La Mort de Louis XIV

“Dieu seul est grand”

Jorge Luis Borges decía:
“La muerte es una vida vivida.
La vida es una muerte que viene”
Louis XIV es El Rey por antonomasia; y no cabe duda que marcó un antes y un después en la historia de Europa:
Concentró el poder como pocas personalidades históricas lo han hecho, su frase más conocida lo deja bien en claro:
“L'État, c'est moi”
Y en nuestra vida cotidiana, es común relacionarlo directamente con situaciones de extrema lujuria; pues él fue quien dio la orden de construir uno de los palacios más imponentes de la historia:
El Palacio de Versalles, su hogar; dado que todas las monarquías envidiaban su Palacio, incluso intentaban copiar tan grandiosa obra incluyendo sus hermosos y amplios jardines que había diseñado André Le Nôtre, su más preciado arquitecto.
Llamado “Le Roi Soleil” o “Louis Le Grand”, fue Rey de Francia y de Navarra, desde el 14 de mayo de 1643 hasta su muerte, con casi 77 años de edad, y 72 de reinado.
También fue Copríncipe de Andorra de 1643 a 1715; y Conde rival de Barcelona durante la sublevación catalana de 1643 a 1652, como Louis II.
Louis XIV, fue el primogénito y sucesor convirtió en Rey a la temprana edad de 4 años, luego del fallecimiento de su padre, Louis XIII, llamado “Le Juste”, y de Ana María Mauricia de Austria y Austria-Estiria, hija del rey Felipe III de España, llamado “El Piadoso”
Como era apenas un niño, su madre Ana de Austria, se encargó de tomar decisiones, con la ayuda del Cardenal Jules Mazarin, más conocido como El Cardenal Mazarino, un hábil diplomático, Cardenal y político italiano, primero al servicio del Papa, y más tarde al servicio del Reino de Francia; siendo el sucesor del Cardenal Richelieu como Primer Ministro.
Louis XIV comenzó a gobernar por su cuenta a los 22 años, luego de la muerte de Mazarino; e incrementó el poder y la influencia francesa en Europa, combatiendo en 3 grandes guerras:
La Guerra de Holanda, La Guerra de Los Nueve Años y La Guerra de Sucesión Española.
La protección a las artes que ejerció el soberano Louis XIV, fue otra faceta de su acción política:
Los escritores Moliére y Racine, el músico Lully, o el pintor Rigaud, resaltaron su gloria como también las obras de arquitectos y escultores.
El nuevo y fastuoso Palacio de Versalles, obra de Louis Le Vau, Charles Le Brun y André Le Nôtre, fue la culminación de esa política.
Al trasladar allí La Corte en 1682, se alejó de la insalubridad y las intrigas de París, y pudo controlar mejor a La Nobleza; de hecho, Versalles fue el escenario perfecto para el despliegue de pompa, y para “la sacralización del soberano”
Y es que pocos gobernantes en la historia del mundo, se han conmemorado de la misma manera que Louis; que usó el ritual de La Corte y las artes para validar y aumentar su control sobre Francia, y con su apoyo, El Ministro de Finanzas, Jean-Baptiste Colbert, estableció desde el comienzo del reinado personal de Louis, un sistema centralizado e institucionalizado para crear y perpetuar la imagen real.
El Rey fue así retratado, en gran medida en majestad o en guerra, especialmente contra España; y esta representación del Monarca, se encontraba en numerosos medios de expresión artística, como la pintura, la escultura, el teatro, la danza, la música y los almanaques que difundían la propaganda real entre la población en general.
Louis XIV, uno de los más destacados reyes de la historia francesa, consiguió crear un régimen absolutista y centralizado, hasta el punto que su reinado es considerado el prototipo de la monarquía absoluta en Europa.
La frase “L'État, c'est moi” o “El Estado soy yo”, se le atribuye frecuentemente, aunque los historiadores la consideran una imprecisión histórica, ya que es más probable que dicha frase fuera forjada por sus enemigos políticos para resaltar la visión estereotipada del absolutismo político que Louis XIV representaba, probablemente surgiendo la cita:
“El bien del Estado constituye La Gloria del Rey”, sacadas de sus “Réflexions sur le métier de Roi” (1679)
En contraposición a esa cita apócrifa, Louis XIV dijo antes de morir:
“Je m'en vais, mais l'État demeurera toujours” o “Me marcho, pero El Estado siempre permanecerá”
Así fue como “El Rey Sol” llegó al final de su largo reinado, que estuvo marcado por los primeros síntomas de decadencia del régimen y de La Corte, el declive de la hegemonía francesa en el continente, el fracaso de su política colonial y el inquietante malestar social surgido de las hambrunas que padecía el pueblo llano.
Sin embargo, el Monarca, llamado “vicediós” por El Obispo Godeau, siguió fiel a sí mismo, y confiado hasta el día de su muerte, en 1715, en su voluntad como único motor de la vida del reino y de sus súbditos.
De la misma manera que los planetas giran alrededor del Sol, él quería que sus asistentes y el pueblo francés giraran alrededor suyo.
Louis XIV fue un rey generoso, pero tenías que ganarte su aprobación a fuerza de adulación.
Se cuenta que poseyó aproximadamente 1000 pelucas y 413 camas.
Las decenas de retratos dan cuenta de ello, muchos hechos por Hyacinthe Rigaud, además de otros contemporáneos suyos; lienzos y esculturas que seguramente habremos visto alguna vez.
Esos retratos y estatuas del Monarca, lo muestran en una estampa ecuestre o posando como un guerrero, en pie, imponente, con su silueta perfilada ante un paisaje antes de la batalla; pero a pesar de la imagen de un “rey sano y viril” que Louis intentó proyectar, existe evidencia que sugiere que su salud no era tan buena; porque tenía muchas dolencias, por ejemplo:
Los síntomas de la diabetes, como se confirma en los informes de periostitis supurantes en 1678, abscesos dentales en 1696, junto con forúnculos recurrentes, desmayos, gota, mareos, sofocos, y dolores de cabeza.
De 1647 a 1711, los 3 médicos principales del Rey:
Antoine Vallot, Antoine d'Aquin y Guy-Crescent Fagon, registraron todos sus problemas de salud en el “Journal de Santé du Roi” o “Diario de La Salud del Rey”
Pero de los 3, Fagon se distinguió en la práctica de la medicina, asumiendo el cargo de director médico del Rey, en 1693, después de Antoine d'Aquin, que lo fue de 1620 a 1696; siendo también el director de botánica del Rey; y el primero en poner en duda los beneficios del tabaco en la salud.
El 18 de noviembre de 1686, Louis sufrió una operación dolorosa por una fístula anal que fue realizada por el cirujano Charles Felix de Tassy, quien preparó un bisturí curvado con forma especial para la ocasión...
La herida tardó más de 2 meses en sanar... y el que fuera elevado a la altura de un Dios por encima de La Nobleza, como dueño y señor de la persona y propiedades de 19 millones de franceses, moriría el 1 de septiembre de 1715, de gangrena, pocos días antes de su 77 cumpleaños, y tras 72 años de reinado.
Luego de su deceso, se descubrió que el tamaño del estómago del Monarca era el doble que el de una persona promedio; pues fue un hombre con mucho apetito, en todo sentido.
Y teniendo en cuenta la época, Louis XIV vivió mucho más de lo que daba cuenta la esperanza de vida; además, la cifra resulta más asombrosa, si sabemos que a él le gustaba presenciar y participar en el campo de batalla.
Soportando mucho dolor en sus últimos días, finalmente se “entregó su alma sin ningún esfuerzo, como una vela que se apaga”, mientras se recita el salmo “Domine, ad adjuvandum me festina”, es decir, “O Señor, date prisa en ayudar”
Su cuerpo yace en La Basílica de Saint-Denis, en las afueras de París; permaneció allí sin interrupción durante unos 80 años, hasta que los revolucionarios exhumaron y destruyeron todos los restos encontrados en La Basílica.
Prácticamente todos los hijos legítimos del Rey, murieron en la infancia…
Francia quedaba abandonada en manos de 2 Monarcas que propiciaron La Revolución; pues la muerte de Louis XIV, fue también la muerte de un régimen.
¿La muerte de un Rey, es diferente a la muerte de un hombre común?
“Dieu a-t-il donc oublié tout ce que j’ai fait pour lui?”
La Mort de Louis XIV es un drama francés del año 2016, dirigido por Albert Serra.
Protagonizado por Jean-Pierre Léaud, Patrick d'Assumçao, Marc Susini, Bernard Belin, Irène Silvagni, Vicenç Altaió, entre otros.
El guión es de Thierry Lounas y Albert Serra; basados en 2 trabajos:
Las “Mémoires” del Duque de Saint-Simon, y en las del Marqués de Dangeau; y centrados en los últimos 15 días de agonía que pasó el Monarca francés, Louis XIV en su residencia de Versalles.
El título de Serra, elimina el problema del “spoiler”, y destituye el infantil credo de la novedad y la sorpresa:
El Rey muere, y quien tenga conocimiento de la historia francesa, estará enterado de las peculiaridades de ese deceso, que no son tan especiales.
La Mort de Louis XIV, reconstruye así, imaginariamente, los momentos finales de la vida del Rey.
Y como película nace como un encargo del Centro Pompidou de París, que quería una obra sobre la muerte del Monarca Louis XIV; pero finalmente el proyecto no se realizó y, 5 años después, tomó forma de película de ficción.
“Por problemas de presupuesto, inicialmente el proyecto se anuló.
Y ahora hemos mezclado actores profesionales con la gente del pueblo en el que filmamos.
Como yo ruedo tanto, y realizo tantas variaciones de secuencias, creo un magma en el que ya no se diferencia quién es profesional, y quién no”, dijo el director; y explicó que la película nació de manera espontánea y dificultosa a partir de la simple idea de retratar de manera modesta, íntima y precisa, esos 15 días señalados anteriormente, dejando fuera de campo:
La Corte, la familia y otros asuntos palaciegos, para que quedaran inscritos dentro del rostro de Jean-Pierre Léaud, con una expresión que mostrara al mismo tiempo, la problemática de la imagen que El Rey debía dar al exterior con la cuestión más personal de enfrentarse a la muerte.
Así, la película enfrenta el poder absoluto con la impotencia también desproporcionadamente absoluta; hasta alcanzar el corazón mismo de la banalidad de la misma muerte.
“Generalmente, ese último instante se envuelve de drama y de trascendencia, pero cualquiera que haya visto morir a alguien sabe que eso no existe.
Para mí, la referencia son mis abuelos.
Se fueron apagando, y jamás les oí declamar un pomposo adiós a la vida.
Nadie lo hace.
Ni un Rey”, reflexiona el director; que siendo coautor del documentado guión junto a Thierry Lounas, adapta su relato a las unidades aristotélicas de acción, tiempo y lugar.
Durante las casi 2 horas de metraje, el espectador prácticamente no sale de la estancia real, donde El Monarca permanece tumbado sobre su cama.
Sólo sabemos si es de día o de noche, si luce El Sol, llueve o hay tormenta, a través de los sonidos provenientes del exterior, a los que el cineasta concede una gran importancia, y de la tenebrosa iluminación natural de la fotografía de Jonathan Ricquebourg.
La Mort de Louis XIV ha sido presentada pues, como una reflexión sobre la decadencia del cuerpo y la inexorabilidad de la muerte, un estudio sobre el dolor íntimo que produce la pérdida del poder absoluto, una sátira sobre la inutilidad de la ciencia, un acercamiento poético al fantástico universo barroco, e incluso un metadiscurso crítico en torno al papel del arte y del cine en la construcción del imaginario colectivo; y supone para el director, una gran evolución respecto a su cine anterior, al menos en cuanto a aspectos de producción:
En primer lugar, se trata de su primera obra de nacionalidad francesa, contando por ello con unos medios en dirección de fotografía, de arte, vestuario y maquillaje, que consiguen que cada plano de la cinta parezca un cuadro de Rembrandt, perfectamente compuesto.
En segundo lugar, mientras que la mayoría de sus películas anteriores se desarrollaban en espacios exteriores, susceptibles de cualquier incidente ajeno a su control, la película que nos ocupa transcurre casi en su totalidad en la estancia del Rey, que es mostrada desde todos los ángulos posibles “asfixiando” lentamente al personaje, y al espectador por igual.
Y por último, el rechazo inflexible que el cineasta ha expresado en innumerables ocasiones hacia los actores profesionales, ha sido violado exitosamente con la contratación de Léaud, que alegremente ha llegado a declarar que “el François Truffaut del final de mi carrera, es Albert Serra”
La Mort de Louis XIV, es exactamente lo que su título indica, una indagación pormenorizada sobre las acciones, o mejor dicho no-acciones, que lleva a cabo el Monarca hasta su último aliento.
Estamos poco antes del 1 de septiembre de 1715; y en el retorno a casa, Louis XIV (Jean-Pierre Léaud), siente un dolor agudo en la pierna… y 15 días más tarde, se encuentra en cama en Versalles.
Este es el comienzo de la lenta agonía del Rey más grande de Francia, rodeado de sus más fieles súbditos, donde se dará lugar a escenas de comidas, inspecciones médicas o visitas aristocráticas, que van sucediendo poco a poco organizadas en torno a la evolución de la delicada salud del Monarca, simbolizada perfectamente por la degeneración de su gangrenada pierna, que se convierte en una suerte de hilo conductor de la trama.
Así vemos cómo El Rey almuerza, y todos los privilegiados que rodean la cama le observan... aplauden cuando recupera el apetito; mientras los médicos discuten a su alrededor, cuál es la mejor dieta a seguir.
Alaban la calidad de las uvas que come, mientras no pueden resistirse a probarlas y comprobar por sí mismos su dulzura.
Es como el gran teatro del ocaso de la vida, como si todo el mundo se parase para observar cómo la luz va perdiendo intensidad; y mientras, distante, con la mirada perdida, cada vez con menos fuerzas, El Rey Sol irónicamente se apaga.
En la representación de esa extraña reverencia y entrega de toda La Corte, hay también, de manera implícita, el dibujo de lo ridículo y lo grotesco, del exceso encapsulado en la imposible maraña de pelo del Monarca, en el supuesto elixir curador de un charlatán, o en el antojo de pollo frito...
A su lado, cual cohorte funeraria, sus más fieles súbditos, y Guy-Crescent Fagon (Patrick d’Assumçao), el médico de La Corte, quien no acierta a descubrir el origen de los males que aquejan a su todopoderoso señor; lo que provoca que se termine recurriendo a un segundo diagnóstico por parte de los doctores más prestigiosos de La Universidad de París, y a los servicios de un curandero charlatán procedente de Marsella, al que da vida el poeta Vicenç Altaió.
Son pequeños apuntes que conforman su expresión artística para dejar entrever siempre un mundo de tensiones:
La medicina frente al ocultismo, la intimidad del suceso frente a la grandeza de la historia, el poder fatuo que se resiste a desprenderse de su Imperio… y lo que vemos es un Rey que se muere, mientras su Corte le agasaja y se desvive por él.
Pero lo que sentimos es la ridiculez del ser humano, la comedia bufa de la muerte de un mito que, más allá de igualarlo con el resto de los mortales, lo reduce a lo insignificante de su existencia.
El montaje, que nos lleva al paso de los días de una manera fluida, compacta la sensación de erosión, porque presenciamos en primera persona, cómo un miembro más de La Corte, un proceso lento y meticuloso, la degradación física y la devastación del endiosamiento.
Desde la aparición de los primeros síntomas de la enfermedad, la escatología de su invasión, la agonía, la ritualidad de la extremaunción, el estado cadavérico y la posterior apertura del cadáver, para rescatar y embalsamar los despojos de la esencia humana ubicada en el corazón.
Esta será la última esperanza de permanencia del Rey.
El avance de la obra se da pues de este modo, hasta llegar a una escena que no sólo sirve como clímax, sino también como síntesis o definición del estilo del cineasta:
La mirada del Rey hacia el fuera de campo del plano mientras trata de comer inútilmente un bizcocho, al mismo tiempo que la banda sonora extradiegética interrumpe abruptamente el silencio dominante, reproduciendo “La Gran Misa en Do Menor” de Mozart.
La combinación de esa triste mirada hacia la gloria inalcanzable del Monarca, representada por la solemnidad de la música, combinada con la banalidad de la ingesta del dulce, que la debilidad del Rey hace que sea penosamente más chupado que masticado, dan perfecta cuenta del objetivo más visible de la filmografía del cineasta:
La desmitificación respetuosa pero radical de nuestros iconos culturales, porque Serra ha dedicado toda su trayectoria a mostrar los tiempos muertos y triviales de estas figuras históricas y/o literarias, evidenciando la modernidad desafiante de su cine.
Con La Mort de Louis XIV, el director catalán, ha compuesto un sobrio, contenido y fascinante réquiem cinematográfico a la agonía de la muerte, un riguroso ejercicio artístico de estilo, que coloca al espectador ante la angustia que prologa al abismo de la nada más absoluta.
Serra, que siempre se ha sentido fuertemente atraído por los grandes personajes de la historia, sean estos reales o ficticios, se centra aquí en la figura del Monarca absoluto, al que en su época se llegó a divinizar dado su poder mayestático.
Un poder que, sin embargo, y aquí radica la gran paradoja existencial que ha afectado y afectará a los muy ricos y poderosos de todos los tiempos; no le impidió, como resulta obvio, escapar de las garras de la muerte, a la que se vio abocado tras interminables días de dolor y lenta agonía en su Palacio de Versalles.
Y es esa paradoja lo que en verdad parece interesar al autor:
“El poder absoluto enfrentado a la impotencia absoluta.
La infinitud del poder, contra la finitud de la vida”
Por ello, desposee a su personaje central de sus atributos de mando, de su glamur histórico, de sus logros como Rey, e incluso de su personalidad.
Lo único que busca y muestra, es la confrontación del individuo con su ocaso vital.
Aquí no existe el drama, y sí la espera, la interminable espera. 
A base de “cuadros estáticos”, este conmovedor retrato ofrece un espectáculo visual que reproduce el miedo, la resignación y la derrota de un fulgurante Rey Sol al borde de la oscuridad eterna.
Sentimos a la muerte trabajando porque el personaje se transforma en un fantasma, desconectado del mundo en aposentos donde reinó el absolutismo, son el espacio del protocolo adulatorio y de la decadencia de un reino, de la razón y la superstición en “El Siglo de Las Luces”; fragmentos seleccionados de unos días de dolor convertidos en el escrutinio del tiempo; en una película tan grande y sombría como la propia muerte.
“Je m'en vais, mais l'État demeurera toujours...”
La Mort de Louis XIV es el 4º largometraje oficial de Albert Serra, que lo afianza como uno de los mayores representantes del actual cine de autor europeo.
Dicho filme, se une a sus celebradas anteriores producciones, difiriendo, no obstante, en 3 aspectos fundamentales:
El empleo de la lengua francesa, la aparición en pantalla de algunos actores profesionales y la estética del film, en el que destacan los espacios interiores y la iluminación claro oscura; y supone también la constatación de la excelente trayectoria del director, quien ha dejado de ser un desconocido en la escena cinematográfica española y catalana, para convertirse en su “enfant terrible”
Filmada en francés, el cambio de lengua tiene una explicación aparentemente sencilla:
La película es fruto de un encargo que el Centre Pompidou le hizo hace 5 años, y que implica la colaboración con un equipo de trabajo y producción franceses.
Y frente a esas representaciones de muertes tan habituales en el cine, donde los últimos momentos son usados en dar discursos grandilocuentes y dejar lecciones de vida escritas en la memoria de aquellos que rodean la cama del que yace a las puertas de la muerte, Serra muestra una repetición constante, una muerte que si bien está presente desde el primer plano de la película, no llega de forma súbita.
La película avanza poco a poco, muy poco a poco, como debe hacerlo.
Y es que solo a través de este pesado y lentísimo ritmo, podemos llegar a sentir lo que los personajes de la secuencia experimentan.
Un rito funerario que no da empezado, una agonía eterna, cuyos gritos son silencios eternos.
Las conversaciones se repiten una y otra vez, y todas alrededor del mismo personaje:
Louis XIV que no se levanta de su lecho de muerte.
No puede, tiene la ciática, o eso dice uno de sus sirvientes, que le recomienda darse ungüentos, y bañarse en leche de mono para recuperarse...
Pero este hombre decrépito, esta suerte de icono del absolutismo en las últimas, tiene la gota.
Se pudre por la pierna; y esa es la agonía que sufrió El Rey de Francia, desde el 9 de agosto de 1715, hasta el 1 de septiembre, el breve arco temporal que traslada a la imagen, la última letanía del punto más elevado de la historia de la monarquía; y los patéticos cortesanos que le rodean, empacadas criaturas dieciochescas que, de manera casi cómica, sólo saben adular hasta el paroxismo a un saco de grasa y enfermedad, con los ritos sociales que fueron fundamentales en el gobierno de este célebre Rey, dado a la invención de protocolos y nuevo sentido de la moda.
Así, en La Mort de Louis XIV, Albert Serra introduce esta característica de manera notable, pero no solo centrado en este tema de cuidado de las formas, sino que este tipo de ceremoniales ha logrado incrustarse incluso desde la mirada de la ciencia y la medicina.
Sobre el atavismo, hay un momento emblemático:
En plena madrugada, El Rey se despierta pidiendo agua a gritos, ya que se ahoga, quizás a causa de una pesadilla, o la enfermedad que lo traiciona.
Le traen tras una demora, una copa de metal, y él se resiste a recibirla, ya que la desea de cristal.
Este hecho revela esta necesidad de lo ceremonial, del cuidado de las formas, que se perpetua como marca de este periodo histórico pleno de frivolidad, y que Serra plasma desde un plano detenido para observar el trajín de los sirvientes, mientras El Rey se muestra agitado.
Sobre este tipo de transposición de lo protocolar, a la visión de la ciencia que en el film se muestra como ruptura ante la charlatanería y el oscurantismo, también está plasmada dentro del respeto de reglas, de espera de la anuencia del Monarca, lo que en suma limita el proceso de curación.
Su séquito de médicos, está supeditado a la aparición de nuevas “modas” curativas, a mejunjes y hierbas, y evitar también acabar con una gangrena, que dejaría al Monarca tullido.
Jean-Pierre Léaud como El Rey, es el que porta la capa, el cetro y la gigante peluca, aportando al mismo tiempo, dignidad y patetismo a cada gesto vital que produce su majestad, desde gemir hasta escupir.
Pero también vemos a un montón de viejos comportándose de forma servil ante el cadáver de una figura de la historia de Europa.
La enfermedad que amenaza con la muerte al “Rey Sol”, empieza con un pequeña gangrena en la pierna.
¿La solución más simple?
La amputación, pero:
¿Qué podría el absolutismo monárquico seguir siendo férreo, mientras camina sobre uno de sus 2 pies?
¿Puede uno, en una posición de fuerza, mostrar algún tipo de debilidad, aunque de esto dependa su vida?
¿En qué momento la representación del sujeto se convierte en su identidad?
Como si quisiera hacer una reflexión que va más allá de la enfermedad y muerte del Rey, la película extiende estas cuestiones a lo largo de todo el metraje.
¿Puede un Monarca seguir siéndolo sin un séquito absurdo e inútil detrás?
¿Puede un Imperio, como el francés, seguir siéndolo a pesar de que sus extremidades, las colonias, se quieran independizar?
En un instante de la película, la cámara nos muestra al Rey escogiendo entre un gran archivo, ciertos documentos que, acto seguido, quema en un cenicero...
El carácter de estos papeles nunca lo conoceremos, así como tampoco llegaremos a conocer, porque un Rey temido y respetado, le dice a su heredero, que tienda la rama de olivo a sus vecinos, y que no ame la guerra…
Pequeñas escenas que pueblan la película, y que la hacen más realista y verídica que cualquier otra representación que se pudiese haber hecho con anterioridad.
La vida, no responde a preguntas, simplemente ocurre; por eso Serra opta por no darle todo al espectador, sino ponerlo frente a un escenario donde ocurren cosas porque sí.
Ni todo tiene que significar algo, ni tiene porque responde a alguna razón oculta.
Una representación que ayuda a banalizar la divinidad de algunas realezas, y que dibuja a estos Monarcas como personas simples.
La habilidad de Albert Serra, destaca en esta película, por la forma que tiene de grabarlo; apoyado por 3 cámaras que aparecen escondidas para los actores en escena.
Serra filma la habitación de Louis XIV, haciendo hincapié en los movimientos, escasos, de los actores; movimientos repetitivos y que no llevan a ninguna parte, reforzando así la idea del absurdo de la muerte.
Además, la disposición de las cámaras le permite capturar a un Jean-Pierre Léaud que poco tiene que cambiar de su actuación, orientado hacia el objetivo de la cámara, hacia una forma donde es el espacio, la habitación del Monarca, el dispositivo de grabación.
Serra, se realizó con varios actores amateurs, y trabajando de manera improvisada en el set, para dejar que la energía de las situaciones fluyesen de manera natural.
Y es difícil de creer, dados los resultados, con una potente exhibición del tempo narrativo como algo propio, con esa capacidad para hacer una “performance” continua sobre el cuerpo de Louis XIV; porque de eso va esta recreación histórica, de demostrarnos que ese hombre, lo que representaba, estaba por encima de todo.
El creador afirma, que “no ha querido dramatizar o edulcorar los acontecimientos que con tanto rigor recogió el séquito del Rey Grande.
El espectáculo en sí, es el propio cuerpo del Monarca, el cómo esa masa absolutamente incapacitada, más bebé que adulto, va dialogando con los demás.
Un temblor de mejilla, la interpretación de su repudia ante un vaso de vino…
Una palabra, la orden de renuncia a su importantísima reunión con Los Ministros.
Sus movimientos cada vez serán más limitados, y el gesto más efusivo que hará durante toda la película, esta criatura permanentemente postrada, hasta el punto de poner de los nervios a los espectadores, será alzar un sombrero, y alzarlo solamente, ya que son los criados los que se lo quitan y se lo ponen.
La Corte estallará en júbilo, y en comentarios apasionados, cuando Louis demuestre ser capaz de llevarse a la boca una galletita…
Por lo exhaustivo, tal vez será una de las actuaciones más difíciles en la vida de Jean-Pierre Léaud”
Trabajando sin guión, con un guión que sirve como puro marco de referencia o, incluso, en contra del propio guión propuesto a las instituciones de financiación pública; apelando, durante el rodaje, a la improvisación, a lo auténticamente espontáneo, a la verosimilitud, al goce del momento y, durante la fase de montaje, al rigor, a la experimentación y a la ruptura de estereotipos visuales, Serra construye productos cinematográficos del más alto nivel artístico.
En La Mort de Louis XIV, dicho modo de proceder, se mantiene inalterable.
Los cambios introducidos con respecto a la localización y la participación de algunos actores profesionales, no contradicen, sin embargo, la apuesta estética que característica de anteriores películas; y se mantiene fiel a su concepción del arte, a su original manera de llevarlo a cabo, aquella que se rinde a la experimentación, al desafío de lo previsto, a lo lúdico y a la belleza.
Lo que más gusta, es toda la cuestión de las preproducción, todos los aspectos de diseño artístico y de vestuario; y por ello podemos ver cómo estos elementos son tratados con el máximo detalle.
Un ejemplo tan bello como estoico de la fuerza artística del cine, una obra de apabullante potencia pictórica, en la que supone sin duda, la película más sobria y contenida hasta la fecha de Albert Serra, así como aquella que por vez primera huye de ese estilo tan libremente radical como naturalista que distingue su personalísimo cine, y podría decirse que tan solo una de sus secuencias más cómicas e hilarantes, protagonizada por Albert Plá, nos lleva a sus inconfundibles señas.
Un retrato memorable, encerrado entre 4 paredes, que a pesar de suspenderse sobre un ostentoso carácter barroco, se aleja de sobremanera de lo artificioso y pretencioso, con planos detalladamente dibujados, geométricamente ultra-planificados, sobre todo en el posicionamiento de los personajes en cada uno de los cuadros; sublimemente compuestos, al servicio de un Rey único:
Jean-Pierre Léaud, cuya presencia imponente, rebosante de carisma y talante, a quien le basta una simple bocanada de respiro para condensar gran parte de la inabarcable potencia cinemática que yace en La Mort de Louis XIV.
Pero antes de entrar a hablar del elenco, en términos de montaje, hay que destacar la continuidad espacio-temporal que Serra logra anulando la presencia de luz natural del escenario.
La inexistencia de ventanas, permite a la película moverse a saltos entre días diferentes, sin que para el ojo sea posible localizar donde está el corte o la transición.
El espectador sufre esa pérdida de las dimensiones que Louis XIV vive; y de pronto, el médico vuelve a comprobar el estado de la enfermedad del Rey, pero:
¿Cuánto tiempo pasó desde que vino por primera vez?
¿En cuántos días transcurre la película?
La eternidad se va haciendo mayor con la concatenación de diferentes secuencias de forma imperceptible, y gracias también a una soberbia solapación sonora de secuencias pasadas o futuras, lo que ayuda a lograr una mayor confusión en el espectador que, estando en un día futuro, todavía puede oír los ecos del pasado.
Y aquí destacan los espacios interiores, sucediendo casi la totalidad de la acción en una única estancia:
El dormitorio del rey.
Los espacios exteriores se reducen a 2 únicos planos exteriores:
La primera escena de la película, en la que aparece El Rey Sol en los jardines de su Palacio, y un plano del paisaje cercano a la residencia real que Louis XIV contempla a través de la ventana de su habitación.
El segundo, la iluminación de la película, y el predominio de claroscuros.
El aposento del Rey, iluminado por la luz entrante por la ventana, durante el día; y por las velas, durante la noche; ofrece bellas composiciones plásticas en las que frecuentemente el cuerpo de los actores permanece en la penumbra, y sólo una parte de sus cuerpos, a menudo el rostro, es iluminado.
Especialmente en la segunda mitad del film, cuando el dolor gangrenoso en la pierna del Rey es ya insoportable, el ambiente que impregna el dormitorio del enfermo se vuelve denso, y la fotografía creada por Serra, nos ofrece unas imágenes que parecen “arrancadas de las tinieblas, tendientes a lo sublime”
Serra, de hecho, lleva años en la fatigosa y descomunal tarea de fotografiar los tiempos muertos; ese espacio en el que la acción y la palabra enseñan su verdadera y cruel anatomía.
Sus héroes se miran, callan, describen con meticulosidad sus ansias más pueriles y, finalmente, desaparecen en un vacío que se adivina con más sentido que lo otro.
Jean-Pierre Léaud, como un Rey moribundo en el lecho de su muerte, es una eminencia histórica a todos los niveles que atisba su inevitable adiós.
Un letargo perenne que resulta hipnótico a ojos del espectador, cuyo posible poderío simbólico y metafórico, podría llevarnos a más de una interpretación.
¿Refleja la muerte de Louis XIV, la muerte del cine?
¿Es Jean-Pierre Léaud, la representación de un Séptimo Arte que atisba su etapa más fúnebre?
Podría serlo ateniéndonos a quien está tras la cámara, o no.
“Esperemos que la próxima vez salga mejor”, es la significativa frase final con la que La Mort de Louis XIV pone su grandioso punto y final, por más que mejor, no le podría quedar.
Admirablemente, el plano en el que la cámara se detiene en el rostro de nuestro siempre adorado Jean-Pierre Léaud, su mirada no refleja nada:
Cuando la música del sublime “kyrie” de Mozart se apaga, la opacidad más absoluta vuelve a caer sobre su cara; y sin necesidad de la palabra, Léaud nos proyecta la mayestática existencia de Louis XIV:
El poder totalitario que ejerció sobre su pueblo, está en esa mirada arrogante.
Igualmente está su riqueza obscena, sus palacios, sus amantes, sus jardines… todo el ropaje y en el ostentoso trabajo de vestuario, maquillaje y peluquería; pero también en el brillo de sus ojos adivinamos el miedo a la muerte inevitable.
Porque solo Léaud es un intérprete capaz de aguantar un plano de más de 4 minutos con el fondo musical de Mozart, con una mirada a cámara que da sentido al tormento interior del personaje.
La sublime interpretación de Léaud, se sustenta en el sentido documental de la implacable presencia, pues encierra en su rostro y su cuerpo yacente, la historia de los últimos 60 años del cine francés.
En determinado momento, cuando El Monarca asume que va a morir, y que todos los esfuerzos de médicos de La Sorbona y charlatanes con elixires por encontrar un remedio, han sido en vano, el actor mira a cámara, y se petrifica como el final de su infancia maltratada filmada por Truffaut.
El sentimiento melancólico del filme, congela entonces a 2 símbolos de la historia cultural francesa; y la película conquista su emoción, envolviendo este inolvidable momento con el mismo Mozart.
El retrato es patético, porque es humano, la descripción de la agonía es de carácter antropológico, pero también poético.
A partir de entonces, el cuerpo y la voz del Rey se irán disolviendo en el magma erosionador de la pantalla:
La muerte trabajando, y la muerte casi siempre es grotesca.
Tanto Léaud como el resto del equipo actoral, que cuenta con algunos de los actores no profesionales que han participado en las anteriores propuestas de Serra, tales como Vicenç Altaió o Lluís Serrat Sanchini, se sometieron a las mismas directrices y exigencias del cineasta.
Coherente con su forma de trabajar, que tan bien le ha funcionado hasta el momento, Serra hizo de la espontaneidad bandera.
En La Mort de Louis XIV, no hubo ensayos iniciales antes de la grabación de cada toma y, si bien el director se tuvo que amoldar al plan fijo de 14 días de grabación que le habían marcado los franceses, no dejó de atender a su inspiración, a las sensaciones que le transmitían los actores, y a lo espontaneo e inesperado del momento.
Consecuentemente, el espectador percibe una gran coherencia interpretativa, y queda absorto por las fantásticas actuaciones, especialmente, la de Jean-Pierre Léaud, que brilla en su lento proceso de degradación, sufrimiento y muerte, y lo hace, y eso es lo más relevante, consiguiendo que el público olvide al actor icono, y sólo vea al Rey muriente.
Tal es su inmersión en el personaje, que lo que empieza siendo un reconocible Léaud, representando a Louis XIV, pronto se transforma en un verosímil acercamiento a la muerte del Rey Sol.
Aunque con un papel mucho menor, es destacable también el personaje de Vicenç Altaió, que representa a Brun, un médico que, llegado de Marsella y con métodos poco ortodoxos, pretende curar la enfermedad que azota la pierna del Rey.
Los médicos de La Sorbona, que también se han desplazado hasta Versalles para prestar sus servicios al Rey, pronto intuyen que Brun es un charlatán, sin conocimientos científicos de medicina, pues, al preguntarle su experiencia como facultativo, éste contesta con parrafadas esotéricas y naturalistas.
Su discurso, no obstante, resulta mucho más que una mera anécdota de la trama de película.
Todos los elementos que lo componen, las asociaciones ideas, el absurdo, la sorpresa, la reflexión de estilo filosófico, etc., son para aquellos espectadores seguidores de las películas de Serra, un rasgo estético distintivo de sus creaciones.
Otra analogía irresistible, es la de pensar que el director no quería solamente dibujar los hechos alrededor de la muerte del absolutismo, sino representar el propio poder, que a su alrededor despliega él mismo sobre sus acólitos.
Albert Serra se proyecta en la muerte de Louis XIV, en la película, y en el personaje.
Su egolatría es enorme, pero es que su poder de convicción se manifiesta como algo incuestionable.
Louis XIV resultó ser un mortal más.
Con Serra, no lo tenemos tan claro...
Como final de un largo reinado, en un momento de cambio, La Mort de Louis XIV encuentra paralelismos singulares con la actualidad.
“Hay un crepúsculo del Estado, una gran crisis económica, con un gobierno en manos de la gente que le prestaba dinero.
De ahí el consejo de Louis XIV a su bisnieto heredero:
“No hagas edificios caros como hice yo”
La infinitud del personaje, de este poder absoluto, choca con la finitud del cuerpo provocado por la enfermedad y la finitud del dinero.
Por más poderoso que seas, tienes acreedores.
Siempre hay un banco detrás.
Mira, la vida era así en el siglo XVIII, y así es ahora.
Me gustaría hacer una película actual sobre este contexto sociopolítico”, dijo Serra.
Y lo que presupone ser un drama fisiológico, va asumiendo un cariz cómico doble:
En un primer momento, lo humorístico se centra en las costumbres anacrónicas de aquella época.
La propia distancia en el tiempo, provoca el gag.
Pero Serra no se burla, tan sólo es consciente de que la emoción que le produce a los miembros de La Corte y algunos familiares que El Rey mastique un “biscotto”, tome 2 cucharadas de huevo pasado por agua, o luzca su sombrero por unos segundos; es imposible de concebir en nuestro tiempo.
A la inadecuación de costumbres, que es siempre una forma de acentuar el perspectivismo de cualquier creencia, y a la desesperación de quienes tienen que cuidar de la salud que desmejora, ya que la pierna del soberano se gangrena, se suma otra dimensión cómica que proviene de las formas de justificar el saber médico.
Los médicos de La Corte llamarán a los colegas de La Sorbona, y frente a la ineficacia de los tratamientos, convocarán a un simpatiquísimo curador de Marsella.
La escena en la que su chanta idealista, que cree que existe una ligazón entre La Tierra y los organismos, discute con sus colegas letrados, es de una hilaridad tan exquisita que puede pasar desapercibida cierta zona de cierta ansiedad epistemológica por parte de quienes detentan cualquier forma de saber.
Hay un momento al paso que está en el inicio, en el que una colección de ojos de vidrio sirven para detectar y diagnosticar la situación médica del Rey, comparando el brillo y los colores del ojo del enfermo con las piezas.
He aquí el trabajo minucioso de Serra, en buscar los métodos de la época en el ejercicio del saber.
Por otro lado, el notable chiste final del personaje de Blouin, mirando a cámara:
“La próxima lo vamos hacer mejor”, que puede ser leído de varios modos, confirma entre otras cosas, la extraña amalgama que aquí se pone en juego entre la risa y el saber.
El simbolismo de la película, es evidente, y esa seda más fina tapa una pierna que se está pudriendo y que apesta; los manjares más ricos para un cuerpo incapaz ya de tolerar nada.
Por otra parte, la ausencia de banda sonora provoca una situación muy intensa y desnuda a la vez, casi sin sentimientos.
Solamente en 2 ocasiones podemos escuchar alguna melodía.
La segunda, muy acertada en forma de “Réquiem”, cuando los curas hacen tomar el cuerpo de Cristo y el vino a Louis XIV, aviso que queda poco para que muera.
No nos engañemos, el título no dice ninguna mentira, relata la muerte de un Rey, y la agonía de sus últimos días.
Y “La Gran Misa Nº 17 en Do menor, K. 427/417a”, música compuesta por Mozart en 1783, muy posterior a la época del Monarca, otra obra incompleta, como lo sería más tarde su célebre “Réquiem”, inacabado por su precipitada muerte a los 36 años.
Una obra completa para exquisitos sibaritas del buen cine.
“Il n'y a plus de Pyrénées”
El Rey Louis XIV se hacía viejo, y se refugió en la oración y en el regazo de su favorita.
Durante el invierno de 1709, hubo una marcha contra el hambre entre París y Versalles; y por primera vez desde las Frondas, Louis XIV oyó los gritos de protesta de la muchedumbre.
Su segunda esposa, Françoise d'Aubigné, Marquise de Maintenon, escribió:
“La gente del pueblo muere como moscas y, en la soledad de sus habitaciones, El Rey sufre incontrolables accesos de llanto”
La vida en Versalles no tardó en perder todo su esplendor, y los enormes salones, antaño llenos de risas, se convirtieron en una gélida tramoya sin vida.
En pocos años, Louis XIV se transformó en un hombre derrotado, melancólico y sobre todo enfermo.
Gracias al “Journal de Santé” del Rey, felizmente conservado, sabemos que padecía catarros, dolores de estómago, diarreas, lombrices, fiebres, forúnculos, reumatismo y gota, lo que da cuenta de, hasta qué punto su físico imponente se encontraba quebrantado.
Porque ese brillo comenzó a apagarse del todo, el 10 de agosto de 1715, cuando se quejó de unos dolores en las piernas; y a finales de mes, le aparecieron en las pantorrillas, unas horrendas manchas negras.
Los médicos, lívidos, diagnosticaron gangrena senil producto de la gota.
Entre terribles dolores, Louis XIV continuó con sus rutinas habituales hasta que el 25 de agosto se vio obligado a guardar cama, y ya no la abandonaría.
El 26, la gangrena llegó al hueso, ante la impotencia de los médicos.
Ese mismo día, recibió en sus aposentos a su bisnieto y heredero de 5 años, el futuro Louis XV, y le advirtió contra la guerra:
“¡Es la ruina de los pueblos!”
El Monarca supo que iba a morir, y recibió la noticia con extraordinaria entereza; pero la muerte se alargó más de lo previsto.
El Rey se despidió de su favorita, Madame de Maintenon, hasta en 3 ocasiones, y de La Corte en 2.
El 29 de agosto, se autorizó a Brun, un médico provenzal, a acercase a la cama real; y éste afirmaba disponer de un remedio milagroso para sus males, y lo cierto fue que El Monarca, tras serle administrado, experimentó una fugaz mejoría… pero la enfermedad seguía ahí, agravándose cada vez más, y apoderándose de todo su cuerpo.
Tras dedicar unos días a ordenar sus asuntos y despedirse de su familia, llamó junto a su lecho al Delfín, bisnieto suyo y futuro Louis XV.
El soberano moribundo, le entregó su reino con estas palabras:
“Vas a ser un gran Rey.
No imites mi amor por los edificios, ni mi amor por la guerra.
Intenta vivir en paz con tus vecinos.
No olvides nunca tu deber ni tus obligaciones hacia Dios, y asegúrate de que tus súbditos le honran.
Acepta los buenos consejos y síguelos.
Intenta mejorar la suerte de tu pueblo, dado que yo, desgraciadamente, no fui capaz de hacerlo”
El 1 de septiembre de 1715, Louis XIV dejaba de existir.
Sus últimas palabras fueron:
“Yo me voy.
Francia se queda”
Había gobernado durante 72 años, siendo el suyo, el reinado más largo de la historia de Europa.
Con él desaparecía el máximo ejemplo de La Monarquía Absoluta, y un Rey que había llevado momentáneamente a Francia a su cima; porque el reinado de Louis XIV, es considerado el más grande de la historia francesa.
Louis XIV colocó a un Borbón en el trono español, hasta entonces el principal enemigo francés, acabando así con siglos de rivalidad con dicho país europeo que se remontaba a la época de Carlos I de España, y V del Sacro Imperio Romano Germánico, llamado “El César”
Los Borbones, se mantuvieron en el trono español durante el resto del siglo XVIII, pero a partir de 1808, fueron derrocados y restaurados varias veces.
Sus guerras y extravagantes palacios, llevaron a la bancarrota al Estado, aunque es cierto que Francia se recuperó en sólo unos años, lo que le llevó a subir los impuestos a los campesinos, ya que La Nobleza y El Clero tenía exención de impuestos.
No obstante, Louis XIV colocó a Francia en una posición predominante en Europa, añadiendo al país, 10 nuevas provincias y un Imperio.
A pesar de las alianzas oponentes de varias potencias europeas, Louis continuó cosechando triunfos, e incrementando el territorio, el poder y la influencia francesa.
Como resultado de las victorias militares, así como los logros culturales, Europa admiraría a Francia y su cultura, comida, estilo de vida, etc.; el francés se convertiría en la “lingua franca” para toda la élite europea, incluso hasta la lejana Rusia de Los Romanov.
La Europa de La Ilustración miraría al reinado de Louis como un ejemplo a imitar.
Sin embargo, Louis de Rouvroy, Segundo Duque de Saint-Simon, a quien no le gustaba Louis XIV, diría:
“No había nada que le gustara más que los halagos o, por decirlo más claro, la adulación; cuanto más basta y torpe era esa adulación, con más placer la acogía...
Su vanidad era perpetuamente alimentada, incluso los predicadores acostumbraban a halagarle desde el púlpito”
No obstante, incluso el alemán Leibniz, que era protestante, se referiría a él como “uno de los más grandes reyes que jamás hayan existido”
Voltaire, el apóstol de La Ilustración, lo comparó con el Imperātor Caesar Dīvī Fīlius Augustus, primer Emperador Romano, y se refirió a su reinado como “época eternamente memorable”, apodando a La Era de Louis XIV, como “Le Grand Siècle”
Y la razón, la claridad y el equilibrio formal, se impusieron como criterios fundamentales del arte; desde Francia, el clasicismo irradiaría a toda Europa.
Louis XIV, era el principal cliente de los artistas, y así nació un “estilo Louis XIV” de perfecta armonía; su inclinación por la geometría decorativa imperó en parques y jardines; la nueva arquitectura encontró su máxima expresión en Versalles, donde la marmórea amplitud de los espacios y el dominio absoluto de la simetría eran un homenaje a la indiscutida autoridad real, al ser que se reconocía como “el representante de Dios sobre La Tierra”
Sin embargo, El Obispo Jean-Baptiste Massillon, concluyó así la oración fúnebre de Louis XIV:
“¡Sólo Dios es grande!”
Larga vida al Rey.

“La prochaine fois nous ferons mieux”



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