The Invitation

“I'm so glad you're here.
We have a lot to talk about.
So much to say tonight”

Se llama “despotismo del enfermo” a la actitud tirana de quien siente tanto dolor, que es incapaz de separarlo de su conducta hacia los demás.
Devorado por su malestar, el enfermo se ve legitimado para herir, dañar o fastidiar a los de su alrededor, sean estos culpables de su situación o no.
Así, el enfermo logra alejar a todos con su conducta despótica o desagradable, y puede al fin regocijarse, cual puerco en su pocilga:
“Me han dejado solo”
Por otro lado, el suicidio como acto político, ha pasado a ser durante el siglo XXI una constante dentro del estudio de la psicología social.
Especialmente desde las inmolaciones del 9/11, se convirtió en un temor implantado en el cerebro occidental, con respuestas drásticas como los atentados de Noruega en 2011, o interpretaciones políticas de actos más individualistas, como la catástrofe causada por el copiloto alemán que se suicidó estrellando un Airbus contra Los Alpes, con tripulación y pasajeros a bordo.
Sea en busca de catarsis, o de “pasar a la historia” o de causar el máximo de bajas posibles en el enemigo, todos estos actos responden al egocentrismo y egoísmo de quien cree que su dolor, o su objetivo vital debe ser aceptado y compartido por el mundo, a la no aceptación de la multitud de los puntos de vista.
Un suicidio colectivo, ocurre cuando un grupo de individuos, que pueden o no conocerse entre sí, se quitan la vida simultáneamente en un mismo lugar por motivos comunes, o no.
Los suicidios colectivos, pueden ocurrir en diversos contextos; de esta forma, por ejemplo, son famosos los casos de suicidios en masa en contextos religiosos, incitados, o inducción al suicidio por sectas en las que los individuos llegan a pensar que hechos definitivos, tales como El Fin del Mundo, o el paso a otra vida mejor, implica morir o desprenderse del cuerpo.
Un suicidio colectivo ritual, o por motivos culturales, es por tanto un suicidio colectivo, a menudo con ritual cometido por miembros de grupos que han sido considerados grupos religiosos o sectas.
En algunos casos, todos los miembros o gran parte de ellos, han cometido suicidio en el mismo lugar, y al mismo tiempo.
Algunos grupos que han cometido esta clase de suicidios, son por ejemplo:
La secta Heaven's Gate, La Orden del Templo Solar, La Tragedia de Jonestown, o La secta de los Filipianos.
Otro tipo de suicidios, se dan últimamente por el mero hecho de morir en grupo...
Ésta es una tendencia creciente en el Japón del siglo XXI, en el que decenas de individuos se dan cita para suicidarse, comúnmente con monóxido de carbono, sin concretar motivos, sino como una actividad más.
Algunos antropólogos y sociólogos sostienen que el suicidio colectivo surge en la sociedad occidental, producto del creciente temor a la muerte de las personas.
El individuo teme morir en soledad, y producto de un proceso consciente pero influenciado por fuerzas inconscientes, decide darle fin a su vida junto con un grupo de personas…
Es decir, decide no morir solo, y cometer asesinato con los demás.
“There is nothing to be afraid of”
The Invitation es una película de terror, del año 2015, dirigido por Karyn Kusama.
Protagonizado por Logan Marshall-Green, Michiel Huisman, Tammy Blanchard, John Carroll Lynch, Mike Doyle, Emayatzy Corinealdi, Karl Yune, Toby Huss, Marieh Delfino, Michelle Krusiec, Lindsay Burdge, Aiden Lovekamp, Jordi Vilasuso, Jay Larson, Danielle Camastra, entre otros.
El guión es de Phil Hay y Matt Manfredi sobre varios temas:
Las sectas, el dolor, la muerte, lo políticamente correcto, la amistad; pero el tema principal, es cómo gestionamos cada uno la pérdida y el dolor.
La historia aborda con inteligencia, los momentos de choque, de enfrentamientos, derivando en vibrantes situaciones cargadas de dureza, mediante las cuales se construye un clima áspero, opresivo, cuasi-pesadillesco, recordando por momentos a la “buñueliana” “El Ángel Exterminador”(1962); pues nos habla de temas profundos, hace una reflexión sobre el dolor anímico, sobre la depresión por una gran pérdida, sobre el cómo afrontarla, sobre echarnos la culpa, sobre los recuerdos que nos asfixian, sobre la fragilidad de nuestras almas, sobre seguir en la lucha diaria, sobre la paranoia, sobre la negación del dolor, sobre las comunas de autoayuda, y sobre todo, sobre la vida y la muerte.
Todos los ingredientes están mezclados en su justa medida, para ofrecernos un producto perfecto que mantiene el nivel de suspense durante todo el largometraje.
La acción sigue a Will (Logan Marshall-Green), que en un pasado lo unió a Eden (Tammy Blanchard), hasta que perdieron a su hijo (Aiden Lovekamp), años atrás.
La tragedia afectó su relación de forma irreversible, hasta el punto de que ella desapareció de la noche a la mañana.
Un día, Eden regresa a la ciudad; se ha vuelto a casar; su nueva pareja se llama, David (Michiel Huisman), y en ella parece haber cambiado algo, convirtiéndola en una presencia inquietante e irreconocible, incluso para Will.
Will y su nueva pareja, Kira (Emayatzy Corinealdi), son invitados a casa de su ex esposa, donde se llevará a cabo una fiesta, que promete ser un reencuentro entre amigos que tienen años sin verse.
Poco motivado, el hombre acepta, y se acerca a la casa donde una vez vivió...
Otros invitados son:
Tommy (Mike Doyle) y su novio Miguel (Jordi Vilasuso); Ben (Jay Larson), Claire (Marieh Delfino), Gina (Michelle Krusiec), Choi (Karl Yune), todos en la treintena.
La reunión se nota inofensiva, hasta que empiezan a aparecer invitados inesperados:
Sadie (Lindsay Burdge) y Pruitt (John Carroll Lynch); y los habitantes de esta casa, empiezan a revelar su nuevo estilo de vida.
David y Eden, les dicen a sus amigos acerca de un grupo al que se unieron junto con Pruitt y Sadie, que se llama “La Invitación” para trabajar a través del dolor, utilizando la filosofía espiritual.
David muestra a todos un vídeo, en el que el líder del grupo, Dr. Joseph (Toby Huss), consuela a una mujer una enfermedad terminal, mientras se llevan sus últimas respiraciones.
Sin embargo, Will empieza a sospechar, de que no todo parece ser lo que es...
Lo que debería ser una velada de risas y charlas llenas de complicidad, se convierte en algo inesperado, que nada tiene que ver con lo agradable.
Así, The Invitation hace trabajar tu cerebro en el terreno que mueve al miedo:
Observación, detección de patrones no controlados, e incertidumbre de cómo van a combinar los 2 primeros factores.
Un interesante punto de vista al mundo de las sectas, el factor emocional, y la relación de amistad en un mundo hipócrita, tan cínico como sus escépticos personajes creen pueden llegar a ver.
Un alegato a favor de la convivencia de diferentes sensibilidades, ideologías y formas de ver la realidad, solo que en formato de “thriller” psicológico con un éxtasis final.
“It's a beautiful thing.
It really is”
Cuando se maneja bien el lenguaje fílmico, y genera intriga no solo dentro de la historia, sino en el público al sacudirlo, es consciente ya de su vulnerable condición.
Esa incertidumbre, entonces traspasa el efectismo técnico, o narrativo, y perdura gracias al desarrollo efectivo de su contexto, que corresponde a una realidad cercana.
Son pocas las cintas, que aparte de entregar una renovada perspectiva, nos estremecen aun después de su proyección, incluso cuestionan nuestra percepción e ideas preconcebidas sobre lo que aborda.
La directora Karyn Kusama ha compuesto su mejor película; y con el hiperrealismo de los sonidos, crea unas sensaciones de irresistible poder hipnótico; una espeluznante obra sobre “la nueva religión”
The Invitation, es un filme teatral, pues nos presenta personajes de una gran heterogeneidad y contundente carácter, desenvolviéndose en escenarios limitados, presenciando locuras de todo tipo, y dejándose llevar por el dulce sonido del mal; en donde aparentemente no sucede nada, pero la sensación de terror está siempre muy presente, desenvolviéndose dentro de un falso ardid que solo nuestros instintos primarios son capaces de dilucidar.
“Nuestro hijo ha muerto, y eso no se puede ignorar.
Eso no se puede borrar”
Son las potentes líneas que concentran los temas principales que trata The Invitation:
La pérdida, el dolor, la superación, y el poder terrible de los demás en los peores momentos de nuestra vida.
Esta carga de telefilm, se diluye como el veneno en una película de terror, que a lo mejor no lo es tal, pero que sí insiste en preparar al espectador para que pueda esperarse lo peor de la cena de mala vibra a la que se accede con la invitación del título.
Lo que en un principio parece una invitación inocente, comienza a adquirir un matiz cada vez más siniestro, cuando descubrimos que la pareja relata a los demás, cómo se recuperaron de una terrible pérdida, dejando ver sus auténticas intenciones detrás de la cena.
Es aquí donde la sensación de paranoia del personaje principal, comienza a crecer de forma exponencial, mostrando una capa de conflicto puesta a presión, y que se deja ver en cada una de las acciones del personaje.
Los motivos de la invitación, son revelados prácticamente desde el principio, por lo que la mención de las sectas y la espiritualidad moderna, no son ningún spoiler, pero la manera como juega con nuestras expectativas, y nos mantiene constantemente en vilo, para saber qué va a ocurrir, es algo realmente admirable.
Los hechos viran de forma inquietante al principio, cuando Eden y David revelan que se han unido a un grupo de autoayuda, que conocieron estando en México.
Gracias a este grupo, ambos han aprendido una nueva “filosofía de vida”, en la que los sufrimientos humanos, son sólo reacciones químicas de las que podemos librarnos si lo deseamos de verdad.
Will acabará por aislarse y, a medida que recorre las habitaciones de su antigua casa, sus sospechas y sus intrigas se entremezclarán con los recuerdos de su pasado, y ésta explosiva mezcla, acabará germinando en su cabeza, haciendo que su comportamiento se mueva entre la locura y la cordura, consiguiendo arrastrar consigo al espectador, que seguramente no será capaz de sacar algo en claro, hasta que se desvele el final.
The Invitation es una película misteriosa, de personajes incómodos y chocantes, de situaciones rocambolescas, surrealistas, e incluso crípticas, que se desenvuelve en un clima impredecible, absolutamente histriónico y descorazonador; que rompe toda clase de esquemas, dirigida con muchísimo esmero, y especialmente curtida en detalles.
Es una de esas películas que se disfrutan en el engaño.
El muestrario de trampas, de “síes y noes”, de falsas pistas y de “juego”, es muy entretenido:
Sin sangre, sin escenas grandilocuentes ni grandes saltos de altura; solo el terror del hombre atrapado en una agobiante pesadilla sinsentido.
Y funciona por lo pesado de su trama, y lo importante de su principal “twist”
No obstante, no hay necesidad de rebuscar mucho en sus detalles, para encontrar alguno que otro error, y algunos espectadores, hasta podrían preguntarse el por qué los personajes no actúan de otra forma, una práctica que me parece desagradable…
Lo importante de The Invitation, es ver cómo un personaje común reacciona ante la sospecha.
El grupo de amigos invitados a la cena, está compuesto por una representación heterogénea, en la que Kusama no ha querido olvidarse o hacer de menos a nadie, dejando una impresión de grupo forzado:
Asiáticos, negros, blancos, homosexuales, heterosexuales, con pareja, y sin pareja; y con la supervivencia, muestra su apuesta al mantener vivos al hombre blanco, la mujer negra, y al homosexual.
Un grupo de supervivientes de diversidad social que confiere más peso si cabe a la interpretación sociopolítica de una película que, desgraciadamente será vista como un simple desenfreno por su parte final.
The Invitation cuida mucho los detalles, tanto los más vistosos o llamativos, como en la escena del vídeo y las confesiones, la de Pruitt es escalofriante, como en los mínimos “flashbacks” de Will, insertados de forma inteligente, para hacernos ver que tampoco anda muy bien psicológicamente, haciéndonos pensar en cierto momento, que puede que Will esté enredándose solo entre recuerdos y sospechas que sólo él ve.
El punto fuerte de The Invitation, radica en su alta intensidad emocional, capaz de tensionar el ambiente hasta unos límites en los cuales, el más mínimo acto, es capaz de destilar maldad, una maldad silenciosa y soterrada que, lentamente, se va apoderando del ya de por sí malsano ambiente.
Pero The Invitation es más que una simple historia de terror:
Contiene un drama que un encuentra su punto exacto de intensidad, además de introducir una interesante reflexión sobre las estúpidas y excéntricas relaciones interpersonales, y su evidente falsedad.
¿A qué se debe ese absurdo deseo de mostrarnos siempre educados, agradables, sensibles y simpáticos, con la gente que nos rodea?
El exceso de “buenrollismo” puede llegar a convertirse en un infierno…
The Invitation, es un “thriller” psicológico sustentado sobre el problema del ego:
El “yo consciente” que controla y media todo lo que está a su alcance en la realidad exterior, para alcanzar los ideales propios; y la obra gira de manera constante, en torno al dolor ante la pérdida que, en el confinamiento en el que se encuentran los invitados, adquiere una connotación redentora, cuando la vía de escape pasa por cualquier tipo de sacrificio ajeno.
Kusama, pone a prueba nuestra tolerancia frente al clímax de tensión “in crescendo” y paulatino, que se va desarrollando a lo largo del metraje.
Existe en The Invitation, el poso aun ferviente de un trauma penetrante que el tiempo ha convertido en tabú, que no puede disimularse cuando la compleja red sentimental da la cara en plena reunión.
Algo que todos conocen, y nadie menciona por temor a despertar fantasmas del pasado, que en realidad, nunca han dejado de estar.
El matrimonio roto por la tragedia, vuelve a reencontrarse para contraponer 2 formas de afrontar el dolor:
Por una parte, el aislamiento de él, la necesidad de cargar con la responsabilidad de la tragedia y el recuerdo amargo como único vínculo afectivo que lo aferra hacia ese hijo que ya no está.
Por otra, la negación de ella, borrando el recuerdo como si nunca antes hubiese existido.
La muerte entonces, pasa a ser algo peligrosamente frívolo, objeto de fascinación, cuyos postulados nacen de una secta que coloniza las mentes rotas y perdidas, como la de esa madre que ha preferido olvidar que una vez lo fue...
Este tratamiento del sufrimiento emocional, por un hecho pasado, es la apoplejía espiritual que ha extendido sus tentáculos sobre Eden y Will, y parece haber acabado con cada partícula de amor que había entre ellos.
La infelicidad de Will, y la alegría impostada de Eden, aun en polos opuestos, convergen en la inútil lucha por seguir adelante.
Ella, más vulnerable, ha caído en un mundo de fantasía y fábulas mefistofélicas; mientras que él, aún permanece sumido en la pesadilla inicial.
Su pasado se ha transfigurado en la ficción de su presente.
Y aunque no lo parezca, podría leerse también como una cinta sobre casas encantadas:
Hablamos de un fantasma, el de un hijo fallecido en trágicas circunstancias, que nunca se manifiesta más allá del doloroso recuerdo pero que, sin embargo, sobrevuela una casa que se ha transformado en un lugar frío e impersonal.
Kusama nos guía de manera astuta, a través de esa cena de amigos, como una araña espera a que las presas caigan en su red, mientras que la atmósfera se va tornando, lentamente, cada vez más enrarecida, con la suma de situaciones discordantes que parecen no encajar.
Y maneja con gran habilidad, el reducido espacio del que dispone, y la posición de la cámara.
En ocasiones, nos da un lugar en el sofá, somos un invitado más, y otras veces disipa la presión que lo invade todo, al concedernos ángulos o puntos de vista de la estancia a la que nadie más tiene acceso.
De igual modo, en ocasiones nos aproxima a Will, mostrándonos sus recuerdos o dejándonos ver a través de su mirada capciosa y beligerante, atenta a todo cuanto le rodea.
Vivimos con él su paranoia, y sufrimos la ansiedad que él soporta durante toda la noche.
Sin embargo, en ocasiones, Kusama nos aleja de él, y desde un enfoque en contraposición, podemos ver las aristas de la situación, al contemplar cómo Will se desenvuelve en una nebulosa neurótica de la que no puede escapar.
Toda esta planificación narrativa, consigue un efecto de transmutación constante en el pensamiento del espectador.
Al final, el vaivén emocional que propone una obra como The Invitation, intercambiando roles, y depositando sospechas siempre supuestas, parece acabar justificando actitudes, y dando la razón a personajes que parecían estar solos contra el mundo.
Como si al final, la película desembocara en una especie de reivindicación del dolor como proceso de duelo profundamente humano, frente a la represión del mismo, y que descontrolado, puede desembocar en una pesadillesca arma de destrucción masiva.
Porque finalmente se trata un poco de eso:
Aceptar y saberse en paz con esos fantasmas que, aunque nunca se manifiesten, se sabrán presentes hasta que se deje de existir.
Del reparto, resalta Logan Marshall-Green como protagonista, y confirma su estatus en la industria.
El actor realiza un papel sumamente importante para su carrera, porque se sale del encasillamiento del secundario que solo tiene perfiles temporales.
Acá protagoniza, y permite la rápida identificación con su personaje; y en ocasiones, nos olvidamos de que es un actor; inclusive tapando su belleza apolínea con el exceso de cabello para no molestar.
Solo él, es capaz de escuchar esa melodía, y ver esa supuesta maldad que nadie más intuye…
Por lo que Karyn Kusama opta por un posicionamiento moral decantado hacia la faceta masculina de la expareja:
Will es la vertiente humana del relato, entendemos el dolor de él, y nos desconcierta del mismo modo, la negación del dolor por parte de ella.
Por esa misma razón, casi llegamos a compartir su desconfianza en torno a una “buñuelesca” reunión de viejos amigos que parece fuera de lugar.
Y del mismo modo sabemos, que en una casa poblada por tantos fantasmas, algo oscuro está teniendo lugar.
No es de extrañar entonces que, igual que el posicionamiento moral, el discurso formal materialice una especie de estado mental del protagonista masculino, a través de cuyos ojos desgranamos el relato.
A Will, el personaje masculino roto por la tragedia, le es concedido un lugar especial dentro del plano, y es aislado del resto de integrantes de la reunión a través del uso del primer plano.
Y eso incluye a su actual pareja, Kira, la cual permanece ausente la mayor parte del metraje.
Por otro lado, a destacar la alocada Lindsay Burdge como Sadie, quien nada más aparecer, logra desviar la atención de nuestros ojos para analizar atentamente cada uno de sus gestos y disparates.
John Carroll Lynch, en un personaje ausente e invisible, pero quizás el más perturbador, lo borda son un personaje misterioso, intrigante, de pose amable y simpática.
Michiel Huisman, como un hombre que se presenta muy conciliador y con aparentes intenciones de apaciguar los ánimos que levanta el carácter hostil y salvaje del personaje de Logan Marshall-Green.
Tammy Blanchard, es la elegancia personificada y el personaje más triste, hipnótico y hermoso; una mujer con tintes de vampiresa, que a pesar de sus esfuerzos por dejar atrás su característica fragilidad, fruto de un pasado triste, presenta una actitud extrañamente artificial y perturbadora, caracterizada por un humor, una mirada y una sonrisa que resultan en todo momento inquietantes.
Mientras el resto, como he dicho, no aprovechan su tiempo para dejar huella.
En definitiva, The Invitation posee una muy buena dirección, enorme manejo del suspenso, desquiciante, inquietante y muy agobiante, tanto que juega tanto con el espectador, no te suelta, y te deja un gran malestar durante la primera hora, y cuando terminó, hace que reflexiones por lo visto.
Eso es cine, la habilidad de hacerte sentir lo que se pretende, te manipula, te hace sentir incómodo, y te obliga a caer...
Si hay que achacarle algo, hacia el final, la trama cae por razones obvias, perdiendo el rumbo de la lógica hacia el espectador, como por ejemplo:
Las actitudes de algunos personajes en no cuestionar nada…
Las lamparitas rojas colgadas de todas las casas, junto al caos de las sirenas, me recordó a la saga “The Purge”, pero logra concluir de manera inquietante y muy bien lograda.
También existen secuencias que lo dicen todo por sí mismas, y nos producen un impacto emocional, como cuando Will entra en una de las habitaciones más importantes de la casa, o planos fijos que no necesitan de nada más, como es la imagen final.
Y es que después de la resolución de la trama, en el interior de la casa, a Karyn Kusama todavía le queda energía suficiente para arremeter de manera elegante contra esa famosa ladera de Los Ángeles, o más bien, contra todo lo que representa, y los perfiles humanos que la integran.
La escena inicial del coyote, no creo que sea casualidad o artificio:
El sacrificio de una vida para que no sufra...
¿No es eso lo que, por lo que se ve posteriori, te vienen a plantear los iluminados?
¿Y que ellos son la herramienta para “ayudar” a otros?
Tampoco creo que sean casualidad algunos nombres de protagonistas, como Will o Eden, por lo que representan…
Incluso, se podría llegar ver The Invitation, como una metáfora de los reencuentros entre amigos, dónde tras la felicidad y cierta incomodidad inicial, aparece alguna excentricidad, se pasa al alcohol, y se acaba con una lluvia de reproches y rencores guardados.
Con final triste, The Invitation busca dejar reflexionando sobre los temas tratados, sobre el dolor recibido y causado, y las formas de enfrentarse a él.
Sobre aquel momento en que atropellaste un coyote, y lo mataste por compasión…
“Each one of us is on a journey and we feel it's important to be on this journey with the people you love”
Durante siglos, el ser humano encontró alivio ante el trauma en el poder de sedación de la religión, desplegado en doble vertiente:
La del apoyo de la comunidad, y la de la promesa de una vida más allá de la muerte.
Sin embargo, en época fundamentalmente agnóstica, atea, o de creencias poco labradas y nada practicantes, se abre camino otro tipo de apoyo y consuelo, supuestamente más acorde con tiempos corren:
El de las reuniones de afectados, el de la catarsis en comunidad, el de gurús de la autoayuda, el de religiones 2.0, con su marketing y su publicidad, el de las sectas en general.
Y es que la religión no es tan benévola después de todo, pues también tiene su estela de muerte, como estos suicidios masivos que se han orquestado en grandes organizaciones con fines bastante mórbidos.
Estas terroríficas obras, se han podido llevar a cabo a través de un líder que bajo efectos de sumisión, logra que sus seguidores se sacrifiquen ante sus prédicas, con la creencia de que después de la muerte, nos espera un “cielo infinito”...
Por otro lado, el proceso de autovictimización, es un proceso psicológico que surge ante la incapacidad por superar una situación, y busca como objetivo, darse argumentos para bajar los brazos, rendirse, no seguir luchando…
La marginación autoimplantada, la paranoia hacia el exterior, y la desaparición del círculo social habitual, son simples síntomas de una mala digestión del dolor.
Como vemos al final de The Invitation, se decanta claramente por la segunda opción, y pone el dedo en la llaga de esa filosofía tan de moda desde hace unos cuantos años, de “verlo todo con positividad”
Lo vemos en las tazas, en las camisetas, en los anuncios, en las libretas, todo es maravilloso, y todos somos geniales.
Pues no; no todo tiene un lado bueno, no; el dolor no es siempre evitable, y los que afirman evitarlo, quizás simplemente se estén autoengañando, y enterrándolo más hondo, tal vez con ayuda química; no, no sirve de nada sonreír como una marioneta todo el rato, y pintar los problemas con una capa de purpurina rosa.
A modo de un “dictadura emocional” porque por culpa de esta moda, para determinadas personas, ya el solo hecho de quejarse de algo, y reconocer que no todo es maravilloso, es visto como algo “tóxico”
Y está claro que tampoco nos podemos ir al extremo contrario, y anclarnos en el pesimismo absoluto, donde lo único que hay que hacer, es quejarse, y no tratar de cambiar las cosas.
La tristeza, es parte de la vida; y el quejarse y hablar de las cosas que nos duelen, es también una manera de encauzarlas de alguna manera, de reconocer su existencia, y tratar de convivir con ellas.

“Forgiveness doesn't have to wait.
I'm free to forgive myself and so are you”



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