Philomena

“Some people have problem to deal with the past...”

Uno puede embarcarse en todo tipo de búsquedas:
Las hay por la aventura, las que se emprenden en pos de la fama, o las que persiguen un interés financiero, y si bien, todas ellas despiertan compromiso y determinación por nuestra parte, no hay alguna que se le compare, a la búsqueda de un ser amado, sobretodo, de una madre por su hijo.
Philomena Lee, era una niña irlandesa y católica, que entró a los 6 años a estudiar en un internado católico.
Cuando se graduó, de 18, salió por primera vez al mundo real, y pronto se dio cuenta, de que las monjas habían omitido muchas cosas en su educación.
Entre ellas, de dónde vienen los bebés…
Una tarde, poco después de su graduación, Philomena visitó la feria de su pueblo, donde conoció a un joven, que la invitó a “una manzana caramelizada”
Meses más tarde, cuando comenzó a crecerle la barriga, se enteró de que estaba embarazada...
Su padre, avergonzado, la envió al convento irlandés Sean Ross, para esconder el embarazo.
Allí tuvo a su hijo Anthony, el 5 de julio de 1952.
Ello fue la peor deshonra y vergüenza social para su familia.
Sus parientes le dieron la espalda, y la enviaron a un convento en Roscrea, una pequeña ciudad en el condado de Tipperay, en Irlanda.
Lo que sucedía en el convento, era que ellas tenían que abandonar el nombre propio, y adquirir un nuevo.
Durante 3 años, Philomena se llamó “Marcela”
En el convento, Philomena tuvo que convivir con otras mujeres, consideradas como “indignas” por quedar embarazadas antes del matrimonio.
Como parte de pago, por el cuidado que las monjas le daban a Philomena en su gestación, la muchacha tenía que lavar la ropa y, de paso, le hicieron firmar un documento, por el que se compromete, a no buscar a su hijo nunca.
Philomena solo podía ver a Anthony, su hijo, una vez al día.
Durante los siguientes 3 años, Philomena trabajó arduamente en la lavandería del convento, junto a docenas de otras jóvenes que, como ella, habían quedado embarazadas, sin estar casadas.
No tenían otra opción:
La única manera de irse, era pagarle al convento, 100 libras por haberlas acogido, una suma que ninguna tenía.
Las monjas les repetían constantemente, que habían cometido un pecado mortal, que eran unas degeneradas, y que por eso, estaban obligadas a dar a sus hijos en adopción.
Era la penitencia justa, por ceder ante sus deseos carnales.
Pero no les quitaban a los niños inmediatamente, sino que las dejaban verlos una hora al día, hasta el momento en que sus nuevos padres se los llevaban.
Philomena, vio crecer a Anthony durante 3 años, hasta que un diciembre, sin siquiera avisarle, una mujer lo adoptó.
Un día, las monjas le informaron a Lee, que su hijo había sido dado en adopción a una familia de EEUU.
El dolor, la angustia, y la pena, la invadieron.
Décadas más tarde, una mujer recuerda ese día vívidamente:
“Gritó su nombre, desesperada, y corrió hasta las puertas del convento, donde lo vio alejarse en un carro negro.
Asegura que el niño se asomó por la ventana trasera, buscándola”
“Recuerdo que era una tarde de domingo.
Siempre lloro cuando pienso en ese día”, dijo Philomena.
Y es que cuando Anthony nació, las monjas obligaron a Philomena, a firmar un documento en el que renunciaba a él, y juraba nunca intentar contactarlo:
“Por Dios, no quería que se fuera.
Les rogué que me dejaran quedarme con él.
Ninguna de nosotras quería entregar a nuestros bebés, ninguna.
Pero:
¿Qué más podíamos hacer?” dijo indignada.
Abandonada por su padre, Philomena siguió trabajando para la Iglesia, en un hogar para jóvenes delincuentes en Liverpool.
Luego estudió enfermería, y en 1959, se casó y tuvo otros 2 hijos.
Nunca le dijo a nadie de Anthony, porque recordaba, cómo las monjas le habían hecho creer, que se iría al infierno por sus supuestos pecados:
“No pude decirle a nadie, durante toda mi vida.
Estaba tan intimidada, era tan terrible, tener un bebé fuera del matrimonio.
Cada año pensaba:
“Les voy a decir”, pero en mi corazón, estaba demasiado arraigada la idea, de que no debía” dice.
Pero jamás olvidó a su primogénito:
“Era hermoso.
Un niño amable, tranquilo.
Tantas veces me pregunté:
“¿Qué estará haciendo?
¿Habrá ido a luchar en Vietnam?
¿Vivirá en la pobreza?” se cuestionaba.
La intriga la llevó a visitar el convento varias veces, entre 1956 y 1989, en busca de ayuda para encontrar a su hijo.
Pero las monjas se negaron a darle información.
Philomena siguió guardando su secreto, hasta una noche de 2004, cuando le confesó todo a su hija Jane.
Philomena, no le dijo a nadie que su hijo fue adoptado…
Guardó su doloroso secreto, por más de 50 años, hasta que un periodista de la BBC, Martin Sixsmith apareció en su vida.
Durante 20 años, Martin Sixsmith trabajó como corresponsal de la BBC en Moscú, Washington, y Varsovia, y fue director de comunicaciones del Partido Laborista británico.
Vivió de cerca, el lado más oscuro del poder, cubrió guerras, y desastres naturales, y se consideraba un hombre endurecido por la experiencia.
Por eso, cuando le propusieron contar la historia de una mujer, a quien le habían robado a su hijo hacía 50 años, Sixsmith no sintió interés.
Pero, como acaba de perder su trabajo, no le quedó más remedio.
Lleno de prejuicios, accedió a conocer a la protagonista de su historia:
Philomena Lee, una irlandesa de para entonces, 68 años.
La señora lo encantó rápidamente, con su personalidad bondadosa, y su trágico relato, y Sixsmith accedió a ayudarla a encontrar a su hijo perdido.
“Las cosas que descubrí en los 5 años que dediqué a esta misión, la profunda falta de humanidad, y la crueldad con que me topé, me dejaron boquiabierto”, escribió Sixsmith en un libro, con la historia de Philomena.
Su única pista, era que al niño, lo había adoptado una pareja de estadounidenses.
El periodista, revisó miles de archivos nacionales y de la Iglesia, trámites de agencias de adopción, y finalmente, los obituarios de periódicos de EEUU, donde encontró que Anthony, cuyo nombre había sido cambiado a, Michael A. Hess, había muerto el 15 agosto de 1995, a la edad de 43 años.
Sixsmith volvió a los archivos, viajó a Estados Unidos, buscó entre los registros de universidades locales y los del Partido Republicano, y confirmó que ese era el hijo perdido de Philomena.
Michael, había crecido en St. Louis, Missouri, se graduó en la Universidad de Notre Dame en 1974, y posteriormente, obtuvo el título de abogado en la Universidad de George Washington.
Michael Hess, comenzó en los años 70, a trabajar en el National Institute of Municipal Law Officers.
En 1981, durante la primera presidencia de Ronald Reagan, Hess se unió al Comité Nacional Republicano, como integrante del equipo de abogados, ascendiendo primero a Asesor Asistente, y luego a Asesor en Jefe.
Hess se convirtió entonces, en el abogado estrella de los republicanos, durante las administraciones de Reagan y George H.W. Bush.
Él era una figura importante en las batallas de la redistribución electoral de finales de 1980, y principios de 1990, y fue admirado por su integridad, y la búsqueda de la justicia en este asunto.
Pero su éxito público, no reflejaba sus problemas más íntimos:
Michael era homosexual, y vivió atormentado, por no saber de dónde venía, ni quién era su madre.
Por eso, viajó 2 veces a Irlanda, y les pidió a las monjas que le ayudaran a encontrar a su madre.
Ellas le dijeron, que no tenían manera de contactarla, a pesar de que Philomena ya había estado allí, preguntando por él.
Además, los tíos de Michael, vivían a pocas cuadras del convento, pero las monjas también omitieron esa información.
Tras su búsqueda frustrada, Michael se descarriló, y comenzó a beber excesivamente, y a salir de fiesta a diario.
Un bar local de Washington DC, de aspecto no muy lujoso ni llamativo, atraía a numerosos empleados del mundo político, pocos de ellos, totalmente fuera del clóset en su trabajo, y contaba con una pista de baile, y ocasionales “drag shows”
Su peculiar arquitectura sin ventanas a la calle, ofrecía niveles de protección, una especie de capullo de seguridad, contra la mirada de peatones no advertidos.
Había una zona no techada, donde la gente podía beber y mirar las estrellas, pero incluso, eso estaba protegido del público exterior.
Es allí, donde se podía encontrar a Michael Hess, el abogado del Comité Nacional Republicano durante los gobiernos de Reagan y Bush, y un cliente regular, al menos durante sus primeros días en Washington.
También, podría haberlo encontrado, desempeñándose como DJ en clubes locales, y en la estación de radio de la Universidad George Washington, donde era conocido por sus gustos eclécticos, que iban de Grace Jones, a The Grateful Dead.
Hess, que creció en el Medio Oeste, se formó en una familia católica, comenzó a lidiar con su sexualidad, apenas llegó a la edad adulta, tuvo citas con diversos hombres, y luego mantuvo una relación estable, de más de 10 años, con Steve Dahllof, que trabajaba en relaciones públicas para el Food Marketing Institute, entonces National Restaurant Association.
La pareja, vivía durante la semana en un apartamento en el Wyoming, un viejo edificio en Columbia Road.
Los fines de semana, se trasladaban a su granja en West Virginia, protegida por 3 perros que habían conseguido a través de la Humane Society.
Pero en una de esas noches de farra y descontrol, contrajo SIDA.
Poco antes de morir, volvió al convento, y pidió permiso, donando una generosa suma de dinero, para ser enterrado allí.
La inscripción en su tumba dice:
“Michael Hess, un hombre de 2 naciones y muchos talentos.
Murió el 15 de agosto de 1995, Washington DC”
Michael pidió ser enterrado en el convento, para dejarle una pista a su madre...
La búsqueda de Michael no tuvo un final feliz, pero sí ayudó a revelar los crímenes que la Iglesia cometió con impunidad, durante décadas.
En su investigación, Martin Sixsmith encontró que, como Philomena, miles de mujeres fueron enviadas a conventos, entre los años 50 y 70, a tener a sus hijos en el anonimato.
El Estado, no solo lo permitió, sino que le pagaba a la Iglesia, una libra semanal, por cada mujer que tenía bajo su cuidado, y 2 chelines por bebé.
Pero esa suma, era mínima comparada con el precio por el que las monjas vendían a los niños, de entre 500 y 1.500 libras cada uno, un monto de dinero, que por lo general, solo podían pagar estadounidenses pudientes.
Por eso cada año, durante más de 2 décadas, salieron de Irlanda, unos 500 niños.
A los padres, no se les hacía ningún tipo de estudio, para certificar que serían buenos progenitores, de hecho, ser católicos practicantes, era el único requisito.
Cuando comenzaron a correr rumores sobre estos abusos, muchos de los documentos oficiales desaparecieron, o se prohibió consultarlos.
Años de abuso psicológico, hicieron que estas mujeres callaran sus historias, pero la valentía de una de ellas, ha despertado a la sociedad irlandesa.
Después de 60 años, finalmente se está exigiendo justicia, pero para muchas madres, como Philomena, puede que ya sea demasiado tarde, para encontrar a sus hijos.
Siguiendo la retorcida lógica católica, según la cual, quedar embarazada en la adolescencia, es un acto de maldad que más que apoyo amerita castigo, digamos que el asunto “tenía sentido”, sin embargo, si a esto sumamos que las monjas vendieron el bebé, a una pareja de estadounidenses, y que ésta era una práctica habitual entre decenas de conventos irlandeses, bueno, digamos que el cuento del infierno palidece, frente a la atrocidad de una Iglesia, al fomentar adopciones forzadas, violando sistemáticamente, Los Derechos Humanos.
No lo digo yo.
Un comité de la ONU, responsabilizó al Vaticano, y solicitó que se investigara, y compensara a las víctimas.
“These two unlikely companions are on a journey to find her long lost son”
Philomena es una película dramática británica, dirigida en 2013, por Stephen Frears.
Protagonizada por Judi Dench, Steve Coogan, Charlie Murphy, Simone Lahbib, Anna Maxwell Martin, Neve Gachev, Sophie Kennedy Clark, Charlotte Rickard, Nichola Fynn, entre otros.
El guión es de Steve Coogan y Jeff Pope, basados en el libro “The Lost Child Of Philomena Lee” de Martin Sixsmith, quien narra la verdadera historia de Philomena Lee, y la búsqueda de su hijo por 50 años.
A diferencia de la adaptación cinematográfica, el libro se concentra más en la vida de Michael/Anthony, antes de su adopción; pero el guión, prefirió dar brillo a la crisis de fe, y los dilema éticos afrontados por Philomena Lee, coloreándolos con la dosis precisa de un humor, que no por delicado, deja de ser ácido y punzante.
Se trata de una apuesta genial, una forma de seducir, tanto a quienes están dispuestos a cuestionar los cimientos de la Iglesia Católica, como a quienes se abstienen de hacerlo, ya sea porque le temen, o porque realmente, creen en ella.
La verdadera historia es muy trágica, y el humor era importante, para relajar el ambiente y digerir el trago.
No se quería reflejar este relato de manera trivial, sino hacerlo más accesible y más emocionante, mediante diálogos humorísticos.
Se hizo con mucho respeto, pues Philomena es una persona extraordinaria, que ha sufrido mucho, y merecía la mayor atención.
A pesar de su edad, también ella tiene un sentido del humor bastante asombroso.
El cinismo y la crítica humorística, se dirigen más bien, contra la Iglesia.
“Me gustaría mucho, que El Papa Francisco pudiera ver la película, me interesa su opinión, porque me parece una persona buena, y sensible”, dijo el guionista.
Philomena está nominada al Oscar como:
Mejor película, actriz principal (Judi Dench), guión adaptado, y banda sonora.
Philomena, recrea el ambiente hostil de una comunidad de monjas irlandesas, quienes “en nombre de la palabra del Señor”, han causado estragos en la vida de decenas de niñas huérfanas.
Encerradas en la cárcel de creer vivir una vida de pecado, muchas de esas jóvenes, han perdido la vida.
Pero también, Philomena habla de cómo el destino, obliga a cerrar círculos, y evitar dejarlos inconclusos.
La trama gira en torno a Martin Sixsmith (Steve Coogan), un cínico y descreído periodista, caído en desgracia, que un buen día, se encuentra con la historia de su vida:
Philomena Lee (Judi Dench)
Una humilde, pero siempre bienintencionada mujer, de setenta y tantos años, que se ha pasado los últimos 50, buscando a su hijo.
La historia de Philomena, es una que ha tratado de ser silenciada durante medio siglo, y habla de cómo la estricta sociedad de la época, le robó a su recién nacido, y la condenó a ingresar en un convento como castigo, por quedarse embarazada tan joven.
Ahora, el periodista y la anciana, pero valerosa mujer, decidirán unir sus fuerzas, y se embarcarán en un viaje inolvidable entre 2 continentes, en busca de la verdad y de la justicia, y que les cambiará la vida a ambos para siempre.
Recorriendo distintos escenarios, ambos protagonistas se vuelven más simpáticos con cada escena, entre ellos, y con el espectador.
Si bien, se trata de acostumbrarnos a sus personalidades, no es coincidencia que dejemos pasar sus pequeños defectos, retratándolos como personas cotidianas de mundos muy distintos.
Es un pequeño y simpático choque de personalidades, y como tal, tanto las desgracias, como las sorpresas, llaman su atención.
Esto une la inocencia de Philomena, la notable amargura de Martin, y los corazones de ambos, mientras que cada uno, gana algo del otro.
Philomena se podría encuadrar, en la categoría de “road-movie”, o de “buddy-movies”, es decir, de 2 personajes contrapuestos en viaje, los 2 protagonistas, Philomena y Martin, pertenecen a 2 universos paralelos:
Ella es una mujer mayor, muy amable.
Él es de mediana edad, y de maneras toscas.
Ella es muy católica, y él es ateo.
Ella es una mujer sensible y calmada, él cínico e iracundo, y como es de esperar, entre los 2 se establece una singular relación de tiras y aflojas.
El ritmo resulta muy fluido, con momentos emocionantes, mezclados con elementos de humor, que sirven para desengrasar, ello tocando temas como el amor de madre, el amor de hijo, del perdón, de la redención, de los sentimientos de culpa, de la represión sexual católica, sobre la fe inquebrantable, sobre las paradojas maléficas de la Iglesia, sobre la piedad, sobre las raíces espirituales, incluso, toca la homofobia, esto en la sutil crítica a la administración de Ronald Reagan, a la que se acusa de culpar a los gays, de provocarse el SIDA...
Stephen Frears en Philomena, apunta a narrar una  historia sobre abandono, culpa y redención, que cuestiona y critica tanto a la religión católica, como a la política mundial.
A través de sus recursos cinematográficos, logra sin caer en lugares comunes ni acudir a golpes bajos, conmover y/o manipular la emoción del espectador, para trasmitirle el dramatismo que los actores le imprimen a Philomena.
Tal vez, si Philomena se hubiese entregado a su costado confrontativo, que se diluye con el pasar de los minutos, o al cinismo cómico políticamente incorrecto de los protagonistas, podría resultar más que un mero drama, demasiado calculado.
Con una marcada presencia de los mandamientos religiosos, como huella de un pasado disciplinado y estricto, Philomena aborda en reiteradas oportunidades, la temática del pecado, el perdón, y la fe.
Grandes temas de debate popular, que marcan diferencias entre las personas que no piensan de la misma manera, como es el caso de Philomena y Martin.
Mientras que ella es ultra católica, él se burla de las imágenes santas, y en actitud cuestionadora, no puede acceder al concepto de creer, sin comprobar.
Extrapolando el concepto hacía el terreno del quehacer cinematográfico, el contrapunto entre Philomena y Martin, marca el ritmo de este drama, que tiende a la lágrima.
Philomena no tiene golpes “bajos” y despierta ternura, la inocencia del personaje homónimo, cuando comparte su novela vivencial, y las que lee permanentemente, como si fueran “cuentos de hadas”
Sin dejar de justificar el cruel castigo que le impusieron, confiesa a quien la escucha y ayuda en su trágica búsqueda, como gozó el momento sublime de la concepción, y hasta se refiere a las sensaciones de su clítoris, como un órgano desconocido para muchos…
A medida que descubre el destino de su hijo, se consuela diciendo:
“conmigo no hubiera llegado a tanto”
Por suerte, el niño fue llevado junto a una niña con la que se volvió inseparable, y se había hermanado.
Philomena también ilustra el historial de injusticias de nuestra sociedad humana, que todavía mantiene la geometría piramidal, con “superioras” y “superiores”, que someten, y convierten en hereje, a cualquiera que se aparte de sus pétreos valores.
Aunque esté basado en una historia real, la mejor forma de visionar Philomena es sabiendo lo menos posible del material del que parte, porque este viaje en busca del hijo perdido, está lleno de sorprendentes revelaciones, que se disfrutan mejor sin conocerlas de antemano.
Además del componente de “buddy-movies” del que ya hablamos, también contiene una fuerte carga crítica dirigida a ambos lados del charco:
En Estados Unidos, está relacionada con la administración Reagan; y en Reino Unido, tiene que ver con un caso de bebés robados.
Una vez más, las monjas son el demonio, y el guión no procura dotarlas de otra dimensión más humana, pero para el caso, tampoco creo que haga demasiada falta.
“Fucking Catholics”
La fuerza de Philomena, está más que en su correcta puesta en escena, en los propios hechos.
Épocas de represión moral y religión omnipresente en la católica Irlanda, que sin duda, labraron la forma de ser de Philomena, en contraste con un Martin escéptico, se mezclan con una personalidad bondadosa, y llena de tesón, que con el paso del tiempo, ha encontrado el más profundo significado de una palabra, que algunas veces empleamos por costumbre, otras evitamos, o nos cuesta usar:
El Perdón.
Porque asistimos a una narración que además, de sobre las raíces del amor maternal, trata en buena medida, de cómo alcanzar la paz interior con el perdón:
A uno mismo, y a todos, los que alguna vez nos han hecho daño...
La culpa que le incrustan el silencio de por vida, pero al llegar a la vejez, la memoria retrógrada, resucita imágenes y sentimientos de angustia, impulsando a Philomena a confesar y pedir ayuda, para al menos, saber el destino, de quien nunca pudo olvidar.
Y la controversia sobre Philomena viene desde el New York Post, con el crítico de cine, Kyle Smith, que la ha caracterizado como “un nuevo ataque de odio hacia los católicos”
Smith, sin embargo, se ha negado a escribir una línea de este tipo, atribuyéndola al editor de títulos de periódicos.
En respuesta a esta crítica, el cineasta y productor de Philomena, Harvey Weinstein, ha publicado un anuncio de página completa en el New York Times, en protesta por esa nota.
Smith ha acusado a Harvey Weinstein, de hacer numerosas películas anti-católicas, incluyendo:
“The Magdalene Sisters” (2002), “The Butcher Boy” (1998), “Priest” (1995) y “Philomena”
“Yo pienso como el periodista”, reconoce Frears, quien en Philomena, pone en boca del reportero, una frase de indignación, ante el comportamiento de las monjas del instituto irlandés, tras obstinarse en esconder toda información, sobre todo la venta de esos niños:
“Malditos católicos”, clama.
“Como no tengo educación católica, no logro entender, por qué Philomena no condena a las monjas, por su falta de piedad y prefiere perdonarlas.
Pero lo interesante de esta historia, es que ofrece 2 visiones, perdón y odio” explica el cineasta, que impregnó a Philomena, de un mordaz humor inglés.
El cineasta recalcó que, a pesar su tono crítico y burlón, Philomena no pretende ser una denuncia, ni generar escándalo por los abusos cometidos en los años 50 por la iglesia irlandesa.
Por otro lado, Philomena toma algunas libertades con los hechos de la vida real.
Como que la Hermana Hildegard McNulty, antagonista principal en Philomena, tuvo un encuentro con el periodista Sixsmith...
McNulty murió en 1995, y Sixsmith comenzó su investigación sólo en 2004.
La escena final, donde McNulty en silla de ruedas, se enfrenta con Philomena Lee, es también licencia dramática.
Martin Sixsmith ha dicho, que el retrato de Steve Coogan de él, compartió su “intolerancia de la injusticia, en todos los ámbitos de la vida”, y su admiración por una mujer como Philomena, quien tiene la fuerza para elevarse por encima de esto, pero que es menos enojado, que su versión de la pantalla, y agnóstico y no un ateo.
A pesar de que Philomena ve todo lo ocurrido como un tributo a la fe, hubo una polémica surgida por cómo muestra la obra a las hermanas que vendieron al hijo de Philomena.
“Nos parece que Philomena, si bien no es un documental, no cuenta toda la verdad, y es engañosa en muchos sentidos”, aseguró la hermana Julie Rose del Sagrado Corazón de Jesús y María, en Roscrea, condado de Tipperary, Irlanda, en donde estaban Philomena y Anthony.
El sitio “protectthepope” denuncia que Coogan “mancha engañosamente” el nombre de la hermana Hildegard McNulty, que fue según sugiere, la principal culpable de la separación de madre e hijo.
La misma Philomena Lee dijo:
“Sí, Philomena reproduce con mucha fidelidad mi historia, así como se la conté antes al periodista Martin Sixsmith, y después al director Stephan Frears.
Y luego, claro, hay algunas licencias artísticas, por ejemplo nunca viajé a los Estados Unidos con el periodista.
Pero la esencia de la historia es mi historia”
No solo es que la historia de su protagonista, sea clasificable como algo de interés humano, sino que el camino para descifrar la misma, también lo es.
La elegancia, el humor y la suma de un latente conflicto, se prestan para calificar como tal, creando algo disfrutable, y accesible para cualquiera.
Gracias al balance que el guión sabe encontrar entre relato de denuncia, comedia de pareja dispareja, y discusión sobre grandes temas, Philomena nunca cae en las trampas fáciles que todos nos sabemos.
Habría sido más sencillo, hacer que Philomena odiara con encono a las monjas que vendieron a su hijo, a una pareja estadounidense, o pintar al periodista, como un “defensor de la verdad” que desinteresadamente, desea ayudar a la anciana que quiere saber qué fue de aquel niño que perdió.
Pero Steve Coogan y Jeff Pope, evitan las escenas fáciles, y se concentran en la relación que se forma entre Philomena y Martin.
Son seres muy distintos:
Él educado en universidades prestigiosas, ella, con pocos estudios, y amante de las novelas románticas baratas; él, sofisticado, ateo, seguro de sí mismo, ella católica de confesionario, llena de dudas.
Y sin embargo, ambos se necesitan, pues él tiene que recuperar su prestigio perdido, con una historia de “interés general” que pueda vender bien a los periódicos, como la de Philomena, y ella necesita de sus contactos y su experiencia, para encontrar por fin a su hijo.
La forma en que cada uno va influyendo en el comportamiento del otro, es lo mejor de este buen drama.
No se puede evitar hablar de la calidad actoral de Judi Dench quien, en un papel que le sienta de maravilla, despliega todas sus herramientas, para darle vida a un personaje complejo.
Una actriz todoterreno, para la que no tenemos nada más que halagos.
La propia actriz Judi Dench, sin embargo, no cree en la capacidad de perdón del personaje que interpreta:
“Sólo puedo decir, que yo no puedo imaginarme estar en su lugar, y poder perdonar.
No tengo la capacidad que tiene ella”, señaló.
Por el otro lado, un imparable Steve Coogan, que nos sacará de nuestras casillas en más de una ocasión, con su frialdad y su humor fuera de lugar; la actuación de Coogan, que además de escribir y producir Philomena, se reserva el otro papel principal, lo mejor de la trama.
Gracias al sentido del tiempo para el diálogo, tan propio de los comediantes, el humor del guión “toca” todas las escenas, sin que pierdan fuerza dramática, sino todo lo contrario, ganando en vitalidad, en frescura.
Ambos actores, actúan consecuentemente, se equivocan y aprenden.
La compenetración que consiguen, se convierte en una de las más entrañables alianzas que hemos visto en el cine moderno.
Philomena posee su calidez estructural, algunas escenas de calado, como el tramo en que Philomena le cuenta a Martin, su tormentoso pasado; muy alegórico cuando es seducida con una manzana en la mano, el joven la besa y abraza, ella suelta la fruta mordida, sibilino símbolo del pecado original; o el divertido paseo por el aeropuerto, o algunos divertidos gags, como cuando le resume a Martin una novela folletinesca, acabando con la coletilla, no lo vi venir, no me lo esperaba, reflejando su candidez, o el trémulo momento en que Martin encuentra a Philomena llorando en la terraza del hotel; o cuando Philomena observa emocionada, un video casero de la vida de su hijo, o su enervador tramo final, donde se toman alguna licencia dramática…
Me queda, una apreciable oda al amor materno, y a la capacidad de perdón.
El punto más alto de Philomena está en el humor, sobre todo, en esa especie de juego de diferencias entre Martin y Philomena:
Clase social, estilos de vida, gustos literarios, creencias religiosas, entre otras.
Esa heterogeneidad que los aleja, también los termina acercando para converger en una relación cariñosa:
Martin hace también suya, la historia de Philomena, y la obra termina hablando tanto de ella, como de él.
La escena más conmovedora, es aquella en la que ella observa cómo su pequeño hijo, es sacado del convento por la pareja que decidió adoptarlo, casi como un pensamiento de último momento, para acompañar a la niña que habían ido a buscar en principio.
Lo peor, se podría decir, en una historia como está, desgraciadamente ha sido tan vista ya, que suena a déjà vu.
Además, los personajes secundarios, quedan un poco abandonados al final.
Como dato, durante los títulos de crédito, vemos imágenes en Super 8, de películas caseras del verdadero Anthony/Michael en su juventud.
¿Y qué pasó con Hess, qué sabemos de él?
A lo largo de Philomena, Michael A. Hess permanece como una suerte de enigma para el público, lo que es acaso, la razón por la cual, esta historia de la vida real resulta tan impactante para muchos espectadores.
Por supuesto, están todos esos “flashbacks” artísticamente filmados, pero Hess aparece siempre “un poco fuera de foco”, como dice Coogan.
“No quisimos comprometernos demasiado en la vida de Anthony Lee, o Michael Hess”, dice Coogan.
“Lo que me atrajo fue, la búsqueda del hijo, y la tragedia de no haber podido verlo crecer.
Eso fue lo que Philomena vivió; él estaba fuera de foco, separado de ella” dijo.
“Michael era un hombre de carrera”, dice Bob Witeck, un amigo y colega del ambiente político.
“Y no era imposible para él, ser un respetado abogado, y ser gay, y trabajar para el Partido Republicano.
Era una cuestión de “no preguntes, no digas”, y muchos en el ambiente, podían decir:
“No te preocupes, de esas cosas solamente hablamos en privado”, dijo.
Por su parte, Susan Kavanagh, una colega demócrata, añade que además de sus convicciones acerca de un gobierno limitado, el entorno religioso en que Hess creció, tuvo un perdurable efecto para hacer de él lo que fue.
Como el elusivo personaje de Philomena, Michael Hess parece haber sido, en cierta forma, un desconocido incluso, para de aquellos a los que consideraba amigos, algunos de los cuales, no sabían que había sido adoptado en Irlanda.
“Aunque lo conocí durante unos cuantos años, no sabía su historia”, dice su colega Bob Witeck.
“Cuando vi Philomena, quedé sorprendido” concluye.
Sin embargo, no debería ser tan sorprendente.
Después de todo, dice E. Mark Braden, un abogado que trabajó con Hess durante varios años en el Comité, el hombre no andaba por ahí, mostrando su corazón en un estuche.
“Claramente, tenía una vida compartimentada”, señala Braden.
Susan Kavanagh, una asistente de abogada que trabajó con Hess, en el National Institute, y que lo consideró un buen amigo, dijo que él, a quien describe como:
“Realmente buen mozo para los estándares de Washington”, no ocultó ante ella su sexualidad.
Primero hubo una fiesta en el apartamento de Hess, donde le presentaron a quien ella define, como “un joven atractivo compañero de vivienda”
Pronto, sin embargo, mientras compartían unas copas en el Four Seasons, el día de San Patricio, Hess le confirmó, que él y su compañero, eran algo más que buenos amigos.
¿Otra gente que trabajó con él, lo sabía?
Según Braden, que es heterosexual, la gente no solamente sabía acerca de él, sino también, de otra gente.
“Había un número nada insignificante de gays en los altos niveles del Partido Republicano”, afirma.
Sin embargo, poca gente en el Washington Oficial, estaba dispuesta a salir abiertamente del armario, en parte, por el daño que ello podría provocar en su carrera política.
En 1978, la sexualidad de Jack Kemp, fue cuestionada en un artículo de la revista Esquire, y eso prácticamente, puso fin a sus aspiraciones políticas.
En 1980, le ocurrió lo mismo a Bob Bauman, considerado por muchos, como el Newt Gingrich de su época.
Para cerrar, mención especial merece la música de Philomena, a cargo de Alexandre Desplat, que hace un trabajo inteligente, no acudiendo a florituras de la música irlandesa, y centrándose en subrayar lo importante de la historia en cada momento.
“I did not abandon my child, he was taken away from me”
El 5 de febrero de 2014, Philomena Lee, de 80 años, empezó su camino de perdón, cuando estuvo acompañada para la ocasión, por su hija Jane Libberton, y por Steve Coogan, en una audiencia con El Papa Francisco en La Plaza de San Pedro.
El grupo que se reunió con el pontífice, viajó en representación de The Philomena Project, en una campaña que pide al gobierno irlandés, la promulgación de una ley que abra los archivos de adopción, y permita la reunión de las madres separadas de sus hijos, como resultado de adopciones forzosas.
La reunión, tuvo lugar un día después, que un vocero del Vaticano desestimó los rumores sobre la audiencia.
“El Santo Padre no mira películas, y no va a ver Philomena.
Es importante también evitar usar al Papa para estrategias de marketing”, afirmó Federico Lombardi, vocero de La Santa Sede.
Terminada la ceremonia, Philomena Lee fue presentada al Papa.
En las declaraciones que hizo luego del encuentro con Francisco, Philomena comentó:
“Me siento honrada y encantada, de haber estado hoy con El Papa Francisco.
Tal como muestra Philomena, siempre tuve mucha fe en la Iglesia, y en la buena voluntad para enderezar los errores del pasado.
Espero, y creo que Su Santidad, El Papa Francisco, se va a sumar en la lucha para ayudar a las miles de madres y niños que necesitan poner un cierre a sus propias historias”
Philomena ya no tiene “rencor” hacia la Iglesia católica.
“No habría podido vivir con el rencor durante 62 años”, afirmó, pero al principio de su pesadilla se sintió herida, triste, enojada.
Después de vivir con un sentimiento de vergüenza, durante el breve encuentro con El Pontífice, se liberó finalmente.
Steve Coogan indicó, que después del breve encuentro con El Papa, un grupo de personas vio la proyección de Philomena, en compañía de Monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, Canciller de La Pontificia Academia de Las Ciencias y de La Pontificia Academia de Las Ciencias Sociales; y de Monseñor Guillermo Javier Karcher, uno de los secretarios del Papa Francisco.
Los 2 prelados argentinos “apreciaron Philomena, se conmovieron, rieron en los momentos divertidos y en la charla que tuvimos después, contó el actor y guionista, insistieron en que les había gustado el espíritu de perdón y de reconciliación de Philomena.
La Iglesia, en el pasado, trataba muy mal a algunas jóvenes madres; ahora creo que con Papa Francisco, hay un cambio.
Se reconocen los errores del pasado, sin esconderlos; se superó una mentalidad de asedio y, por el contrario, se dialoga, y ya no se ven las críticas como ataques.
En lo personal, no soy católico, pero he apreciado mucho a la Iglesia y al Vaticano por la valentía y la humildad al recibirnos” concluye.
Lamentablemente, existen en la actualidad, autoridades políticas, eclesiásticas, docentes, científicas, geográficas, e incluso “paternas” o familiares, que provocan “abortos postnatales”
También, hay quienes compran y venden verdades vitales, amparados en sus puestos intocables…
Quizás, sea hora que los diagnosticadores, y “jueces” mono disciplinados, no ignoren ni confundan las famosas letras “ACGT” del ADN con la epigenética, que debiera comprometernos como sociedad.
Y ojala, hubiera muchos periodistas que como el de Philomena, ayuden a develar terribles injusticias, y a reclamar junto a las víctimas de historias parecidas.
A los que preguntaron, si había sido una coincidencia, que el encuentro del Papa con Philomena Lee, hubiera sido el mismo día de la publicación del crítico informe de la ONU de Ginebra, en relación con los casos de pederastia en la Iglesia, Susan Lohan respondió que sí, que había sido “pura coincidencia”...
Philomena Lee, actualmente está empujando el “Philomena Project” que consiste en brindar apoyo a otras madres, que perdieron a sus hijos en situaciones similares.
Lee, pide al gobierno irlandés, constantemente, que abra los archivos que contienen las historias de las madres, obligadas a las adopciones forzadas en los institutos católicos irlandeses.
Se estima que se trata de alrededor de 600.000 mujeres involucradas.
Muchas de ellas, incluso fueron exiliadas, y nunca han contado sus historias.
Su experiencia, es un argumento poderoso, para que Irlanda abra los archivos de adopción, para miles de madres más, cuyos hijos terminaron en ciudades estadounidenses como:
San Louis, Philadelphia, Boston y New York, dijo la senadora Claire McCaskill, después de una reunión con Lee.
Las 2 mujeres, acompañadas por la hija de Lee, Jane Libberton, hablaron ante reporteros en El Capitolio, sobre el “Philomena Project” y sus esfuerzos para reunir familias.
Philomena ha puesto la atención en las adopciones, al igual que la conmovedora historia de Lee.
Muy interesante, la imagen que se muestra de una iglesia, y una religión rancia, manipuladora, y sin escrúpulos, que nos ha presionado y exprimido a su antojo, durante gran parte de nuestra historia.
Esperemos que la humanidad, continúe avanzando, para dejarla de una vez de lado.

“I forgive you because I don't want to remain angry”



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