Labyrinth

“Where everything seems possible and nothing is what it seems”

No cabe ninguna duda, de que en los 80, el cine de género fantástico vivió su mejor momento, disfrutando de un éxito masivo de público.
Era una época en que bastaba una metáfora sencilla, una buena dosis de imaginación, y un montón de marionetas para hacer cine.
Cine familiar que trascendiera sus propias limitaciones, para acabar convertido en referencia popular, pese a las reticencias de la ensimismada crítica de la época.
Cine que reivindicaba el derecho de los niños a pensar, a la vez que ver reflejadas sus fantasías en una pantalla, su derecho a verlas a través de sus ojos de la misma manera, que a través de su propia imaginación, sin necesidad de grandes artificios ni justificaciones.
Pero cine con mayúsculas, y por qué no, con la particular continuidad de esas fantasías infantiles, a medio camino entre la realidad, el sueño, y la pesadilla.
Era un cine que tuvo la mala suerte de coexistir con una sociedad un tanto cínica y desencantada, pero que por suerte para los niños, pareció llegar paradójicamente, en el momento justo.
Casi una tabla de salvación para algunas de las primeras generaciones en tener que lidiar con el síndrome, ya no de padre ausente, sino de padres ausentes, bien por trabajo, bien por los primeros síntomas de lo que hoy llaman “divorce boom” como si fuera algo nuevo.
Un cine que duró demasiado poco, y que sin embargo, ha envejecido mucho mejor de lo que fue considerado.
El cine de fantasía con toneladas de cartón piedra e ingenio, murió con Jim Henson, o y no solo él, sino su ideología de hacer productos audiovisuales, cuando comenzaba La Era Digital; o que simplemente no se hace por ser irrepetible, porque con la llegada de La Era Digital, es impensable que un productor ponga dinero y talento, al servicio de cosas que se podían tocar con las manos, y no solo imaginar tras paneles verdes en los que se insertan posteriormente las imágenes.
En eso, es innegable que hemos perdido, pese a que la perfección de las técnicas digitales crea mundos extraordinarios, y técnicamente perfectos.
El cine de antes, murió con el final de la década reina del pop-rock, los 80, esa de la que David Bowie era uno de sus mitos, cuando el ingenio y no el dinero valían para hacer una película maravillosa; cuando una película se hacía por arte, y no por los beneficios.
“It's only forever, not long at all”
Labyrinth es una película de fantasía musical, del año 1986, dirigida por Jim Henson.
Protagonizada por Jennifer Connelly, David Bowie, David Goelz, Toby Froud, Natalie Finland, David Shaugnessy, Shelley Thompson, Christopher Malcolm, Frank Oz, Ron Mueck, entre otros.
El guión es de Terry Jones, del que hubo 25 versiones distintas a lo largo de 2 años de reescrituras constantes, algunas de las cuales, incluyeron una ambientación en La Era Victoriana; y se reconocen influencias de obras como:
“Alice's Adventures in Wonderland”, “The Wonderful Wizard of Oz”, y algunos trabajos de ilustradores, como Maurice Sendak y Maurits Cornelis Escher.
Existe una novela, escrita a partir del guión de Labyrinth, a la vez que ésta se rodaba, sobre los mismos hechos que se presentan.
El autor es A.C.H. Smith., aunque en lengua inglesa, la novela es muy difícil de encontrar, sólo en subastas.
El director, Jim Henson, conocido por estar siempre relacionado con el show de marionetas, director y guionista, creador de “The Muppets” y titiritero del “Sesame Street”, contó con el respaldo y la producción ejecutiva de George Lucas.
De hecho, Labyrinth bien podrían ser el reverso oscuro de las simpáticas marionetas de la serie de televisión, con la que todos hemos crecido; pero con una mezcla de seres humanos, canciones, con un guión de comedia ligera.
Para su época, Labyrinth fue una apuesta arriesgada, porque el estudio invirtió la friolera de unos $25 millones, y tan solo recaudó unos $13 en EEUU.
Debido al enorme fracaso, Henson abandonó su efímera etapa como director de cine, para volver a la televisión que le hizo popular, siendo ésta, la última película dirigida por Henson, antes de su muerte en 1990.
Se decía que Labyrinth salía como respuesta anglosajona a “Die Unendliche Geschichte” o “La Historia Interminable” (1984) de origen alemán, donde la imaginación espontánea, nos coloca dentro de un lugar muy particular, conjugado con imágenes y música dignas del recuerdo.
Labyrinth es un clásico indiscutible del género infantil, que fascinó a todos los mocosos que la vimos en su tiempo; súper cuidada, llena de detalles, humor, aventura, imaginación, y fantasía a raudales.
Se rodó en Nyack, Piermont, y Haverstraw en New York, y en Elstree Studios y West Wycombe Park, en El Reino Unido.
La trama sigue a Sarah Williams (Jennifer Connelly), una muchacha apasionada por las historias fantásticas, que vive con Robert (Christopher Malcolm), su padre, su madrastra Irene (Shelley Thompson), y su hermanastro bebé, Toby (Toby Freud)
En base a un cuento que conoce, llamado “Laberinto”, ella, por celos y rencor hacia su hermano, le “lanza una maldición del cuento”, anteriormente nombrado... pero las palabras que dijo, surtieron efecto.
Al instante, Toby es secuestrado por goblins, y se hace presente ante Sarah, su Rey, Jareth (David Bowie), ofreciéndole un regalo, a cambio de su hermano.
Sarah se niega, y se arrepiente de lo que hizo, pero no va a poder recuperar tan fácilmente a Toby, pues va a tener que aceptar el desafío de Jareth:
Recorrer el laberinto de su reino en menos de 13 horas, antes de que su hermanito se convierta en un goblin para siempre.
En su aventura, Sarah conocerá a:
Hoggle (Brian Henson), un enano desconfiado y usurero con buen corazón.
Ludo (Ron Mueck), el manso y cariñoso monstruo peludo.
Y Sir Didymus (David Shaugnessy), un zorro que se cree un caballero medieval, y va a lomos de su corcel, un perro caballeresco de nombre “Ambrosius”
Todos ellos esbozados con acierto, y fomentando el espíritu de amistad y buenos valores; acompañarán a Sarah en su aventura de cruzar el laberinto, y salvar a su hermano, de ser convertido en un goblin por El Rey Jareth.
“I ask for so little.
Just fear me, love me, do as I say and I will be your slave”
El laberinto simboliza la inmortalidad.
Simboliza el tortuoso camino, el engañoso e imprevisible camino, que nos conduce después de la muerte, a esa otra necesaria “dimensión de la existencia”
Claro, que el símbolo se ha utilizado de muchas maneras, a veces para indicar simplemente la dificultad material o espiritual, para llegar a algún punto particular.
En las religiones antiguas, tiene el valor de la iniciación y de la vida.
Es un símbolo complicado, porque encierra y vincula entre sí, numerosos significados relativos al camino, a la incertidumbre, al misterio, a la sabiduría, al orden del cosmos, a la naturaleza humana, al destino, y al tiempo.
El significado cultural, y la interpretación del laberinto como símbolo, son muy amplios y ricos.
Está presente en diversas culturas, épocas y lugares, presentándose siempre como un símbolo ligado a lo espiritual.
En algunas casas, la imagen del laberinto se trazaba en la puerta de ingreso, como sistema de protección.
Pero una de las más importantes significaciones del símbolo del laberinto, está asociado a los rituales de iniciación.
Por tanto, el laberinto es el símbolo que representa la búsqueda del centro personal, del sí mismo del ser humano.
Para el encuentro de tan preciado hallazgo, se requiere de un ritual iniciático, que implica la superación, en distintas etapas, de una prueba.
Su figura, puede representar la duda y el extravío, al mismo tiempo que el camino y la búsqueda.
El misterio, el peligro, y el triunfo.
El poder del héroe, y su debilidad.
El sendero interior, y la necesidad de guía.
La vida y la muerte.
El alma humana, y el cosmos infinito.
Y todos estos significados se multiplican por mil, cuando atendemos además a los diferentes tipos de laberintos, y de lugares identificados con ellos, a lo largo de la historia.
¿Qué tesoros guarda?
¿Qué monstruo aterrador protege su centro?
¿Qué secretos oculta, y qué revelaciones?
La única forma de saberlo, es adentrarse en sus bifurcados senderos, y descubrirlo, con los pasos, con los ojos, con la mente, con el tiempo... por nosotros mismos.
Así pues, Labyrinth se adentra en el mundo de los cuentos, con unos personajes nada tipificados, y que resultan muy curiosos; pues se utilizó una técnica muy habitual para la época:
La fusión de muñecos y actores de carne y hueso, para recrear un mundo de ilusión y fantasía.
Como dato de producción, algunos de los titiriteros que trabajaron en el proyecto, se fueron posteriormente a trabajar en estudios de animación por ordenador…
Todos los personajes que van apareciendo por El Laberinto, resultan absolutamente reales, aunque eres consciente de que son “títeres”, poseen una gran personalidad, y realmente dan la sensación de estar vivos.
Labyrinth respira artesanía en todos los decorados, los personajes... todo hecho artesanalmente, sin ningún efecto digital, cosa que es de agradecer; puesto que los efectos digitales, eran poco más que un sueño en aquella época.
Y lo mejor es precisamente eso, la ambientación, las criaturas, y la magia que desprende.
La historia es “casi lo de menos”, porque es un pretexto para presentarnos a una serie de personajes, bastante divertidos y entrañables.
Concebida como un cuento surrealista, en un mundo oscuro y enigmático, Labyrinth enlaza con muchas de las tradiciones mitológicas, enraizadas en la cultura occidental, a través de la introducción de diferentes figuras fantásticas, que jalonan una trama laberíntica en sí misma.
Y nos cuenta la historia de una adolescente, algo ensoñadora, que debe cuidar contra su voluntad de su hermano pequeño, en una lluviosa noche, cuando sus padres acuden a una cena…
La chica recita unas palabras para asustar al pequeño, pero para su sorpresa, invoca a los goblins, unos pequeños monstruos que llevan a su hermano ante El Rey de su mundo.
Para recuperarlo, Sarah deberá recorrer un impenetrable laberinto, donde se enfrentará a temibles peligros y acertijos con los que ejercitar su mente, y se aliará con improbables compañeros de ruta, antes que transcurran 13 horas, y su hermano se convierta para siempre en un goblin.
No obstante, Labyrinth está cargada de metáforas…
Jim Henson ha explicado, que la repetida frase:
“Las cosas no son lo que parecen”, no es un capricho.
Henson explicó, que esa trama, solo ocultaba la verdadera, la del viaje de la niñez a la madurez; hecho que queda confirmado, cuando Sarah acepta al final, la necesidad de crecer, aunque en ocasiones necesite esos “aspectos de su niñez”
Y es que Henson fue un padre maravilloso, entendía perfectamente a los niños, y cada etapa de la vida de sus hijos, aceptando tanto problemas en la infancia, como la adolescencia.
La historia de Sarah, a una edad tan joven que es difícil de entender, la respetaba muchísimo.
Para él, en parte, Labyrinth era como “un regalo para sus hijos”, sobre todo para sus hijas, intentando crear un mundo mágico, de y para una joven de esa edad determinada, de unos 14 o 15 años, mitad niña, mitad mujer.
Siendo ella capaz de existir en ese mundo mágico, extraño y confuso.
Incluso, entrar en ese mundo mágico, formar parte de él, y divertirse.
Así, Labyrinth es una metáfora de lo que quieras que sea...
Pero que sea lo que sea, es algo por lo que todos pasamos; como cuando uno empieza a descubrir la sexualidad, sus impulsos, y todo eso...
Como dato, en los créditos finales, puede leerse:
“Jim Henson reconoce su deuda con la obra de Maurice Sendak”
De hecho, copias de “Outside Over There” y “Where the Wild Things Are”, se muestran brevemente en la habitación de Sarah, en el inicio.
Como en la obra de Sendak, “Outside Over There”, Labyrinth nos habla de la fantasía sin domesticar, como una bestia agresiva, capaz de devorar a los seres queridos de los protagonistas, y a ellos mismos.
Henson además, adquiere una presencia corpórea muy específica:
La de Jareth, El Rey de Los Goblins, a quien Sarah solo puede vencer, tomando control de su propio subconsciente, recortando el aspecto salvaje, sexual, indomable, y de estrella del rock de su némesis, y está claro, de ella misma.
Jareth, es capaz de expresar lo inexpresable:
“Si no te gusta tu hermano pequeño, un bebé indefenso, te libro de él, llevándomelo para que no te vuelvas a preocupar de sus berridos”; y de pervertir las leyes naturales del espacio y del tiempo, para intentar seducir a Sarah con un mundo salvaje, aberrante, inhóspito, y magnético.
Por lo que Sarah se encuentra en una encrucijada, en la que debe decidir su camino en la vida, es decir, enfrentarse a la realidad de que ya no es una niña.
La protagonista, no está adaptada al mundo real en que vive, y se refugia en las fantasías de los libros, como seguro tantos de nosotros, ingresando así en mundos inverosímiles y fantásticos.
El mensaje principal, en ese viaje onírico a través del laberinto, y la escalera de Escher hacia la madurez, se esconde casi al final, en las palabras de Sarah, al despedirse de sus amigos, personificación de muchos de los objetos físicos ligados a su mundo infantil:
“En algún momento, sin ningún motivo especial, les volverá a necesitar”
No es un adiós definitivo, no es el proceso de maduración entendido a la antigua como la negación de la imaginación, y todo lo que nos hacía niños.
Un mensaje sencillo, pero no tanto, y presentado a veces de una manera tan concreta, que casi es necesario mirar con ojos de niño para apreciarlo, quedando grabado como libro de ruta en la memoria emocional de muchos de nosotros.
El laberinto, como la vida, no es justo, no está bajo nuestro control; unas veces no podremos entender sus reglas, otras conseguiremos salir adelante por convicción o por pura suerte.
Recorriéndolo, encontraremos amigos, y también a quienes se quieran aprovechar de nosotros, aunque si miramos bien, hasta podremos ver una parte de nosotros mismos en cada uno de ellos.
Pero cuando se acerque la hora, y nos tengamos que enfrentar a nuestro Rey de Los Goblins, a las consecuencias de nuestros caprichos, y nuestros actos, igual que Sarah, deberemos encontrar nuestra propia voluntad, y nuestro propio reino, porque pese a “los increíbles peligros, e innumerables fatigas”, nada ni nadie tiene poder sobre nosotros.
Puede que todos los niños se quedaran embobados con Sarah, puede que todas las niñas se enamoraran de Jareth, pese a ser el jodido Rey de Los Goblins, pero el despertar sexual se nos presenta con mucha sutileza, a veces de manera pueril, y a veces turbulenta.
El espectador avezado y el pretencioso, pueden hacer las lecturas freudianas de la figura de Jareth que quieran; que sí, que aunque intenta mantener a Sarah en un mundo de inocencia, ofreciéndole todo aquello que ella misma se resiste a cambiar, parece profesar al mismo tiempo, pensamientos muy poco puros hacia ella.
Pero lo cierto es que ese nunca fue el mensaje principal; aunque se encuentre una cierta sexualidad encubierta:
El traje de Bowie, consiste en unas mallas ajustadísimas, que remarcan determinados aspectos de su anatomía, dejando poco lugar a la imaginación…
A lo largo del metraje, se insinúa que Jareth se enamora de Sarah, que recordemos, es menor de edad, y ello queda bien patente, cuando al final le pide que sea su amante, y que le permita gobernarla…
Es un Rey que no cesa en su intento de seducirla, con sus prometedoras ofertas basadas en una necesidad, paradójicamente infantil.
La escena de las manos que detienen a Connelly, que forman caras y hablan, es acaso una alusión a la masturbación…
Y El Pantano del Hedor Eterno… puede ser más evidente a la menstruación, más que a los gases…
Un dato sobre Jareth, es que en su paso por el laberinto, hay imágenes ocultas de su cara, en al menos 2 escenas claramente visibles; que da la impresión de lo subliminal y fantasioso.
Rizando más el rizo… hay una teoría capaz de enturbiar cualquier visionado venidero:
Sarah, pudo ser víctima de abusos por parte de su padre, con una madrastra que vive una rutilante existencia como actriz de teatro.
De soslayo, en las fotos que vemos fugazmente en recortes de periódico, repartidos por la habitación de Sarah, el parecido de Sarah con su madre, y del padre de ésta con el Bowie crooner de mediados de los 80, es indiscutible.
Así se desarrolla una enrevesada macedonia de conceptos, que incluyen un Complejo de Electra endemoniado, y una explicación melodramática para la estructura familiar de Sarah.
Puede que Toby no sea el hermanastro de Sarah, sino su hijo, fruto de una relación prohibida/incestuosa que se cristaliza en un mundo de responsabilidades para las que no está preparada a tan corta edad.
De ahí su histeria ante los llantos de Toby, su deseo de que un hombre rebosante de poder y madurez, le ayude a domar a la criatura, y las amargas asunciones finales, cuando da relativo carpetazo al mundo de fantasía de los goblins.
Al final, el personaje de Sarah, es el que toma la decisión madura, haciéndose adulta como una mujer en sí misma, y sola, dejando atrás las tentaciones, o lo que la sociedad imponga.
Hay tensión y atracción entre ella y Jareth, la atracción que hay entre un hombre y una mujer, pero también es una niña, y todo eso le asusta, y esto queda muy bien reflejado en la escena del baile en la burbuja.
Por otro lado, los personajes de Sir Didymus, Hoggle y Ludo, serían su apoyo espiritual en la historia, combinando las necesidades de Sarah.
Hoggle representa un poco la mezquindad, y quizás sea el personaje que más afinidad desarrolla hacia Sarah, porque el viaje interior que realiza, es el mismo.
Ludo, es la simpleza dentro de una apariencia monstruosa, pero tierna.
Y como un ser simple, aprecia la menospreciada amistad de las piedras, a las cuales puede convocar para asistirle en cualquier momento.
Sir Didymus es hilaridad y osadía, combinadas en un diminuto ser, que complementa a Ludo perfectamente.
Él contrasta de manera radical con su “valiente” corcel “Ambrosius”, el perro que no deja en su empeño de huir constantemente de los distintos peligros que el peculiar grupo encuentra.
Lo curioso de Labyrinth, viene del reparto, pues solo hay 2 notables excepciones, pues todos están, en su mayoría, conformado por títeres y seres fantásticos, diseñados y creados un año y medio antes de comenzar a filmar:
Uno es el debut de Jennifer Connelly, y el “rock star” David Bowie, que además, escribió e interpretó algunas de las canciones incluidas en Labyrinth.
Como dato, antes que Bowie, se barajó a Michael Jackson, seguramente fuera de presupuesto; o Sting, seguramente fuera de lugar, para el papel de Jareth, aunque se dice que fue escrito para Mick Jagger, y que fue éste, quien propuso a Bowie tras rechazarlo.
David Bowie, resulta también efectivo, consiguiendo transmitir la dualidad de su personaje, totalmente andrógino, mortalmente peligroso en ocasiones, pero al mismo tiempo encantador, e incluso seductor.
Uno de los aspectos más criticados en su día por algunos, fue su actuación.
Más allá de algún inoportuno patinazo de vestuario, el británico pone todo su carisma, su capacidad, y su talento musical al servicio de la obra, y creo que recibió muchos ataques gratuitos.
Si no, veamos a Johnny Depp y sus personajes…
¡Todos aplauden!
Otro dato de trucaje, fue que se usó a Michael Moschen, para cuando Jareth hace el juego de manos con las bolas de cristal.
Moschen era un gran artista desde hace años, y querían darle a Jareth ese toque mágico, que como Rey de Los Goblins debía tener.
Y el juego de manos con las esferas, lo representaría muy bien.
Por lo que Michael simulaba con su brazo derecho, el brazo de David Bowie, pero le resultaba muy difícil terminar el truco, ya que su cara quedaba pegada a las espaldas, y no veía lo que hacía su mano con las bolas de cristal…
Es decir, trabajaba totalmente a ciegas.
Muchas de las características y personajes, están basados en diseños hechos por Brian Froud, y cabe mencionar, que el hijo pequeño de Froud, Toby Froud, interpreta a Toby, el hermanito menor de Sarah.
Además de todos los marionetistas, y las marionetas, también hubo 12 enanos disfrazados entre el grupo de Goblins; pero ninguno de los secundarios, tienen desperdicio, tanto “la mujer basura/recolectora/coleccionista de recuerdos”, como los títeres desmontables, como el Gollem…
Y Hoggle fue sin duda, la marioneta más complicada.
Técnicamente para su época, era una de las caras más elaboradas que se había creado.
Con unos 18 motores para controlar las diferentes partes de la cara con ellos, y 4 personas controlándolos por radio-control desde fuera.
El 5º intérprete, es una de las actrices que va en el interior del traje, Shari Weiser, haciendo el movimiento corporal.
Era una tarea ardua, coordinarlo todo, y requirió de mucho entrenamiento.
La criatura de Ludo, era una de las más grandes que se habían hecho, y que solo pudiera manejarla una persona.
Uno de los grandes problemas al crearla, fue hacerla lo menos pesada posible.
En la primera fase de creación, pesaba unos 50 kilos, pero se rehízo todo desde el principio, quedando el peso final en 35 kilos.
Era muy pesada para que una persona estuviera constantemente manejándola, así que se diseñó para que 2 se fueran intercambiando con la mista talla y forma física.
Así, el 80% del laberinto, es un decorado, recreado con juegos de luces y de perspectivas, creando un ambiente hostil, y a su vez mágico.
La mítica escena del laberinto, está basada en la obra “Relativity” de M.C. Escher.
Para Brian Froud, el reto más grande, fue crear el diseño tridimensional del final, y que el diseñador de producción, Elliot Scott, pudiera plasmarlo.
Al final lo consiguió con creces, ya que nada te dice que sube y que baja…
Todo se interconecta.
El truco consistió, en jugar con la iluminación.
La escena del baile, es la única en la que todos son personas, no hay ninguna marioneta.
Había que representar que estaban dentro de una burbuja, así que al director artístico, se le ocurrió que en lugar de hacer un simple salón de baile, tan solo crear la esencia de este.
En lugar de grandes columnas, solo usar capiteles, arañas en lugar de lámparas de araña, espejos reflejándose en varios espejos.
Los disfraces, los diseñó Brian Froud, basando las máscaras de estilo veneciano en los goblins.
Burgueses jugando a ser duendes…
Una parodia de los propios Goblins.
Y también hay referencias a La Mitología Artúrica:
El perro de Sarah se llama “Merlín”, como el mago oficial del Reino de Camelot; y el osito se llama “Lancelot”, El Caballero de La Mesa Redonda más famoso de la historia del Rey Arturo.
O cuando Didymus reta a Ludo a luchar para defender el puente, es como una referencia a La Mitología Artúrica, ya que El Rey Arturo, luchó contra El Caballero Lancelot, defensor de un puente por el que nadie debía pasar.
Después de una igualada batalla, Lancelot y Arturo quedan como los mejores amigos....igual que Ludo y Didymus en Labyrinth.
Pero quedan dudas… y errores.
¿Por qué quieren, David Bowie y todos los goblins, quedarse con el bebé?
Jareth no resulta un villano que eleve la tensión, se echa en falta que se oponga con más fuerza a la protagonista, y su objetivo, al margen de que su motivación no aparece reflejada en ningún momento, más allá de cumplir el deseo que Sarah invoca con sus palabras, al comienzo de la historia.
Unido a cierta escena menos inspirada, como la alocada batalla en la ciudad de los duendes, y ligeras carencias aisladas en el guión, son los puntos más débiles.
Cuando Ludo convoca piedras en El Pantano del Hedor Eterno, se ve claramente que emergen lisas, que casualidad, porque de otra forma no podría mantenerse sobre ellas, pero cuando empiezan a salir, antes fueron redondas; también se comenta, que una sola gota de sus aguas, valdría para oler mal toda la vida, pero, uno a uno, los personajes van pasando sobre las rocas impregnadas en esas aguas…
¿Por qué la canción dice “dale una bofetada al bebé, hazlo libre”?
Cosas del surrealismo, supongo…
De hecho El Reino Goblin parece inventado por la mente de la niña, y tampoco se aclara, si fue todo un sueño, o son criaturas de otro mundo que entran en nuestra dimensión/mundo, o meten a la niña en el suyo…
Aun así, Labyrinth tenía una estética ya decididamente pasada de moda, incluso para cuando se estrenó como una aventura compleja, y de innegable presencia física, con tantas marionetas y escenarios físicos construidos en platós.
Una forma de contar las cosas, teatral y afectada, a la que por desgracia, ya le quedaba muy poco recorrido.
Por último, la banda sonora incluye temas instrumentales de Trevor Jones, y 5 canciones de David Bowie.
“In 9 hours and 23 minutes... you'll be mine”
Cómo puede concebirse la infancia de cualquier persona, sin unas dosis ingentes de fantasía, aderezadas con criaturas mitológicas, situaciones estrambóticas, y tramas vertebradas en torno a aventuras muy alejadas de la vida cotidiana.
Cuando tienes 9 o 10 años, tu mente demanda historias tan inverosímiles, como absolutamente trepidantes.
Se trata de ese espíritu ingenuo, que nos ha movido a todos alguna vez, y nos ha hecho soñar con mundos paralelos, tierras lejanas, y territorios ignotos, aún por descubrir.
La generación de niños de los 80, coartados por las escasas aventuras que se podían emprender en los anodinos barrios, que ahora es aún peor, encontraron un aliado perfecto para su desbocada imaginación en libros y películas, con la clara vocación de sugestionar el hemisferio cerebral derecho, o lo que es lo mismo, el mecanismo del que emerge la inventiva, el pensamiento creativo, y la imaginación constructiva.
Cualquier premisa de ficción, servía para crear una historia con un inestimable poder de evocación, que nos trasladaba a una realidad insólita y, por supuesto, más admirable que la rutinaria tarea de acudir al colegio cada mañana.
Es una lástima que, cuando crecemos, y las obligaciones aumentan acordes a los años discurridos, y esa fantasía que algún día nos hizo libres y felices desaparezca, para dar paso a la implacable instantaneidad de las cosas.
Por ello, Labyrinth ofrece lo que todo adulto, niño, adolescente desearía de la vida:
Huir todo lo lejos posible, hacia un mundo donde todos los deseos fueran cumplidos, o perderse...
Y a la vez, asumir las consecuencias de ese egoísmo.
Inevitable como crecer, es la vida misma.

“Everything I've done, I've done for you”



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