo buscaba la libertad, liberarse de los acosadores mimos de su progenitora.
Gran ironía, el cómo logra al final dicha libertad, siendo encarcelada.
Me pongo a pensar y a dudar, mi mente maquiavélica de segundas lecturas, que Mildred Pierce pudo ser en realidad un Medea total; recordemos que Mildred Pierce es contada desde el punto de vista, y según la protagonista, seguro pudo ser manipulada la intención, y que la Crawford, en realidad, era un monstruo en el montaje de todo:
Desde el divorcio por su esposo holgazán, una hija con complejos de lesbianismo, una hija bella, rival y competidora; un nuevo esposo aristócrata, un amigo de negocios en bienes raíces exitoso, un empleo soñado hecho con esfuerzo a sabiendas que se puede sacar partido muy bien, debido a los cambios sufridos en la época de la post-guerra…
Algo me dice que hay que revisar, quien es el verdadero monstruo…
La banda sonora de Max Steiner, pos u parte, suena con fuerza, incrementado a las mil maravillas, el carácter dramático del argumento.
“You think just because you made a little money you can get a new hairdo and some expensive clothes and turn yourself into a lady.
But you can't, because you'll never be anything but a common frump whose father lived over a grocery store and whose mother took in washing”
Ingredientes para un coctel molotov:
Hijas odiosas, madres coraje, crímenes pasionales:
¿Necesitamos más?
Mildred Pierce es un interesante largometraje negro; con una profunda reflexión de cómo la mala educación familiar, puede afectar verdaderamente, a la formación de una persona, en este caso una mujer.
Sorprende para bien, el rol que ocupan los personajes femeninos, gobernando sus vidas, inmersas en el mundo laboral, y, por lo general, más fuertes y decididas que los hombres.
En Mildred Pierce vemos:
Una mujer afroamericana que nunca aparece sin un delantal de cocina, como su ropa de trabajo.
Una niña que tiene actitudes “varoniles”, muere de una terrible enfermedad respiratoria.
Una mujer que “osa” divorciarse, es castigada con la “ley” según la cultura patriarcal imperante en unos EEUU de la época de la post guerra.
Una mujer que decide triunfar de forma independiente, en el aspecto laboral, fracasara en varios sentimentales.
Una mujer que decide “sola” su destino, pero finalmente, un hombre será quien cambie su rumbo.
No hay demasiados elementos en Michael Curtiz que “quiebren” un canon; pero Curtiz sabía muy bien, cómo poner en escena, un montón de “realidades” que hoy en día, y dialécticamente hablando, son realidades y sin comillas.
No habrá tenido el valor para romperlas, pero si para mostrarlas.
El cine es llamado “clásico” por varios motivos, pero al menos aquí está, el por demás relevante mensaje que se universaliza, cuando hoy en día, con los ojos post-modernos, miramos estas historias.

“You look down on me, because I work for a living.
Don't you”



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