Le Notti Bianche

“A volte è comodo da sogno”

En Rusia ocurre un fenómeno natural durante el solsticio de verano en las áreas de latitud alta, como es el caso de San Petersburgo, en el cual, las puestas de sol son tardías, y los amaneceres más tempranos.
Como consecuencia de esto, la oscuridad nunca es completa.
Este fenómeno natural, es conocido popularmente con el nombre de “Noches Blancas”
“Белые ночи” (1848) traducida como “Noches Blancas”, es una novela corta del autor ruso, Fiodor Mijailovich Dostoyevski, uno de los principales escritores de la Rusia zarista, cuya literatura explora la psicología humana en el complejo contexto político, social y espiritual de la sociedad rusa del siglo XIX; siendo considerado, uno de los más grandes escritores de Occidente, y de la literatura universal.
En la mayoría de sus novelas, se centra en la condición humana, y trata temas como la pobreza, las penumbras fantásticas, las relaciones amorosas, o el amor, el egoísmo y la auto purificación por medio del sufrimiento.
El escritor, recurre al realismo psicológico, y abarca áreas de la psicología, la filosofía y la ética; haciendo uso también de un humor sutil, y de un profundo análisis psicológico.
En algunos de sus primeros trabajos, se aprecia una cierta exaltación del sentimiento, muy cercana al romanticismo, especialmente, es un delirio donde la sublimación de los sentimientos, el miedo por un lado y el amor por otro, termina por conducir a la locura.
“Белые ночи” (1848) no obtuvo éxito, y recibió críticas negativas, lo que sumió a Dostoyevski en la depresión; y como en muchas de las obras del autor, está narrada en primera persona, por un narrador sin nombre; que relata de manera particular, la historia de un solitario individuo, que toda su vida ha vivido solo, aislado de la gente, sin conocer el amor, y menos la felicidad, y que ve modificada su solitaria existencia, cuando conoce a una bella joven, con la que parece que al final pondrá terminar con su soledad, con la que parece que su mutua compañía será a la vez mutuo alivio, pero con lo que no cuenta, es que ella ya tiene “dueño”, un misterioso individuo, al que ella esperará incansablemente.
Son 3 los personajes principales:
El narrador, es un joven pobre, solitario y soñador, que nunca ha tenido una conversación real con nadie, ni ha tenido amigos durante sus 26 años de vida.
Vive con su madrona en una casona, la que Nastenka, la protagonista, admira, pero aun así le dice que se irá a vivir con ella y su abuela.
Se caracteriza por su discurso muy literario y su timidez, a pesar de ello, siempre intenta estar ayudando.
Es un hombre sencillo, honrado, noble, y generoso; pero imagina constantemente su vejez solitaria.
El narrador es aquiescente, o bien llamado “narrador personaje”
El cuento es narrado bajo su perspectiva y pensamientos, el narrador es él.
Los pensamientos y emociones que vemos, son nada más las de él, excepto cuando ella comienza a contar su historia.
Por lo que la narración está en primera persona del singular, el narrador le da la voz a ella, y a que diga sus sentimientos y pensamientos, aquí es la intervención de los diálogos.
Nastenka es una joven de 17 años, que vive con su abuela ciega y su criada sorda.
Vive atada casi todo el día a las faldas de su abuela por un cordel y un broche, con la que pasa la mayor parte del tiempo.
Está enamorada de un antiguo inquilino de su casa, que prometió volver a visitarla al año siguiente, y pasa las noches en su espera.
El prometido de Nastenka, es el antagonista de la historia.
Es un joven muchacho, pobre pero de aspecto distinguido, y amante de la cultura.
Durante su estancia en San Petersburgo, se prometió tácitamente con Nastenka, pero debía partir a Moscú a buscar fortuna.
A él no se le conoce el nombre real.
Así pues, el relato está estructurado durante 4 noches y una mañana; en historias entre el narrador y Nastenka que ocurren durante esa época del año, de “Noches Blancas”, que el autor usa como una metáfora de lo blancas, luminosas y esplendorosas que se vuelven las noches cuando el amor palpita en los corazones.
Además, aquí se muestra un instante fugaz, en el cual, el protagonista a lo largo de estas noches, cree haber encontrado por fin el alivio tan esperado a su soledad, lo cual, después de la última noche, se convierte en un triste amanecer, con la culminación de su ilusión.
“Se solo il cuore resta giovane per molto tempo!”
Le Notti Bianche es un drama italiano, del año 1957, dirigido por Luchino Visconti.
Protagonizado por Maria Schell, Marcello Mastroianni, Jean Marais, Marcella Rovena, Maria Zanoli, y Elena Fancera, entre otros.
El guión es de Suso Cecchi d'Amico y Luchino Visconti; basados en la novela homónima de Fiodor Dostoyevski.
Suso fue la escritora quien, animada por su propio padre, decidió escribir el guión basado en la corta novela de Dostoyevski, y se lo presentó a Luchino Visconti a ver si le interesaba.
Así nace la versión cinematográfica de una obra que no figura entre los grandes hitos literarios del genial escritor ruso.
“Белые ночи” (1848) es una novela corta, que durante mucho tiempo fue considerada una obra menor, y en cuya reivindicación, es posible, tuviera mucho que ver la adaptación cinematográfica de Visconti.
En todo caso, en ella, Dostoyevski quiso elaborar más el personaje del, como él mismo lo denominaba, “soñador”, el cual había aparecido en su anterior novela, y había recibido no pocas reseñas negativas.
Para ello, Dostoyevski se volcó en el personaje del narrador en un relato aquiescente, cuyo ánimo y experiencia del momento, quedan plasmados en cada página.
Visconti y Cecchi d’Amico, respetaron el original literario, tanto en su narración y en su estructuración, como en su atmósfera, trasladando la acción de la fría San Petersburgo, a una ciudad italiana, en cuyo paisaje es patente aún la guerra.
Si en el original literario, la acción se desarrollaba en San Petersburgo a lo largo de 4 noches y 1 mañana; el filme la traslada a una pequeña ciudad italiana, reduciendo el número de noches a 3, y prescindiendo de la mañana del día posterior.
La película se rodó de manera íntegra en estudios, en Cinecittà en Roma, lo que constituye una prueba evidente de que Visconti se encontraba cada vez más lejos, y más que se iría alejando de los principios neorrealistas que había defendido en los comienzos de su carrera.
Este hecho permitió a la estupenda fotografía en blanco y negro de Giuseppe Rotunno, conferirle a Le Notti Bianche, una atmósfera de evocadora y melancólica ensoñación.
La acción se desarrolla en torno a la compleja posibilidad del amor, especialmente cuando este no es correspondido; y tiene lugar a lo largo de 3 noches de comienzos de invierno, en una localidad portuaria de Italia, similar a Livorno, en Toscana, en 1956 o 1957.
Mario (Marcello Mastroianni), es un oficinista que reside en una discreta pensión, conoce a Natalia (Maria Schell), una bella joven que encuentra llorando por las calles.
Ella es joven, huérfana, soñadora, inmadura, ingenua y frágil.
Mario trata de animarla, y ella le cuenta su trágica historia de amor con un forastero (Jean Marais), un inquilino de un cuarto donde ella vive, que prometió volver a la ciudad un año después, y que ella sigue esperando impacientemente.
Tras verse algunas noches más, un enamorado Mario soñará con ocupar el puesto del forastero en el corazón de Natalia.
En el momento de su estreno, Le Notti Bianche fue recibida con hostilidad, sobre todo en Italia.
No gustó ni al público ni, sobre todo, a la crítica.
El público, en general, la veía como una obra muy lúgubre y sombría, algo por otro lado no demasiado alejado de las primeras propuestas, y ulteriores de Visconti; para la crítica, Le Notti Bianche era un total retroceso en su carrera, y una traición a los postulados neorrealistas que el propio Visconti había ayudado a consolidar.
Se llegó a sentenciar, que Visconti “había dejado de ser un cineasta serio”
Pero Le Notti Bianche no es la ruptura total con respecto a sus anteriores obras que quisieron ver en su momento.
En realidad, se trata de una reformulación de su cine anterior, o bien, una repetición o reelaboración de temas y obsesiones que Visconti había ido trabajando hasta ese momento.
La soledad y el amor no correspondido, están en el centro del relato; que hacen de Le Notti Bianche, una obra maestra absoluta; al tiempo que es un arriesgado ejercicio de adaptación de Dostoyevski, en el que se ha sabido sintetizar el enamoramiento epistolar, conducido por el personaje de Mario, con el amor no correspondido.
“Ti amo così, perché non hai innamorato di me”
El director italiano, Luchino Visconti, rodó Le Notti Bianche en 1957, una de las películas más hermosas que puedan verse, en la línea melodramática y elegante de amores imposibles, que comienza con “Obssessione” (1943), y que progresivamente va perfeccionando con “Senso” (1954), “Il Gattopardo” (1963) y “Morte a Venezia” (1971)
El refinamiento de Le Notti Bianche, no reside en la grandiosidad de los personajes, al contrario, pues se trata de un oficinista taciturno, melancólico; y de una frágil muchacha, con poco mundo o ninguno, realmente, fuera de la pensión en que con su abuela y la casera reparan alfombras de otra época.
Es un evocador filme, en el que Luchino Visconti adapta la novela homónima de Fiodor Dostoyevski; alejándose de la estética neorrealista que caracterizó sus inicios como cineasta, pues la totalidad del filme, fue rodada en los estudios de Cinecittà, y no en ubicaciones reales, como ocurre en las películas de dicho movimiento; pero Visconti no deja por ello de dar relevancia a aspectos sociales dentro de su historia.
Algunos ejemplos de ello, son las tristes circunstancias en que viven las prostitutas de la ciudad, o la modesta pensión en que reside Mario.
El refinamiento, la impronta de Visconti en esta historia, basada en una novela de Dostoyevski con el mismo título, consiste en impregnar la soledad de los personajes de una atmósfera onírica, casi fantasmal, que recorre los canales por donde deambulan putas, chulos y sombras que desaparecen bajo el puente.
Fuera de ellos, Mario y Natalia están infinitamente solos.
Por lo que retrata con descaro, pero sin ahondar, en la sociedad de la época, en las imposiciones sociales, e incluso en el destino, incierto y cruel, pero inevitable, lo que hace que te sientas a ratos reconfortado, y a ratos desolado ante tanta veracidad, deseando un final que sabes que es imposible, y que no por menos esperado, te devuelve a ese estado nostálgico, triste, sombrío, y sobre todo, lleno de soledad.
El amor se trata en Le Notti Bianche, como un sentimiento errático, vago y falto de sustancia que aun así no cae en lo sentimentaloide, y que despierta una sensibilidad honda, y una empatía profunda hacia ese primer amor ingenuo y tangente a la inestabilidad.
El relato, que tanto por motivos estéticos como narrativos adquiere el carácter de una ensoñación, nos describe a un personaje mediocre y solitario que encuentra en la figura de Natalia, la esperanza que conllevan el amor y unos pocos momentos de felicidad.
Desgraciadamente para él, Natalia no puede olvidar al forastero.
Así, la historia está centrada en ellos, reflexiona acerca de temáticas tan diversas, pero a la vez tan comunes en la obra del autor milanés; como la soledad, el amor, o lo efímero de la felicidad, habitualmente condensada en unos escasos y breves momentos de nuestra existencia.
Además, constituye un notable experimento de cine poético en el sentido propio y más recio del término.
A las imágenes líricas, los diálogos añaden el tono superior que se desprende de los valores de inocencia, honestidad, altruismo, hermandad, solidaridad, etc.
Por lo demás, realiza un estudio serio, sosegado y profundo, de la soledad humana, que ahoga a los 2 protagonistas, pese a su conversación y mutua interacción.
La inquietud que se asocia a la soledad, queda subrayada con los breves paseos de ambos, los intentos de escapar uno del otro, las búsquedas mutuas, los extravíos y sus reencuentros.
No es de extrañar que Le Notti Bianche se mueva entre la ensoñación y el realismo, el cine y el teatro, la literatura y la ópera:
Es un espectáculo total, que bebe tanto en las fuentes del escritor ruso, como en el cine poético francés de años anteriores, en el existencialismo galo, e incluso en la música impresionista.
Ello no sólo significa que Luchino Visconti concentró aquí muchos de sus intereses culturales, sino que hizo una apuesta radical en el cine de autor de los años 50, mirando de frente la amargura de la existencia, casi a la manera del primer Fellini, y de soslayo la envoltura social en forma de apuntes visuales que incrementan la naturaleza fantasmagórica de Le Notti Bianche, y a veces consuman la ruptura formal con el realismo para abrazar la causa de la ensoñación:
Oscuras figuras dibujadas detrás de los cristales de los bares, y rostros que asoman tras el vaho que empaña otros, el deambular de una prostituta, sombras reflejadas en las paredes de las oscuras calles, hombres y mujeres que van y vienen por La Vía del Corso, ancianas que parecen adheridas al decorado formando parte de él, una función de ópera, sin escenario; unos instantes tañidos de campanas sin iglesia, una estación de servicio, donde los empleados apagan todas las luces, y cierran el servicio como si ya no esperaran recibir más clientes en ella; unos motoristas que aparecen y desaparecen en la noche, unas calles que siempre confluyen en el mismo puente, unos bailarines que dan la sensación de haber surgido en el decorado de un bar, sólo para actuar en un número que tiene algo de pantomima, un vendedor ambulante que puede cambiar de ciudad de un día a otro, dejando tras él, sólo unos estúpidos muñecos danzarines, un individuo en Jean Marais, que adopta poses de estatua, y nadie sabe de dónde procede, ni a dónde ha ido… incluso cuando Natalia y Mario unen sus soledades para pasear en barca por el canal del llamado barrio veneciano de Livorno, un Livorno artificial, con el deseo de estar a solas, descubren que la orilla está llena de vagabundos, de pobres gentes sin techo, para quienes la nieve, que ellos reciben con ingenuo alborozo, no significa más que frío, y mayor desamparo.
Con el avance de la noche, cesa la vida, y únicamente hay lugar para las soledades, las sombras y las ensoñaciones; el ensueño de Natalia no deja de ser otra fantasmagoría unida a la de la ciudad, como lo es también el de Mario:
Natalia espera encontrar a un hombre a quien amar, y que estuvo viviendo como inquilino en la casa de su abuela, y un año después de su despedida, acude noche tras noche al puente donde acordaron reunirse una vez transcurrido ese plazo de tiempo.
Mientras Mario pasea por el mismo lugar, y desea que el recuerdo del ausente se desvanezca del todo, aun a riesgo de la amargura de la decepción.
Natalia encuentra el puente desierto, y Mario recibe siempre una avalancha de recuerdos desordenados unidos entre sí, por un deseo amoroso que le provoca dolor.
El puente, se convierte así, en la figura representativa de la presencia del ausente; obsesiva en la relación que mantienen Natalia y Mario, en algo que reúne el sueño y la frustración en un mismo decorado, y un mismo plano.
Visconti convierte el decorado, en un escenario en el que la alianza de teatro y cine deja un espacio para el respiro de la ópera:
Si en la representación de “Il Barbiere di Siviglia”, no se ve el escenario, y sólo se oye a los cantantes, es porque la función tiene lugar en el palco donde se encuentran los personajes, sin hablar:
Natalia y el inquilino, intercambian miradas; también las estatuas miran… y las voces de quienes cantan, podrían ser las suyas, en sustitución de las palabras.
No puede ser más hermoso y consecuente que, en la escena del reencuentro final de Natalia y el inquilino, que puede ser vista como un triunfo y, al mismo tiempo, como una derrota del deseo amoroso, e incluso de la utopía.
Natalia en un caso, Mario en el otro; el espacio escénico aparezca encuadrado desde 2 perspectivas diferentes, si bien complementarias:
En una, en plano general, Natalia y Mario ven a lo lejos la figura empequeñecida del inquilino que espera en el puente; en la otra, un plano general construido a la inversa, la pareja Mario y Natalia, es encuadrada desde el lugar donde está el inquilino.
Unos se alejan, unidos, al menos temporalmente; el otro, deja atrás un decorado que ya no tiene razón de existir.
En ese sentido, Le Notti Bianche, tiene una profundidad de campo tan importante para la trama como impresionante en el montaje.
Y es que Visconti fue siempre un cineasta atento a la realidad.
Otra cosa es que buscara representarla tal y como la vemos, o como supuestamente creemos verla.
El soñador que creara Dostoyevski para ironizar, o para criticar ciertas ideas y ciertas personas que le habían dañado en su pasado más reciente, y la joven Natalia, le sirven a Visconti para trabajar sobre la apreciación de la realidad a través de unos personajes cuyos sueños e ilusiones chocan constantemente contra aquello que les rodea.
De este modo, son 2 personajes que se enfrentan a sus ilusiones, aunque éstas apenas parezcan poder materializarse.
Visconti les rodea de un paisaje artificial, que en su belleza, pero también en sus extensiones nevadas y frías, enfatiza aún más esa contraposición.
La historia entre los 2 jóvenes, se encamina hacia un final desolador, en cuya tristeza se percibe una mirada hacia su momento, y aquí podríamos señalar a Le Notti Bianche, como una película realista:
Italia, ha dejado atrás una guerra, y aún parece levantarse sobre sus ruinas en un ambiente de tristeza y melancolía.
Lo onírico y lo real, conviven en perfecta unión, porque es posible, según Visconti, y antes de él, Dostoyevski, que haya 2 realidades:
La que nos rodea, y la ideal; y que ambas, en 2 niveles diferentes, son posibles.
Uno de los elementos más llamativos de Le Notti Bianche, es el abandono deliberado por parte de Visconti, de paisajes reales para su rodaje.
Con ello llevó a cabo un movimiento claro hacia lo artificial.
Todo ello hace que desde el punto de vista técnico, Le Notti Bianche sea una obra excepcional.
Luchino Visconti da una auténtica lección de dominio de la cámara, los espacios y el tempo narrativo.
La fotografía de Giuseppe Rotunno, resulta soberbia, con una atmosfera bien conseguida.
Como dato, con el fin de tener fondos brumosos por la noche, pero una visión clara sobre los actores, el director Luchino Visconti y Giuseppe Rotunno, no podía usar filtros de niebla en las lentes de la cámara.
En su lugar, utilizaron grandes rollos de tul, colgando del techo a la tierra en los conjuntos de estudios Cinecittà; y poniendo lámparas de calle justo detrás, funcionó perfectamente para el efecto deseado.
Visconti se encarga de hacer uso y generar magistralmente la difuminación, la omnipresente niebla, la perenne bruma, lo ocupan todo, lo cubren todo, que gradualmente se funden con la oscuridad, y también nos plasman ese mundo que parece un sueño.
Y ciertamente, es un enigma, pues la ciudad nunca es determinada, si bien he leído alguna tentativa de identificarla como Livorno, el ambiente de los canales, las perennes aguas en movimiento, los botes a modo de rústicas góndolas, le dan inevitablemente un pintoresco y bohemio toque de Venecia, incrementando el atractivo y misterio de la ciudad, y de la película.
A ese ambiente de envolvente ensueño, colabora decididamente un juego de luces y sombras, tan inteligente como poderoso, en el que las sombras generalmente lo ocupan todo, generando los fuertes contrastes mencionados con las luces, pero un detalle singularmente impresionante, es la forma en que las sombras se vuelven móviles…
Otro elemento que colabora a una atmósfera casi irreal del filme, es la delgada y por momentos inexistente línea divisoria entre realidad y recuerdo, entre pasado y presente, que por momentos se fusionan, excelentes transiciones del presente a recuerdos, parecen planos indivisibles, pues vemos una misma habitación que alberga ambos tiempos, o a Natalia hablándole al inquilino, y en la misma secuencia, sollozar en el hombro de Mario, una fusión temporal que potencia la irrealidad, lo surreal del filme, de manera extraordinaria.
Hablar de los intérpretes, significa irremediablemente destacar sus sentidas y firmes actuaciones.
Pese a que el trabajo de Maria Schell es algo imperfecto, queda eclipsado por un Mastroianni estelar, que ofrece un trabajo al alcance solo de los más grandes.
El italiano es excelente en su papel del solitario en busca de amor, completamente cegado por su necesidad de felicidad, de compañía, la misma que lo lleva a  luchar por un amor que será imposible.
Un dato de producción dice que el actor participaba en la cooperativa creada para la producción; por lo que Le Notti Bianche debía impulsar la carrera del actor, hasta entonces reducida a intervenciones secundarias, en tono cómico.
Pero el guión se cuida de matizar a los personajes, de mostrarlos como seres simples y normales, y al mismo tiempo, con unos sentimientos tan fuertes y claros que logran, sin restricciones, que nos conectemos con ellos.
Mastroianni y Schell, fueron los encargados de interpretar magníficamente a los 2 personajes principales de un relato que gravita en torno a temas como la soledad, la necesidad de amar y ser amados, o el carácter efímero de la felicidad.
También, es digna de mención, la presencia en el reparto del mítico actor francés, Jean Marais, que da vida al misterioso inquilino de quien Natalia se enamora locamente, y del que espera su regreso, cada día, en el mismo lugar.
El inquilino, en ocasiones parece un vampiro:
Viste de negro, aparece de noche, y domina a la chica... mientras ella suma obsesiones, ternura y desequilibrios emocionales.
La actriz austríaca, Maria Schell aprendió el guión en italiano, y habló todas sus líneas en italiano durante el rodaje, lo que le valió la admiración del elenco, y el equipo italiano.
Posteriormente, se decidió no doblar su voz por una actriz italiana, que era la práctica habitual en el momento.
Pero la Schell, en algunos momentos saca un poco de quicio, con esa risa nerviosa conjugada con el llanto desconsolado de un niño… pero bueno, se le perdona a la mujer, estaba “loca” de amor; y quizás la actriz lo hizo para realzar las características de un personaje con evidentes desequilibrios emocionales, que se traducen en súbitos desórdenes y cambios de actitudes, yendo de un extremo a otro, casi bipolar, escondiéndose en un gallinero, para segundos después caminar con el pobre Mario; y por supuesto, sin perder jamás esa demasiado omnipresente sonrisa.
Cierto es que se trata de un personaje de una joven ingenua, insegura, que vive, literalmente pegada a las faldas de su abuela, y esa inexperiencia es la que la convierte en un ser tan maleable y voluble, sin embargo, considero que la Schell pudo haberle dado otra dimensión al personaje, sin la necesidad de estirar el rostro de oreja a oreja tan a menudo.
Y como curiosidad, los hombres también lloran, y en ese momento final, sabemos perfectamente que Natalia será una desgraciada con el extraño huésped de la pensión.
Curiosamente, ella hace aquí el papel que realizó Mastroianni en tantas de sus películas, como seductor, en las que abandona a la mujer que le quiere, por una aventura.
Si bien el amor de Maria Schell aquí por el hombre idealizado es inocente y no intencionado; al final nos invade una tristeza infinita, que acentúa el grandísimo Nino Rota, con una partitura melancólica.
Otro personaje omnisciente, es la ciudad en ruina.
Son los claves rasgos de una Italia destruida por la guerra, la gente carga en sus ojos y en sus pasos desganados, profundas tristezas, y por dónde uno mire, encuentra soledades buscando el calor de otro cuerpo.
Una ciudad fría pero romántica, oscura pero blanca, todo eso acompañado por una espesa bruma que envuelve al aire, los puentes, y a los personajes.
La ciudad, es como un laberinto al que se ven inmerso los personajes por medio de calles finas y canales venecianos.
La soledad está en cada paso, en cada lugar, y en cada mirada.
Esa gente que aparece durante estas extrañas noches en las que se encuentran Mario y Natalia, son seres buscando un amor, o tan solo un poco de calor, son cuerpos fríos en busca de alguien que logre sacarlos de ese estado patoso que nos hace ingresar la soledad.
Así, la soledad, es el motor de esta ciudad, de su gente y de los protagonistas.
Entre las escenas más memorables:
El baile entre Mario y Natalia en el club nocturno.
Es cuando menos curioso ver, cómo Mario se desenvuelve como pez en el agua, aunque sea el único en el local que lleve traje, y su edad pueda duplicar a la de cualquiera de los que a su lado se haya.
En la secuencia del frenético y salvaje baile de Mario, en un ambiente en el que todos son jóvenes, vestidos informalmente, todos bailan como en un ritual sin palabras, en el que irrumpe un al inicio inseguro Mario, y ahí es que vemos al genial Mastroianni, en una competencia sexual, desafiando a la juventud, silencioso ritual de cortejo, que realiza algo torpe, histérico, explosivo, se cae, se levanta, brinca, marca su territorio, y se lleva a su chica.
Son minutos animalescos, donde la canción “Thirteen Woman” de Bill Haley, ambienta auditivamente de excelente forma tan singular e intenso momento, un tema de rock bohemio y sensual.
Y el trágico final, perfecto ejemplo de la conjugación de los elementos antes destacados:
Un talentoso director, haciendo uso de su maestría, una música acorde a lo emocional del momento, y unas interpretaciones memorables.
En relación con el texto original, éste pone mucho énfasis en el goce del momento, y la posibilidad de disfrutar del sentimiento amoroso, aunque este no sea correspondido; aspecto que en la novela se desarrolla más que en la película, puesto que en ésta no aparece la parte final del texto en donde ella mediante una carta, ofrece a Mario una amistad que este rechaza.
Por último, la composición musical del gran Nino Rota, está perfectamente a la altura, como no podía ser de otra forma; y sugiere sentimientos románticos, melancólicos y de intriga.
Añade el rock que acompaña el baile, y una referencia operística de la obra cumbre de Rossini.
“Un momento di gioia, non è sufficiente per tutta la vita?”
“Белые ночи” (1848) y Le Notti Bianche, son inolvidables obras sobre la soledad en tiempos de carencia de amor y de tristeza.
Tiempos en dónde la confianza y el ayudar al prójimo, había sido remplazado por la tristeza y el dolor de una guerra que hacía pocos años había culminado.
El filme en particular, dota de una maravillosa magia y una lírica poesía que hace que cada escena sea memorable y única.
Una historia que se regodea entre lo real y lo onírico, una obra que se sitúa entre el neorrealismo de las primeras obras de Visconti, y la depurada estilización de sus últimos films.
Una película dolorosa, que da una mirada lúgubre del amor, y que nos deja con un escaso sentimiento de felicidad; que nos recuerda lo eterno de aquellos momentos efímeros que nos marcan para siempre.
El dolor puede quedarse en uno toda una vida, en cambio, la felicidad es efímera.

“Ci sono persone che ringraziamo per aver appena incrociato il nostro cammino”



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