Dixieland

“Get out while you can”

“White Trash” es el término peyorativo referido a grupos o individuos caucásicos de clase baja, generalmente del sureste de EEUU, considerados carentes de estatus social.
Cabe notar, que es diferente de “redneck”, que son los habitantes rurales del sur, que por trabajar largas jornadas bajo el sol, adquieren una marca distintiva de bronceado en el cuello, generalmente de descendencia escocesa, o irlandesa, orgullosos republicanos; y de “hillbilly”, que son los habitantes de zonas rurales y remotas de la parte montañosa de Alabama, en particular Los Apalaches.
Por otra parte, el “trailer trash” se refiere a los “white trash” que viven en “trailer park”
Todos estos términos, se contradice connotativamente, puede ser tanto peyorativo cuando lo usan los de afuera; o como un término descriptivo, que une a todos los integrantes en un solo “grupo étnico”; pues comparten la característica de la carencia de estatus social, en primer lugar por su pobreza, y falta de sofisticación, apreciable en su forma primitiva de hablar, vestirse, tendencias alcohólicas, en particular el whiskey; y fascinación por escopetas y revólveres.
También comparten descendencia de la clase pobre europea, como convictos, huérfanos, delincuentes y mendigos, que traían para trabajar las plantaciones, de la misma manera que traían a los negros.
Aunque muchas veces, estos términos se usan indistintamente, tienen algunas características particulares, por ejemplo:
Los “hillbilly” hacen referencia al aspecto pobre y no-civilizado de montañeses aislados; los “redneck” a personas rurales del sur, ignorantes y republicanos, es decir separatistas y estereotípicamente racistas.
Todos ellos, por ese estilo de vida asociado al margen de la economía y la misma sociedad, están abocados a la tragedia.
A una tragedia como la clásica, de forma dramática, cuyos personajes se ven enfrentados de manera misteriosa, invencible e inevitable contra el destino.
Y acaban generalmente en la muerte o en la destrucción física, moral, y económica, quien es sacrificado así a esa fuerza que se le impone, y contra la cual se rebela con orgullo insolente; en un intento de transgresión de los límites impuestos por los hombres.
La tragedia “White Trash” está generalmente personificada por la clase baja, que reacciona contra el estatus quo, a través de anti-intelectualismo; consumo de alcohol y comida en grandes cantidades; comportamiento irresponsable, violento y delincuente; homofobia, racismo, y xenofobia.
Y cuando llega el amor, también está abocado a la tragedia.
Solo que el amor feliz, muere de saciedad; y el desgraciado de hambre.
“Sorry for what I did”
Dixieland es un drama, escrito y dirigido por Hank Bedford en el año 2015.
Protagonizado por Chris Zylka, Riley Keough, Faith Hill, RJ Mitte, Brad Carter, Steve Earle, Spencer Lofranco, Pedro Anaya Pérez, Davis Cannada, John Clofine, James W. Evermore, Sergio Figueroa, entre otros.
Dixieland es un film de corte independiente, que supone el debut en la dirección de Hank Bedford, sobre la vida en los márgenes y la delincuencia, de la cual sus protagonistas no encuentran escapatoria, como si estuvieran destinados al fracaso y a la tragedia.
Es una historia de un tipo de gente que en EEUU denominan como “white trash”, pero con la que todo el mundo puede sentirse identificado.
La acción sigue a Kermit (Chris Zylka), un joven e impredecible ex-convicto con mala suerte, que acaba de salir de prisión; y Rachel (Riley Keough), una sexy y apática vecina, con una familia con problemas, se ven atrapados en una espiral descendente de decadencia y amor obsesivo, mientras tratan de hacer todo lo posible para tener una vida mejor en otra ciudad.
Dixieland, es un retrato embriagador de la vida y el amor en los márgenes de la sociedad que se niega a echar mano para ayudar.
Es una película en la que uno bien reflexiona cuando llega un momento en la vida, en el que tienes que decidir:
Si quieres hundirte, o nadar.
Y Dixieland trata precisamente de eso.
“You know who I am?”
Con Dixieland confirmé que las películas que me gustan mucho, son las a menudo son escritas y dirigidas por la misma persona; debido a ese nivel de control y la continuidad, le garantiza el desarrollo de una historia que es fiel a la intención del autor.
Dixieland es una de esas pequeñas joyas, con las que disfruto inmensamente debido al buen trabajo de producción, y actuación, con una trama un tanto impredecible; tan auténtica, que tiene giros y vueltas que yo realmente no esperaba, y que siempre es de agradecer como espectador.
Pues aquí no hay “happy end”, no hay cuento, sino mucha realidad, triste realidad.
Teñido como si se tratase de un documental en ciertas partes, Dixieland lo mezcla añadiendo un profundo drama con interesante candidez, al igual que trabaja los “flashbacks” para contar la historia.
Desde lo técnico, destacan los ángulos utilizados durante el rodaje, los cuales también están muy bien hechos; y se podría pensar, cuando se añaden las entrevistas de la vida real entre los cortes, podrían distraer del impulso dramático, pero ese no es el caso aquí.
Las entrevistas de tipo documental, muy cortos insertos, son intervalos de realidad, que informan el drama que se desarrolla.
Nos da cuenta por fin, de que esas entrevistas son en realidad, la base de Dixieland, historias tan reales que bien podríamos pensar que la película es un “collage” de las situaciones que pasaron los entrevistados, como en la vida misma.
La historia de amor entre los 2 personajes principales, los hermosos Kermit y Rachel, pasa bastante rápido, y eso se le podría achacar a Dixieland, pero bueno, veamos lo buenos que están los actores, el impacto entre ellos, era de esperarse.
Pero eso es lo que pasa en un pequeño pueblo, sean guapos o no.
Es evidente que Kermit tiene un gran corazón, y quiere hacer lo correcto, pero con no su situación actual, de su historia pasada, y el ideal que tiene en mente a futuro, es difícil para él, mantenerse alejado de los problemas.
Lo mejor de Dixieland, sin lugar a dudas es el trabajo de sus 2 protagonistas, los ascendentes:
Chris Zylka y Riley Keough, y secundados por la bella cantante country, Faith Hill.
De Chris Zylka, me alegra sobremanera, que por fin, le hayan dado un papel protagónico fuerte, dramático, donde puede demostrar lo buen actor que es, más allá de su belleza física.
Su personaje, es un “White trash” abocado a la tragedia inevitable.
Tiene momentos hermosos, no por lo físico, que es obvio, sino por la contención, y se nota en los silencios, en las miradas y en la interacción con las otras 2 actrices femeninas:
Riley Keough, resultó ser una de las actrices con más talento; ella fue valiente para jugar su papel de este personaje, en silencio, y con problemas, lo tenía muy difícil; y sale airosa; y la cámara la adora, tanto como Zylka.
Su mirada y su silencio, grita por un cambio, que evite ese futuro horripilante de prostitución y abuso que le espera; sino vean el ejemplo de la vecina:
Arletta.
Véase la mirada final, tan desoladora como bella, que deja en incertidumbres a la esperanza.
Faith Hill como Arletta, fue una gran adición a este elenco.
Ella ha demostrado tener habilidades de actuación; al igual que su marido, el también cantante/actor, Tim McGraw.
Como dato curioso, Faith Hill es originaria de esa zona de Mississippi, y parece que este papel podría realmente ayudar a relanzar su carrera como actriz.
Así pues, la actuación, la cinematografía y la música, se unen artísticamente en Dixieland, lo que resulta en una autenticidad, que me ha dejado pensando en la gente de la vida real, atrapada en un lamentable círculo de pobreza, drogas, y delincuencia.
Además, hacer notar que Dixieland trata muy bien, una situación que muchos ex convictos viven una vez liberados de la prisión.
Es un hecho que Kermit lo pasó muy mal en la cárcel, las pocas imágenes lo demuestran, aunque sea a través del diálogo, nos damos cuenta que la única salida para no volver a la cárcel, es el suicidio.
“For the first time I feel like someone needs me”
La frase atribuida a Hemingway, en un supuesto diálogo con Scott Fitzgerald, aún podía ser considerada válida:
“La principal diferencia entre los ricos de siempre, y el común de los mortales, es que los primeros tienen más dinero”
La opulencia consumista de las sociedades del norte, la persistente pobreza, y desnutrición en las que vive buena parte de la humanidad, la inestabilidad del sistema económico dominante, el deterioro constante de la calidad de vida, las frecuentes crisis ambientales, la permanente desigualdad económica y ecológica, tanto entre países como entre grupos sociales al interior de los mismos; el despoblamiento de las zonas rurales, el colapso de las urbes, la pérdida de biodiversidad, entre otros fenómenos propios del mundo moderno; llevan algunos autores, a definir la actual situación, como una “crisis mega estructural” que requiere de la reconfiguración radical de todo el modelo civilizado.
Ser un “indigente” es para muchos, la humillación máxima.
Tocar fondo y seguir allí, sin poder alzarse.
Y en Estados Unidos, con una sociedad tan profundamente individualista, y donde el éxito y el valor se expresan en términos de poder de consumo, los “homeless” quedan al final de la lista.
Son los estigmatizados por la derrota, los perdedores irredimibles, los que no estuvieron a la altura.
Y aunque tal categorización tenga implícitas una suerte de engaño colectivo, y una injusticia intrínseca, esos prejuicios y condiciones estructurales, persisten y operan para mantener o arrojar a más personas a las calles.
Muchos, sin esperanza, se resignan a la indigencia, en un estado crónico.
En resumidas cuentas, históricamente, a partir del 22 de noviembre de 1963, las cosas cambiaron demasiado; y para mal, pues dieron paso a la segregación física y cultural, hoy en día prevalente:
La riqueza que obtuvieron los ciudadanos mejor educados y más exitosos, muy inusual en cuanto a cifras para los parámetros de los años 60, les permitió a ellos, flamantes miembros de “la nueva clase alta”, aislarse del resto en barrios que ya no eran accesibles para todos, o casi todos.
Peor aún, la tan humana segregación cognitiva, rodearse de personas que tienen un mismo nivel educacional, y la práctica de la endogamia, pasaron rápidamente a formar parte de las costumbres de vida de la nueva cúpula dirigente.
Por el otro lado, la apertura de colegios de elite, destinados a los mejores alumnos, sea cual fuese su origen, no estuvo acompañada de una democratización socioeconómica de tales establecimientos.
A principios de los años 60, comenzó a desarrollarse algo novedoso:
Una clase baja blanca, que no ya sólo era una franja, sino parte sustancial de lo que anteriormente se conocía por población de clase obrera.
De ahí en adelante, la historia es familiar para nosotros:
Los ricos se hicieron más ricos, los pobres se hicieron más pobres…
El capital social eminentemente estadounidense, que alguna vez distinguió las relaciones entre ciudadanos blancos acaudalados, y sus pares menos afortunados, dejó de ser eso, un espacio de creencias comunes, en el cual, todos se entendían bajo un mismo marco referencial.
El pacto social que habían establecido “Los Padres Fundadores”, al formar una república de características peculiares, como los EEUU, pacto basado en 4 pilares básicos:
Matrimonio, laboriosidad, honestidad, y religiosidad; se había roto, en gran medida, debido a que estas virtudes cardinales ya no eran practicadas por los segmentos más pobres y menos educados de la población blanca:
Los “White trash”
Si la brecha económica entre ciudadanos blancos de clase alta, y ciudadanos blancos de clase baja, continúa creciendo como lo ha hecho en las 5 décadas anteriores, ya podremos dar por muerto, todo aquello que históricamente hizo que Estados Unidos fuese Estados Unidos.
La realidad nos habla, está en las noticias.

“Let’s get out of here, me and you”



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