The Riot Club

“Filthy Rich, Spoilt Rotten”

El Reino Unido sigue siendo una sociedad “profundamente elitista”, en la que los mejores trabajos son para quienes se educaron en escuelas privadas, y en las universidades de Oxford y Cambridge.
Solo por el King’s College of Our Lady of Eton, situado al lado de Windsor, han pasado una muy larga lista de alumnos conocidos, premios Nobel, santos, 19 Primeros Ministros Británicos, Príncipes, académicos, escritores, diplomáticos y héroes militares.
Entre la fascinación por su excelencia, y el rechazo a su clasicismo, ha sido escuela de los herederos, sólo varones, de la clase dirigente británica por cinco siglos.
Por otro lado, solo entrar en Oxford, es harto complicado, pero parece que algo aún más difícil, es entrar a uno de los clubes masculinos más antiguos de la Universidad.
The Bullingdon Club, es una sociedad exclusiva de la universidad de Oxford de muy mala reputación, que aglutina a la élite adinerada.
Durante sus más de 200 años de existencia, ha contado con miembros tan célebres como David Cameron, o Boris Johnson, actuales Primer Ministro y Alcalde de Londres respectivamente, entre otros.
Esta institución, a la que los iniciados llaman afectuosamente “Bullers”, acoge a un grupo selecto de estudiantes de Oxford, provenientes de las escuelas privadas más elitistas.
Al contrario que “Skull & Bones” y otras sociedades secretas de las universidades de la Ivy League, “Bullers” tiene poco misterio, y menos aparataje político-cultural.
La principal actividad de los miembros del club, es quedar para cenar y beber, comportarse de una manera atroz, destrozar el local escogido, y dejar después al dueño del local, un cheque para pagar por los desperfectos.
El Ministro de Economía Británico, George Osborne, también perteneció al club, aunque en años distintos...
Hay una foto famosa, tomada en 1987, en donde aparecen los 2 líderes, David Cameron, Primer Ministro del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, Primer Lord del Tesoro, Ministro para El Servicio Civil del Reino Unido, y actualmente en el cargo; y el entonces presidente de sindicato de estudiantes de Oxford, y actual Alcalde de Londres, Boris Johnson; vestidos con el clásico frac y pajarita blanca, con peinados muy “New Romantic”, y rodeados del resto de sus compañeros del Bullingdon Club; los cuales son:
El Honorable Edward Sebastian Grigg, entonces heredero del Barón Altrincham de Tormarton, y Presidente de Credit Suisse en El Reino Unido.
Ralph Perry Robinson, ex actor infantil, diseñador y fabricante de mobiliario.
Ewen Fergusson, hijo de un embajador británico en Francia, y abogado.
Matthew Benson, heredero del Condado de Wemyss y March.
Sebastian James, hijo de Lord Northbourne, gran propietario de tierras en Kent.
Jonathan Ford, por entonces Presidente del club, y banquero.
Y Harry Eastwood, consultor en firmas de inversión.
La foto emergió, cuando Cameron y Johnson empezaban a escalar posiciones en El Partido Conservador en la década pasada, y desde entonces, reaparece periódicamente, para suprema mortificación de ambos.
Cameron dijo en 2009, que se siente “completamente, desesperadamente avergonzado” de la foto, y que “de joven uno hace cosas de las que luego se arrepiente”
Johnson, como acostumbra, tiró de verbo más florido para distanciarse también:
“Es una viñeta verdaderamente vergonzosa de una arrogancia casi sobrehumana”
Da igual lo que digan; la foto sigue ahí, con su poderoso magnetismo.
Otros que han aparecido en una foto similar, en 1992 del mismo club, podemos apreciar a:
George Osborne, actual Ministro de Finanzas británico en el gobierno de Cameron.
Harry Mount, escritor, heredero del Barón de Wasing, y primo de Cameron.
Chris Coleridge, descendiente el poeta Samuel Taylor Coleridge, hijo de un director del Lloyd's, y hermano de un gerente de Conde Nast.
Barón Lupus von Maltzahn, aristócrata alemán, y consultor.
Mark Petre, escritor, editor, fallecido por sobredosis en 2004.
Peter Holmes a Cour, millonario australiano.
Nat Rothschild, heredero del Barón de Rothschild, y editor.
Y Jason Gissing, cofundador de la cadena de supermercados Ocado; que en 2014 vendió su paquete accionario en 15 millones de libras esterlinas.
Lo cierto es que la existencia del Bullingdon Club, tiene más de 200 años, y recientemente ha aumentado el número de sus miembros; inicialmente limitándose a 30 miembros.
En sus inicios, era un club de cricket y caza; y en 1875 se consideraba como “una antigua institución de Oxford con muchas buenas tradiciones”
Pero parece que las buenas tradiciones desembocaron en capítulos embarazosos…
Barney Ronay, periodista que estudió en Oxford, y que escribió sobre el Club, afirma en un artículo publicado en The Guardian, titulado “Jóvenes, Ricos y Borrachos”, que el Bullingdon es un exclusivo club de bebida sólo para hombres.
Alrededor del 60% de sus miembros, estudiaron en el Eton College, una de las escuelas más caras del Reino Unido, o fueron a las escuelas privadas más elitistas.
En 2006, la sociedad contaba con sólo 4 miembros, y con el fin de aumentar sus filas, intentó contactar con alumnos de escuelas estatales, algo inusual, porque sólo los hombres que fueron a caras escuelas privadas, podían pertenecer al grupo.
Aunque muchos rechazaron la invitación, recientemente el club anunció que ahora tiene 20 miembros, tal como el periódico independiente de la Universidad de Oxford.
Muchos, son los ejemplos cinematográficos que buscan arremeter contra la controvertida moral burguesa, en concreto, 2 nombres suenan como principales referentes a la hora de analizar ese juego de apariencias, donde todo está permitido, siempre y cuando nadie vea más allá del extremismo diplomático, y los modales ingleses que, el Oxford más conservador, exige a sus adinerados ciudadanos.
Ellos son, Luis Buñuel y Michael Haneke, 2 directores, cuyas premisas narrativas dejaron en paños menores a una sociedad elitista ridiculizada por su fariseísmo, arrogancia, e impunidad moral y legal.
“It's just wrong”
The Riot Club es un drama británico del año 2014, dirigido por Lone Scherfig.
Protagonizado por Sam Claflin, Max Irons, Douglas Booth, Holliday Grainger, Natalie Dormer, Jessica Brown Findlay, Tom Hollander, Sam Reid, Olly Alexander, Tony Way, Ben Schnetzer, Matthew Beard, Xavier Atkins, Freddie Fox, Amanda Fairbank-Hynes, entre otros.
El guión es de Laura Wade, basada en su obra de teatro “Posh”, estrenada en 2010; y ha sido descrita, como una versión novelada del Bullingdon Club, un club no oficial y exclusivo de estudiantes masculinos en la Universidad de Oxford, aunque de acuerdo con Wade, es una historia totalmente ficticia.
El 5 de febrero de 2013, fue reportado que HanWay adquirió los derechos de autor para producir la obra escrita por Wade, siendo producida por Graham Broadbent y Pete Czernin, para producir con BFI Film Fund y Film4 Productions.
La acción sigue a Alistair Ryle (Sam Claflin) y Miles Richards (Max Irons), son 2 estudiantes de primer año de la universidad de Oxford.
A pesar de que los 2 jóvenes son muy diferentes, ambos deciden unirse al famoso “Riot Club”, una sociedad exclusiva y muy selectiva para los hijos más privilegiados de Gran Bretaña, que tiene muy mala reputación, donde las cenas en restaurantes caros, y el posterior destrozo de los mismos, están entre las actividades favoritas de sus selectos miembros.
Pero todo se enreda, cuando los jóvenes, novatos en el privilegiado club, comienzan a meterse en líos que dan lugar a muchos problemas que les complicaran su recién estrenada vida en la universidad...
Así, The Riot Club tiene el placer deliciosamente masoquista que los espectadores pueden esperar de ver a estos hombres jóvenes, guapos y privilegiados, reunirse y portarse mal; en donde las apariencias versus las ideas o el contenido, y sus improbables representaciones cobran factura tarde o temprano.
Del mismo modo como en “An Education” (2009), la realizadora consideraba el comportamiento de los estratos de la clase media londinense, con sus prejuicios y racismo encubiertos; aquí concentra su atención en el ostentoso comportamiento de jóvenes de la alta burguesía, que para divertirse, no tienen empacho alguno en adoptar extravagantes comportamientos que conducen a actos de desmesurada violencia.
Todo ello deja la pregunta abierta, acerca de si estos miembros de la elite británica, serán los hombres que en el futuro habrán de prosperar en el mundo de los negocios, y/o serán convocados para ocupar altos cargos de gobierno.
“I'm sick to fucking death... of poor people!”
La directora danesa, explora la naturaleza humana de un tipo de clase alta inescrupulosa, y lo hace a través de la mirada de jóvenes que parecen despreocupados, pero que resultan más salvajes que aquellos que ellos mismos creerían que no merecen ni ser mirados; todo esto a través de la mirada meticulosa y rítmica de su cámara, que captura la esencia individual de cada personaje, hasta que crea al mayor protagonista:
El Riot Club.
Al club, sólo ingresan los más guapos, adinerados e inteligentes estudiantes masculinos de la Universidad.
Estos jóvenes encuentran en la opulencia, los excesos, la arrogancia, y el despotismo, una forma de vida en la que el dinero puede comprarlo todo.
En su primera reunión formal, después de un arduo reclutamiento de nuevos miembros, tienen una cena en un pub de una población aledaña…
Durante el evento, comen y beben sin tapujo alguno, llevando sus instintos al límite, y descubriendo sus más profundos miedos, y de lo que realmente son capaces, aun a pesar de su juventud y “clase”
Lo que al inicio parece un divertimento, deviene en una espiral de, digamos, muchas cosas malvadas y equivocadas.
Sus miembros clave son:
Miles Richards, es un estudiante del primer año, quien entra a The Riot Club; es izquierdista, y las acciones de los otros miembros del club lo incomodan y desilusionan; él estuvo en Westminster School.
Alistair Ryle, es un estudiante del primer año, cuyo hermano Sebastian, fue considerado “un legendario miembro de The Riot Club”
Alistair es de derecha políticamente, lo cual lleva a un fuerte conflicto y rivalidad con Miles.
Alistair estudió en Harrow, a diferencia de su hermano, quien estudió en Eton; es eventualmente expulsado de Oxford; sin embargo, se deduce que tendrá una exitosa carrera política, debido a sus conexiones con el club.
Harry Villiers (Douglas Booth) es un estudiante mayor, muy carismático, cuya familia es bastante adinerada, pero parcialmente lo son debido a que permiten a turistas el visitar su casa, lo cual incomoda a Harry.
Su tío, Jeremy, fue un miembro del club anteriormente.
Harry estudió en la escuela Eton.
James Leighton-Masters (Freddie Fox) es el extrovertido presidente del club; criticado por los otros miembros, por no hacerse responsable de las actividades del club para no arriesgar su futuro.
Hugo Fraser-Tyrwhitt (Sam Reid) es un estudiante mayor, cuya familia pertenece a la aristocracia, sin embargo, no se encuentran bien financieramente.
Atendió a la escuela Westminster con Miles, aunque no socializaban, Miles recuerda que Hugo componía versos en latín, por lo cual sufrió abuso escolar.
Hugo es homosexual, y tiene un interés romántico en Miles, quien lo rechaza, naturalmente.
Dimitri Mitropoulos (Ben Schnetzer) es un estudiante mayor, de origen griego, que actúa como el principal financiador del grupo, en un esfuerzo por combatir el racismo por parte de los otros miembros del club.
Se infiere que Dimitri es “un nuevo rico”
Al parecer, tiene una estrecha amistad con Guy Bellingfield, sin embargo, es Guy quien constantemente se burla de Dimitri, y de sus orígenes.
Así pues, tras una primera parte en que la directora describe adecuadamente el ambiente universitario, y en forma más esquemática, las características de cada uno de los miembros del club, tiene lugar la cena ritual de bienvenida a sus nuevos integrantes.
Eso tiene lugar, en una taberna local, donde la comida es acompañada de abundante bebida alcohólica, que prontamente comienza a causar sus perniciosos efectos; así, los muy “respetados” y formalmente educados jóvenes que se encuentran ataviados formalmente para la ocasión, irrumpen en una violencia colectiva, donde el dueño del restaurante, Chris (Gordon Brown) es salvajemente atacado, frente a los ojos de su espantada hija Rachel (Jessica Brown Findlay), que es la mesera.
Como consecuencia de lo acontecido, el grupo para salvar su reputación, debe buscar un chivo emisario como causante de la gran batahola…
De entrada, podemos decir que The Riot Club no es una apología del comportamiento de sus ficticios protagonistas, ni mucho menos del de los reales que inspiran esta historia, basada en una obra de teatro; desde luego, tampoco es una facilona condena y denuncia de toda una clase de personas materialmente más afortunadas, sino más bien, una mirada crítica y mordaz, a un entuerto en particular, que involucra a varios sujetos de la peor calaña, y nacidos en dichos estratos elevados, erróneamente homologable a todo hecho similar, y de los cuales siempre surgen dobles interpretaciones y juicios apresurados, imprecisos y superficiales.
The Riot Club pretende ser una crítica social, pero abandona la sutileza en detrimento de una explicitud que podría encontrarse en cualquier pancarta de manifestantes anti-capitalistas.
Por tanto, comenzamos con el lado bueno y festivo del club, aquel que solo involucra travesuras y juegos que no cruzan el límite de lo ofensivo y dañino.
En este sentido, The Riot Club divierte, y te hace pasar un buen rato, lo mínimo que uno debería pedirle a una película…
Pero luego, más o menos por la mitad, en el centro del relato, hay algo que se tuerce y retuerce de maneras realmente desagradables y abominables, pues el club de estos chicos, deja de ser una malograda oda a la diversión, o el libertinaje como expresión artística e intelectual, fiel al espíritu de un sujeto de apellido Riot, cuya vida y muerte inspiró la fundación de este ficticio club; algo que no logran en lo más mínimo, pues no entienden ni la magnitud ni la esencia de dichos postulados, para convertirse en una espiral de violencia literal y simbólica, sin sentido y gratuita, horrorosa y deleznable.
Si usted es de aquellos que odia a los ricos por ser ricos, estos chicos les darán verdaderas razones para odiar.
Finalmente, luego de los hechos, la aparente y vergonzosa solución del conflicto, nuevamente, con esas 2 caras de una moneda que es incapaz de verse el lado contrario, y por ende, condenada a cometer los mismos errores y crímenes de siempre y por siempre de manera generacional.
Scherfig y la autora de la obra, mediante la creación de este club, critican al mal entendido estilo de vida libertino y hedonista, el que sólo se pueden costear los ricos, que de una y otra forma, manejan cosas importantes de sus respectivos países.
La danesa critica, mediante el inteligente contraste entre el Riot original, y la tropa de descerebrados actuales; lo erróneo de confundir hedonismo con simple desorden y destrucción; porque ahí, donde Riot era una mente brillante que inventaba cosas, e intentaba expandir los límites de su inteligencia sin parar, según se le describe, los otros ricos, simplemente memorizan datos y lenguas antiguas para aparentar genialidad; porque ahí donde Riot entendía hedonismo como la satisfacción de los placeres como propósito supremo de la vida, propósito que debe ser llevado a cabo con gracia, mediante el uso de la razón y el arte, no necesariamente a través de lo material, sino de la vida misma, un planteamiento más filosófico; los ricos piensan que para cumplir con dicho propósito, basta con rebajarse a animales salvajes y grotescos, para destruir lo que sea que tengan enfrente, y reponerlo con su sucio y vil dinero, nada más vulgar y de mal gusto, a fin de cuentas equivocado.
El hedonismo, no es destrucción ni humillación, ni tampoco política farandulera, todo lo contrario, debería ser placer puro e inclusivo.
El Riot, tampoco es presentado como un santo ni un ídolo, pero hay una diferencia entre ser auténtico, y ser una marioneta dominada por el estatus, ojo en eso.
En su lugar, encontramos una recurrente y tópica utilización de alguna cita fácil que, acompañada por los acordes de un ritmo muy elegante y acelerado, dará paso a la impresión de estar en una larga “promo” de Dolce & Gabbana, una sensación tan contradictoria, como la propia ideología de los protagonistas, fieles representantes del materialismo que, por su infinita abundancia, terminan por exteriorizar un fuerte rechazo y desprecio hacia todo lo material.
Cabe subrayar, la aparición de otras patologías sociales, como la misoginia:
La mujer es tratada como un objeto, dentro y fuera del club.
Se crea una percepción completamente distorsionada de la realidad, a consecuencia de este elevado poder económico, que les hace ver al resto de personas inferiores, hasta el punto de olvidar que también son seres humanos, despreciando cada una de sus acciones, y hasta su simple presencia.
En el caso del rechazo y la exclusión por motivos de género, será todavía más evidente, conformando un tema que se escapa del ámbito de lo políticamente correcto, pero que está presente como un secreto a voces que los adultos, la mala educación debido a la permisividad y abundancia como origen de todos los problemas; y aceptan sin represalias como insignificantes travesuras propias de la edad.
Otra cosa es que se actúa con suma crueldad hacia los que son diferentes, y sus deplorables actos no tendrán las consecuencias esperadas, ya que la justicia no es igual para todos.
Al igual que los protagonistas, se aburren en una sociedad llena de “pobres”, y exigen una mercantilista selección natural que termine desplazando por completo a las especies más débiles.
Pero por suerte está el personaje de Max Irons, hijo de Jeremy Irons, que sabe que puede disfrutar la vida con cosas simples, que de verdad expandan y enriquezcan el espíritu.
Si usted piensa que The Riot Club va sobre la lucha de clases, y cómo la clase dominante le da por el culo a los proletarios, entonces están tan cegados y tontos como el resto de integrantes del club, que piensan que todo no‐rico les tiene envidia, entre otras estupideces más que ya tendrán el dudoso placer de presenciar...
También, se ha señalado la ironía, de que una película supuestamente hecha para denunciar los excesos de los jóvenes de la clase alta, esté protagonizada por, ejemplo, por un puñado de jóvenes de la clase alta:
Max Irons, hijo de Jeremy; y Freddie Fox, hijo del actor Edward Fox.
Ambos son ex alumnos del elitista colegio Bryanston.
Más controvertido aún, es el hecho de que produzca el filme Peter Czernin, heredero de una fortuna de más de 2 mil millones de libras, y ex compañero de piso y de curso en Eton, de David Cameron.
En cualquier caso, y aunque The Riot Club no pueda evitar el dotar a estos jóvenes de cierto carisma, al fin y al cabo, son guapos y brillantes, también pone en evidencia, que la actual clase dirigente tiene graves problemas de desconexión con sus gobernados, no sólo de clase, sino también de género.
De hecho, The Riot Club añade personajes femeninos, que la obra de teatro no tiene:
Lauren (Holliday Grainger), es una chica de escuela pública, que se enrolla con el protagonista, y le señala la injusticia de ese enrarecido mundillo; así como la hija del dueño del restaurante, Rachel; y Charlie (Natalie Dormer), una prostituta a la que los chiquillos le piden que se ponga a 4 patas debajo de la mesa durante la cena, para hacer de perro mamón.
Muchos comentaristas señalan, que hay una línea directa entre el machismo rampante inherente al Bullingdon Club, o el Riot Club, lo mismo da; y el comportamiento actual de esos dirigentes, que van mucho más allá de la política, y copan también la banca, la gran empresa y los medios de comunicación.
De Cameron, se ha dicho muchas veces, que tiene un “problema con las mujeres”, y no el tipo de problema-con-las-mujeres que tiene François Hollande, sino otro más grave.
Aunque ha intentado desde el inicio de su carrera, labrarse una imagen de hombre moderno que comparte al 50% el cuidado de sus hijos, ha habido momentos, como cuando le dijo a una diputada laborista “cálmate, cariño” en La Cámara de Los Comunes, con tono de enorme condescendencia, en los que le ha traicionado el gen Bullingdon.
A veces, una frase, o una foto, echan por tierra años y años de esmerado trabajo de “spin doctors” y relaciones públicas.
Se le puede achacar a The Riot Club, que no tiene una verdadera historia que contar.
Es un conjunto de anécdotas, sin un verdadero armazón dramático para mostrar las perversiones de la joven aristocracia británica.
Lo que es el desenlace, deja la sensación de ser sólo el nudo…
Ese es su mayor fallo, que hay una presentación y un nudo, pero el desenlace es precipitado e insatisfactorio.
Además, el guión en algunas partes se diluye en demasiada palabrería.
“So we're at the top university in the world”
Todo lo anterior, me recuerda el caso del “Síndrome del Niño Rico” o “Affluenza”, aunque en este caso, el de The Riot Club sean todos mayores y universitarios, el gen es el mismo.
El proceder de los hijos de las personas ricas, que no son capaces de medir las consecuencias de sus actos, ha sido definido como “affluenza”
El término fue utilizado por un psicólogo que declaró por la defensa durante la fase de sentencia del juicio en un tribunal de menores, en el caso de Ethan Couch, en EEUU.
Couch de 18, manejaba su camioneta de alta gama, a 110 kilómetros por hora, por una calle concurrida, donde el límite era de 65, causando muchas víctimas, inclusive mortales.
Los exámenes demostraron, que tenía un porcentaje 3 veces superior al permitido por la ley; pero el adolescente no tuvo una condena ejemplar, como se esperaba…
Apenas 10 años de prisión, pero con arresto domiciliario, y libertad bajo palabra.
¿Las razones?
Algunos apuntan a que el joven Couch, pertenece a una de las familias más acaudaladas del sur de EEUU, y otros a que su abogado, Scott Brown, logró convencer al jurado y al juez, de que padecía un nuevo polémico trastorno:
“Affluenza”, una enfermedad social, que solo tienen los niños ricos.
Este supuesto “desorden de clase”, tiene como principal característica, la ausencia de valores, empatía o culpa.
Según los abogados de Couch, el joven fue víctima de su propio “status quo”, donde tuvo una educación sin respeto, y donde la vida del otro no tiene valor.
El origen sería el seno familiar y la falta de límites, donde sus padres los consintieron y malcriaron, sin inculcarle jamás el sentido de la responsabilidad de sus actos, al grado de que el joven nunca aprendió a distinguir el bien del mal, ni sufrió las consecuencias de su mala conducta.
La enfermedad, según el abogado texano, Scott Brown, es una que impide a los hijos de los ricos, tener una noción clara de la gravedad de sus actos.
En otras palabras:
“Influencias, inconsciencia e indiferencia”
Como si hubiera un sistema judicial para pobres, y otro para ricos.
El doctor Jeffrey Metzner, psiquiatra forense y profesor en la Universidad de Colorado, en Denver, dice que tiene algunas similitudes con el trastorno de personalidad narcisista.
“Una persona que padece ese trastorno, se cree con derechos, y desdeña las necesidades ajenas”, dijo Metzner, y añadió que la ley estadounidense, no admite el narcisismo como defensa.
El psicólogo británico, Oliver James, define la “affluenza” como “el hecho de otorgarle un alto valor al dinero, las posesiones, la apariencia física y social; y la fama”, y esto se convierte en la base detrás del incremento de enfermedades mentales en las sociedades de habla inglesa.
Para los familiares de las víctimas de Couch, además de los 4 muertos, 9 lesionados, y al menos uno de ellos que quedó cuadripléjico; la sentencia es una burla de la justicia.
Una que, afirman, los llevará a otro recurso de la justicia estadunidense:
Juicio civil millonario por daños y perjuicios.
“Ultimadamente lo que prevaleció fue el dinero.
Si hubiera sido otro joven, creo que las circunstancias hubieran sido diferentes”, comentó Eric Boyles, quien perdió a su esposa e hija, y que insistió en que la fortuna y la influencia de los Couch, había sido determinante.
Los defensores del término consideran, que el precio de un crecimiento sin fin en riqueza material, puede conducir a sentimientos de inutilidad e insatisfacción, más que a experiencias de una mejor calidad de vida, y que estos síntomas pueden ser englobados bajo la metáfora de una dolencia.
Defienden que aquellos que se han enriquecido, alcanzan el éxito económico a costa de dejarse a sí mismos insatisfechos y hambrientos de más riqueza, encontrándose incapaces de encontrar placer de los productos que consumen, y que cada vez más, los bienes materiales pueden llegar a determinar su tiempo y pensamientos, en detrimento de sus relaciones personales, y su sensación de felicidad.
La condición es considerada particularmente aguda, entre aquellos con riqueza heredada, de los que se dice que experimentan culpabilidad, falta de propósito, y comportamiento disoluto, así como una obsesión de mantener el nivel de riqueza percibido.
En definitiva, y por mucho que haya intentado retrasarlo en la mayor medida posible, finalmente la burguesía terminó por rendirse al progreso…
Mientras que antiguamente ese estrato era un ente dogmático, exento de cualquier justificación de su hacienda o su función, y cuyo único deber diario era el cultivo del cuerpo, como tareas marciales; y de la mente; el burgués de hoy se ha vuelto más acomodaticio en ese aspecto, y a su vez, más esclavo de su trabajo, que ya no es simplemente “ser burgués”
En su presentación en sociedad, ya no presume de su amplio conocimiento de las artes y las letras, sino que recurre a la contundencia de las cifras, dejando de lado la falsa modestia patrimonial de antaño, y centrando sus demostraciones de poder en el dinero.

“We aren't the kind of people who make mistakes, are we?”



Comentarios

Entradas populares