A Ghost Story

“It's all about time”

Se dice que el existencialismo surgió en el periodo que discurrió entre las 2 Guerras Mundiales, se desarrolló con fuerza en los años 40 y 50 del siglo pasado; y es un movimiento cultural, característico de una época de profunda crisis, provocada por los catastróficos efectos de violencia y destrucción de esas 2 guerras; asimismo fue una respuesta frente a la despersonalización y el olvido de la singularidad del ser humano que imperaban en la civilización occidental.
Por una parte, la filosofía del siglo XIX, tanto el idealismo como el materialismo, prescindían del ser humano concreto y singular como objeto de su reflexión.
Y por otra parte, en el plano político, los totalitarismos redujeron a sus ciudadanos a meros elementos anónimos del sistema.
Incluso el trabajo, cada vez más automatizado, y la publicidad que hace del individuo un objeto más de la sociedad de consumo, contribuyeron a la degradación progresiva de la persona, y a su disolución en una masa en la que pierde toda singularidad.
Vale preguntarse entonces:
¿Existe vida después de la muerte?
Una crisis existencial, puede ser el acontecimiento más trascendental e importante que pueda ocurrir a una persona durante el transcurso de su vida.
Si ésta es adecuadamente resuelta, le permite a quien la sufre, adquirir un sentido de auto-suficiencia moral y personal que puede repercutir de modo favorable por el resto de su existencia.
Este tipo de preguntas existenciales, generalmente llevan a la conciencia de mortalidad y finitud del individuo, así como a la certeza de la imposibilidad de llevar el tiempo atrás; y como toda crisis, ésta se halla dividida en etapas:
La búsqueda de una respuesta:
La inexistencia de la pregunta, obliga a buscar una respuesta; pero a menudo, lo que como respuesta se encuentra, no satisface porque falla en delinear los límites de nuestra personalidad y la naturaleza del impacto que produce esa confusión.
Las respuestas no tienen una resolución que consuele al sujeto, sino que agrava su angustia; y la muerte misma, es un sin salida y la nada, y no existencia adyacentes al fin de la vida, que desata el miedo y la ansiedad.
El encuentro de la respuesta:
El proyecto vital es la respuesta, no es un determinado sistema filosófico o religioso, sino un proyecto vital fundado en dicho sistema.
Esto es así, porque la pregunta no es meramente intelectual, sino vital:
No apunta tanto a edificar una perspectiva ideológica, sino más bien a trazar una trayectoria de vida equilibrada, para reducir la tristeza y la angustia que hostiga al sujeto.
Es ahí donde entran las consideraciones de la terapia formal.
Y es que la crisis tiene intensidades diferentes para cada persona, y no todos la padecen con la misma intensidad.
En algunos, la crisis es muy breve y está circunscrita, pero para la mayoría es prolongada, y se percibe como una condena interminable.
No todos padecen crisis existenciales, y no todas las personas padecen una crisis existencial, aunque muchas las simulan para manipular al resto, y en otros se diagnostican erróneamente.
Además la crisis no tiene una edad fija de aparición, aparece en cualquier etapa de la vida, coincidiendo a menudo, con la decisión de efectuar cambios de naturaleza decisiva en el modo de vida; como es cuando se abandonan las drogas, o se termina una relación destructiva.
Por lo general, hay una crisis única en la vida:
Aunque, por su intensidad y naturaleza, repetirá, si quienes la sufren no logran adaptarse a la misma.
Por supuesto, no es tan simple como decir sencillamente “sigue adelante”
Las personas que sufren de ansiedad, necesitan ayuda para sobrellevar lo que puede convertirse en una gran fuerza destructiva en sus vidas.
Sin embargo, el aspecto más crucial de un acercamiento existencialista a la ansiedad, es el reconocimiento de nuestra libertad para elegir confrontarla.
Virginia Woolf en “La Casa Encantada” narraba:
“A salvo, a salvo, a salvo”, late con orgullo el corazón de la casa.
“Tantos años…”, suspira él.
“Me has vuelto a encontrar.
Aquí”, murmura ella; “durmiendo; leyendo en el jardín; riendo, rodando manzanas en la buhardilla.
Aquí dejamos nuestro tesoro”
Al inclinarse, su luz alza mis párpados.
“¡A salvo!
¡A salvo!
¡A salvo!”, late enloquecido el pulso de la casa.
Me despierto y grito:
“¿Es este vuestro tesoro enterrado?
La luz en el corazón”
Si nos ponemos esencialistas, un fantasma es ante todo una memoria sin dueño.
Una presencia del ausente, una contradicción, por tanto, y como tal asomada al vacío de la nada; y su afán hecho energía por no dejar atrás lo amado en vida.
El fantasma más folclórico, por norma general, nos resulta una figura de terror porque canaliza nuestro miedo a los monstruos de lo inexplicable.
Pero, si lo pensamos bien, el miedo más profundo que contiene un fantasma, pertenece a la propia alma que éste manifiesta.
El miedo a ser olvidado, y el miedo a olvidar.
Este último, quizá el más genuino.
El de pasarnos la vida esforzándonos por grabarnos a fuego un puñado de recuerdos, unas imágenes para mantener vivo de algún modo todo aquello a lo que amamos, para que simplemente desaparezcan en un instante.
Un fantasma es, entonces, la manifestación de un deseo de no olvidar tan incontenible que trasciende las leyes de la física.
Pero, como producto del imaginario humano, un fantasma es también una imagen de esperanza en esa trascendencia.
No necesariamente de fe en un más allá, sino del reflejo poético de aquello de los muertos, que permanece entre los vivientes.
Lo único que da un mínimo sentido a este terror al vacío, son las conexiones creadas con los demás, dado que terminan por configurar el recuerdo que dejamos tras desaparecer.
¿Qué impulsó a Ludwig van Beethoven a crear La Novena Sinfonía, pese a esta consciencia de la fugacidad de todo lo que la inspiró?
O bien, reorientemos la pregunta:
¿Beethoven compuso La Novena Sinfonía movido por el deseo de ser recordado, o por el deseo de recordar la belleza que percibía en el mundo?
¿Tanto cuesta dejar ir, tan importante es seguir, aunque sepamos que a todo le llega su fin?
“I'm waiting for someone”
A Ghost Story es un drama de fantasía, del año 2017, escrita y dirigida por David Lowery.
Protagonizada por Rooney Mara, Casey Affleck, Rob Zabrecky, Will Oldham, Liz Franke, Sonia Acevedo, entre otros.
A Ghost Story es una radical reinvención de los códigos del cine de terror y de la iconografía infantil de los fantasmas, y una sugerente reflexión sobre el amor, la muerte, la inmortalidad y el legado humano.
Una reflexión intimista e introspectiva sobre el dolor, el porvenir tras la muerte y el vacío del alma, una vez despojada del cuerpo.
Se dice que durante la primavera de 2016, David Lowery comenzó a escribir el guión de la película; se programó para la producción después de terminar la post-producción en “Pete's Dragon” (2016), su película de acción en vivo de Disney.
Antes de esto, Lowery había querido “por un tiempo” hacer una película con un hombre en un simple traje de fantasma rudimentario:
“Simplemente me encantó esa imagen.
Me encanta tomar algo que se entiende que es divertido o encantador, o dulce o ingenuo, y lo inculco con algún grado de gravedad”, dijo.
Finalmente, la oportunidad de usar un dispositivo de esta trama, vino cuando él y su esposa entraron en una discusión sobre su mudanza de nuevo a Texas.
Lowery comenzó a escribir el argumento, “pensando en mi propio apego a los espacios físicos”
Combinando ambas ideas, él obtuvo con el concepto básico para la película; y también la utilizó para trabajar con lo que él llamó “una crisis existencial”, traída desde la lectura de un artículo sobre la posibilidad de un terremoto catastrófico, dice Lowery:
“No me estaba sintiendo optimista sobre el futuro de la humanidad.
El mundo estaba en camino de terminar; y el film se convirtió en mi manera de abordar esos temas”
Y caracterizó su idea de crear una película sobre un fantasma como un miasma primordial en su cerebro, mientras veía un fantasma exactamente igual al que se presenta en la película.
Él cree, que es una imagen muy torpe, que está rompiendo con la norma en términos de cómo se cuenta una historia, y las herramientas que se utilizan para ello.
Así, A Ghost Story es una meditación poética sobre el tiempo, la memoria y la conexión espiritual que es totalmente fiel a su título.
El rodaje de la película, se mantuvo en secreto, y el proyecto no fue anunciado hasta que terminó de rodarse; siendo filmado en Irving, Texas, utilizando los fondos hechos de “Pete's Dragon” (2016); donde la mayoría del metraje se fija dentro de una sola casa, que fue elegida por Lowery, porque se asemejó a la primera casa en la que él vivió con su esposa; y como la casa estaba a punto de ser demolida, al equipo se les permitió utilizar de forma gratuita; y optó por rodarla en una relación de aspecto de 4:3, en parte porque pensaba que era temáticamente apropiado para la película declarando:
“Se trata de alguien básicamente atrapado en una caja por toda la eternidad, y sentí que la claustrofobia de esa situación, podría ser amplificada por las cuatro paredes de la relación de aspecto”
La acción sigue a C (Casey Affleck), un músico en horas bajas, y su mujer M (Rooney Mara), que viven en una modesta casa suburbana de una población rural estadounidense.
Ella desea mudarse, pero él se encuentra a gusto en ella…
Durante días, son importunados por ruidos y golpes en la casa, de procedencia desconocida.
Un día, C muere en un accidente de tráfico... y una vez que el cadáver se halla en el hospital, su espíritu vuelve en sí, en la forma de un fantasma cubierto por una sábana blanca con ojos negros.
Él volverá a su casa, dónde presenciará el dolor anímico de su novia, sin poder intervenir; al tiempo que descubre que en su nuevo estado espectral, ya no pertenece a un tiempo concreto, y solo le queda observar con total pasividad, cómo se le escapan lentamente la vida que conocía y la mujer que ama.
El tiempo pasará raudo, y muchos inquilinos irán y vendrán, mientras este fantasma se halla atado a este espacio de manera indefinida, y no podrá abandonar el mundo de los vivos, hasta encontrar cierto mensaje oculto que le ha sido dejado.
Cada vez más perdido, el fantasma se embarca en un viaje cósmico a través de los recuerdos y la historia, enfrentándose a las eternas preguntas de la vida y a la inmensidad de la existencia.
A Ghost Story es una inolvidable reflexión acerca del amor y del dolor a través de una visión surrealista, una experiencia única, que permanece mucho después de que se encienden las luces; un visionado interesante para el espectador paciente y experimentado, en un tipo de cine no tan comercial como el que nos tienen acostumbrados, y por tanto, no es apta para quien se deje engañar por el título; por lo que no espere una película de terror y fantasmas al uso.
“They're just things I wanted to remember so that if I ever wanted to go back, there'd be a piece of me there waiting”
A Ghost Story, una historia, tal y como dice el título, de fantasmas, en el sentido literal de la palabra, aunque su director y guionista, David Lowery, está más preocupado con la connotación figurativa.
El cineasta es un ateo confeso, pero su objetivo no es rechazar la espiritualidad ni negar la posibilidad de la vida después de la muerte, porque su película se plasma abiertamente en pantalla, exponiéndonos a ideas e imágenes sublimemente captadas por la impactante cinematografía de Andrew Droz Palermo, que invitan a ser interpretadas desde distintas perspectivas.
A través de ella, Lowery pondera artísticamente el lugar que cada uno de nosotros, ocupamos en tiempo y espacio, así como aquellas huellas, llamémosle “fantasmas”, que dejamos atrás cuando partimos de este plano existencial.
Es una película de prístino envoltorio, pero hondo contenido, lleno de alma y sentimiento, y reflexiones que no debemos tomar a la ligera.
Nos hallamos ante una película delicada, y una de las aproximaciones más imaginativas a las consecuencias de la pérdida y muerte de un ser querido; centrándonos en una pareja, la pérdida y el paso inexorable del tiempo; una desgarradora historia de amor, que va más allá de lo conocido, del tiempo y el espacio.
Una película con un formato bastante particular, absolutamente atípico, que transmite a la perfección la claustrofobia de un fantasma atrapado en un espacio por tiempo infinito, en un mundo de seres vivos en el que sólo puede interactuar asustándoles, moviendo objetos o jugando con las luces; y nos cuenta una historia desde “el otro punto de vista”, tal vez muy pocas veces tan logrado, mostrando altas cuotas de emoción y sensibilidad, que no dejará indiferente al espectador, pues lo hará reflexionar en lo que dejamos… para seguir con nuestras vidas.
Técnicamente, el filme es contemplativo, con escenas largas, sin mucho dialogo, donde se agradece el poco metraje, de unos 90 minutos.
Todo es minimalista, pero con un poder en las escenas, y en ese fantasma, que quedará para la historia, al tiempo que destaco una hermosa banda sonora, electrónica y etérea, que acompaña muy bien todo el relato, uno eterno como la energía que cubre el universo del que todos somos parte.
Un relato no sólo sobre una relación, sino sobre la odisea de un hombre una vez que abandona el cuerpo, y se adentra en una etapa de espacio temporal plegable, y espera en aislamiento, deviniendo en espectador de sí mismo:
Un músico ha muerto, y regresa a su casa para estar junto a su esposa.
¿Cómo puede ser posible?
Lo hace manifestándose como el clásico fantasma, tapado con una sábana y 2 agujeros como ojos vacíos que necesitan ser llenados.
Mientras el músico deambula en su casa, sin poder comunicarse con su esposa ni nada que lo rodea, se encuentra a otro fantasma femenino, que también se está atormentando en la casa de al lado.
Pero A Ghost Story no es solo acerca del duro proceso de su duelo…
Su enfoque no está en los vivos, sino en los muertos, o más bien, lo que queda de ellos.
En el fondo, son 2 cuestiones simétricas; y el fantasma, y he aquí el núcleo de A Ghost Story, una figura atrapada entre ambas.
Su condición de no viviente, dicta por una parte, su imposibilidad de habitar el presente, y por tanto de seguir configurando el recuerdo ajeno hacia sí mismo.
Por otra parte, también hace imposible un aspecto fundamental para que el recuerdo propio siga vivo:
Ser compartido a la vez que confrontado con nuevas experiencias del presente.
Sin eso, los recuerdos solo son piezas de una escultura:
Forman algo inmóvil, y sin tiempo.
Una escultura que representa la expresión de una identidad, y no el cuerpo de esa identidad misma.
De ahí que el fantasma sea una memoria sin dueño, o por afinar un poco más, el deseo de permanencia de una memoria sin dueño…
En realidad, en la historia hay 2 fantasmas:
Uno antes de que C muriera, el que ya estaba desde que se mudaron ahí; y después el mismo C, que se convierte en el segundo fantasma.
Pero C era el que intenta sacar la nota que M oculta en la pared cuando deja la casa; el otro solo se dedica a “ver la vida pasar” por decirlo de alguna manera.
¿Qué dice la nota?
¡Quién sabe!
Ese es un gran macguffin; pero imagino que era algo que logro hacer que C no vagara más por el mundo de los vivos; al igual que el otro fantasma se siguió aferrando a alguien que esperaba, regresara, es como lo dice su vecina fantasma al momento de desaparecer:
“No van a regresar”
Después llegó el momento en el cual, por no poder renunciar a eso que tanto esperaba, ya habiendo vivido muchos años, décadas, siglos, y de regreso… C decide terminar también con su existencia.
Quizás, el mensaje es... que la vida pasa, que pasa rápido, no te aferres a nada.
Así las cosas, C atraviesa las eras solo, para volver al mismo punto, y darse cuenta de que la eternidad, era apenas un momento.
Entonces, al borde de consumirse, sin haber arreglado sus asuntos, se ve de nuevo a sí mismo, viviendo una vida que apenas recuerda, con una pareja que le inspira canciones enteras, disfrutando tardes cualesquiera, pendiente de esa sensación que le pide permanecer en la casa de su futura alma en pena.
¿Entonces eso es una bendición o una condena?
Ninguno de los 2, sino oportunidades perdidas que han sido reencontradas, para poder por fin recuperar aquel mensaje que ocultó M en la pared.
Tras cruzar con el fantasma su odisea temporal, pensaba, como él, que no importaba todo lo que se hiciera para perdurar:
Ya hemos visto asesinar a una niña de hace siglos, que ocultaba notas en sus lugares de paso, como prueba factible de que no importan las resonancias de un gesto en la eternidad, sino si a alguien le llega a importar dicho gesto, el cadáver de la niña, devorado trivialmente por flores hermosas, encapsula ese sentimiento de que hasta lo más bello se marchita doblemente si nadie queda para mirarlo.
Pero entonces, C consigue aquel mensaje, por el que tanto se atraparía a sí mismo años más tarde…
¿Qué contiene?
Nuevamente no importa, pero el recuerdo se desvanece en paz, al darse cuenta de que otra persona, pase lo que pase, le guardará.
Con eso, queda esa emotiva sensación de que un fantasma se levanta, no para atormentarnos, dolernos o asustarnos; sino que existe necesariamente para recordarnos de que lo haremos bien al final, esta vez.
Antes de eso, queda la vida por la que ese fantasma volvería, reconfortante en sus momentos más íntimos, plena de cálidos detalles, y sencilla en sus mayores placeres, como suele ser todo por lo que merecería la pena volver.
M, en una de esas ideas menos pensadas, cuenta cómo ocultaba pequeños mensajes en paredes de todos los nuevos hogares que tuvo:
“Si alguna vez quisiera volver atrás, allí habría una parte de mí esperándome” dice, despreciando las normas del tiempo y el espacio, pensándose a sí misma libre de las ataduras de un orden universal que nos acaba olvidando por mucho que nos esforzamos en recordar.
Mientras C ríe sin preguntarse exactamente por esa posibilidad que ella acaba de dibujar, la besa, y asiente porque la ama, probablemente maravillado porque nada más que su risa, sirve para construir un hogar.
El estruendo posterior del piano, es solo eso, apenas una leve interrupción que se cobra su ligera atención, pero ante la cual cabe volver a pensar en las palabras de Virginia Woolf, y en la idea de que, “porque algo no se vea, no deja de estar ahí”
La vida entonces discurre como un misterioso cuadro, en el que cada vez se descubren más detalles:
Una odisea ante la cual todo tiene lugar, en la que nadie tiene asignado un lugar, y donde no hay un hilo conductor que separe el bien del mal.
Sencillo ejemplo de esto último:
Un plano revela, suavemente, sin temor, un accidente de coche que se ha cobrado la vida de C, a las puertas de lo que había sido su hogar, y es algo que apenas rompe la envolvente tranquilidad.
Esa misma visión inmutable, se traslada a toda la historia, con acciones sostenidas frente a un solo plano, que parecen puro capricho “indie”, pero que refuerzan esa idea de algo presente que no se ve a simple vista:
Solo tras comprender eso, y observar muchos besos en la madrugada, nos daremos cuenta de que esta pareja se ha querido con locura, o que cuando M come sin parar, está buscando contener las lágrimas por su pareja fallecida.
El fantasma de C, contempla las acciones de ella, repitiendo día tras día, una vigilia infinita, que no se vuelve menos dolorosa por más repetitiva, ni tampoco parece guardar un motivo más allá de permanecer, por todas las cosas que le quedaron por decir.
Cada sonido, cada pequeño gesto, se engrandece en ese hogar fracturado, devolviendo el reflejo de sus respectivas soledades, solo que mientras C parece existir por ella...
Pero M empieza a olvidar, buscando el levantamiento de su condena…
Nadie la puede culpar:
Cuesta acostumbrarse al hueco de la soledad, sabiendo cuán importante fue la felicidad que se ha ido, sobre todo cuando suena a triste melodía contenida, y ya no es la hermosa canción que se había conocido.
La actriz Rooney Mara conecta 2 tiempos, 2 estados de ánimo, y los hermana en una sola canción cantada por Casey Affleck, que suena expansiva en su pasado y cascada en su presente, representando, sin palabras, cómo se deteriora un recuerdo pese a lo mucho que lo hayamos querido.
La presencia desenfocada que es C, se revuelve contra eso, rasca la pared, hace parpadear las luces, deja caer objetos, mueve puertas... y entonces todo tiene sentido, que todas las acciones que asociamos a un fantasma tengan un motivo, pero de lo que frecuentemente nos olvidamos, es que alguna vez, esa presencia fue humana:
Luchó contra la eternidad, quiso permanecer, se hizo querer y, después, la nada.
Por si acaso hacía falta, un personaje verbaliza el verdadero dilema, la verdadera lucha desde que C se levantó bajo una sábana:
“Construimos nuestro legado, pieza por pieza, y quizás el mundo entero lo recuerde, o quizá solo un par de personas, pero haces lo que puedes para asegurarte de que permanece cuando te vayas”
¿La inmortalidad?
¡Por qué no!
El tiempo pasa alrededor de C, y él permanece impasible, porque no sabe cuál es el significado de ver vida y muerte, levantamientos y derrumbes, hermosura y decadencia, sin poder participar de ella.
Mientras los vivos se enfrentan a lo mismo, pero no ver la eternidad y pringarse con su experiencia les brinda, al menos, el intento de entenderla.
Casey Affleck, está privado por tanto de todo intento de lenguaje; pero llegamos a intuir cuál es su voluntad en una escena en la que contempla a su amada en vida, mientras empieza a rehacer su existencia frecuentando a otro hombre.
Esa voluntad, se expresa en las luces de la casa que destellan con violencia, y los libros que caen de las estanterías mientras ella consuma el acto, y nos permite indagar en lo que implica la habitual ira del fantasma de casa encantada:
No se trata de odio hacia los ocupantes, sino de una frustración irreprimible ante la transformación de los tesoros que él conserva en su memoria.
Vistos así, los fenómenos “poltergeist” no son más que la traducción a energías de la única voluntad posible para un fantasma:
El anhelo de que lo que solía ser su mundo, no siga adelante sin él.
Por esto mismo, es significativo que en el imaginario tradicional, el fantasma suela aparecer asociado a un lugar concreto, y jamás salga de él:
Por norma general, una casa como contenedora de sus recuerdos más preciados.
Su renuncia a abandonar la casa, como le sucede al C sobrenatural, especifica que esa voluntad es una resistencia dolorosa:
Es preferible el tormento de ver cómo el presente va dejando atrás la imagen de sus recuerdos preciados, que decirles adiós para siempre.
La muerte de C, supone el punto de partida del relato.
Mientras que la presencia de M, la amada que le sobrevive, personaliza toda esta cuestión de la tragedia silenciosa del fantasma, condensada con una belleza que duele en una escena cumbre del filme:
El fantasma impasible, es observado desde fuera de la casa, tras la ventana, mientras el coche conducido por M, se aleja dejando el lugar para siempre.
Básicamente la historia trata del paso del tiempo, de las relaciones humanas, de cómo nos aferramos a las cosas, y de cómo en algún momento debemos abandonarlas y continuar.
Y lo hace a través de una factura estética muy “indie”, gracias a esa fotografía setentera que tan de moda está en cine y publicidad, y a ese formato 4:3 con esquinas redondeadas, donde Lowery emplea una narrativa bastante ligera y libre de forma, similar a la utilizada por Terrence Malick.
El cineasta, juega con el tiempo, enfatizando su naturaleza infinita, multidimensional y etérea, para presentar el viaje existencial del fantasma; y se puede decir que el filme se siente tan íntimo como cósmico, incluso cuando la mayoría del argumento se desarrolla dentro de la misma casa.
Por tanto, la película transcurre lentamente; quizás demasiado para una gran parte de los posibles espectadores; incluso en algunos momentos parece detenerse por completo, alargando durante varios segundos el plano fijo, hasta convertirlo prácticamente en una imagen, una fotografía que el director quiere que retengamos y la hagamos nuestra, una muestra grabada en la memoria del fantasma mismo que sufre no poder hacer nada.
Atención al mecanismo de identificación basado en lo universal, en lugar de lo particular, que nos permite establecer con las imágenes, unos lazos emocionales puros, libres de mecanismos de empatía:
Es ese tipo de cine que consigue hacer de lo emocional, algo flotante y capturable.
En muchos casos, mediante apropiación de los recuerdos fílmicos, y su posterior reinterpretación.
En los primeros compases, Lowery prolonga notoriamente el plano en varias escenas en las que no hay ningún tipo de desarrollo interno, sino la congelación de sus situaciones.
En una de ellas, C y M se acarician desnudos y abrazados sobre la cama, antes de volver a dormirse, tras haberse asustado por un ruido extraño en mitad de la noche…
En el momento de ser contemplada, dada la distancia formal de la que hablábamos, no resulta particularmente conmovedora.
Pero su prolongación la dispone para el recuerdo, que será reconfigurado en 2 ocasiones:
La primera poco después, cuando la muerte de C nos haga volver a ella como último destello de una intimidad común destrozada, más aun cuando la sábana que cubre todo el supuesto cuerpo del fantasma, contraste de forma tan elocuente con la desnudez, liberada de sábanas, de los 2 amantes.
La segunda, cuando el regreso directo de esa imagen entre en diálogo con el proceso de amplificación extrema que ha experimentado el relato, antes de volver a ella, y evidencie un proceso de aprendizaje que podemos atribuir al fantasma como extensión de nuestra propia condición de seres obstinados, a no dejar escapar el recuerdo.
O bien, en otra de esas escenas, Lowery condensa el duelo de M en el sencillo acto de comerse una tarta:
De nuevo, la llamativa prolongación, no se justifica en el presente fílmico, sino al convertirse a posteriori, en una de las últimas imágenes que guardar del ser amado, siendo realidad, antes de devenir en recuerdo.
Cada tiro de cámara, está milimétricamente cuidado y pensado para que la imagen sea la que hable, puesto que no hay casi diálogo.
Poco a poco, el filme avanza, y uno lo hace con él, como ese fantasma silencioso tras esa sábana blanca, impasivo, observando la vida continuar, a su novia seguir adelante, y cómo su casa, ese santuario, acoge familias mientras transcurren los años, haciéndose preguntas sobre su vida, y lo que pudo haber sido…
La fotografía se me hizo muy buena, y el presentar a los fantasmas en esa forma... algo muy simple que pasa a lo muy original.
David Lowery, empieza desde lo más básico, cogiendo un pedazo de tela de los que se ven por Halloween, y habitándolo con un alma que apenas recuerda cuál es el motivo de su propia existencia; transformando a esa persona inquieta que advertimos bajo la sábana, en un icono sencillo de gestualidad mínima:
Acaba siendo en efecto un fantasma, como siempre lo hemos imaginado, y nunca lo hemos apreciado.
Cada plano tiene, con ese deje de foto “vintage”, una cualidad de memoria que aspira a ser atesorada.
A la par, el montaje diluye toda objetivación del tiempo a base de elipsis cada vez más agresivas, resueltas mediante el simple corte.
Uno de sus mayores logros, está en la alternancia de 2 secuencias en distintos estratos cronológicos que, unidas por una canción compuesta por el protagonista, siembran uno de los diálogos más bellos entre creación artística y recuerdo, y volvemos a Beethoven.
Como observadores, no vivimos pues un presente, sino una idea de ese presente:
El deseo de custodiarlo.
Incluso la propia presencia del fantasma, ataviado durante todo el metraje con el popular atuendo de la sábana, y 2 agujeros para los ojos, funciona en este sentido; por lo que no deja de ser llamativo, que una película que acoge el concepto de fantasma en su acepción más metafísica, dé al mismo tiempo cabida a su representación más icónica.
Para entendernos, que haga convivir a una idea sumamente abstracta que refleja angustias sobre la muerte y el recuerdo, con una imagen tan concreta, que forma parte del lenguaje “emoji”; la cuestión es que la imagen del fantasma pueril, vacía de emociones directas, las situaciones que de una forma convencional formarían la trama de la cinta; mientras que, en paralelo, el icono fantasmal realiza su propia operación de vaciado, respecto a lo humano que hay en él.
Se dice que el origen de este atuendo, está en las sábanas que se solían poner sobre los fallecidos:
Al aparecer, con esa sábana sobre el cuerpo, se sobreentendía que el fenecido se había levantado de su lecho mortuorio, y echado a caminar...
Además, la imagen de la sábana cubriendo las facciones del fallecido, suele ser utilizada como motivo de tránsito definitivo en muchas películas, fantásticas o no.
El blanco uniformizante de la sábana que se desliza sobre el cuerpo, hace desaparecer los rasgos personales, vaciando de humanidad al ser que hay bajo él…
Al mantenerse sobre el fantasma, tras su “regreso”, la sábana evidencia que no ha existido tal.
Que el primer tránsito de vaciamiento, no ha tenido una reversión completa.
Asimismo, los 2 agujeros negros de los ojos, esa reminiscencia de facciones, devienen en ventanas al vacío.
Los primeros planos que Lowery les dedica, atestiguan esta amenaza de la nada que acecha bajo el engaño de una forma mínima:
Una figura erguida, unos pocos movimientos corporales, una mirada que quizá no mire...
Y resulta paradójico, que un filme con ambiciones tan profundas, parta de algo tan tonto como la figura de alguien cubierto por una sábana blanca con 2 agujeros negros, el disfraz de Halloween más barato que se puede crear, pero esta es la imagen que el director elige para representar sus preocupaciones, y lo que al principio pudiese ser motivo de risa, con el tiempo adquiere gravedad.
El hombre debajo de la manta, es el oscarizado Casey Affleck, cuyo personaje fallece en un choque a pocos minutos de comenzar la película; y deslumbra con un personaje que consigue transmitir un torrente de emociones sin faz, y con escaso rango de movimiento.
Y ese sentimiento se transmite, pese a una contención narrativa extrema, mediante un filme sórdido, pero tan tierno como trágico.
Como dato, el traje de Affleck fue el más difícil de hacer:
Al principio, el equipo intentó utilizar simplemente una sábana de cama normal, sin embargo pronto encontraron que incluso una del tamaño King, no cubriría totalmente a un adulto.
El traje final, requirió que Affleck usara ropa adicional, además de la tela normal.
El equipo de vestuario, también encontró que tenían que recurrir a algunos “titiriteros” para mantener los ojos en su lugar; y más allá de las limitaciones prácticas del traje, Lowery también encontró que el simple traje impedía la habilidad de Affleck para actuar, señalando que “cada rasgo físico único como un ser humano, fue pronunciado y exagerado por esta sábana sobre su cabeza”
Pero esto no le dio a Lowery los resultados que quería; por lo que Lowery eventualmente resolvió este problema, al reducir la cantidad de movimiento de modo que “se convirtió en una cuestión de paciencia, postura y movimiento muy específicamente, lenta y rígido”
Algunas escenas del fantasma, específicamente las hechas durante las recolecciones o reanudaciones, no las hizo Affleck, sino el director de arte de la película, David Pink, que por casualidad tenía la misma complexión que Casey.
Mientras el fantasma vecino, es interpretado por el mismo David Lowery, el escritor y director de la película.
Por su parte, cuando Rooney Mara escribe la nota para pegársela en la pared, se le instruyó para escribir algo de profundo significado personal para ella, y no para compartirla con nadie.
Esa nota permaneció en el muro cuando la casa fue demolida… y desde entonces, Mara afirma que ha olvidado lo que escribió…
En la escena que abre la cinta, el personaje de Mara explica un ritual que completaba de niña para sobrellevar mejor las múltiples mudanzas a las que la arrastraba su familia:
Ella escribía un recuerdo en un trozo de papel, y lo escondía en algún rincón de la casa, para que de ese modo, una parte de sí misma se quedara allí.
El detalle traza una diferencia de carácter esencial entre ella, que antes de la muerte de su pareja quiere que se muden de la casa en la que ambos viven, y C que ya en vida muestra un apego incondicional a ese hogar.
Es decir, que mientras que ella es capaz de dejar atrás ciertos apegos terrenales, aunque supongan dejar atrás una parte de sí misma; él parece destinado a la conversión en alma errante, precisamente por esa incapacidad.
De hecho, en su versión fantasmal, convierte la búsqueda de la nota que M ha dejado en la casa después de mudarse tras su muerte, en el propósito central de su errancia.
Como sugiere el relato de Virginia Woolf que citamos al inicio del texto, que Lowery también hace en el filme; quizás solo puedan regresar como fantasmas, aquellos que, al igual que C, conciban cada pedazo de memoria como un tesoro a conservar, en lugar de un jalón con el que sellar el avance hacia un nuevo camino.
Pero A Ghost Story también conecta con una idea perturbadora sobre la posibilidad de que al pasar el páramo, uno pueda quedarse atado a este mundo, solo por la eternidad, confundido, sin poderse comunicar con nadie, presenciando el transcurso de años en instantes... y eso es horrible...
Sea como sea, A Ghost Story tiene la capacidad de trasladar esta perspectiva del fantasma, a cualquiera capaz de identificar en esta figura, el anhelo existencial, y junto a él, la desazón irremediable, por perseguir la permanencia de todo lo que amamos.
Al final, acabas este relato creyendo haber entendido algo:
Que las sábanas, ruidos e historias que hablan de sustos, tienen un sentido... aunque, tras pensarlo bien, dudo de si en algún momento no lo han tenido.
El director, David Lowery, tiene la amabilidad de levantarte una venda sobre los ojos, y te dice que guardes el secreto, que estar muerto es, precisamente, eso.
Pero también le podemos achacar algo al filme, que puede repeler a un amplio sector de la audiencia, no ya sólo por su ritmo y sus silencios, sino por ser un claro ejercicio de estilo sobre fondo.
Y si bien, su segunda parte y conclusión son soberbios, el filme va de menos a más, pero le cuesta arrancar, con un inicio al que cuesta aclimatarse, y unos momentos con una pareja a la que nunca llegamos a conocer como tal.
Y no se pueden justificar los minutos de M comiendo en el suelo sin que pase nada más…
Es pesada, tiene un ritmo lento, y no emociona.
No es hasta que el fantasma irrumpe en escena, que la película adquiere sentido, y consigue por suerte, no anclarse en un mero dispositivo formal curioso para afrontar un drama romántico, sino para ir más allá.
Pienso que puede resultar agobiante y deprimente para algunos espectadores, porque si algo transpira el filme todo el tiempo, es una inmensa e invencible soledad.
Para cerrar, es destacable la fusión entre la imagen y sonido.
La música te hace sentir, acentuando esos momentos que sacan tu lado sensible, frente a la ausencia de ésta, introduciéndote en la piel de los personajes y su intimidad.
La banda sonora, tiene una gran importancia a la hora de transmitirnos determinados sentimientos y sensaciones.
Daniel Hart, compuso la partitura con tonos, arreglos de cuerdas y cánticos corales capaces de poner al espectador en un tipo de trance, estimulando a que el intelecto, creencias y vivencias de cada uno, llenen los blancos que Lowery deja en su obra.
Como dato, la chica pionera tararea la canción “I Get Overwhelmed” que es la canción que C canta.
“A writer writes a novel, a songwriter writes a song, we do what we can to endure”
Lo más maravilloso de esta historia, es la realización de que... no hace falta entenderla.
Vivimos nuestras vidas en un solo sentido, llorando, riendo, amando, reflexionando, construyendo un mundo entre pequeños gestos, encerrando al universo en nuestros anhelos, acompañadamente solos o solitariamente acompañados, aprovechando las horas que se nos han dado, y solo deteniendo el tiempo, cuando un alma pareja nos ha encontrado.
No vemos todo el cuadro... y no nos importa, o por lo menos no debería importarnos.
Porque para eso “creamos” los fantasmas, y todo a lo que los hemos asociado, son voces lejanas, sensaciones que se quedan, memorias que permanecen atadas a un enigma, están ahí para avisarnos si pueden, se sienten en el aire cuando no sabemos explicar por qué nos sentimos unidos a un lugar.
Los relacionamos lejanamente a nuestra experiencia, y querría creer que esa eternidad compartida, no es una calle de un solo camino, tienen un sentido, y atarse a un lugar para velarnos, es su manera de hacer las paces con los vivos.
“A cualquier hora que una se despertara, una puerta se estaba cerrando” dice A Ghost Story al principio, una cita de Virginia Woolf que allana el camino para lo que se va a ver, porque este es un relato que debe verse abriendo los ojos a lo invisible, a lo que no está, pero que sin embargo podría “ser”
Se cruza así la puerta a la idea de un observador silencioso en la vigilia, a la sensación de una mano invisible acariciando una conciencia intranquila, o a ese sentimiento extraño que nos traspasa, cuando no nos acordamos de, por qué un lugar se nos hace difícil de abandonar…
Así, la próxima vez que notes una presencia en la oscuridad, o una puerta esté cerrándose en otro lugar, quizás dejas de preocuparte, porque habrás comprendido que nada allá te quiere mal:
Se trata tan solo de un recuerdo, buscando perdurar.
Y quizá te merezca la pena observar el reflejo de la luz, deslumbrarte con sus colores y pensar que algo podría estar... o dejar tras/pasar esa fantasmal sensación, y nada más.
Jean-Paul Sartre argumentó que “somos nuestras elecciones, y que tenemos tanto las herramientas como la responsabilidad para crear una existencia auténtica, significativa y con propósito a través de nuestra libertad de elección”
Las elecciones que enfrentamos para satisfacer nuestras necesidades en la vida, raramente son fáciles.
Sin embargo, en la cultura occidental, donde la conveniencia y seguridad son extremas, las personas están desacostumbradas al esfuerzo.
Una afirmación diaria de la necesidad de elegir actuar con valentía, y sobrellevar nuestra propia ansiedad para convertirnos en las personas que queremos ser, sería un concepto alienígena para muchos.
Porque, al fin y al cabo, un fantasma es como un mensaje en la pared, o como el eco de una costumbre que se repite sin que sepamos por qué:
Únicamente guarda sentido para el que quiere verlo, aunque sólo con eso ya sea más que un simple recuerdo.
Una prueba de que importamos en el inmenso cosmos, y de que todo lo que fuimos, no va a acabar desapareciendo.
Como Sartre diría:
“Somos nuestras elecciones; somos los que elegimos cómo percibimos el mundo y cómo actuamos; podemos aprender a elegir valientemente frente a la ansiedad y, por ende, crear un mundo mejor para nosotros”
¿Quién no ha tenido un fantasma?

“We build our legacy piece by piece and maybe the whole world will remember you or maybe just a couple of people, but you do what you can to make sure you're still around after you're gone”



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