El Abrazo de La Serpiente
“Escucha lo que el río le puede decir, cada árbol, cada flor trae la sabiduría”
La serpiente, es una de las figuras más representadas en la mitología y en las religiones, a lo largo y ancho del mundo.
En general, este animal simboliza conceptos muy diferentes:
Desde la creación a la ciencia, pasando por la maldad más primigenia o la naturaleza, en función de la cultura, pero todas ellas son interesantes.
Partiendo de la base de que te interesen las culturas ancestrales de la historia, y cómo organizaban o explicaban la consciencia y el orden subjetivo de su alrededor, el conocimiento; esta simbología y subjetividad, resulta atrayente e intrigante, porque nos aporta una visión o una postura distinta ante la vida, pero también, porque muestra otras formas de sabiduría y de interpretación, otras formas de comunicarse; especialmente si nos fijamos en la esencia y los instintos, aunque sin olvidar unos progresos que aún se estudian, si es que sus civilizaciones no se han olvidado y desaparecido por completo.
Solo en la visión del indígena, se nos permite apreciar ese lugar sagrado, de forma tan especial e íntima, en esa cosmogonía donde “la boa es sagrada porque cayó del cielo, y se transformó en ese río serpiente que posibilita la vida”
La región Amazónica de Colombia, o simplemente Amazonía, está ubicada en el sur del país, comprende el 49% del territorio nacional, y es la zona menos poblada del país.
A la vez, hace parte de la gran región suramericana de La Selva Amazónica, la más extensa zona forestal del mundo, que es compartida por:
Venezuela, Brasil, Colombia, Ecuador, Perú, Guyana, Suriname, y Bolivia.
En consecuencia, La Región Amazónica de Colombia, es la más forestal, con una superficie de 985.621 km cuadrados.
Analicemos brevemente, a 3 personajes importantes:
Theodor Koch-Grünberg (1872 – 1924), fue un etnólogo y explorador, que hizo una gran contribución al estudio de los pueblos nativos de Sudamérica, en particular, los indios pemones, y las tribus del Amazonas en Brasil.
De 1903 a 1905, exploró el Yapura y el Río Negro en la frontera con Venezuela.
Su informe de expedición, con una investigación sobre los Baniwa, apareció en 2 tomos bajo el título “Zwei Jahre Unter Den Indianern. Reisen in Nord West Brasilien, 1903-1905” o “Dos años con los Indios: Viajes en el Noroeste de Brasil, 1903-1905”; siendo un pionero en la fotografía antropológica, y sus descripciones sobre tribus del Brasil, son aún hoy en día, de interés para los etnólogos.
Su segunda expedición clave al sur de Venezuela, tuvo lugar en 1911:
Salió de Manaos por el río Branco, hasta el cerro Roraima en Venezuela.
Allí documentó mitos y leyendas de los indígenas pemones, y los fotografió.
Koch-Grünberg los denominaba:
Arekuna y taulipang; y regresó a Manaos y de allí a Alemania, donde publicó su mayor trabajo:
“Vom Roroima zum Orinoco”, en 1917.
Koch-Grünberg, murió de malaria de manera repentina en 1924, en una expedición con el investigador estadounidense A. Hamilton Rice, y el camarógrafo brasileño, Silvino Santos, que quería cartografiar la parte superior del Río Branco.
Por su parte, Richard Evans Schultes (1915 - 2001), fue un biólogo estadounidense, que se destacó por el estudio de las propiedades farmacológicas de muchas plantas y hongos de uso ritual, con propiedades enteogénicas o alucinógenas, especialmente del Amazonas.
Se considera que él sentó las bases de la etnobotánica moderna; pues su trabajo implicó largos trabajos de campo con los pueblos originarios, que fueron definitivos para consolidar su influencia en La Universidad Harvard, donde escribió importantes textos en la materia.
En Colombia, estudió el yagé (Banisteriopsis caapi), la coca amazónica (Erythroxylum coca), el yoco (Paullinia yoco), entre otras plantas.
En el primero de sus muchos y prolongados viajes al Alto Amazonas, principalmente en La Amazonía Colombiana, comenzó en 1941, como investigador asociado de Harvard, e incluyó el estudio de variedades de caucho, resistentes a enfermedades, en un esfuerzo de liberar a Estados Unidos de la dependencia de las plantaciones asiáticas, inalcanzables por la ocupación japonesa durante La Segunda Guerra Mundial.
Su trabajo de campo entre las naciones originarias, lo condujo a ser una de las primeras personas en alertar al mundo, sobre la destrucción de La Selva Amazónica, y el exterminio de los aborígenes.
Recolectó más de 24.000 especímenes para herbario, publicando numerosos descubrimientos etnobotánicos, incluyendo las fuentes del veneno curare, hoy empleado como relajante muscular durante las cirugías.
Schultes, fue nombrado curador del Herbario de Orquídeas de Harvard, en 1953, curador de botánica económica en 1958, y profesor de Biología desde 1970 hasta 1985.
Su propia persona, serena, altamente agradable, en combinación con su expresividad y gesticulación, narrando sus exóticas experiencias, ayudaban a capturar la imaginación de los muchos estudiantes, que se inspiraron en él.
Por último, el novelista polaco, que adoptó el inglés como lengua literaria; Józef Teodor Konrad Korzeniowski, más conocido como Joseph Conrad (1857 – 1924), cuya obra explora la vulnerabilidad y la inestabilidad moral del ser humano, en su libro “Heart Of darkness” (1899), una novela que se centra en un marinero llamado Charlie Marlow, el cual narra una travesía que realizó años atrás por un río tropical, en busca de un tal Kurtz, el jefe de una explotación de marfil, y que a lo largo de la novela adquiere un carácter simbólico y ambiguo; dijo:
“Penetramos más y más espesamente en el corazón de las tinieblas.
Allí había verdadera calma…
Éramos vagabundos en medio de una tierra prehistórica, de una tierra que tenía el aspecto de un planeta desconocido.
Nos podíamos ver a nosotros mismos, como los primeros hombres tomando posesión de una herencia maldita, sobreviviendo a costa de una angustia profunda, de un trabajo excesivo”
El Abrazo de La Serpiente es una película colombiana de aventura, del año 2015, dirigida por Ciro Guerra.
Protagonizada por Brionne Davis, Nilbio Torres, Antonio Bolívar, Jan Bijvoet, Nicolás Cancino, Yauenkü Migue, Luigi Sciamanna, entre otros.
El guión es de Jacques Toulemonde y Ciro Guerra; y está ligeramente inspirada en los diarios escritos por 2 científicos durante su estancia en La Amazonía Colombiana:
Theodor Koch-Grünberg y Richard Evans Schultes, los cuales son representados en El Abrazo de La Serpiente, por 2 personajes llamados simplemente:
Theodor von Martius e Evan.
Pese a partir de los diarios de 2 exploradores reales, el director admite que tuvieron que “ficcionalizar” la mayor parte de la historia, “porque es imposible abarcar el conocimiento amazónico”, y, además, “la realidad es mala guionista”
También, logra una maravillosa actuación de 2 indígenas de la región:
Nilbio Torres, de la etnia cubeo; y Antonio Bolívar, de la etnia ocaina, a través del personaje llamado Karamakate.
A su vez, aparece la actuación de un ticuna, quien representa al acompañante de von Martius, llamado Manduca.
Rodada en blanco y negro, se filmó en el noroeste amazónico, en la frontera de Colombia con Brasil; una zona muy rica, donde se hablan 17 dialectos indígenas; y en la cinta, figuran varias comunidades, entre ellas:
Las guanano, ticuna y cuitoto, que fueron parte activa “tanto delante como detrás de cámara”, según el director.
Como dato adicional y llamativo, este rodaje tuvo una mezcla multirracial, multilingüistica, y multicultural:
Al actor belga y al estadounidense, se sumó equipo técnico de Perú, Venezuela, México y Colombia; y dentro de este último, una comitiva encabezada por el director nacido en Río de Oro, con bogotanos, caleños, samarios, boyacenses, y de las comunidades ocaina, huitoto, ticuna, cubeo, yurutí, tucano, siriano, carapana y desano, todas ellas, moradoras en Vaupés.
Fueron 5 años de trabajo, y 7 semanas de rodaje para alumbrarlo, aunque la aproximación a la selva fue “muy respetuosa”
Por eso, pidieron permiso a las comunidades de las tierras donde grabaron, y estas colaboraron de buen grado, de tal forma que Ciro Guerra llegó a sentir que “la selva estaba colaborando, para que la película se hiciese”
De los 5 años, 2 de ellos estuvieron dedicados al guión:
Primero comenzó su aproximación a los pueblos amazónicos, desde un punto de vista casi antropológico, documental.
Sin embargo, se dio cuenta de que los sueños, la imaginación y la ficción, eran muy importantes en la cosmovisión indígena.
“Ellos creen que el mundo se crea en medida que se cuenta”, afirma el realizador.
“El Abrazo de La Serpiente es muy sudamericana”, dice Guerra; y no es baladí que sea una coproducción de Argentina y Venezuela.
“Está hecha sin apoyo europeo, que normalmente teníamos que buscar”, cuenta el cineasta.
Guerra cree, que el cine latinoamericano está robando el espacio que mucho tiempo ocupó el cine europeo, y el cine independiente de Hollywood.
“El cine que cuestiona, ha sido olvidado porque están concentrados en hacer blockbusters”, sentenció.
Como resultado, El Abrazo de La Serpiente estuvo nominada para los Premios Oscar, en la categoría mejor película de habla no inglesa, y es la primera obra cinematográfica colombiana, en ser nominada en los Premios de la Academia; superando la nominación como mejor actriz principal, en 2004, de Catalina Sandino por su papel en la película “María, llena eres de gracia”
Y fue la única producción latinoamericana, que figuró en la lista de las producciones de habla no inglesa, seleccionadas en esa categoría especial de los premios Oscar.
“Gracias a todas las comunidades indígenas, que nos abrieron sus espacios sagrados, para filmar esta película.
Esa es una gran sorpresa, es muy difícil llegar a esta nominación.
No teníamos tantas expectativas.
Es lo que se merecía hace mucho tiempo el cine colombiano”, dijo Ciro Guerra.
Y es que El Abrazo de La Serpiente no es un film convencional…
Se trata del acceso a un universo exótico y místico, donde el tiempo fluye en el río del eterno retorno, donde la selva puede ser un hermoso oasis, o un escenario infernal; donde las posesiones no tienen demasiado valor, y los sueños se confunden con la realidad.
Es como entrar a una alucinación, y dejarse llevar por su magia hipnótica...
Las personas están allí, a merced de la selva, desposeídas, y a la vez absortas, como si se hicieran una con la naturaleza agreste y salvaje, o como si danzaran con ella, en un viaje cósmico.
Por ello se nos narran 2 historias que tienen lugar en 1909 y 1940, juntas protagonizadas por Karamakate (Nilbio Torres/Antonio Bolívar), un chamán amazónico, y último superviviente de su tribu; y su viaje con 2 científicos:
El alemán Theo (Jan Bijvoet), y el estadounidense Evan (Brionne Davis), en busca del yakruna, una planta sagrada, difícil de conseguir.
Karamakate, fue en su día, un poderoso chamán del Amazonas, es el último superviviente de su pueblo, y ahora vive en aislamiento voluntario, en lo más profundo de la selva.
Lleva años de total soledad, que lo han convertido en “chullachaqui”, una cáscara vacía de hombre, privado de emociones y recuerdos.
Pero su vida vacía, da un vuelco el día en que a su remota guarida llega Evan, un etnobotánico de EEUU, junto al indígena Manduca (Yauenkü Migue), en busca de la yakruna, una poderosa planta oculta, capaz de enseñar a soñar…
Karamakate accede a acompañar a Evan en su búsqueda, y juntos emprenden un viaje al corazón de la selva, en el que el pasado, presente y futuro, se confunden, y en el que el chamán irá recuperando sus recuerdos perdidos.
Esto sucede varios años después, cuando Karamakate es ya mayor, pues Evan llegó hasta allí, interesado por la planta que Theo describe en su libro.
Esos recuerdos, traen consigo vestigios de una amistad traicionada, y de un profundo dolor que no liberará a Karamakate, hasta que no transmita por última vez su conocimiento ancestral, el cual parecía destinado a perderse para siempre.
En el viaje, se revela la verdadera identidad de cada uno, pero no por el movimiento, sino por compartir la experiencia.
Si Karamakate teme a la fotografía, por ejemplo, por creer que es un aparato que crea al “chullachaqui”, una especie de “doppleganger” amazónico, pero que tiene el poder de engañarnos, y hacernos perder en la jungla; lo que no deja de ser curioso, cómo culturas tan separadas como la amazónica y la germánica, pueden tener puntos de conexión tan evidentes; los científicos temen a lo desconocido que no pueden remediar…
Aislados de su entorno, inútiles son sus soluciones químicas, ellos mismos se pierden en la búsqueda de un remedio que, al tiempo, justifica el saber de otras razas, y de otras culturas.
Iniciado el viaje con un fin, es posible que a Karamakate, el doble viaje no le aporte más que concienciarse de la estupidez y ceguera del género humano.
La pregunta es:
¿Qué hemos aprendido del indio, que no supiéramos de nosotros mismos, antes de viajar?
¿Seremos capaces de aceptar, que tenemos que cambiar sin necesidad de que nos lo diga un extraño?
El Abrazo de La Serpiente invita a la reflexión sobre la pérdida de la identidad de las comunidades originarias, pero también sobre los frutos de compartir la experiencia y la sabiduría; es un homenaje a los pueblos amazónicos que fueron arrasados por la colonización, por el cristianismo, y a aquellos que siguen resistiendo.
“No se puede prohibir a aprender.
El conocimiento pertenece a todos los hombres”
El director Ciro Guerra, sigue su brillante carrera en largometrajes, iniciada con “La Sombra del Caminante” (2004), y con “Los Viajes del Viento” (2009), que junto con El Abrazo de La Serpiente, constituyen una trilogía de filmes, centrados en el viaje, como jornada de transformación personal.
El cineasta afirmó, que en El Abrazo de La Serpiente, trató de hablar desde un tiempo lejano, al espectador contemporáneo, con cuestiones como la espiritualidad, la relación con la naturaleza, o el conocimiento ancestral de las comunidades indígenas de Colombia.
“Habla del hombre, del espíritu humano, de su encuentro, y son temas que aún son importantes para el ser humano, en un momento en que está haciendo tantas preguntas, y se está mirando de nuevo al conocimiento tradicional que fue desechado, y rotulado despectivamente como folclore o superstición”, subrayó el director.
A su juicio, “hemos crecido totalmente de espaldas al río.
La gente no tiene ni idea de lo que hay ahí, y yo tampoco, la verdad.
Así que también para nosotros fue un proceso de descubrimiento.
Para un colombiano, no existe nada más desconocido que El Amazonas”
El Abrazo de La Serpiente, muy aplaudida en su estreno, parte de una pregunta que se hace el autor:
¿Es posible, a través del conocimiento y el arte, trascender la brutalidad, o estamos condenados a matarnos cíclicamente a lo largo de la historia?
Esa pasión por la sabiduría, impregna todo el metraje, en la que sus personajes hablan 9 idiomas, aunque Guerra recuerda que también pretendía hacerla “emocionante, de aventuras, que realmente agarrara al espectador, y lo llevara en un viaje para descubrir otra manera de entender el mundo.
Cuando estas allí, te das cuenta de que no existe una sola forma de ser humano.
Me interesaba mucho la idea de estos hombres, unidos por la búsqueda del conocimiento:
Un científico occidental, y un chamán indígena, son hombres de ciencia, desde orillas diferentes, que comparten un conocimiento, mientras el mundo se desmorona, porque llega la cauchería, la evangelización violenta...”, añade.
El director, llegó a la conclusión de que de este encuentro cambió de alguna forma el mundo, ya que fue la base posterior para los movimientos ecologistas, la contracultura del siglo XX, y los hippies; y logra mostrar de manera mística y sutil, el encuentro de 2 mundos, con todos sus matices, pero más que nada, logra desentrañar el carácter humano, que está por encima de la raza o el origen, y que se desnuda en medio de las extremas circunstancias que rodean a los personajes.
Respeta también la cosmovisión, que narra un mundo en el que todos los hechos están conectados, y en el que las leyes no están dictadas exclusivamente por los hombres, sino por fuerzas que residen más allá de su voluntad y arrogancia.
Es una película artística, de muy alto nivel, con el ritmo y la tensión de las películas clásicas de aventuras.
La asombrosa fotografía en blanco y negro, le da una nueva dimensión a la representación del “Infierno Verde”; que desde el rodaje mismo, se enfrentó a innumerables dificultades impuestas por las condiciones de la geografía y el clima en Mitú, Vaupés; y Puerto Inírida, Guainía; en medio de parajes fantásticos, imponentes, y arriesgados, que aportaron todo su dramatismo al filme.
“Para contar esta historia, movilizamos cerca de 8.000 kilos de carga aérea, parecía un viaje en el tiempo, a la época que se quería retratar.
Nos movimos en canoas, balsas y aviones de la época, DC3; además de eso, el equipo uso deslizadoras, lanchas rápidas, motos, moto taxis, motos de carga, volquetas, tractores, camiones, 4x4…
Todo esto sin contar con que tuvieron que subir a pie a la cumbre del Cerro Mavecure, eran 200 metros de ascenso, sobre una roca que se convierte en jabón al contacto con el agua”, recuerda la productora, Cristina Gallego.
Del reparto, un actor belga, uno estadounidense, y 3 actores naturales indígenas, son los encargados de contar 2 historias entrelazadas, con 40 años de diferencia:
Nilbio Torres, con un físico portentoso, que aboga mucha presencia; por su parte, Antonio Bolívar, menciona el director, “lo vio en un pequeño papel en un cortometraje por los años 70, desde el momento en que dio con ambos, sabía que no debía buscar más”
Cuenta el director:
“En Mitú, Vaupés, conocí al abuelo de Nilbio Torres, quien en la década de los 80, era el capitán indígena de la comunidad Santa Marta, en la desembocadura del Cuduyari en el río Vaupés.
El mismo río que el etnólogo alemán, Koch-Grünberg, remontó hasta su nacimiento, en la primera década del siglo XX, recordando “el mito de la anaconda ancestral”, que era una canoa donde la madre originaria, repartía la gente para que poblara la región.
Nilbio se colocó con orgullo el guayuco, tapapene; y el collar con colmillos de jaguar y cilindro de cuarzo que usaban los payés, chamanes; sus ancestros, para la filmación.
En Leticia, también tuve contacto con Tiapuyama, el nombre nativo de Antonio Bolívar, quien representa a Karamakate anciano.
Antonio, había escapado de las caucherías en La Chorrera, Amazonas; a principios del siglo XX.
Por eso, en la cinta se tiene el cuidado de mostrar esa realidad lacerante, que fue vergonzosa para la historia de Colombia, el genocidio de los caucheros”
Ambos actores, no profesionales y debutantes en la gran pantalla, realizan un gran papel.
Lo mismo podemos decir de Yauenkü Migue, en el papel del fiel Manduca.
El belga, Jan Bijvoet, con ese loco personaje, borda su papel de científico, hablando en un correcto castellano, y en lengua indígena, pero que especialmente destaca por esas caras y muescas tan características de su peculiar rostro.
Y por último, el otro científico, Richard Evans Schultes, interpretado por Brionne Davis, que no está tan a la altura interpretativa como el resto de sus compañeros de reparto.
Pero en El Abrazo de La Serpiente, el personaje fundamental, es el río, representado en el nombre mismo del filme, como “la serpiente”, un ser mítico que abraza con su energía cíclica, que acompaña al hombre amazónico en su vida entera.
En esta tierra de selvas impenetrables, los ríos son los caminos, y cualquier viaje de carretera, es una jornada que se desliza en largas canoas, a punta de remos y de paciencia.
Aquí, se hace un homenaje a los caminos de la selva amazónica, y a los hombres de raza ticuna, cubeo, huitoto y ocaina, que antaño surcaron esas aguas, y que de alguna forma, todavía sobreviven; e intenta mirar la realidad de los ríos y de las selvas del Amazonas colombiano, desde el punto de vista de los habitantes nativos de la región.
En ella, se da importancia a personajes singulares, que a modo de chamanes, encantan, sueñan, ensueñan, sanan, y enseñan, hablando en sus lenguas nativas, con palabras que nos suenan misteriosas, orgullosas y mágicas, dando testimonio de una sabiduría que en esencia se ha perdido, o que está a punto de perderse.
Y contrario a una idea de naturaleza salvaje, y por fuera de la historia, El Abrazo de La Serpiente, muestra una naturaleza ampliamente intervenida, escrita y re-escrita.
Esa escritura, no es solo una metáfora, ni se reduce a uno de los resultados que produjo, y sigue produciendo el encuentro colonial:
Los textos.
La inscripción se da en muchos niveles, y se cuida de mostrarlos:
Los árboles, están marcados para facilitar la extracción del caucho; los cuerpos de los indígenas, quedan marcados por la violencia, en algunos casos hasta la mutilación, como se ve en el indígena amputado, como consecuencia de la explotación de los peruanos, el tristemente célebre episodio de Casa Arana; el estado marca la selva con inscripciones oficiales que nombran territorios:
La Chorrera; o interpretan la historia, en la placa “firmada” por El Presidente Rafael Reyes; y a su vez, los indígenas marcan-dibujan las piedras, marcan-dibujan los cuerpos.
Mientras los blancos escriben, los indígenas narran, sueñan y cantan.
Los discursos se enfrentan, las lenguas se olvidan, se proscriben y reaparecen, los mitos se actualizan, y se multiplican.
El contraste, como elemento básico de contraposición, resulta clave a lo largo del metraje, el contraste entre los 2 viajes; entre el pasado y la modernidad; entre el materialismo de la cultura occidental, y la espiritualidad de la cultura indígena; entre el conocimiento que repara, y el conocimiento que destruye; entre el Karamakate joven, enérgico e irreverente; y el Karamakate viejo, tranquilo y desencantado; entre los 2 científicos, que buscan la yakruna por razones muy diferentes; entre Manduca, el indio “domesticado” que sirve fielmente a Theo, y el propio Karamakate, un espíritu libre, imposible de domesticar; entre la música que emana del tocadiscos de Evan, y los sonidos naturales de la selva…
Pero lo más impactante de El Abrazo de La Serpiente, fueron sus textos poéticos:
Recuerdo 2 especialmente, expresados por Karamakate joven, a los niños indígenas de una misión religiosa capuchina, cuando les dice:
“Todas las flores están llenas de sabiduría”, en alusión a la fortaleza que deben tener ante la ignominia.
La otra, en el mismo contexto, dice:
“Si esos caucheros son hombres, yo prefiero ser culebra”
En el medio amazónico, es importante tener en cuenta lo mitológico, para entender el lenguaje de la cultura.
En una escena, Theo, un etnólogo alemán que ha llegado al Amazonas buscando una planta sagrada que lo salve de su inminente muerte, nota que alguien le ha quitado su brújula...
Alterado, confronta a los miembros de la tribu con la que pasó la noche, para que se la devuelvan, antes de descubrir que es el mismo jefe quien la tiene, y que no tiene intención alguna de devolverla.
Resignado, Theo regresa a su canoa, donde su acompañante indígena, Karamakate, le reprende su actitud de apego al objeto, típica de los blancos.
Theo, quizás enmascarando ese apego en un falso altruismo, le dice que la tribu se sabe guiar, ya por las estrellas y los vientos, y que la brújula les quitaría ese conocimiento en el futuro:
“Usted no entiende”, responde Karamakate, “el conocimiento es de todos”
En esta breve escena, se encierran las preocupaciones que le dan existencia a El Abrazo de La Serpiente:
Primero, el colonialismo brutal que termina con personas, pueblos, ideas y mundos enteros.
En este caso, es el hombre blanco europeo, y los “colombianos”, quienes llegan desde finales del siglo XIX, al interior de La Selva Amazónica, talando, esclavizando y evangelizando, mientras buscan primordialmente caucho.
El director Ciro Guerra, es audaz en mostrar este cambio de una manera sugerida, y se siente en cada escena el peso del tiempo, de los siglos que ha durado esta devastación, con cicatrices en la espalda, árboles sin hojas, troncos rasguñados sistemáticamente, tribus completamente vestidas…
Y la intención parece evidente, pues se trata de denunciar la barbarie blanca con los pueblos amazónicos, mostrando una hidra de 3 cabezas:
El dinero del negocio del caucho, mediante la explotación de los indígenas y la naturaleza; la religión como sometimiento espiritual y físico; y la ciencia como fuerza violenta, torpe y bruta, que no entiende la verdad de la selva y sus pobladores.
Además, denuncia los abusos de los caucheros, y de otros personajes “civilizados” sobre los indígenas, y asimismo, plantea como solución, no el enfrentamiento, sino el intercambio de conocimientos, consolidando un mensaje positivo, y muy valioso que no conviene pasar por alto.
Así pues, en el camino fluvial, seguimos a la lancha, conforme la misma se interna en la selva más y más, el horror se encuentra cada vez más presente, ya sea en un indígena mutilado que pide la muerte, o en la misión jesuítica que, 40 años después, ha dejado de ser un lugar de maltrato y, por qué no, pedofilia, para estar dominada por una secta de raigambre católica, probablemente heredera de los malos hábitos de aquellos misioneros con los niños que recogían y adoctrinaban…
Por otra parte, la yakruna es el macguffin que Ciro Guerra utiliza, y no voy a negar la existencia de la planta, la ayahuasca andina, la chacruna, el toé… diversos nombres, para referirse a las sustancias que proporcionaban el poder curativo a los chamanes.
No abusa Guerra de las ramificaciones esotéricas ni religiosas, ni del poder simbólico de cosmogonías propias de los habitantes originarios de la zona.
Plantea su existencia, y señala a los occidentales, como ambiciosos buscadores de una planta, búsqueda doble para el alemán, que era necesaria para curarse él mismo, y poder regresar junto con su familia; y para el segundo explorador, la búsqueda se asemeja a la que Hitler y Himmler hacían de objetos de poder esotérico, con la intención de dominar el mundo.
La clarividencia y el poder mental, que el consumo de la planta otorgaba a sus cuidadores, era una razón poderosa para conseguirla y estudiarla.
Karamakate sabe que la yakruna es un tesoro propio de su cultura, que es el único capaz de encontrarla, y de saberla utilizar, por eso, como “el último mohicano”, su duda será la de conservar esa sabiduría, y dejarla extinguir al tiempo que desaparece su pueblo; o compartirla y permitir que el secreto llegue a manos de gente parecida a los caucheros.
Esas consecuencias de la explotación del caucho, marcan los hitos dramáticos de la historia, junto a la deforestación, profanación, asesinatos, violaciones, alcoholismo, genocidio, expulsión de los habitantes, explotación y el sometimiento religioso, que termina produciendo efectos similares.
Para Karamakate, revelar el secreto, es tanto como condenar a otra generación más de pueblos, a la persecución.
No han conseguido eliminar la miseria moral de la imposición de una religión, y de una lengua extrañas, y han soportado la explotación esclavista de los caucheros, cuando sobre el horizonte se cierne la amenaza de otra explotación más, pero también, el indígena sabe que el conocimiento no tiene por qué permanecer restringido y olvidado, que si ellos como pueblo más atrasado, han conseguido recoger enseñanzas tecnológicas de los occidentales; y quizás sea el momento en que proceda dar a conocer a los occidentales, conocimientos propios de los indígenas, cuando se llega a la selva con voluntad de saber, aunque ello suponga dejar la puerta abierta a usos comerciales, o peligrosos.
Por eso, en el indígena reside toda la trascendencia de El Abrazo de La Serpiente, en su relación con la naturaleza, el desprecio que demuestra al indígena “amaestrado”, su afán liberador del yugo religioso, su reivindicación de una vida tradicional sin injerencias, su voluntad de mostrar al extraño y al extranjero, cómo es una cultura diferente y milenaria, cómo se puede ser armónico con la naturaleza, sin necesidad de esquilmarla; saber interpretar lo que la toxicidad de las plantas ofrece, a quien abre su mente a otras dimensiones.
En ese camino lento, y de rumbo variante que sigue Karamakate en 2 momentos de su vida, separados por casi 40 años, incluso él sufre la mutación derivada de alcanzar una comprensión diferente, según avanza el viaje, su voluntad curativa con el alemán, se transforma en conocimiento de dónde reside, o puede residir el mal, como con el estadounidense, sus reticencias iniciales, su descubrimiento de que anda buscando lo mismo que los demás, también el caucho en el sustrato, no le impide descubrirle el verdadero secreto de la planta, transmitiéndole un saber que, después, él deberá ser capaz de administrar, esa doble aparición de las mariposas, simboliza un encuentro, en diferido, entre el indígena y el explorador, una transmisión de un estado emocional, hasta entonces, nunca compartido.
Puestos en claro, para el joven Karamakate, de altiva presencia física, y de una noble y heroica belleza, ofendido e indignado, impedirá que el hombre “blanco” enfermo, consiga su medicina; peor años después, el Karamakate viejo, en cambio, que vive deprimido y triste, considerándose un “Chullachaqui”, un cascaron vacío; es ahora el enfermo, el necesitado, y la nueva visita del hombre “blanco”, es la oportunidad de redimir su pecado y su dolor.
Solamente “dando”, Karamakate perderá su condición de “Chullachaqui”
El viejo indígena, decide enseñar y compartir su planta, símbolo de la mediación, o puerta entre los mundos conocidos y los desconocidos, entre lo profano y lo sagrado, entre lo científico y lo mágico, entre lo vivido y lo soñado.
Como dato, El Abrazo de La Serpiente muestra los raudales o cachiveras, que son los lugares religiosos, donde viven los espíritus de los animales, y donde los chamanes guardan sus flautas para el ritual de iniciación masculina.
También, se enaltecen los cerros, lugares temidos donde se consiguen las plantas sagradas, pero también las que pueden producir maleficio.
En la década de los 40, Schultes, quien era etnobotánico, llegó hasta el cerro Campana, donde hizo el estudio de muchas plantas endémicas.
Le podemos achacar al filme, que se ve en ocasiones, lastrado por su falta de medios, que encorsetan en más de una ocasión, la acción de los personajes.
Le afecta asimismo, el exceso de diálogos, demasiado obvios, y en muchas lenguas, que desconocemos cómo las entienden, que a veces resultan ingenuos.
Pero acá, Ciro Guerra no busca dar respuestas, sino ofrecer hechos y realidades, para que cada espectador rehaga su película en su memoria, dotándole de una escenificación visual, que rompa con referentes más reconocibles, para dar a la película, su propia entidad y valía.
“Un sueño amazónico”
El Abrazo de La Serpiente, nos permite ver el aspecto positivo de una región estigmatizada, el departamento del Vaupés, donde todavía las comunidades indígenas, son esclavas de los males de nuestra sociedad, y cuyo referente, sigue siendo la explotación inmisericorde de la selva, o los ataques guerrilleros, como el que sufrió Mitú, su capital, el 1º de noviembre de 1998.
Aún más, sigue siendo desconocido para Colombia, que en el sur de su territorio, existen varias etnias que han sido agrupadas bajo la denominación de los “Chamanes Jaguares del Yuruparí”, y que fueron incluidas por La UNESCO, en la Lista Representativa de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, en noviembre de 2011.
En especial:
El pueblo cubeo que habita en la cuenca del río Vaupés.
Son cerca de 7 mil personas, en su mayoría habitantes en un resguardo indígena del departamento del Vaupés, otros en los departamentos de Guaviare y Guainía, y en Brasil.
El pueblo ticuna, está conformado por unas 63 mil personas, que habita territorios de Perú, Brasil y Colombia, entre los ríos Putumayo, Amazonas y Caquetá; hace algún tiempo, se vieron obligados a replegarse al interior de la selva, pero hoy en día, han regresado a las riberas de los grandes ríos.
El pueblo huitoto, habita zonas de La Amazonía Colombiana y Peruana, y está conformado por cerca de 9 mil personas.
Los ocainas, comparten historia y características culturales con los huitotos, y han sido llevados casi a la extinción, siendo cerca de un centenar…
Es por eso que El Abrazo de La Serpiente, es una bella y rica metáfora, que nos recuerda, que la llamada “civilización occidental”, nos ha otorgado conocimientos, pero nos ha quitado sabiduría; que para resolver sus conflictos, el mundo “desarrollado” tiene mucho que aprender de las llamadas comunidades primitivas.
Que la imaginación y la comprensión mágica y mitológica del mundo, es la otra herramienta que los humanos poseemos, para enfrentarnos a este cosmos que llamamos vida, y que la ciencia y la razón, solas, no pueden darnos cuenta clara y definitiva de este misterio.
“No me es posible saber en este momento, querido lector, si ya la infinita selva ha iniciado en mí, el proceso que ha llevado a tantos otros que hasta aquí se han aventurado, a la locura total e irremediable.
Si es ese el caso, sólo me queda disculparme, y pedir tu comprensión, ya que el despliegue que presencié durante esas encantadas horas, fue tal, que me parece imposible describirlo en un lenguaje que haga entender a otros, su belleza y esplendor; sólo sé que, como todos para los que se ha descorrido el tupido velo que los cegaba, cuando regresé a mis sentidos, ya me había convertido en otro hombre”
La serpiente, es una de las figuras más representadas en la mitología y en las religiones, a lo largo y ancho del mundo.
En general, este animal simboliza conceptos muy diferentes:
Desde la creación a la ciencia, pasando por la maldad más primigenia o la naturaleza, en función de la cultura, pero todas ellas son interesantes.
Partiendo de la base de que te interesen las culturas ancestrales de la historia, y cómo organizaban o explicaban la consciencia y el orden subjetivo de su alrededor, el conocimiento; esta simbología y subjetividad, resulta atrayente e intrigante, porque nos aporta una visión o una postura distinta ante la vida, pero también, porque muestra otras formas de sabiduría y de interpretación, otras formas de comunicarse; especialmente si nos fijamos en la esencia y los instintos, aunque sin olvidar unos progresos que aún se estudian, si es que sus civilizaciones no se han olvidado y desaparecido por completo.
Solo en la visión del indígena, se nos permite apreciar ese lugar sagrado, de forma tan especial e íntima, en esa cosmogonía donde “la boa es sagrada porque cayó del cielo, y se transformó en ese río serpiente que posibilita la vida”
La región Amazónica de Colombia, o simplemente Amazonía, está ubicada en el sur del país, comprende el 49% del territorio nacional, y es la zona menos poblada del país.
A la vez, hace parte de la gran región suramericana de La Selva Amazónica, la más extensa zona forestal del mundo, que es compartida por:
Venezuela, Brasil, Colombia, Ecuador, Perú, Guyana, Suriname, y Bolivia.
En consecuencia, La Región Amazónica de Colombia, es la más forestal, con una superficie de 985.621 km cuadrados.
Analicemos brevemente, a 3 personajes importantes:
Theodor Koch-Grünberg (1872 – 1924), fue un etnólogo y explorador, que hizo una gran contribución al estudio de los pueblos nativos de Sudamérica, en particular, los indios pemones, y las tribus del Amazonas en Brasil.
De 1903 a 1905, exploró el Yapura y el Río Negro en la frontera con Venezuela.
Su informe de expedición, con una investigación sobre los Baniwa, apareció en 2 tomos bajo el título “Zwei Jahre Unter Den Indianern. Reisen in Nord West Brasilien, 1903-1905” o “Dos años con los Indios: Viajes en el Noroeste de Brasil, 1903-1905”; siendo un pionero en la fotografía antropológica, y sus descripciones sobre tribus del Brasil, son aún hoy en día, de interés para los etnólogos.
Su segunda expedición clave al sur de Venezuela, tuvo lugar en 1911:
Salió de Manaos por el río Branco, hasta el cerro Roraima en Venezuela.
Allí documentó mitos y leyendas de los indígenas pemones, y los fotografió.
Koch-Grünberg los denominaba:
Arekuna y taulipang; y regresó a Manaos y de allí a Alemania, donde publicó su mayor trabajo:
“Vom Roroima zum Orinoco”, en 1917.
Koch-Grünberg, murió de malaria de manera repentina en 1924, en una expedición con el investigador estadounidense A. Hamilton Rice, y el camarógrafo brasileño, Silvino Santos, que quería cartografiar la parte superior del Río Branco.
Por su parte, Richard Evans Schultes (1915 - 2001), fue un biólogo estadounidense, que se destacó por el estudio de las propiedades farmacológicas de muchas plantas y hongos de uso ritual, con propiedades enteogénicas o alucinógenas, especialmente del Amazonas.
Se considera que él sentó las bases de la etnobotánica moderna; pues su trabajo implicó largos trabajos de campo con los pueblos originarios, que fueron definitivos para consolidar su influencia en La Universidad Harvard, donde escribió importantes textos en la materia.
En Colombia, estudió el yagé (Banisteriopsis caapi), la coca amazónica (Erythroxylum coca), el yoco (Paullinia yoco), entre otras plantas.
En el primero de sus muchos y prolongados viajes al Alto Amazonas, principalmente en La Amazonía Colombiana, comenzó en 1941, como investigador asociado de Harvard, e incluyó el estudio de variedades de caucho, resistentes a enfermedades, en un esfuerzo de liberar a Estados Unidos de la dependencia de las plantaciones asiáticas, inalcanzables por la ocupación japonesa durante La Segunda Guerra Mundial.
Su trabajo de campo entre las naciones originarias, lo condujo a ser una de las primeras personas en alertar al mundo, sobre la destrucción de La Selva Amazónica, y el exterminio de los aborígenes.
Recolectó más de 24.000 especímenes para herbario, publicando numerosos descubrimientos etnobotánicos, incluyendo las fuentes del veneno curare, hoy empleado como relajante muscular durante las cirugías.
Schultes, fue nombrado curador del Herbario de Orquídeas de Harvard, en 1953, curador de botánica económica en 1958, y profesor de Biología desde 1970 hasta 1985.
Su propia persona, serena, altamente agradable, en combinación con su expresividad y gesticulación, narrando sus exóticas experiencias, ayudaban a capturar la imaginación de los muchos estudiantes, que se inspiraron en él.
Por último, el novelista polaco, que adoptó el inglés como lengua literaria; Józef Teodor Konrad Korzeniowski, más conocido como Joseph Conrad (1857 – 1924), cuya obra explora la vulnerabilidad y la inestabilidad moral del ser humano, en su libro “Heart Of darkness” (1899), una novela que se centra en un marinero llamado Charlie Marlow, el cual narra una travesía que realizó años atrás por un río tropical, en busca de un tal Kurtz, el jefe de una explotación de marfil, y que a lo largo de la novela adquiere un carácter simbólico y ambiguo; dijo:
“Penetramos más y más espesamente en el corazón de las tinieblas.
Allí había verdadera calma…
Éramos vagabundos en medio de una tierra prehistórica, de una tierra que tenía el aspecto de un planeta desconocido.
Nos podíamos ver a nosotros mismos, como los primeros hombres tomando posesión de una herencia maldita, sobreviviendo a costa de una angustia profunda, de un trabajo excesivo”
El Abrazo de La Serpiente es una película colombiana de aventura, del año 2015, dirigida por Ciro Guerra.
Protagonizada por Brionne Davis, Nilbio Torres, Antonio Bolívar, Jan Bijvoet, Nicolás Cancino, Yauenkü Migue, Luigi Sciamanna, entre otros.
El guión es de Jacques Toulemonde y Ciro Guerra; y está ligeramente inspirada en los diarios escritos por 2 científicos durante su estancia en La Amazonía Colombiana:
Theodor Koch-Grünberg y Richard Evans Schultes, los cuales son representados en El Abrazo de La Serpiente, por 2 personajes llamados simplemente:
Theodor von Martius e Evan.
Pese a partir de los diarios de 2 exploradores reales, el director admite que tuvieron que “ficcionalizar” la mayor parte de la historia, “porque es imposible abarcar el conocimiento amazónico”, y, además, “la realidad es mala guionista”
También, logra una maravillosa actuación de 2 indígenas de la región:
Nilbio Torres, de la etnia cubeo; y Antonio Bolívar, de la etnia ocaina, a través del personaje llamado Karamakate.
A su vez, aparece la actuación de un ticuna, quien representa al acompañante de von Martius, llamado Manduca.
Rodada en blanco y negro, se filmó en el noroeste amazónico, en la frontera de Colombia con Brasil; una zona muy rica, donde se hablan 17 dialectos indígenas; y en la cinta, figuran varias comunidades, entre ellas:
Las guanano, ticuna y cuitoto, que fueron parte activa “tanto delante como detrás de cámara”, según el director.
Como dato adicional y llamativo, este rodaje tuvo una mezcla multirracial, multilingüistica, y multicultural:
Al actor belga y al estadounidense, se sumó equipo técnico de Perú, Venezuela, México y Colombia; y dentro de este último, una comitiva encabezada por el director nacido en Río de Oro, con bogotanos, caleños, samarios, boyacenses, y de las comunidades ocaina, huitoto, ticuna, cubeo, yurutí, tucano, siriano, carapana y desano, todas ellas, moradoras en Vaupés.
Fueron 5 años de trabajo, y 7 semanas de rodaje para alumbrarlo, aunque la aproximación a la selva fue “muy respetuosa”
Por eso, pidieron permiso a las comunidades de las tierras donde grabaron, y estas colaboraron de buen grado, de tal forma que Ciro Guerra llegó a sentir que “la selva estaba colaborando, para que la película se hiciese”
De los 5 años, 2 de ellos estuvieron dedicados al guión:
Primero comenzó su aproximación a los pueblos amazónicos, desde un punto de vista casi antropológico, documental.
Sin embargo, se dio cuenta de que los sueños, la imaginación y la ficción, eran muy importantes en la cosmovisión indígena.
“Ellos creen que el mundo se crea en medida que se cuenta”, afirma el realizador.
“El Abrazo de La Serpiente es muy sudamericana”, dice Guerra; y no es baladí que sea una coproducción de Argentina y Venezuela.
“Está hecha sin apoyo europeo, que normalmente teníamos que buscar”, cuenta el cineasta.
Guerra cree, que el cine latinoamericano está robando el espacio que mucho tiempo ocupó el cine europeo, y el cine independiente de Hollywood.
“El cine que cuestiona, ha sido olvidado porque están concentrados en hacer blockbusters”, sentenció.
Como resultado, El Abrazo de La Serpiente estuvo nominada para los Premios Oscar, en la categoría mejor película de habla no inglesa, y es la primera obra cinematográfica colombiana, en ser nominada en los Premios de la Academia; superando la nominación como mejor actriz principal, en 2004, de Catalina Sandino por su papel en la película “María, llena eres de gracia”
Y fue la única producción latinoamericana, que figuró en la lista de las producciones de habla no inglesa, seleccionadas en esa categoría especial de los premios Oscar.
“Gracias a todas las comunidades indígenas, que nos abrieron sus espacios sagrados, para filmar esta película.
Esa es una gran sorpresa, es muy difícil llegar a esta nominación.
No teníamos tantas expectativas.
Es lo que se merecía hace mucho tiempo el cine colombiano”, dijo Ciro Guerra.
Y es que El Abrazo de La Serpiente no es un film convencional…
Se trata del acceso a un universo exótico y místico, donde el tiempo fluye en el río del eterno retorno, donde la selva puede ser un hermoso oasis, o un escenario infernal; donde las posesiones no tienen demasiado valor, y los sueños se confunden con la realidad.
Es como entrar a una alucinación, y dejarse llevar por su magia hipnótica...
Las personas están allí, a merced de la selva, desposeídas, y a la vez absortas, como si se hicieran una con la naturaleza agreste y salvaje, o como si danzaran con ella, en un viaje cósmico.
Por ello se nos narran 2 historias que tienen lugar en 1909 y 1940, juntas protagonizadas por Karamakate (Nilbio Torres/Antonio Bolívar), un chamán amazónico, y último superviviente de su tribu; y su viaje con 2 científicos:
El alemán Theo (Jan Bijvoet), y el estadounidense Evan (Brionne Davis), en busca del yakruna, una planta sagrada, difícil de conseguir.
Karamakate, fue en su día, un poderoso chamán del Amazonas, es el último superviviente de su pueblo, y ahora vive en aislamiento voluntario, en lo más profundo de la selva.
Lleva años de total soledad, que lo han convertido en “chullachaqui”, una cáscara vacía de hombre, privado de emociones y recuerdos.
Pero su vida vacía, da un vuelco el día en que a su remota guarida llega Evan, un etnobotánico de EEUU, junto al indígena Manduca (Yauenkü Migue), en busca de la yakruna, una poderosa planta oculta, capaz de enseñar a soñar…
Karamakate accede a acompañar a Evan en su búsqueda, y juntos emprenden un viaje al corazón de la selva, en el que el pasado, presente y futuro, se confunden, y en el que el chamán irá recuperando sus recuerdos perdidos.
Esto sucede varios años después, cuando Karamakate es ya mayor, pues Evan llegó hasta allí, interesado por la planta que Theo describe en su libro.
Esos recuerdos, traen consigo vestigios de una amistad traicionada, y de un profundo dolor que no liberará a Karamakate, hasta que no transmita por última vez su conocimiento ancestral, el cual parecía destinado a perderse para siempre.
En el viaje, se revela la verdadera identidad de cada uno, pero no por el movimiento, sino por compartir la experiencia.
Si Karamakate teme a la fotografía, por ejemplo, por creer que es un aparato que crea al “chullachaqui”, una especie de “doppleganger” amazónico, pero que tiene el poder de engañarnos, y hacernos perder en la jungla; lo que no deja de ser curioso, cómo culturas tan separadas como la amazónica y la germánica, pueden tener puntos de conexión tan evidentes; los científicos temen a lo desconocido que no pueden remediar…
Aislados de su entorno, inútiles son sus soluciones químicas, ellos mismos se pierden en la búsqueda de un remedio que, al tiempo, justifica el saber de otras razas, y de otras culturas.
Iniciado el viaje con un fin, es posible que a Karamakate, el doble viaje no le aporte más que concienciarse de la estupidez y ceguera del género humano.
La pregunta es:
¿Qué hemos aprendido del indio, que no supiéramos de nosotros mismos, antes de viajar?
¿Seremos capaces de aceptar, que tenemos que cambiar sin necesidad de que nos lo diga un extraño?
El Abrazo de La Serpiente invita a la reflexión sobre la pérdida de la identidad de las comunidades originarias, pero también sobre los frutos de compartir la experiencia y la sabiduría; es un homenaje a los pueblos amazónicos que fueron arrasados por la colonización, por el cristianismo, y a aquellos que siguen resistiendo.
“No se puede prohibir a aprender.
El conocimiento pertenece a todos los hombres”
El director Ciro Guerra, sigue su brillante carrera en largometrajes, iniciada con “La Sombra del Caminante” (2004), y con “Los Viajes del Viento” (2009), que junto con El Abrazo de La Serpiente, constituyen una trilogía de filmes, centrados en el viaje, como jornada de transformación personal.
El cineasta afirmó, que en El Abrazo de La Serpiente, trató de hablar desde un tiempo lejano, al espectador contemporáneo, con cuestiones como la espiritualidad, la relación con la naturaleza, o el conocimiento ancestral de las comunidades indígenas de Colombia.
“Habla del hombre, del espíritu humano, de su encuentro, y son temas que aún son importantes para el ser humano, en un momento en que está haciendo tantas preguntas, y se está mirando de nuevo al conocimiento tradicional que fue desechado, y rotulado despectivamente como folclore o superstición”, subrayó el director.
A su juicio, “hemos crecido totalmente de espaldas al río.
La gente no tiene ni idea de lo que hay ahí, y yo tampoco, la verdad.
Así que también para nosotros fue un proceso de descubrimiento.
Para un colombiano, no existe nada más desconocido que El Amazonas”
El Abrazo de La Serpiente, muy aplaudida en su estreno, parte de una pregunta que se hace el autor:
¿Es posible, a través del conocimiento y el arte, trascender la brutalidad, o estamos condenados a matarnos cíclicamente a lo largo de la historia?
Esa pasión por la sabiduría, impregna todo el metraje, en la que sus personajes hablan 9 idiomas, aunque Guerra recuerda que también pretendía hacerla “emocionante, de aventuras, que realmente agarrara al espectador, y lo llevara en un viaje para descubrir otra manera de entender el mundo.
Cuando estas allí, te das cuenta de que no existe una sola forma de ser humano.
Me interesaba mucho la idea de estos hombres, unidos por la búsqueda del conocimiento:
Un científico occidental, y un chamán indígena, son hombres de ciencia, desde orillas diferentes, que comparten un conocimiento, mientras el mundo se desmorona, porque llega la cauchería, la evangelización violenta...”, añade.
El director, llegó a la conclusión de que de este encuentro cambió de alguna forma el mundo, ya que fue la base posterior para los movimientos ecologistas, la contracultura del siglo XX, y los hippies; y logra mostrar de manera mística y sutil, el encuentro de 2 mundos, con todos sus matices, pero más que nada, logra desentrañar el carácter humano, que está por encima de la raza o el origen, y que se desnuda en medio de las extremas circunstancias que rodean a los personajes.
Respeta también la cosmovisión, que narra un mundo en el que todos los hechos están conectados, y en el que las leyes no están dictadas exclusivamente por los hombres, sino por fuerzas que residen más allá de su voluntad y arrogancia.
Es una película artística, de muy alto nivel, con el ritmo y la tensión de las películas clásicas de aventuras.
La asombrosa fotografía en blanco y negro, le da una nueva dimensión a la representación del “Infierno Verde”; que desde el rodaje mismo, se enfrentó a innumerables dificultades impuestas por las condiciones de la geografía y el clima en Mitú, Vaupés; y Puerto Inírida, Guainía; en medio de parajes fantásticos, imponentes, y arriesgados, que aportaron todo su dramatismo al filme.
“Para contar esta historia, movilizamos cerca de 8.000 kilos de carga aérea, parecía un viaje en el tiempo, a la época que se quería retratar.
Nos movimos en canoas, balsas y aviones de la época, DC3; además de eso, el equipo uso deslizadoras, lanchas rápidas, motos, moto taxis, motos de carga, volquetas, tractores, camiones, 4x4…
Todo esto sin contar con que tuvieron que subir a pie a la cumbre del Cerro Mavecure, eran 200 metros de ascenso, sobre una roca que se convierte en jabón al contacto con el agua”, recuerda la productora, Cristina Gallego.
Del reparto, un actor belga, uno estadounidense, y 3 actores naturales indígenas, son los encargados de contar 2 historias entrelazadas, con 40 años de diferencia:
Nilbio Torres, con un físico portentoso, que aboga mucha presencia; por su parte, Antonio Bolívar, menciona el director, “lo vio en un pequeño papel en un cortometraje por los años 70, desde el momento en que dio con ambos, sabía que no debía buscar más”
Cuenta el director:
“En Mitú, Vaupés, conocí al abuelo de Nilbio Torres, quien en la década de los 80, era el capitán indígena de la comunidad Santa Marta, en la desembocadura del Cuduyari en el río Vaupés.
El mismo río que el etnólogo alemán, Koch-Grünberg, remontó hasta su nacimiento, en la primera década del siglo XX, recordando “el mito de la anaconda ancestral”, que era una canoa donde la madre originaria, repartía la gente para que poblara la región.
Nilbio se colocó con orgullo el guayuco, tapapene; y el collar con colmillos de jaguar y cilindro de cuarzo que usaban los payés, chamanes; sus ancestros, para la filmación.
En Leticia, también tuve contacto con Tiapuyama, el nombre nativo de Antonio Bolívar, quien representa a Karamakate anciano.
Antonio, había escapado de las caucherías en La Chorrera, Amazonas; a principios del siglo XX.
Por eso, en la cinta se tiene el cuidado de mostrar esa realidad lacerante, que fue vergonzosa para la historia de Colombia, el genocidio de los caucheros”
Ambos actores, no profesionales y debutantes en la gran pantalla, realizan un gran papel.
Lo mismo podemos decir de Yauenkü Migue, en el papel del fiel Manduca.
El belga, Jan Bijvoet, con ese loco personaje, borda su papel de científico, hablando en un correcto castellano, y en lengua indígena, pero que especialmente destaca por esas caras y muescas tan características de su peculiar rostro.
Y por último, el otro científico, Richard Evans Schultes, interpretado por Brionne Davis, que no está tan a la altura interpretativa como el resto de sus compañeros de reparto.
Pero en El Abrazo de La Serpiente, el personaje fundamental, es el río, representado en el nombre mismo del filme, como “la serpiente”, un ser mítico que abraza con su energía cíclica, que acompaña al hombre amazónico en su vida entera.
En esta tierra de selvas impenetrables, los ríos son los caminos, y cualquier viaje de carretera, es una jornada que se desliza en largas canoas, a punta de remos y de paciencia.
Aquí, se hace un homenaje a los caminos de la selva amazónica, y a los hombres de raza ticuna, cubeo, huitoto y ocaina, que antaño surcaron esas aguas, y que de alguna forma, todavía sobreviven; e intenta mirar la realidad de los ríos y de las selvas del Amazonas colombiano, desde el punto de vista de los habitantes nativos de la región.
En ella, se da importancia a personajes singulares, que a modo de chamanes, encantan, sueñan, ensueñan, sanan, y enseñan, hablando en sus lenguas nativas, con palabras que nos suenan misteriosas, orgullosas y mágicas, dando testimonio de una sabiduría que en esencia se ha perdido, o que está a punto de perderse.
Y contrario a una idea de naturaleza salvaje, y por fuera de la historia, El Abrazo de La Serpiente, muestra una naturaleza ampliamente intervenida, escrita y re-escrita.
Esa escritura, no es solo una metáfora, ni se reduce a uno de los resultados que produjo, y sigue produciendo el encuentro colonial:
Los textos.
La inscripción se da en muchos niveles, y se cuida de mostrarlos:
Los árboles, están marcados para facilitar la extracción del caucho; los cuerpos de los indígenas, quedan marcados por la violencia, en algunos casos hasta la mutilación, como se ve en el indígena amputado, como consecuencia de la explotación de los peruanos, el tristemente célebre episodio de Casa Arana; el estado marca la selva con inscripciones oficiales que nombran territorios:
La Chorrera; o interpretan la historia, en la placa “firmada” por El Presidente Rafael Reyes; y a su vez, los indígenas marcan-dibujan las piedras, marcan-dibujan los cuerpos.
Mientras los blancos escriben, los indígenas narran, sueñan y cantan.
Los discursos se enfrentan, las lenguas se olvidan, se proscriben y reaparecen, los mitos se actualizan, y se multiplican.
El contraste, como elemento básico de contraposición, resulta clave a lo largo del metraje, el contraste entre los 2 viajes; entre el pasado y la modernidad; entre el materialismo de la cultura occidental, y la espiritualidad de la cultura indígena; entre el conocimiento que repara, y el conocimiento que destruye; entre el Karamakate joven, enérgico e irreverente; y el Karamakate viejo, tranquilo y desencantado; entre los 2 científicos, que buscan la yakruna por razones muy diferentes; entre Manduca, el indio “domesticado” que sirve fielmente a Theo, y el propio Karamakate, un espíritu libre, imposible de domesticar; entre la música que emana del tocadiscos de Evan, y los sonidos naturales de la selva…
Pero lo más impactante de El Abrazo de La Serpiente, fueron sus textos poéticos:
Recuerdo 2 especialmente, expresados por Karamakate joven, a los niños indígenas de una misión religiosa capuchina, cuando les dice:
“Todas las flores están llenas de sabiduría”, en alusión a la fortaleza que deben tener ante la ignominia.
La otra, en el mismo contexto, dice:
“Si esos caucheros son hombres, yo prefiero ser culebra”
En el medio amazónico, es importante tener en cuenta lo mitológico, para entender el lenguaje de la cultura.
En una escena, Theo, un etnólogo alemán que ha llegado al Amazonas buscando una planta sagrada que lo salve de su inminente muerte, nota que alguien le ha quitado su brújula...
Alterado, confronta a los miembros de la tribu con la que pasó la noche, para que se la devuelvan, antes de descubrir que es el mismo jefe quien la tiene, y que no tiene intención alguna de devolverla.
Resignado, Theo regresa a su canoa, donde su acompañante indígena, Karamakate, le reprende su actitud de apego al objeto, típica de los blancos.
Theo, quizás enmascarando ese apego en un falso altruismo, le dice que la tribu se sabe guiar, ya por las estrellas y los vientos, y que la brújula les quitaría ese conocimiento en el futuro:
“Usted no entiende”, responde Karamakate, “el conocimiento es de todos”
En esta breve escena, se encierran las preocupaciones que le dan existencia a El Abrazo de La Serpiente:
Primero, el colonialismo brutal que termina con personas, pueblos, ideas y mundos enteros.
En este caso, es el hombre blanco europeo, y los “colombianos”, quienes llegan desde finales del siglo XIX, al interior de La Selva Amazónica, talando, esclavizando y evangelizando, mientras buscan primordialmente caucho.
El director Ciro Guerra, es audaz en mostrar este cambio de una manera sugerida, y se siente en cada escena el peso del tiempo, de los siglos que ha durado esta devastación, con cicatrices en la espalda, árboles sin hojas, troncos rasguñados sistemáticamente, tribus completamente vestidas…
Y la intención parece evidente, pues se trata de denunciar la barbarie blanca con los pueblos amazónicos, mostrando una hidra de 3 cabezas:
El dinero del negocio del caucho, mediante la explotación de los indígenas y la naturaleza; la religión como sometimiento espiritual y físico; y la ciencia como fuerza violenta, torpe y bruta, que no entiende la verdad de la selva y sus pobladores.
Además, denuncia los abusos de los caucheros, y de otros personajes “civilizados” sobre los indígenas, y asimismo, plantea como solución, no el enfrentamiento, sino el intercambio de conocimientos, consolidando un mensaje positivo, y muy valioso que no conviene pasar por alto.
Así pues, en el camino fluvial, seguimos a la lancha, conforme la misma se interna en la selva más y más, el horror se encuentra cada vez más presente, ya sea en un indígena mutilado que pide la muerte, o en la misión jesuítica que, 40 años después, ha dejado de ser un lugar de maltrato y, por qué no, pedofilia, para estar dominada por una secta de raigambre católica, probablemente heredera de los malos hábitos de aquellos misioneros con los niños que recogían y adoctrinaban…
Por otra parte, la yakruna es el macguffin que Ciro Guerra utiliza, y no voy a negar la existencia de la planta, la ayahuasca andina, la chacruna, el toé… diversos nombres, para referirse a las sustancias que proporcionaban el poder curativo a los chamanes.
No abusa Guerra de las ramificaciones esotéricas ni religiosas, ni del poder simbólico de cosmogonías propias de los habitantes originarios de la zona.
Plantea su existencia, y señala a los occidentales, como ambiciosos buscadores de una planta, búsqueda doble para el alemán, que era necesaria para curarse él mismo, y poder regresar junto con su familia; y para el segundo explorador, la búsqueda se asemeja a la que Hitler y Himmler hacían de objetos de poder esotérico, con la intención de dominar el mundo.
La clarividencia y el poder mental, que el consumo de la planta otorgaba a sus cuidadores, era una razón poderosa para conseguirla y estudiarla.
Karamakate sabe que la yakruna es un tesoro propio de su cultura, que es el único capaz de encontrarla, y de saberla utilizar, por eso, como “el último mohicano”, su duda será la de conservar esa sabiduría, y dejarla extinguir al tiempo que desaparece su pueblo; o compartirla y permitir que el secreto llegue a manos de gente parecida a los caucheros.
Esas consecuencias de la explotación del caucho, marcan los hitos dramáticos de la historia, junto a la deforestación, profanación, asesinatos, violaciones, alcoholismo, genocidio, expulsión de los habitantes, explotación y el sometimiento religioso, que termina produciendo efectos similares.
Para Karamakate, revelar el secreto, es tanto como condenar a otra generación más de pueblos, a la persecución.
No han conseguido eliminar la miseria moral de la imposición de una religión, y de una lengua extrañas, y han soportado la explotación esclavista de los caucheros, cuando sobre el horizonte se cierne la amenaza de otra explotación más, pero también, el indígena sabe que el conocimiento no tiene por qué permanecer restringido y olvidado, que si ellos como pueblo más atrasado, han conseguido recoger enseñanzas tecnológicas de los occidentales; y quizás sea el momento en que proceda dar a conocer a los occidentales, conocimientos propios de los indígenas, cuando se llega a la selva con voluntad de saber, aunque ello suponga dejar la puerta abierta a usos comerciales, o peligrosos.
Por eso, en el indígena reside toda la trascendencia de El Abrazo de La Serpiente, en su relación con la naturaleza, el desprecio que demuestra al indígena “amaestrado”, su afán liberador del yugo religioso, su reivindicación de una vida tradicional sin injerencias, su voluntad de mostrar al extraño y al extranjero, cómo es una cultura diferente y milenaria, cómo se puede ser armónico con la naturaleza, sin necesidad de esquilmarla; saber interpretar lo que la toxicidad de las plantas ofrece, a quien abre su mente a otras dimensiones.
En ese camino lento, y de rumbo variante que sigue Karamakate en 2 momentos de su vida, separados por casi 40 años, incluso él sufre la mutación derivada de alcanzar una comprensión diferente, según avanza el viaje, su voluntad curativa con el alemán, se transforma en conocimiento de dónde reside, o puede residir el mal, como con el estadounidense, sus reticencias iniciales, su descubrimiento de que anda buscando lo mismo que los demás, también el caucho en el sustrato, no le impide descubrirle el verdadero secreto de la planta, transmitiéndole un saber que, después, él deberá ser capaz de administrar, esa doble aparición de las mariposas, simboliza un encuentro, en diferido, entre el indígena y el explorador, una transmisión de un estado emocional, hasta entonces, nunca compartido.
Puestos en claro, para el joven Karamakate, de altiva presencia física, y de una noble y heroica belleza, ofendido e indignado, impedirá que el hombre “blanco” enfermo, consiga su medicina; peor años después, el Karamakate viejo, en cambio, que vive deprimido y triste, considerándose un “Chullachaqui”, un cascaron vacío; es ahora el enfermo, el necesitado, y la nueva visita del hombre “blanco”, es la oportunidad de redimir su pecado y su dolor.
Solamente “dando”, Karamakate perderá su condición de “Chullachaqui”
El viejo indígena, decide enseñar y compartir su planta, símbolo de la mediación, o puerta entre los mundos conocidos y los desconocidos, entre lo profano y lo sagrado, entre lo científico y lo mágico, entre lo vivido y lo soñado.
Como dato, El Abrazo de La Serpiente muestra los raudales o cachiveras, que son los lugares religiosos, donde viven los espíritus de los animales, y donde los chamanes guardan sus flautas para el ritual de iniciación masculina.
También, se enaltecen los cerros, lugares temidos donde se consiguen las plantas sagradas, pero también las que pueden producir maleficio.
En la década de los 40, Schultes, quien era etnobotánico, llegó hasta el cerro Campana, donde hizo el estudio de muchas plantas endémicas.
Le podemos achacar al filme, que se ve en ocasiones, lastrado por su falta de medios, que encorsetan en más de una ocasión, la acción de los personajes.
Le afecta asimismo, el exceso de diálogos, demasiado obvios, y en muchas lenguas, que desconocemos cómo las entienden, que a veces resultan ingenuos.
Pero acá, Ciro Guerra no busca dar respuestas, sino ofrecer hechos y realidades, para que cada espectador rehaga su película en su memoria, dotándole de una escenificación visual, que rompa con referentes más reconocibles, para dar a la película, su propia entidad y valía.
“Un sueño amazónico”
El Abrazo de La Serpiente, nos permite ver el aspecto positivo de una región estigmatizada, el departamento del Vaupés, donde todavía las comunidades indígenas, son esclavas de los males de nuestra sociedad, y cuyo referente, sigue siendo la explotación inmisericorde de la selva, o los ataques guerrilleros, como el que sufrió Mitú, su capital, el 1º de noviembre de 1998.
Aún más, sigue siendo desconocido para Colombia, que en el sur de su territorio, existen varias etnias que han sido agrupadas bajo la denominación de los “Chamanes Jaguares del Yuruparí”, y que fueron incluidas por La UNESCO, en la Lista Representativa de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, en noviembre de 2011.
En especial:
El pueblo cubeo que habita en la cuenca del río Vaupés.
Son cerca de 7 mil personas, en su mayoría habitantes en un resguardo indígena del departamento del Vaupés, otros en los departamentos de Guaviare y Guainía, y en Brasil.
El pueblo ticuna, está conformado por unas 63 mil personas, que habita territorios de Perú, Brasil y Colombia, entre los ríos Putumayo, Amazonas y Caquetá; hace algún tiempo, se vieron obligados a replegarse al interior de la selva, pero hoy en día, han regresado a las riberas de los grandes ríos.
El pueblo huitoto, habita zonas de La Amazonía Colombiana y Peruana, y está conformado por cerca de 9 mil personas.
Los ocainas, comparten historia y características culturales con los huitotos, y han sido llevados casi a la extinción, siendo cerca de un centenar…
Es por eso que El Abrazo de La Serpiente, es una bella y rica metáfora, que nos recuerda, que la llamada “civilización occidental”, nos ha otorgado conocimientos, pero nos ha quitado sabiduría; que para resolver sus conflictos, el mundo “desarrollado” tiene mucho que aprender de las llamadas comunidades primitivas.
Que la imaginación y la comprensión mágica y mitológica del mundo, es la otra herramienta que los humanos poseemos, para enfrentarnos a este cosmos que llamamos vida, y que la ciencia y la razón, solas, no pueden darnos cuenta clara y definitiva de este misterio.
“No me es posible saber en este momento, querido lector, si ya la infinita selva ha iniciado en mí, el proceso que ha llevado a tantos otros que hasta aquí se han aventurado, a la locura total e irremediable.
Si es ese el caso, sólo me queda disculparme, y pedir tu comprensión, ya que el despliegue que presencié durante esas encantadas horas, fue tal, que me parece imposible describirlo en un lenguaje que haga entender a otros, su belleza y esplendor; sólo sé que, como todos para los que se ha descorrido el tupido velo que los cegaba, cuando regresé a mis sentidos, ya me había convertido en otro hombre”
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