El Clan

“La sociedad fabrica asesinos, y al final no sabe qué hacer con ellos”
 
El honor de la familia…
Un tema que ha sido tocado centenares de veces en el cine, y que casi nunca retrata la absoluta verdad.
Poder capturar la esencia de lo que hace funcionar a una familia, es sumamente difícil; no sólo se trata de mostrar conversaciones y discusiones típicas; se trata de retratar el silencio atípico de una familia disfuncional.
Hace 30 años, la policía entraba a la casona de Martín y Omar 544, en Buenos Aires, y ponía fin al Clan Puccio, una de las mayores bandas criminales de la historia argentina.
La historia de esta familia, es uno de los casos policiales más siniestros y atrapantes de las últimas décadas en ese país.
La inquietud que despierta este clan, que se dedicó a secuestrar y asesinar a sus víctimas, entre 1982 y 1985, no responde a la cantidad de años por los que se perpetuó su impunidad.
Tampoco tiene que ver con extravagantes técnicas de ejecución, como sucede con otras sectas homicidas, ya que los instrumentos preferidos de esta prole porteña, siempre fueron las balas.
El morbo, en cambio, se despierta por los personajes mismos, empecinados en transmitir un aura de “progenie perfecta”, tradicional, que no congeniaba con la estampa que se escondía tras el retrato familiar.
Instalados en el barrio bonaerense de San Isidro, Los Puccio eran una familia de clase media, que iba a misa los domingos, y tenía un local de artículos deportivos en la planta baja de su vivienda.
Además, eran dueños de un bar, que funcionaba en el edificio contiguo.
Arquímedes Rafael Puccio, alias “El Loco de La Escoba” fue un contador, abogado, empresario, miembro de La Secretaria de Inteligencia del Estado (SIDE), e integrante de La Alianza Anticomunista Argentina, en donde integro El Batallón de Inteligencia 601; y del Movimiento Nacionalista Tacuara.
En su casona de 2 plantas y 200 metros cuadrados, Puccio coleccionaba platería y obras de arte.
Cabe destacar, que durante la dictadura autodenominada “Proceso de Reorganización Nacional” que gobernó al país durante 1976 a 1983, existieron numerosos casos de secuestros extorsivos, perpetrados por policías o miembros del ejército; y Arquímedes fue mayormente conocido, por haber sido el cerebro del Clan Puccio, conformado por algunos de sus hijos, y demás secuaces, que en 3 años, secuestraron y asesinaron a los empresarios:
Ricardo Manoukian de 24 años, secuestrado el 22 de julio de 1982, y asesinado a balazos, 9 días después, a pesar de que la familia de la víctima pagó $250.000 de rescate.
Eduardo Aulet de 25 años, ingeniero y jugador del San Isidro Club (SIC), a quien capturaron el 5 de mayo de 1983, y asesinaron apenas cobraron los $100.000 pagados para liberarlo.
Y Emilio Naum de 38, propietario de firma de ropa, Mac Taylor, y quien conocía a Arquímedes, fue asesinado de un balazo en el pecho, cuando se resistió a que el clan lo secuestrara.
Los Puccio operaron con total impunidad, durante unos cuantos años, sin despertar las mínimas sospechas de los vecinos de San Isidro.
La particularidad de esta historia, es que se trató de una familia que se dedicaba a secuestrar y asesinar a personas allegadas a su círculo social.
El lugar donde tenían cautivas a las víctimas, se encontraba en el centro urbano del barrio, y uno de sus integrantes, era una estrella juvenil de rugby, que se destacaba en Los Pumas.
El clan fue descubierto por la policía, al momento de cobrar el rescate de la empresaria, Nélida Bollini de Prado, gracias a la denuncia de los familiares de la víctima, quien logró sobrevivir a sus captores.
Arquímedes, tenía 5 hijos:
Alejandro, jugador de La Selección Argentina de Rugby; Silvia, Daniel apodado “Maguila”; Guillermo y Adriana.
Sus secuaces fueron:
El Coronel retirado, Rodolfo Victoriano Franco; Guillermo Fernández Laborda, Gustavo Contepomi, Roberto Díaz, y sus hijos:
Daniel y Alejandro; y como síndico, el contador Revuelta, que no fue detenido por falta de pruebas.
Revuelta, era también el contador de Los Gotelli, uno de los cuales, también había sido secuestrado.
El clan, estaba conformado en forma de una sociedad anónima, que era la dueña de la casa; y como núcleo cercano consanguíneo, aparentaban ser una familia común.
Ninguno de sus conocidos, sospechaba de ellos.
Además de los 4 secuestros conocidos, la policía en su momento, sospechaba que el clan tuviera relación con otros secuestros acontecidos algunos años antes.
Puccio, había sido acusado de secuestrar a un empresario de Bonafide, Enrique Pels, en 1973.
Y el clan tenía planeado secuestrar a unas 10 personas, según una lista escrita en un papel que la policía encontró al allanar la casa, cuando el clan fue desbaratado.
Los secuestros, y posterior aprehensión, sucedieron así:
En 1982, Laborda y Puccio se reencuentran en La Aduana, en donde Laborda era comisionista, y Puccio le comenta su plan para realizar secuestros extorsivos.
La primera víctima se trató de Ricardo Manoukian.
Tenía un auto antisecuestro, y estaba entrenado para evitar un secuestro después de que su tío hubiera sido secuestrado, sin embargo, cayó en la trampa, porque conocía a Alejandro.
Lo mantuvieron durante 9 días atado de pies y manos, y encapuchado, en la bañera del baño de la planta alta, el de Alejandro, con la cortina del baño cerrada.
Su familia, dueña de los supermercados Tanti, pagó un rescate, pero Manoukian fue asesinado con 3 disparos en la cabeza, y su cuerpo arrojado al río cerca de Escobar.
Su cadáver apareció mucho después en Benavidez.
Cabe señalar que Manoukian, era amigo de Alejandro Puccio, hijo de Arquímedes.
Tras demostrar su eficiencia, el “modus operandi” se repitió menos de un año después:
El 5 de mayo de 1983, el clan secuestró a Eduardo Aulet, un ingeniero industrial, jugador de rugby en El Club Pueyrredón, y recién casado con Rogelia Pozzi, quien fue capturado cuando se dirigía a su trabajo en su vehículo.
El entregador fue Gustavo Contepomi, pareja de María Esther Aubone, madre de la esposa de Florencio Aulet, el padre de Eduardo.
La familia pagó el rescate, pero Aulet fue asesinado en General Rodríguez, antes de cobrar el rescate, y su cuerpo apareció recién 4 años más tarde.
El clan, decidió emprender su tercer secuestro, la víctima sería el empresario Emilio Naum.
El plan era que Puccio, quien conocía bien a su víctima, lo parara mientras Naum se trasladaba en su auto para que lo acercase a unas pocas calles, y allí emprender el secuestro.
Pero al momento de llevar a cabo el acto, Naum se resistió, aun cuando tenía 2 hombres que intentaban reducirlo, y uno de los secuaces de Puccio lo ejecutó con un tiro de pistola, y el clan se dio a la fuga.
Todos, hijos, hijas, y esposa, o son partícipes directos de los secuestros, o prefieren ignorar lo que está sucediendo, pero ninguno se opuso a los planes del todopoderoso padre.
Lo único que alcanzaron a hacer, algunos, fue irse del país, “borrarse del mapa”
Pero los demás, quedaron atrapados en “la casa-tumba” del clan, ubicada en una esquina, donde no se pueden dejar de escuchar los gritos de las víctimas, encerrados en baños mugrientos, o sótanos empapelados.
Arquímedes, mientras tanto, salía todas las mañanas, bien temprano, a barrer la vereda de forma mecánica, obsesiva, quizás como excusa para vigilar la zona, práctica que le valió, a su doble histórico, el mote de “El Loco de La Escoba”
Fueron 40 hombres y 12 patrulleros de La División Defraudaciones y Estafas de La Policía Federal, quienes habían dado la estocada final.
Y atraparon a Arquímedes en la estación de servicio, desde donde hacía el último llamado para pedir el rescate por Nélida Bollini, viuda de Prado, dueña de varios locales en la avenida Independencia, y de la agencia de autos Tito y Oscar, a quien habían secuestrado 32 días antes.
Y Puccio no estaba solo, lo acompañaban uno de sus cómplices, y uno de sus hijos, Daniel “Maguila” Puccio de 23 años.
En el bolsillo del rugbier, que sólo unos meses antes, había regresado de Australia, la policía encontró unos papeles arrugados con los números de teléfono de los hijos de la empresaria; por lo que Maguila iba a hacer el último comunicado para cerrar la negociación.
Fueron $250.000 por la vida de esta mujer, que estaba encadenada a un camastro, en un sótano asfixiante, debajo de la casa de los Puccio.
Maguila quiso resistirse; hasta intentó manotear el arma del oficial, pero luego bajó la cabeza y, sin mirar a su padre, dijo:
“La tenemos en el sótano de mi casa”
Ese mismo día, el 23 de agosto de 1985, la policía allanó por sorpresa la casa de Los Puccio, encontrando a la empresaria, martirizada durante su cautiverio en el sótano, con paredes recubiertas de diarios, encadenada a un camastro, sobre un colchón húmedo, en un cuartucho de 2x2, que olía a orín y a alfalfa húmeda, pues la banda había puesto un fardo húmedo con un ventilador, para hacerle creer a la víctima que estaba en el campo…
Y es que la policía tenía sospechas sobre la familia, pero no sabían nada de los anteriores secuestros.
Cuando llegaron las fuerzas del orden, la puerta de la cocina de la casa de Martín y Omar 544, pleno centro de San Isidro, se abrió violentamente.
Un grito áspero y ronco, quebró el silencio de la noche:
“¡Contra la pared, contra la pared!”, aulló el hombre de campera de cuero.
En sus manos tenía una ametralladora corta.
Alejandro Rafael Puccio, de 26 años, rugbier y ex Puma, sintió una pistola en su cabeza.
Aterrorizado, sólo atinó a estirar la mano para tomar la de su novia, Mónica Sörvick, de 21 años, maestra jardinera en el colegio Todos los Santos.
Los 2 estaban temblando:
“¡Nos asaltan!
Dios mío, ¿qué es esto?”
La pareja, había llegado a la casa una hora antes, luego de comer unas hamburguesas en Pepino’s, un conocido lugar de Acassuso, y alquilar 2 películas para ver esa noche tranquilos.
Pero, en sólo segundos, el patio de la casa estilo colonial, se llenó de pisadas, gritos, policías de civil, y uniformados.
El oficial, atinó a mostrar una orden de allanamiento de la jueza María Romilda Servini de Cubría, y antes de que Alejandro pudiera preguntar por qué, le tiró los brazos hacia atrás, y cerró las esposas sobre sus muñecas.
Por su parte, las mujeres de la familia, la madre, las hijas, y la novia de Alejandro, negaron tener conocimiento de todo, pero a la jueza del caso, María Servini de Cubría, le llamó la atención, que ninguna de ellas se sorprendiera, o preguntara que había pasado.
Según la jueza, la única a la que no se podía responsabilizar, era a la hija menor, pero el resto no podía desconocerlo.
Según los psicólogos que la atendieron, la niña sabía lo que ocurría, pero no tenía edad para comprender los hechos.
Con este caso, llama a la reflexión el hecho que cada día caminamos por la calle, y presenciamos ese tradicional ritual, en el que un vecino barre las hojas que el viento ha dejado sobre su vereda…
Lo saludamos, lo ignoramos.
No importa, es otro simple día como cualquiera, y esa rutina nunca despierta sospechas, sin embargo…
¿Qué pasaría si ese vecino tuviera algo que ocultar?
“¡Soy inocente, soy inocente!
¡No sé nada!”
El Clan es un drama argentino del año 2015, escrito y dirigido por Pablo Trapero.
Protagonizado por Guillermo Francella, Peter Lanzani, Inés Popovich, Gastón Cocchiarale, Giselle Motta, Franco Masini, Antonia Bengoechea, Gabo Correa, entre otros.
El Clan está basado en el caso policial del Clan Puccio, que conmovió a la sociedad argentina, a comienzos de los años 80.
En su momento, el caso policial marcó fuertemente la agenda de los medios, y se convirtió en leyenda, es por eso que la idea de llevarlo al cine, le venía dando vueltas en la cabeza al director Pablo Trapero desde hacía tiempo, según él mismo contó:
“Hace varios años, cuando conocí el caso, me quedé muy “shockeado”
Era muy chico, y recuerdo las sensaciones de esa época.
Desde entonces pensaba, que era una gran historia para convertirla en una película”
La idea de hacerla, surgió, en palabras de Trapero, “desde el momento en que empecé a estudiar cine”
Y la filmación se llevó a cabo entre fines de 2014, y principios de 2015.
Al respecto el director dijo:
“Es una película que para mí fue un desafío muy grande.
Con un rodaje que se hizo en varias etapas.
Un poco por los compromisos de todos, y otro por los lugares donde había que filmar.
Filmamos el año pasado, en enero, en febrero.
Fuimos filmando por etapas.
La post-producción, también fue muy larga por la complejidad de una historia con tantos personajes”
Para la confección del guión, el director, también guionista, realizó una extensa investigación, que se vio limitada por la escasez de información de los medios tradicionales, es decir los diarios de la época.
Es por eso que gran parte de la historia, fue suministrada sobre la base de testimonios de “amigos y de parte de la familia que se animó a hablar”
Todo ello gracias a un jugoso presupuesto, y a un gran trabajo producción, respaldado por figuras como Pedro y Agustín Almodóvar, o Axel Kuschevatzky.
Y podemos apreciar a un Trapero que, manteniendo su estilo y sello, nos trae un filme muy logrado y digno de competir con cualquier monstruo Hollywoodense.
Cabe aclarar, que debido al extenso período de producción, El Clan perdió la oportunidad de participar en El Festival Internacional de Cine de Cannes.
Puestos en claro, detrás de la fachada de Los Puccio, una típica familia del tradicional barrio de San Isidro, se oculta un siniestro clan, dedicado al secuestro y asesinato de personas.
Arquímedes Puccio (Guillermo Francella), el patriarca, lidera y planifica los operativos.
Alejandro (Peter Lanzani), el hijo mayor, estrella de un club de rugby, y jugador del mítico seleccionado Los Pumas, se somete a la voluntad de su padre, para identificar posibles candidatos, y se sirve de su popularidad para no levantar sospechas.
Los integrantes de la familia, son cómplices en mayor o menor medida de esta acción macabra, viviendo de los beneficios que obtienen de los suculentos rescates pagados por los familiares de los secuestrados.
Con 3 hombres muertos, y una mujer rescatada de manos de Los Puccio; varios miembros fueron condenados por participar en la red de secuestros extorsivos, manteniendo a las víctimas encerradas en la propia casa donde vivían.
En El Clan, no hay mucha importancia en el “por qué” ni sus efectos, sino en la aceptación de la verdad, por más terrible que sea y, peor aún, en el núcleo familiar de una familia que “siempre aparentó ser un modelo”; una temática fuerte, de nudos crueles y violentos, una especie de historia íntima, secreta y social de La Argentina, bajo la sangrienta dictadura militar, o el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”, que duró entre 1976 y 1983; pero también un drama humano, y horripilante instantánea de la condición humana, en su esquizofrenia “natural”
Si la trama no estuviese basada en hechos reales, más de alguno la habría acusado de inverosímil, pero a veces, la realidad nos entrega casos tan particulares como el narrado.
“Pensá que hoy se termina una pesadilla”
El apellido Puccio, aún despierta pavor en Argentina.
Y sin embargo, miles de personas intentan entrar en la intimidad de este clan cada día, para conocer los horrores que escondían en su casa.
El Clan, es una contundente saga sobre el crimen que ilustra, cómo las desapariciones eran permitidas, incluso después de que terminara la dictadura.
Una historia argentina oscura, ominosa, con resonancias y misterios que persisten.
Y su director, Pablo Trapero, fue hábil para detectar el potencial cinematográfico de ese exótico entramado, tejido alrededor de un relato que parece pensado directamente para la ficción:
Una familia religiosa, y con vínculos estrechos con el cerrado y elitista mundo del rugby de la zona norte de Buenos Aires, dedicada a recaudar fortunas, a partir de un sistema de secuestros extorsivos, armado con un nivel de impunidad y precariedad en las estrategias que, visto a la distancia, asombra.
Y narra la historia tal cual sucedió, sin agregarle situaciones ficticias, con el fin de aportarle un mayor dramatismo al argumento.
Me interesa destacar esto, ya que no es algo común de encontrar en el cine, donde las películas sobre estos temas, por lo general, suelen tomarse numerosas libertades, para hacer más atractiva la propuesta.
Trapero utiliza en su narración, material de archivo con discursos del entonces Presidente Raúl Alfonsín, que juegan un papel clave, a la hora de darle un contexto histórico a la trama, y hacerla avanzar.
Para el espectador que no conocía en detalle El Caso Puccio, este elemento es fundamental para entender el escenario político y social que se vivía en el país, a mediados de los años 80.
Así, con la llegada de la democracia a Argentina, después de 7 años de monstruosa dictadura, salta la noticia de que una respetada familia del barrio de San Isidro, en Buenos Aires, lleva años secuestrando y asesinando a miembros de familias adineradas por motivos económicos.
El Clan pone en imágenes esta historia real, concentrándose en la relación entre el patriarca de la familia, Arquímedes, y uno de sus 5 hijos, Alejandro.
Por lo que la historia está contada por este último; cuando su relación con el padre se ve afectada por la verdad de lo que ocurre.
Todos “aceptaban” las actividades de la familia, hasta que Alejandro empieza a entrar en razón, y confronta a su padre.
Al querer acomodar su vida, el joven deberá decidir entre el honor de su familia, y el camino de la justicia.
La aproximación que plantea Pablo Trapero, parte de los hechos concretos, de la crónica íntima, para luego, a través de pequeños episodios, y de algunas imágenes de archivo, hablar de la Argentina del periodo.
Así, a lo largo de gran parte del metraje, los personajes casi no poseen trasfondo psicológico:
Arquímedes Puccio es presentado como una figura eminentemente enigmática, un monstruo imperturbable, que ejecuta gélidamente sus proyectos criminales.
Poco a poco, iremos advirtiendo que la vida criminal, recorrida con absoluta impunidad, no es algo nuevo para el patriarca del clan.
En su pasado como miembro de SIDE, se intuye la misma oscuridad que ensombrece su presente.
El otro vértice es Alejandro, toda una estrella “teen-pop” en su país, siendo uno de los hijos de Arquímedes, que se convierte en el eje emocional de El Clan, al ir tomando conciencia de la inmoralidad de sus actos.
Así, El Clan alcanza cotas de perversidad similares a las de estas otras parábolas sobre la corrupción moral de un entorno social.
Ambientada a comienzos de los años 80, cuando el país se encontraba bajo una dictadura cívico-militar, teniendo Arquímedes fuertes lazos con las personas en el poder; sin embargo, el inminente fin del gobierno, enfrenta al protagonista, en la necesidad de buscar otra actividad económica, decidiendo formar un grupo delictual, dedicado al secuestro y extorsión de familias adineradas.
Su manera de actuar, es extremadamente violenta, y en la mayoría de los casos, las víctimas son asesinadas, pese a que la recompensa ha sido pagada.
Así, además de conocer al frío y calculador Arquímedes, vemos su cotidianeidad, sus hábitos, y el trato a su esposa Epifanía (Lili Popovich) e hijas:
Silvia (Giselle Motta) y Adriana (Antonia Bengoechea)
Sin embargo, el foco está puesto en la relación distante  con sus hijos  varones:
Guillermo (Franco Masini), “Maguila” (Gastón Cocchiarale), hijo pródigo que regresa para ser la mano derecha de su padre, y sobre todo, Alex, su hijo mayor.
De esta manera, más allá de mostrar la dureza de Arquímedes, El Clan presenta a Alex, como el primer aliado del patriarca.
Si bien, al parecer, y tal como se lo caracteriza aquí, su participación en los secuestros, fue forzada por su padre, que constantemente lo manipulaba, o bien, fue para conseguir la aprobación de éste.
Probablemente, este personaje y sus dilemas morales que lo llevan a cuestionar su participación en el oscuro negocio familiar, para cambiar, y dedicarse a una vida tranquila junto a su novia, sea el único que genera algo cercano a la empatía, y además, el personaje que mayor interés causa.
Una de las primeras claves de El Clan, es el registro certero de la distancia que la sociedad argentina ha recorrido en los últimos 30 años de vida institucional.
La historia del Clan Puccio, puede observarse hoy, como coletazo evidente de una lógica de funcionamiento social, que la dictadura selló a fuego:
La violencia como herramienta de “disciplinamiento” y progreso económico, el ocultamiento, la falsedad, la omisión, y la complicidad, como espíritu de época.
Y nos sitúa en un contexto claro, con apenas un par de apuntes:
En el inicio, un afiebrado discurso del General Galtieri; más adelante, las pistas del final de una etapa, sintetizado en el resquebrajamiento del vínculo entre Arquímedes Puccio, y un paradigmático Comodoro que opera desde las sombras, ese Comodoro es uno, pero podría ser muchos otros, nos dice Trapero.
Pero lo que duplica el valor de El Clan, es su capacidad de volar por encima de esa lectura política, valiosa, definida, y transformarse en un “thriller” nervioso y atrapante, una virtud notable, si se toma en cuenta que, de una manera u otra, con mayor o menor detalle, casi todos conocemos su desenlace.
Desde el fondo, a modo de marco histórico, a lo largo del metraje, podemos ver menciones a la situación política que vivía Argentina durante aquella época:
Los primeros minutos corresponden a imágenes de archivo del Presidente Raúl Alfonsín, el político radical, que asumió el mando del país, una vez terminada la dictadura.
En su discurso, hace referencia a los crímenes cometidos durante los años previos, señalando que no se deben repetir.
Pero los secuestros realizados por la familia Puccio, son una muestra de que estas palabras no serían fáciles de cumplir.
Pese a la vuelta de la democracia, los elementos más oscuros de su historia, todavía estaban presentes en la sociedad.
Y lo escabroso de los hechos narrados, además de los delitos en sí, es que todo parecía indicar, que Arquímedes Puccio, planeaba seguir cometiéndolos durante mucho tiempo más, llegando a remodelar su casa, especialmente para ese fin.
Pese a ser el protagonista, no es mucho lo que descubrimos de Arquímedes Puccio y de lo que piensa.
Sabemos que su conducta está inspirada por un objetivo económico, y en una escena, saca a relucir una rabia contra los sectores más adinerados de la sociedad, pero nada se explica acerca de la crueldad con la que realiza sus acciones.
Salvo unas referencias vagas a su pasado político, ese lado del personaje, es mantenido en penumbras, como si estuviésemos ante una encarnación pura del mal, que escapa de cualquier intento de racionalización, bien pudiendo ser cualquiera, y nadie en concreto.
El punto más cercano que tenemos como espectadores, es la figura de su hijo, Alejandro, quien si bien participa de estos crímenes, aún conserva la capacidad para sentir remordimiento.
Es su perspectiva, el principal punto de apoyo que tiene la audiencia, logrando generar una necesaria cuota de empatía.
El conflicto presentado, es entonces un choque entre predestinación y libre albedrío.
Es decir, si Alejandro será capaz de alejarse de la conducta de su padre, o si el vínculo familiar que tiene con él, lo condenará a seguir sus pasos.
Esto también se puede ver en el resto de sus familiares, algunos de los cuales, optan por colaborar con los secuestros, mientras que otros deciden irse del país, y quienes no pueden optar por ninguna de esas opciones, se limitan a sufrir en silencio.
Es preciso destacar a Alejandro, quien capta un ángulo muy humano de aquel macabro personaje, al que poco a poco se le van acabando las máscaras, pues casi ni parpadea, y debe hacer frente a su rostro descubierto ante una comunidad horrizada, que observa estupefacta, como aquel ídolo deportivo, participó activamente de crímenes a sangre fría, y cómo el legado familiar recaía sobre sus hombros, e iba impidiendo el desarrollo apacible de su vida personal y amorosa.
Desde lo formal, la narración tiene efectivamente, un ritmo vertiginoso, todo lo que ocurre importa, los enigmas se revelan armónicamente, los juegos con la temporalidad del relato, colaboran para clarificarlo y enriquecerlo, la idea del montaje paralelo, entre una escena de sexo fuerte, más animal que amorosa, y otra completamente virulenta, sobrevive al riesgo de la obviedad.
A ese dominio envidiable de los recursos cinematográficos, Trapero le añade más condimentos:
Una inspirada recreación de época, el excelente trabajo de caracterización de Guillermo Francella, mérito de Araceli Farace; la introducción sutil del melodrama amoroso, y un creativo uso de la banda sonora, con la inoxidable “Sunny Afternoon” de los Kinks como estrella, que ayuda al mismo tiempo, a situar cronológicamente, y a descomprimir, a aligerar el ambiente, cuando la densidad se hace difícil de tolerar.
Y va más allá del simple drama criminal y policial, y trasciende la mera animación de un recorte periodístico de aquellos años de transición.
Trapero vincula, expone, saca a la luz, datos desconocidos para las nuevas generaciones, y para ser rememorados por quienes atravesaron tiempos más oscuros.
Sería imposible, que El Clan funcionara sin sus elementos más importantes.
Un “casting” bien logrado, y con tremendas interpretaciones, permite que absorbamos la realidad de los actos terribles, sin indagar mucho en el pasado de la familia; ratificándose Trapero, como un gran director de actores, en un trabajo profundo de investigación, y lleva a los actores, a transformarse de lleno, en cuerpo, espíritu y psiquis, en personajes conflictivos, durísimos, pero reales, y eso es lo que más llega, pues no son personajes de ficción, que sabemos que “los ametrallan, cruzan desiertos, les ponen bombas, y sabemos que sobreviven a todo”, no; él nos muestra personas que podemos ser nosotros, o un vecino, y saca toda la furia, la brutalidad, las bajezas a las que todos podemos llegar.
Con importantes cambios físicos, el mayor de ellos, el color de pelo, que pasó a blanco, para Guillermo Francella, en el mejor papel de su carrera.
Un actor que se roba cualquier escena; su presencia es pesada por la doble moral que tiene su personaje, y cómo el actor la logra interpretar, representando bondad un segundo, y luego, convirtiéndose en un vil asesino.
Una labor de precisión milimétrica, para convertirse en un psicótico enigmático y siniestro, que entiende la paternidad como chantaje, e inquieta por lo que deja latente:
Una faceta monstruosa, que puede anidar en los lugares menos sospechados.
Pero Arquímedes tiene un espectro menos amplio, pues en él no hay dilemas morales, ni cuestionamientos a su labor, que como hombre mayor, ha decidido forjar su camino, y además, involucrar, quieran o no, a sus hijos.
Conocedor del riesgo, es un completo hijo de puta.
Este “hombre”, miembro de La Alianza Anticomunista, ha sobornado y cimentado el camino delictual, y no asume que, poco a poco, sus influencias en las altas esferas de poder, han decaído.
Y es que Arquímedes Puccio es un “outsider”, un peronista ferviente, pues fue 2 veces funcionario de tercera línea, y se sospecha que estuvo en La Triple A, nacionalista en una San Isidro, en modo “gorila y liberal”
Esa otredad, se ve acentuada cuando pasa a ser mano de obra desocupada.
Desprecia a la gente que lo rodea, que rodea a su familia, las personas que eventualmente serán sus víctimas.
La escena clave, es el planeamiento del secuestro de Emilio Naum:
Arquímedes se reúne con un informante, que lo pone al día de sus movimientos y, sobre todo, de cómo, y en qué gasta fortuna mal habida, “toda fortuna es, en cierta medida, mal habida”
Puccio, insinúa Trapero, se puede ver en sus ojos, no odia lo que Naum posee, sino lo que es.
¿Es ese el origen de su violencia?
En El Clan, Francella ES la película, su actuación es soberbia, el personaje creado es increíble, y además, cuesta ver al actor que todos conocemos como comediante.
No es sólo una transformación física, su composición lejos de todo lo que hizo, es para aplaudir de pie.
Por su parte, Peter Lanzani, consigue que su debut sea sólido, convincente, y ayuda a que los secundarios se luzcan.
Como dato, a Lanzani, la historia lo toca desde lo personal:
“Mi papá jugaba al rugby en el Alumni, y Alejandro en El CASI, jugaron en contra, y mi papá era amigo de Ricardo Aulet, secuestrado y asesinado en el 83, y él me había contado mucho sobre el caso”
Además, dijo que se juntó con amigos del personaje que interpreta, para poder comprender su psicología.
Algo similar le ocurrió a Francella:
“Soy del barrio, y conozco personas que los conocieron, me interesó siempre el caso, cuando los atraparon, se creía en su inocencia, yo estaba muy al tanto, me informé.
De modo que cuando me lo ofrece Trapero, fue muy “movilizante”, lo seguía pero no pensaba en interpretarlo”
De las escenas, destacan los llamativos montajes paralelos, como el que intercala una escena de sexo, entre Alejandro y su nueva novia, con las agresiones a un secuestrado.
Los largos planos secuencias que utiliza en determinados momentos, son perfectos para transmitir la incomodidad y el suspense necesario, para que las escenas sean aún más intensas e incomodas de lo que ya realmente son.
Otras, son aquellas en las que la cámara sirve como elemento familiar, casi analizando de forma sistemática, el cómo funciona este clan, el cómo se mantiene en pie en una era de información accesible.
La fidelidad de Los Puccio, a defender lo maligno de sus principios, es espeluznante, pero no porque se trata de un acto de mal, sino porque el concepto de familia es sagrado, y así se representa en El Clan.
Y lo mejor, sin ninguna duda, es la relación enfermiza que se da entre padre/hijo, de Arquímedes y Alejandro.
El 2º tiene cargo de conciencia, por todas las atrocidades que comete, sin ningún tipo de impunidad su padre, no quiere esa vida, pero al mismo tiempo la necesita para mantener todo lo que ha logrado ser, gracias a los beneficios de los secuestros.
Por eso, en una de las escenas finales, cuando Arquímedes lo incita a golpearlo, diciéndole que por mucho que se arrepienta, todo lo que ha logrado se debe a él, Alejandro lo golpea con más furia inclusive, porque sabe que tiene razón, y eso le asquea, sin dudas, el padre le ha arruinado la vida a toda su familia, pero él es tan partícipe y cómplice como él, por eso decide, ya habiendo tocado fondo, tirarse del 5º peso del Palacio de Justicia, cerrando así la obra, con un broche de oro que cierre la tortuosa y retorcida relación padre/hijo.
Una escena muy bien montada, horripilante por su narrativa, desde lo formal, muy bien construida, y por el fondo, la sensación desoladora, queda por varios días.
El golpe que se logra al final, no solo con las imágenes, sino también con el texto que nos indica lo que ocurrió posteriormente con los involucrados, es suficientemente fuerte, para dejarnos pasmados, creando una marca que no se borrará fácilmente de nuestras cabezas, siendo la mejor manera de terminar, con una impresión de ese calibre.
No obstante, para ponerle algún pero, se utiliza una estructura narrativa, y una puesta en escena, algo rutinarias.
Trapero parece atrapado en una encrucijada expresiva, a medio camino entre el espíritu realista de sus primeras películas, ahí está su interés en la dimensión humana del relato, y su nuevo estatus como director de grandes producciones, que aspiran a conectar con el gran público, ahí está la dimensión casi mítica del personaje de Arquímedes Puccio, que se antoja una versión Argentina del “Godfather” de Francis Ford Coppola o La Mafia de Scorsese.
Los momentos más íntimos del clan, traen a la memoria esas películas, que han explorado entornos de podredumbre moral, a través de crónicas minimalistas, y familiares.
Al principio, casi se puede sentir lástima por la pobreza de Los Puccio, como familia de clase media-alta venida a menos, que es una de las formas más trágicas de pobreza.
Porque Arquímedes es un psicópata, y ni siquiera un psicópata querible.
En una era pre-narcisista, hay más de culpa judeocristiana en la dinámica familiar, que de deseo de realización personal.
La esposa, Epifanía, y los hijos, están al servicio de la causa mayor, que es la familia, y Arquímedes cree que él también lo está.
Pero la religión aparece solo lateralmente:
Arquímedes llama por teléfono a las familias de sus víctimas, desde un teléfono público naranja de ENTEL, enfrente de La Catedral de San Isidro, sí, y todos rezan en la mesa, también.
Pero la institución religiosa, no forma parte a priori, de la patología criminal.
La doble faz entre la afectividad familiar, y la oscuridad criminal, es lo más perturbador a la hora de mostrar cómo funcionaba la familia, dentro de las paredes de su residencia, mientras en el sótano, o en el baño, tenían a las víctimas secuestradas.
Con el baño y el sótano como escondites de las víctimas, El Clan recrea un ambiente perverso, que mezcla el peor de los horrores con una “tensionante” cotidianeidad familiar.
Tampoco el rugby, hasta el final, aparece como un ente normalizador de las relaciones, pero no se muestra como especialmente violento.
¿Entonces?
Con todo el historial de Arquímedes, él y su clan, no hubiera vivido más de un día si la dictadura se hubiera mantenido; y El Clan no pone en evidencia, quiénes articulaban el movimiento de Los Puccio, permitiéndoles operar como un doble agente; y más aún, cómo sobrevivió a la purga de La Triple A, organizada por Las Fuerzas Conjuntas.
Un hombre así, y con contactos, no se entiende, cómo es que le pide al hijo información sobre las víctimas…
Nada de esto se ve en la película; y el tema es tratado como si fuera un caso más de los tantos secuestros que se viven en la Argentina hoy.
La violencia...
Siempre el tema es la violencia.
No hay excesos en el uso de la fuerza, en el “modus operandi” del clan.
Sí, por supuesto, secuestran, golpean, mantienen en cautiverio, matan; y la película se promociona como impactante, casi gore.
Pero llama la atención, una cierta asepsia en los operativos, viniendo de un grupo de ex represores, y por ende ex torturadores.
Resulta mucho más violenta y brutal, la irrupción final de la policía, de la represión estatal, del monopolio del uso de la fuerza.
Entonces:
¿Cuál violencia es la barbarie?
¿Cuál es cuál?
¿Quién es el violento?
¿De dónde viene la violencia?
El Clan tiene buenas ideas y momentos, como la decisión de no ahondar demasiado en el pasado de Arquímedes; una recta final trepidante, pero que carece de una perspectiva global sólida, que cohesione todas las dimensiones del film, desde su forma, su narrativa, y su concepto.
El estilo sucio de El Clan, cuestiona pero nunca explora del todo una pregunta primordial:
¿Es alguien inocente de ser cómplice de un delito, cuando oyó e ignoró los gritos de auxilio, procedentes del sótano?
Por último, la banda sonora sacude la película con temas musicales de The Kinks, Virus, o el “I’m Just a Gigolo” de David Lee Roth.
Temas que acompañan la mayoría de las escenas de secuestro, y que consiguen inyectar un aire eléctrico y lúdico.
La mejor utilización de este tipo de música, ocurre al final del metraje, donde “Sunny Afternoon” de The Kinks, se transforma en el acompañamiento perfecto, para una secuencia que refleja una efectiva cuota de desconcierto, y siniestra ironía.
“¡Ustedes creen que soy un pelotudo!
Mi casa está llena de dinamita.
Si entran, van a volar en pedazos”
Cada día, aparecen notas sobre el destino de cada uno de los miembros del clan, o entrevistas con los familiares de las víctimas de la familia.
Por su parte, tras su aprensión, Arquímedes Puccio, nunca reconoció sus crímenes, y siempre sostuvo ser un patriota, y un preso político.
En diciembre de 1985, Puccio fue condenado a cadena perpetua, más accesorias por tiempo indeterminado.
Durante su presidio, se convirtió a la religión evangélica, y realizó los cursos correspondientes para recibirse de abogado.
Y en abril de 2008, fue beneficiado con la libertad condicional, gracias a “La Ley del 2x1”, por la cual, la Justicia le computó 23 años y 8 meses de prisión.
Y fue trasladado al Instituto Correccional Abierto de General Pico La Pampa, luego que se le revocara la prisión domiciliaria que cumplía en Buenos Aires, por haber violado las condiciones de la misma.
Posteriormente, estando allí, en General Pico, obtuvo la libertad condicional, tras 12 años de cárcel, y continuó así viviendo en esa ciudad, donde ejerció como abogado.
Luego de matricularse en esa provincia, fue a vivir a la casa de un pastor evangélico, y finalmente, luego de haber convivido con una mujer mucho menor que él, se instaló en una pensión, donde finalmente murió en 2013, a los 83 años de edad, por una complicación derivada de un accidente cerebrovascular.
Nadie reclamó su cuerpo, y fue enterrado en una fosa común.
Puccio decía que iba a vivir 120 años, y se jactaba de haberse acostado con unas 200 mujeres.
Y aseguraba reiteradamente:
“Quiero ser recordado siempre”; pues no le temía al infierno, sino al olvido; y hasta ahora, nadie ha visitado su tumba; la cual comparte con un hombre que murió hace 30 años, y los une la misma cruz de piedra carcomida.
La lápida del asesino, es obsoleta, y la letra desprolija, tallada con un punzón, delata que fue hecha de apuro, como “para sacársela de encima”
Cuando detuvieron a Alejandro Rafael Puccio, éste negó ser parte del clan, y ni sus amigos ni su novia creyeron en su culpabilidad.
Siempre lo defendieron.
Cuando tenía que ir a testificar, a fines de 1986, en El Palacio de Tribunales, intentó suicidarse al tirarse desde un 5º piso dentro del edificio.
Como producto de esta caída, padeció de convulsiones el resto de su vida.
El 26 de diciembre de 1995, Alejandro fue condenado a reclusión perpetua; y los primeros años, fue visitado por su novia Mónica, hasta que él le pidió que no fuera más.
Más tarde, se casó con Nancy Arrat, a quien conoció estando preso; y se hizo muy amigo de Sergio Schoklender.
Permaneció en la cárcel hasta el 7 de abril de 1997, cuando fue excarcelado por “La Ley del 2x1”, bajo una fianza de medio millón de pesos.
Pero volvió a quedar detenido el 28 de septiembre de 1999, debido a “un problema en el cómputo de la pena” al momento de su primera excarcelación.
En prisión, estudió psicología, y en septiembre de 2000, recibió permiso para hacer salidas laborales.
Luego de 22 años de cárcel, en el penal bonaerense del partido de Florencio Varela, fue favorecido por la libertad condicional, en noviembre de 2007.
Murió fuera de prisión, en 2008, a los 49 años, por una infección contraída en un hospital, donde se había internado por sufrir convulsiones.
A su entierro, no fue nadie.
La madre del clan, Epifanía Ángeles Calvo, nunca fue condenada, porque no se pudo probar su participación, y se cree que vive en algún lugar de Buenos Aires, y tiene cerca de 90 años.
Del resto de la familia:
Uno de los hijos, Daniel Arquímedes “Maguila”, que fue arrestado cuando iba a cobrar un rescate, nunca cumplió su pena, pues se fue del país, permaneció prófugo, aparentemente por Nueva Zelanda y Brasil, y debido al tiempo transcurrido, la misma finalmente prescribió; y no se sabe con seguridad, donde está.
El otro varón, Guillermo J., se fue de Argentina, cuando la familia tenía encerradas a sus víctimas en casa, y se desconoce su paradero.
Y de las 2 hijas:
Silvia Inés murió en 2011, y Adriana Claudia, era una adolescente cuando se descubrieron los crímenes de sus familiares, por obvias razones, decidió cambiar su apellido.
Mientras tanto, la casa de Martín y Omar, continúa en pie, administrada por una inmobiliaria, y con un valor considerable en el mercado de alquileres.
Por contrato, los inquilinos no pueden tomar fotos en sus interiores… y sigue en poder de Epifanía Calvo, la mujer del patriarca Arquímedes; pero unos jóvenes, instalaron allí un taller de serigrafía.
Una paradoja para un hombre que murió en soledad, el destino que parece abarcar el final de todo homicida.
Como escribió Borges:
“El que mata, se mata a sí mismo.
El asesino no solo mata a la víctima, también mata todo lo que lo rodea”

“El demonio somos nosotros.
Siempre somos nosotros”



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