Saul Fia
“Ön jobban érdekli a halott, mint az élő”
(Usted está más interesado en los muertos, que en los vivos)
Una de las misiones fundamentales del arte, es hacernos experimentar los límites, y denunciar los extremos a los que los hombres pueden llegar.
En Los Campos de Concentración, que desgraciadamente fueron prolíficos durante la Alemania nazi, los llamados Sonderkommando, eran grupos de judíos a los que sus superiores alemanes, les ordenaban la realización de diversas acciones que, fundamentalmente, giraban en torno al antes, durante, y después de los asesinatos en masa en las cámaras de gas.
Es decir, los Sonderkommandos, literalmente “Comandos Especiales”, eran unidades de trabajo durante la Alemania nazi, que estaban formados por prisioneros judíos, y no judíos, seleccionados para trabajar en las cámaras de gas, y en los crematorios en Los Campos de Concentración nazis, durante La Segunda Guerra Mundial.
Los “Einsatzgruppen” o “Grupos Operativos o de operaciones”, tenían sus propios batallones Sonderkommandos para “asignaciones especiales”
Su tarea principal, en palabras del General Erich von dem Bach-Zelewski, de Las SS en Los Juicios de Núremberg, era:
“La aniquilación de los judíos, prioritario; los gitanos y los comisarios políticos”
Las personas destinadas a un Sonderkommando, trabajaban bajo órdenes de los nazis, y si se negaban a cumplir las tareas, eran asesinados.
Trabajaban bajo gran presión psicológica, ya que eran los encargados de llevar a los prisioneros a las cámaras de gas, retirar los cuerpos, examinar orificios naturales, sean ano o vagina; en busca de piezas de valor ocultas, quitar los dientes de oro a los cadáveres, y por último, incinerarlos en los hornos crematorios, o en fosas crematorias.
Muchos Sonderkommando, tuvieron que realizar estas funciones, muchas veces, con familiares y amigos, viendo cómo ellos mismos conducían a la muerte a sus seres queridos.
Si algún Sonderkommando, revelaba antes a los prisioneros, que la supuesta “ducha de desinfección” no era tal, sino que era una cámara de gas, e iban a morir; se le aplicaba la pena de muerte inmediata como castigo.
Una de las formas de muerte utilizada de manera “ejemplar” para los Sonderkommando que no cumplían las órdenes, era ser incinerado vivo, en los hornos crematorios…
Por ello, los Sonderkommando vivían aislados del resto de prisioneros, y no tenían ningún tipo de contacto con ellos.
Era sabido, que los Sonderkommando tenían un periodo de trabajo de aproximadamente 3 a 4 meses, ya que para no dejar testigos de la matanza a nivel industrial que se estaba realizando, eran asesinados todos los miembros del Sonderkommando, y puesto en su lugar un nuevo grupo Sonderkommando, a realizar el mismo trabajo.
El grupo nuevo, entonces, se encargaba de exterminar a los miembros que le habían precedido en ese grupo especial de prisioneros.
De esa forma, se llevaban el crimen de los nazis a la tumba… y era muy importante evitar que cualquier miembro del Sonderkommando hablase, y se le daba como instrucción, algo así:
Camina rápido, no te pares, no tropieces con un oficial, no cometas el error de mirarlo a la cara, clava tus ojos en el suelo, si te preguntan, habla sólo en alemán; aunque eres un Sonderkommando, no dudarían en meterte un tiro en la sien; sigue caminando por el pasillo oscuro, tienes mucho trabajo, no paran de llegar prisioneros, desnuda a los prisioneros, no escuches sus preguntas, no atiendas sus súplicas, tienes que disponer cada pieza de ropa en su montón correspondiente, luego los anillos, cadenas, relojes, empuja después a los prisioneros sin mirarlos, que avancen hacia las puertas de la cámara de gas, cubre tu nariz con tu pañuelo de mordaza, muchos se han meado, y todo apesta; en el bajo techo, la nube que gravita se hace más densa, se alimenta de llantos y de miedo, pero tú no tienes miedo, tú no sientes dolor ni compasión por las lágrimas ajenas, has agotado los mecanismos que combaten el tormento, eres una mente inerte que sobrevive en un cuerpo marcial e indolente, no pienses, no tienes tiempo a pensar, ya se han abierto las puertas, y tienes que arrastrar los cuerpos, otros tienen que cortarles el pelo, quitarles los dientes de oro, vete después a los hornos crematorios, y arrodíllate en la cámara de gas, tienes que limpiar la muerte reciente, que no quede rastro, pues viene más muerte, más cuerpos…
Un acto de resistencia ante estos hechos, fue la captura de 4 fotografías, en una operación realizada por los miembros del Sonderkommando, en el año 1944, en El Crematorio V.
Las fotografías logran arrebatar al Sistema Nazi, el silencio de su secreto más brutal, exhibiendo la incineración de los cuerpos al aire libre; que actualmente se encuentran en El Museo del Estado de Auschwitz-Birkenau.
Fue un día de agosto de 1944, cuando los miembros del Sonderkommando de Auschwitz, consiguieron una cámara fotográfica, y tras burlar la vigilancia de los oficiales, Alex, uno de sus componentes miembro del Sonderkommando, se introdujo en la cámara de gas, e hizo 4 fotografías, en las que se captó el funcionamiento siniestro del Campo de Concentración de Auschwitz.
Las 4 fotografías del Sonderkommando, incorporan de forma contundente, el tema no fotografiado oficialmente en Auschwitz:
El del exterminio, además de introducir otro elemento oculto:
La propia experiencia personal, de unos hombres rodeados de muerte y destrucción.
En este caso, el fotógrafo se vio obligado a esconderse para hacer las tomas y, en segundo lugar, a huir, para no ser descubierto.
El marco negro del negativo 277, describe con claridad la clandestinidad con la que el fotógrafo está realizando las fotografías; y la negrura del negativo 283, se va a referir a la huida del fotógrafo, justamente en ese momento terrible, en el que los cuerpos desnudos de las mujeres que caminan hacia la cámara de gas, se entrevén tras la masa negra del bosque…
Es interesante destacar, que uno de estos Sonderkommando, se rebeló el 7 de octubre de 1944, en Auschwitz.
Ante los indicios de que Las SS pretendían asesinar a un gran número de miembros del propio Sonderkommando que trabajaban en El Crematorio IV, debido a que “la carga de trabajo” de las cámaras de gas disminuyó después de ser intensamente utilizadas contra los judíos húngaros; se amotinaron, y dieron comienzo a la única rebelión a gran escala, de la que se tiene noticia en Auschwitz.
El plan del levantamiento, es apoyado por prisioneras que sacan pólvora de contrabando de las fábricas cercanas, para dársela a los miembros del Sonderkommando.
Armados con piedras y herramientas improvisadas, atacaron a los guardias de Las SS, y prendieron fuego al crematorio.
Algunos prisioneros, pudieron escapar, aunque la mayoría fueron capturados y asesinados; unos 250 murieron en la lucha, junto a 3 miembros de Las SS, y 200 personas más, fueron asesinadas después; entre ellas, 4 mujeres jóvenes, fueron acusadas de suministrar la dinamita, siendo ahorcadas frente al resto de los prisioneros.
Una de ellas, Roza Robota, que tenía 23 años, gritó:
“Sean fuertes, tengan coraje”… y la puerta trampa se abrió.
Así pues, la supervivencia, en ocasiones, nos priva de la humanidad.
Un éxodo por los círculos del Infierno de Dante en La Tierra, que deja el sabor de la ceniza en la boca, el olor de gas, y cuerpos quemados, la razón perdida y el corazón encogido; hace que la esperanza sea sólo un resorte, una obligación para seguir adelante, y no detenerse.
“Mester, Segíts temetni a test”
(Rabino, Ayúdame a enterrar a un cuerpo)
Saul Fia es una película húngara dramática, del año 2015, dirigida por László Nemes.
Protagonizada por Géza Röhrig, Levente Molnár, Urs Rechn, Sándor Zsótér, Todd Charmont, Björn Freiberg, Uwe Lauer, Attila Fritz, Kamil Dobrowolski, Christian Harting, entre otros.
El guión es de László Nemes y Clara Royer, basados en una historia real, la rebelión de un Sonderkommando, grupo de judíos que trabajaban en los Campos de Concentración, haciendo el trabajo sucio, en 1944.
Saul Fia precisa de una excusa argumental, que simbolice la búsqueda de aquello que aún hace humano, a quien está sumergido en pleno corazón de las tinieblas.
Todo inicio mientras László Nemes trabajaba de asistente de dirección de Béla Tarr; y en un descanso, en una pequeña librería, encontró un libro publicado por El Memorial de Shoah, titulado “Des voix sous la cendre”, también conocido como “Los Manuscritos de Auschwitz”, que es una recopilación de textos redactados por un Sonderkommando de Auschwitz, en el que se describe detalladamente, cómo eran los trabajos que desarrollaban en El Campo de Concentración.
Los Sonderkommandos eran unidades de trabajo, formados por prisioneros que formaban parte de la cadena de exterminio; gozaban de algunos privilegios, algo más de comida, y cierta libertad para moverse por los límites del campo.
Cada 3 o 4 meses, los nazis hacían una selección, y los eliminaban para que no existieran testigos.
Los manuscritos, fueron enterrados y encontrados después del final de la guerra...
Así, este director húngaro, tardó casi 5 años en sacar adelante el proyecto, cuyo impulso definitivo lo obtuvo del Festival Internacional de Cine de Cannes, donde consiguió un apoyo de La Cinéfondation Residence, contando solo con $1 millón de presupuesto.
El director, confecciona una urgente e imprescindible advertencia sobre la historia y la crueldad humana; y no permite el consuelo ni la salida fácil, ya sea desde el campo de batalla, a nivel visual; o desde la paradoja moral, a nivel temático, en la que ha sido arrojado el protagonista.
Imre Kertész, Premio Nobel de Literatura; y Elie Wiesel, Premio Nobel de La Paz, han elogiado Saul Fia; destacando que ambos fueron supervivientes del Holocausto, deportados primero a Auschwitz, y posteriormente a Buchenwald.
Saul Fia ganó El Premio Oscar a La Mejor Película en Habla No Inglesa; y en El Festival Internacional de Cine de Cannes, ganó 4 premios incluidos El Gran Premio del Jurado, y El FIPRESCI Prize, además de haber estado en la competición principal por La Palme d’Or.
Así las cosas, en 2007, el director húngaro László Nemes, realizó el cortometraje llamado “Türelem”, que sigue a un burócrata que se dirige a la oficina donde se “organiza”, “ordena” y “archiva” la documentación de la maquinaria de muerte nazi; mientras que en Saul Fia, la cámara se pone al lado de un Sonderkommando.
Por ello, Saul Fia se rodó en 35mm, en 28 días, en Budafok, Budapest, con una lente de 40mm, y una relación de aspecto de 1.375:.1, con doblez en las esquinas, que se adoptaron para realizar el enfoque superficial, y un retrato similar estrecho al campo visual, para incrementar el realismo.
La historia transcurre en prácticamente 48 horas, y relata además, los momentos previos de la rebelión de los Sonderkommandos en Auschwitz, el 7 de octubre de 1944, y la propia rebelión.
Allí, Saul Ausländer (Géza Röhrig), es miembro del Sonderkommando, este grupo de prisioneros judíos, aislados del resto del campo, y que están forzados a “ayudar” a los nazis en su plan de exterminio.
Estos “kommandos” especiales, estaban conformados por prisioneros que desempeñaban algunas labores dentro del engranaje del “Endlösung”, y eran “remplazados”, eufemismo para asesinados, después de cierto tiempo de trabajo.
Es decir, su vida tenía también los días contados, para tratar de mantener el secreto de lo que ocurría en lo más profundo de Los Campos de Concentración.
Los Sonderkommandos, eran judíos elegidos por Las SS, entre los prisioneros, para realizar tareas dentro del campo:
Conducir a los judíos hacia las cámaras, encargarse de que se desvistieran, dejaran sus pertenencias, y se metieran en el habitáculo mortal.
Después, se ocupaban de la limpieza, selección, y organización de las pertenencias y retirada de los cuerpos.
Otros se dedicaban a la cremación de los cuerpos, otros de la dispersión de las cenizas… y así un largo etcétera.
Saul, se encuentra en un estado de “shock” permanente, él se sabe y se siente ya un muerto en vida, y mecánicamente realiza su labor, el lenguaje es demoledor, cómo les dicen que tienen que evacuar “las piezas”, para referirse a seres humanos; pero ese día en concreto, que recoge la cámara, hay algo que hace que su atención se fije...
Y ese momento le da un sentido a su, en ese instante, minada existencia.
Ausländer, que trabaja en uno de los crematorios, descubre a un niño sobreviviente de la cámara de gas, que se parece a su hijo; pero que es vilmente asesinado; y ordenado para hacerle la autopsia, y posterior desecho a la cremación.
Cuando El Sonderkommando prepara una revuelta, Ausländer decide lograr lo imposible:
Salvar el cuerpo del niño de las llamas, y ofrecerle una verdadera sepultura.
Su intento por encontrar un rabino, que acometa esta labor, lo lleva por lugares oscuros, habitados por otros personajes que nos aparecen, vivos o muertos, como un mohíno telón de fondo.
Presos del ritmo enloquecido de un antihéroe, que es tanto víctima como verdugo, rebelde como mártir, nos vemos atrapados en un dispositivo que nos recuerda de lo que todavía somos capaces.
Saul Fia, intenta dar respuestas sobre El Holocausto, o recrear un hecho histórico determinado, y también, enfocarse de un retrato específico en esta situación límite, que de alguna manera revela sensaciones y emociones dentro de la barbarie.
Lo que vemos, es la vivencia exacta, descarnada, en espiral, hacia el logro de un sueño en medio del infierno, narrada con un estilo insólito, pocas veces revelado, pero sin duda, constituye una nueva mirada a un tema tan manido en el cine, como el del Holocausto, y eso ya es mucho; porque sigue siendo inquietante la fascinación, a veces morbosa y desvergonzada, otras veces reverente y mesurada, con la cual nos acercamos a este momento particular de la historia.
“Elárultad az élők a halottak”
(Has traicionado a los vivos con los muertos)
El director húngaro, László Nemes, hace un poderoso debut con este sombrío e inquebrantable drama sobre El Holocausto, un ejercicio magistral en la privación de narrativa, y en la sobrecarga sensorial que remodela horrores familiares, en términos atrevidamente existenciales.
Impactante sumersión cinematográfica en el corazón del Holocausto, en el debutante, hasta ahora sólo conocido por haber sido asistente de dirección del gran Béla Tarr, quien, a través de una particular técnica de filmación, basada en el seguimiento continuo del protagonista, introduce de manera casi literal a los espectadores, en una odisea del horror, caracterizada por su sequedad y crudeza.
El guión lo firma junto a Clara Royer, que también es una debutante, y quizás fueran necesarias miradas frescas, miradas jóvenes, para adentrarse en ese horroroso terreno de los campos de exterminio alemanes, con tal realismo histórico, que sale también reflejado cómo trataron de testimoniar esta maquinaria oculta, ese intento de documentar a través de la fotografía de la imagen, lo que se estaba haciendo; y como sucede en las fotos clandestinas tomadas en Birkenau, a las que el film rinde un sentido tributo.
Pero realmente, el argumento no es más que una excusa, para mostrarnos, desde un punto de vista muy particular y concreto, ciertos elementos del funcionamiento de Los Campos de Concentración, y las barbaridades que sucedían allí.
El eje argumental, que es la preparación del entierro del niño, y la búsqueda de un rabino para poder llevarla a cabo, no es más que un “mcguffin”, una excusa para ir visitando las diferentes zonas del Campo de Concentración, y poder ser testigos de los diferentes horrores que los soldados aplican en cada una de ellas. Argumentalmente, Saul Fia es muy sugestiva, hay un evidente juego de parte de Nemes y Clara Royer en el guión que conforman, todo este proceso que vive el protagonista que lo ciega frente a la violencia que vive a su alrededor, una especie de sed insaciable de locura, y pérdida de la realidad.
Se trata, por tanto, de una película con un doble objetivo:
Por un lado, mostrar la locura sin mostrarla del todo, decir que todo lo que ocurrió entonces, puede disponer de imágenes, pero también que estas siempre serán incapaces de definirse por sí mismas, de dibujar por completo la sangrienta deshumanización que supusieron los campos.
Por otro, contar la historia de ese hombre, que quiere extraer un poco de sentido de todo aquello, demostrar que llevar a cabo algo parecido a una ceremonia funeraria, tan normal en el exterior, puede redimir a la humanidad.
Descripción y relato, las 2 armas principales del cine narrativo y de la literatura, claro está, se entrecruzan en Saul Fia, y dan lugar a una obra mayor, una película hipnótica y feroz, que respeta a los muertos, pero también ofrece un consuelo a nosotros los vivos.
Como ha dicho el filósofo, Georges Didi-Huberman, “Saul Fia excava y excava en la oscuridad, para mostrarnos un poco de luz”
Estamos una vez más, en el infierno de La Segunda Guerra Mundial; en uno de sus círculos más bajos, reservado a la más aberrante de las atrocidades.
En cada una de ellas, se precisa de la colaboración del supuesto enemigo, para que el engranaje del fanatismo, siga cobrándose sus macabros tributos.
Y sin más presentaciones que valgan, nos topamos con el protagonista de la historia, uno de esos “exterminables”, al que se le confió el secreto más inenarrable.
Y por una vez, deseamos habernos quedado fuera de la sala...
Bendito martirio:
La primera escena, filmada íntegramente en un reducido formato 1.37:1 para enfatizar la sensación de agobio y asfixia espacial, anticipa a la perfección, en forma y contenido, lo que veremos durante el resto del metraje.
Un largo plano secuencia con la cámara pegada al rostro y el cogote de Saul, casi siempre permanecerá ahí, muestra cómo éste, y otros miembros de los Sonderkommando, prisioneros, judíos o no, utilizados por los nazis para llevar a cabo las tareas más ingratas dentro de los crematorios; conducen a decenas de judíos recién llegados a Auschwitz, al interior de las cámaras de gas.
Diversas voces de los oficiales alemanes, ordenan a los Sonderkommando, desvestir a los prisioneros para hacerlos entrar en las “duchas”
El alboroto y la desazón van en aumento.
Saul y sus compañeros, cumplen con las órdenes, y buscan en el interior de los abrigos de los condenados, para encontrar objetos de valor.
Las puertas de la cámara de gas son cerradas con estrépito; y espeluznantes gritos de muerte, escapan de su interior, mientras unos son obligados a escuchar...
Fundido en negro.
Pese a lo terrible de esta primera escena, el espectador no ha visto prácticamente nada, a excepción del rostro y el cogote de Saul, y algunas acciones que se intuyen en un segundo plano desenfocado.
La fenomenología del horror, mediante este desvío óptico, termina funcionando visualmente en segundo plano, como un zumbido escópico permanente, del que no podremos librarnos horas después del visionado.
Con una cámara, siempre en movimiento, seguimos incansablemente los pasos de Saul, en Géza Röhrig, soberbio en su interpretación, fundamental para hacer creíbles las situaciones; como miembro de los Sonderkommando, encargados de arrastrar a los hornos crematorios los cadáveres de los prisioneros gaseados nada más llegar al campo, y limpiar las cámaras de gas.
Estamos en el año 1944, en Auschwitz; cuando Saul, prisionero judío húngaro, se obsesiona en enterrar debidamente a un niño que “adopta”, después de haber contemplado cómo, después de sobrevivir milagrosamente al “gaseado”, es asesinado por el médico alemán responsable de “supervisar” las operaciones.
El director, László Nemes, hace una opción formal particular, no siempre cómoda para el espectador:
Toda la película, está rodada con cámara al hombro, en primer plano, casi todo el tiempo, enfocando el frente o la espalda del personaje principal.
Mientras la cámara sigue el rosto de Saul, vemos cómo en el fondo sucede “la vida” propia de Auschwitz.
Vemos la infame mentira de la ducha, que servía para llevar a los recién llegados a las cámaras de gas; el robo de las pertenencias de los prisioneros recién asesinados; las montañas de cuerpos exánimes, listos para ser arrojados a los hornos crematorios; las ejecuciones a sangre fría en las fosas comunes; la dispersión de las cenizas de los muertos en el río Soła…
Incluso, aparecen 2 acontecimientos históricos interesantes:
El primero, que hace parte de la línea central de la narración, la rebelión de los Sonderkommando de los hornos crematorios en octubre de 1944, urdida con la ayuda de las mujeres que trabajan en la fábrica de municiones.
Y segundo, que aparece más como un cierto tributo, la referencia al registro fotográfico clandestino, que algunos miembros de los Sonderkommando, el mismo año de la revuelta.
Estas imágenes, son parte de las pocas fotografías que registran lo que sucedía en el entorno próximo a las cámaras de gas, y a los hornos crematorios.
Y aunque todo este caos sucede alrededor de Saul, y qué bien se siente el caos cuando uno se fija en cómo utilizan aquí el sonido; lo que nos encontramos siempre, es con su rostro:
En apariencia, hierático, pero realmente apesadumbrado y entristecido, preocupado y desesperanzado, angustiado y afligido…
Con la frialdad de quien lo ha visto todo, y prefiere no detenerse a pensar, por temor a desfallecer a causa del innegable sinsentido.
Saul realiza sus tareas como un autómata.
Aunque sus brazos arrastran los cadáveres de su propia gente, judíos, húngaros; y sus manos limpian los restos que dejan, en su expresión se atisba que su preocupación es otra, que ya ha dejado de sorprenderse u horrorizarse por lo que sucede, para encontrar un motivo distinto para no morir tan pronto:
Un hijo/descendencia/continuidad de la memoria…
Por ello, un plano del film, reproduce de manera exacta, la imagen de una de las 4 fotografías halladas en Auschwitz, que sirvieron de detonante para su realización.
Desde una especie de cuarto de herramientas, se intuye, envuelta en humo, una pira de cadáveres, lista para su cremación.
La imagen, tomada en 1944, por un miembro de uno de esos Sonderkommando que intentaron fugarse del Campo de Concentración, tiene un valor simbólico descomunal; pues recoge la necesidad de dar testimonio de lo que allí pasó, de negar la negación del Holocausto, pretendida por los nazis.
Al recrear ese instante, al ampararlo en la vaina de una ficción que dota de sentido al gesto, el director ejecuta un acto ético de mayor grado, que el relacionado con la forma de su película:
Revive un momento único en la historia del ser humano.
Le da un contexto, y establece las consecuencias de su realización.
Homenajea a sus autores, al reconocerlos como tales, y nos sumerge en el fluido del horror que experimentaron, para que nos ahoguemos virtualmente con ellos, habiéndolo comprendido.
Y puede decirse mucho acerca de ese simbólico final...
Saul, ha perdido todo lo que uno posee, que es la vida ya vivida, y la vida posible, pero sonríe a un futuro que, en realidad, es irreductible, inexpugnable, que se alza por encima de guerras, genocidios y masacres.
Morirán mil, o 10 mil, pero siempre vive uno; y Saul sonríe a ese uno que vive, a pesar de que en meses, sólo ha visto morir, pese a que él mismo muera…
Y nosotros, al estar vivos, somos parte de ese futuro vivo al que sonrió.
Saul, hombre que la ficción, no puede convencernos de que no fue real, nos sonrió a todos los que estábamos del otro lado de la pantalla.
Su mirada de “felicidad” es aterradora, porque significa esperanza, pero al mismo tiempo, es el reflejo de la más terrorífica locura.
Puede que Saul murió feliz, pero descubrió antes, que la vida existe fuera del infierno.
“Podrán cortar las flores, pero no detendrán la primavera”, enunció Pablo Neruda.
La sonrisa final de Saul, es la simiente de una flor consciente, de que el final se halla cerca, pero consciente también, de que la primavera no morirá en manos de un pequeño individuo, que ha contemplado y escuchado la injusticia.
La sonrisa de Saul, es también acontecimiento prístino, despojado de la esperanza, y al mismo tiempo del desasosiego que otorga la incertidumbre acerca del propio destino.
Por otro lado, hay en Saul Fia, un elemento de carácter moral y religioso, que determina la actitud de Saul durante todo el metraje:
Su afán por enterrar con dignidad, el cuerpo de quien cree que es su hijo.
Nemes se atreve a meter una visión casi religiosa, para decir que la salvación de alma, es posible en un mundo cruel e inhumano.
En el judaísmo, el enterramiento de los muertos, no es estrictamente un mandamiento religioso; sin embargo, tanto en El Génesis como en el Deuteronomio, se recomienda llevarlo a cabo.
Para Saul, se trata, en cualquier caso, de una cuestión más moral que religiosa.
Dar entierro a un hijo, que probablemente no sea tal, aunque eso poco importa, es para él, el único medio para redimirse, y encontrar una vía de escape racional, frente a la barbarie que lo rodea.
Recordemos que su actividad, no por impuesta, resulta menos despreciable, por lo que su salvación, al menos a nivel de conciencia, depende de que su “hijo” sea enterrado como Dios ordena; Rabino incluido.
Puestos en claro, Saul Fia es una historia de brutal emotividad, pero que se narra con una frialdad y un estilo tan esquivo y elusivo, con una cámara tan importante, que impide otra emoción que la reflexiva; y se queda a varios centímetros de distancia del espectador más cercano.
Con esa elección, por tanto, resulta capital tener un actor principal con talento y carisma suficientes, como para aguantar la práctica totalidad de la película con su rostro en primerísimo plano.
Cómo puede uno, soportar ver tanto tiempo el rostro del protagonista, que no es un actor profesional, pero construye un personaje, y ofrece una de las sonrisas más demoledoras… pero persiguiendo las reacciones de su rostro, de modo frontal, en su frialdad, desorientación, o perseverancia...
Esta mirada frontal constante hacia el personaje, como vía de acercamiento al Holocausto, resulta brutal, porque el horror del fuera de campo, queda traducido en la terquedad de su protagonista, quien tiene la idea de darle sepultura a un niño muerto desconocido, según la tradición judía, y al que asume como su hijo.
Lo notable, es precisamente, que todo el horror de los crematorios, y la labor de los Sonderkommando, si bien no es solo un esbozo, es un telón de fondo fuera de foco, pero igual de poderoso, a través de los ruidos o estertores de las máquinas o trenes, de los disparos o llantos, como si fueran parte del pensamiento o reflexión imposible y cruel del protagonista contemplado.
Nemes, alude así también a la idea de conciencia, de un mundo de horrores, que no se ve, pero que es imposible evadir; y por ello, el rostro de Saul lo engloba todo.
Nemes opta, y aquí radica la particularidad y principal aportación de su trabajo, por sugerir el horror, en todo momento fuera de campo, en lugar de explicitarlo.
El resto, queda sujeto a la imaginación del público.
Una imaginación que, tal y como afirmaba Kant:
“En las tinieblas trabaja más activamente, que a plena luz”
Miramos los cuerpos desnudos de los masacrados, y no queremos verlos, escuchamos sus espeluznantes gritos de horror, de auxilio, las órdenes de los oficiales alemanes, como si fueran perros rabiosos, y no queremos oír…
En este sentido, puedo asegurar que los golpes en la puerta de los que se están asfixiando dentro de las duchas, no te lo podrás quitar de la cabeza durante horas…
Todo ello hace que el espectador sienta que está viviendo una pesadilla, uno de esos sueños, en los que te mueves de un lado para otro, y suceden hechos a tu alrededor, pero tú no tienes la capacidad de modificar ni intervenir en lo que sucede.
El infierno está ante nuestros ojos, pero como si se tratara de una cotidianeidad a la vez horrísona y alucinada, una realidad atroz, y una absurda pesadilla:
Las cámaras de gas, las fosas comunes, los tiros en la nuca, los hornos crematorios, las vejaciones y humillaciones, todo se acumula de tal manera que resulta indistinguible, y precisamente por ello, aún más pavoroso y sobrecogedor.
Sólo puedes observar aterrado, y desear que, efectivamente, todo sea sólo un sueño.
Por ello tanto acercamiento hacia al personaje, pues el que está obligado a verlo todo, nos obliga a nosotros a acompañarlo.
Y cabe la pregunta:
¿Nemes otorga espacio al espectador, para que sea éste quien medite sobre la culpabilidad o no de los Sonderkommando?
Durante demasiado tiempo, se da la impresión de que el personaje avanza de un escenario a otro, simple y únicamente, para que el director nos pueda enseñar lo que sucede ahí.
Tanto que asombra la tranquilidad con que la hace, como si fuera tan fácil hacerlo, o salvarse de como lo hace…
Por tanto, la presencia del protagonista en cada una de las situaciones, está muy cogida por los pelos, y no se justifica del todo por la línea argumental.
Llega un momento, que la secuencia del personaje llegando a un sitio, explotando la tensión acumulada a su alrededor, y salvándose él, en última instancia, de un peligro que sí alcanza a muchos de sus compañeros, y da la sensación de que se repite demasiado, y pierde gran parte de la fuerza de la película.
Además, al menos en mi caso particular, me da la impresión de que el objetivo del protagonista, no llega a justificar todos los líos en los que se mete.
Lo que hace que de alguna manera, la historia concreta pierda interés, aunque nunca lo pierde la sensación de estar metido en El Campo de Concentración.
Por otro lado, Nemes ha señalado la influencia de cineastas como Tarkovski o Bergman en sus cortos anteriores, lo que no significa que queden reflejados de modo explícito en esta ópera prima, pero sí hay una clara relación simbólica con el universos de estos grandes, quizás en ese diálogo eterno o simbiótico entre vida y muerte, entre rito y desarraigo, entre resistencia y renuncia, que está trabajado aquí de un modo sinuoso, desde lo cultual.
A mi manera de ver esta manera de acercarse a Auschwitz, es un recordatorio de que, al final, quienes pasaron por este infierno, fueron personas.
Parece a veces “fácil”, por aquella indiferencia propia del paso del tiempo, despersonalizar la situación; apelar a la culpabilización de los alemanes, o al colectivo sufriente que fueron los judíos, olvidando que cuando se trata del conflicto y la violencia, y también, digámoslo por justicia, del amor; hablamos de personas, de individuos concretos, de carne y hueso, que se enfrentan a la existencia con lo que pueden.
Y por eso, Saul Fia es indispensable.
No porque hable del Holocausto, sino porque se pregunta, de qué manera podemos hablar hoy de él, sin ambages, pero también con respeto.
¿Cómo llegar a ese punto medio, cómo narrar la historia de un hombre cualquiera, que no parece ser consciente de lo que ocurre a su alrededor?
Pues creyendo en todo ello, porque a lo peor, todos somos Saul, y todos nos hemos preguntado a veces, de qué manera pudo ocurrir aquello, sin querer saber realmente qué ocurrió de verdad, pues eso nos devastaría, nos aniquilaría.
A lo largo de todo el metraje, ese hombre al que no cesamos de ver en pantalla, también se ve obligado a hacer su trabajo, aunque sea escabulléndose de sus “patrones”, esquivándolos con excusas o subterfugios.
Pues bien, de eso habla igualmente este cuento cruel:
De cómo el nazismo y su máquina de la muerte, se plantearon nuevos “procedimientos laborales”, de cómo los presos eran en realidad, obreros privados de todos, absolutamente todos sus derechos, incluso el de enterrar a sus muertos.
Todo debía seguir adelante, no se podía dejar de producir, y por eso Saul Fia es la historia de alguien que quiere dejar de trabajar por un momento, para dedicarse a su familia, aunque sea ficticia, y no le es permitido.
No estaría de más pensar en ello por un instante.
Sobre todo para comprobar que Saul Fia es, en el fondo, una parábola demoníaca sobre nuestro presente.
Por último, la sutil, aunque efectiva banda sonora László Melis, es de ambiente, pero el equipo de sonido, es el que se lleva la verdadera alabanza.
Ellos crean monstruosos y dinámicos efectos, que se convierten de forma esencial en el propio foco de atención de la trama.
Escuchamos tan atenta, desesperada y temerosamente, cada nombre, golpe y sollozo que entramos en contacto con él.
Es algo que todos deberíamos percatarnos, aplaudir, y reflexionar.
Saul Fia es sutil, es intuitivo, pero tan impactante que ves lo que no está en pantalla, lo hueles, lo escuchas, lo sientes…
“Te nem az élők a halottak”
(Fallaste a los vivos con los muertos)
Históricamente, Los Einsatzgruppen, dejaron constancia escrita de sus masacres, siendo El Informe Jäger, uno de los más famosos expedientes que dejaron estos funcionarios.
Este documento, describe la operación del Einsatzkommando 3, efectuada durante 5 meses en Lituania, e incluye una lista detallada que resume cada operación.
En total, la suma de sus víctimas asciende a 137.346 personas en los estados bálticos.
En él, puede leerse una frase que resume la filosofía y el objetivo de estos grupos:
“... puedo confirmar hoy, que el Einsatzkommando 3, ha alcanzado la meta de solucionar el problema judío en Lituania.
No hay judíos en Lituania, Lituania está libre de judíos”
Al final de La Segunda Guerra Mundial, se llevó a los líderes principales de los Einsatzgruppen ante los tribunales de ocupación de EEUU, acusados de los cargos de crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra en calidad de miembros de Las SS, que había sido declarada una organización criminal; en el que se conoció como El Juicio de los Einsatzgruppen en Los Juicios de Núremberg.
Con 14 condenas a muerte, y 2 absoluciones, resultaron de estos juicios, aunque solamente se practicaron 4 ejecuciones el 7 de junio de 1951, mientras el resto de las condenas, fueron conmutadas.
Un dilema moral que ha provocado durante muchos años, el debate sobre si estos Sonderkommando merecen ser tratados como culpables a la altura de los nazis, o como unas víctimas más, de entre tantas que acumuló aquella barbarie.
Según cuenta uno de los 70 supervivientes de “Los Comandos Especiales” que permaneció 47 años en silencio, sin poder asumir su experiencia, Shlomo Venezia, judío sefardita, nacido en Salónica en 1923, pero de nacionalidad italiana, fue durante 8 meses y medio, desde abril de 1943, hasta diciembre de 1944; miembro de los Sonderkommandos, que se encargaban de aplicar la solución final, moviendo los engranajes de la máquina del exterminio nazi:
“Al día siguiente de llegar, primero nos cortaron el pelo, y nos afeitaron el cuerpo entero, para purificarnos, supongo.
Cada vez que llegaba un tren, era el mismo rito.
Muchos días, llegaban 4 o 5 trenes.
Había 2 médicos que te examinaban:
Te miraban por detrás, y si veían que tenías las carnes del culo flojas, te ponían aparte para darte un tiro en la nuca.
A los demás, nos duchaban, y nos pasaban a una mesa larga, donde nos tatuaban el número en el brazo.
El mío es el 182.727.
Después, te daban la ropa de un muerto, por aquella época, ya no quedaban uniformes.
Los que llegaban, no sabía que iban a morir.
Nadie lo sabía.
Te decían que ibas a la ducha, y luego a la casa...
Te asignaban una percha para la ropa con un número, y te decían que lo recordaras para que no te lo robaran.
La capacidad de la cámara de gas, era de 1.450 personas, pero muchas veces metían a 1.700.
Los comandos, les ayudaban a desvestirse, y les acompañaban hasta la única puerta.
El gas, lo metían los alemanes desde fuera, por unas trampillas del sótano; venían en un coche con el emblema de La Cruz Roja para engañarles, sacaban una caja de metal, la abrían, y metían en los agujeros las piedrecitas impregnadas de ácido cianhídrico.
Con el calor de la gente, las piedras soltaban vapor, y por eso, los más fuertes trataban de trepar a lo más alto para salvarse.
Morían como moscas.
Desde fuera, un alemán miraba por la mirilla, y encendía la luz para ver si todavía estaban vivos…
Primero tenían que sacar los cuerpos desde la cámara hasta el atrio, donde estábamos los barberos y los dentistas.
Era difícil sacarlos, porque los cuerpos estaban atenazados, unos con otros.
Cuando nosotros terminábamos el trabajo, se subían los cuerpos en el ascensor hasta los hornos.
Cada horno tenía 3 bocas, y se metían los cuerpos de 2 en 2, en cada boca.
Esos turnos duraban también 24 horas.
No teníamos elección.
Trabajando, no pasabas frío, dormíamos junto a los hornos, y comías un poco más.
Mientras yo estuve allí, entre septiembre y noviembre de 1944, mataron a 741 Sonderkommandos.
Y antes de que yo llegara, a algunos cientos más…
De más de 1.000, solo nos salvamos 70 u 80; y con mucha suerte.
La primera semana no entendías cómo no te volvías loco.
Tenías un pedazo de pan en la mano y pensabas:
“Con esta mano, he tocado a los muertos”
Luego, el cerebro cambia, te conviertes en un autómata, no piensas, sólo esperas no toparte con gente que conoces, cuando veías un conocido era terrible.
No me siento culpable de nada...
Tuve suerte.
A los que no querían trabajar, los mataban; a los que trabajaban, también.
Para ellos, matar a 100 o 1.000, era la misma cosa.
A veces llegaban tantos, que los mataban a todos sin seleccionar a nadie.
Otras veces, había tantos trenes, que los dejaban allí, y se morían dentro antes de salir”
Varios prestigiosos historiadores, han aducido que dichas unidades, no habrían existido, o no realizaron las funciones que se les atribuyen, ya que entrar en las cámaras de gas, justo después de la ejecución, hubiese supuesto la muerte casi instantánea de cualquier persona que entrase en la cámara, puesto que el Zyklon B, tardaría varias horas en disiparse; si bien, era conocido que el ejército alemán de determinados campos de exterminio, contaba con medios de protección, tipo máscaras antigás, según material encontrado en dichos campos, y declarado en juicio; a muchos se le obligaba tan solo a taparse con un trapo; después de todo, a los Sonderkommandos les deparaba igual destino.
Parece que la barbarie creada y sufrida por estos hombres de otros tiempos, con quienes compartimos, no nuestras creencias, ni ideologías, ni procedencias, sino nuestra condición de seres humanos, sigue golpeando nuestra existencia.
Bien porque nos gusta la engañosa idea de que como civilización, hemos evolucionado, o bien porque constatamos, con un examen incluso superficial, que en este mundo, tal barbarie aún no ha desaparecido.
“Már halott”
(Ya estamos muertos)
(Usted está más interesado en los muertos, que en los vivos)
Una de las misiones fundamentales del arte, es hacernos experimentar los límites, y denunciar los extremos a los que los hombres pueden llegar.
En Los Campos de Concentración, que desgraciadamente fueron prolíficos durante la Alemania nazi, los llamados Sonderkommando, eran grupos de judíos a los que sus superiores alemanes, les ordenaban la realización de diversas acciones que, fundamentalmente, giraban en torno al antes, durante, y después de los asesinatos en masa en las cámaras de gas.
Es decir, los Sonderkommandos, literalmente “Comandos Especiales”, eran unidades de trabajo durante la Alemania nazi, que estaban formados por prisioneros judíos, y no judíos, seleccionados para trabajar en las cámaras de gas, y en los crematorios en Los Campos de Concentración nazis, durante La Segunda Guerra Mundial.
Los “Einsatzgruppen” o “Grupos Operativos o de operaciones”, tenían sus propios batallones Sonderkommandos para “asignaciones especiales”
Su tarea principal, en palabras del General Erich von dem Bach-Zelewski, de Las SS en Los Juicios de Núremberg, era:
“La aniquilación de los judíos, prioritario; los gitanos y los comisarios políticos”
Las personas destinadas a un Sonderkommando, trabajaban bajo órdenes de los nazis, y si se negaban a cumplir las tareas, eran asesinados.
Trabajaban bajo gran presión psicológica, ya que eran los encargados de llevar a los prisioneros a las cámaras de gas, retirar los cuerpos, examinar orificios naturales, sean ano o vagina; en busca de piezas de valor ocultas, quitar los dientes de oro a los cadáveres, y por último, incinerarlos en los hornos crematorios, o en fosas crematorias.
Muchos Sonderkommando, tuvieron que realizar estas funciones, muchas veces, con familiares y amigos, viendo cómo ellos mismos conducían a la muerte a sus seres queridos.
Si algún Sonderkommando, revelaba antes a los prisioneros, que la supuesta “ducha de desinfección” no era tal, sino que era una cámara de gas, e iban a morir; se le aplicaba la pena de muerte inmediata como castigo.
Una de las formas de muerte utilizada de manera “ejemplar” para los Sonderkommando que no cumplían las órdenes, era ser incinerado vivo, en los hornos crematorios…
Por ello, los Sonderkommando vivían aislados del resto de prisioneros, y no tenían ningún tipo de contacto con ellos.
Era sabido, que los Sonderkommando tenían un periodo de trabajo de aproximadamente 3 a 4 meses, ya que para no dejar testigos de la matanza a nivel industrial que se estaba realizando, eran asesinados todos los miembros del Sonderkommando, y puesto en su lugar un nuevo grupo Sonderkommando, a realizar el mismo trabajo.
El grupo nuevo, entonces, se encargaba de exterminar a los miembros que le habían precedido en ese grupo especial de prisioneros.
De esa forma, se llevaban el crimen de los nazis a la tumba… y era muy importante evitar que cualquier miembro del Sonderkommando hablase, y se le daba como instrucción, algo así:
Camina rápido, no te pares, no tropieces con un oficial, no cometas el error de mirarlo a la cara, clava tus ojos en el suelo, si te preguntan, habla sólo en alemán; aunque eres un Sonderkommando, no dudarían en meterte un tiro en la sien; sigue caminando por el pasillo oscuro, tienes mucho trabajo, no paran de llegar prisioneros, desnuda a los prisioneros, no escuches sus preguntas, no atiendas sus súplicas, tienes que disponer cada pieza de ropa en su montón correspondiente, luego los anillos, cadenas, relojes, empuja después a los prisioneros sin mirarlos, que avancen hacia las puertas de la cámara de gas, cubre tu nariz con tu pañuelo de mordaza, muchos se han meado, y todo apesta; en el bajo techo, la nube que gravita se hace más densa, se alimenta de llantos y de miedo, pero tú no tienes miedo, tú no sientes dolor ni compasión por las lágrimas ajenas, has agotado los mecanismos que combaten el tormento, eres una mente inerte que sobrevive en un cuerpo marcial e indolente, no pienses, no tienes tiempo a pensar, ya se han abierto las puertas, y tienes que arrastrar los cuerpos, otros tienen que cortarles el pelo, quitarles los dientes de oro, vete después a los hornos crematorios, y arrodíllate en la cámara de gas, tienes que limpiar la muerte reciente, que no quede rastro, pues viene más muerte, más cuerpos…
Un acto de resistencia ante estos hechos, fue la captura de 4 fotografías, en una operación realizada por los miembros del Sonderkommando, en el año 1944, en El Crematorio V.
Las fotografías logran arrebatar al Sistema Nazi, el silencio de su secreto más brutal, exhibiendo la incineración de los cuerpos al aire libre; que actualmente se encuentran en El Museo del Estado de Auschwitz-Birkenau.
Fue un día de agosto de 1944, cuando los miembros del Sonderkommando de Auschwitz, consiguieron una cámara fotográfica, y tras burlar la vigilancia de los oficiales, Alex, uno de sus componentes miembro del Sonderkommando, se introdujo en la cámara de gas, e hizo 4 fotografías, en las que se captó el funcionamiento siniestro del Campo de Concentración de Auschwitz.
Las 4 fotografías del Sonderkommando, incorporan de forma contundente, el tema no fotografiado oficialmente en Auschwitz:
El del exterminio, además de introducir otro elemento oculto:
La propia experiencia personal, de unos hombres rodeados de muerte y destrucción.
En este caso, el fotógrafo se vio obligado a esconderse para hacer las tomas y, en segundo lugar, a huir, para no ser descubierto.
El marco negro del negativo 277, describe con claridad la clandestinidad con la que el fotógrafo está realizando las fotografías; y la negrura del negativo 283, se va a referir a la huida del fotógrafo, justamente en ese momento terrible, en el que los cuerpos desnudos de las mujeres que caminan hacia la cámara de gas, se entrevén tras la masa negra del bosque…
Es interesante destacar, que uno de estos Sonderkommando, se rebeló el 7 de octubre de 1944, en Auschwitz.
Ante los indicios de que Las SS pretendían asesinar a un gran número de miembros del propio Sonderkommando que trabajaban en El Crematorio IV, debido a que “la carga de trabajo” de las cámaras de gas disminuyó después de ser intensamente utilizadas contra los judíos húngaros; se amotinaron, y dieron comienzo a la única rebelión a gran escala, de la que se tiene noticia en Auschwitz.
El plan del levantamiento, es apoyado por prisioneras que sacan pólvora de contrabando de las fábricas cercanas, para dársela a los miembros del Sonderkommando.
Armados con piedras y herramientas improvisadas, atacaron a los guardias de Las SS, y prendieron fuego al crematorio.
Algunos prisioneros, pudieron escapar, aunque la mayoría fueron capturados y asesinados; unos 250 murieron en la lucha, junto a 3 miembros de Las SS, y 200 personas más, fueron asesinadas después; entre ellas, 4 mujeres jóvenes, fueron acusadas de suministrar la dinamita, siendo ahorcadas frente al resto de los prisioneros.
Una de ellas, Roza Robota, que tenía 23 años, gritó:
“Sean fuertes, tengan coraje”… y la puerta trampa se abrió.
Así pues, la supervivencia, en ocasiones, nos priva de la humanidad.
Un éxodo por los círculos del Infierno de Dante en La Tierra, que deja el sabor de la ceniza en la boca, el olor de gas, y cuerpos quemados, la razón perdida y el corazón encogido; hace que la esperanza sea sólo un resorte, una obligación para seguir adelante, y no detenerse.
“Mester, Segíts temetni a test”
(Rabino, Ayúdame a enterrar a un cuerpo)
Saul Fia es una película húngara dramática, del año 2015, dirigida por László Nemes.
Protagonizada por Géza Röhrig, Levente Molnár, Urs Rechn, Sándor Zsótér, Todd Charmont, Björn Freiberg, Uwe Lauer, Attila Fritz, Kamil Dobrowolski, Christian Harting, entre otros.
El guión es de László Nemes y Clara Royer, basados en una historia real, la rebelión de un Sonderkommando, grupo de judíos que trabajaban en los Campos de Concentración, haciendo el trabajo sucio, en 1944.
Saul Fia precisa de una excusa argumental, que simbolice la búsqueda de aquello que aún hace humano, a quien está sumergido en pleno corazón de las tinieblas.
Todo inicio mientras László Nemes trabajaba de asistente de dirección de Béla Tarr; y en un descanso, en una pequeña librería, encontró un libro publicado por El Memorial de Shoah, titulado “Des voix sous la cendre”, también conocido como “Los Manuscritos de Auschwitz”, que es una recopilación de textos redactados por un Sonderkommando de Auschwitz, en el que se describe detalladamente, cómo eran los trabajos que desarrollaban en El Campo de Concentración.
Los Sonderkommandos eran unidades de trabajo, formados por prisioneros que formaban parte de la cadena de exterminio; gozaban de algunos privilegios, algo más de comida, y cierta libertad para moverse por los límites del campo.
Cada 3 o 4 meses, los nazis hacían una selección, y los eliminaban para que no existieran testigos.
Los manuscritos, fueron enterrados y encontrados después del final de la guerra...
Así, este director húngaro, tardó casi 5 años en sacar adelante el proyecto, cuyo impulso definitivo lo obtuvo del Festival Internacional de Cine de Cannes, donde consiguió un apoyo de La Cinéfondation Residence, contando solo con $1 millón de presupuesto.
El director, confecciona una urgente e imprescindible advertencia sobre la historia y la crueldad humana; y no permite el consuelo ni la salida fácil, ya sea desde el campo de batalla, a nivel visual; o desde la paradoja moral, a nivel temático, en la que ha sido arrojado el protagonista.
Imre Kertész, Premio Nobel de Literatura; y Elie Wiesel, Premio Nobel de La Paz, han elogiado Saul Fia; destacando que ambos fueron supervivientes del Holocausto, deportados primero a Auschwitz, y posteriormente a Buchenwald.
Saul Fia ganó El Premio Oscar a La Mejor Película en Habla No Inglesa; y en El Festival Internacional de Cine de Cannes, ganó 4 premios incluidos El Gran Premio del Jurado, y El FIPRESCI Prize, además de haber estado en la competición principal por La Palme d’Or.
Así las cosas, en 2007, el director húngaro László Nemes, realizó el cortometraje llamado “Türelem”, que sigue a un burócrata que se dirige a la oficina donde se “organiza”, “ordena” y “archiva” la documentación de la maquinaria de muerte nazi; mientras que en Saul Fia, la cámara se pone al lado de un Sonderkommando.
Por ello, Saul Fia se rodó en 35mm, en 28 días, en Budafok, Budapest, con una lente de 40mm, y una relación de aspecto de 1.375:.1, con doblez en las esquinas, que se adoptaron para realizar el enfoque superficial, y un retrato similar estrecho al campo visual, para incrementar el realismo.
La historia transcurre en prácticamente 48 horas, y relata además, los momentos previos de la rebelión de los Sonderkommandos en Auschwitz, el 7 de octubre de 1944, y la propia rebelión.
Allí, Saul Ausländer (Géza Röhrig), es miembro del Sonderkommando, este grupo de prisioneros judíos, aislados del resto del campo, y que están forzados a “ayudar” a los nazis en su plan de exterminio.
Estos “kommandos” especiales, estaban conformados por prisioneros que desempeñaban algunas labores dentro del engranaje del “Endlösung”, y eran “remplazados”, eufemismo para asesinados, después de cierto tiempo de trabajo.
Es decir, su vida tenía también los días contados, para tratar de mantener el secreto de lo que ocurría en lo más profundo de Los Campos de Concentración.
Los Sonderkommandos, eran judíos elegidos por Las SS, entre los prisioneros, para realizar tareas dentro del campo:
Conducir a los judíos hacia las cámaras, encargarse de que se desvistieran, dejaran sus pertenencias, y se metieran en el habitáculo mortal.
Después, se ocupaban de la limpieza, selección, y organización de las pertenencias y retirada de los cuerpos.
Otros se dedicaban a la cremación de los cuerpos, otros de la dispersión de las cenizas… y así un largo etcétera.
Saul, se encuentra en un estado de “shock” permanente, él se sabe y se siente ya un muerto en vida, y mecánicamente realiza su labor, el lenguaje es demoledor, cómo les dicen que tienen que evacuar “las piezas”, para referirse a seres humanos; pero ese día en concreto, que recoge la cámara, hay algo que hace que su atención se fije...
Y ese momento le da un sentido a su, en ese instante, minada existencia.
Ausländer, que trabaja en uno de los crematorios, descubre a un niño sobreviviente de la cámara de gas, que se parece a su hijo; pero que es vilmente asesinado; y ordenado para hacerle la autopsia, y posterior desecho a la cremación.
Cuando El Sonderkommando prepara una revuelta, Ausländer decide lograr lo imposible:
Salvar el cuerpo del niño de las llamas, y ofrecerle una verdadera sepultura.
Su intento por encontrar un rabino, que acometa esta labor, lo lleva por lugares oscuros, habitados por otros personajes que nos aparecen, vivos o muertos, como un mohíno telón de fondo.
Presos del ritmo enloquecido de un antihéroe, que es tanto víctima como verdugo, rebelde como mártir, nos vemos atrapados en un dispositivo que nos recuerda de lo que todavía somos capaces.
Saul Fia, intenta dar respuestas sobre El Holocausto, o recrear un hecho histórico determinado, y también, enfocarse de un retrato específico en esta situación límite, que de alguna manera revela sensaciones y emociones dentro de la barbarie.
Lo que vemos, es la vivencia exacta, descarnada, en espiral, hacia el logro de un sueño en medio del infierno, narrada con un estilo insólito, pocas veces revelado, pero sin duda, constituye una nueva mirada a un tema tan manido en el cine, como el del Holocausto, y eso ya es mucho; porque sigue siendo inquietante la fascinación, a veces morbosa y desvergonzada, otras veces reverente y mesurada, con la cual nos acercamos a este momento particular de la historia.
“Elárultad az élők a halottak”
(Has traicionado a los vivos con los muertos)
El director húngaro, László Nemes, hace un poderoso debut con este sombrío e inquebrantable drama sobre El Holocausto, un ejercicio magistral en la privación de narrativa, y en la sobrecarga sensorial que remodela horrores familiares, en términos atrevidamente existenciales.
Impactante sumersión cinematográfica en el corazón del Holocausto, en el debutante, hasta ahora sólo conocido por haber sido asistente de dirección del gran Béla Tarr, quien, a través de una particular técnica de filmación, basada en el seguimiento continuo del protagonista, introduce de manera casi literal a los espectadores, en una odisea del horror, caracterizada por su sequedad y crudeza.
El guión lo firma junto a Clara Royer, que también es una debutante, y quizás fueran necesarias miradas frescas, miradas jóvenes, para adentrarse en ese horroroso terreno de los campos de exterminio alemanes, con tal realismo histórico, que sale también reflejado cómo trataron de testimoniar esta maquinaria oculta, ese intento de documentar a través de la fotografía de la imagen, lo que se estaba haciendo; y como sucede en las fotos clandestinas tomadas en Birkenau, a las que el film rinde un sentido tributo.
Pero realmente, el argumento no es más que una excusa, para mostrarnos, desde un punto de vista muy particular y concreto, ciertos elementos del funcionamiento de Los Campos de Concentración, y las barbaridades que sucedían allí.
El eje argumental, que es la preparación del entierro del niño, y la búsqueda de un rabino para poder llevarla a cabo, no es más que un “mcguffin”, una excusa para ir visitando las diferentes zonas del Campo de Concentración, y poder ser testigos de los diferentes horrores que los soldados aplican en cada una de ellas. Argumentalmente, Saul Fia es muy sugestiva, hay un evidente juego de parte de Nemes y Clara Royer en el guión que conforman, todo este proceso que vive el protagonista que lo ciega frente a la violencia que vive a su alrededor, una especie de sed insaciable de locura, y pérdida de la realidad.
Se trata, por tanto, de una película con un doble objetivo:
Por un lado, mostrar la locura sin mostrarla del todo, decir que todo lo que ocurrió entonces, puede disponer de imágenes, pero también que estas siempre serán incapaces de definirse por sí mismas, de dibujar por completo la sangrienta deshumanización que supusieron los campos.
Por otro, contar la historia de ese hombre, que quiere extraer un poco de sentido de todo aquello, demostrar que llevar a cabo algo parecido a una ceremonia funeraria, tan normal en el exterior, puede redimir a la humanidad.
Descripción y relato, las 2 armas principales del cine narrativo y de la literatura, claro está, se entrecruzan en Saul Fia, y dan lugar a una obra mayor, una película hipnótica y feroz, que respeta a los muertos, pero también ofrece un consuelo a nosotros los vivos.
Como ha dicho el filósofo, Georges Didi-Huberman, “Saul Fia excava y excava en la oscuridad, para mostrarnos un poco de luz”
Estamos una vez más, en el infierno de La Segunda Guerra Mundial; en uno de sus círculos más bajos, reservado a la más aberrante de las atrocidades.
En cada una de ellas, se precisa de la colaboración del supuesto enemigo, para que el engranaje del fanatismo, siga cobrándose sus macabros tributos.
Y sin más presentaciones que valgan, nos topamos con el protagonista de la historia, uno de esos “exterminables”, al que se le confió el secreto más inenarrable.
Y por una vez, deseamos habernos quedado fuera de la sala...
Bendito martirio:
La primera escena, filmada íntegramente en un reducido formato 1.37:1 para enfatizar la sensación de agobio y asfixia espacial, anticipa a la perfección, en forma y contenido, lo que veremos durante el resto del metraje.
Un largo plano secuencia con la cámara pegada al rostro y el cogote de Saul, casi siempre permanecerá ahí, muestra cómo éste, y otros miembros de los Sonderkommando, prisioneros, judíos o no, utilizados por los nazis para llevar a cabo las tareas más ingratas dentro de los crematorios; conducen a decenas de judíos recién llegados a Auschwitz, al interior de las cámaras de gas.
Diversas voces de los oficiales alemanes, ordenan a los Sonderkommando, desvestir a los prisioneros para hacerlos entrar en las “duchas”
El alboroto y la desazón van en aumento.
Saul y sus compañeros, cumplen con las órdenes, y buscan en el interior de los abrigos de los condenados, para encontrar objetos de valor.
Las puertas de la cámara de gas son cerradas con estrépito; y espeluznantes gritos de muerte, escapan de su interior, mientras unos son obligados a escuchar...
Fundido en negro.
Pese a lo terrible de esta primera escena, el espectador no ha visto prácticamente nada, a excepción del rostro y el cogote de Saul, y algunas acciones que se intuyen en un segundo plano desenfocado.
La fenomenología del horror, mediante este desvío óptico, termina funcionando visualmente en segundo plano, como un zumbido escópico permanente, del que no podremos librarnos horas después del visionado.
Con una cámara, siempre en movimiento, seguimos incansablemente los pasos de Saul, en Géza Röhrig, soberbio en su interpretación, fundamental para hacer creíbles las situaciones; como miembro de los Sonderkommando, encargados de arrastrar a los hornos crematorios los cadáveres de los prisioneros gaseados nada más llegar al campo, y limpiar las cámaras de gas.
Estamos en el año 1944, en Auschwitz; cuando Saul, prisionero judío húngaro, se obsesiona en enterrar debidamente a un niño que “adopta”, después de haber contemplado cómo, después de sobrevivir milagrosamente al “gaseado”, es asesinado por el médico alemán responsable de “supervisar” las operaciones.
El director, László Nemes, hace una opción formal particular, no siempre cómoda para el espectador:
Toda la película, está rodada con cámara al hombro, en primer plano, casi todo el tiempo, enfocando el frente o la espalda del personaje principal.
Mientras la cámara sigue el rosto de Saul, vemos cómo en el fondo sucede “la vida” propia de Auschwitz.
Vemos la infame mentira de la ducha, que servía para llevar a los recién llegados a las cámaras de gas; el robo de las pertenencias de los prisioneros recién asesinados; las montañas de cuerpos exánimes, listos para ser arrojados a los hornos crematorios; las ejecuciones a sangre fría en las fosas comunes; la dispersión de las cenizas de los muertos en el río Soła…
Incluso, aparecen 2 acontecimientos históricos interesantes:
El primero, que hace parte de la línea central de la narración, la rebelión de los Sonderkommando de los hornos crematorios en octubre de 1944, urdida con la ayuda de las mujeres que trabajan en la fábrica de municiones.
Y segundo, que aparece más como un cierto tributo, la referencia al registro fotográfico clandestino, que algunos miembros de los Sonderkommando, el mismo año de la revuelta.
Estas imágenes, son parte de las pocas fotografías que registran lo que sucedía en el entorno próximo a las cámaras de gas, y a los hornos crematorios.
Y aunque todo este caos sucede alrededor de Saul, y qué bien se siente el caos cuando uno se fija en cómo utilizan aquí el sonido; lo que nos encontramos siempre, es con su rostro:
En apariencia, hierático, pero realmente apesadumbrado y entristecido, preocupado y desesperanzado, angustiado y afligido…
Con la frialdad de quien lo ha visto todo, y prefiere no detenerse a pensar, por temor a desfallecer a causa del innegable sinsentido.
Saul realiza sus tareas como un autómata.
Aunque sus brazos arrastran los cadáveres de su propia gente, judíos, húngaros; y sus manos limpian los restos que dejan, en su expresión se atisba que su preocupación es otra, que ya ha dejado de sorprenderse u horrorizarse por lo que sucede, para encontrar un motivo distinto para no morir tan pronto:
Un hijo/descendencia/continuidad de la memoria…
Por ello, un plano del film, reproduce de manera exacta, la imagen de una de las 4 fotografías halladas en Auschwitz, que sirvieron de detonante para su realización.
Desde una especie de cuarto de herramientas, se intuye, envuelta en humo, una pira de cadáveres, lista para su cremación.
La imagen, tomada en 1944, por un miembro de uno de esos Sonderkommando que intentaron fugarse del Campo de Concentración, tiene un valor simbólico descomunal; pues recoge la necesidad de dar testimonio de lo que allí pasó, de negar la negación del Holocausto, pretendida por los nazis.
Al recrear ese instante, al ampararlo en la vaina de una ficción que dota de sentido al gesto, el director ejecuta un acto ético de mayor grado, que el relacionado con la forma de su película:
Revive un momento único en la historia del ser humano.
Le da un contexto, y establece las consecuencias de su realización.
Homenajea a sus autores, al reconocerlos como tales, y nos sumerge en el fluido del horror que experimentaron, para que nos ahoguemos virtualmente con ellos, habiéndolo comprendido.
Y puede decirse mucho acerca de ese simbólico final...
Saul, ha perdido todo lo que uno posee, que es la vida ya vivida, y la vida posible, pero sonríe a un futuro que, en realidad, es irreductible, inexpugnable, que se alza por encima de guerras, genocidios y masacres.
Morirán mil, o 10 mil, pero siempre vive uno; y Saul sonríe a ese uno que vive, a pesar de que en meses, sólo ha visto morir, pese a que él mismo muera…
Y nosotros, al estar vivos, somos parte de ese futuro vivo al que sonrió.
Saul, hombre que la ficción, no puede convencernos de que no fue real, nos sonrió a todos los que estábamos del otro lado de la pantalla.
Su mirada de “felicidad” es aterradora, porque significa esperanza, pero al mismo tiempo, es el reflejo de la más terrorífica locura.
Puede que Saul murió feliz, pero descubrió antes, que la vida existe fuera del infierno.
“Podrán cortar las flores, pero no detendrán la primavera”, enunció Pablo Neruda.
La sonrisa final de Saul, es la simiente de una flor consciente, de que el final se halla cerca, pero consciente también, de que la primavera no morirá en manos de un pequeño individuo, que ha contemplado y escuchado la injusticia.
La sonrisa de Saul, es también acontecimiento prístino, despojado de la esperanza, y al mismo tiempo del desasosiego que otorga la incertidumbre acerca del propio destino.
Por otro lado, hay en Saul Fia, un elemento de carácter moral y religioso, que determina la actitud de Saul durante todo el metraje:
Su afán por enterrar con dignidad, el cuerpo de quien cree que es su hijo.
Nemes se atreve a meter una visión casi religiosa, para decir que la salvación de alma, es posible en un mundo cruel e inhumano.
En el judaísmo, el enterramiento de los muertos, no es estrictamente un mandamiento religioso; sin embargo, tanto en El Génesis como en el Deuteronomio, se recomienda llevarlo a cabo.
Para Saul, se trata, en cualquier caso, de una cuestión más moral que religiosa.
Dar entierro a un hijo, que probablemente no sea tal, aunque eso poco importa, es para él, el único medio para redimirse, y encontrar una vía de escape racional, frente a la barbarie que lo rodea.
Recordemos que su actividad, no por impuesta, resulta menos despreciable, por lo que su salvación, al menos a nivel de conciencia, depende de que su “hijo” sea enterrado como Dios ordena; Rabino incluido.
Puestos en claro, Saul Fia es una historia de brutal emotividad, pero que se narra con una frialdad y un estilo tan esquivo y elusivo, con una cámara tan importante, que impide otra emoción que la reflexiva; y se queda a varios centímetros de distancia del espectador más cercano.
Con esa elección, por tanto, resulta capital tener un actor principal con talento y carisma suficientes, como para aguantar la práctica totalidad de la película con su rostro en primerísimo plano.
Cómo puede uno, soportar ver tanto tiempo el rostro del protagonista, que no es un actor profesional, pero construye un personaje, y ofrece una de las sonrisas más demoledoras… pero persiguiendo las reacciones de su rostro, de modo frontal, en su frialdad, desorientación, o perseverancia...
Esta mirada frontal constante hacia el personaje, como vía de acercamiento al Holocausto, resulta brutal, porque el horror del fuera de campo, queda traducido en la terquedad de su protagonista, quien tiene la idea de darle sepultura a un niño muerto desconocido, según la tradición judía, y al que asume como su hijo.
Lo notable, es precisamente, que todo el horror de los crematorios, y la labor de los Sonderkommando, si bien no es solo un esbozo, es un telón de fondo fuera de foco, pero igual de poderoso, a través de los ruidos o estertores de las máquinas o trenes, de los disparos o llantos, como si fueran parte del pensamiento o reflexión imposible y cruel del protagonista contemplado.
Nemes, alude así también a la idea de conciencia, de un mundo de horrores, que no se ve, pero que es imposible evadir; y por ello, el rostro de Saul lo engloba todo.
Nemes opta, y aquí radica la particularidad y principal aportación de su trabajo, por sugerir el horror, en todo momento fuera de campo, en lugar de explicitarlo.
El resto, queda sujeto a la imaginación del público.
Una imaginación que, tal y como afirmaba Kant:
“En las tinieblas trabaja más activamente, que a plena luz”
Miramos los cuerpos desnudos de los masacrados, y no queremos verlos, escuchamos sus espeluznantes gritos de horror, de auxilio, las órdenes de los oficiales alemanes, como si fueran perros rabiosos, y no queremos oír…
En este sentido, puedo asegurar que los golpes en la puerta de los que se están asfixiando dentro de las duchas, no te lo podrás quitar de la cabeza durante horas…
Todo ello hace que el espectador sienta que está viviendo una pesadilla, uno de esos sueños, en los que te mueves de un lado para otro, y suceden hechos a tu alrededor, pero tú no tienes la capacidad de modificar ni intervenir en lo que sucede.
El infierno está ante nuestros ojos, pero como si se tratara de una cotidianeidad a la vez horrísona y alucinada, una realidad atroz, y una absurda pesadilla:
Las cámaras de gas, las fosas comunes, los tiros en la nuca, los hornos crematorios, las vejaciones y humillaciones, todo se acumula de tal manera que resulta indistinguible, y precisamente por ello, aún más pavoroso y sobrecogedor.
Sólo puedes observar aterrado, y desear que, efectivamente, todo sea sólo un sueño.
Por ello tanto acercamiento hacia al personaje, pues el que está obligado a verlo todo, nos obliga a nosotros a acompañarlo.
Y cabe la pregunta:
¿Nemes otorga espacio al espectador, para que sea éste quien medite sobre la culpabilidad o no de los Sonderkommando?
Durante demasiado tiempo, se da la impresión de que el personaje avanza de un escenario a otro, simple y únicamente, para que el director nos pueda enseñar lo que sucede ahí.
Tanto que asombra la tranquilidad con que la hace, como si fuera tan fácil hacerlo, o salvarse de como lo hace…
Por tanto, la presencia del protagonista en cada una de las situaciones, está muy cogida por los pelos, y no se justifica del todo por la línea argumental.
Llega un momento, que la secuencia del personaje llegando a un sitio, explotando la tensión acumulada a su alrededor, y salvándose él, en última instancia, de un peligro que sí alcanza a muchos de sus compañeros, y da la sensación de que se repite demasiado, y pierde gran parte de la fuerza de la película.
Además, al menos en mi caso particular, me da la impresión de que el objetivo del protagonista, no llega a justificar todos los líos en los que se mete.
Lo que hace que de alguna manera, la historia concreta pierda interés, aunque nunca lo pierde la sensación de estar metido en El Campo de Concentración.
Por otro lado, Nemes ha señalado la influencia de cineastas como Tarkovski o Bergman en sus cortos anteriores, lo que no significa que queden reflejados de modo explícito en esta ópera prima, pero sí hay una clara relación simbólica con el universos de estos grandes, quizás en ese diálogo eterno o simbiótico entre vida y muerte, entre rito y desarraigo, entre resistencia y renuncia, que está trabajado aquí de un modo sinuoso, desde lo cultual.
A mi manera de ver esta manera de acercarse a Auschwitz, es un recordatorio de que, al final, quienes pasaron por este infierno, fueron personas.
Parece a veces “fácil”, por aquella indiferencia propia del paso del tiempo, despersonalizar la situación; apelar a la culpabilización de los alemanes, o al colectivo sufriente que fueron los judíos, olvidando que cuando se trata del conflicto y la violencia, y también, digámoslo por justicia, del amor; hablamos de personas, de individuos concretos, de carne y hueso, que se enfrentan a la existencia con lo que pueden.
Y por eso, Saul Fia es indispensable.
No porque hable del Holocausto, sino porque se pregunta, de qué manera podemos hablar hoy de él, sin ambages, pero también con respeto.
¿Cómo llegar a ese punto medio, cómo narrar la historia de un hombre cualquiera, que no parece ser consciente de lo que ocurre a su alrededor?
Pues creyendo en todo ello, porque a lo peor, todos somos Saul, y todos nos hemos preguntado a veces, de qué manera pudo ocurrir aquello, sin querer saber realmente qué ocurrió de verdad, pues eso nos devastaría, nos aniquilaría.
A lo largo de todo el metraje, ese hombre al que no cesamos de ver en pantalla, también se ve obligado a hacer su trabajo, aunque sea escabulléndose de sus “patrones”, esquivándolos con excusas o subterfugios.
Pues bien, de eso habla igualmente este cuento cruel:
De cómo el nazismo y su máquina de la muerte, se plantearon nuevos “procedimientos laborales”, de cómo los presos eran en realidad, obreros privados de todos, absolutamente todos sus derechos, incluso el de enterrar a sus muertos.
Todo debía seguir adelante, no se podía dejar de producir, y por eso Saul Fia es la historia de alguien que quiere dejar de trabajar por un momento, para dedicarse a su familia, aunque sea ficticia, y no le es permitido.
No estaría de más pensar en ello por un instante.
Sobre todo para comprobar que Saul Fia es, en el fondo, una parábola demoníaca sobre nuestro presente.
Por último, la sutil, aunque efectiva banda sonora László Melis, es de ambiente, pero el equipo de sonido, es el que se lleva la verdadera alabanza.
Ellos crean monstruosos y dinámicos efectos, que se convierten de forma esencial en el propio foco de atención de la trama.
Escuchamos tan atenta, desesperada y temerosamente, cada nombre, golpe y sollozo que entramos en contacto con él.
Es algo que todos deberíamos percatarnos, aplaudir, y reflexionar.
Saul Fia es sutil, es intuitivo, pero tan impactante que ves lo que no está en pantalla, lo hueles, lo escuchas, lo sientes…
“Te nem az élők a halottak”
(Fallaste a los vivos con los muertos)
Históricamente, Los Einsatzgruppen, dejaron constancia escrita de sus masacres, siendo El Informe Jäger, uno de los más famosos expedientes que dejaron estos funcionarios.
Este documento, describe la operación del Einsatzkommando 3, efectuada durante 5 meses en Lituania, e incluye una lista detallada que resume cada operación.
En total, la suma de sus víctimas asciende a 137.346 personas en los estados bálticos.
En él, puede leerse una frase que resume la filosofía y el objetivo de estos grupos:
“... puedo confirmar hoy, que el Einsatzkommando 3, ha alcanzado la meta de solucionar el problema judío en Lituania.
No hay judíos en Lituania, Lituania está libre de judíos”
Al final de La Segunda Guerra Mundial, se llevó a los líderes principales de los Einsatzgruppen ante los tribunales de ocupación de EEUU, acusados de los cargos de crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra en calidad de miembros de Las SS, que había sido declarada una organización criminal; en el que se conoció como El Juicio de los Einsatzgruppen en Los Juicios de Núremberg.
Con 14 condenas a muerte, y 2 absoluciones, resultaron de estos juicios, aunque solamente se practicaron 4 ejecuciones el 7 de junio de 1951, mientras el resto de las condenas, fueron conmutadas.
Un dilema moral que ha provocado durante muchos años, el debate sobre si estos Sonderkommando merecen ser tratados como culpables a la altura de los nazis, o como unas víctimas más, de entre tantas que acumuló aquella barbarie.
Según cuenta uno de los 70 supervivientes de “Los Comandos Especiales” que permaneció 47 años en silencio, sin poder asumir su experiencia, Shlomo Venezia, judío sefardita, nacido en Salónica en 1923, pero de nacionalidad italiana, fue durante 8 meses y medio, desde abril de 1943, hasta diciembre de 1944; miembro de los Sonderkommandos, que se encargaban de aplicar la solución final, moviendo los engranajes de la máquina del exterminio nazi:
“Al día siguiente de llegar, primero nos cortaron el pelo, y nos afeitaron el cuerpo entero, para purificarnos, supongo.
Cada vez que llegaba un tren, era el mismo rito.
Muchos días, llegaban 4 o 5 trenes.
Había 2 médicos que te examinaban:
Te miraban por detrás, y si veían que tenías las carnes del culo flojas, te ponían aparte para darte un tiro en la nuca.
A los demás, nos duchaban, y nos pasaban a una mesa larga, donde nos tatuaban el número en el brazo.
El mío es el 182.727.
Después, te daban la ropa de un muerto, por aquella época, ya no quedaban uniformes.
Los que llegaban, no sabía que iban a morir.
Nadie lo sabía.
Te decían que ibas a la ducha, y luego a la casa...
Te asignaban una percha para la ropa con un número, y te decían que lo recordaras para que no te lo robaran.
La capacidad de la cámara de gas, era de 1.450 personas, pero muchas veces metían a 1.700.
Los comandos, les ayudaban a desvestirse, y les acompañaban hasta la única puerta.
El gas, lo metían los alemanes desde fuera, por unas trampillas del sótano; venían en un coche con el emblema de La Cruz Roja para engañarles, sacaban una caja de metal, la abrían, y metían en los agujeros las piedrecitas impregnadas de ácido cianhídrico.
Con el calor de la gente, las piedras soltaban vapor, y por eso, los más fuertes trataban de trepar a lo más alto para salvarse.
Morían como moscas.
Desde fuera, un alemán miraba por la mirilla, y encendía la luz para ver si todavía estaban vivos…
Primero tenían que sacar los cuerpos desde la cámara hasta el atrio, donde estábamos los barberos y los dentistas.
Era difícil sacarlos, porque los cuerpos estaban atenazados, unos con otros.
Cuando nosotros terminábamos el trabajo, se subían los cuerpos en el ascensor hasta los hornos.
Cada horno tenía 3 bocas, y se metían los cuerpos de 2 en 2, en cada boca.
Esos turnos duraban también 24 horas.
No teníamos elección.
Trabajando, no pasabas frío, dormíamos junto a los hornos, y comías un poco más.
Mientras yo estuve allí, entre septiembre y noviembre de 1944, mataron a 741 Sonderkommandos.
Y antes de que yo llegara, a algunos cientos más…
De más de 1.000, solo nos salvamos 70 u 80; y con mucha suerte.
La primera semana no entendías cómo no te volvías loco.
Tenías un pedazo de pan en la mano y pensabas:
“Con esta mano, he tocado a los muertos”
Luego, el cerebro cambia, te conviertes en un autómata, no piensas, sólo esperas no toparte con gente que conoces, cuando veías un conocido era terrible.
No me siento culpable de nada...
Tuve suerte.
A los que no querían trabajar, los mataban; a los que trabajaban, también.
Para ellos, matar a 100 o 1.000, era la misma cosa.
A veces llegaban tantos, que los mataban a todos sin seleccionar a nadie.
Otras veces, había tantos trenes, que los dejaban allí, y se morían dentro antes de salir”
Varios prestigiosos historiadores, han aducido que dichas unidades, no habrían existido, o no realizaron las funciones que se les atribuyen, ya que entrar en las cámaras de gas, justo después de la ejecución, hubiese supuesto la muerte casi instantánea de cualquier persona que entrase en la cámara, puesto que el Zyklon B, tardaría varias horas en disiparse; si bien, era conocido que el ejército alemán de determinados campos de exterminio, contaba con medios de protección, tipo máscaras antigás, según material encontrado en dichos campos, y declarado en juicio; a muchos se le obligaba tan solo a taparse con un trapo; después de todo, a los Sonderkommandos les deparaba igual destino.
Parece que la barbarie creada y sufrida por estos hombres de otros tiempos, con quienes compartimos, no nuestras creencias, ni ideologías, ni procedencias, sino nuestra condición de seres humanos, sigue golpeando nuestra existencia.
Bien porque nos gusta la engañosa idea de que como civilización, hemos evolucionado, o bien porque constatamos, con un examen incluso superficial, que en este mundo, tal barbarie aún no ha desaparecido.
“Már halott”
(Ya estamos muertos)
Comentarios
Publicar un comentario