Le Samouraï

“Il n'y a pas de plus profonde solitude que celle du samouraï.
Si ce n'est celle d'un tigre dans la jungle...
Peut-être...”
Le Bushido
Le Livre du Samouraï

Un sicario es una persona que mata a alguien por encargo de otro, por lo que recibe un pago, generalmente en dinero u otros bienes.
Es un asesino asalariado.
A las ganancias obtenidas por este medio se les denomina dinero sangriento “Bloody Money”
Estos criminales son contratados por ciudadanos particulares, organizaciones delictivas, e inclusive por instancias gubernamentales, generalmente vinculadas con las dependencias policíacas, o militares.
De manera especializada, se reconoce como asesino a sueldo, a aquel que forma parte de la nómina regular de una institución criminal, o de un Estado; y asesino por contrato, a aquel que cumple trabajos distintos para diferentes clientes.
La ejecución del homicidio puede realizarse de manera pública, delante de testigos; de forma oculta, fingiendo un asalto, suicidio o accidente; o de manera limpia, eliminando también a los testigos presenciales, amigos o miembros de la familia de la víctima.
Y es que, lo que sorprende de estos asombrosos asesinos profesionales, que adoptan el método de vida y trabajo del “samurai” como propio, es su carencia de ambiciones, más allá del cumplimiento de su misión.
Parece que toda su vida, toda su existencia, está únicamente dedicada a obedecer los encargos de aquellos que les contratan, sus amos o señores a los que deben respeto y fidelidad.
No piensan en otra cosa, son como “robots programados” que no reflexionan ni se emocionan:
Simplemente actúan conforme a lo estipulado.
Viven en “ratoneras” infectas, están desprovistos de lujos de cualquier tipo, y tan sólo hacen uso de lo estrictamente necesario para sobrevivir.
Da la impresión de que no aspiran más que a un humilde, sencillo, e inadvertido lugar de reposo, esperando recibir un nuevo encargo, para salir de sus guaridas y cumplir religiosamente lo deseado.
La pregunta lógica que cabría hacerse es:
¿Cuál es el destino de su dinero?
Porque parece bastante claro, que lo suyo no es el materialismo precisamente.
Por último, de la misma forma que siempre están disponibles, mentalizados y preparados para matar cumpliendo órdenes, también lo están para morir con honor cuando llegue su hora.
En este aspecto, no advierto en ellos ningún rastro de temor a la muerte, sino todo lo contrario.
No da la sensación, de que la muerte constituya una derrota.
Hasta tal punto esto es así, que el “Hagakure” o “El Código del Samurai” escrita por Yamamoto Tsunetomo (1659-1719), el cual trata sobre el nacimiento desde la nada y el destino hacia la nada; nos dice que no hay objetivos materiales que alcanzar.
“El Bushidō” (武士道) es un término traducido como “El Camino del Guerrero” y es un código ético estricto y particular, al que muchos samurais o “bushi” entregaban sus vidas, que exigía lealtad y honor hasta la muerte.
La palabra “samurai” procede del verbo japonés “saburau” que significa “servir como ayudante”
La palabra “bushi” por su parte, es una palabra japonesa que significa “Caballero Armado”
La palabra “samurai” fue utilizada por otras clases sociales, mientras que los guerreros se llamaban a sí mismos, mediante un término más digno, “bushi”
“El Bushidō” ha llegado a ser conocido como “El Código Samurai”, pero es más que eso.
El nombre dado no es “El Código” o “La Ley” del Guerrero, sino mejor, “El Camino”
No es simplemente una lista de reglas, a las cuales un guerrero se debe apegar a cambio de su título, sino un conjunto de principios que preparan a un hombre, o a una mujer, para pelear sin perder su humanidad, y para dirigir y comandar, sin perder el contacto con los valores básicos.
Es una descripción de una forma de vida, y una prescripción para hacer un guerrero-hombre noble.
En el corazón de “El Bushidō” está la aceptación del Samurai a la muerte.
“El camino del samurai se encuentra en la muerte” dice “El Hagakure”, una explicación del bushido de 1716, cuyo título significa literalmente “Oculto en las Hojas”
Una vez, el guerrero está preparado para el hecho de morir, vive su vida sin la preocupación de morir, y escoge sus acciones, basado en un principio, no en el miedo.
Si preparando correctamente el corazón cada mañana y noche, uno es capaz de vivir como si su cuerpo ya estuviera muerto, gana libertad en “El Camino”
Su vida entera estará sin culpa, y tendrá éxito en su llamado.
El camino del samurái, es el camino hacia la muerte y, tras ella, el no-ser.
La nada aguarda al final del tortuoso camino.
Según la filosofía zen, la forma y la sustancia son indivisibles.
La muerte del cuerpo conlleva la muerte del espíritu.
Su inherente grandeza los acompaña en todos, y cada uno de los instantes, y órdenes de sus épicas, y legendarias existencias.
“Qui êtes-vous?”
Le Samouraï es un minimalista drama de crímenes y suspense, dirigido por Jean-Pierre Melville, en 1967.
Protagonizada por Alain Delon, Nathalie Delon, Cathy Rosier, François Périer, Michel Boisrond, Jacques Leroy, Catherine Jourdan, Jean-Pierre Posier, entre otros.
El guión lo firma Jean-Pierre Melville y Georges Pellegrin, basados en la novela “The Ronin” de Joan McLeod, el cual narra una historia que, en esencia, se reduce al solitario hombre perseguido por varios flancos; y que con el tiempo, Le Samouraï se convirtió en una de las obras maestras del cine policíaco, y en obra de culto.
Le Samouraï sigue considerándose hoy, como uno de los favoritos de innumerables cineastas, además de haber influido notablemente en un gran número de ellos.
Se dice que Le Samouraï apunta al minimalismo y a la imaginación del espectador, para completar los espacios vacíos en su historia y su estética.
Entre otras cualidades, Le Samouraï es un poema desgarrador del hombre solo, y es también, ante todo, una película policiaca.
Estamos ante un film maestro formalmente, con multitud de lecturas, de una profundidad envidiable, con una realización de Melville absolutamente magistral, dotado de una elegancia superlativa.
El guión es buenísimo, y la dirección maravillosa, llena de travellings, de planos secuencia, de picados y contrapicados, un sinfín de buenísimos planos orquestados por Melville, de manera indudablemente ejemplar, y con un final redondo.
Melville nos muestra un film de género negro, a la vieja usanza, pero a la vez dotándolo de cierta modernidad, de dinamismo, del toque característico del maravilloso “polar francés” o “cine negro/policial francés”, y nos narra el camino de un samurai urbano hacia su propia muerte, que no entiende de códigos, excepto del suyo propio, en unas calles deshabitadas, en un entorno solitario, con “femme fatale”, night-clubs y con un personaje principal que apenas habla, sin aparentes sentimientos, que vive para ello, y que solo entiende su propia justicia y pensamiento.
A Melville no le interesan los sentimientos, sino los gestos físicos, y a través de ellos, construir una trama de tensión, suspense, y progresión dramática.
Y es que Melville, no necesita que sus personajes protagonicen intensos diálogos para dar a conocer las inquietudes y sentimientos de éstos; su cine es más bien contemplativo, y fuerza al espectador a la observación, la observación de los rostros, las miradas, las maneras.
Uno de los rasgos fundamentales de Le Samouraï es su color, cuyo director fue Henry Decaë, que impidió que hubiera cualquier estallido de luz, dándole un tono de grises y azules difuminados, convirtiendo los decorados, en espacios de sombras.
Le Samouraï se inicia con una cita de “El Código de Honor Japonés”, y es que en el fondo, Jef Costello vive como un samurai, solitario, sin amigos, y con una novia con la que mantiene una relación inestable y extraña, y con una tarea que cumplirá sea como sea.
Ante todo, Costello es un hombre de palabra, el cual tiene que cumplir una misión:
Asesinar a una persona, pero aún teniendo coartada, sus socios irán por él, con tal de que no se vaya de la lengua, tras los interrogatorios que mantiene con la policía.
Será una persecución a doble banda.
“Pas avec un pistolet pointé sur moi”
La acción dramática tiene lugar en París, a lo largo de un día y medio, desde el sábado 4 de abril, a las 18 horas, hasta el domingo 5 de abril, a las 22/23 horas, de 1967, en el cual, Jef Costello (Alain Delon) es un asesino a sueldo de los que ya no quedan, y recibe el encargo de matar al dueño de un night-club.
Su vida está regida por la vieja escuela, y en ella priman “El Código de Honor” y el silencio.
La motivación, orígenes y propósito de Costello son desconocidos, y lo único que llegamos a entrever, son unos pocos detalles personales que se originan de su complicada relación con Jane (Nathalie Delon), su novia.
Costello vive en un apartamento aislado, de forma sumamente espartana, dedicado completamente a su trabajo, y permitiéndose muy pocas distracciones.
No sabemos por qué ha elegido esa vida tan solitaria, Le Samouraï tampoco ofrece respuestas, prefiriendo concentrarse en la lucha de Costello por sobrevivir luego de que su último asesinato fuese muy mal ejecutado, convirtiéndolo en un hombre buscado por la policía.
Jef nunca traicionaría a sus mentores, pero éstos no han depositado la misma confianza en él, y buscan el momento para hacerle desaparecer, después de acometer un “encargo” y haber sido detenido por la policía.
Una vez puesto en libertad, las cosas no se solucionarán, sino todo lo contrario.
El detective de policía (François Périer) encargado del caso, tiene firmes sospechas de que Jef es el asesino, aunque sin pruebas concluyentes en un principio; Jane Lagrange, enamorada de cierta manera de Jef, acepta la coartada por la cual, éste se encontraba con ella el momento del crimen.
Eso le hará víctima del acoso del detective, el cual no la cree en ningún momento.
Y para terminar de situar a Jef en una difícil situación, aquellos que le encargaron el asesinato, van tras sus pasos al enterarse que ha estado detenido por la policía.
La persecución por las paradas de metro de París, tantas veces imitada en películas posteriores como en la Oscarizada “The French Connection” (1971), la rueda de reconocimiento en comisaría, la instalación del receptor en casa de Jef por parte de la policía, todas esas escenas, poseen el ingrediente necesario para generar suspense e interés en el espectador, sin necesidad de artificios como puedan ser, el uso de violencia gratuita, o experimentos sin sentido.
Curiosamente, al saber Jef que está sentenciado, vuelve al lugar del crimen, y en un gesto simbólico, apunta con su revólver descargado a Valérie (Cathy Rosier) la pianista, esperando hasta que la policía lo mate.
“C'est un loup solitaire.
Un loup blessé et maintenant il ya un sentier.
Devrait être retiré”
Si bien Le Samouraï es una película de bajo presupuesto, es una de las mejores del cine francés.
El final es desconcertante, y está abierto a múltiples interpretaciones acerca de los eventos que concluyen la historia.
La gran cuestión, seguirá siendo la motivación de Jef, para vivir de una forma que la mayoría de los seres humanos no lograrían tolerar demasiado tiempo, pero que parece haberse convertido en una religión para el abnegado asesino.
Durante los primeros 9 minutos de Le Samouraï reina el silencio.
Una habitación barata con sólo 2 ventanas, por las que se cuela una tenue luz.
Un pájaro canta monótonamente.
El sonido precisamente, el de los silbidos, será el que avise en más de una ocasión a Jef, de los peligros que le acechan, y conviertan a ese pajarillo en su mejor aliado.
El humo azulado que se eleva hacia el techo, nos hace fijarnos en un hombre que fuma tumbado en la cama.
Finalmente se levanta, y acaricia una jaula para pájaros, con un puñado de billetes doblados por la mitad.
A continuación, esconde el dinero, se pone la gabardina, y se sube el cuello.
Ante el espejo, se coloca el sombrero de forma que el ala le oculta el rostro, y sale del piso.
Ya en la calle, se sube a un automóvil Citroën DS21, saca un manojo de llaves, y prueba unas cuantas.
Arranca el motor y se marcha.
En un triste suburbio parisino, entra en un pequeño garaje.
Un mecánico baja la puerta inmediatamente, coloca una matrícula nueva en el coche, y le entrega documentos, dinero, y una pistola, que coge a toda prisa.
Acto seguido, el hombre del sombrero, se dirige a un bloque de apartamentos y se acerca a una puerta.
Abre una mujer rubia, que pronuncia la primera palabra de la película:
“Jef”
Este principio silencioso no deja lugar a dudas, acerca del oficio del protagonista:
El asesinato.
En efecto, la gabardina, el sombrero, el fajo de billetes, y el armazón; los artilugios cinematográficos del asesino profesional.
Le Samouraï nos introduce con admirable eficacia en el sombrío mundo del protagonista.
Todo el relato esta contado de una forma desnuda, y sin artificios.
Los diálogos son breves y concisos, toda la atmosfera que rodea Le Samouraï es cautivadora e hipnótica.
“Un samouraï courageux ne pense pas en termes de victoire ou de la défaite, toujours se battre jusqu'à la mort”
El personaje de Jef Costello es frío y silencioso, viviendo en la más absoluta de las soledades, al comienzo se dice:
“No existe soledad más terrible que la del samurai, tal vez, la del tigre en la selva”, aceptando su destino con honor y dignidad, a la manera de un samurai.
De este hermético personaje no sabemos nada al principio, y no mucho más al final, solo vemos sus ritos cotidianos de la supervivencia de un asesino a sueldo, un samurai de nuestro tiempo, que se mueve por el metro y las calles de Paris, como si fuera un felino.
La épica pasa por lo más intimo:
Limpiarse una herida, ponerse un sombrero, o robar un coche, una épica que entronca con lo más clásico del cine, como es la propia forma de vestir de Costello:
Gabardina y sombrero a lo Humphrey Bogart, dándole un toque “noir” al personaje, o el propio apellido de “Costello”, un claro homenaje al gánster italoamericano:
Frank Costello.
Alain Delon realiza una interpretación colosal, se come la pantalla, realmente nos creemos su creación, la de un hombre insaciable, implacable, pero honorable.
Un autentico asesino, pero con astucia y saber.
Al no tener pasado, Jef, a diferencia de los héroes del “noir” americano, no es un ser que quiera restablecer el orden.
Es decir, no lucha contra un mundo inconforme, donde no existen ya asideros morales a los que agarrarse, ni orden en el que integrarse, o sentirse integrado.
Pero Melville no se contenta con arrebatarle cualquier episodio existencial pasado, sino que directamente, le priva de complejidad psicológica.
Y lo hace, además, dotándolo de apática sumisión ante los funestos designios del porvenir.
Porqué para el autor galo, lo importante es el entorno, los hechos, y no los personajes, que son meros títeres del destino.
En este sentido, Jef no puede ser un personaje ambicioso, y así lo atestigua la austera y parca vivienda, presentada en el primer plano de la obra.
Él percibe la fatalidad acechante, de modo que el hecho de trabajar por dinero no se debe a anhelos materialistas, sino a simples y ancestrales convenciones mercantiles, regidas por el intercambio de bienes, otro elemento que él no controla, que le viene dado por la sociedad.
La vida de Jef, pues, está plenamente sometida al ámbito profesional, que le impide relacionarse, condenándole a la soledad, determinando su condición de “outsider” y empujándole, a la postre, hacia la ineludible autodestrucción.
Su pétreo rostro, mantiene una casi total inexpresividad, idónea para convertirse en un jugador de póker imbatible, no es casual la partida de cartas en la que participa.
El propio Melville declaró al respecto:
“Me encanta el “underplay”, es decir, los actores que no expresan nada con el rostro, salvo el comportamiento, para que la gestión interior del personaje se explicite con una parte de misterio”
Le Samouraï es fundamentalmente física, gestual, y no psicológica.
Lejos de restarle interés, tal característica se lo añade considerablemente.
Sus movimientos son precisos, gráciles, suaves, y justos en cada preciso momento, como el tigre metafóricamente mencionado en “El Bushidō”
Jef es austero, frío, calculador, y obsesivamente metódico en sus planificadas acciones.
Es un personaje que actúa con gran economía de medios, no llevando a cabo ningún esfuerzo más allá de lo necesario, y que se somete a un rígido “Código de Honor”
La simpleza es la base sobre la que se apoya, permanentemente en todos y cada uno de sus estudiados movimientos.
Nada es gratuito en él, todo tiene una específica y concreta razón de ser.
Costello se erige en un asesino a sueldo limpio, esos guantes blancos que conllevan una apariencia aséptica, esos disparos únicos, en zonas mortales del cuerpo de la víctima, contundente, implacable y letal.
Jef trabaja por dinero, y no se cuestiona ningún otro aspecto, ni siquiera el espectador tiene ocasión de preguntarse, el por qué de sus terribles actos.
Es algo que no importa:
Hace lo que hace, cumpliendo los encargos, sin mayor motivo que ése.
Esa cita del inicio, nos indica que Costello vive de ese modo, porque así lo ha elegido, probablemente, por constituir el método más adecuado para cumplir con efectividad su labor.
Es una filosofía de vida autoimpuesta, que se basa en la sencillez y el autocontrol, y que se presenta llena de estrictas costumbres, que repite una y otra vez:
Su forma de colocarse el sombrero, su gabardina, la atención a su canario, sin salirse ni un ápice de su camino, el recto camino del moderno samurai.
Es interesante este tema planteado, de las costumbres rituales que sigue pormenorizadamente el protagonista, así como también, su uniforme de trabajo.
Al efecto, el director hizo unas interesantes reflexiones que no tienen desperdicio: “El vestuario de un hombre tiene una importancia capital en mis películas, estoy muy ligado al fetichismo del vestuario.
El vestuario de una mujer me importa menos.
El héroe de mis películas negras, es siempre un hombre armado.
Siempre lleva un revólver.
Un hombre armado es casi un soldado, y por eso debe llevar un uniforme.
Un hombre armado es muy diferente de los demás hombres, y le aseguro que tiene tendencia a llevar sombrero.
Además, en términos cinematográficos, un hombre que dispara con sombrero, es mucho más impresionante que otro que lo hace con la cabeza descubierta.
El porte del sombrero, equilibra un poco el revólver en el extremo de la mano”
Recordemos el ligero toque de elegancia, que Costello siempre concede al ala de su sombrero tras colocárselo.
Jef Costello, el “samurai” es un solitario francamente autista, como demuestra metafóricamente el pájaro enjaulado que tiene en su apartamento.
El estúpido piar del animal, refuerza el silencio total en el que vive su dueño, pero además, le proporciona a su soledad, un matiz de obligatoriedad casi enfermizo.
Sus gestos nos dan la impresión de estar estudiados, y repetidos miles de veces.
Claramente, su mudo automatismo, despojado de sentimientos, no permite ningún fallo; como por ejemplo, cuando una hermosa automovilista se detiene junto a él, en un semáforo, y lanza al sicario una mirada insinuante, él no se inmuta.
Impasible, mira hacia delante.
La relación de Jef Costello con su novia Jane Lagrange, esposa de Delon en aquella época, también se inscribe en este patrón.
No sé si es fantástico, o es Delon, el que lo vuelve fantástico.
Si fuere cualquier otro actor, en un film con tan poco dialogo, y tan introspectivo como Le Samouraï, yo estaría, pasados los 2 minutos, en pleno bostezo.
No se puede ser tan bello, tener esos ojos celestes, ese perfil perfecto, y esa boca media cínica por momentos; es tan bello, que duele mirarlo.
Encarna el sentido del honor y de la dignidad, a la manera del samurai japonés.
Al mismo tiempo encarna al superhombre de Nietzsche.
No hay lugar en su espíritu para los sentimientos humanos.
Su figura austera, silenciosa, distante, rigurosa y trágica, ha servido de modelo a numerosas réplicas, e imitaciones posteriores.
También, es fantástico el personaje del oficial de policía, un tipo que es capaz de vender lo que sea, para conseguir meter entre rejas a Costello, usando incluso trampas con su novia.
El comisario de la policía, interpretado por François Périer, se convierte en un perseguidor implacable, empleando una paciencia casi infinita, para rastrear a Costello, y tratar de acusarlo de homicidio.
Ambos, son opuestos polares, ya que Costello es frío, silencioso, y apartado de las reglas de la sociedad; mientras que el comisario representa el orden burgués, que se dedica a perseguir a infractores de la ley, sin cuestionar sus obligaciones ni por un momento.
Su confrontación es bastante inesperada, ya que no implica duelos verbales, ni tiroteos al estilo Hollywood, sino, un intento desesperado de cada uno por sobrevivir a una situación en la que no saben cómo se metieron.
El personaje al que da vida Nathalie Delon, la única persona con la que parece que Jef se relaciona y a la que ama, le dice:
“Me gusta que vengas a mi casa... porque me necesitas”
Es aquí cuando uno se percata del estado en el que vive Jef Costello, el samurai.
Fabuloso también, el personaje de la pianista Valérie (Cathy Rosier), un personaje que realmente también, anda en ese mundillo oscuro y peligroso, y que en el fondo, podemos pensar que se siente atraída por Costello.
Por otro lado, la relación que se establece entre Valérie y Jef, no deja de ser un reflejo de la anterior relación con Jane, pues esta figura femenina adquiere las connotaciones de confidente y cómplice criminal.
¿Por qué Valérie decide no declarar en su contra?
¿Qué se esconde tras esta bella pianista?
Y es que da absoluto gusto ver todas esas escenas de Delon, en el coche bajo la lluvia, en el puente con el encuentro con el socio, la entrada en su casa tras el paso de la policía, esas escenas en la casa de la pianista, etc.
El silencio también es uno de los protagonistas de Le Samouraï, ocupando grandes extensiones del metraje.
Le Samouraï tiene otro gran protagonista:
París.
Vamos a contemplar cómo era París en los años 60.
Lejos del bullicio turístico en que se ha convertido la ciudad, observamos como en aquella década, los barrios hoy esplendorosos, eran poco recomendables para andar por la noche, e incluso por el día, los edificios señeros aún no habían sido restaurados, y eran poco menos que moles grises de paredes desconchadas y apartamentos grisáceos.
Asimismo, se nos muestra la cara más amable de la ciudad:
Night-clubs, salas de fiesta, apartamentos de gente adinerada; claroscuros por los que nuestro héroe “noir” arrastrará su lánguida existencia, transitando entre timbas de póker, apartamentos de citas, lujosas cocteleras, y comisarías de policía, aquejadas de falta de mobiliario, todo mediante los travellings, planos secuencia, y planificaciones de escenas, que el director realiza con gran disimulo y maestría, lejos del efectismo, sirviendo al propósito de la historia.
A destacar, la planificación de algunas escenas, como la persecución en el metro, que es de una claridad expositiva poco común.
Y es que, si hay algo que destaque en Le Samouraï, entre otras, muchísimas cosas, es ese excelente final, minimalista, con ese revólver sin balas, la “femme fatale” mirando el cuerpo de Costello…
Impagable.
Como detalle adicional, les comento que esa escena final, debió ser filmada 2 veces, luego de que el director descubriese que Delon, ya había empleado expresiones faciales similares, en los finales de otros de sus films, y decidiese cambiarlo para darle un toque más original, e impredecible.
“La meilleure attitude est de ne pas utiliser les mots”
Le Samouraï me hizo comprender, que a veces es bueno estar sólo, y que existe mucha diferencia entre “estar sólo” y “sentirse sólo”
Decidí que dejaría de buscar, que mi soledad sólo era una prueba más, en el difícil camino de la vida.
Así que como un samurái, decidí actuar justamente, noblemente, y de forma desinteresada en mi relación para con todo el mundo, y al final…

“Je ne perds jamais.
Jamais”



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