The Last Picture Show

“Anarene, Texas, 1951.
Nothing much has changed...”

Se nos está muriendo el cine, entendido como ceremonia que se escenifica en salas y teatros.
La falta de rentabilidad es la excusa para convertir estos templos del celuloide en bloques de pisos.
Los pueblos y ciudades, sin centros comerciales, quedaron ya huérfanos de sesiones cinematográficas.
The Last Picture Show es una película de 1971 dirigida por Peter Bogdanovich en una adaptación de la novela homónima y semi autobiografía de Larry McMurtry publicada en 1966.
Protagonizada por Jeff Bridges, Ben Johnson, Cloris Leachman, Timothy Bottoms, Cybill Shepherd, Ellen Burstyn, Randy Quaid, Sharon Taggart y Eileen Brennan, entre otros.
El guion, bastante transgresor para la época, fue escrito por James Lee Barrett, Peter Bogdanovich, Larry McMurtry y Polly Platt.
The Last Picture Show fue el primer éxito de Peter Bogdanovich como director, que hasta entonces era un reputado crítico cinematográfico.
En Anarene la gente no es feliz y el relato de The Last Picture Show está acorde con ese sentimiento, mezcla de inconformidad, tedio y dolor, que invade por igual a jóvenes y a adultos.
El núcleo de la acción era la amistad entre Duane, el joven de estilo peligroso y personalidad fascinante, y Sonny, un buen tipo con cicatrices en el corazón.
El tercer personaje de peso es el viejo Sam “The Lion”, dueño del salón de billares y de la sala de cine que ya no tiene público.
Pero la historia coral en origen se centra en seis personajes: tres muchachos y tres adultos, pero realmente hay muchos más, gracias a un guión que les dio espacio y aire, y a una excelente elección de reparto, que no permitió que hubieran personajes menores.
Al principio del filme conocemos a Sonny (Timothy Bottoms) y a Duane (Jeff Bridges), estudiantes del último año de secundaria.
Ambos provienen de hogares escindidos y para sostenerse realizan trabajos menores, sin realmente tener muchas opciones, sin poseer una perspectiva clara sobre su futuro.
Con Duane vemos a Jacy (Cybill Shepherd, en su primer papel en el cine), una frívola e inestable compañera de estudios, la más hermosa y deseada del lugar.
Los tres muchachos tienen sólo cuatro opciones de diversión: un billar, un restaurante, un cine y el sexo, este último una novedad apenas por descubrir.
El despertar sexual, el “coming of age” de tantas películas norteamericanas, aquí no está cubierto de glamur ni de ilusiones.
En Anarene no hay muchos sueños, quizá algo de curiosidad por las urgencias del cuerpo, sobre todo si eso sirve de antídoto al tedio incalculable que los rodea.
En la oscuridad del teatro, mientras ven, irónicamente, discurrir una realidad feliz que más parece ciencia ficción en Father of the Bride, 1950, Sonny juguetea con Charlene, una noviecita fugaz, mientras sueña con Jacy; tras la aparente seguridad de Duane se esconde una enorme inexperiencia y una fragilidad casi insolente, mientras Jacy busca deshacerse de una incómoda virginidad que le impide acceder a otras experiencias más mundanas, lejanas al ideal de un amor romántico que parece no caber en su cabeza.
Duane será su primera pareja, en un encuentro intimo desafortunado.
Es el fin de la inocencia, no sólo sexual, nunca mejor representada que por Billy (Sam Bottoms), el jovencito retrasado mental, a quien Sonny y sus amigos obligan a tener una humillante y fracasada primera relación sexual y que después encontrará la muerte en las calles de Anarene.
Los espíritus puros desaparecen, no tienen ya cabida en este mundo contaminado, donde sólo se vive por el placer momentáneo, parece gritarnos The Last Picture Show.
Pero, y era de esperarse, no sólo los más jóvenes ven en el sexo una escapatoria valida.
Los adultos de Anarene comparten sus mismas angustias:
La madre de Jacy, Lois (Ellen Burstyn) no encuentra satisfacción en su matrimonio, con el jefe de la petrolera local, y busca aventuras con uno de los empleados, quién más tarde seducirá a la propia Jacy.
A su vez, Ruth (Cloris Leachman), la esposa del entrenador de la escuela, busca refugio para su enorme soledad y desamparo en los brazos dubitativos de Sonny.
Será Jacy quién los separe temporalmente, convenciendo a Sonny para que se casen a escondidas de sus padres, en una jugada que busca, ante todo, que la saquen de Anarene.
Como vemos, los enredos de cama están a la orden del día allí, pero despojados de todo rasgo de aventura cosmopolita o de travesura erótica.
Aquí no hay sino, tristemente, hastío y asco por tener que vivir unas vidas vacías y desesperadas.
El único que parece tener claro su papel es Sam "The Lion", el experimentado dueño de los tres negocios del lugar.
Sam es el viejo sabio de la tribu, uno de esos seres con mil batallas a cuestas, marinero en tierra que presiente el fin de sus días.
Y no sólo los suyos, sino los de una época entera, a la que seres como él pertenecían.
Por momentos pareciera que Anarene fuera un pueblo fantasma, poblado de espectros sin memoria y sin futuro.
Quizá ese destino sea tan precario como el del teatro Royal, obligado al cierre por el advenimiento de la televisión, por ese intruso que se coló en cada hogar e hipnotizó a los espectadores hasta el punto de hacerles creer que no había una realidad distinta a la que ofrecía esa pequeña caja con imágenes en blanco y negro.
En una población donde parece que nadie puede escapar a las miradas y los comentarios de los demás, el televisor se antojaba ideal, pero lo que no vieron fue que cerró aún más su mundo, los encerró en casa, los hizo más solos y aislados.
El cine de Anarene, incapaz de responder a ese reto doméstico, sucumbió.
Cuantas cosas desaparecieron en ese entonces...
Todos los personajes que desfilan en The Last Picture Show existieron realmente.
Efectivamente, el guión es extraño simplemente porque su estructura narrativa no se apoya en referencias firmes de relación y temporalidad.
Su gran merito es que esta buscada estructura en vez de diluir la historia, que es lo que suele pasar con guiones poco sólidos, la refuerza: el argumento no pierde, al contrario, gana todavía más; acentúa esa sensación de soledad, estancamiento e incomunicación que sienten todos los personajes e imprime un sentido casi lírico a las situaciones.
Los hogares perfectos de ese momento, con esposos consagrados y jóvenes saludables, de conductas intachables, escondían una doble moral que en The Last Picture Show sale a flote.
Multi premiada película en su tiempo, The Last Picture Show fue reconocida por la Academia con 8 nominaciones incluyendo mejor película, mejor director, mejor actor secundario (Bridges), mejor actriz secundaria (Burstyn), Mejor Guion Adaptado y Mejor Fotografía; y con 2 galardones otorgados al mejor actor secundario (Johnson) y a la mejor actriz secundaria (Leachman)
Rodada en blanco y negro por consejo de su amigo Orson Welles, Bogdanovich brinda una fuerte propuesta con visos de melancolía sobre una etapa de transición, tanto social como política.
El fracaso que lleva a la desesperación, la soledad, la falta de sentimientos verdaderos, la incomprensión, el aburrimiento que exponen a las claras las características de una América Profunda en crisis, perfectamente retratada por el cineasta a tal punto que el espectador se sienta identificado con los personajes y viva sus vacíos existenciales como propios.
Si tuviera que sacar una síntesis de The Last Picture Show sería la siguiente:
''Los hombres son unos estúpidos y las mujeres unas prostitutas''
Es fácil entender porque The Last Picture Show tiene la puntación tan alta, el elenco es irresistible, Jeff Bridges y Cybill Shepherd no pueden ser más hermosos, elevan la temperatura de la pantalla por más que estén vestidos.
Hasta las cuarentonas de la película como Cloris Leachman, Ellen Burstyn o Eileen Brennan tienen un alto atractivo.
Si a estos actores picantes le sumamos escenas sexuales transgresoras, es raro que esta mezcla nos dé un fracaso.
The Last Picture Show muestra un cambio entre lo que se venía haciendo en materia de cine hasta entonces.
Me pareció extraño ver en una película de principios de los setenta ciertas temáticas enfocadas con una dosis alta de trasgresión.
Me refiero concretamente a escenas de sexo, The Last Picture Show me asombró desde esa perspectiva, no quiero decir que la película se circunscriba a esa temática ni nada por el estilo.
Al contrario, me parece que Bogdanovich toca muchos temas en su película, desde un panorama desalentador de la América Crepuscular de la década del 50, donde la esperanza escaseaba, la falta de ideales y proyectos brillaban por su ausencia y ello lo muestra muy bien en la vida de los lugareños de ese pueblito en donde la historia toma su curso y se desarrolla.
El protagonista de la mayoría de ellas es Sonny, un personaje difícil al que Timothy Bottoms encarna con soltura, culminando el trabajo de sus compañeros de reparto; interpreta perfectamente las alteraciones morales que sufre Sonny en su transición hacia la edad adulta y que por tanto, al llevar él gran parte de la potencia dramática, también padece el ritmo narrativo del filme.
Uno de los grandes temas de The Last Picture Show es justo ese, la manera en la que se abandona la adolescencia para llegar a la madurez.
Como es de suponer, no es el único asunto que adquiere interés, al contrario, una de las características más interesantes de The Last Picture Show es su gran variedad temática de subtexto:
El ocaso de las salas de cine con la llegada de la televisión, la superación de la muerte, el sexo como liberación y perversión o la crisis de ideales e innovación en la sociedad americana de los 50 se insinúan a lo largo de toda la película pero al mismo tiempo no se insiste demasiado en ellos, dejando que sean los personajes los que lo expresen indirectamente a través de sus conversaciones y actos, tal y como pasa en la vida real.
“One thing I know for sure, a person can't sneeze in this town without somebody offerin' him a handkerchief...
It's an awful small town for any kinda carryin' on...
And some people got a lotta guns”
Senderos que se dejan, caminos que se abren, rutas todas que, sin embargo, confluyen en Anarene, con sus 1,131 habitantes, con sus calles polvorientas, con el silencio que sólo interrumpe el viento.
The Last Picture Show es una gran película para entender la decadencia, la melancolía, el camino sin salida, y la monótona (rutinaria) vida de unos jóvenes que parecen tener un solitario y polvoriento desierto como único destino.
La idea de que todo tiempo pasado siempre fue mejor que los tiempos presentes está tácita en cada fotograma del filme, se respira en las interrelaciones de los personajes muy bien dibujados y delineados dentro de un guión que llama a la reflexión sobre un período de la historia americana.
Frente a esto, Bogdanovich presenta las nuevas generaciones personificadas por los jóvenes del pueblo, quienes se atreven a más, y que confundidos, como en todo tiempo en proceso de cambio, se encuentran frente a las más variadas alternativas a seguir: la vida fácil, el liberarse sexualmente, el desafiar a los mayores, el divertirse para romper la monotonía, el aventurarse a trasgredir ciertas pautas conductuales, y frente a todo ello una realidad que asusta: la guerra contra Korea.
Pocos espectadores tendrán la sensación de que la década del 70´ y en la diegesis de este film, los 50´, es un momento para desatar, ¿o seguir desatando? una euforia pro-activista-bélica.
Y a todo esto le agregamos que el "cine-dentro-del-cine" ("Red River" como forma de contraponer una "amistad"), nos muestra que ni la más psicodélica euforia ¿acida? del "flower power", podrá salvarnos del ascenso del "nivel lacrimógeno"
Y este es uno de los elementos más interesantes para ver, de la misma forma que en el contexto de los años 60´ se hablaba de una "revolución sexual", en The Last Picture Show que critica muchos más modelos de los que creemos en la simple superficie, hay un poderoso análisis de la utilización del cuerpo y la sexualidad como forma de evitar ¿o escapar? de un ¿cruel? destino tanatico-trágico.
Al final de The Last Picture Show, con Jacy fuera de su alcance, con Duane rumbo a la guerra de Korea y con Billy absurdamente muerto, Sonny, sin más sueños, no ve nada que hacer en esas calles, distinto a tomar su camioneta y huir buscando otros caminos.
Sale de los límites del pueblo a toda velocidad y de repente gira de nuevo y regresa.
Lo entendemos.
No hay nada más allá de Anarene.
Sonny está condenado a habitarlo, girando claustrofóbico en tristes círculos sobre su geografía.
No es posible otro destino.
Bolas de polvo, ramas y escombros se ven pasar por las solitarias calles de Anarene, dignas de un western melancólico.
Ellas arrastran también las ilusiones de sus habitantes, anhelos que empiezan y terminan en ese lugar perdido del mapa, en ese lugar olvidado por la suerte y por los hombres.
En Anarene empieza y termina el mundo.
Quién se atreve a salir no volverá.
Quién se atreve a quedarse desconoce su porvenir.
Y es entonces como descubrimos que la televisión no mata al cine.
El cine ya estaba tan muerto como el billar, como el propio pueblo.
Ese es el mensaje.
Esa es su atmósfera opresora.
Un muchacho barriendo constantemente un polvo que se volverá a posar monótonamente, lánguidamente, donde la única forma de escapar de ahí es, en muchos casos, a través de la muerte.
Son perdedores que no dejan la ciudad para ganar, no luchan por salir de su atolladero, siguen y siguen, como Sam “The Lion”, viendo la vida pasar hasta que otra generación pasará por delante de ellos y se darán cuenta entonces que ya no son el futuro sino que son el pasado.

“Nobody wants to come to shows no more.
Kids got baseball in the summer, television all the time.
If Sam had lived, I believe we could've kept it goin'.
But I just didn't have the know-how”


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