La Bestia Humana

“Tu conciencia no te impidió hacerme el amor, ¿verdad?
Nunca te molestó cuando estaba entre tus brazos, y ahora sales hablando de sentimientos”

“Les Rougon-Macquart” es una colección que agrupa un conjunto de 20 novelas, escritas por Émile Zola, entre 1871 y 1893.
Émile Édouard Charles Antoine Zola, fue un escritor francés, considerado el padre y el mayor representante del naturalismo; y esa colección lleva como subtítulo:
“Histoire naturelle et sociale d'une famille sous le Second Empire” o “Historia natural y social de una familia bajo El Segundo Imperio” y sigue las vidas de los miembros de las 2 ramas nominales de una familia ficticia, que vivió entre 1852 y 1870; y es una de las obras más destacadas del movimiento literario del naturalismo francés; pues marcan el triunfo del movimiento literario llamado “naturalismo”, del que Zola, junto a Edmond y Jules Goncourt y Guy de Maupassant, es el principal representante.
Inspirada en “La Comédie Humaine”, uno de los mayores proyectos narrativos de la historia de la literatura realizado por Honoré de Balzac, el cual se propuso escribir 137 novelas e historias interconectadas, que retrataran la sociedad francesa en el período que abarca desde La Caída del Imperio Napoleónico hasta La Monarquía de Julio; pero en el caso de Zola, toda la serie trata sobre la familia Rougon-Macquart, y evoca el contexto de la Francia del Segundo Imperio de Napoleón III, período durante el cual, la sociedad francesa vive los cambios que conlleva la progresiva industrialización del país, y el crecimiento de unas grandes ciudades que conviven todavía con la Francia más rural y tradicional.
Zola retrata, al igual que hace en alguna de sus otras novelas más conocidas, la influencia de esa Revolución Industrial y sus consecuencias, el proletariado y sobre el individuo, que se convierte en una fuerza de trabajo acostumbrada a convivir día a día con las máquinas.
De este ambiente, y en concreto, del mundo del ferrocarril, por entonces en pleno proceso de desarrollo, es donde sitúa Zola a Jacques Lantier, el protagonista de este relato pasional, que incluye el asesinato.
A la vez, es un duro retrato de la condición humana y de la influencia y la fuerza de lo más irracional y primitivo del ser humano, inadaptado a su ambiente y determinado por sus orígenes.
Y es que Zola nos recuerda que bajo la capa del progreso tecnológico, permanece siempre la bestia que llevamos dentro.
La obra pretende estudiar los defectos hereditarios de una familia originaria de Plassans, a lo largo de 5 generaciones, desde la ancestral Adelaida Fouque, nacida en 1768, hasta un niño nacido fruto de la relación incestuosa entre Pascal Rougon y su sobrina Clotilde en 1874.
Se quiere también describir la sociedad durante El Segundo Imperio de manera exhaustiva, sin olvidar ninguno de los componentes de esta sociedad, dando cabida a las grandes transformaciones que se producen en esta época:
Urbanismo parisino, grandes almacenes, desarrollo del ferrocarril, aparición del sindicalismo moderno, etc.
Esta mezcla e interacción de lo privado, en la familia Rougon-Macquart; con lo público, El Segundo Imperio; o dicho de otra manera, de la historia con minúscula o “intrahistoria”, con la historia con mayúscula, será el reto que se propone el autor.
Así lo explícita en El Prefacio a la primera novela de la serie:
“Quiero explicar, cómo una familia, un pequeño grupo de seres humanos, se comporta en una sociedad, desarrollándose para engendrar 10 o 20 individuos que parecen, a primera vista, profundamente distintos, pero que el análisis muestra íntimamente ligados los unos a los otros.
La herencia tiene sus leyes, como la gravedad”
“La Bête Humaine”, pues es una novela de 1890, escrita por Émile Zola, y es la novela #17 de las 20 publicadas por Émile Zola con el título genérico “Les Rougon-Macquart”, y se basa en el ferrocarril entre París y Le Havre, en el siglo XIX, y es un “thriller” psicológico y tenso.
Los personajes principales son:
Roubaud, el subjefe de Le Havre; su esposa Séverine, y Jacques Lantier.
Lantier es un conductor de tren en la línea, y el vínculo familiar con el resto de la serie “Les Rougon-Macquart”
Él es el hijo de Gervaise L'Assommoir de la novela homónima de 1877; el hermano de Étienne Lantier Germinal de la nivela de 1885; y Claude Lantier L'Œuvre, de la novela de 1886; y el medio hermano de la Nana, de la novela de 1880.
El subjefe de la estación de El Havre, Roubaud, empleado modelo, casado con Séverine que es huérfana de padre desde la infancia, y fue apadrinada por Grandmorin, presidente de la compañía de ferrocarriles, quien facilitó a Roubaud conseguir su empleo; se entera de que su esposa fue violada desde su adolescencia por Grandmorin, y decide matarlo.
El lugar elegido para el asesinato, es un coche de primera clase del tren que cubre el trayecto nocturno entre París - El Harve.
Roubaud y Séverine, después de degollarlo, tiran el cuerpo de Grandmorin a las vías, y regresan a sus asientos de segunda clase, creyendo no haber sido vistos.
Pero en ese mismo momento, Jacques Lantier, un maquinista que trabaja en la misma la empresa, y que conoce de vista a Roubaud y su esposa, camina al costado de las vías, y al levantar la vista fija, como en un fugaz fotograma, ve el cuerpo de un hombre apuñalando a otro y, junto a él, el cuerpo de una mujer.
Durante la investigación del crimen, Lantier se convence de que las personas que vio en el tren eran Roubaud, y Séverine, pero decide no comprometerlos.
Los esposos, desesperados por el miedo a ser descubiertos, entablan una relación amistosa con Lantier.
Meses más tarde, la investigación se da por concluida, y el matrimonio parece encaminarse hacia la felicidad plena.
Sin embargo, Roubaud, acosado por el remordimiento, se vuelca afanosamente al juego, mientras que Séverine y Lantier se enamoran, y traman el asesinato de Roubaud para librarse de él.
En la novela, Émile Zola estudia, o trata de estudiar, varios asesinatos.
Se abre la serie con el que comete un matrimonio, el formado por Roubaud y Séverine.
Es un asesinato estúpido, si es que hay alguno que sea inteligente, motivado por unos antiguos celos que ya no tienen razón de ser; y entre los 2 degüellan a Grandmorin, un viejo vicioso que disfrutaba, entre otros trofeos, de los 16 años y medio de Séverine.
A tan necio crimen, pasados años de aquellos abusos, sigue el de Misard, que envenena a la tía Phasie, su mujer, con lavativas en las que introduce veneno para las ratas…
La causa son mil francos escondidos, y que nadie encuentra.
No se sabe muy bien, para qué quiere el dinero Misard, pues es descrito como poco menos que una piedra, y que sepamos una piedra no tiene ninguna ambición…
Quizás el crimen más horroroso, por lo necio, y por la cantidad de gente implicada, sea el de Flore, una mujer enamorada de Jacques, maquinista del tren, y amante de la pobre Séverine.
Flore, guardavías de un paso a nivel, celosa, cruza un carro cargado de piedras en las vías, y hace que el tren conducido por Jacques, se estrelle.
Ni Jacques ni Séverine, que viaja en un vagón, mueren, así que será Flore, la joven guerrera, la que se quite la vida poniéndose delante de una máquina de tren a toda velocidad en un túnel.
Zola, no busca explicaciones para estos crímenes, sencillamente los describe.
Y no resulta difícil entrever la obcecación, la ceguera, de los personajes que cometen semejantes villanías.
En quien se centrará el novelista, a quien buscará peregrinas justificaciones, será en Jacques Lantier, el joven maquinista enamorado de Séverine.
Varias veces se nos dice de él, desde su encuentro con Flore, que siente, ante la mujer, un irresistible deseo de matar.
¿Por qué?
Por la herencia genética.
Una herencia que se remonta a la Prehistoria, ni más ni menos…
De esta obra, se han realizado varias adaptaciones para el cine:
“Die Bestie im Menschen”, una película muda alemana de 1920, dirigida por Ludwig Wolff; “La Bête Humaine”, una película de 1938, dirigida por Jean Renoir; y “Human Desire”, película de 1954, dirigida por Fritz Lang, y protagonizada por Glenn Ford.
“Ya no sentía la sed de vengar ofensas muy antiguas, cuyo exacto recuerdo se había borrado de su memoria; aquel rencor amontonado de varón en varón, desde el primer engaño en el fondo de las cavernas”
La Bestia Humana es un drama de suspense argentino, del año 1957, dirigido por Daniel Tinayre.
Protagonizado por Roberto Escalada, Massimo Girotti, Ana María Lynch, Eduardo Cuitiño, Alberto de Mendoza, Elisa Galvé, Guillermo Battaglia, Amalia Sánchez Ariño, entre otros.
El guión es de Eduardo Borrás, basado libremente en la novela homónima de Zola.
Borrás fue un dramaturgo, periodista y guionista de cine español, que desarrolló gran parte de su actividad profesional durante su exilio en Argentina.
En algunas de sus obras, usó el seudónimo de Enrique Albritt; y también realizaba traducciones de prestigiosos autores como:
Marcel Achard, Samuel Beckett, Georges Feydeau, Guilherme Figueiredo, Fritz Hochwalder, Jean Paul Sartre e Irving Shaw.
El guionista, era admirador declarado de Ortega y Gasset, conversador inteligente, observador sagaz, y dueño de un espíritu mordaz, su teatro refleja los más variados conflictos de las relaciones familiares, los enfrentamientos generacionales y ahonda en problemas filosóficos como el libre albedrío, la libertad moral del hombre y el determinismo.
Producida por Cinematográfica Cinco, y distribuida por Argentina Sono Film, el título tentativo de La Bestia Humana fue “Los Asesinos También Mueren”, y en Montevideo se dio como “Obsesión de Sangre”
La historia es un compendio de las bajas pasiones, las traiciones, las ambiciones y los ambientes cargados de sexo, tensión y violencia, típicos del cine negro.
Como dato, en la película, filmada en 1953, en una escena situada en la estación Rosario del Ferrocarril Mitre, aparece en un segundo plano, un afiche con retratos de Juan y Eva Perón, lo que motivó el secuestro de algunas copias por infringir El Decreto Ley 4161 de 1956, sancionado por El General Pedro Eugenio Aramburu, Presidente de Facto, junto al vicepresidente y todos los ministros de la dictadura autodenominada “Revolución Libertadora”, que gobernaba La República Argentina el 5 de marzo de 1956, mediante el cual prohibía pronunciar los nombres de Juan Domingo Perón y Eva Duarte de Perón, así como cualquier mención referida a la ideología peronista o que propagandizara al peronismo.
Y formó parte de la política llamada de “desperonización” de la población argentina; sin embargo, los responsables de ese hecho, de poner el afiche, fueron sobreseídos, pero la escena fue cortada.
El filme es un drama oscuro, al límite del “filme noire”, sus ribetes dramáticos, eróticos y bien característicos del cine de Daniel Tinayre, está presentes todo el tiempo.
La acción sigue a Pedro Sandoval (Massimo Girotti), un ferroviario que padece una extraña compulsión:
Cada vez que se siente atraído sexualmente por una mujer, afloran en él instintos asesinos.
Un día conoce a Laura de Santángelo (Ana María Lynch), una mujer particularmente conflictiva, por la que siente una fatal atracción, lo cual no parece prometer un desenlace feliz.
Pedro es un perturbado ferroviario, que dice tener miedo de sí mismo, o según un compañero ferroviario, “de tenerle miedo a las mujeres”, acaso hay alguna homosexualidad reprimida… por lo que intenta el femicidio, pero no tardará en confesar que Laura de Santángelo es la única mujer que amó.
Pero los celos del jefe de la estación ferroviaria donde trabaja, y esposo de Laura, provocan un dramático final plagado de crímenes.
El director Daniel Tinayre, no duda, como en la mayoría de sus filmes, mostrar escenas fuertes y provocativas para su época, llenas de erotismo y violencia.
“Supongo que solo la gente como Pedro es capaz de matar por lo que ama”
El cine argentino fue desde la década del 30, una estrategia poderosa en la educación de las clases medias y populares, asociado a la prensa y a la radio que gozaban de numerosos adherentes.
Esos años fueron fundamentales en la formación intelectual de Daniel Tinayre, cuyos viajes por Francia, su cuna natal, y América, como destino itinerante de un hijo de diplomático, lo llevaron por distintas ciudades latinoamericanas, mientras se consolidaba en él, su vocación por la lectura y el cine, en el marco de un mundo de entreguerras.
Los imaginarios del expresionismo, el impresionismo, el cubismo o el surrealismo, no eran sino un espejo en que se miraba el incipiente cine de esas latitudes, como el producido en el continente europeo.
Encabalgado en ese trayecto formativo, en el que se funden el teatro, la literatura, la arquitectura y la fotografía, su filiación con el expresionismo, halló en él una de las formas de manifestación, hechizado por la influencia de los grandes maestros alemanes, entre los que se cuentan sus admirados:
Fritz Lang y Robert Wiene.
Atrapado por las posibilidades de esa nueva estética contemporánea, la atracción del cineasta en ciernes es inmediata, cautivado por la luz que cumple un papel expresivo fundamental y funcional a través del profuso trabajo de los claroscuros, tendientes a impregnar las sombras y espacios tenebrosos.
La expresividad de la puesta alcanza el trabajo actoral.
Y en los controvertidos años, tras sus intervenciones fílmicas parisinas, llega a Buenos Aires en el momento preciso en que se dan varias circunstancias que alentaron su vocación cinematográfica:
El desarrollo de una industria cultural que hacía furor; los debates parlamentarios de los gobiernos conservadores que involucraba a legisladores interesados por el cine, y por último, a las puertas de los años 40, los cambios que viviría el país con La Revolución del 4 de junio de 1943, que encumbraría al Coronel Juan D. Perón hasta destinarlo a puestos relevantes de la política argentina.
Es por tanto, en este contexto de cambios para la industria, que Daniel Andrés Manoli Tinayre, director de cine, guionista y productor de cine francés, nacionalizado argentino, filma sus más destacadas obras, en lo que podríamos llamar “su segunda etapa creativa”, reafirmando su capacidad de creador talentoso, que supo de las mieles del público, y del respeto de sus colegas.
Filmó 25 películas, contando las colaboraciones, pero consideramos que las medulares se encuentran en el período entre 1945 y 1955, momento que coincide con la apoteosis y la caída del peronismo; y una de las fijas del cine, es esa venerable novela de Émile Zola, “La Bête Humaine”, que brinda oportunidad doble de lucimiento, tanto para actores como para dialoguistas y directores.
Tinayre aborda esta peculiar historia, que puede encuadrarse, si se permite el aire paradojal, como una tragedia de enredos, generalmente se reserva la calificación para su género antitético.
Digo, porque en el ámbito ferroviario, y a partir de un crimen, se entrelazan los caminos de personajes distintos, con dispares caminos “prima facie”, como una seductora mujer casada que recibe los beneficios económicos de un amante millonario, un simple, aunque calificado como el mejor maquinista con instintos de asesino serial de mujeres... y crímenes vindicativos.
El director logra imponer un interés en el film, tiene ritmo, sobre todo en algo más de la primera mitad de la película, ya que después decae algo, y remonta en el exacto final.
Otra cosa a destacar, es la dirección de Tinayre, el tipo tiene un conocimiento de la plástica, sabe crear ambientes como nadie, y darle un aire expresionista a la película que la eleva, pero sin descuidar los elementos narrativos, y la fuerza visual.
Y es que al director lo fascinaba el retrato de seres perversos, violentos, y sabía muy bien llevar toda esa degradación a la pantalla.
La fotografía es soberbia, y las composiciones están a la altura de los grandes, pero algunas acciones son irremediablemente teatrales.
Es el oficio del realizador que resuelve de manera satisfactoria estos problemas, con algunas tomas realmente memorables y un clima fuerte y atrevido por igual.
La historia, es siempre la de un ferroviario celoso y jugador, mal enamorado de su esposa, una mujer atrevida y provocadora.
También es la historia de un maquinista, un hombre traumado e incapaz de llevar una relación normal con una mujer, que sin embargo, se deja caer en las redes de esta mujer fatal.
Ambos destinos se unen de manera trágica.
En esa primera parte, hay agradables encuadres, en conjunto se revela a un director interesante, aunque también hay que decir que por momentos, salvo que se esté muy atento el guión es algo enrevesado, y termina siendo un poco confuso por la superposición de historias y relación de los personajes bastante repentinos.
Pero lo mejor de la historia, es el aura trágica que tiene, desde el principio, y no solo se dan desde el inicio, sino por la manera en que se presentan los hechos, y uno sabe que esos seres están condenados, que no tienen posibilidad de salvación.
De todos modos, hay buenas actuaciones, una grata ambientación, muy buen suspenso y mucha violencia y erotismo.
Del reparto, Ana María Lynch como Laura de Santángelo, está soberbia, ella es la mujer de hombre fatales, que está dispuesta a seducir con tal de obtener sus objetivos; Massimo Girotti como Pedro Sandoval, es todo un símbolo erótico, con un secreto que lo lleva a la perdición, por cierto, Roberto Escalada hizo el doblaje de Girotti, pues éste no hablaba español.
Eduardo Cuitiño está a la altura como el pérfido y enfermo esposo de Laura, Donato Santángelo, que maltrata y manipula con tal de mantener su vicio, el juego.
Otros que están muy bien en sus papeles son:
Alberto de Mendoza como Luis Regiani; Amalia Sánchez Ariño como la tía Ángela; Elisa Christian Galvé como la pobre Flora; y los inspectores:
Guillermo Battaglia como Braco y Francisco de Paula como Alonso.
Pero sobre todos ellos, la pareja fatal:
Ana María Lynch, fue construida como imágenes para hacerles mal a los hombres.
Sin embargo, no quedaba mal como mujer para la mentalidad del momento, porque había arrepentimiento final:
Las malas se arrodillaban o entraban en un sillón de ruedas a la iglesia, o vivían alguna situación de redención que apaciguaba al espectador, sobre todo a la espectadora, que se había deslumbrado con mujeres tan bellas y terribles.
En consecuencia, no había peligro de que las señoras trataran de imitarlas, de que cazaran un látigo para pegarle a un cura, ni tampoco de que se mostraran demasiado sensuales con sus hijos...
Ella hizo sufrir mucho a Hugo del Carril, que la amó como pocos hombres han amado a una mujer en su vida; pero La Lynch lo engañó permanentemente, fue amante, por ejemplo, de aquel Ministro de Perón, Antonio Benítez, que le produjo La Bestia Humana, y viajó con ella a Italia para contratar a Massimo Girotti.
Y Massimo Girotti, uno de los actores de más larga presencia en la historia del cine italiano.
Aunque las marcas dejadas por el paso del tiempo eran visibles, el rostro de ese hombre alto y afable, todavía conservaba gallardamente la distinción de aquel tiempo en el que llegó a ser considerado, sin cuestionamiento alguno, como uno de los actores más apuestos que haya conocido la pantalla grande.
Buena parte de ese atractivo, irresistible para el público femenino de más de una generación, nacía de sus profundos ojos azules, dueños de una mirada que era a la vez serena y profundamente melancólica.
“Más de una vez llegué a pensar que semejante belleza física podía oscurecer su talento.
Por suerte, con el tiempo se supo que eso no iba a ocurrir”, dijo el director Carlo Lizzani, que lo dirigió en “Infierno en el suburbio”
Fue a partir de su encuentro con Luchino Visconti, que lo dirigió en “Ossessione”, que Girotti no dejó de ser convocado por algunos de los más importantes realizadores de su país.
Con esa rara mezcla, entre una presencia física casi imponente y el gesto digno de un actor de raza, que hacían de él un intérprete de perfil único, Girotti le dio vuelo a personajes que en otras manos se perdían en la intrascendencia.
Pero no tardó en regresar a su perfil más aplaudido, valorado por Pasolini, Bertolucci o Visconti, en algunas de sus obras de madurez.
Siempre dispuesto en los últimos años a trabajar con realizadores jóvenes, Girotti trajo a la Argentina, la misma dignidad de toda su carrera para protagonizar, en 1957, una versión de “La Bestia Humana” dirigida por Daniel Tinayre.
El resto es historia.
“No sigas mirándome así, porque te cansarás”
Tal vez, es en esta novela de Émile Zola, donde se nota de forma más clara y contundente, el absurdo de explicar el comportamiento de una persona a través de la herencia genética, o por dicha herencia.
Cierto es que Émile Zola, con sus novelas, se lanza a experimentos un tanto complicados y difíciles:
Explicar el porqué de varios crímenes; y no hace falta, por otra parte, ser un agudo observador para percatarse de que 2 hermanos, Prometeo y Epimeteo, Cástor y Pólux, Antígona e Ismene, Caín y Abel, etc., hijos del mismo padre y de la misma madre, y educados en el mismo ambiente, salen tan diferentes entre sí, como el verano y el invierno.
¿Por qué sucede esto?
¿Es suficiente la herencia genética para explicar estas diferencias?
¿Lo es el medio, o la combinación de este con la herencia?
Sinceramente creemos que no.
Hay algo que siempre se escapa, que queda balbuciendo, y que sigue siendo un verdadero misterio.
¿Cómo actuar entonces?
Tal vez no hablando de aquello, de lo que nada se sabe, es decir, quizás la labor del novelista fuera la de describir las acciones, los pensamientos, los sueños y anhelos de los personajes, dejando de lado las justificaciones y las teorías más o menos novedosas o peregrinas, y que nada aportan como no sea polémicas.
Las teorías y justificaciones, siempre terminan por lastrar la obra.
Una obra que necesita de largas explicaciones, no es una obra lograda.
Y en sus mejores novelas, Zola ni nombra a los genes, ni los necesita para el desarrollo de la acción; y esas son indudablemente sus mejores novelas.
Hay cosas, situaciones y comportamientos, que resultan difíciles, tal vez imposible de explicar, y la vocación y el asesinato, quizás estén entre ellas.
Y es que Émile Zola, trató de brindarle una explicación científica a lo inexplicable, explicación que, seguramente, ni él mismo se creyó.
Sus novelas de hecho funcionan, y muy bien, cuando se olvida de sus planteamientos teóricos.
En “La Bête Humaine” vale más lo que nos dice sobre la justicia y su funcionamiento, por ejemplo, que todos los intentos de justificar el crimen de Jacques.
Para los crímenes, siempre se han buscado explicaciones:
La falta de educación, la carencia de afecto, el medio, el desprecio por la vida, el cromosoma X, etc., y siempre volvemos a lo mismo:
No hay explicación posible, o tal vez la única explicación es que, en el fondo, seguimos siendo animales.
Buscar una única explicación para un personaje, o no explicar por qué en unos, el medio actúa de una forma, y en otras la contraria, es volver a San Agustín, a cuando decía aquello de “Pluvia defit, causa christiani”:
“La herencia no sirve para llegar al fondo de unos determinados comportamientos.
No tienen la culpa los cristianos de que no llueva…
Ni mis ancestros de mis pecados o crímenes”
La mente humana, todavía sigue siendo un misterio.

“¿Procedía esto, el deseo de matar, del mal que las mujeres habían causado a su generación, del rencor acumulado de hombre en hombre, desde el primer engaño en el fondo de las cavernas?
Y sentía también en su acceso una necesidad de luchar para conquistar a la hembra y domarla, la necesidad perversa de echarse la muerta a las espaldas como un botín que se arrebata a los demás para siempre”



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