Eye In The Sky

“Never tell a soldier that he does not know the cost of war”

El mundo ha cambiado a una velocidad asombrosa en los últimos años, la tecnología ha modificado nuestra manera de hacer cualquier tarea.
Las guerras del siglo XXI, por ejemplo, ya no se libran a ras de suelo, ni es necesario desplegar grandes ejércitos para intimidar al enemigo.
Los avances en la tecnología, nos han llevado a que aviones no tripulados, “drones” guiados por un piloto que se encuentra en otro continente, resultan más letales que un batallón de infantería.
En la década de 1980, Irán desplegó un dron armado con 6 misiles RPG-7 en La Guerra entre Irán e Irak; siendo la 1ª vez que se empleó un avión no tripulado de combate en la guerra.
En Israel, en 1987, se utilizaron por 1ª vez drones para probar el concepto de súper-agilidad en simulaciones de vuelo de combate en modelos sin cola, basada en la tecnología “stealth” con empuje tridimensional vectorizado.
Y en los últimos años, los EEUU ha aumentado el empleo de vehículos aéreos no tripulados en Pakistán, como parte de La Guerra Contra El Terrorismo.
Además de todo el dilema ético que implica manejar armas avanzadas sobre áreas pobladas, el concepto de los drones, que son cada vez más pequeños, y pueden infiltrarse prácticamente en cualquier lugar, como así también el poder destructivo del arsenal militar.
Los sistemas de aviación no tripulados, se hicieron rápidamente populares en el mundo militar, debido a su eficacia al obtener datos de inteligencia.
No obstante, salta a la palestra pública, tras ser utilizados para atacar Afganistán en 74 oportunidades en 2007, dando muerte incluso a civiles.
Desde entonces, la utilización de drones en conflictos armados, ha despertado una constante polémica fundamentada en aspectos legales y morales.
Las reglas militares establecen excepciones a la hora de atacar con estos equipos.
Yemen, Somalia, Irak y Libia, son algunos de los otros países que han sido blancos de estos modernos vehículos pilotados a distancia, en la búsqueda de controlar el terrorismo.
Aunque El Centro de Contraterrorismo de La CIA (CTC) se encarga de la identificación y la localización de los líderes del grupo terrorista, los ataques mortíferos, los lleva a cabo exclusivamente, El Comando Conjunto de Operaciones Especiales de EEUU (JSOC), sin participación de La CIA.
Los funcionarios señalan, que el programa está dirigido contra sospechosos de terrorismo, considerados como “objetivos de alto valor”
Hoy, el programa de drones abarca al menos 60 lugares en todo el mundo, y se ha convertido en el mayor programa de asesinatos secretos, al menos desde el punto de vista geográfico, llevado a cabo por una democracia, al menos en lo que se refiere al alcance geográfico.
La efectividad de los drones, ha vuelto a quedar de manifiesto con el anuncio del Pentágono, de que uno solo de esos aparatos, posiblemente un “Rapier” o un “Predator”; mató a 150 militantes del grupo terrorista somalí Al Shabab, en un bombardeo.
Pero, aunque ha recibido menos publicidad, los drones han demostrado la complejidad legal y ética de su uso, con el reconocimiento por parte del Gobierno de Barack Obama, de que El Departamento de Defensa ha empleado estos aparatos en el espacio aéreo estadounidense, en el menos 20 ocasiones desde 2006, para llevar a cabo operaciones de espionaje.
Ya en 2013, El FBI declaró que usa estos sistemas “de forma limitada”
Los drones, son muy útiles políticamente; dan la impresión de una “guerra limpia”, sin bajas civiles... no exponen la vida de ningún soldado, y son baratos.
Un dron, cuesta entre el 5% y el 20% del precio de un cazabombardero F-35, la última joya del Pentágono, que empezó a entrar en servicio el año pasado.
Así, los drones se han convertido no solo en el arma favorita de EEUU para combatir a los grupos terroristas, sino también en uno de sus mejores sistemas de espionaje.
Desde sus largos contenedores en la base aérea de Creech, en Las Vegas; o en la de Langley, cerca de Washington; los operadores de La Fuerza Aérea y de La CIA, les dan a los integristas, una nueva interpretación del concepto del “temor de Dios”
Y es que funcionarios anónimos de La CIA, envían instrucciones para destruir objetivos a distancia, sin la participación de políticos, siendo mucho más cuestionables estas decisiones.
Que la guerra es, ante todo, un conflicto moral que coloca al ser humano ante decisiones y actos de gran importancia, lo sabemos todos.
Quien primero lo conoce, es el cine bélico.
Ya sea de carácter propagandístico, o simplemente, excusa para el gran espectáculo, y hacer de las batallas, uno ya denota una postura ética, eso está claro; este género toma partido, sea por un bando o por el otro, o por la necesidad o la insensatez de que esto ocurra.
De hecho, el cine antibelicista es el más combativo de todos, y el que menos espacio suele dejar para el debate.
Ese debate es el de verdad interesante, alejado de maniqueísmos:
¿Puede justificarse la guerra?
¿Debe justificarse?
¿Bombardear o no bombardear?
¿Vale la pena el daño colateral para salvar más vidas?
¿Salvar a una persona, o poner en riesgo la seguridad mundial?
¿Qué es lo que estarán usando ahora mismo, sin que nosotros lo sepamos?
“Welcome to the new front line”
Eye In The Sky es una película de acción bélica, del año 2015, dirigida por Gavin Hood.
Protagonizada por Helen Mirren, Alan Rickman, Aaron Paul, Barkhad Abdi, Iain Glen, Phoebe Fox, Carl Beukes, Richard McCabe, Tyrone Keogh, Babou Ceesay, James Alexander, Lex King, Daniel Fox, John Heffernan, Luke Tyler, Jeremy Northam, entre otros.
El guión es de Guy Hibbert; cuya idea surgió tras visitar una feria de armas en París; y trata de exponer los distintos puntos de vista, y los debates morales que plantean las modernas guerras con drones; se enfoca de lleno en el aspecto ético del uso de la fuerza, y el abuso de la tecnología en la lucha contra el terrorismo.
Esta es una de esas cuestiones que generan una gran cantidad de opiniones, pero esta es una historia que nos pone en las habitaciones con las personas que están en la posición para hacer estos tipos de decisiones, decisiones de vida o muerte.
El título original, hace referencia a la alta tecnología empleada por la inteligencia para hacer seguimiento a los terroristas en cualquier rincón del mundo.
El rodaje tuvo lugar en Sudáfrica; y sigue al Coronel Katherine Powell (Helen Mirren), oficial de la inteligencia militar británica, que lleva varios años detrás de una ciudadana británica que se ha radicalizado, y pertenece al grupo extremista Al-Shabaab.
Saben que se encuentra en una casa franca en Nairobi, Kenia; junto a su marido y otros posibles terroristas, así que se monta un dispositivo de vigilancia internacional, con la intención de detenerlos.
Cuando las imágenes de vigilancia descubren que en la casa están preparando chalecos explosivos para 2 terroristas suicidas, la misión deja de ser “de captura”
El Coronel Powell, quiere que se bombardee la casa desde el dron, pero la tarea no es tan fácil, ninguno de los políticos implicados en la operación, quiere asumir los posibles daños colaterales…
La situación se vuelve más dramática, cuando Alia Mo'Allim (Aisha Takow), una niña de 10 años, se pone en una de las esquinas de la casa a vender pan…
El piloto estadounidense de drones, Steve Watts (Aaron Paul) recibe la orden de destruir el refugio donde se hallan los terroristas...
El lado de la acción, viene dada por Jama Farah (Barkhad Abdi), que proporciona la vigilancia de alta tecnología en el área del conflicto, mientras que en el nivel de arriba, muy lejos de la acción; los burócratas toman turnos, ofreciendo argumentos a favor y contra del ataque, cada uno racionaliza sus argumentos desde diferentes perspectivas y principios.
La coordinación, ya no se produce entre compañeros de un comando, sino entre políticos, militares, asesores, servicios jurídicos y ministros de diferentes países implicados, así veremos al que se atreve, al que reclama acción, al que se opone, al que se acobarda, al que se somete a los que mandan, el que exige, el que se pone digno, el que actúa, el que se llena de reparos morales, el que evita todo tipo de moralidad, etc.
La intervención de una simple niña, desencadena un conflicto internacional, el cual alcanza los más altos niveles del gobierno estadounidense y británico, sobre las implicaciones morales, políticas y personales de la guerra moderna.
Eye In The Sky, se desarrolla en varios escenarios, en 4 continentes:
El Coronel Powell y su equipo, se encuentran en una base militar inglesa; en Pearl Harbor, Hawái, se encuentra el equipo de reconocimiento facial, para asegurar que los objetivos son correctos; la vigilancia aérea se realiza por un dron controlado desde una base estadounidense en Las Vegas, Nevada; y en Nairobi, hay un par de agentes de campo, ofreciendo imágenes de corto alcance, y un grupo de tropas de tierra listos para intervenir.
En definitiva, es interesante observar, cómo un “thriller” bélico se presenta no sólo como una “película de guerra” que quiere mostrar quiénes son los malos y quiénes son los buenos, sino que, utilizando prudentemente características de otros géneros, el director logra que el espectador se conecte y atraviese por distintas emociones, siendo inevitable, una invitación a reflexionar del tema.
Aluvión de dilemas éticos desde todos los ángulos, del que el espectador es partícipe.
¿Lanzarías el misil sacrificando la vida de una niña, a cambio de la posibilidad de evitar un atentado terrorista?
¿Podrías vivir con ello?
“You are putting the whole mission at risk because of one collateral damage issue”
El cine del sudafricano Gavin Hood, ya tiene mucho de reflexión, tal vez por sus creencias cristianas, así que se ha sentido muy cómodo con una historia que es casi de cámara:
Un centro de mando, unos militares que miran pantallas de televisión, mesas de decisiones, y técnicos que matan desde la distancia; en un sensacional y emocionante film bélico, donde la guerra es representada como un juego de despachos, video llamadas, cálculos matemáticos de probabilidad, y donde las decisiones se ejecutan con “joysticks” y “tablets”; consigue plantear el debate moral de esta nueva forma de terror, desde los distintos puntos de vista.
La acción tarda en llegar, y se utiliza un recurso de manual visto en repetidas ocasiones en el género, para hablar de lo que realmente le interesa:
Reflejar el sinsentido burocrático de la guerra de los drones, la guerra del siglo XXI.
Todo gira en torno a tomar la decisión de lanzar o no una bomba con intereses militares, políticos, legales y morales de por medio, y ahí es donde Eye In The Sky muestra su parte más endiabladamente apasionante.
El director utiliza una narración rápida desde el comienzo, presenta brevemente a los protagonistas desde el aspecto familiar para hacerlos más cercanos, situándolos luego en sus respectivos trabajos, donde se muestran como personas fuertes, tomando decisiones y actitudes que pueden ser cuestionables desde el punto moral.
Una vez introducido el tema central, y utilizando tecnicismos militares, continúa una narración sencilla, en una historia que se desarrolla de manera lineal, enfocándose casi únicamente en el momento de la operación.
Se muestra cómo la protagonista, Coronel Katherine Powell, está a cargo de una operación de inteligencia, que tiene como objetivo, capturar a un grupo de terroristas.
Esta operación se ve alterada, cuando descubren, a través de drones espías, que planean un ataque suicida.
Inmediatamente, el objetivo cambia de “captura” a “matarlos”, lo que se dificulta cuando el piloto del avión que los vigila, se da cuenta que hay una niña en el lugar, resistiéndose a continuar con el ataque para no lastimarla.
Desde ese momento, se abre el debate entre algunos de los miembros del Gobierno del Reino Unido y de Estados Unidos, quienes participan de la misión.
Acá, nos muestran bien claramente, la cantidad exagerada de trabas burocráticas resguardadas en montones de frenos legales mundiales, seguramente pergeñados por La ONU, ese lugar que no sirve para nada; que debe padecer un equipo triangulado de generales ingleses, estadounidenses y kenyanos, quienes no pueden apretar el maldito botón para acabar con un mal mayor.
Y por supuesto, que ni EEUU ni Gran Bretaña, ni ninguna de las potencias mundiales que nos oprimen desde hace más de 100 años, está dispuesta a tomar la cruda decisión de gatillar, a sabiendas de que aquella niñita podría morir colateralmente…
La niña representa, sencillamente, la inocencia, la indefensión encarnada de todas las víctimas de los daños colaterales de éstas guerras absurdas, y qué mejor representarla, que en forma de la pureza y los rasgos de una pequeña infante.
¿Acaso no se acuerdan de los niños soldados?
¿Todos son soldados en una guerra?
Seguro que las fuerzas de seguridad/militares; las jurídicas/fiscal general del Estado, o las políticas/ministros, han tenido sus dilemas ante situaciones que suscitan diversas interpretaciones, sin embargo, parece que otras veces se ha actuado sin tanto miramiento, o simplemente sin ninguno; aunque como meros ciudadanos, nos es difícil saberlo.
Ese abanico de pensamientos, los que anteponen el interés global, los que solo piensan en la conveniencia política, los que piensan con lógica, los que apelan a la intuición, aumentan la tensión por la decisión final, además de imprimirle alta dosis de realismo.
La trama se desarrolla prácticamente en tiempo real, durante la hora y media que dura todo el metraje; y una vez que la misión deja de ser “de vigilancia”, se suceden las llamadas de teléfono, las consultas a instancias superiores, y el debate sobre si es conveniente atacar o no.
Y es en este punto, donde toma un giro interesante, y se vuelve completamente emocionante, pues el asunto ya no es la guerra, ni los terroristas, ahora se trata de decidir que es mejor, o lo menos malo para evitar las muertes que pueden causar los terroristas, asumir los daños colaterales del ataque militar, simbolizado en una niña que vende pan; o encontrar el término medio, intentando alejar a la niña primero, y matando a los terroristas después, todo ello contrarreloj, pues los terroristas pueden irse en cualquier momento.
En primera instancia, el conflicto se presenta como un problema bélico, pero lentamente, el director involucra nuevos contratiempos que lo transforman en un problema moral.
El dilema moral, que es el centro de la historia, concierne a una pequeña que no tiene absolutamente nada que ver con lo que está sucediendo, pero que tiene la tan mala suerte de vender panes, justo al lado de la casa en donde los terroristas están planeando el ataque.
A lo largo de cada escena, no solo veremos los choques entre el centro de control, que quiere ejecutar el ataque sin consideración alguna; y la porción diplomática; también veremos cómo los pilotos encargados de ejecutar la acción, cuestionan a sus superiores, y todo el dilema moral escala rápidamente, para darle una cuota dramática muy alta, que sin duda te dejará afectado.
Todo esto tratado con el mayor respeto, sin recurrir a escenas en exceso violentas o situaciones subidas de tono.
Es ahí, donde Eye In The Sky instala un nuevo tema:
¿Qué pasa con los niños y la gente inocente que se ven involucradas en los ataques militares?
Desde ese momento el espectador tiene la posibilidad de presenciar, cómo resuelven la problemática, planteando tanto sus intereses personales como políticos, así el espectador se hace partícipe de la decisión, y se involucra fácilmente con la historia.
Gana cuando potencia su ¿inconsciente? vocación explicativa y, sobre todo, cuando ahonda en el carácter burocrático de una guerra que se hace en despachos.
Hay alguna deliciosa ironía en la preocupación del equipo en la Sala de Guerra en cuanto a la burocracia, a como el supuesto buen corazón de un pueblo se vería afectado con la muerte de inocentes.
La presentación de Alan Rickman, como un padre de familia que está a favor del bombardeo, y poco importarle los daños colaterales, funciona de momentos; rescatado en las demás situaciones por su calidad histriónica, más que los diálogos presentados.
No se descuida el aspecto técnico, sin embargo, dejando bien claro a través de estupendos efectos especiales, el poder de la tecnología que estas personas están manejando, y como detrás de ella, tienen la habilidad de poder destruir prácticamente cualquier cosa en la cual pongan su decisión, sin embargo, aquí yace la parte más importante de todo este enredo, la ética a seguir.
En Eye In The Sky, los militares parecen más temerarios, y los políticos actúan coartados por el miedo; no a derramar sangre inocente, sino por el miedo a que sus acciones sean expuestas públicamente, en definitiva, temen asumir responsabilidades.
Sin embargo, el director no asume riesgos, y no se decide por ningún punto de vista.
No deplora el actuar de los militares, ni el de los políticos.
Pareciera que los más humanos, son los pilotos de los drones, que tienen reparos en asesinar niños, daños colaterales para los estrategas de la guerra.
Toda esta incursión militar, es orquestada a miles de kilómetros de distancia, por gente sentada en cómodas oficinas, mientras monitorean el ataque a través de pantallas.
Así, se prefiere mostrar lo justo y necesario en lo que a acción concierne, para enfocarse casi por completo en las interacciones humanas, de hecho, la mayoría del metraje, se sucede en diálogos en los cuales se debate lo que está bien o mal, lo moral o inmoral, lo apropiado contra lo inapropiado, y todo esto genera un clima de muchísima tensión, ya que logra conectar casi de manera inmediata con nuestras emociones.
Aunque es verdaderamente imperfecta, hay algo admirable en que intente explicar la complicada logística de una operación militar, donde parece que todo el mundo quiere triunfar, pero no quieren ser responsables a la hora de tomar decisiones; pero pasarse todo el metraje discutiendo si dejar morir a una niña, o dejar que mueran más de 80 personas, te hace desesperarte.
A parte de ser lenta, llega un momento que estás deseando que acabe, que tomen una decisión…
Eye In The Sky tiene muchos argumentos que desarrollar, para ser tenida en cuenta:
Desde sus múltiples puntos de vista, la captura de una de las más buscadas por los EEUU, muestra los estados de ánimo y la personalidad de cada personaje que por pequeño que sea, cuenta mucho en la historia.
Uno de los aspectos que mejor se refleja, es la ineptitud de los altos cargos, cuyo trabajo es decidir, y se ven incapaces de hacerlo.
Una crítica a la administración y sus integrantes, que queda patente con tanta consulta entre ellos, y comportamientos dignos de lavarse las manos ante los más que destacables daños colaterales.
Paradójicamente, la enorme altura ética alcanzada en occidente, por el respeto a la vida, se vuelve en su contra a la hora de defenderse de la barbarie terrorista, o de cualquier otra amenaza que suponga una respuesta violenta con pérdidas de vidas, sean inocentes o no.
El debate que se suscita, me parece de capital importancia, ya que en él nos jugamos la supervivencia de los valores de la sociedad occidental:
Libertad, democracia, igualdad ciudadana, y de todos ante la ley, respeto a la vida humana por encima de ideologías, tolerancia religiosa...
Valores todos ellos encomiables, pero no compartidos por las sociedades islámicas, y curiosamente, incapacitantes para defenderse a sí mismos de la violencia terrorista.
La tolerancia religiosa, hace que los templos islámicos donde se repudian estos valores proliferen en territorio propio, sembrando en individuos de nuestra población, la bilis antioccidental, y está ocurriendo, lamentablemente.
La enorme pujanza de la natalidad en los países islámicos, con la consiguiente juventud de sus sociedades, el enorme convencimiento religioso en sus jóvenes, dispuestos a morir por la victoria del Islam, frente al lacrimoso occidente, es un mal asunto.
Del reparto, las actuaciones son otro punto a favor, aportando en función de la emocionalidad del relato.
Con 70 años, Helen Mirren como El Coronel que lidera la operación, está eficaz como siempre, aunque el papel no le supone mucho esfuerzo.
Resulta gratificante encontrar de nuevo a Barkhad Abdi, su personaje es el más carismático, y el que más nos hará agarrarnos a la butaca, por el peligro que corre, y la acción que muestra.
El toque humano lo pone Alan Rickman, como un Teniente General inglés, supervisando la operación desde Londres.
Como dato, Eye In The Sky está dedicada a su memoria, ya que fue la última que rodó antes de morir, en enero de ese año.
Mientras que otros, como La Fiscal General, Angela Northman (Monica Dolan), le lleva la contraria.
Esta funciona, es como la conciencia del espectador.
Una muy buena mezcla entre lo gracioso y lo responsable, reluce en muchos de los enfrentamientos verbales de estos.
Aaron Paul, es el piloto del dron incapaz de disparar, sabiendo que la niña está en la línea de fuego…
Iain Glen, pone la nota de humor como El Secretario de Estado inglés con problemas estomacales durante un viaje en Singapur.
Pero de todos, Mirren funciona perfectamente como Coronel, quien se presenta como una mujer muy dura en su actitud; y por otro lado, el papel de Aaron Paul, que tiene un lado más humano y empático con el espectador.
Un detalle no menor, que resulta muy atrayente, es ver que el personaje fuerte es interpretado por una mujer; mientras que la actuación sensible, está interpretada por un hombre.
Un caso poco común de ver en el mundo cinematográfico.
En el fondo, cambien las maneras de combatir o no, todo queda en manos de las personas.
Solo me resta decir, que ojalá los militares y diplomáticos fueran tan considerados y conscientes para con una maniobra militar que concierne a civiles, tanto como lo son estos personajes, pues lo cierto es que generalmente, no es así.
Pero eso no quita el gran valor que Eye In The Sky tiene, que no pretende instruir, ni dar criterios morales apropiados, y se contenta con mostrar las diversas opiniones, el conflicto, y sus consecuencias, dejando al televidente que saque sus propias conclusiones.
Creo que Eye In The Sky, tiene su principal fallo, en querer justificar que matar una persona inocente en la lucha contra el terrorismo, no es un acto de terrorismo, sino que es un mal menor, que evitaría un mal mayor, en caso de no actuar en ese preciso momento.
De entrada, no se me hace verosímil, ya que le comportamiento de los militares está claro que es obedecer órdenes, y no plantearse dilemas morales.
No seamos ingenuos.
El final más interesante, hubiera sido que a los terroristas les hubiera dado tiempo a largarse, y hubieran hecho estallar las bombas en sendos centros comerciales, o en el metro.
Hubiera sido la lección más instructiva.
El fanatismo de países enteros, frente a los llorosos occidentales que, pese haber evitado una terrible catástrofe terrorista, gimen desconsolados por la muerte de la niña, prueba fehaciente de la enorme empatía humanitaria, pero también de la terrible debilidad que esto supone ante una amenaza.
Esto no es cine hollywoodense, aquí los actos tienen consecuencias, la niña muere al final, y todos morimos un poco con ella.
Muy necesario, pues necesitamos ese toque de realidad, aunque sea cruda y cueste aceptarla.
“If they kill 80 people, we win the propaganda war.
If we kill one child, they do”
En la guerra moderna no sólo priva la mentira y la muerte, sino básicamente el secreto.
Que los Estados Unidos y sus aliados, sobre todo, los flemáticos ingleses, ofrezcan a los espectadores del mundo, todo su alarde tecnológico respecto a sus nuevos “juguetes de la muerte”, los hoy ya famosos y sorprendentes “Drones”, capaces de matar en directo, como si se tratara de un juego de video a los “malos” del “Mundo Libre Occidental”, merece algunas consideraciones.
Las leyes de guerra internacionales, como Los Convenios de Ginebra, regulan la conducta de los participantes en la guerra.
Estas leyes imponen restricciones a los participantes, para limitar el número de bajas y lesiones de civiles a través de la correcta identificación de los objetivos, y la distinción entre combatientes, y no combatientes.
El uso de sistemas de armas completamente autónomos, es problemático debido a la dificultad para distinguir objetivos militares y civiles.
Por tanto, los diseños actuales, todavía incorporan un elemento de control humano, lo que significa que un controlador de tierra, debe autorizar el lanzamiento de armas.
Las preocupaciones también incluyen la función del controlador humano, porque si es un civil, y no un miembro del ejército, lo cual es probable, dada la complejidad del sistema, sería considerado un combatiente de derecho internacional, que lleva un conjunto distinto de responsabilidades y consecuencias.
Por esta razón, el controlador debería ser, idealmente, un miembro de las fuerzas armadas, que entiende y acepta su papel como combatiente.
Los controladores, también pueden experimentar estrés psicológico, debido a su participación en el combate.
Se pueden comunicar con las tropas de tierra que están apoyando, y sentir un vínculo con ellos.
También, pueden sentir impotencia, culpa, cansancio o agotamiento, como una respuesta a lo que son testigos de forma remota.
Algunos pueden incluso, experimentar trastorno de estrés postraumático (TEPT)
“Si estoy en el campo de batalla y puedo matar, hay una sensación de que me voy a poner la piel en el juego.
Me pongo en peligro, y eso me hace sentir honorable.
Pero alguien que mata a distancia, puede preguntarse:
¿Soy de verdad honorable?”, ahí está la lid del operador.
Así las cosas, los aviones no tripulados de combate, pueden producir daños colaterales a civiles, aunque algunos afirman que reducen en gran medida la probabilidad.
A pesar de drones permiten la vigilancia táctica, y actualizar los datos al minuto, ciertos fallos han salido a la luz.
El programa de aviones no tripulados de EEUU en Pakistán, ha matado a decenas de civiles por accidente, por ejemplo.
Otro ejemplo, es la operación en febrero 2010, cerca de Khod, en la provincia de Urūzgān, Afganistán:
Más de 10 civiles en un convoy de 3 vehículos que viajaba por la provincia de Daykundi, murieron accidentalmente después de que un grupo de aviones no tripulados, identificara erróneamente a los civiles como amenazas hostiles.
Una fuerza de helicópteros Bell OH-58 Kiowa, que estaban protegiendo a las tropas de tierra, luchando a varios kilómetros de distancia, disparó misiles AGM-114 Hellfire, a los vehículos.
En marzo de 2013, la evolución de las leyes que rigen el uso de drones, sigue siendo objeto de debate.
Usados como arma, los drones están teniendo efectos políticos imprevistos.
Algunos estudiosos han argumentado, que el uso extensivo de drones, socavará la legitimidad popular de los gobiernos locales, a los que se culpará por permitir las muertes.
El caso de estudio para este análisis, es Yemen, donde ataques aéreos parecen estar aumentando el resentimiento contra el gobierno de Yemen, así como en contra de los EEUU.
Algunos líderes se preocupan por los daños psicológicos que el uso de drones puede causar en los soldados.
Preocupa que a medida que la guerra se hace más fácil y segura, mientras los soldados se retiran de los horrores de la guerra, y ven al enemigo no como seres humanos, sino como “blips” en la pantalla, no es muy real al peligro de perder la capacidad de disuasión que tales horrores proporcionan, preocupaciones similares surgieron cuando las bombas inteligentes comenzaron a ser utilizadas ampliamente en La Primera Guerra del Golfo.
En febrero de 2013, la Universidad Fairleigh Dickinson realizó un estudio, encuesta PublicMind, para medir la opinión pública sobre el uso de aviones no tripulados.
El estudio se llevó a cabo en todo EEUU, y preguntó a los encuestados:
¿Aprueba o desaprueba que El Ejército de los EEUU emplee aviones no tripulados para llevar a cabo ataques en el extranjero, en las personas y otros objetivos considerados una amenaza para los EEUU?
Los resultados mostraron que 3 de cada 4, un 75% de los encuestados, aprueba que El Ejército de los EEUU lleve a cabo los ataques con aviones no tripulados; mientras que el 13% los desaprobaron.
En la guerra, todos son soldados, todos son víctimas, todos son posibles bajas.

“We've got two suicide bombers inside that house but no one wants to take responsibility for pulling the trigger”



Comentarios

Entradas populares