Le Mépris

“Totalement...
Tendrement...
Tragiquement”
(Totalmente...
Tiernamente...
Trágicamente)

Al hablar sobre dioses y héroes de la mitología greco-latina, suelen repetirse adjetivos como “celosos”, “vengativos”, “pasionales”…
Son descritos como seres tremendamente terrenales, personajes creados por el hombre, para que éste conozca un poco más de sí mismo y de sus emociones, entre ellas, el desprecio.
La expresión del “desprecio”, es más sutil que la del resto de las denominadas “emociones universales”, por lo que siempre cabe la posibilidad de malinterpretar las intenciones del emisor.
Precisamente por ello, es también posible atribuir al receptor, una suspicacia indebida, un carácter paranoide, con lo que se multiplica el efecto del escarnio.
Mostrarse como receptor del desprecio, cuando este no es obvio, carga de culpa a la víctima, y libera al emisor.
El menospreciado, padece así un doble castigo:
El desdén y el sufrirlo a solas.
El desprecio, ofrece infinitas posibilidades, y gran parte de su complejidad expresiva, se debe a su potencial de recursión, una de las características definitorias del lenguaje humano.
No es la fabricación de herramientas lo que nos hace únicos, sino el hecho de que nuestro principal sistema de comunicación, a diferencia del de otros animales, no sea un repertorio fijo, sino un sistema combinatorio de reglas, en el que los símbolos pueden permutarse ilimitadamente.
Las posibilidades semánticas, se incrementan así de manera exponencial, algo que debe de dar terribles dolores de cabeza a los conductistas:
Podemos decir algo, o decir que hemos dicho algo, o decir que hemos dicho que dijimos algo…
El desprecio, permite mirar de lado a quienes no van a causarnos un perjuicio, porque no van a entrar en nuestro espacio personal, pues no alcanzan.
“Chaque fois que j'entends le mot culture, je sors mon carnet de chèques”
(Cada vez que escucho la palabra cultura, saco mi talonario de cheques)
Le Mépris es un drama francés, del año 1963, dirigido por Jean-Luc Godard.
Protagonizado por Brigitte Bardot, Michel Piccoli, Jack Palance, Georgia Moll, Fritz Lang, Jean-Luc Godard, Linda Veras, entre otros.
El guión está basado en la novela “Il Disprezzo” de Alberto Moravia, publicada en 1954.
Su obra literaria, se caracteriza por una crítica frontal a la sociedad europea del siglo XX:
Hipócrita, hedonista y acomodaticia; y se caracteriza por un estilo austero y realista.
En sus escritos, son recurrentes el impulso sexual, la alienación del individuo, y el existencialismo; y en plena moda del cine pretendidamente culto, Jean-Luc Godard, lograría excelentes recaudaciones de taquilla con sus obras precedentes, caso insólito en cualquier otra época, lo que parece convencer a la industria, para poner a su disposición mayores medios.
Así, en Le Mépris o “El Desprecio”, Godard puede contar con la presencia de Brigitte Bardot, Michel Piccoli, o el hollywoodiense Jack Palance, además de la interesante, aunque anecdótica, aparición de Fritz Lang, a modo de sentido homenaje; y nos narra la fugaz relación de un matrimonio de recién casados, y en pleno auge amoroso, para pasar por un paulatino desencanto, y llegar al frío desprecio.
Pero para Godard, esta historia no resulta más que una excusa para reflexionar sobre la ética de la creación, para homenajear a su maestro Fritz Lang, y sobre todo, para experimentar haciendo cine.
Los principales temas son:
La incomunicación humana en general y de la pareja, el pesimismo existencial, la soledad, la fragilidad, y el carácter efímero del amor de pareja, la importancia de la experimentación en cine, y en todos los ámbitos de la técnica y del saber, la importancia de la belleza visual, la luz y los colores, el esplendor de la naturaleza, la trascendencia del arte, etc.; así como el amor mismo, la oscuridad, el malentendido, y la belleza fatal.
Filmada en, y producida íntegramente en Italia, en los estudios Cinecittà en Roma; y la isla Casa Malaparte en Capri, construida por el escritor Curzio Malaparte, de la cual, Godard ha sabido sacar un tremendo partido.
La acción dramática, tiene lugar en Roma y Capri, durante varias semanas del verano de 1963.
El productor hollywoodense, Jeremy “Jerry” Prokosch (Jack Palance), de media edad, arrogante, fanfarrón y oportunista; encarga a Fritz Lang, de unos 70 años, que encarna al cineasta acreditado, insobornable y riguroso, que sabe que el cine está por encima del dinero y la fama; la dirección de un adaptación al cine de “La Odisea” de Homero.
Descontento con el resultado, encarga a Paul Javal (Michel Piccoli), un escritor de teatro, reeditar el guión.
A raíz de esto, los caminos de Paul, su joven esposa, Camille (Brigitte Bardot), de 20 años, celosa, sensible, independiente y muy atractiva; el productor y su secretaria, Francesca Vanini (Giorgia Moll), se entrelazarán, deteriorándose cada vez más la relación de la pareja, a causa de la falta de celos por parte de él, y del interés de Prokosch hacia Camille.
Las pretensiones comerciales del productor, y la ética del escritor, desencadenarán el gran conflicto entre el arte y su comercialidad.
En un primer encuentro con el productor, el arrogante Prokosch; el escritor deja que su mujer, la bella Camille, se vaya en el coche con el productor, a la finca de éste.
Este hecho, dará lugar a un grave mal entendido entre el Javal y su esposa, quien cree que la ha ofrecido como moneda de cambio, para obtener un mejor pago.
Como consecuencia de esta situación, el escritor se verá inmerso en una dolorosa crisis matrimonial.
De modo alegórico, su historia se entrelazará con la de Penélope y Ulises en “La Odisea”, las aspiraciones artísticas de Paul, y la evolución de los sentimientos de Camille.
Una película que parece casi onírica, tremendamente demandante intelectualmente, que lidia con la siempre difícil relación entre productor-director-guionista, un tópico cinematográfico muy repetido, que no obstante, solo pocas veces ha sido llevado a cabo con éxito en la historia del cine.
En Le Mépris, esa discusión de intenciones e intereses de cada uno, es ilustrada de formas nada menos que brillantes, valiéndose de detalles y metáforas visuales, donde nada parece ser intrascendente, o de relleno, y de bravuras cinematográficas como el rompimiento del encuadre, la distorsión en la profundidad de campo, y hasta hilarantes formas de burlar, el entonces popular uso del “pan & scan”, todo realizado de formas tan típicamente “godardianas”, que parece irreal, que a la vez sea una película tan bellamente redondeada y accesible para cualquiera que la busque.
En definitiva, Le Mépris es además de una brillante adaptación de la novela de Alberto Moravia, en el desarrollo de su reflexión psicológica sobre una crisis matrimonial, una de las mejores películas de Jean-Luc Godard, y una de las más destacadas reflexiones filmadas sobre la experiencia personal del artista, frente a la realización de la obra cinematográfica; y nos confronta con el dolor, el cuestionamiento de uno mismo frente al amor, la literatura, el cine, y el dinero.
No es Le Mépris la obra ideal para los amantes de lo fácil y reconocible, estamos ante una película que crece con el tiempo y los visionados, que fluye con tristeza en el interior del espectador, hasta destapar lo mejor que contiene, y mostrar su inagotable resentimiento, y su tremenda melancolía.
“Vous aimez tout de moi?
Ma bouche?
Mes yeux?
Mon nez?
Et mes oreilles?”
(¿Te gusta todo de mí?
¿Mi boca?
¿Mis ojos?
¿Mi nariz?
¿Y mis oídos?)
Jean-Luc Godard, fue el director emblemático de “la nouvelle vague” junto a François Truffaut y Eric Röhmer; que consistió en una corriente del cine francés, que surgió a finales de los años 50, y cuya característica más llamativa, fue la defensa del cine de autor, frente al cine de entretenimiento hecho en Hollywood.
Resumiendo mucho, puede decirse que el cine de Godard, se caracteriza por una nueva forma de entender el montaje y su compromiso político; y Le Mépris, es una anomalía en el catálogo de este director; porque representa un rompimiento del estilo que hasta ese punto, 1963, Godard venía desarrollando, y el cual él mismo había definido con su frase de:
“Todo lo que se necesita para hacer una película, es una chica y un arma”
De repente, aparece esta película de gran presupuesto, a todo color y pantalla ancha, con actores del calibre de Brigitte Bardot y Jack Palance.
Es un contraste sin dudas destacado, para alguien que comenzó su cine bajo el paraguas de una corriente que renegaba precisamente de utilizar esa sobrecarga de recursos.
Godard, sobretodo, aprovecha esos recursos, más esplendidos ahora, para hacer lo que más le caracteriza:
Experimentar con el cine.
Aquí, alejándose de sus anteriores filmes, huye de la cotidianeidad, y se recrea en la estética de manera, quizá excesiva, jugando con el color, el “scope” o la luz del Mediterráneo.
Por ello, uno de los aspectos destacables, es la fotografía de Raoul Coutard, una de las grandes referencias de la historia del cine francés, quién ya había colaborado con Godard en películas anteriores, y cuyo trabajo aquí gana protagonismo, en la que además, tiene una breve aparición personal al principio.
El colorido destaca a lo largo de todo el metraje, y especialmente en las partes rodadas en Cinecittà, y también en Capri, con El Mediterráneo como telón de fondo.
La fotografía es de lo mejor:
La escena inmediatamente posterior al prólogo, destaca por los juegos cromáticos que construyen una atmósfera íntima, donde una penumbra azulada que envuelve a los amantes, es el único momento oscuro, que al desaparecer, muestra un plano iluminado de la reposada desnudez de La Bardot.
El resto de escenas, aprovechan la intensa luz al aire libre.
En la escena de la mansión de Prokosch, el reflejo de la cabellera dorada de Camille, contrasta con el azul profundo de sus prendas.
De otra parte, están los encuadres de Camille y Paul en el departamento donde resaltan encendidos tonos rojo y amarillo, y mucho más, los que capturan las agrestes costas mediterráneas, el mar, y las panorámicas sobre los acantilados y la Villa Malaparte, una bellísima obra arquitectónica, encaramada sobre un promontorio del golfo de Salerno, en la isla de Capri, con texturas más tenues.
También, sobresalen los contrastes de blanco, celeste, negro y rojo del vestuario y maquillaje de los personajes de la cinta filmada por Lang.
Godard, desde el principio nos dice que está rodando una película, y que la cámara recoge su mirada.
Así, no hay títulos de crédito, sino una cámara en “travelling” que sigue a un personaje femenino, mientras la voz del director va diciendo el título de la película, que es una adaptación de un relato de Alberto Moravia; y aquí Godard conecta y construye las interesantes relaciones entre cine y literatura; y va diciendo cada uno de los intérpretes y los técnicos… y así sigue con la mirada, lo que Godard quiere mostrar y enseñar.
Con Le Mépris, asistimos a su primera obra de auténtica madurez, donde se muestra menos interesado en llamar la atención sobre sí mismo, que en adecuar, de manera magistral, lo que cuenta con la manera de contarlo.
De ahí que el impecable discurso fílmico, nos lleve inexorablemente al discurso de fondo más genuino y, probablemente, más complejo de este autor:
La disección de los problemas de comunicación en la pareja, el pesimismo existencial, los sentimientos contradictorios respecto del cine y de la industria del cine... se muestra de manera más desnuda, y menos artificiosa que nunca, libre también de los momentos pedantescos, que de vez en cuando lastran algunas de sus obras; e incluso consigue que una actriz tan limitada como BB, nos parezca insustituible en su rol.
Desde el cartel original, con el nombre en grande de Brigitte Bardot, acompañando a un dibujo erótico de la actriz, con las letras en pequeño del verdadero artista, Jean-Luc Godard, pisoteando de este modo el mensaje original de la obra.
Eso sí que es un comercio que busca beneficios:
Había colas en las taquillas para ver al símbolo sexual en su plenitud.
Con el tiempo, y la apertura de miras, lo artístico supera a lo carnal; por lo que supone, si el hombre satisface sus pulsiones sexuales con la vista, a menudo podrá disfrutar más del arte del desnudo con mayor entendimiento.
Así, Godard fabrica el mito de BB:
Bella pero distante, inalcanzable, imprevisible, destructora… trágica.
En el fondo, la obra tiene 3 partes:
Un principio, con la presentación de los personajes, y el conflicto de la trama:
El principio del desprecio.
Paul y Camille, y un productor que será el origen de la discordia y del desamor de Camille, que mirará de otra manera al esposo.
Y ésta es una historia trágica, como las que contaría Fritz Lang, donde sus personajes finalmente son vencidos por un destino… como no, trágico.
Una historia que tiene principio en unos estudios, en una sala de cine, en la casa de un productor; y entonces continúa un desarrollo, y Godard encierra a la pareja protagonista en su hogar inacabado como su historia.
Un hogar que no se levanta, sino que más bien se derrumba como la pareja.
Y de nuevo, acuden a una sala de cine para continuar con el desprecio, con la incomunicación, y las soledades.
Y un tercer acto, en una Italia bella a la orilla del mar donde estalla el drama.
La ruptura e incomunicación total de la pareja.
La huida de Camille/Penélope, con uno de sus admiradores, Jerry/Poseidón, ante la falta de acción de Paul/Ulises, que deja marchar a la amada.
Y el destino les golpea trágicamente a los 3; de manera inesperada; mientras Lang sigue rodando, y su cámara mira al mar infinito, abierto y enorme.
Si el planteo de Moravia supone un desafío para aquellos que desean llevar un texto literario al cine, Godard lo acepta y redobla la apuesta, y asume la historia como propia, y la carga de sensualidad y erotismo, tarea nada difícil, si entre los actores a dirigir, se encuentra Brigitte Bardot, en su momento de mayor esplendor.
El director, además, se encarga de homenajear a Fritz Lang, que en Le Mépris hace el papel de sí mismo, gesto que constituye por un lado, la aceptación en torno a las reflexiones que plantea el texto; y por otro, la proclamación más allá de las afinidades estéticas entre él y el escritor italiano, de sus principios éticos con respecto al cine.
Tal vez sea por eso, que Michel Piccoli, el protagonista, declara en el número 632 de Cahiers du Cinema, que Le Mépris es una obra completamente autobiográfica de Godard, autobiográfica de ese momento de su vida:
Un momento de dolor, de cuestionamiento de sí mismo frente al amor, a la literatura, al cine, y al dinero.
La adaptación de Godard, se fundamenta sobre 2 grandes pilares narrativos interrelacionados:
Por un lado, la crisis matrimonial de la pareja de recién casados, Paul y Camille, que comienza cuando Paul decide aceptar la oferta de un productor Jeremy Prokosch, para realizar el guión de una gran producción sobre “La Odisea” de Homero.
A partir de ese momento, la pareja se ve obligada a gestionar su relación en ese nuevo contexto, con el pretencioso Prokosch y su secretaria, Francesca Vanini.
Por otro lado, se plantea la cuestión del conflicto artístico de Paul, quién deja de lado su vocación literaria como dramaturgo, aceptando la oferta del guión por los ingresos que supone, y se ve envuelto en el conflicto que surge entre la interpretación comercial que el productor pretende realizar de la obra de Homero, y la profunda reflexión existencial que el director alemán, Fritz Lang, aspira a realizar de “La Odisea”
En este doble contexto, Le Mépris muestra la transformación que se produce en el sentimiento de Camille hacia Paul, que evoluciona del amor, subrayado al principio de la historia en la escena de intimidad conyugal que abre la obra; a la indiferencia primero; el cese del amor después, y finalmente, al desprecio.
Esa evolución de los sentimientos de Camille hacia su esposo, y la búsqueda del motivo de ese desprecio por parte de Paul, determinan la evolución narrativa de la obra.
Desde el punto de vista de su estructura formal, Le Mépris se divide en grandes bloques, que parecen imitar la estructura de una tragedia clásica en 3 actos:
Una primera parte, que se desarrolla en Cinecittà, marcada por la aceptación; tras un segundo de duda, por parte de Paul, de la oferta para realizar el guión.
Una segunda parte, en casa de Paul y Camille, en la se escenifica el desencuentro entre ambos.
Y finalmente, el desenlace en Capri, a donde la pareja acude a presenciar la realización de parte de la adaptación de “La Odisea”, en la villa del productor.
Pero Le Mépris, es una alegoría que admite varias lecturas:
En el lado de la creación artística, cada personaje encarna lados distintos condenados a entenderse:
El director Fritz Lang, es hombre ya curtido en mil batallas, hace de exégeta de “La Odisea”, buscando nuevas vías para entenderla, es “El Artista”
El productor, Prokosch, es el dinero, es el que hace posible que el cine se haga, el que se preocupa de que el público pague por ver la película, quiere beneficios, y para ello no duda en intentar medrar para imponer prostituir la obra.
Paul, refleja al guionista que trabaja por dinero, y mantiene una lucha interior entre dar su visión de la adaptación, u obedecer al productor, y en medio, la eterna dualidad entre cine comercial y obra de arte, rara vez se conjugan, y es que aquí se hace una honda reflexión sobre la ética moral y los principios artísticos.
Si bien, fundada en la historia del distanciamiento progresivo entre el esposo y la esposa de Alberto Moravia, la versión de Godard, también contiene paralelismos deliberados con los aspectos de su propia vida:
Se advierte que Paul, Camilla y Jerry, se comportan como encarnaciones vivas de Ulises, Penélope, y Poseidón.
Una observación adicional, permite descubrir relaciones entre Paul, Camille y Jerry; con el trío formado por Godard, Ana Karina, y Joseph L. Levine, distribuidor de la película.
La asimilación más patente, es la de Godard y Paul, por el uso continuado del sombrero, y la afición a los cigarros puros.
El paralelismo de Camilla y Ana Karina, pareja entonces de Godard, lo pone de manifiesto, la peluca negra de Camille.
Los problemas de la historia de ficción, evocan y reflejan los de la pareja real de Godard y Ana Karina.
Los problemas de Godard con los productores, en especial con Levine, se glosan a través del conflicto entre Paul y Jerry.
Por lo demás, Godard se explica a sí mismo, a través de la figura eminente de Lang, el cineasta admirado y, a la vez, entronizado como figura capital del cine de todos los tiempos; y nos muestra, por ejemplo, a un anciano Fritz Lang, sometido a la maquinaria de Hollywood, dirigiendo un “péplum”, serie Z, basado en Homero.
Ver al maestro Lang, esclavizado por un productor hollywoodense, ignorante y déspota, cuya única fuente de conocimiento, es un libro ridículamente diminuto, refleja el desprecio de la industria del cine, por la obra de arte.
Del desprecio de Hollywood, o El Capital por el arte, no se salva tampoco el guionista, trasunto de Ulises, el protagonista de “La Odisea”
En un principio, muestra ciertas reticencias a escribir un guión al dictado del productor, pero vende su alma, a cambio de un generoso cheque.
El productor, quiere cambiar la historia original de Homero:
Penélope no ama a Ulises, y le es infiel.
Termina imponiendo su rastrera versión al guionista, y esa concesión, esa vulnerabilidad, son la causa del doloroso desprecio que Brigitte Bardot proyecta sobre su marido, triste figura de Ulises, abandonado por los dioses, en El Olimpo de Capri.
Dato curioso es que Michel Piccoli, también tiene cierto parecido con el ex marido de Brigitte Bardot, el realizador Roger Vadim.
En cuanto al mundo del cine, te muestra la verdadera cara de los productores, carentes de sensibilidad y maquiavélicos, tan sólo pensando en sí mismos, y en el dinero que le aportará su inversión; sin respetar nada en absoluto, ni a los artistas, ni a nada.
Aunque nos muestra también, cómo el tiempo pone a cada uno en su lugar.
Finalmente, Godard se venga del Capital o La Industria Cinematográfica de Hollywood, ejecutando al productor y a la actriz principal, en un imprevisto accidente de tráfico.
Desde el punto de vista sustancial, la adaptación que Godard hace de la novela de Moravia, parece proyectarse tanto hacia un plano de reflexión filosófica, como hacia una reflexión de la propia experiencia personal.
También es notable, una discusión de Dante, particularmente “El Canto XXVI” del “Infierno”, sobre el último viaje fatal de Odiseo, más allá de Las Columnas de Hércules, hasta el otro lado del mundo; y el poema de Friedrich Hölderlin, “Dichter Beruf” o “La Vocación del Poeta”
A nivel filosófico, los personajes de Paul, Camille y Prokosch, evocan a los de Ulises, Penélope y Poseidón en “La Odisea”; como ya se citó, y la reflexión profunda en torno a los temas de la obra épica de Homero, el amor conyugal y la historia del héroe griego, y sus circunstancias frente al mundo.
Lo mitológico y lo vulgar, se dan de la mano en una historia que habla de 2 tragedias:
La fatalidad, que fue la tragedia de los héroes en tiempos de los dioses; y la banalidad, que es la tragedia de los artistas en los tiempos de los hombres.
El título, también admite varias lecturas:
La más evidente, tiene que ver con la transformación del amor en decepción, y luego en desprecio hacia el amante; pero además, se observa esta actitud en las tensas relaciones entre el productor y el director.
Prokosch apuesta por un cine comercial, masivo y rentable.
No entiende y, en consecuencia, desprecia la estética intelectualizada de Fritz Lang, quien a su vez, no desaprovecha ocasión para enrostrarle sutilmente su mal gusto.
Lang hace gala de su erudición lingüística, expresándose fluidamente en inglés y francés, aparte del alemán, y libresca, como conocedor del clasicismo griego y el romanticismo alemán.
En cambio, Prokosch presume de cierta sabiduría, consultando un diminuto libro de frases célebres.
Lang, representa la línea del cine de autor, que ha caracterizado los filmes europeos, cuyos cineastas y espectadores, ven con desdén el cine comercial hollywoodense, modelo que Jerry quiere imponerle.
Asimismo, Paul “desprecia”, aunque demasiado tarde, el guión, porque desea dedicarse a escribir para el teatro, y no para un cine masivo, a lo cual accedió solo por el dinero.
La lengua/idioma, interpone barreras y jerarquías entre los personajes:
Camille y Paul, están aislados, y en desventaja frente a lo que Prokosch propone, cuyo discurso es intermediado por la traducción de la fiel y eficiente Francesca, su asistente.
En la cúspide está Fritz Lang, por lo mencionado anteriormente, luego Francesca, quien como él, se desenvuelve en varias lenguas, pero solo traduce, mas no crea.
Después, ubicaríamos a Prokosch; pese a ejercer cierto dominio sobre quienes lo rodean, depende de la intermediación de Francesca.
Camille y Paul, ocupan el último lugar:
Hablan la misma lengua, pero no les sirve para superar la crisis.
Si Le Mépris comienza como una historia de amor encendido y pasional, entre Michel Piccoli y Brigitte Bardot, una vida bohemia, y al día que entra en crisis, cuando Jack Palance sospecha que la película que Lang hace sobre “La Odisea” va a ser una ruina, y contrata a Piccoli como nuevo guionista, dado su reconocimiento como dramaturgo.
La confrontación entre el autor y el hecho de transformarse en una “puta barata” al servicio de un espectáculo, provoca una reacción inesperada en La Bardot, el desprecio absoluto por su pareja, desprecio en el que se mezcla la pérdida del halo de creador, que tenía el dramaturgo al estar dispuesto a trabajar para una industria sólo por dinero, y el desprecio como persona, al sentirse ofrecida como parte del precio del contrato al productor, ante un indiferente Piccoli, cuando es evidente que Palance flirtea con Bardot, con un claro propósito meramente sexual y coleccionista.
El personaje femenino, ha tomado una decisión, al igual que Penélope, fue inmune a los requerimientos de todos los pretendientes que la cortejaron durante la ausencia de Ulises, la Camille de Bardot, niega una y otra vez la posibilidad de reencuentro o reconciliación, y para que el desprecio sea absoluto, abandonará el rodaje en compañía del productor, incapaces de comunicarse, al no hablar un idioma común, estamos ante un simple episodio de atracción física, pero Godard reserva su venganza.
Respecto a las interpretaciones, el director Jean-Luc Godard, quería contar con las interpretaciones de Kim Novak y Frank Sinatra, como los 2 protagonistas de Le Mépris, pero ambos actores rechazaron el papel.
El productor Carlo Ponti, sugirió a su esposa Sophia Loren, para que trabajara con su coprotagonista frecuente, Marcello Mastroianni, pero Godard rechazó esa idea.
Finalmente, Brigitte Bardot y Michel Piccoli, fueron los elegidos para encarnar a Camille y Paul.
Brigitte Bardot, espectacular, bomba sexual, derrocha ternura, picardía, frustración, cansancio, quizás su mejor papel en cine, expone aristas, resquemor, tridimensionalidad, exhibe con sutilidad, el alejamiento del marido, se mueve con inocencia, y mucha sensualidad, la cámara de Godard la ensalza con un erotismo exacerbado, desnuda en la cama, con una toalla roja a medio caer, tomando el sol con solo un libro tapando su respingón trasero, nadando como “Eva en El Paraíso”, moviendo sus lindas piernas en tijera… está tremenda.
La Bardot, también realiza una buena interpretación, en uno de sus papeles más serios, y en el que además, se muestran varias escenas de desnudez, en gran medida por exigencias comerciales.
El productor, Joseph E. Levine, insistió en que se realizara la escena del desnudo de Brigitte, al darse cuenta de que era la única forma en que podría vender una película que él odiaba…
La observación autorreferencial del proceso de filmación, y las referencias cinéfilas, conectan con la celebración del cuerpo de BB.
Ella no incorpora un personaje, sino un icono.
No interpreta, no elabora un rol.
Con su culo juega Godard, como el arquetipo publicitario y documental que es:
Sex-symbol, y estrella del cine.
En general, desde la escena inicial de intimidad conyugal entre ambos, el espectador se siente identificado con la historia de Camille y Paul, a pesar de su complejidad, y anhela en cierto sentido, que la ruptura entre ambos no se produzca, lo que refuerza la intensidad de la historia; sin embargo, le achaco que la parte del apartamento, es interminable:
Ver discutir algo tan tonto, tonto porque no van directo al grano, si no que dan rodeos y rodeos, mientras se desnudan, se bañan, se secan, y se visten... pues se me hizo eterno.
Cabe destacar a Michel Piccoli, quien realiza una muy buena interpretación en un complejo papel como escritor con aspiraciones literarias, y en conflicto consigo mismo, frente a la interpretación comercial de la obra de Homero, que se ve forzado a escribir por dinero, y también en la interpretación de la figura del marido, que experimenta el rechazo progresivo por parte de su esposa, hasta el desprecio y el abandono con trágico final.
Michel Piccoli, en su primer papel en cine, está excelente reflejando inseguridades, complejos, contradicciones, hombre en lucha interior por hacer lo que quiere, o lo que su economía le empuja, muy matizado en sus alambicadas charlas con Camille, sintiéndonos él, cuando es rechazado, siente que pierde a su amor, se le escurre como agua entre los dedos, y no sabe cómo impedirlo, intenta saber el motivo, muy bueno en su lenguaje gestual y corporal, fabuloso en sus diálogos filosóficos con Fritz Lang, maravillosa interpretación.
Mientras Jack Palance roza la caricatura, exagerado, pasado de vueltas, acartonado, debería haber sido sutil, y no cuasi-grotesco, un buen actor en una mala interpretación, aunque tiene una gran frase para arremeter contra el arte:
“Hace años, los nazis decían revólver en lugar de talonario”
Y Fritz Lang cumple con suficiencia haciendo de sí mismo, enarbolando la bandera del Arte sobre lo comercial; así como Giorgia Moll, la asistente y traductora de Prokosch, que maneja el francés, inglés, italiano y alemán, rol que simboliza nítidamente, las dificultades de comunicación de las personas, las barreras que nos autoimponemos, y que nos aíslan con una coraza.
En lo técnico, Le Mépris destaca al explorar los diferentes encuadres que ofrece el Scope; e incluso, se permite ironizar con la célebre sentencia de Lang:
“El cinemascope, únicamente sirve para filmar serpientes y entierros”, haciendo al maestro, rodar en este formato.
Godard, tiene un par de breves apariciones como ayudante de dirección de Lang, subrayando así su homenaje personal al director alemán, aunque quizás se echa de menos, que Lang no tenga un papel todavía más relevante en la historia.
Por lo demás, en un rasgo característico de la cinematografía de Godard en general, Le Mépris contiene múltiples referencias cinematográficas y literarias destacables, con menciones explícitas entre otros a:
Bazin, Lumière, Brecht, Dante, o Hölderlin; y rinde homenaje al cine, cita de una u otra manera, a grandes realizadores, como:
Chaplin, Griffith, Hawks, Hitchcock, el mismo Lang, Rossellini, Ray, Minnelli, Antonioni, etc.
Cita a actores, como:
Chaplin, Dean Martin, Ana Karina, a los mismo Bardot y Palance, John Wayne, Janet Leigh, Elsa Martinelli, etc.
Cita títulos de grandes películas, en momentos como cuando Paul cuenta a su mujer, que Lang fue el que hizo un western con Marlene Dietrich, se refiere a “Rancho Notorius” (1952); o cuando Fritz Lang dice que la preferida de las suyas es “M.” (1931), así como vemos varios carteles de películas, en este orden:
“Hatari” (1962) de Howard Hawks; “Vivir su vida” (1962) del propio Godard; “Vanina Vanini” (1961) de Roberto Rossellini; y “Psycho” (1960) de Hitchcock; en otra escena vemos que están proyectando “Viaggio in Italia” (1954) de Roberto Rossellini, etc.
Las frases incendiarias y revolucionarias de Godard, se mantienen:
Como andando por esa Cinecittà en ruinas, se dice:
“El cine italiano está muy mal”, “hasta ayer, aquí había reyes” con un Jack Palance puño en alto…
En una sala de visionado de la decadente Cinecittà, y con la sentencia:
“El cine es un invento sin futuro” de Louis Lumière enmarcando la escena, el excesivo y bien jugado papel de productor, se enfada al contemplar las secuencias rodadas por Lang, simplemente porque lo escrito en el guión, no aparece en la pantalla.
Un irónico Lang, encarnación del autor, defiende la diferencia entre el lenguaje escrito y el filmado, a lo que Prokosch replica:
“Cada vez que oigo la palabra cultura, extiendo mi talonario”, y usando la espalda de la traductora como mesa, en una posición vejatoria, se dispone a firmar un cheque para comprar lo que él quiere ver sobre la pantalla.
El dinero compra al artista y a su arte, lo corrompe limitándolo, y así lo destruye.
Y ya en 1963, Godard empuña su cámara para hablarnos de la muerte del cine, y hemos llegado al año 2016, con la misma sensación de final inconcluso, de arte moribundo, pese a ser el más moderno de todos ellos.
Finalmente, merece la pena mencionar la música de Georges Delerue, para las versiones de Le Mépris, francesa y estadounidense; y solo para Italia, la música fue sustituida por la de Piero Piccioni.
La canción, “Tema de Camille”, que fue compuesto originalmente por Le Mépris, se utilizó como tema principal de la película de 1995, de Martin Scorsese, “Casino” que sin embargo, aquí se acaba cansando de tanto usarla.
“Jetzt ist es nicht mehr die Gegenwart Gottes, sondern die Abwesenheit von Gott, der Mann beruhigt.
Es ist sehr seltsam, aber wahr”
(Ahora ya no es la presencia de Dios, sino la ausencia de él, que asegura el hombre.
Es muy extraño, pero cierto)
Le Mépris de Jean-Luc Godard, será la imagen de La 69ª Edición del Festival Internacional de Cine de Cannes.
Todo está presente:
“Las escaleras, el mar, el horizonte, la ascensión de un hombre hacia su sueño, bajo el calor de una luz mediterránea que se transforma en oro.
Una visión que recuerda esta cita que abre la susodicha película:
“El cine sustituye nuestra mirada por un mundo más en armonía con nuestros deseos”
De este modo, la organización del 69º Festival de Cannes, ha abierto la nota de prensa que anuncia el póster oficial de esta edición.
Un cartel que se sirve de una de las imágenes icono de Le Mépris, una de las grandes películas del maestro Jean-Luc Godard; en la que Hervé Chigioni, y su diseñador gráfico, Gilles Frappier, la identidad visual de 2016, ha sido creada por Philippe Savoir, Filifox; han diseñado un afiche que, como los anteriores del certamen, maravilla, tanto por su composición cromática, como por su simbolismo.
No puede ir despertando de mejor manera El Festival de Festivales; y así será Michel Piccoli, quien desde el tejado de la legendaria casa ideada por el escritor Curzio Malaparte, inaugurará en 2016, la subida de las escaleras del 69º Festival de Cannes.
Una elección simbólica, ya que esta película sobre el rodaje de una película, considerada por muchos, como una de las más hermosas nunca dirigidas en Cinemascope, con el tándem Piccoli / Bardot, junto a Fritz Lang, la fotografía de Raoul Coutard, la música de Georges Delerue… marcó la historia del cine y de la cinefilia.
En la víspera de su 70º aniversario, El Festival ha decidido utilizar la imagen de esta película emblema y, de este modo, renueva su compromiso original:
Rendir homenaje a los creadores, celebrar la historia del cine, y acoger nuevas formas de mirar el mundo; al igual que una subida de las escaleras en forma de ascensión hacia el horizonte infinito de una pantalla de proyección.
Al hacer este homenaje a Godard, de 85 años, El Festival de Cannes se lo hace igualmente a toda una época del cine, curiosamente, en la persona de un director díscolo, que le dio plantón en 2010, cuando se presentaba su alambicada película “Film Socialisme”
Quizás, sea una manera de hacer las paces con él, pero ante todo, de recordar el buen cine, las grandes películas, y los autores que han hecho historia, muchas de ellas, precisamente en Cannes.
Ojalá sea un buen augurio para El Festival, que se celebrará en el próximo mayo, acuda o no Godard en persona.
Como dato, tras el estreno de “Week End” en 1967, y después de divorciarse de Anna Karina, y casarse con la entonces estudiante anarquista Anne Wiazemsky, Godard decidió poner su cine al servicio del movimiento revolucionario que eclosionaba con El Mayo francés y, adherido a la ideología maoísta, abandonó sus métodos de trabajo anteriores.
En mayo de 1968, El Festival de Cannes, fue suspendido por la interrupción de las proyecciones que hicieron Godard, François Truffaut, Polanski, y otros cineastas, en apoyo y solidaridad al movimiento estudiantil y obrero del Mayo francés.
Ya para entonces, en 1965, Godard había recibido El Oso de Oro en El Festival de Berlín por “Alphaville”; y muy posteriormente, en 2010, La Academia de Hollywood le concedió El Premio Oscar Honorífico.
Así las cosas, de las 5 veces anteriores que Godard disputó La Palme d’Or, fue aplaudido; pero nunca lo ganó.
Para Godard:
“La gente dice “el cine”, pero en realidad quiere decir “las películas”
El cine es otra cosa.
Hay una anécdota, no sé si es cierta, sobre Cézanne.
Está pintando por vigésima vez la montaña Sainte-Victoire.
Alguien le dice:
“Ah, qué linda su montaña”
Y Cézanne le responde:
“Váyase de aquí, yo no pinto una montaña, pinto un cuadro”
Alguien le preguntó a Godard, si no lamenta no haber ido a Cannes en 2010; a lo que Godard respondió:
Cannes ya no existe.
El cartel que inaugura La Edición N°69 del Festival, es un buen inicio para un acercamiento entre el arte, el cine y las películas; necesitados estamos de noticias agradables.

“To know that one does not know, is the gift of a superior spirit.
Not to know and to think that one does know, is a mistake.
To know that this is a mistake, keeps one from making it.
I have the knowledge here”



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