Nebraska

“I never knew the son of a bitch even wanted to be a millionaire!
He should have thought about that years ago and worked for it!”

El “buen padre”, imagen ampliamente difundida por las sociedades de consumo, es la de “proveedor”:
Aquél que satisface todas las necesidades materiales del hogar; para “que no les falte nada a los hijos” trabaja jornadas dobles, y aún los fines de semana…
El padre no logra satisfacer las necesidades presentes, cuando ya le han sido creadas otras.
Así se desgasta febrilmente, sin darse un respiro, para disfrutar lo importante:
La experiencia única de ver crecer a los hijos.
Los padres que han logrado vencer las tradiciones atávicas de ser meros proveedores, comparten el gozo en la crianza de los hijos, y hablan de “una nueva dimensión en la convivencia familiar”
La voz del padre, es de importancia suma:
Da seguridad, confianza en el porvenir, establece los límites de la conducta infantil, y cierra el círculo del amor que debe rodear al niño.
El padre proporciona un elemento único y esencial, en la crianza del hijo, y su influencia es poderosa en la salud emocional.
La madre le dice: “con cuidado”, y el padre le dice “uno más”, al estimular al pequeño, a subir otro peldaño, para que llegue a la cima.
Juntos, tomados de la mano, padre y madre, guían al retoño en el camino de la vida.
El padre de hoy, se abre a las necesidades más sutiles del hijo:
Las emocionales y las psíquicas.
Trasciende la preocupación de sí mismo, y sus ocupaciones, y logra ver al hijo, en sus propios términos.
Propicia el ambiente que le permita el desarrollo de su potencial, en un marco de libertad responsable, no de dominación.
No se detiene en la periferia, sino que conoce al hijo de cerca.
Lo guía sin agresividad, con firmeza motivada y razonada, por el camino de los valores que desea heredarle.
El padre de hoy, se ha dado permiso para ver con ojos de amor al retoño de sus entrañas.
Advierte en el hijo, más allá de las limitaciones presentes, el cúmulo de posibilidades que está por realizar.
Y a su lado goza cada peldaño de su desarrollo.
Cuando ellos han dado todo, es de justicia, pero es, sobre todo, de amor, darles nuestra ayuda, nuestra presencia, darles, sencillamente, nuestra sonrisa, nuestro cariño.
¡No necesitan más!
Pero la bondad humana es terca y ofuscada:
Choca siempre con el mundo indiferente, y está abocada a la mofa, befa, y parodia de tus semejantes, o simplemente, a que se aprovechen de ti, por verte tan débil e ingenuo cuando curiosamente, llegas a la edad adulta que tuvo algún día tu padre.
Por ello, es importante que cuando ya apenas te tienes en pie, apenas, y si tu mente está lúcida, tu ambición atesora como último rayo de esperanza, la noción de que tu poca fortuna puede cambiar, y si bien sabes que nada tienes para legar a tus hijos, ni siquiera unos remotos buenos recuerdos, hay una tenue e improbable contingencia de soñar, y hacerse con un dinero como llovido del cielo…
Podemos hacer muchas cosas para prepararnos para la muerte de una persona mayor.
Muchas veces, ya lo hacemos de forma inconsciente y conscientemente, si ya han llegado a una edad muy avanzada, o si tienen una enfermedad crónica.
Pero para prepararnos activamente, es bueno cuestionar nuestra actitud frente a la muerte en general, y lograr que sea positiva.
Perderle el miedo, y confiar en un desenlace inspirador, allá donde creemos que seguiremos siendo, una vez que dejemos nuestro cuerpo físico.
En esto juegan un papel muy importante las creencias.
Siempre animo a que se encuentren creencias que inspiren, alivien, y liberen.
Por otro lado, la mejor preparación, es poder vivir a los seres queridos, en cada momento, sin regatear expresiones de cariño, y momentos juntos, aunque no puedan ser muchos.
Esto nos permite estar bien con nosotros mismos, y no tener remordimientos.
No hay que dejar, como los llama Elisabeth Kübler Ross “asuntos pendientes”
También a veces puede ser necesario, reconciliar diferencias que pueden haber surgido a lo largo de la relación.
Prepararnos significa, hacer todo lo necesario, para que el duelo se pueda vivir en sosiego, con el dolor de echar de menos, pero sin culpabilidades ni arrepentimientos.
“Have a drink with your old man.
Be somebody!”
Nebraska es un película de 2013, de comedia con tintes dramáticos, dirigida por Alexander Payne.
Protagonizada por Bruce Dern, Will Forte, Stacy Keach, Bob Odenkirk, June Squibb, Missy Doty, Kevin Kunkel, Angela McEwan, Melinda Simonsen, entre otros.
El guión es de Bob Nelson; y no cabe duda, que Nebraska, ha escrito también una oda al padre.
Nebraska narra, la sorprendente historia de una peculiar familia de “La América Profunda”
Con una espectacular fotografía en blanco y negro, y unas interpretaciones que han acabado en prácticamente, todas las listas de las mejores del año; tanto que Nebraska fue nominada a La Palme d’Or en El Festival Internacional de Cine de Cannes de 2013, donde Bruce Dern, ganó el Premio al Mejor Actor.
También, fue nominada a 6 premios Oscar:
Mejor película, director, actor (Bruce Dern), actriz de reparto (June Squibb), guión original, y fotografía.
Nebraska nos enseña, que muchas veces, sobre todo en la relación padres-hijos, la persona más cercana, nos es del todo desconocida; que la figura del padre es tan poderosa, que podemos llegar a desconocer todo de él, su humanidad, sentimientos, y su propia vida anterior.
El inexorable y despiadado paso del tiempo, los hilos generacionales, viajes físicos que son también interiores, paisajes más vacíos por los muchos que ya no están, los nidos derribados, la tierra que pisamos y que, yerma, se extiende ante nuestra mirada; “El Medio Oeste Americano”, la simple poética de sobre/vivir; restablecer los vínculos, enfrentarse al crepúsculo de la existencia.
Nebraska desprende aroma a cine clásico desde el inicio.
En el momento en que aparece el logo de Paramount, en su versión de los años 50, y la imagen, teñida en blanco y negro, de un hombre caminando por el arcén de una atestada carretera interurbana, Nebraska sumerge al espectador, en un hábitat distinto al que está acostumbrado a visitar.
Después de recibir un “premio” por correo, Woody Grant (Bruce Dern), un anciano con síntomas de demencia, cree que se ha vuelto rico, y obliga a su receloso hijo David (Will Forte) a emprender un viaje para ir a cobrarlo.
Y es que en el pueblo de Woody, rara vez sucede algo interesante.
Su hijo David, trabaja vendiendo equipos de música, acaba de romper con su pareja, y está más cerca de ser un perdedor, que de lograr ser un hombre con éxito; al contrario de Ross (Bob Odenkirk), su televisivo y exitoso hermano.
Y David decirle seguir el juego a su padre, piensa que es el único modo para que su padre, se dé cuenta de que está viviendo una “ilusión” o fantasía, que no hay ningún premio esperándole.
“¿Qué daño hace, dejar que viva su fantasía un par de días más?”, se pregunta David.
En el camino, David decide hacer una parada en Hawthorne, el pueblo donde crecieron sus padres, y que está cerca de su destino, en el que viven gran parte de los hermanos paternos, una parte de su familia que apenas conoce.
Esa parada en el pueblo, crea un conflicto, ya que la familia y viejos conocidos de Woody, al enterarse de que, según él, será millonario, algo que sus hijos y su mujer, que se une a la reunión familiar, desmienten, quieren parte de las ganancias por favores del pasado.
Su momentánea estancia en el lugar, le sirve a David, para averiguar aspectos del pasado de su padre, y que le descubren a un hombre muy distinto al que conoce, por lo que el pueblo y los habitantes de Hawthrone, son básicos para conocer al protagonista de la historia, ya que completan al personaje de Woody, algo que por su carácter cerrado y callado, no se descubre por él mismo.
Ir conociendo a los amigos de la juventud de su padre, a su socio, a su ex novia, le va mostrando a David, la clase de persona que éste era, y que tanto difiere de sus recuerdos de infancia.
Poco a poco, la relación entre ambos, rota durante varios años por los continuos desvaríos etílicos de Woody, tomará un cariz distinto ante la sorpresa de la madre, y del triunfador hermano de David, Ross.
Pero:
¿Qué ocurrirá cuando Woody regrese al pueblo, donde le ha prometido a todos, que “se ha convertido en millonario”?
Nebraska es la vuelta a los orígenes de un anciano en el ocaso de su vida; es su país desfilando ante sus ojos, y es la tierra que lo acogerá en breve.
Son los hijos que se quedarán, es un último intento para intentar redimirse.
Es la vida, que se acaba; y acabándose, a su vez, sigue.
Planteada con gran honestidad, ni se recrea en los aspectos más dolorosos de la senilidad, ni pasa por alto por ellos, encontrando un equilibrio más que razonable.
Lejos de tratar con condescendencia al anciano, nos cuenta su historia, y sus motivaciones.
Y poco a poco aprendemos, qué cosas son importantes en las familias.
Por ello, Nebraska se convierte en una “road-movie”, pero a diferencia de muchísimas otras “road-movies” o melodramas de rencillas familiares, el guión de Bob Nelson, se salta todos los tópicos que encuentra por el camino, como podrían ser los celos entre hermanos, un romance de carretera, o una sorpresa relativa al millón de dólares.
Así, se las ingenia para contarnos una historia distinta, lo cual, en estos días, es reseñable.
Durante la primera parte de Nebraska, Payne acude a la belleza en términos visuales, para narrar lo que será una “road-movie” centrada en la senilidad y la fragilidad de la relaciones; sobre todo las parentales.
En esos momentos, podemos ver las grandes panorámicas que aún siendo un film en blanco y negro, colman “de color” al interior más profundo de Estados Unidos, con caminos amplios, casi tanto como el recorrido que Woody hará, además de cielos con ausencia de construcciones altas, que acompañan inocentemente el relato.
Mientras que la segunda parte, se sitúa ya en el viejo Hawthorne, el pueblo natal de Woody y su esposa; lugar que se puede definir como “pueblo chico, infierno grande” ya que a partir del cambio económico del protagonista, resurgen nuevas y viejas amistades, y con ellas, su intento de beneficiarse del octogenario, pueblos moribundos, donde la mayoría de los jóvenes han emigrado a las grandes ciudades, y donde las personas restantes, solo tienen como diversión, el alcohol y los chismes.
Esta segunda mitad de Nebraska; a diferencia de la primera, está cargada de más situaciones de humor negro e irónico, que a la vez; rozan lo melancólico constantemente.
Pero Nebraska no va de perdedores, sino de personas que se niegan a perder.
De un padre y un hijo, que emprenden un viaje de unos cuantos kilómetros.
Un viaje que servirá para cerrar las heridas que aún estaban abiertas.
En ese viaje, David conoce a su padre de verdad.
Al hombre que podía haber sido, si no hubiera nacido donde nació, sin tener oportunidades para mejorar de vida, condenado por el ambiente, por la época, y por las circunstancias a repetir los comportamientos de su familia, vecinos, y amigos.
A lo mejor, con un poco más de ambición, o de mala suerte, o de egoísmo, como muchos de los que le rodearon siempre, hubiera dejado de ser un pobre buen hombre, y hubiera sido un listo, un aprovechado, o un cabrón como tantos…
En el pueblo donde nació y vivió, descubrió al niño que empezó a beber, porque todos lo hacían, al soldado que volvía siempre derrotado de las guerras, a la novia que pudo haber cambiado su vida, a la mujer que nunca le entendió, a la amante que podría haberlo hecho feliz, al amigo que le robó el compresor, y el futuro, a la familia, egoísta, que lo despreció y abusó de él…
Cualquiera se hubiera echado un trago de más con esa perra vida…
“You see this?
You could have had all this to yourself, and look what you missed out on”
Nebraska es el filme más intimista de su director, que es además originario del estado que da nombre a la película, y que conoce a la perfección.
Payne es un amante de las historias sencillas, y le encanta moverse en “La América Profunda” y narrar la vida rural y tranquila de sus habitantes.
La vibración emocional entre generaciones, se halla íntimamente ligada a la tierra que late bajo sus pies.
En este caso, paisajes vastos, bellos y desolados; réplica o reflejo de sus paisajes internos.
Escenarios en blanco y negro, melancólicos, elocuentes, y poéticos.
El pueblo donde nacieron; un terruño donde todavía viven unos pocos, pero donde muchos más yacen para siempre.
Los vínculos rotos.
La casa donde el viejo Woody nació y fue feliz; un nido desvencijado y muerto, como sus padres y hermanos.
El tiempo y el viento que acaba con todo.
Ya lo dijo aquél:
“Al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver”
¿Por qué esa falta de realidad cromática, me hace parecer todo tan real?
¿Tal vez sea el blanco y negro, el único elemento que puede utilizar el cine, para que la realidad no lo contamine, y así preservarse?
La decisión de su director de rodar Nebraska en blanco y negro, no hace sino acentuar la poética de lo cotidiano, de la vida que se escapa, de un mundo que se pulveriza.
Nebraska muestra “La América del Norte” real, auténtica; justo la que se encuentra al cruzar el espejismo de los “flashes” y el glamur, la cara B del viejo “Sueño Americano”
Un país, como todos, azotado por la crisis, la soledad, y la intemperie.
Es de agradecer, que un director como Alexander Payne, sea de los pocos privilegiados que, en la intrincada jungla de la industria cinematográfica estadounidense, tenga el derecho al montaje final en sus obras, y que gracias a esta posición de poder, consiguiese, contra la opinión de la productora, mantener la premisa de rodar en blanco y negro.
Esa fantástica luz, captada por el director de fotografía, Phedon Papamichael, unida a la elegancia de una realización a partir de planos fijos, con encuadres perfectamente compuestos, y cuyos únicos movimientos, se limitan a panorámicas y “travellings”, nos retrotrae a ese cine de Los Años Dorados de Hollywood, donde la cámara era invisible.
Y es que tenía que ser en blanco y negro, para reflejar esa vida en tonos grises de una familia de Montana.
Para viajar por paisajes desolados por la crisis, por ciudades que se derrumban, por tabernas, karaokes, pequeñas empresas, granjas, hogares, tiendas, viejos despachos de periódicos locales… que se van deteriorando.
Para reflejar unos rostros de supervivientes, con huellas, con arrugas, o sin ellas.
Y Payne lo rueda sin sentimentalismos; siendo la primera vez, que Alexander Payne no escribe una de sus películas, en esta ocasión, el guión corre a cargo de Bob Nelson, que supone su debut como guionista en un largometraje.
Una de las grandes virtudes de la historia que ha escrito Nelson, es la excelente construcción de los personajes de la misma, un aspecto que es de suma importancia en las películas de Alexander Payne.
No solo dirige historias sencillas, sino que sus personajes, son realistas, no resultan difíciles de encontrar en la sociedad.
Nebraska es una historia que encuentra en lo cotidiano, en la rutina, y en sus personajes principales, su punto fuerte.
Woody es un hombre que se cree todo lo que le dicen,  y que siempre está dispuesto a ayudar a los demás.
Es fácil de engañar.
También tiene problemas con el alcohol.
No ha sido ni el mejor padre, ni el mejor marido.
Nebraska es una película de pocas palabras, sin discursos adornados.
La historia que cuenta, resulta agridulce, optimista, y triste a la vez.
Y Payne maneja de maravilla los silencios y las situaciones incómodas.
Cuando los “amigos” y familiares de Woody se enteran de la noticia, todos es amabilidad y abrazos, pero por encima de esa repentina simpatía y preocupación, está el interés.
Tanto la familia, como sus supuestos amigos de toda la vida, aprovechan para pedirle dinero, y saldar cuentas que parecían estar olvidadas.
Y es que, cuando hay grandes cantidades de dinero en juego, el lado más miserable de los que le rodean, sale a la luz.
A pesar de lo lúgubre y triste que pueda parecer todo, ahí reside su mayor acierto, Nebraska está atravesada, de cabo a rabo, por un fino y negrísimo sentido del humor, que equilibra totalmente la balanza, hasta el punto que, a pesar de que en algún tramo del camino, el espectador pueda emocionarse, levemente, la risa o la sonrisa, se acabará imponiendo.
Woody Grant, es un hombre que siempre avanza para conseguir su objetivo, andando o en coche, por muchos obstáculos que encuentre en el camino, siempre va hacia delante.
A Grant le gusta la sensación de haber ganado, de que le haya sucedido algo excepcional.
La relación con su mujer, se podría decir, que es de amor/odio, el personaje de Kate Grant, le añade a Nebraska, un toqué cómico y gamberro inesperado.
Al igual que la muerte, la vejez prácticamente, se ha convertido en un tema tabú en el cine, salvo que seas un septuagenario a la imagen y semejanza de Clint Eastwood, o Robert Redford, que lo mismo, apalean a jóvenes mozos que se ligan a mujeres 20 años más jóvenes.
Por eso, que el protagonista sea un anciano con síntomas de demencia, es algo tan sorprendente, como inesperado.
Payne no adorna la vejez, ya que el deterioro físico y cognitivo del protagonista, se muestra en toda su crudeza, pero sí, la desdramatiza, presentándola como una etapa más de la vida, con sus inconvenientes, sí, pero también con sus ventajas.
La enfermedad, los años, te dan una visión diferente del mundo, te liberan de convencionalismos, y te impulsan a llamar a las cosas por su nombre.
Lo que queda después, es lo que verdaderamente importa.
“You can all go fuck yourselves!”
Nebraska habla de soledad, de aislamiento, y narra con naturalidad y humanidad, la búsqueda de una dignidad de la que muchos, como Woody, el protagonista, se han visto despojados con el paso de los años.
La curiosa odisea de este lacónico, y taciturno septuagenario, interpretado por un superlativo Bruce Dern, aquejado de demencia, o quién sabe si de algo más grave, que por azares del destino, vuelve a su pueblo natal, acompañado por su hijo menor, y la peculiar relación que le une tanto con su mujer, una maravillosa June Squibb, como con su vástago, son las mejores excusas para explorar las relaciones paterno filiales, y mostrarnos lo poco que, en muchas ocasiones, conocemos de nuestros progenitores.
Nebraska tiene fuerza narrativa y visual, pero no resultaría tan memorable, sin el buen hacer de sus actores.
Bruce Dern, ganó una merecida Palme d’Or en el último Festival Internacional de Cine de Cannes, por meterse en la piel del ilegible Woody Grant; y a sus 77 años, inunda la pantalla con su carismático rol, te seduce desde su primera aparición, caminando por la carretera nevada, y respondiendo lacónicamente a la policía, impresionante presentación, sencilla y apabullante, su llamativa imagen de calvo con canas revueltas enternece, sus andares torpes emocionan, un hierático tipo, en el borde de perder la cordura, su poderoso lenguaje gestual, expresa que su tiempo ha pasado, su cansada mirada te sacude, maravilloso cuando le hablan, y parece no enterarse, estando en otro mundo, con su voz carcomida por las vicisitudes, un personaje lleno de aristas, un alcohólico, algo descuidado con los hijos, aún así, su voluntad quijotesca, intenta firmar cheques que su mente no puede cubrir, el actor no cae en la sobreactuación, desbordando naturalidad, emitiendo dolor, angustia, sentimientos nobles, veracidad, hastío, y del que emana dignidad, no te puedes imaginar que finja, colosal por donde se mire.
El cómico Will Forte, por su parte demuestra que puede cargar con el peso de un drama sobre sus hombros.
Forte emite gran cariño, comprensión, y afecto por su padre; curiosamente, Forte, que se hizo conocido, gracias a sus participaciones en Saturday Night Live, y es el encargado de ser el personaje serio dentro de Nebraska, y uno puede notar la evolución que experimenta a lo largo de la trama.
Will Forte, actor al que no había visto en mi vida, me ha sorprendido para bien, además de tener un papel muy bueno:
Interpretar al que posiblemente sea, el mejor hijo de la historia del cine.
Y con permiso de Bruce Dern, aquí la dueña y señora de la función, la roba escenas, es June Squibb, cómo la vieja gruñona y cascarrabias, que escupe fuego, aunque dice grandes verdades.
Una exhibición de don interpretativo, sumergido en una burbuja de palabras mal sonantes, con tono jocoso, que la hacen resultar francamente extraordinaria, y que eclipsan sin duda al protagonista real de la historia.
June Squibb hace de Mrs. Kate Grant, una mujer adorable, y roba escenas, quien, si por mí fuera, ganaría el Oscar a La Mejor Actriz Secundaria, el próximo 02 de marzo.
Y es que me llama la atención, la esposa de Woody, quien al principio, nos cae mal por sus actitudes, pero que poco a poco, se nos mete en el corazón, con su forma desparpajada de ser.
Bob Odenkirk, realiza un trabajo correcto, como el triunfador retoño de los Grant, pero Payne no lo acartona, y le da alma.
Stacy Keach es el antiguo amigo, Ed Peagram, el actor lo encarna con sibilina maldad, lo enviste de simpatía demagógica, le dota de extrovertida personalidad, como la némesis de Woody.
El resto, consigue inspirarnos ternura, a pesar de que en el primer encuentro no despierten nuestra simpatía, como los gemelos Bart & Cole, y ello es prueba de trabajo bien hecho.
El otro gran acierto, es el libreto de Bob Nelson, que con 3 pinceladas muy simples, retrata la avaricia, y la poca química que existe a veces entre miembros de la misma familia, las relaciones entre padres e hijos, y por supuesto, los primeros síntomas de la demencia senil, de una forma, absolutamente enternecedora y realista, sin renunciar por ello al humor.
Otro de sus puntos fuertes es el suspense, pero sin llegar a ser abrumador:
Se está gran parte de Nebraska, deseando saber sobre el pasado de los personajes, y otra gran parte, deseando saber sobre ese millón de dólares, y sus consecuencias.
El gran “macguffin hitchcokniano”
Y lo más importante, todo lo anteriormente descrito, cosido con una simplicidad y sencillez asombrosa, que hace que todo nos parezca como propio y cercano.
Estupendo ejemplo de cómo la naturalidad bien retratada, no necesita de fuegos de artificio para llegar al espectador, y mostrar lo que se intenta.
En Nebraska, vemos nacer a un personaje de una manera maravillosa.
El padre, Woody, un hombre enorme y muy anciano con la mente casi perdida…
Lo primero que sabemos, es que es una carga para su esposa, un agobio para el hermano mayor… y que su hijo pequeño, trata de comprenderle… aunque nunca hayan hablado mucho.
Parece que no les ha hecho muy felices, sobre todo por sus problemas con el alcohol… pero a través del viaje, conocemos, construimos, con las palabras de otros, y con los recuerdos sesgados de Woody, y con la mirada comprensiva e incondicional del hijo, y con el cariño escondido de su esposa, y su otro hijo… el retrato de un buen hombre.
Nebraska tiene momentos que sacan carcajadas, que se basan en algunas sutilezas, o escenas incómodas, pero por lo general, la atmósfera está cargada de tristeza.
Me encantó la escena en donde van juntos al cementerio, y la madre se pone a soltar todas las verdades de los difuntos...
Magnífico plano, en que toda la familia de varones, está reunida mirando la televisión, sentados en sillones a diferentes alturas, metáfora de la incomunicación, o la conversación de las mujeres en la cocina, mientras tanto…
El cartel publicitario de Nebraska, refleja a la perfección, lo que el personaje de Woody aparentemente deja ver de sí mismo, el contorno, pero el rompecabezas que es su personalidad, se va resolviendo, y definiendo a lo largo del metraje.
El núcleo de la historia, es la relación entre David y su padre, y este viaje que realiza para poder estar cerca de él, durante sus últimos años.
Aunque sabe que el premio es una mentira, David decide llevar a Woody a Nebraska, como una forma de agradecimiento.
Con sus constantes divagaciones, Woody no se diferencia mucho de un niño, por lo que la relación padre-hijo que existe entre él y David, se invierte.
Y hay en todo el metraje, un sutil y lejano tono de crítica, a varios aspectos de la sociedad norteamericana.
Todo esto se acompaña de un pasado marcado por el alcoholismo; La Guerra de Corea, y los pequeños entretenimientos de un pueblo detenido en el tiempo; sin ambiciones, ni perspectivas de cambio.
De todas formas, no la veo como una película de crítica social; sus intereses principales, se asientan en otras cuestiones:
Como cité, a la relación entre un hijo y su padre, la vejez, y el no tener la necesidad de tener una historia fuerte y apabullante, para deslumbrar al público.
Es casi imposible, que Nebraska gane el Oscar a Mejor Película.
La única oportunidad la tienen sus actores.
Pero “lo injusto”, es algo cada vez más común, en la más famosa entrega de premios de la industria del cine.
Con todo, Nebraska sabe acompañarse de un gran y efectivo elenco y, de un músico como Mark Orton, que acierta con una bella partitura, de la cual pensamos, que no podría haber compuesto otra distinta, para esta pequeña-gran historia.
“These boys grow up staring at the rear ends of cows and pigs, it's only natural that a real woman will get them chafing their pants”
Nebraska narra un viaje a las entrañas de la familia.
De pequeños, no comprendemos el comportamiento de los adultos, ni las decisiones que adoptan.
Nuestro mundo se divide en blanco o negro, y somos incapaces de percibir los matices.
Por eso, cuando David, después de años separado de un padre alcohólico, del que solo recuerda su falta de atención y cariño, decide apoyarle en esa absurda empresa, comienza a descubrir al hombre que se esconde, detrás de la figura paterna.
La historia refleja una familia normal, que como todas tiene, la capacidad de ser lo mejor, y a la vez lo peor de tu vida.
En el matrimonio, podemos ver un amor real, en el que no hay príncipes ni carreras a cámara lenta para abrazar al enamorado, sino insultos con cariño, el quererse con todo durante años, y el conocerse también, que no hace falta decir nada.
La relación con el hijo, demuestra que nunca se llega a conocer a los padres al 100%, siempre podemos descubrir cosas nuevas, con el simple hecho de pasar un tiempo con ellos y escucharse.
Por otro lado, el tema de la vejez y el Alzheimer, se ha tocado en muchas películas, y no es fácil aportar algo nuevo, interesante, y que no sea sensiblero; y Nebraska lo consigue.
Porque David aprenderá más cosas de su padre Woody, mientras recorren la carretera entre campos de cereales, pueblos, ciudades, y un omnipresente cielo salpicado de nubes, que quizás, todas las de una vida; y Woody encontrará por qué todo ha merecido la pena, mientras algunos espectadores, posiblemente nos preguntemos, si aún nos queda algo más por hacer.
Si ustedes han tenido un buen padre, y aún lo tienen cerca, no duden en darle un regalo que apreciará, tal vez más que una camioneta, o un compresor:
En mi caso, fue una billetera, cuando la propia que ya era muy vieja, guardaba toda su memoria y nostalgia, se la regalé para navidad, con mi primer salario.
Esa vez, vi llorar a mi papá, como pensando que ya había hecho todo por mi…
Y ahora que se fue, sin habernos reconciliado, extraño lo mucho que pudimos haber compartido juntos.

“He just believes what people tell him”



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