The Elephant Man

“lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit”

“Is true that my form is something odd,
but blaming me is blaming God;
Could I create myself anew
would not fail pleasing you.
If I could reach from pole to pole
or grasp the ocean with a span,
I would be measured by the soul
The mind´s the standard of the man”

Es un fragmento de un poema titulado “False Greatness” cuyos cuatro primeros versos son de un hombre llamado Joseph Merrick, y los cuatro últimos versos de Isaac Watts.
“Mi cráneo tiene una circunferencia de 91,44 cm, con una gran protuberancia carnosa en la parte posterior del tamaño de una taza de desayuno.
La otra parte es, por describirla de alguna manera, una colección de colinas y valles, como si la hubiesen amasado, mientras que mi rostro es una visión que ninguna persona podría imaginar.
La mano derecha tiene casi el tamaño y la forma de la pata delantera de un elefante, midiendo más de 30 cm de circunferencia en la muñeca y 12 en uno de los dedos.
El otro brazo con su mano no son más grandes que los de una niña de diez años de edad, aunque bien proporcionados.
Mis piernas y pies, al igual que mi cuerpo, están cubiertos por una piel gruesa y con aspecto de masilla, muy parecida a la de un elefante y casi del mismo color.
De hecho, nadie que no me haya visto creería que una cosa así pueda existir”
“Never.
Oh, never.
Nothing will die.
The stream flows, the wind blows, the cloud fleets, the heart beats.
Nothing will die”
Joseph Carey Merrick (Leicester, Inglaterra, 5 de agosto de 1862 - Londres, 11 de abril de 1890) también conocido como "El Hombre Elefante", se hizo famoso debido a las terribles formaciones que padeció de cáncer desde el año y medio de edad.
Condenado a pasar la mayor parte de su vida enrolado en el mundo de la farándula, sólo encontró sosiego en sus últimos años de vida.
A pesar de su desgraciada enfermedad, sobresalió por su carácter dulce y educado, así como por una inteligencia superior a la media que sólo pudo demostrar en sus postrimerías.
Aunque todavía no se sabe con absoluta certeza, se cree que Joseph pudo haber padecido una grave variación del Síndrome De Proteus, del cual podría representar el caso más grave conocido hasta el momento.
Joseph Carey Merrick era hijo del matrimonio conformado por el comerciante Joseph Rockley Merrick y Mary Jane.
Empezó a presentar los primeros síntomas de su enfermedad a los 18 meses.
A partir de los 4 ó 5 años de edad, en su cuerpo empezaron a formarse bultos y los huesos de sus extremidades y su cráneo se desarrollaron de forma anormal.
A partir de entonces, el coraje y la valentía para sobreponerse a su atroz enfermedad serían las constantes que definirían su vida.
En la Leicester Infirmary le operaron de la protuberancia en forma de trompa de elefante que dio origen a su apodo.
Joseph recordaba que la operación fue muy dolorosa pero que le consiguieron quitar medio kilogramo de tejido y que pudo volver a comer mejor y hablar con más claridad.
Exhibirse en las ferias ambulantes de la época, era la única salida para él aunque no le gustaba la idea.
Merrick supo por un periódico que un conocido promotor de ferias llamado Sam Torr estaba en Leicester y decidió escribirle contándole su situación y que estaba interesado en trabajar para él.
El promotor en cuanto lo vio, supo que iba a hacer negocio.
Inmediatamente lo incorporó en su feria y así Joseph empezó su tránsito por Inglaterra exhibiéndose.
Su número era una gran atracción, corría el año de 1883.
De Sam Torr pasó a la feria del empresario Tom Norman.
De su etapa en las ferias ambulantes, no tenía un mal recuerdo e incluso llegó a hacer amistades con otros compañeros de trabajo.
Con Tom Norman llegó a Londres a finales de 1884.
Norman consiguió alquilar un local frente del Royal London Hospital donde exhibió a Joseph durante unas semanas.
Fue por ese tiempo que el médico Frederick Treves vio a Joseph por primera vez debido a una recomendación de unos estudiantes de medicina que conocían su interés por todo lo relacionado con las enfermedades deformantes.
Treves quedó fuertemente impactado con el aspecto de Joseph Merrick y solicitó a Tom Norman que le dejase hacerle un reconocimiento médico.
Treves observó a primera vista que Joseph había sido operado en la cara puesto que le notó la cicatriz y el queloide consiguiente que se le había formado sobre el labio superior.
Tom Norman llevó a Joseph Merrick discretamente al hospital y allí Treves lo tuvo varios días haciéndole reconocimientos y lo mostró a la comunidad científica del hospital y de otros centros médicos.
Quedando patente que la enfermedad era incurable y que no se podía quedar en el hospital, Joseph tuvo que abandonar el establecimiento.
Durante ese tiempo, Joseph por timidez, miedo y porque no se expresaba bien debido a su boca deformada no mantuvo casi conversación con Treves.
Tal fue su mutismo que Treves pensó que tenía retraso mental, aunque ello no era cierto.
Sin embargo, el director del hospital tuvo la idea de insertar un anuncio en la prensa solicitando ayuda económica para poder hacer un fondo para Joseph y así justificar el poder tenerlo alojado de por vida.
La respuesta de la sociedad inglesa fue un éxito; se recibieron cuantiosas sumas de dinero.
Solucionado el tema económico, se habilitaron unas habitaciones para Joseph que se convertirían en su último hogar.
Nuevamente logró gran repercusión cuando la propia Alexandra, Princesa de Gales, y el Duque de Cambridge se interesaron personalmente por la suerte del infortunado Merrick.
Sería ahí donde Merrick, una vez alcanzada la paz que tanto había ansiado, se dedicó a sus dos grandes pasiones: la lectura de novelas románticas y la escritura.
También, pronto, y persuadido por el doctor Frederick Treves, Merrick comenzó a recibir visitas, a las cuales siempre sorprendió con su extraordinaria educación y sensibilidad.
De entre las numerosas personalidades con las que se entrevistó destaca la de la Princesa de Gales, a quien recibió en varias ocasiones.
Una de las personalidades que más ayudó a Merrick fue una actriz, de apellido Kendall.
La señora Kendall se sensibilizó mucho por el caso de Joseph y se movilizó para ayudar a recaudar fondos para él.
Aunque parezca insólito, Merrick y la señora Kendall nunca se conocieron en persona puesto que ella por aquellos días estaba de gira por Inglaterra y Estados Unidos.
Pero en la mañana del 11 de abril de 1890, a los 27 años de edad, en la etapa más feliz de su vida, Joseph Carey Merrick fue encontrado muerto en su cama.
Treves, tras un examen, concluyó que murió de asfixia al quedarse dormido.
La cabeza de Merrick era enorme y sólo con esfuerzo conseguía mantenerla erguida.
Su desmesurado peso y tamaño impedían que Merrick pudiese dormir tumbado, obligándolo siempre a que lo hiciese sentado y en una posición especial; de otra forma las deformidades le comprimían la tráquea y le dificultaban gravemente la respiración.
Sin embargo, actualmente, tras análisis más detallados de su esqueleto, más que por asfixia, se estima como la causa más probable de su muerte que repentinamente su cabeza se inclinara debido a su desproporcionado peso y se lesionara la nuca.
“Am I a good man?
Or a bad man?”
Merrick, siempre bajo una mirada simplificadora e inocente, creyó que la causa de sus deformaciones procedía del ataque, durante una feria, de un elefante a su madre cuando ésta se encontraba embarazada de él.
De acuerdo con sus propias palabras:
“Vi la luz por primera vez el 5 de Agosto de 1862.
Nací en Lee Street, Leicester.
La deformidad que exhibo ahora se debe a que un elefante asustó a mi madre; ella caminaba por la calle mientras desfilaba una procesión de animales.
Se juntó una enorme multitud para verlos, y desafortunadamente empujaron a mi madre bajo las patas de un elefante.
Ella se asustó mucho.
Estaba embarazada de mí, y este infortunio fue la causa de mi deformidad.
Desde un punto de vista científico, El Síndrome de Proteus es una enfermedad congénita extremadamente rara, que causa un crecimiento excesivo de la piel y un desarrollo anormal de los huesos, normalmente acompañados de tumores en más de la mitad del cuerpo.
Esta extraña enfermedad habría permanecido oculta de no ser porque Joseph Merrick , inmortalizado como el «Hombre Elefante» debido al aspecto que le daban los tumores de su cabeza y el color grisáceo de su piel, fue diagnosticado más tarde de un severo caso de Síndrome de Proteus además de, neurofibromatosis, cosa que los médicos pensaban anteriormente que tenía.
Extrañamente, el brazo izquierdo y los genitales de Merrick no estaban afectados por la enfermedad que había deformado el resto de su cuerpo.
El Síndrome de Proteus causa un crecimiento anormal de la piel, huesos, músculos, tejido adiposo, y vasos sanguíneos y linfáticos.
Es una enfermedad progresiva, los niños suelen nacer sin ninguna deformidad evidente.
Conforme crecen aparecen los tumores y el crecimiento de la piel y de los huesos.
La gravedad y la localización de estos crecimientos asimétricos varían ampliamente, aunque suelen darse en el cráneo, uno o más miembros y en la plantas de los pies.
Hay un riesgo de muerte prematura en los individuos afectados debido a trombosis y trombo embolismo pulmonar, causadas por malformaciones asociadas a este desorden en los vasos.
Otros riesgos pueden venir provocados por el peso del tejido extra.
Se cree que Joseph Merrick murió por el peso de su enorme y pesada cabeza que venció la resistencia de su cuello y cayó hacia atrás, fracturándoselo.
El desorden afecta a los dos sexos por igual, y puede darse en todas las etnias.
El propio doctor Frederick Treves se encargó de su autopsia y de preparar su esqueleto para la exhibición.
También guardó en formol unas muestras de tejido de Joseph pero desgraciadamente se perdieron durante un bombardeo en la Segunda Guerra Mundial.
Treves lo hizo con la esperanza de que los avances de la medicina pudieran desentrañar en el futuro qué enfermedad afectó a Merrick.
Gracias a la excelente conservación del esqueleto, se le han podido hacer pruebas radiológicas que señalan que el mal que sufría Joseph Merrick sería el Síndrome de Proteus.
Hace tiempo que las distancias entre clasicismo y modernidad anuncian, en opinión de los críticos más apocalípticos, el agotamiento del mal llamado Séptimo Arte.
Sin embargo, en una década tan llena de productos comerciales como los ochenta, surgieron obras maestras como la que ahora nos ocupa.
“I am not an elephant!
I am not an animal!
I am a human being!
I am a man!”
The Elephant Man es una película estadounidense de 1980 basada en la historia real de Joseph Merrick (llamado John Merrick en la película), un hombre gravemente deformado que vivió en Londres durante el siglo XIX.
The Elephant Man fue dirigida por David Lynch y protagonizada por un SOBERBIO John Hurt, ENORME Anthony Hopkins, Anne Bancroft, John Gielgud, Wendy Hiller, Michael Elphick, Gordon Hannah y Freddie Jones.
El guion fue adaptado por Lynch, Christopher De Vore, y Eric Bergren de los libros “The Elephant Man And Other Reminiscences” (1923) de Sir Frederick Treves y “The Elephant Man, A Study In Human Dignity” de Ashley Montagu.
The Elephant Man se rodó en blanco y negro, sumando así drama, historia, biopic, crítica social y enfermedad.
The Elephant Man pone en relación la delicadeza de formas de la época victoriana con la rudeza del industrialismo: polución, contaminación, emisiones tóxicas, residuos...
Sobre el contraste de ambos formula una crítica doble, dirigida a la hipocresía de las apariencias sociales y a la agresividad del progreso industrial.
La primera edición de “La Verdadera Historia Del Hombre Elefante” apareció en la primavera de 1980.
El otoño anterior, cuando el libro estaba ya en imprenta, se estrenó en Broadway la obra de Bernard Pomerance, “El Hombre Elefante”, hasta entonces conocida sobre todo por producciones de "teatro artístico"
Allí cosechó un éxito de público considerable y, más adelante, mereció un premio Tony; además, fue el primer trabajo teatral serio del cantante y actor David Bowie, que asumió el papel principal.
En el verano de 1980, se estrenó un montaje de la obra en el Teatro Nacional de Londres, que permaneció largo tiempo en cartelera, y aquel mismo otoño pudo verse en las pantallas la película de David Lynch The Elephant Man.
El extraordinario interés que, gracias a estas adaptaciones tan imaginativas como documentadas, despertó la vida de Joseph Carey Merrick, se tradujo en dos consecuencias fundamentales.
En primer lugar, fijó la historia misma y la convirtió en un mito con movimiento en la conciencia popular.
En segundo lugar hizo que, directa o indirectamente, surgieran nuevos detalles de la vida de Merrick, en ocasiones procedentes de fuentes del todo insospechadas.
Por primera y casi única vez en su historia, Lynch trabajó en un guión no original y en el que tuvo que colaborar con otros dos guionistas más.
La estructura de este largometraje es lo más clásico que Lynch haya podido abordar en toda su filmografía, pero el joven visionario pudo introducir su particular estilo.
Si de algo destaca The Elephant Man sobre todas las cosas, es su tono deprimente, su poderío visual y la humanidad que transpira en cada fotograma.
Lynch convierte a John Merrick, apoyado en la fascinante interpretación de John Hurt y un maquillaje soberbio, en la figura trágica por excelencia.
La obra formula un alegato a favor de las personas desiguales, en especial de las que lo son de modo más aparente.
Expone una concepción de la normalidad que no se funda en la apariencia, sino en las capacidades de las personas afectadas.
Establece una definición de belleza basada en cualidades del espíritu: respeto, tolerancia, simpatía, solidaridad, afecto...
Muestra cómo las reacciones de pánico ante una persona muy desigual se desactivan cuando se constata su humanidad e indefensión.
No asusta la fealdad, sino la malicia y la maldad.
Toda persona con discapacidad tiene derecho a contar con el apoyo social necesario para gozar en plenitud de la máxima integración social posible de acuerdo con sus posibilidades y para maximizar el ejercicio de sus capacidades.
Nada hay tan perverso como aprovecharse de la desgracia ajena.
La acción dramática de The Elephant Man tiene lugar en Londres a lo largo de 6 años: De 1884 a 1890.
El médico cirujano Frederick Treves (Hopkins) acude a la barraca de feria donde J. Merrick (Hurt), “El Hombre Elefante”, es exhibido al público por dinero.
Bytes (Jones) lo tiene a su cargo y lo explota como medio de subsistencia.
Treves conviene con él la liberación de Merrick para ingresarlo en el Hospital de Londres, bajo su monstruosa apariencia de atracción de feria, Merrick es un ser humano sensible y profundamente moral.
A Frederick le mueven razones humanitarias y profesionales.
Descubre con sorpresa que Merrick tiene un cociente intelectual normal y una sensibilidad normal.
El Dr. Treves en principio sólo ve a Merrick como un caso extremo que le reportará cierto prestigio profesional y así lo presenta en una conferencia ante sus colegas: secuencia ésta cercana al cine fantástico, la presentación del paciente ante la comunidad científica recuerda a la de cualquier “mad doctor” que se vanagloria de su descubrimiento, la arrogancia del doctor se hace evidente en este momento.
Treves conseguirá mantener en el hospital al paciente tras recogerlo de nuevo de los maltratos de Bytes y convencer a su superior de la importancia científica del caso, para poco a poco convertirlo en cierta manera en otra atracción, diferenciándose únicamente de Bytes en los métodos.
El guardia de seguridad nocturno (Michael Elphnick) se convierte en otro ejemplo de la alarmante deshumanización del ser humano, en este caso en el ámbito de la ciudad industrializada, de su notoria bajeza moral, pues se convierte en otro feriante que ofrece visitas a quien pague adecuadamente para ver al "monstruo", develándose su actitud también como una consecuencia de su monótona existencia.
La actriz de teatro, la Srta. Kendall (Anne Bancroft) visita al paciente llenándolo de incalculable placer emocional: un emocionado Merrick llora cuando ella le asegura que no es un monstruo sino un persona, tras escenificar un pasaje de "Romeo & Julieta", pero en el fondo encierra un deseo vanidoso y morboso por parte de la actriz ante la curiosidad actual y también, probablemente, la búsqueda del favor del público, no siendo, en ese sentido, muy distinta del público que acudía a las representaciones en la feria de Bytes.
La enfermera jefe (Wendy Hiller), no muestra ningún reparo en atender y cuidar al paciente como una excelente profesional, advirtiendo, sin embargo, a Treves de lo contraproducente de su estancia en el hospital y le pone sobre aviso ante lo que cree ella que es evidente:
Merrick se ha convertido en mero espectáculo para un público más selecto.
Los niños que acosan a Merrick en la estación de ferrocarril de Londres, pues va completamente tapado, son otro ejemplo muy astuto de la crueldad del ser humano.
Incluso la realeza aparece en The Elephant Man, institución que ya de por sí es el paradigma de la falsedad y la apariencia, y que en el film es mostrada, acertadamente, de forma completamente distanciada, acorde con su propia existencia.
Merrick es objeto de “tres miradas” en el transcurso de The Elephant Man.
“Tres miradas” para tres eras del cine: burlesco, moderno, clásico.
Es decir: la feria, el hospital, el teatro.
En la feria no hay alma sino sólo cuerpos de los que reírse; en el hospital hay respeto por el otro, mala conciencia y erotismo mórbido; y teatro es el que deben hacer quienes lo visitan con una máscara de amabilidad que oculta lo que sienten al verlo.
Para ellos, el hombre elefante es un espejo, no para reconocerse sino para aprender a fingir, a ocultar, a mentir aún más.
No obstante Lynch en ningún momento resulta maniqueo mostrando la ruindad de cada personaje negativo y la bondad del protagonista.
Todos y cada uno de los representantes de la normalidad física son lo suficientemente ambiguos para parecer auténticos, identificando diferentes estamentos sociales y profesionales, pero evidenciando sus más oscuros intereses y/o deseos, en ocasiones, envueltos de las mejores intenciones.
En relación a esto, la descripción de Treves no puede ser mejor, pues en un momento formidable su esposa le encuentra sentado en el salón pensativo, reflexionando sobre sus acciones, equiparándose de algún modo a Bytes.
A pesar de que su mujer le asegura que no es así, él es plenamente consciente de lo qué ha hecho y propiciado: eso hace pensar la clausura de esta escena, con Treves inmutable en su silla, absorto aún en su lucha interior.
Porque Merrick sufre a lo largo de todo el metraje, las depravaciones y deseos más oscuros de las dos caras de la sociedad, tanto la clase obrera, analfabeta y que desata sus más bajos instintos, a la alta aristocracia de médicos, artistas y nobles que tampoco son tan diferentes como parece a simple vista.
De nuevo, Lynch nos vuelve a hablar de dos mundos en uno solo, dos entidades que viven separadas, pero que no están muy lejos las unas de las otras.
Es interesante el hecho de la violación del “sancta sanctorum” de John Merrick por su codicioso cuidador nocturno y la pandilla de analfabetos depravados que van a mofarse y burlarse de él.
En el cine de Lynch, la profanación del lugar de descanso de sus protagonistas es una constante, para Lynch la violación del espacio personal del individuo es el mayor terror que un ser humano puede sufrir.
La invasión del espacio personal reflejado en la invasión del lugar de descanso.
Si el individuo no está tranquilo ahí, no lo estará nunca más.
Significa el principio del fin.
“If only I could find her, so she could see me with such lovely friends here now; perhaps she could love me as I am.
I've tried so hard to be good”
The Elephant Man fue un éxito crítico y comercial, y recibió ocho nominaciones a los premios de la Academia en 1981, incluyendo mejor película, actor en un papel protagónico (John Hurt), dirección de arte-decoración del escenario, diseño de vestuario, director, montaje, banda sonora original , y guion adaptado.
Sin embargo, la película no ganó ninguno.
The Elephant Man fue producida por Mel Brooks, que había quedado impresionado por la película “Eraserhead” de Lynch en una proyección privada.
Brooks se aseguró de que su nombre no fuera utilizado en la comercialización y la promoción de The Elephant Man porque no quería que los aficionados esperasen que fuera una comedia.
The Elephant Man fue la segunda película de Lynch, y su primer estudio de cine.
El maquillaje Hurt se hizo a partir de un molde del cuerpo de Merrick, que había sido conservado en el museo privado del Hospital Real de Londres.
Lynch inicialmente trató de hacer la composición de sí mismo, pero los resultados no fueron los esperados.
El maquillaje final fue diseñado por Christopher Tucker.
Fue tan convincente que la Academia de las Artes y las Ciencias, que se había negado a dar un premio especial al trabajo de Tucker, recibieron un aluvión de quejas y se le pidió que creara una nueva categoría de Mejor Maquillaje para los Oscar.
La gran labor de maquillaje no fue recompensada con la estatuilla, porque hasta entonces, no existía esa categoría en los premios de la academia, cosa que se subsanó a raíz de esa injusticia, y a partir del año siguiente, el Oscar al mejor maquillaje ya se entregó, siendo la primera película en ganarlo, An American Werewolf In London.
Además de escribir y dirigir The Elephant Man, Lynch se encargó de la dirección musical y diseño de sonido.
En su descripción de los últimos momentos de la vida de Merrick, The Elephant Man utiliza "Adagio For Strings" de Samuel Barber.
La ambientación como la música constituye un trabajo muy elaborado, donde se hace una recreación de época extraordinaria, una fotografía destacada y visualmente atractiva.
La música estrepitosa de André Previn provoca una sensación insoportable.
Esa sensación de ansiedad y desesperación.
De miedo a lo oculto.
Sin duda The Elephant Man es una obra de arte.
Pone en juego el valor de la vida humana, la carencia de humanidad, el amor por sobre todas las cosas y la compasión y aceptación de lo desconocido.
Giros de violencia, tildes de terror, pantallazos de lo que es una sociedad odiosa, inhumana y bárbara, pero disfrazada por su exagerada formalidad, búsquedas que entran en lo más oculto y negro del ser humano, gritos, llantos y la terrible sensación de estar parado al borde del abismo.
En cada escena, en cada imagen, la simple y mortal impresión del temor genuino, del horror y del cariño.
The Elephant Man es una película completa, además cuenta con meritorias actuaciones, donde el papel de Anthony Hopkins es digno de encomio, como el Dr. que luchará para devolver la dignidad a una persona que hasta entonces recibía peor trato que un animal.
Y John Hurt, como John Merrick, quien encarna a un ser repulsivo por su apariencia, pero infinitamente bello por su cualidad como persona.
Esa distinción por la cual deberá luchar día y noche para ganársela, un ser humano tratado como criatura, que pide a gritos que se lo reconozca como un hombre más, con sentimientos y afectos, y que quiere ser parte de algo nuevo para él: La sociedad.
Esa misma que durante tantos años lo vio como un freak de circo, y que no respetó su condición humana.
Como curiosidad, cabe señalar que el actor Frederick Treves, sobrino-nieto del cirujano, aparece en las secuencias de apertura como concejal tratando de cerrar el espectáculo de monstruos.
The Elephant Man es maravillosa, cruel, bella, despiadada, enternecedora, magistral, horripilante, brillante y triunfal película de culto.
Una historia de monstruos humanos y de seres humanos excepcionales.
Son muchas las sensaciones que se pueden experimentar en los distintos tramos, sensaciones tan dispares como la rabia más absoluta o la ternura más humana.
The Elephant Man es una película humanista, con mucho trato del tema de la dignidad humana y su degradación a la simplificación de "cosa" sin derechos.
Uno no puede dejar de sorprenderse al ver a un Lynch abordando una temática con altísimo nivel conceptual, donde se puede vislumbrar un discurso lo suficientemente profundo como para poder decir que constituye lo mejor del filme, esta cinta da un espacio para la reflexión sobre temáticas muy complejas.
El tratamiento de las mismas es sobrio, convincente y hasta emocionante en ciertos momentos, realmente ver a una persona ser tratada como un fenómeno de circo, solo porque es diferente en su aspecto físico, es vergonzoso.
Es algo muy difícil de asimilar.
Lo peor de todo es que The Elephant Man está basado en una historia verídica, quién sabe hasta dónde es fiel, no obstante ello no entra en cuestionamiento aquí.
Otra temática que se aborda es la crueldad con que la sociedad puede manejarse para aprovecharse del desprotegido, de aquel que es distinto, un tema muy trillado pero siempre vigente la discriminación y sus consecuencias anímicas y psicológicas para la víctima.
La escena:
La catedral de Saint Phillips que Merrick recreó con cartones de la basura del London Hospital, mientras sonaba el “Adagio For Strings” de Samuel Barber tocado por la Filarmónica de Londres dirigida por John Morris, mientras Merrick se disponía a acostarse en la cama como lo hacía la gente normal...
“My life is full because I know I am loved”
"Una cosa que siempre me entristeció de Merrick era el hecho de que no podía sonreír.
Fuera cual fuese su alegría, su rostro permanecía impasible.
Podía llorar, pero no podía sonreír"
(Sir Frederick Treves)
Resumiendo, The Elephant Man es una película poderosa desde su fuerte mensaje, el que nos da a entender que el ser humano puede llegar a ser atroz y despiadado para lucrar con la desgracia ajena o tan caritativo y sensible para lograr con el simple trato amable, lograr recuperar la dignidad de ser persona avasallada por el odio, el abuso, el desprecio, las burlas socarronas y el trato deshumanizado para con quien le tocó por esas cosas del destino ser distinto.
En todos los homenajes a su persona (Merrick) siempre se cita como el rasgo más significativo de su carácter el coraje que supo imponer desde el primer momento a la inhumana crueldad de su enfermedad.
Tampoco dejó de maravillar a sus interlocutores el trato dulce y educado que dispensaba, así como la sensibilidad especial con la que Merrick solía teñir sus impresiones.
Llegó a trascender ampliamente el episodio en el que, ya al final de su vida, después de que una mujer le diera por primera vez la mano, Merrick se deshiciera y rompiera a llorar por la intensa emoción que le produjo no sentirse rechazado; sentimiento al que habría que unir la especial admiración que siempre sintió por el sexo femenino.
Sin embargo, póstumamente el rasgo que mayor interés ha despertado de la personalidad de Joseph Merrick es cómo después de las humillaciones, las palizas y el ostracismo al que fue sometido, se mantuviera desprovisto de rencor, y siempre consiguiese sobreponer su carácter dulce e inocente.
Tanto es así que Ashley Montagu, reconocido antropólogo de la Universidad de Princeton, escribió un estudio acerca de este increíble aspecto de su personalidad titulado "The Elephant Man, A Study In Human Dignity"
Por otro lado, y aunque durante largo tiempo de su vida se ignoró esta otra destacable cualidad, a Joseph Merrick se le reconoció una inteligencia por encima de la media.
La sociedad de entonces quiso transformar a Merrick en un monstruo; pero él con su carácter humano develó a la sociedad como tal.
Tenía un vocabulario extenso y, a pesar de haberse pasado la mayor parte de su vida en el ambiente de la farándula, no sólo sabía leer y escribir correctamente, sino que aún lo hacía con estilo notable; hechos que, en el Londres victoriano de fines del siglo XIX, resultarían sobresalientes para cualquier persona de clase media o baja.
Precisamente es de los estudios de sus escritos de donde se deduce que era una persona de carácter ingenuo e infantil, y de mirada maravillada y simplificadora.
Por último, es imprescindible subrayar el profundo amor que nunca dejó de sentir por su madre, mujer hermosa cuya muerte, incluso por encima de su atroz enfermedad, y en un gesto de admirable humildad, siempre reconoció y padeció como la tragedia más grande de su vida.
Quizá porque con su ausencia se le despojó de todo amor, y porque fue la única que vio tras él al hijo y a la persona.
Sencillamente me dicen que, si, podemos enseñar la felicidad máxima a una persona que jamás en su vida la ha conocido hasta entonces, podemos construir civilizaciones, podemos crear obras de arte de una belleza sobrecogedora, películas que nos toquen el corazón, cuadros que nos remuevan el alma, canciones que nos ericen la piel, libros que nos hagan viajar, atardeceres que se conviertan en instantes mágicos, manos que se entrelacen, besos apasionados en mitad de una playa, instantes de lo que significa la verdadera hermosura de la vida humana, de sus mágicos detalles y momentos.
Pero verdaderamente no sé si todo eso compensa el daño que somos capaces de hacer.
Se puede tardar años en pintar un cuadro, siglos en levantar un imperio pero solo un segundo en destruirlo.
Es algo aplicable a casi todo.
La creación no es instantánea, la destrucción sí.
Un corazón roto puede cicatrizar pero la muestra del daño siempre permanecerá.
Probablemente divague, sé que lo hago, pero necesitaba desahogar todas las reflexiones que esta obra maestra me ha provocado.
El eterno dilema de si somos merecedores del preciado bien de la vida, o realmente deberíamos desaparecer de este mundo para no acabar destrozándolo por completo, a él mismo y a las personas que lo habitamos.
John Merrick lo supo en el último momento.
Se dio cuenta de que nunca podría conocer felicidad más hermosa y efímera que esa.
Sabía, o al menos intuía, que al final la crueldad volvería por otra vía, porque en la vida real siempre sucede.
Decidió aprovechar el momento más feliz de su existencia, para morir con toda la dignidad que la humanidad le había arrebatado durante toda su vida.
Desde pequeño me contaron que Jesús murió en la cruz para redimir nuestros pecados; dos milenios después esos pecados que "El Mesías" vino a eximir siguen estando más vigentes que nunca: el hombre es egoísta, despiadado, bruto, desconsiderado...
Se me ocurre pensar que si algún enviado de Dios volvió a la tierra este debió haber sido el desdichado John Merrick.
Hay, sin embargo, ostensibles diferencias entre un enviado y otro:
El calvario de Jesús duró unos pocos días, el de Merrick más de veinte años;
La muerte de Jesús fue pública y lo elevó a los altares, la de Merrick privada y discreta;
Jesús sabía de su ascendente divino, por lo que conocía de primera mano la vida que tras esta le esperaba lo que sin duda restaba importancia a su "sacrificio", Merrick no, por lo que su final fue mucho más valiente;
Jesús resucitó al tercer día, Merrick pasó rápidamente al olvido... si es que hasta para ser mártir hay que tener padrino.
La verdad…
Somos unos hijos de la reverenda y grandísima puta.
Pero de verdad.
Somos prejuiciosos, rastreros, estúpidos, etc. y etc.
Hasta el punto de que somos capaces de hacerle la vida imposible al prójimo simplemente porque sea distinto de nosotros.
¿Somos así realmente?
Quiero creer que no.
Es imposible que tras ver The Elephant Man no se quiera ser mejor persona. Porque The Elephant Man nos muestra la capacidad del ser humano de superar su forma para trascender a través de su alma, sus sentimientos, emociones y su compasión y bondad.
¿Cuántos hombres y mujeres elefantes hay en nuestras calles y ciudades?
¿Cuántas personas tratadas como animales?
¿Cómo dignificar la vida de los que siempre han sido maltratados?
La madre Teresa de Calcuta recogía a "los hombres elefante" de las calles de la India, los cuidaba, alimentaba, los hacía sus amigos y lo más importante, les daba amor.
Ojalá seamos como este famoso doctor (magistralmente interpretado por Hopkins), personas que reconozcamos dentro de los guiñapos y piltrafas humanas a seres humanos capaces de dar y recibir amor.

“People are frightened by what they don't understand”


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