The End Of The Affair

“To be is to be perceived”

Dios lleva la culpa, cuando blasfemar es la única forma de creer en Él, y salvarse, una tarea odiosa e inevitable.
Ante el dolor, no se ve cómo sea posible creer en un Dios que, en el mejor de los casos, al menos lo permite.
Si Dios existe:
¿Por qué el dolor?
¿Y por qué puso en nuestro pecho, ese creador tan poco digno de crédito, la enfermiza necesidad del amor, haciéndolo, sin su intervención, imposible?
Un prejuicio del laicismo ilustrado, fue formulado por el filósofo alemán, Ludwig Feuerbach, al sugerir que no es el hombre “criatura divina”, sino “Dios creatura del hombre”, una suerte de proyección hiperbólica de las carencias humanas:
El consuelo, hechizo al alcance de la hondura de su fractura fundamental.
Según esto, “creyente” es sinónimo de “fanático”, y ambos términos se refieren a cierta especie de histéricos incapaces de enfrentar la vida y la muerte, sin el respaldo de un cuento de hadas.
Pero:
¿Y si el cristianismo no fuera una evasión, y creer en Dios implicara correr el riesgo de amar, de sufrir?
“You have to understand.
I'm jealous of everything that moves.
I'm jealous of the rain!”
The End Of The Affair es una película dramática, británico-estadounidense, del año 1999, dirigida por Neil Jordan.
Protagonizada por Ralph Fiennes, Julianne Moore, Stephen Rea, Ian Hart, Jason Isaacs, Sam Bould, Deborah Findlay, James Bolam, Simon Turner, entre otros.
El guión es de Graham Greene y Neil Jordan, basados en la novela homónima autobiográfica de 1951, escrita por Henry Graham Greene, que escribió The End Of The Affair con sus grandes obsesiones en primer plano:
El placer, el adulterio, el pecado, y la fe.
Greene, no hacía más que relatar un episodio autobiográfico, que vivió con la mujer de uno de sus mejores amigos.
Catherine Walston era el nombre de la mujer, que estableció una fuerte relación pasional con el escritor, siendo prácticamente “vox populi” dentro del entorno de la pareja y del marido ultrajado, el terrateniente inglés, Henry Walston.
La traumática separación, que dejó tanto a Greene como a Catherine, como fantasmas de sí mismos, es el detonante de la historia de amor intenso, pero predestinado a truncarse.
The End Of The Affair es una historia de pasiones y obsesiones, de celos y odios irracionales, y de un amor más allá de la muerte.
En 1955, el libro fue llevado al cine, siendo dirigida por Eduardo Dmytryk, con el guión adaptado por Lenore J. Coffee.
David Lewis fue el productor, y David E. Rose productor ejecutivo, siendo protagonizada por Deborah Kerr como Sarah Miles, Van Johnson como Maurice Bendrix, Sir John Mills como Albert Parkis, y Peter Cushing como Henry Miles.
The End Of The Affair expone una dramática historia sobre el amor, la infidelidad, y la fe, tanto como para encontrar la felicidad de uno mismo, hasta para creer en una fuerza superior.
Es un drama romántico, en el que aparecen un amor prohibido, un triángulo amoroso, la infidelidad, la pasión desenfrenada entre 2 amantes, el aburrimiento surgido de la fría relación de 2 cónyuges, el aprender a amar y a engañar, la desconfianza, y sobre todo, los celos que no permiten la felicidad plena.
La actriz principal Julianne Moore, optó a una nominación en la categoría de mejor actriz al premio Oscar, así como mejor cinematografía.
La historia, se desarrolla en el año 1946, en un período de guerras, donde el escritor Maurice Brendix (Ralph Fiennes) conoce a Henry Miles (Stephen Rea), y a su bella e infeliz esposa, Sarah (Julianne Moore)
La historia surge 2 años después, de que Maurice tuviera un amorío con Sarah, y trata las situaciones que ocurrieron con el paso del tiempo, por lo que The End Of The Affair, carece de un orden cronológico.
Es decir, en una mañana, estando en la cama, una bomba cae de pleno en su edificio.
Sarah cree que Maurice ha muerto, y sale corriendo.
Al cabo de unos años, ella se ha casado, y Maurice entra en su casa, porque es amigo de su marido, y lo ha encontrado por casualidad.
Más que de sorpresa, o de miedo o de alivio quizás, cuando Maurice reaparece, parece como si un fantasma del pasado, hubiera regresado.
Y empezará de nuevo el interés, y la relación tan apasionada, que un día de repente, se rompió violentamente.
A través de constantes saltos temporales, el director Neil Jordan, nos introduce en el universo de Maurice Bendrix y Sarah:
El primero es un escritor, egoísta y desencantado.
La segunda, un ama de casa, con una existencia anodina, que logra escapar a su destino, gracias a una tórrida e ilícita relación con el joven novelista.
En medio, Henry Miles, el marido leal pero aburrido, el funcionario perfecto y gris.
En The End Of The Affair, todas las escenas están bien orquestadas y meditadas.
Tanto que la ropa de Julianne Moore se luce especialmente.
Hay que admirar sus vestidos verdes y rojos, con boinas ladeadas y joyas a juego.
Hasta las escenas de amor, configuran una lenta danza de brazos y miradas.
Sarah, la esposa infiel, y Bendrix, el escritor escéptico y torturado, se aman con locura, y compiten por poseer al otro, con deseo, con palabras, con desafíos, etc., mientras el mundo se destruye a su alrededor.
La producción, recrea la época con esmero, pero sin ostentación, creando una atmósfera un tanto sombría, y Neil Jordan, también guionista, es fiel al espíritu de Greene, tratando de trascender un género, el melodrama romántico, para introducir un elemento misterioso, místico en este caso, y dar complejidad a los personajes.
La narración calmosa, y las interpretaciones contenidas hacen, pese a las escenas eróticas que no son pocas, que la historia de amor sea más bien, el detonante de la busca del propio destino de sus protagonistas.
Por otro lado, The End Of The Affair tiene un aire “pro-católico”, como si quisiera convencer a ateos de la existencia de Dios o algo así.
El tema de The End Of The Affair, bajo esa lupa, no es el amor, sino la fe, y si el director no hubiese sido el irregular Neil Jordan, aquello inasible e inaprensible que se vislumbra en el momento de la explosión de la bomba, se hace burda puesta en escena con el fin de la mancha del hijo del detective.
Jordan se ciñó a la novela, pero el cine siempre es otra cosa.
El verdadero tema de fondo de esta novela, es el carácter insidioso de la gracia, que Greene presenta como un perro enconado, que atrapa a su presa entre los dientes, y no le da tregua.
Lo mismo que Bendrix, Dios resulta un amante celoso, incapaz de ceder la posesión exclusiva de su amada.
La orilla, a regañadientes, casi a su pesar, a amarlo.
La lucha de Jacob con Dios, sigue ocurriendo en el alma de cada hombre, y bien vale una novela.
Dios es quien pelea, argumenta aquí Greene, con el hombre, a ver si se deja vencer por Él, o gana y, entonces, se pierde.
Lo que se juega es el amor.
A precio de la condena eterna.
Y nadie se libra de apostar.
Y ante tanta gracia, resulta incomprensible:
¿Cómo puede un marido, amar tanto a su mujer, hasta el punto de permitirle que en sus días finales, se venga a vivir a su casa, el amante de ella, para que puedan estar juntos, puede haber más grandeza en un corazón?
El ambiente musical, inevitable en una película de estas características, se apoya en la banda sonora compuesta por Michael Nyman.
“I hate you, God.
I hate you as though you existed”
Aunque parezca la típica película de amoríos y engaños, The End Of The Affair ofrece algo más profundo que otras películas de su género, que se quedan en simples folletines para amas de casa aburridas.
The End Of The Affair ofrece un estudio, bastante interesante, de la diferencia entre amar y poseer, 2 términos a menudo confundidos, y por ello responsables de que muchas relaciones naufraguen.
La clave para la diferencia, son los celos.
Inevitables para unos, y nocivos para otros:
¿Hasta qué punto, celos y amor van de la mano?
Nuestro atormentado escritor lo tiene claro, si la existencia sólo puede darse cuando se es percibido por el otro, entonces, el amor termina, si el otro no está presente.
Esta concepción del amor, puede parecer muy romántica al principio, porque hace que el otro quiera estar pegado a nosotros, 24 horas al día, y tenga celos hasta del aire que respiramos.
Pero rápidamente, y sin darse cuenta, ambos miembros de la pareja, se encontrarán envueltos en una trampa asfixiante.
Si el amor sólo puede darse ante la presencia física del otro, entonces, es normal que los celos surjan, al pensar que si no estamos ahí, nuestra pareja se va a enamorar del primero que pase por la calle.
Así, el celoso siempre demandará más atención, y más pruebas de amor y fidelidad por parte de su pareja.
La otra parte se verá atormentada, porque por mucho que lo intente, nada de lo que diga o haga, será suficiente para probar su amor.
Se crea así, un círculo vicioso que engulle a los amantes, llegando a situaciones de maltrato, si la parte que continuamente es puesta en duda, no pone fin antes a la relación cansada de tanto interrogatorio.
Sarah será quién se distancie de Maurice, cuando éste empiece a cuestionar sus sentimientos, y si bien lo hace movida por razones “místicas”, no deja de ser interesante constatar, las diferentes formas de amar que ambos sostienen.
Dejando a un lado creencias religiosas personales, Sarah pone en relevancia con su fervor religioso que tanto si se ama a Dios como si se ama a una persona de carne y hueso, ambos son actos de pura fe.
Ante la ausencia del otro, creer que el amor pervivirá, es un acto de fe, porque nunca podemos estar completamente seguros, de si nuestra pareja nos será fiel o no, sólo podemos creerlo a ciegas.
No hay palabra ni acto que pueda garantizarnos la fidelidad de nuestra pareja, sólo podemos esperar que así será.
Y sí, incluso se puede dar un paso más, y The End Of The Affair tiene el valor de darlo en este complicado estudio sobre el valor de los celos, porque:
¿Es que el amor, necesariamente va unido a la fidelidad?
Aquí lo gracioso es, que el celoso es el amante quién inició la relación, sabiendo que su pareja, aunque fuera sólo legalmente, ya estaba unida a otro.
En contraposición, el marido lucha por descartar los celos que surgen en él, aun cuando sus sospechas se confirman.
En el fondo sabe, que si mujer quiere ponerle los cuernos, por muy celoso que él se ponga, eso no va a impedir que le siga engañando.
En un renuncio final, él prefiere compartirla, antes que perderla, porque su ausencia total, se le antoja insuperable.
Amor, fidelidad, celos… no dejan de ser palabras que intentar dar cuenta de conceptos que son muy complejos, cuya interpretación y valor, varían de una persona a otra.
Las normas sociales que dictaminan lo que está bien y lo que está mal, no se pueden aplicar a la problemática de los sentimientos, que son personales y únicos, por lo que el único pacto que es válido, es aquel que se establece entre las partes involucradas en la relación.
No hay pactos mejores o peores, ni las relaciones abiertas son mejores que las cerradas, o viceversa.
Lo que determinará que una relación fracase o no, es la honestidad que tengamos con nosotros mismos, y con la otra persona a la hora de establecer los términos de ese acuerdo.

“The end was just the beginning”



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