Amour

“Les choses vont aller plus loin, et puis un jour tout sera fini”

Nacemos para morir, y somos tiempo que pasa, y tiempo que muere.
Nuestras vidas tienen fecha de caducidad, y la vejez es el auténtico naufragio, y con todo, el amor en su forma más pura y estoica, el amor de los avatares y la costumbre, el amor que se complace en forma mutua, y sobrevive la tosca intemperie:
El más difícil de afrontar y padecer, el que supone sacrificios supremos, sin que por ello, reneguemos del otro; el amor que asume la pasión junto a la amistad.
Amor y cortesía, amor y compañía, amor y silencio, amor y duda, ese extraño sentimiento que hace esencialmente humano, nuestro breve tránsito por estos lares
Curiosamente, Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, sostenía que el ser humano reprimía los recuerdos tristes o desagradables, como mecanismo de defensa, afirmación que ha dado pie a una corriente psicoanalítica, que mantiene que la mente del ser humano tiende a ser selectiva, prefiriendo obviar los recuerdos de las emociones negativas lo antes posible, y deseando conservar los recuerdos de las emociones positivas el mayor tiempo posible.
Así, la enfermedad y la muerte son los grandes tabús, de una sociedad que venera y publicita la salud y juventud como los grandes valores; en vez de ser fieles a lo que no envejece, al amor.
¿Qué es el amor?
El amor es todo lo que nos queda cuando todo lo demás se ha ido.
El tesoro que descubrimos en la pérdida y las pérdidas.
El último refugio de la condición humana.
La frontera.
La sonrisa en la navaja.
La verdadera obra de arte a la que puede aspirar cualquier persona.
Atreverse con lo impensable.
Darse a otra persona hasta que sólo estés en ella.
La renuncia definitiva.
Conocerse y descubrirse en el otro.
La fortaleza en la devastación.
Lo que define la vida y las vidas que caben en ella.
El mayor de los esfuerzos para saborear un segundo.
La entereza ante la existencia.
Lo es todo en la nada.
La prueba constante y el desafío irrenunciable.
El gran triunfo de los héroes anónimos.
La lucha por la certeza.
El significado para todo aquello que no tiene palabras.
El espacio comprendido entre la lágrima y la risa.
Silencio y trueno.
La dignidad de la hiel y la derrota.
El paso más allá.
Toda la vida con la que llenamos cada día.
Y entonces:
¿Qué es la vida?
La vida es lo que hacemos ante la muerte y antes de la muerte.
Nuestra respuesta a la única certeza.
La sorpresa a traición.
El arte de retrasar lo inevitable.
El camino al final del cual nos descubrimos.
El striptease de la verdad.
El silencio después de la melodía.
El conjunto de pequeños detalles con los que construimos nuestra fragilidad.
Un castillo de naipes de cristal.
El fuego cruzado entre lo que creemos saber, y lo que creemos querer.
Me resulta curioso, lo fácil que se asiente a los votos matrimoniales, pero que poco se piensa no su auténtico significado, y en la trascendencia que van a acabar teniendo, inevitablemente esas palabras, en un momento u otro, de la trayectoria conyugal.
Cuando empezamos a ser una carga para nuestra pareja.
Cuando llegan los miedos y los fantasmas de la muerte.
Cuando en el abatimiento se reflexiona sobre la vida.
Cuando no podemos evitar sentirnos molestos, e impotentes frente a las adversidades.
Cuando nos ponemos a prueba a nosotros mismos en una relación.
¿Quién es más importante?
¿Y que debería hacer?
“Ça fait mal!...”
Amour es una película dramática de 2012, escrita y dirigida por Michael Haneke; de producción austriaca, francesa y alemana.
Protagonizada por Jean-Louis Trintignant, Emmanuelle Riva, Isabelle Huppert, William Shimell, Ramón Agirre, Rita Blanco, Alexandre Tharaud, Laurent Capelluto, Carole Franck y Dinara Drukarova.
Amour ganó el premio Palme d’Or en el Festival Internacional de Cine de Cannes, siendo la 2ª película de Haneke en obtener el galardón, tras “Das weiße Band - Eine deutsche Kindergeschichte” o “La Cinta Blanca” (2009)
Amour obtuvo 5 Nominaciones a los Oscar:
Mejor película, mejor director, mejor actriz (ENORME Emmanuelle Riva), mejor guión original, y mejor film de habla no inglesa.
Y ganó como Mejor Film de Habla No Inglesa.
El hecho de que la Academia de Hollywood no haya nominado al ENORME Jean-Louis Trintignant como actor, y sí a Riva y al propio Haneke, pasará a la historia como un nuevo “crimen” de los académicos; y ya son muchos en la lista...
Amour es un terrible viaje a través de las implicaciones que conlleva, la última y más dura prueba de amor:
El acompañar al ser querido, a sabiendas de la inminencia de su muerte, durante los últimos días de su existencia.
Amour explora los temas de vejez, enfermedad, discapacidad, decadencia, pero sobre todo amor, ese amor verdadero, incondicional.
Amour es una película demoledoramente humana, que sin ser grandilocuente, resulta grandiosa.
Contiene y muestra todos los sentimientos, las emociones y las contradicciones que hay en la vida.
Amour habla de la vida desde la muerte, de la felicidad desde el sufrimiento, del amor desde el dolor, de la presencia desde la ausencia, del todo desde el vacío.
Es pura y es absolutamente vida.
Pero, por encima o aparte de todo, Amour muestra las relaciones y reacciones humanas, responde a 2 de las grandes cuestiones que se hace cualquier persona: ¿Qué es el amor? y ¿Qué es la vida?
Pero:
¿Qué es Amour?
Un canto de vida y muerte; una magistral película para la que ya no me quedan palabras; sólo ideas, sensaciones, sentimientos y algunas lágrimas.
Amour explora los sentimientos a los que debe enfrentarse el ser humano, cuando sabe que su final está cerca, las dudas, la impotencia, el miedo, y la necesidad tener cerca a aquellos a los que se ha amado.
Amour es una historia arquetípica, de esas que se conocen desde el principio de la humanidad, y que se vuelven símbolos, debido a la intensa carga emocional que invade a los protagonistas.
Riva y Trintignant, ambos soberbios en sus roles, ambos conducidos magistralmente por Haneke, por un escenario limitado, un departamento, pero cuyos espacios, iremos descubriendo poco a poco, parsimoniosamente, a veces con una iluminación risueña, a veces oscuros y grises igual que la melancolía, como si la cámara estuviera empeñada en mostrarlo todo, como parte de la personalidad de los ancianos, de lo que van viviendo, o quizás pensando, pero ambos muriendo.
Quizás por ello, la osadía intelectual del realizador austriaco es mayor aún, en cuanto tensiona los arquetipos socialmente preconcebidos, y los rebate con una versión contradictoria y heterodoxa del amor, donde no hay lugar para clichés de romanticismo impostado, tan sólo, una lacerante deriva de los acontecimientos que postran a sus protagonistas, ante el más abrumador e irresoluble de los trances, la muerte y su proceso previo, e inequívoco de deterioro.
Sólo a un maestro se le puede ocurrir tocar un tema tan manido, como puede ser el enfrentamiento con la muerte, o un amor de la tercera edad, y hacerlo con la soltura y la frescura de una mirada nueva.
Nada en Amour está de sobras.
Con un director con una firma muy marcada, donde planos fijos, tomas largas, movimientos de cámaras poco convencionales, y la manera lenta de desarrollar su historia, hacen de sus películas, unas excelentes muestras de cinematografía al más alto nivel pero para un público “inteligente”
El cineasta no se permite nunca, caer en las tentadoras redes de la lágrima fácil, aunque tampoco renuncia a introducir breves, y luminosos retazos de ternura.
También ayudan a abrir distancia con el melodrama de manual, mientras se arroja una necesaria reflexión sobre la indignidad de arrastrar una vejez acosada por la demencia, que se lleva cruelmente, poco a poco, los recuerdos de una vida plena y ya perdida para siempre.
Amour está prácticamente filmada en una sola locación, donde el director de fotografía, Darius Khondji, hace uso de tomas como ya mencione:
Fijas, largas y escenas poco convencionales de una magistral manera.
Ambientada, casi totalmente, en el piso en el que la pareja principal ha protagonizado una vida en común, a lo largo de décadas de compañía, el latigazo que avisa de que todo va a finalizar pronto, y de que el camino hasta el descanso no va a ser fácil, llega con la misma espontaneidad con la que se desarrolla esta historia bella y oscura, esta desnuda visión que del increíble poder del amor tiene el cineasta austríaco.
Puede que ni siquiera necesitase un espectro técnico tan soberbio, pero dentro de este conjunto de perfección, más allá de lo cinematográfico, encontramos unas tremendas dirección artística, fotografía y edición, obviando incluso un acompañamiento musical clásico, enternecedoramente estremecedor.
Desde esa majestuosa secuencia inicial, en la que el escuadrón de bomberos irrumpe en un antiguo departamento parisino para encontrar, dentro de una habitación completamente sellada, el apacible cadáver de una anciana enmarcada en modestas florecillas, el espectador se adivina inmerso en una obra magna, intuición que se corroborará, gradualmente, con el impecable desarrollo del relato que da origen a esa abrumadora escena inaugural, gloriosa en su parquedad, la cual, despojada de todo artificio adicional a la imagen, que consigue estremecer por completo al espectador.
Dos actores son los que vemos en toda la obra, de unos 127 minutos de duración, con apariciones espontáneas de la hija, y otros personajes que entran de manera corta a esta historia, pero estos 3 tienen en sus manos, hacernos creer en la historia, donde Haneke, quien además es también conocido por su arte para sacar lo mejor de cada actor.
Una noche, los compases melancólicos de Schubert, interpretados por un talentoso antiguo alumno, reverberan en el espíritu otoñal de dos ancianos, aferrados a una vida compartida y ajena al ritmo ocioso del resto.
Un día más tarde, Anne Laurent (Emmanuelle Riva) y Georges Laurent (Jean-Louis Trintignant), afrontan el auténtico drama de una vejez sobrevenida de golpe, que va más allá de los habituales achaques de la edad, que arroja a sendos individuos a un territorio desconocido, donde el futuro languidece a medida que el cuerpo se niega a continuar con su mecánico funcionamiento.
Así, el drama tiene lugar en un cómodo apartamento en París.
Georges y Anne viven en el retiro desde hace años.
Al parecer, fueron eruditos maestros de música en algún momento, a juzgar por la gran cantidad de libros, y el enorme piano de cola que duerme en su departamento, y también, porque uno de sus discípulos ha comenzado a tener gran éxito en los mejores escenarios europeos.
Ellos, tienen rutinas ya muy establecidas y, por lo que se ve, se llevan todo lo bien que se puede llevar una pareja de ancianos, que ha estado junta durante muchas décadas.
Pero se sabe que la vejez es la antesala de la muerte, y que ésta ronda con distintos rostros, casi todos ellos, con nombres de enfermedades.
Y así sucede con Anne, que en cierto momento, sufre un ataque cuyas secuelas se irán presentando cada vez con mayor frecuencia, hasta que una fea parálisis le inutiliza todo el costado derecho.
Eso pondrá a prueba, no sólo a su propio cuerpo y sus ganas de vivir, sino al amor de Georges, ya que ella no quiere volver jamás a un hospital, con lo que en adelante, tendrá que ser atendida sólo por su marido y por una enfermera.
Y por supuesto, no será fácil.
Los imprevistos cambios de humor que suelen afectar a los enfermos terminales, caen sin cesar sobre los hombros de Georges, que sin embargo, lo soporta todo con un estoicismo aderezado con ternura y un punzante humor negro.
Él sabe que la enfermedad de Anne sólo podrá culminar con la muerte.
Pero eso no lo asusta.
Esa es quizás la mayor ventaja de la vejez:
Ya casi nada te asusta, cuando estás en el último tramo de tu vida.
Sin embargo, con el paso de los días, el estado de Anne va de mal en peor.
Y la visita de Eva (Isabelle Huppert), su hija, no ayuda gran cosa.
Si por ella fuera, su madre iría a un hospital, y así evitaría la deprimente vista de sus padecimientos en casa.
Y además, los cuestionamientos a su padre, como si fuera fácil ponerse en sus zapatos, y arreglarlo todo en un santiamén.
Y es que, pensemos un poco:
No debe ser muy sencillo, tener alrededor de 80 años, y fungir como abnegado enfermero de tu propia esposa.
La rutina, tan cara a los viejos, será cosa del pasado.
Ahora hay que estar pendiente de que Anne no se caiga de la cama, de que esté limpia y confortable, de que se alimente correctamente, de tranquilizarla cuando se sumerge en una vorágine de dolor; en fin, de que su tránsito al otro mundo, sea lo más tranquilo posible.
Sin embargo, la carga será cada vez más pesada para Georges, y entonces tomará una decisión polémica, violenta, inapelable, nacida de la desesperación, de la piedad, y por supuesto, del amor, y después de “prepararlo todo”, seguirá a Anne hacia un lugar del que nunca tendremos noticia…
El tema de Amour es la vejez, la decrepitud, la enfermedad, la discapacidad y la muerte.
Los protagonistas son 2 ancianos que parecen muy alejados de todo eso; son cultos, inteligentes, acomodados, enamorados...
Viven en una casa luminosa, acogedora e impregnada de su espíritu artístico.
Rodeados de belleza y cultura, de libros, música y pinturas, con rincones para conversar, leer, escuchar, disfrutar y compartir una vida serena y equilibrada.
Parece el refugio perfecto para transitar por la vejez de la mejor forma posible, a la manera de esos ancianos distinguidos, elegantes y sabios que nos gustaría ser a todos.
Pero entonces sucede la tragedia, o tal vez, simplemente, ocurre algo habitual:
La enfermedad, la decadencia progresiva, el miedo al sufrimiento, la pérdida de la libertad, la dependencia de otra persona, la soledad, la impotencia...
En esta historia le ha tocado a ella.
En algún momento imprevisible se convierte en una criatura cada día más vulnerable, frágil, deprimida y doliente.
Le duele una vida horrible, que se encamina a una muerte lenta.
Él se echa encima el trabajo enorme de cuidarla.
Le sobra amor por ella, y emplea toda su ternura, paciencia, voluntad y sentido práctico, para conseguirlo, pero es todo tan doloroso...
El amor continúa, pero el agotamiento, la tristeza, la soledad, los nervios, la angustia, el dolor vital y físico, y la impotencia, son tan incontrolables como el desmoronamiento inexorable de sus vidas.
“Vous êtes un monstre parfois”
No es casual que Haneke renuncie a enseñar los 2 hechos claves que marcan el rumbo de la tragedia y la degradación:
Amour no busca el acento en el drama, ni las conclusiones cómodas, sino reflexionar sobre la resistencia del cariño, y la entrega humana al proceso de deterioro físico, psicológico y emocional del ser querido.
En esa cruzada, llena de sacrificio y humillación, la reacción ajena al microcosmos, el personaje de Isabelle Huppert, es una intrusa que no entiende más allá de soluciones presupuestas.
Es la que le importa pero que no quiere participar (Yo, lamentablemente)
En ese universo interior de una pareja afrontando su extinción, nadie más puede comprender la resignación, la esperanza que se rebela, pese a saberse condenada, la explosión de dolor que precede a la calma, el rostro que ya apenas reconoce al otro, mientras la mano articula una última caricia.
El viaje que hace Amour por la enfermedad y la desesperación, está exento de histeria, fraguado en la elegancia de una cámara que filma el interior del apartamento, con la precisión necesaria para que el plano desprenda olor geriátrico.
En sus últimos minutos, el recorrido por los espacios vacíos, contiene todo el horror de la fugacidad de una vida, que ha terminado para dar paso a la nada.
Pero la contundencia de esa contraposición, dolorosa y duradera bajo la piel, no sería imaginable, sin la portentosa demostración de experiencia, dominio interpretativo y ternura, de unos sobrecogedores Emmanuelle Riva y Jean-Louis Trintignant, a los que les bastan pocos minutos, para erigirse en alma de Amour y definición de un sentimiento.
Emmanuelle Riva retrata su enfermedad con una precisión inquietante, mientras Jean-Louis Trintignant caracteriza magistralmente, a ese hombre enamorado que reacciona y lucha valientemente, para aferrarse al amor de su vida.
Pocos actores han capturado, con tanta precisión, la agonía de ver a un ser querido que se desvanece en la enfermedad y la decadencia.
Este es un dúo de octogenarios, que construyen unas interpretaciones al límite, esas que surgen de las entrañas.
Quizás se encuentren muy alejados del glamur, y el academicismo de las petulantes estrellas del cine estadounidense, pero es un hecho indudable, que sendos actores han regalado a El Séptimo Arte, una razón de peso para seguir catalogándolo con tan rimbombante término.
Extraordinarias esas actuaciones, y que el otro dúo entre Trintignant e Isabelle Huppert, en sus papeles de esposo e hija, ven con pasmosa impotencia, cómo la mente de Anne, esbozada a través del titánico esfuerzo histriónico de Emmanuelle Riva, se marchita con presteza, pero al mismo tiempo, con desesperante y sufriente lentitud, eliminando poco a poco, las referencias de su mente, en un viaje a ese estado infantil que, imborrable gracias a las poderosas sinapsis neuronales del amanecer intelectual, es lo último que perdura antes de que el cuerpo se desvanezca, en la infinidad de la muerte; en el silencio; en la nada.
Jean-Louis Trintignant como Georges es de auténtica maestría.
Éste actor, está ante uno de los papeles más duros de cualquier carrera actoral, al encarnar a un sufrido marido que sobre todas las cosas, ama a su mujer.
Si bien, podemos decir que la actuación del marido es elogiable, la más aplaudida resultó ser la de Riva, que no solo actúa como tal, sino que tiene a su cargo, el esfuerzo de interpretar a una mujer que se va deteriorando poco a poco, hasta el extremo de perder toda su conciencia.
El ictus de Anne, supone una fractura radical de la cotidianeidad aprendida de la pareja.
Es, además, un desgarro irreparable, en la propia salud mental de ambos.
Aunque es la mujer, quien padece una enfermedad enquistada, que ya nunca dejará de degenerar, su marido sabe que él tampoco podrá recuperarse jamás, que ya no es sólo, demasiado viejo, para desempeñar el trabajo físico que requiere el cuidado de su esposa, sino también, para continuar con la vida que conocía.
Por ello, ni siquiera puede escuchar la música que solía compartir con Anne, pues se vuelve en un estado que no volverá a gozar, salvo en su imaginación.
Todo en Amour es tan natural, que cuando la trama trágica se va desentrañando, uno siente que ese pesadumbre es real, que los ojos conmovidos del esposo ante las exclamaciones de dolor de su esposa son auténticos, como el caminar cansino, la respiración forzada, la mirada pensativa en medio de la oscuridad, los sonidos de la casa, el entretenimiento con la paloma, los gestos retorcidos de la esposa, por la grietas de un cuerpo que se extingue, y se sofoca, como las fuerzas de su marido, y los vestigios de una soberbia inútil, pero que da razón a una promesa pesada, como el gravamen de una soledad auto-infringida...
Por otro lado, entrando en simbolismos, el agua está en constante sintonía con Amour, y la simple figura de un grifo en la cocina, cobra un protagonismo exagerado y necesario.
Primero, con el agua, sirva como ejemplo ese grifo abierto, dando a entender que la vida sigue y sigue…. que no se detiene, si no la detienes tú.
O la paloma, como redención, la paz, simbolizada con la paloma, y asumir que es el momento de partir.
O en otro plano, que todo fue el sueño de vejez, como las pesadillas recurrentes en Georges, y todo lo acontecido fue un largo sueño, siendo evidente de lo que les espera en el futuro, la vejez, la senilidad, la enfermedad, la muerte.
Más allá de la interpretación, Haneke configura milimétricamente los espacios del hogar, en una atmósfera asfixiante, que no cesa en ningún momento del metraje, si exceptuamos el viaje onírico de Georges, a través pasillo inundado del edificio, quizás la representación del miedo a lo inexplorado.
El realizador austriaco logra originar una suerte de universo cerrado, que se enrarece ante la mera presencia de cualquier persona del exterior; ya sea la hija del matrimonio, los amables vecinos que ayudan al anciano con las compras, la desaprensiva enfermera, que trata a Anna como una niña desobediente, o incluso la osada paloma que se escabulle, hasta en 2 ocasiones, en el apartamento.
Son como elementos extraños en la guarida de 2 amantes, que se han jurado permanecer juntos, hasta el fin y más allá.
De ahí que la promesa que Georges le hace a su esposa, de no permitir que la internen en un hospital, sea llevada hasta sus últimas consecuencias, tal y como queda ilustrado por la imagen, que provocativamente da inicio a Amour, justo antes de que el título aparezca, sobreimpresionada en el fondo negro.
Más aún, cuando ese proceso de degradación, supone el quebranto de la dignidad personal, cuando la mente se dispersa y se presiente un desenlace cercano.
Es entonces, cuando las imágenes de una vida, comienzan a desfilar por la memoria.
Anne revisa sus fotos, sus recuerdos, viaja por los paisajes que los cuadros que decoran el apartamento, con la voluntad retrospectiva, de quien se despide del mundo, lentamente.
Amour es la visión que tiene sobre el afrontamiento inevitable de la muerte; así como George se lo refirió al despedir la enfermera:
“Le deseo de todo corazón, que algún día alguien la trate, como usted trata a sus pacientes, y que no tenga ningún medio para defenderse”
Es la realidad, ya que a todos nos llegará un momento, en cual estaremos indefensos ante la adversidad mortal.
Hay algunas escenas en Amour, que se graban en la retina, como cuando el marido trata de hacer beber agua por la fuerza a su esposa, o el momento de la paloma, el cual ha dado que hablar.
Sobre éste último, opino que la paloma, es lo que le queda en vida de su esposa.
En el primer momento, la echa de allí, pero la segunda vez, cierra todas las ventanas y puertas, para hacer un “baile” con ella, como cuando intentaba hacer andar, paso a paso, a su esposa.
Cuando acaba atrapándola, acaba con ella, porque es lo que le queda, y está en esa casa.
Efectivamente, en la última escena que comparte en pantalla el matrimonio, Georges vuelve a contarle una de esas historias de juventud que Anne desconocía.
Ella se calma, y Georges comprende todo su sufrimiento.
Así que en un acto de amor, la mata.
Haneke firma de forma íntegra, el último acto de Georges, un acto horroroso, pero también, un acto de misericordia, de piedad y también de amor.
La cámara lo muestra entero, del principio al final, no hay posibilidad de escapar de ello.
Pero hay algo que sobrevive a la vida, tras la enfermedad, tras el horror, tras la impotencia constante de un Georges, que se ofusca por sacar por la ventana a esa paloma, que trata de colarse perturbando la paz, en un inteligente juego de simbolismo.
Y es el amor de 2 personas que han estado toda la vida juntas, que en el declive y en el ocaso de la vida, han permanecido una atada a la otra, y es el amor procesado por ambos, algo evidente en Georges, que Anne quizá no pueda mostrar por su condición, pero que no nos cabe duda, que si la situación fuera al revés, estaríamos en las mismas.
Y es precisamente ese amor, lo que le mantiene unidos una vez terminada la vida, la de uno y la del otro, porque como “Romeo y Julieta”, son incapaces de entender la vida sin el otro, pero al contrario que en la obra de Shakespeare, no se trata de un amor pasional de juventud, si no, el que se genera en una vida de compañía.
Haneke es duro, visceral, pero por primera vez, es piadoso y optimista, existe el amor, existe la esperanza.
Aquí vemos el cine de Haneke en todo su esplendor, con una novedad, la cruel dureza de la vida, unida a una expresión inmensa de amor eterno.
Amour por su parte, no tiene banda sonora, solo algunas piezas tocadas de Schubert, Bach o Beethoven.
Sin embargo, abundan los silencios, pero también se aprecian obras románticas, clásicas y barrocas tales como:
“Impromptu, Opus 90 - No. 1 y No. 3” de Franz Schubert, “Bagatelle, Opus 126 - No. 2” de Ludwig van Beethoven, e “Ich ruf' zu dir, Herr Jesu Christ” de Johann Sebastian Bach.
Y es que tampoco hace falta música, para mostrarnos un fragmento sobre la vida de éste matrimonio, tan real y tan cercano, que parece que lo hemos vivido junto a ellos, que hemos vivido en su piso, y que conocemos cada rincón, y hasta donde se cambia los zapatos el viejo Georges.
Amour es frontal con lo que no debería serlo:
La muerte.
Heráclito decía:
“Ni el sol ni la muerte pueden mirarse de frente”
Al hacerlo, Haneke la banaliza.
Los sentimientos, por su parte, sólo pueden ser vistos, igualmente, de través.
Schubert lo comprendió perfectamente son sus últimas sonatas, con su distanciada aceptación, melancólica, de la tristeza, y el dolor que implica el irremediable caminar hacia el final de la vida, de la suya propia, concluida entre terribles sufrimientos.
Haneke acude a su música, como quien busca auxilio y los personajes se salvan espiritualmente en ella, casi tanto, como se condenan a la banalidad en la mirada del cineasta.
¿Qué pasa con Amour?
Que la historia gusta, porque habrá quién se sienta identificado, el propio director vivió una situación parecida con su tía, el espectador agradece que no se le vacile, anticipando el final desde el minuto uno, y si a eso le sumas los entrañables protagonistas, y que por regla general, las películas sobre enfermedades acaban calando al público.
Amour es predecible, porque es una historia que muchos hemos vivido muy de cerca, o que tendremos que vivir en algún momento:
El abnegado cuidado a un ser querido, que se dirige inexorablemente hacia la muerte, las batallas que eso conlleva, las dudas metafísicas, éticas.
Quizás la decisión de Georges es la encarnación de un deseo inconfesable, que muchos tenemos en ese momento, y por ello resulta tan conmovedor y terrible.
Asistimos a una historia de amor, con un final que yo desearía para mí, o para cualquier ser querido, una historia en la que el amor es sinónimo también, del término dignidad.
La muerte llama a los hombres, y éste llamado no es nada gratificante, todo lo contrario, representa el fin, y ese fin a diferencia del nacimiento, es totalmente consciente, y en consecuencia terrorífico.
Allá las religiones y sus iglesias, que ofrecen esperanza para mitigar éste fin ineludible, bajo premisas y dogmas que sólo pueden asumirse mediante la fe, la cual, la mayoría de las veces, posee la impronta de la duda, y las convicciones frágiles.
¡Vivir a plenitud!
¡Maximizar el tiempo!
¡Carpe Diem!
Todas como consignas están bien, otra cosa es de verdad, poder asumirlo más allá de las ataduras y condicionamientos de la vida moderna actual, con sus prisas y desesperos, con su desesperanza y hedonismo superficial.
Vivir sabiamente, aunque terminemos igual que los demás, pareciera ser un consuelo inútil.
Aunque quisiera creer, que son todos nuestros actos, los grandes y los pequeños, asumidos con sinceridad, los que dan la medida, acerca de éste breve tránsito que es la existencia.
Y la experiencia del amor, con todas sus contradicciones, termina por consolarnos y entusiasmarnos, haciendo que la vida, y sobre todo, el fin, no esté desprovisto de algún tipo de significado y sentido liberador.

“Dans la maladie et dans la santé”



Comentarios

  1. Tal vez el introito de este artículo se alarga en consideraciones sobre el amor, tema que pasa desde Heráclito a Freud, pero cuando aterriza en la película se encuentra uno con una exquisita lectura de la película de Haneke.


    Quise copiar unas frases, pero no pude, no lo permite la configuración que usted le tiene al blog. Lástima.

    Creo que debiera mover este enlace por FB para que más gente venga a leerlo. Es que vale, que sí vale. Gracias.

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  2. Puse esto en mi blog:

    Sigan este enlace

    http://lecturascinematograficas.blogspot.com/2013/01/amour.html

    O LE DAN CLIC a las letras azules arriba,
    es del blog "Lecturas cinematográficas" de ÁLVARO ALBERTO ZAMORA CUBILLO sobre la película "Amor" (Amour)

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  3. Le agradezco su apoyo, viniendo de un crítico tan experimentado y especializado como usted, al cual respeto y admiro, el blog "Lecturas Cinematográficas" se siente muy, pero muy complacido al saber su visto bueno.
    Como verá, más que una opinión, es un pequeño estudio, a manera de ensayo, para ayudar al espectador cinematográfico a "leer" la película.
    De ahí lo extenso de las notas, pero no en algo gratuito, ya que tiene un propósito, el cual es la reflexión.
    Nuevamente, gracias por su nota.
    A la orden siempre.

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