La Memoria del Agua

“Tememos al silencio sobre todo.
Hay redención en una simple voz.
Sin embargo, el silencio es infinito, y carece de rostro”

Decía la poetisa estadounidense, Emily Dickinson, en su poema 1251.
La idea de la muerte, despertaba en ella sensaciones contradictorias de sufrimiento y liberación; y en sus poemas, se acercaba continuamente, a menudo a través de una religiosidad individual, haciendo referencia a los ritos litúrgicos que la acompañan, e interpretándolos de una forma muy personal.
Así, cuando lees a Emily Dickinson, encuentras miedo y amor, dolor y belleza, tradición y rebeldía, y un universo en el que la vida y la muerte se confunden; pues su poesía es críptica, y entre metáforas, describe realidades con las que, al amparo de un poco de luz, es fácil identificarse.
Teniendo o no hijos, todos sabemos, o imaginamos, que perder a uno de ellos, es uno de los dolores más grandes a los que nos podríamos enfrentar.
Se supone que los padres deberían partir primero, ese es el orden natural de las cosas…
Por lo que no existe una manera única, de hacer una película sobre la pérdida de un hijo, sobre todo una que ocurre a tan temprana edad.
No existe un patrón, ni una receta universal para salir adelante; pero el acompañamiento de la familia, la escucha, y el espacio necesario para llorar la pérdida física, son fundamentales para los padres.
La asistencia profesional, cuando se necesita, ayuda con los sentimientos de culpa, odio, angustia, o temor al olvido...
Porque cuando la vida nos da la espalda, nada parece tener sentido lógico.
Y cuando perdemos a un ser amado, es muy fácil refugiarse en los recuerdos, mientras olvidamos nuestro presente, e incluso, no recordamos quiénes somos o qué hacíamos en el mundo, hasta antes de la pérdida.
Para alguien que lo ha vivido, no le es difícil empatizar con lo arduo de sobrellevar el sufrimiento, o conmoverse cuando una historia intenta exponer desde la intimidad, y con sus propios métodos, el laborioso intento de la vuelta a la normalidad.
La persona, como sujeto e individuo se apaga, se aplaca, cae en una profunda depresión, que ni la mejor terapia te puede rescatar.
Ni doctores, ni pastillas mágicas, ni las amistades, ni siquiera la familia…
Solo las palabras y las demostraciones de buena crianza.
Y es que uno tiende a pensar, que si la tragedia ocurre en una familia conformada por el padre y la madre, ambos se apoyarán, juntos harán más llevadera esa pena, juntos tratarán de cortar esa cadena de acero que los lleva a lo más profundo del abismo, juntos, al menos, intentarán consuelo mirándose a los ojos, sabiendo que no están solos, que se tienen el uno al otro…
¿O no?
La gran pregunta es, a qué puede aferrarse alguien para seguir adelante después de semejante golpe.
Hay otras, como si una pareja puede sobrevivir a esa desaparición, o está condenada a extinguirse...
Hombres y mujeres, no respondemos de la misma manera, ni tenemos las mismas necesidades ante la muerte de un hijo.
“La única salida es el amor”
La Memoria del Agua es un drama chileno, dirigido en 2015 por Matías Bize.
Protagonizado por Elena Anaya, Benjamín Vicuña, Néstor Cantillana, Pablo Cerda, Alba Flores, Sergio Hernández, Silvia Marty, Antonia Zegers, entre otros.
El guión es de Matías Bize y Julio Rojas, sobre el proceso de luto que tiene una pareja al perder un hijo.
“Creo que La Memoria del Agua es mi mejor película, porque en ella rescato todo el aprendizaje que he sacado de mis anteriores largometrajes.
Es un filme más profundo y más emocionante, en el que hemos podido trabajar muchísimo tiempo”, sostuvo el director chileno.
“Fue un trabajo largo, durante el que exploramos, cómo podría reaccionar una pareja que se ama ante una prueba tan dura como ésta.
El nudo era la muerte del hijo, pero podría haber sido cualquier otra adversidad”, afirma el director, aludiendo a la labor que desarrolló con el guionista Julio Rojas.
Según Bize, se trata de un mundo que lo inspira por la proximidad con su propia experiencia:
“La pareja es el mundo que yo conozco, y sobre el que puedo hablar.
Cuando hago una película, siempre me pregunto, qué es lo que me podría pasar a mí, en una situación similar, y a partir de allí empiezo a trabajar”, apuntó.
“La Memoria del Agua no es una historia de autoayuda.
Mi único objetivo es que el público medite, y se haga preguntas más allá del filme.
El gran desafío, es intentar dejar una semilla”, sentenció.
Así pues, La Memoria del Agua muestra un carrusel de emociones:
Soledad, angustia, rabia, decepción, incertidumbre, esperanza, alegría, amor y desamor, que se funden en esta producción impredecible, y visualmente noble, invitan atractivamente a presenciar una historia humana, con toques de realismo mágico inclusive, en la que se pone en la disyuntiva, si realmente es conveniente borrar el pasado y seguir con la vida, o ampararse por siempre en un dolor que no sanará.
No hay puntos medios; es cómo nos imponemos, individual y en conjunto, frente al tormento y el pesar repentino.
Rodada entre Santiago y Puerto Varas; La Memoria del Agua está nominada a los Premios Platino como mejor fotografía y mejor actriz para Elena Anaya.
La acción sigue a la pareja formada por:
Amanda (Elena Anaya) y Javier (Benjamín Vicuña), que se separan tras la muerte de su hijo Pedro, de 4 años, a quien le gustaba la nieve, y construir cosas con las manos.
Él era lo más hermoso e inocente del mundo, y en la memoria de sus padres por siempre, con agua o sin ella, su recuerdo siempre está vivo.
Pero cada uno a su modo, tratará de reconstruir su vida, una desde el dolor, y el otro desde la evasión:
Ella se muestra pasional y visceral con respecto a esta tragedia; mientras él se muestra cerebral y entero.
Este es el detonante para Amanda, quien decide abandonar a Javier, no porque sea mejor para los 2, sino porque ella no tolera el letargo y pasividad de él.
Porque Javier no ha llorado, y eso Amanda no lo puede entender...
Así, juntos emprenderán un viaje que podría volver a reunirlos como pareja, pero que también les hará comprender, que el amor no basta para sobreponerse a la tragedia que les ha tocado vivir.
¿Qué ocurrirá en la distancia?
Dado que cada uno ha tomado caminos separados…
¿Cómo vivirán su duelo?
Si llegasen a separarse…
¿Habrá sido la mejor decisión?
Y más aún:
¿Habrá continuidad de la vida misma?
¿Cómo se sigue viviendo en individualidad, con ese recuerdo lleno de dolor que cada uno carga en sus espaldas?
Asistimos entonces, a la sutil construcción de sus nuevas vidas, y observamos sus movimientos por olvidar lo que fueron como pareja.
Pero la posibilidad de un nuevo reencuentro aparece, y ellos saben que esa decisión, podrá cambiar el sentido de sus vidas para siempre.
Desde un comienzo, La Memoria del Agua se deja ver como un drama, poseedor de una fuerte carga emotiva, desgarradora a ratos, esperanzadora en otros.
Pero no se trata de una melosidad gratuita, sino más bien de un mecanismo para lograr cierta cercanía con el espectador, para que este sienta, o al menos se haga una impresión de lo que significa ponerse en el lugar del otro, y sentir su dolor.
Sobrevivir a lo que podría haber sido sólo “la anécdota” de la muerte de un hijo y sus consecuencias, es lo que hace a La Memoria del Agua, una película que logra trascender la pantalla; porque finalmente, el relato no se trata de eso, sino de la puesta en escena de 2 puntos de vista en tensión, sobre un hecho dramático:
Ella lo llora con mucho dolor, él hasta el momento no puede llorar…
Mientras ella lucha por vivir su agonía reconociendo que su hijo ha muerto; él evade sus emociones y recuerdos, poniendo en evidencia, que tal vez el amor no será suficiente para juntar 2 visiones tan opuestas.
Para el director, La Memoria del Agua tiene la capacidad de conmover al espectador, y hacerlo reflexionar sobre las cosas realmente importantes de la vida, muchas veces inadvertidas por una sociedad imbuida en la vertiginosa rapidez del siglo XXI.
“Si nosotros somos felices, él no existe”
En el panorama del cine chileno actual, Matías Bize, de 36 años, es uno de los pocos autores que tiene un sello, una firma y un estilo fílmico, propios.
Si hasta podríamos afirmar, que sus películas son los capítulos de una misma novela audiovisual, basada en los conflictos, los quiebres, y en los reencuentros sentimentales, de hombres y mujeres que, en sus 6 créditos hasta la fecha, uno en dirección compartida, han sido reinventados y personificados, por diversos actores.
En su 6º largometraje de ficción, Matías Bize vuelve a concentrarse en los mismos tópicos estéticos y audiovisuales, de sus cintas anteriores:
El análisis de la pérdida, en el contexto de una relación amorosa y erótica de pareja, relatado bajo la expresividad técnica de los primerísimos planos, y de una cámara en mano.
La novedad, en esta oportunidad, serían la forma “parcializada” de narrarla, y la presencia, en el elenco actoral, de la talentosa intérprete hispana, Elena Anaya.
Sin lugar a dudas, lo más sobresaliente es el guión, escrito por Bize y Julio Rojas, que se encarga de entregar poco a poco la información.
Tanto el espectador, como el personaje, manejan el mismo nivel de información, lo que permite que se sorprendan juntos del devenir del relato.
De esta forma, el espectador va atando cabos, a medida que los personajes van cerrando sus etapas.
En una de las primeras tomas, se muestra una pared en la que se va leyendo de abajo hacia arriba, distintas marcas y edades que desaparecen luego de los 4 años, y cuando la pared queda en blanco, aparece el título de la película.
A partir de allí, el espectador entra en sintonía con los personajes, para compartir este viaje a través de las emociones.
Y todo comienza en el instante mismo de la separación entre Javier y Amanda, a causa de un despojo, trágico e irreparable, que les ha sacudido la existencia que llevaban en común.
Ese quiebre, lo utiliza Bize, para empezar a relatar, a través de la cámara, la vida íntima, después de esa ruptura, tanto de él, como de ella, pero centrado un poco más en la soledad, en la tristeza y en la desorientación, del integrante masculino de ese extinto vínculo amoroso.
Estamos situados en Santiago de Chile, aunque podríamos encontrarnos en cualquier otra ciudad moderna y populosa, donde se hable mayoritariamente el castellano, y los vehículos transitan en espectaculares autopistas.
Javier es el que abraza, el que contiene, el que mantiene la cordura.
Amanda, como mujer, como madre, descarnada, agobiada y explosiva.
Se produce un juego entre el público, de querer o no querer tomar partido por uno de los 2, reflejarse en ellos, disfrazarse de ellos, como actuaría cada uno de nosotros en una situación similar, y ellos representan 2 modelos perfectos, arquetipos opuestos en cuanto a reacciones ante tamaña tragedia se refiere.
Si bien hay algunos diálogos que forman parte fundamental de la trama, en gran parte de sus escenas, se opta por el silencio, permitiendo así que nos centremos en el rostro de sus actores, para descifrar lo que están sintiendo.
Debido a esto, hay varios momentos donde vemos a los personajes haciendo cosas como andar en bicicleta, recorrer una casa vacía, o llorar mientras están comiendo.
Basta la simple mención de una piscina, o una tarea tan sencilla, como comprar un regalo, para que el recuerdo de su hijo los alcance.
El sufrimiento de Amanda y Javier, es íntimo, personal, y pese a las buenas intenciones de algunos de sus amigos, es algo que enfrentan de manera solitaria.
Podemos notarlo también, de manera visual, a través de una gran presencia de primeros planos, y una profundidad de campo reducida, que aísla a los actores del entorno que los rodea.
En ese contexto dramático, el director empieza a desarrollar su pensamiento estético, y cinematográfico, con primeros y primerísimos planos, ángulos fotográficos cerrados, con una que otra concesión, por supuesto, y una cámara que se mueve con la realidad y la “imprecisión”, en ocasiones, de un foco y un lente, portados en mano.
Otro detalle audiovisual, digno de anotar, es que para efectos espaciales y ambientales, el tiempo narrativo se extiende entre el otoño, y lo que parece ser la primavera de una misma temporada; con el posible estímulo afectivo y sensorial que esa situación representa, tanto para los personajes, como sobre la visión que se hagan del asunto, los espectadores.
La intimidad de la atmósfera que se forma con La Memoria del Agua, genera un sentimiento cercano y devastador, que no puede obviarse, ya que en un primer nivel, conecta no sólo con los que han vivido una experiencia similar en alguna de sus formas, sino que con cualquiera que no haya perdido el sentimiento de la compasión.
La búsqueda de reconciliación con la muerte, se toma desde uno de sus puntos más delicados a través de una familia primeriza, sin embargo, lo que realmente atañe, es la sensatez con que el ser humano, en su adultez, y con todas las complicaciones sentimentales, laborales y sociales que incluye, es capaz de sobrellevar el tremendo cambio del vacío.
Durante el trascurso de la historia, el recuerdo del pasado siempre reaparece, puesto que se presenta como un golpe en pleno rostro.
Así, por ejemplo, las reuniones obligatorias con los padres de los amigos de su hijo, con las fotos de fondo del grupo de colegio, o en otros casos las carpetas del ordenador repletas de fotos; todo está ahí, cerca.
Otro detalle lo vemos mientras avanza el filme, cuando Bize utiliza varias locaciones de Santiago y el sur de Chile.
Sin embargo, de todas formas está presente la extraña sensación de claustrofobia que vive la pareja.
Con pocos actores de reparto, y posiblemente eso sea la causa de ello, los protagonistas están prácticamente solos en su dolor.
Quizás, lo que se podría llegar a criticar, en términos personales e incluso machistas, es el por qué ella, siendo la causante del alejamiento de la pareja, a los pocos días entabla una relación amorosa con un antiguo amor…
¿Era necesario, siendo que estaba de duelo?
La pareja profesional, compuesta por Benjamín Vicuña y Elena Anaya, en efecto, son los exclusivos protagonistas:
El primero, apoyado en sus atributos técnicos naturales, su belleza física, que incluye un plano desnudo, su prestancia, y su presencia; si bien construye un rol creíble, y de una condición aceptable para las ambiciones de este filme; peca en su labor, a la debilidad de entregar la impresión de estar encarnando siempre un mismo papel; para nada es un mal actor, entre los chilenos de su generación no tiene competencia a la hora de plantarse frente a una cámara; lo que pasa es que siempre hace de él, o de un tipo gestual, anímico y expresivo, comprobables en cada uno de los caracteres que le ha correspondido abordar, en el plató de una obra cinematográfica, desde que la fama y el éxito le sonríen.
En lo personal, tras enterarse de la historia sobre la cual estaba trabajando, Vicuña llamó a Bize, y se ofreció para participar.
El actor conocía el tema de cerca; pues en 2012, su hija Blanca falleció a los 6 años:
“Benjamín se acercó humildemente, y me dijo que quería colaborar.
No sé si fue una terapia para él, pero está claro que fue algo muy importante.
Benjamín supo en cada momento lo que necesitaba la escena, fue una suerte poder trabajar con él”, dice el director sobre el protagonista.
Elena Anaya, por su parte, reafirma su estatus de superestrella de la filmografía castellano parlante.
Amén de ser una mujer atractiva, sus cualidades de personificación dramática resultan irrefutables:
Ella llora, se contiene, y nos conmovemos; se ríe y nos alegramos.
Aunque ella es la más afectada, evidentemente, el personaje se siente presionada por el entorno, un espacio que ha perdido todo el sentido de ser ocupado.
Ante ella está su marido, que ya no le sirve como compañero, más bien todo lo contrario, porque su presencia promueve continuamente el recuerdo.
La situación de ruptura, es casi obligatoria, pues el entorno le causa una asfixia extrema, que se siente a cada plano.
La relación se ha acabado, porque falta la pieza que los unía:
El hijo.
Y hay un sentimiento mutuo de culpa, que les hace estar tensos cuando se encuentran juntos; pero la decisión está tomada:
Sus vidas deben tomar un nuevo camino, y lo mejor es desprenderse de todo lo que les rodea.
La sensación de melancolía, atraviesa todo el metraje, pero sin caer en un melodrama barato, ni en momentos demasiado empalagosos; por lo que no presenta soluciones, y no debe ser vista como material de autoayuda.
Lo que hace La Memoria del Agua, es plantear preguntas que enfrentan al espectador a una situación compleja, para que a partir de eso, construya su propia visión sobre el asunto.
En general, La Memoria del Agua trata de un tema triste, complejo, y doloroso.
Sin embargo, queda la sensación que si bien el tema está delicadamente tratado, es demasiado plano como largometraje, pues no “explota”, no tiene ningún quiebre en el guión, ni tampoco algún estallido de emocionalidad, sino que se mantiene demasiado a la defensiva, y exageradamente cauteloso, y contenido.
Tal vez sea esa individualidad desconocida de cómo algunos reaccionan ante el dolor, pues somos una fauna inmensa, y nadie sabe cómo sobrellevar las pérdidas, todos somos diferentes… pero efectivamente, toca corazones.
Y se agradece que la película comience cuando el accidente ya es un hecho, y no que debamos presenciarlo.
Mientras se aprieta el corazón, en nuestras mentes se abre el debate de, juzgar si el comportamiento de cada uno en escena, es lo que uno efectivamente haría…
“Necesito estar lejos de ti”
La muerte de un hijo, es una de las experiencias más duras, difíciles y dolorosas que puede sufrir un ser humano.
Los padres se sienten responsables de la protección de sus hijos, y pueden vivir su pérdida como un fracaso, con una gran culpabilidad.
La muerte de un hijo, produce a menudo tensiones y conflictos en la vida de pareja.
Pueden, por ejemplo, hacerse, el uno al otro, responsable de la muerte de su hijo, y esto llevarlos a reproches continuos, o sentimientos de impaciencia e irritabilidad.
Puede ocurrir que no vivan al mismo tiempo, los momentos de mayor dolor o las recaídas.
Esto puede crear la sensación, de que uno siempre está inmerso en el dolor, que no hay tregua, y contribuir a que se eviten en los momentos difíciles, para no recaer en el sufrimiento.
Como dato, el deseo sexual puede mantenerse, o incluso aumentar en uno; mientras que en el otro, disminuya o desaparezca.
Esto puede ser fuente importante de conflictos:
El hombre, en general, es capaz de separar más fácilmente el deseo sexual de su situación emotiva.
La mujer, en cambio, puede sentirse incapaz de desear, si está triste o enfadada, y no entender, cómo puede tener deseo su pareja, después de lo sucedido…
Por otro lado, es perfectamente natural, en medio de tanto dolor, buscar en la relación sexual, lo que tiene de placer, ternura, cercanía, calor, y cariño.
No vale la pena sentirse culpable por disfrutar, los momentos de dolor ya vendrán por sí solos.
Un miembro de la pareja, puede sentir, por ejemplo, que al otro no le importa la muerte lo suficiente, quizás porque no llora, o porque no quiere hablar del fallecido.
A veces, la necesidad de parecer fuerte, puede interpretarse por el otro, como falta de interés…
La mujer, en general, tiene más necesidad de hablar que el hombre, y no siempre lo hace buscando respuestas; para ella, el simple hecho de hablar, le produce alivio.
Al hombre, en cambio, cuando le platean un problema, siente enseguida la necesidad de buscar una solución, y es eso lo que le hace estar mejor.
Para él, el simple hecho de hablar, no sirve de mucho, y cree que tiene que encontrar algún tipo de remedio al sufrimiento expresado por su mujer.
Pero, en general, no es esto lo que le pide ella, sino sencillamente que la escuche.
Al mismo tiempo, puede pensar que él necesita lo mismo, y presionarlo para que se exprese también.
El padre, puede sentirse de esta manera acorralado, y al mismo tiempo culpable de no poder hacer algo para calmar la pena y el dolor de su pareja.
Ante esta situación, una reacción frecuente en el hombre, es buscar refugio en el trabajo, o en otro tipo de actividad, o encerrarse cada vez más en sí mismo.
Para salir de esta situación, la pareja necesita hacer un gran esfuerzo de comprensión mutua, de aceptar que hay cosas que el otro no puede darle, y que no les hace bien juzgar ni comparar el modo en que viven cada uno, la muerte del hijo.
La mujer tiene que entender, que su expresión emocional produce una terrible impotencia en él.
Él, a su vez, debe saber que no debe dar una respuesta sistemática al sufrimiento de ella, que escucharla atentamente, es la manera de ayudarla, y que es importante hablar más con su mujer de lo que siente.
Es un mito, que las parejas que pierden hijo, acaben frecuentemente separándose...
Es cierto que, si existían ya problemas previos de relación, éstos se pueden intensificar.
Si no hay hermanos, el hijo puede hacer, a veces, de bisagra que unía a la pareja; o bien, la muerte del hijo, puede también ayudar a estrechar y consolidar los lazos de la pareja.
Es esencial, comprender que cada persona tendrá una respuesta personal frente a la pérdida basada en el vínculo que lo unía a la persona fallecida, sus propias herramientas personales de afrontamiento, y las expectativas culturales que caracterizan a su género, entre otros múltiples factores.
Que no haga su duelo de igual modo que tú, no significa que esta pérdida no le interese, o no le duela.
Es importante evitar juzgar al otro padre, por cómo elabora su duelo… construye una comunicación clara y abierta con tu pareja, en la que cada uno se sienta cómodo de expresar al otro sus sentimientos, temores y desafíos.
Cuando la pareja respeta el duelo del otro, y se apoyan entre sí, se logra crear una relación de mayor entendimiento mutuo y empatía.
Y la mejor manera de cuidar de la pareja, es cuidando de ti mismo individualmente… permítete tener tus momentos en soledad, pero también trabaja cada día para mantener una comunicación abierta y honesta con tu pareja, para que cada uno sepa que el uno está para el otro, cuando requiera de compañía, comprensión, y escucha.
Tómate un tiempo para hablar y escuchar realmente lo que le sucede a tu pareja, reconociendo que, si bien es importante llorar juntos, también es vital buscar espacios de contención adicionales fuera del matrimonio, para encontrar consuelo.

“Vamos a salir juntos de esto”



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