The Painted Veil

“I like China very much.
I like America too.
I like all the places I haven't been”

¿Cuál fue el mayor genocida de la historia de la Humanidad?
Olvídense de Stalin, Atila o Nerón, el mayor asesino de jóvenes y viejos, ricos y pobres, hombres y mujeres fue terrible epidemia de gripe de la temporada 1918-1919, que recaudó unas 100 millones de vidas en todo el planeta y sumió en pánico a un mundo que trataba de recuperarse de la recientemente finalizada I Guerra Mundial, que ya que viene al caso, digamos que generó 16 millones de bajas, muchas menos que dicha epidemia.
Como si hubiera sido una espantosa pesadilla de esas que uno no trata de olvidar, el cine no tuvo mucho interés en ese tema y no abundan películas que nos muestren episodios de dicha tragedia.
Sin embargo otras enfermedades epidémicas han tenido mejor suerte en el cine, especialmente la Peste Bubónica y el Cólera, que se siguen manteniendo más o menos vigentes en la pantalla.
The Painted Veil fue dirigida en 1935 por Richard Boleslawski con un guión de Edith Fitzgerald, Salka Viertel y John Meehan, basado en la novela homónima de Somerset Maugham.
Protagonizada por un bella bellísima Greta Garbo, Herbert Marshall, George Brent, Warner Oland, Jean Hersholt, Bodil Rosing, Katharine Alexander, Cecilia Parker, Soo Yong y Forrester Harvey.
Es probable que el paso del tiempo haya permitido variar la consideración de la obra literaria de Somerset Maugham, de la que presumo sería muy fácil extraer conclusiones ilusorias a la hora de ser definidas como relatos acomodaticios e incluso reaccionarios, pero que quizá el paso del tiempo ha permitido encontrar en ellas una serie de matices de complejidad, encerrados en su obsesión por narrar historias en escenarios más o menos exóticos, que ejercieran como detonante para la transformación de sus principales personajes, en cuyos marcos inhabituales se estableciera una especie de catarsis metafísica que transformara una serie de conceptos hasta entonces mediatizados por una simplista visión occidentalizada.
El guión de The Painted Veil sorprende por la modernidad de su apuesta cuando todavía corría el año 1934.
Si es verdad que existe una defensa de la tradicionalidad de la familia, es también cierto que las acciones del personaje de Greta Garbo son arriesgadas para la época, más si pensamos en la reacción última de su marido, un fantástico Herbert Marshall.
En The Painted Veil encontramos también a una Garbo misteriosa pero al propio tiempo parece desvelarnos su lado humano y, a diferencia de otros trabajos suyos, nos encontramos de frente más con la mujer que con la diosa; vemos a la mujer, la que siente, la que necesita sentirse amada, a la sueca en busca del fuego vital e imprescindible.
El argumento de The Painted Veil es bastante conocido, y relata la historia de una joven perteneciente a una familia que vive en una pequeña población rural austriaca, y que en el fondo no desea pasar el resto de su vida en un contexto provinciano con tan pocas posibilidades.
Ella es Katrin Koerber (Garbo), de quien en los primeros instantes vemos que ha contemplado la boda de su hermana, lo que le permitirá huir de aquel lugar en apariencia amable, aunque en realidad claro destinatario de una existencia gris y sin posibilidades de realización personal.
Llegados a este punto, nuestra protagonista aceptará la inesperada proposición de boda que le solicita Walter Fane (Herbert Marshall), un joven doctor oriundo de dicha localidad, a la que ha acudido con motivo de dicha boda, y que desde pequeño estuvo enamorado secretamente de esta.
Fane ha viajado desde Hong Kong, destino al que tendrá que retornar, y que hará una vez la proposición de boda sea aceptada.
Muy pronto Katrin comprobará que los quehaceres laborales de su esposo le mantienen separado de ella casi por completo, y en dichas ausencias conocerá a un atractivo joven, Jack Towsend (George Brent) que, aun estando también casado, no dejará de cortejarla, aprovechando las ausencias laborales y, sobre todo, vocacionales, de su esposo.
Es entonces, cuando “un velo pintado”, como aquellos que abundan en las viviendas chinas, envuelve los sentimientos de la egocéntrica Katrin y la hace sentirse atraída por aquel galán que la induce a seguir creyendo que ella es lo único que importa.
Hay aquí un hombre que siente amor por toda la humanidad y lleva muy hondo su espíritu de servicio; y hay otro hombre que, en un estado de incalculable crisis social, galantea y adula, y se afana por conquistar con su atractivo a la mujer del amigo.
La soledad es a veces una buena aliada, y el sopesar comportamientos puede llevar a la ocasión impostergable de descorrer el velo.
Ello provocará una tensa situación cuando Walter advierta la situación, retando abandonar a su esposa si Townsend acepta del mismo modo divorciarse de la suya.
Como quiera que este no asume el envite, el matrimonio Fane viajará hasta una lejana localidad situada a quinientos kilómetros de Hong Kong, en donde Walter tendrá que asumir el mando de una epidemia de cólera que está causando estragos entre la población.
Katrin se tomará dicho destino como una venganza de su esposo, aunque las circunstancias y la comprensión de este, poco a poco le harán descubrir que en la persona de su marido se encuentra un ser especial, contagiándole de la vocación de servicio que ha convertido en el centro de su existencia.
Será el momento en el que el amor que siempre ha manifestado Fane hacia su esposa, se vea por vez primera correspondido.
La mayoría de los seres humanos vivimos con un grado, mayor o menor, de obnubilación.
Es como si tuviéramos “un velo” delante de nuestros ojos que nos impide ver las cosas como realmente son.
Percibimos, pero no vemos objetivamente; presentimos, sin lograr concretar lo que trasciende los sentidos; miramos, pero sólo podemos atrapar fragmentos de lo que está frente a nosotros.
Condiciones como estas son las que confirman que, lo que tenemos a nuestro alcance, son simples ilusiones y no, en absoluto, la realidad.

“Why can't we be unhappy together?”


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