Phantom Thread
“You see, to be in love with him makes life no great mystery”
Según enuncia el libro “Charles James: Beyond Fashion”, editado por El Museo Metropolitano de New York, el modisto inglés, Charles James, pasó varios días encamado en su hogar, debido a una neumonía que el 23 de septiembre de 1978 terminaría con su vida.
Durante la tarde del día anterior, con un delicadísimo estado de salud, una ambulancia se presentó en su apartamento del Hotel Chelsea en La Gran Manzana para llevarlo al hospital.
Y nada ofrece una mejor pista de su genio, que el hecho de que, apenas unas horas antes de su muerte, James hiciera esperar durante un largo rato a los operarios médicos, para aparecer presentable ante ellos.
Cuando uno le preguntó su nombre, este contestó:
“Puede que no signifique nada para ti, pero soy popularmente reconocido como el mejor modisto de occidente”
Y así fue, Charles James fue conocido como “El Arquitecto de La Moda”
Nacido Charles Wilson Brega James, fue un diseñador de moda británico, conocido como “America's First Couturier”; y como Maestro del Corte, James es famoso por sus suntuosos vestidos de baile y su estética altamente estructurada; al tiempo que es uno de los diseñadores de moda más influyentes del siglo XX, y continúa influyendo en las nuevas generaciones de diseñadores.
James miró sus vestidos como obras de arte, al igual que muchos de sus clientes.
Año tras año, reformuló los diseños originales, ignorando el calendario sacrosanto de las estaciones; y los componentes de los diseños construidos con precisión, eran intercambiables, por lo que James tenía un fondo interminable de ideas para dibujar.
Él, es más famoso por sus vestidos de baile esculpidos, hechos de lujosas telas y por exigentes estándares de sastrería, pero también es recordado por sus capas y abrigos, a menudo recortados con pieles y bordados.
Aunque su perfeccionismo artístico y su mal genio lo llevaron a comportarse erráticamente, sus clientes hicieron todo lo posible para apoyarlo.
James era más un artista, que un hombre de negocios; y se retiró en 1958.
En 1964, se mudó al Hotel Chelsea, donde tenía 3 habitaciones en el 6º piso para su espacio de trabajo, oficina y departamento.
Allí mantuvo una camarilla de clientes devotos, amigos y admiradores, y continuó trabajando, aunque en circunstancias muy reducidas.
James inspiró a muchas personalidades de la moda, entre ellos:
Christian Dior, quien dijo que era “el mayor talento de mi generación”
Se dice que Dior atribuyó a James, la inspiración de “The New Look”
Mientras que Cristóbal Balenciaga interpretó a James, como “el único modista que ha criado la moda de un arte aplicado, a una forma de arte puro”
Cristóbal Balenciaga Eizaguirre, más conocido simplemente como Balenciaga, fue un prestigioso diseñador de moda español, considerado uno de los creadores más importantes de la alta costura, que desempeñó su trabajo principalmente en la ciudad de París durante más de 3 décadas.
Contemporáneo de Coco Chanel y Christian Dior, es el modisto de alta costura español más importante de la historia; y al contrario que muchos diseñadores, que abocetaban sus creaciones pero no las confeccionaban, Cristóbal Balenciaga tuvo un pleno dominio de la costura y del manejo de tejidos.
Coco Chanel llegó a afirmar:
“Es el único de nosotros que es un verdadero “couturier”, es decir costurero.
Su nivel de exigencia, le llevaba a desarmar un vestido entero si no quedaba a su plena satisfacción; y creaba diseños exclusivos para sus mejores clientas sin necesidad de pruebas; la misma Marlene Dietrich afirmó que Balenciaga conocía sus medidas, y que ninguno de sus vestidos exigió retoques.
Era una figura legendaria en el mundo de la moda y de la alta sociedad, no sólo por sus diseños, sino también por su carácter reservado y su método de trabajo riguroso y discreto.
Tanto que recibía a sus clientes mediante cita previa, y organizaba desfiles privados.
No le gustaban las multitudes ni la vida mundana; y guardó con celo su vida privada.
Balenciaga decidió retirarse tras 50 años en activo, en 1968; con la llegada del “prêt-à-porter”; por tanto, Balenciaga siempre creó Alta Costura y nunca “prêt-à-porter”, por eso es considerado por muchos como “el verdadero padre de La Alta Costura”
Retirado, viviendo casi una vida monástica, Balenciaga falleció el 24 de marzo de 1972, a los 77 años; mientras Charles James, falleció el 23 de setiembre de 1978, a los 72 años.
El maestro de iconos como Cristóbal Balenciaga o Christian Dior, en sus palabras, “el talento más grande de su generación”, Charles James ha pasado a ser un completo desconocido para el público y la industria de la moda actual.
Una injusticia histórica, a la que una inminente y esperadísima película quiere poner remedio.
“The tea is going out; the interruption is staying right here with me”
Phantom Thread es un drama del año 2017, escrito y dirigido por Paul Thomas Anderson.
Protagoniizado por Daniel Day-Lewis, Vicky Krieps, Lesley Manville, Richard Graham, Bern Collaco, Jane Perry, Camilla Rutherford, Pip Phillips, Dave Simon, Ingrid Sophie Schram, entre otros.
Paul Thomas Anderson se interesó en la industria de la moda al leer sobre el diseñador Cristóbal Balenciaga, y la historia se inspira en el diseñador de moda británico Charles James.
Aunque todo parece apuntar, que el filme está inspirado en la figura del creador James, pero reinterpretando su figura de forma libre, y cabe esperar que el personaje principal, encarne la personalidad talentosa y atormentada a partes iguales del genuino Charles James.
El creador, que empezó su carrera como sombrerero, firmó algunos de los vestidos de seda y satén, más escultóricos de la historia, y se hizo famoso por sus extravagantes invenciones que definieron la moda posterior a La Segunda Guerra Mundial.
Pero también tenía fama de despilfarrador, acabó sus días arruinado; siendo egocéntrico y autodestructivo.
Todo un material de primera para un guión cinematográfico.
También, el director Paul Thomas Anderson tuvo la idea inicial de la película cuando estaba enfermo en la cama un día…
Su esposa, Maya Rudolph, lo atendía, y le dirigió una mirada que le hizo darse cuenta, de que ella no lo había mirado con tanta ternura y amor en mucho tiempo…
Y también tiene una influencia de Montague Rhodes James, un anticuario, medievalista y escritor británico de cuentos de terror, especializado en la ficción fantasmal.
Phantom Thread como producción, es la primera que Paul Thomas Anderson hace fuera de los Estados Unidos; es su segunda colaboración con Day-Lewis, después de “There Will Be Blood” (2007), y es la película final de la carrera de Day-Lewis antes de retirarse; al tiempo que es la 4ª colaboración del director con el compositor Jonny Greenwood.
En junio de 2017, se informó que Anderson se desempeñaría como su propio director de fotografía en la película, ya que Robert Elswit no estuvo disponible durante la producción.
Sin embargo, Anderson refutó el reclamo en noviembre, declarando que “no hay crédito oficial para la cinematografía, y que fue un esfuerzo de colaboración.
Sería hipócrita y equivocado decir, que yo he sido el director de fotografía del filme.
La situación fue, que yo trabajé con un grupo de personas en mis últimos largometrajes, y en pequeños proyectos paralelos, básicamente en Inglaterra; y fuimos capaces de arreglárnoslas para trabajar sin un director de fotografía oficial.
La gente con la que suelo trabajar, no estaba disponible, así que se dio una situación en la que colaboramos como un equipo.
Sé cómo encuadrar la cámara en la buena dirección, y se unas cuantas cosas, pero no soy director de fotografía”
Como dato, el título es lo primero que se muestra en la película después de los logos de la compañía de producción; por lo que no hay otros créditos de apertura.
Phantom Thread obtuvo en 6 nominaciones al Premio OSCAR, que incluye:
Mejor película, director, actor (Daniel Day-Lewis), actriz de reparto (Lesley Manville), vestuario y banda sonora.
Dejando a un lado posibles reconocimientos, su mera existencia supone una noticia que celebrar para los apasionados de la moda.
La traslación a la gran pantalla, pocas veces ha hecho justicia a una industria que ha crecido de la mano, y retroalimentándose, del Séptimo Arte.
Hasta ahora, la moda se ha visto representada a través de comedias sin excesiva vocación de trascender, en musicales, meras parodias, o a través de “biopics” televisivos de figuras como Coco Chanel o Yves Saint Laurent.
La ficción dramática, tiene una cuenta pendiente con la plasmación de la heterogeneidad de un sector que sí lo ha conseguido en el terreno documental, con decenas de brillantes ejemplos accesibles desde cualquier plataforma de “streaming”; por lo que Phantom Thread tiene la misión de ser la obra de calidad que estábamos esperando; sin embargo, hasta el momento, ha resultado un fracaso de taquilla, pues de tener un presupuesto de $35 millones, solo ha recaudado $17.8 millones.
El rodaje tuvo lugar en El Reino Unido, y se completó el 26 de abril de 2017, el mismo día en que el amigo íntimo y mentor de Paul Thomas Anderson, Jonathan Demme, falleció de cáncer; por lo que la película está dedicada a él.
Así las cosas, Paul Thomas Anderson pinta un iluminador retrato sobre un artista en un viaje creativo, y las mujeres que mantienen su mundo en funcionamiento.
Aunque no se da ninguna fecha durante la película, la historia probablemente tenga lugar entre mayo de 1953, sugerido por el cliente que compra un vestido de gala para lo que probablemente sea un baile de Coronación; y octubre de 1954, por una revista británica Vogue de octubre de 1954 que aparece en final de la película; todo ello en medio del glamour de Londres en los años 50.
La acción sigue al renombrado diseñador de vestuario, Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) y su hermana Cyril (Lesley Manville), que son los encargados de vestir a figuras tales como La Familia Real, estrellas de cine, herederos, “socialités” y “Dames” con el estilo tan característico de La Casa de Woodcock.
Las mujeres entran y se van de la vida de Woodcock, brindándole compañía e inspiración al diseñador, que es soltero; hasta que conoce a Alma (Vicky Krieps), una joven de voluntad fuerte, quien pronto se convierte en su musa y amante.
La relación de la pareja vacila entre el afecto y la distancia, mientras luchan por vivir con las diferencias del otro.
A pesar de su envoltorio agradable a la vista, y de un cartel que sugiere una deliciosa historia romántica, Phantom Thread es una película más bien perturbadora, cercana al terror psicológico, aunque también es un film de visión obligada para los fetichistas del mundo de la costura.
Y en el fondo, la película habla del amor al arte, la perfección, las obsesiones, el amor a primera vista, la casualidad, la necesidad de pertenencia, la superación del recuerdo traumático, lo que significa la invasión del espacio privado, el trabajo y la creatividad.
Hay también un ambiente opresivo y viciado de incomunicación y de guerra de sexos; porque es una película sugerente que transmite una relación romántica y ambigua, que deja muchas incógnitas a merced del espectador, para que nos respondamos, según nuestro criterio, si estaríamos dispuestos o no, a continuar esa relación.
Con Phantom Thread, Paul Thomas Anderson hila una historia de amor poco convencional, la cual vuelve a colocarlo como uno de los directores de cine más importantes de su generación; ya que no es la típica historia de pareja que enfrenta las altas y bajas de su relación, y que con frecuencia vemos plasmadas en la pantalla grande.
Estamos ante una historia oscura, retorcida, y un tanto perversa, que hace honor al popular refrán:
“Nunca falta un roto para un descosido”
“It's comforting to think the dead are watching over the living.
I don't find that spooky at all”
Es todo un reto para un narrador contar una historia donde los protagonistas resultan antipáticos.
Sólo un valiente con talento como Paul Thomas Anderson, es capaz de arriesgarse y salir victorioso de ese empeño; y ha confeccionado una de las historias de amor más sutilmente perversas y enfermizas de todos los tiempos; un filme antidramático, antiromántico, al menos en el sentido convencional y deformado hacia el que ha derivado el término a día de hoy desde sus orígenes dieciochescos; y hasta anticlimático, cuyo aparente clasicismo formal, el primer cuarto de la película puede remitir al Hitchcock de “Rebecca” (1940), termina siendo sublimado por la complejidad conceptual y la perfección técnica de la cinematografía moderna.
La historia no es original del todo, pues recuerda el mito de Pigmalión, así como los filmes de temática similar que van desde las oscarizadas:
“All About Eve” (1950), hasta “Gigi” (1958), “My Fair Lady” (1964), inclusive “Amadeus” (1984); el punto clave está en la ambientación, la puesta en escena, la dirección, los actores, y la banda sonora.
Todos esos elementos tienen matrícula de honor, en el sentido que cobra especial importancia para el desarrollo del relato; y Paul Thomas Anderson lleva a cabo un operativo formal y narrativo asentado en unas formas melodramáticas que remiten, por añadidura, al cine de prestigio británico, para conducir la película hacia las formas del “thriller” psicológico, las cuales aparecen de manera paulatina, sin enfatizar, con gran sutileza a la hora de ir violentando el espacio narrativo, hasta integrarlas a la perfección.
Para ello se apoya en el artificio, en ocasiones incluso de afectaciones complementarias, que sirven al cineasta para trazar una mirada sobre las relaciones emocionales o sentimentales desde una perspectiva tóxica, devenida desde la dependencia, que acaban manifestando ambos personajes principales.
Y es algo aterrador...
La melosidad del protagonista converge y se contrapone a su vez con lo prosaico, y mundano, de la otra protagonista, y en esa confluencia de caracteres, Phantom Thread avanza con maestría, y con un gran sentido de la musicalidad visual.
Para el director:
“Por norma general no tenía mucho conocimiento o interés en el mundo de la moda, hasta que empecé a conocer pequeños detalles sobre un hombre llamado Cristóbal Balenciaga.
Él llevó una vida monacal, completamente consumida por su trabajo, en ocasiones a expensas de otras cosas en su vida.
Nuestros personajes se convierten en algo muy diferente.
Nuestra historia se centra en, qué haría que un personaje como este, cambiase su modo de vida.
Generalmente, es el amor lo que lo consigue.
No es una historia de amor al uso.
Es más peculiar, por supuesto.
Muchos directores han intentado hacer “Rebecca” (1940) y han fallado…
Probablemente soy el siguiente en hacerlo, pero esta es una historia diferente.
Soy un gran aficionado a esas grandes películas románticas góticas al estilo de los grandes maestros.
Lo que me gusta de ese tipo de historias de amor, es que son muy intrigantes.
Una buena cucharada de suspense con una historia de amor, es una gran combinación”
El relato de Anderson, de profundo psicologismo y marcado carácter edípico, aborda temas varios como:
La creatividad, la obsesión por el trabajo, la búsqueda de la perfección o la manipulación amorosa, en un contexto, el de la alta sociedad londinense de posguerra, en el que las costuras que mantienen las relaciones entre adultos, aparecen sujetas por “hilos invisibles”, de ahí el título, de naturaleza mórbida, cuasi fantasmal.
Ya durante los minutos iniciales, el director se afana por introducir al espectador en el minucioso y flamante universo que conforma La Casa Woodcock:
Tijeras, cintas métricas, patrones, maniquíes y mesas de costura de donde salen los vestidos más deseados que cubren a la flor y nata femenina de la época.
Y es que el director suele escoger proyectos en donde se celebra cierto aire intimista, y en los que hay una atmósfera en la que lo cotidiano se transforma en toda una visión sobre el arte y la estética.
No por casualidad, Anderson se ha hecho famoso por la complejidad de sus historias entretejidas con personajes de enorme profundidad intelectual y moral, que además, asumen la realidad como un extrarradio que subyace el desarraigo y la soledad.
En gran parte de la llamada generación de directores de “videocassette”, entre los que se encuentran Quentin Tarantino, Richard Linklater y Kevin Smith; la conexión con la cultura pop, crea un inevitable contexto en todas sus obras pero, además, brinda a sus películas, una profunda visión sobre la época.
Un reflejo extraordinario y profundo de enorme eficacia sobre el tiempo y la sociedad.
Como si cada una de sus obras se tratara de un enorme e intrincado autorretrato sobre sus conclusiones sobre lo cotidiano, la vida espiritual y los pequeños dolores privados, en un mosaico de enorme valor argumental.
La refinada puesta en escena, deslumbrante en el tratamiento de los espacios interiores y “ophulsiana”, por simbólica véase la escena del fin de año; en el empleo de las escaleras de la mansión, con subidas y bajadas que aluden a los vaivenes emocionales en la relación de la pareja protagonista, y el paso del tiempo; constituye el mayor logro visual de la carrera de Anderson, que firma aquí su particular “Magnum Opus”
Estamos pues en Londres de 1955:
La ciudad se recupera de los efectos producidos por La Segunda Guerra Mundial, entre cartillas de racionamiento, escombros y la niebla.
La Coronación de La Reina Elizabeth II, ha insuflado vida a un país escaso de optimismo.
En el centro de este nuevo ímpetu, se encuentra Reynolds Woodcock, el hombre que viste a condesas, herederas, estrellas de cine y grandes damas.
Sus creaciones hacen que las más tímidas se llenen de valor, y las menos atractivas se sientan maravillosas.
Sin embargo, Woodcock no es un hombre fácil, tratar con él casi se equipara a enfrentarse a los ejércitos fascistas…
Tiene un enorme talento, es el mejor, pero también es quisquilloso, egocéntrico y difícil.
En La Casa Woodcock, la empresa que lleva con su hermana Cyril, incluso hay reglas para las reglas:
Las modelos y las clientas van y vienen en su vida, ofreciéndole inspiración y compañía momentánea, mientras Cyril se ocupa de que La Casa funcione sin impedimentos.
Un buen día, una joven inmigrante originaria de Europa del Este llamada Alma, entra en la vida de Reynolds, perturbando su mundo perfectamente ordenado con esa terrible fuerza llamada amor.
Su primera reacción es de incomprensión, pero empieza a obsesionarse...
¿Será capaz de resistir a la tremenda atracción del amor, consagrándose a su profesión, y permaneciendo soltero; o podrá Alma demostrarle que las alegrías de la vida son mayores cuando se comparten?
¿Podrá Cyril proteger a su hermano de las buenas intenciones de Alma, o se dará cuenta de que una Casa que no cambia es, de hecho, una casa muerta?
Phantom Thread es una variación del romance gótico que examina el significado del amor ante un peligroso telón de fondo llamado La Casa Woodcock.
En un esfuerzo por captar y retener el amor, Reynolds y Alma luchan para comprenderse, y controlar los instintos e impulsos que solo el amor más genuino puede producir.
Por tanto, es una película basada en interpretaciones increíbles, poderosos recuerdos, y la música de Jonny Greenwood, de Radiohead.
Sería fácil tomar a la pareja protagonista como un par de chalados por los que sentir lástima, o de los que reírse, pero en realidad, su relación disfuncional no es más que una exageración dramática de actitudes que existen prácticamente en todas las relaciones amorosas:
Una mitad de la pareja pide más atención, la otra que la dejen en paz; una exige más libertad, la otra controla en exceso; una demanda evolución en la relación, la otra quiere quedarse como está…
Todo el mundo ha vivido eso, en mayor o menor medida.
Así, Paul Thomas Anderson nos cuenta esta historia con un estilo extremadamente elegante, con una admirable fotografía a cargo del propio director, y con un tono opresivo, con un estilo influenciado por Kubrick, pero con cortes de Hitchcock, no carentes de un oscurísimo sentido del humor.
Para Anderson, el hábito de Woodcock tiene algo de ritualista, una especie de visión extraordinaria sobre los secretos y la cotidianidad convertida en una forma de enigma.
Una noción que permite a Anderson crear una versión de la realidad invisible, que avanza entre la belleza y el temor, la angustia de lo marginal, y algo más delicado que dota a la película de una envidiable estructura narrativa.
Se trata de una historia llena de extrañas y preciosistas paradojas, a mitad entre la reflexión filosófica y algo mucho más doloroso, que parece establecer inmediatos vínculos con la idea sobre la pasión y la identidad, tópicos habituales en la obra de Anderson.
Por lo que Phantom Thread es un reflejo mesurado e insólito sobre analogías acerca de lo emotivo, la pérdida de la individualidad y los dolores invisibles que Anderson condesa en una serie de espléndidas escenas de enorme sutileza y buen gusto.
Hay una escena en particular, la cual toma lugar en una fiesta de fin de año, mientras miles de globos caen de las alturas, que definitivamente formará parte de las secuencias más emblemáticas y memorables de este 2017.
Algo que llevará a discutir, lo cual es normal, la propuesta dado que su radicalidad visual bajo un dispositivo en apariencia más clásico de lo habitual, tan solo en su superficie, puede producir desconcierto.
Como lo hará también su resolución final en el que, de repente, se entienden muchos de los impulsos de los personajes que hasta ese momento pasaban por extraños, casi estrafalarios, cuando no extravagantes.
Y al final, quedan expuestos, bajo su superficie y su constructo, a un estado mundano y perverso que será, a su vez, no poco discutido por el arrojo a la hora de hablar de una relación sentimental en el que la figura masculina queda desdibujada; y la femenina, en un doble aspecto, expuesta de una manera muy particular, y perturbadora.
Entre renglones, este diseñador de Alta Costura, presenta un Edipo irresuelto por la muerte de la madre.
Va coleccionando jóvenes modelos que son rechazadas a la larga por no alcanzar la figura insustituible de una madre mitificada.
La clave está en la madre, con la que Reynolds mantiene un hilo incluso después de muerta.
Paul Thomas Anderson nos devela una pista clave al hablar de fantasma, cuando en la película la madre aparece como uno; y se encarga de hacernos un cuadro completo de Reynolds y su atormentada infancia:
Un padre ausente al morir pronto, y una madre severa.
De esto segundo, tenemos datos sobre todo indirectamente, porque Reynolds no osaría hablar mal de su madre, aunque al hablar del vestido que le hizo casi se le escapa:
¿Qué fue del vestido?
Seguramente criando polvo...
La madre no lo apreció, no le recompensó...
A la madre también la conocemos indirectamente a través de esa hermana controladora, que cuando Reynolds se rebela, lo trata implacablemente:
“No oses discutir conmigo porque te destrozaré”
La hermana ha copiado el perfil de la madre, que probablemente vivió lo justo para ver los inicios de su hijo, y explotar su talento.
El cuadro psicológico lo tenemos en el Reynolds adulto, o más bien, un adulto que no ha dejado de ser un niño, porque no tuvo una infancia normal:
Él es incapaz de comprometerse, porque no sabe amar, ya ama a su madre, y no tiene espacio para más.
Ni siquiera se nos habla apenas de su sexualidad, probablemente cargada de culpa e impotencia física.
Hasta aquí, todo muy Hitchcock que remite a “Psycho” (1960)
Reynolds es incapaz de relacionarse salvo como un crío, siendo brusco y violento.
Alterna episodios de grandiosidad y depresión, típico de las personalidades geniales, pero atormentadas.
No tiene autoestima alguna, como refleja cuando ve que su tiempo está pasando y ya no es “chic”, reaccionando de manera infantil.
No tiene relaciones con hombres, porque solo se ha relacionado con 2 mujeres, su madre y su hermana.
Es definitivamente el cuadro de un genio atormentado por su infancia.
Se describe de forma tan cuidadosa y brillante, que no cabe duda que Anderson ha ido al psicólogo o ha leído mucho del tema.
Al final de la película, entendemos cuál es el proceso para aliviar en parte, que no soluciona o sana la atormentada vida de Reynolds, y es:
Llevarle a un estado de cuasi-niñez, un estado en el que él se permita sentir, aunque sea al modo infantil, y en el que haya una figura materna, Alma, no es casual el nombre, para que le cuide y le mime.
Solo entrando en ese estado, tras estar muy enfermo, Reynolds puede sacar a la luz sus verdaderos sentimientos, más allá de la grandiosidad de su vida pública.
Alma no le salva, pero a diferencia de otras que pasaron por la vida de Reynolds, tiene acceso a una parte vetada al resto del mundo en la que, aunque sea por unos instantes, Reynolds puede ser el niño que no le dejaron nunca ser.
Como no hay terapia posible para esta carencia, la joven Alma lo consigue mediante la tortilla a las finas hierbas aderezada con un poquito de setas venenosas, que ponen al diseñador al borde de la muerte, donde es cuidado por Alma, haciéndose irremplazable.
Lo que no puede logar una terapia, lo puede conseguir el veneno, aunque no parece forma muy recomendable...
Solo necesita una modelo/musa/amante/criada/madre/enfermera/matrona/dominatrix/víctima para soportar una vida que a duras penas aguanta, amurallado tras infinitas puertas, histerias y férreo control.
El deseo de orden, frente al caos vulgar del mundo.
El afán de belleza, contra la agresiva fealdad de la vida.
El silencio, la buena educación, casi siempre; las buenas formas, la buena vida y la apariencia de seguridad, esconden a un niño pequeño, castrado, se supone que por su mamá y, también, su hermana; pero asustado, débil, temeroso, incapaz de hacer frente a los hechos de manera natural, sana o flexible; e independiente.
Por otro lado, Phantom Thread es una reflexión sobre el precio que hay que pagar para lograr desarrollar un oficio con verdadera pasión y excelencia, la vida misma, todas las fuerzas vitales sacrificadas en el altar del arte textil, de los grandes vestidos.
Al final se demostró que ella tenía razón, aguantaba más la mirada, era más fuerte…
Sabía, se dio cuenta, de que él no podía soportar todos los rituales y autoexigencias que tenía que arrostrar diariamente para poder funcionar, para sobrellevar la existencia y seguir produciendo; sabía, o aprendió tras mucha observación, que él quería abandonarse, relajarse, olvidarse, que necesitaba descansos, abandonos, y que nunca lo haría por propia voluntad, no podía, estaba enfermo de voluntad neurótica, obsesiva compulsiva; necesitaba la coartada de otro, de alguien que le obligase, que se lo impusiera a la fuerza, necesitaba una “nueva madre” a la que supeditarse, a la que respetara, quisiera y temiese, a la que odiara/amara.
La relación del diseñador de moda español Cristóbal Balenciaga con su trabajo, y la forma en que dirigió su vida, con las palabras del director Paul Thomas Anderson, “vida monástica”, inspiró el personaje de Reynolds Woodcock; y Daniel Day-Lewis, tan intenso como siempre, interpreta de forma maniática a un todavía más maniático dios de la costura en el Londres de los años 50.
El modisto, que lleva el divertido nombre de Reynolds Woodcock, es uno de esos profesionales a los que acude la alta sociedad, incluso la realeza con actitud casi reverencial.
Su brillantez va acompañada de una personalidad más bien insufrible.
Algo habitual en los genios, al parecer… y el actor nos hace creer que realmente sabe lo que está haciendo cuando le vemos trabajando con bocetos, telas y agujas.
Por otro lado, nos ofrece varios momentos de “vena hinchada en la frente”, tan propios de los actores de método cuando quieren ser más humanos que los humanos en sus interpretaciones.
Y con Phantom Thread, Daniel Day-Lewis se despide del cine, en un personaje que también se despide de su profesión, y que tras de sí deja un legado eterno, en los vestidos de su personaje, y en los filmes del actor.
Se cuenta que en preparación para la película, Daniel Day-Lewis vio imágenes de archivo de desfiles de moda de 1940 y 1950, estudió a famosos diseñadores, consultó con el comisario de moda y textiles en el Victoria and Albert Museum de Londres, y fue aprendiz bajo Marc Happel, jefe de la departamento de vestuario del New York City Ballet.
También aprendió a coser, y practicó con su esposa Rebecca Miller, tratando de recrear un vestido de Balenciaga que estaba inspirado en un uniforme escolar.
Y en Phantom Thread es la primera vez que Daniel Day-Lewis habla con acento inglés en una película desde “Stars and Bars” (1988)
Por otro lado, la intrigante Vicky Krieps, no conoció a Daniel Day-Lewis hasta su primer día en el set.
Como Day-Lewis se mantiene famoso durante la producción de sus películas, Krieps recibió instrucciones de referirse a él como “Reynolds” durante el rodaje.
En múltiples entrevistas promocionando la película, Krieps aún se refería a Day-Lewis como “Reynolds”
Ella es tan enigmática, que recuerda a las estatuas griegas, véase el rosto…
Mientras Lesley Manville como la hermana, se traga la pantalla con solo su mirada, todos los encuadres los domina con un sentido de teatralidad y dramatismo único, ella es la más clara contendiente de Allison Janney de “I, Tonya”
Manville también hace un trabajo fenomenal, al interpretar a un personaje que detrás de su fachada de inocencia y discreción, posee la fuerza y el poder capaz de manipular la vida de su hermano.
Daniel Day-Lewis y Lesley Manville, se convirtieron en amigos de la vida real durante 6 meses antes de que comenzara la filmación para establecer la estrecha relación entre Cyril y Reynolds.
Aunque la mayoría de las veces tenían que enviarse mensajes de texto mientras Manville vivía en Londres, y Day-Lewis tenía 2 casas entre Irlanda y New York.
Como dato, gran parte del personal de La Casa de Alta Costura de Woodcock, así como otras partes pequeñas, no son interpretados por actores profesionales, sino por costureras reales o personas relacionadas con el mundo de la moda:
Joan Brown y Sue Clark, eran modistas jubiladas que Paul Thomas Anderson y Mark Bridges conocieron mientras investigaban en el histórico archivo de ropa del Museo Victoria & Albert.
Amber Brabant y Geneva Corlett son clientes profesionales del cine.
Y Georgia Kemball es una diseñadora textil.
Por último, la música, aunque se llega a abusar de ella, no estorba del todo, y queda como una ópera pianística y jazzística inolvidable, recomendable para todo melómano que se aprecie.
La memorable partitura de Jonny Greenwood, uno de los mejores músicos de cine en la actualidad, complementa piezas clásicas de Gabriel Fauré, Johannes Brahms, Hector Berlioz o Franz Schubert.
Originalmente hay 90 minutos de banda sonora de Jonny Greenwood utilizados durante el tiempo de ejecución de 130 minutos de Phantom Thread.
Greenwood dice que estuvo influenciado por los trabajos de Nelson Riddle y Glenn Gould de los años 50; al tiempo que incluye 2 míticos “standards” del jazz interpretados por el pianista Oscar Peterson; y se trata de los temas:
“My Ship” y “My Foolish Heart”
“It's comforting to think the dead are watching over the living.
I don't find that spooky at all”
Históricamente, la indumentaria es uno de los primeros lenguajes que el ser humano ha utilizado para comunicarse.
Tendemos a captar al otro, entre otras cosas más, mediante lo que lleva puesto.
Esto ha sido estudiado desde diversas disciplinas como la semiótica, la psicología, la sociología, entre otras.
Sin embargo, aquí nos aproximaremos a ella desde su carácter de inscripción estética del ser humano en el medio, y su presencia en el arte contemporáneo como confección de identidad.
En el mundo del arte, se aborda como una forma simbólica a través de la cual confeccionamos identidad; y luego se procede a mostrar el trabajo como un discurso sobre el cuerpo y la identidad de este.
“Arte en mi vestido, y mi vestido como arte”, parte de una reflexión sobre la relación que existe entre el arte y el diseño de indumentaria.
La existencia o no de esta relación, es un tema muy cuestionado entre artistas, diseñadores, críticos y galeristas.
Están aquellos que sí creen que la indumentaria puede ser arte, y están aquellos que no…
El arte y la moda llevan al menos 100 años vinculados de manera más o menos estrecha.
Porque vestirse bien, se considera un arte, sobre todo cuando las pirañas crecen en los bolsillos, y algunos vestidos son calificados de obras de arte, tanto por su corte y confección como, en ocasiones, por unos precios que ya quisieran para sí los cuadros colgados en algunos museos.
A principios del siglo XX, aparecieron en París las primeras revistas ilustradas de moda, influenciadas por las tendencias vanguardistas que en la capital parisina tenían su epicentro.
La moda ya no sólo queda reflejada en el arte, sino que bebe del arte como fuente de inspiración.
Tal es el caso de la famosa serie de vestidos diseñados en 1965 por la casa de alta costura, Yves Saint Laurent, que utilizó la obra de abstracción geométrica del artista Piet Mondrian, cuya base es la retícula y los colores primarios.
Ya hicieron uso de esta idea, algunos diseñadores anteriores, inspirándose en los movimientos artísticos de las primeras vanguardias del siglo XX.
Algunos de los singulares diseños de Elsa Shiaparelli, nacieron ligados al surrealismo...
Viajando aún más atrás, el artista Gustav Klimt, fusionó arte pictórico y diseño textil, pero esto es ya otra historia…
A partir de los años 60 del siglo XX, podemos hablar de la moda y el vestido como una manifestación artística más.
El vestido será una pieza artística creada por un artista, y pasa a formar parte de la historia del arte como objeto de museo.
El Pop Art, fue el movimiento artístico impulsor de esta nueva vertiente.
Por otro lado, algunos diseñadores de moda, serán considerados artistas, como fue el caso de Paco Rabanne, quien construye una nueva semántica de la ropa con la experimentación con nuevos materiales como el metal o el plástico, lo que llevó sus trajes a los museos como “piezas de arte”
Por otro lado, podría decirse entonces, que la indumentaria y la identidad, encarnan una relación de amor-odio.
Muchas veces, la indumentaria simboliza de forma veraz una identidad que quiere evidenciar, otras veces pretende confundir con respecto a esta, y otras simplemente procura neutralizarla.
Podemos observar los diferentes vínculos entre indumentaria e identidad, de manera muy general, en sus relaciones a través de los siglos XVIII, XIX, XX y XXI.
En el siglo XVIII, por ejemplo, la indumentaria ocultaba la verdadera identidad, esta se establecía como fachada a distancia de la vida íntima, el testimonio de esto se manifiesta con solo observar la morfología de aquellos vestidos; en el próximo siglo esto cambia, el desarrollo de las grandes ciudades otorga a la vestimenta la responsabilidad de revelar la verdadera identidad.
El siglo XX nos presenta esta relación, manifestando la reivindicación de identidades a través de las prendas, hasta llegar a nuestro siglo, en donde no hay ya identidad que revelar, ocultar o reivindicar sino que confeccionar.
El concepto de identidad, debe ser comprendido como un proceso de confección constante.
Considerando la identidad como una constante tentativa de… el paradigma de confección de una prenda, que me da las claves para entender a esta identidad contemporánea como un proceso de corte y confección.
Porque confeccionamos nuestra identidad a partir de la indumentaria, hecho que no es meramente visual y menos superficial.
La indumentaria confecciona sobre nuestro cuerpo, una identidad frágil y provisional, lo cual se debe al carácter mismo que poseen las prendas.
Como medio que es, imprime en el proceso de confección de identidad similares características a su materialidad.
Lo que nos permite observar el primer territorio de la identidad contemporánea, el cuerpo; el cual se encuentra en una relación dialéctica con su segundo lugar, la cultura, entre los cuales, la indumentaria opera como bisagra.
Apelo al proceso mismo de corte y confección, como modelo de confección de identidad, ya que el diálogo que se establece entre esta forma de ejecución y la identidad como construcción, me resultan significativos por diversas razones.
Este proceso de confección en el plano cotidiano, se presenta a veces difuso, confuso y hasta demasiado velado por capas y capas de distracciones que dejan al descubierto otras cuestiones.
Es por ello que en el arte encontró el lugar de privilegio donde este proceso de confección de identidad se hace evidente.
Porque la moda es creación.
Nace del hombre pensador y emocional para vestir el cuerpo material.
Tiene las mismas inquietudes y valores que cualquier expresión artística:
Unicidad, diseño, idea original, conocimiento y tratamiento de material, búsqueda de innovaciones, es pura experimentación, su expresión es pareja al resto de las manifestaciones artísticas, y es un placer estético que, en este caso, no sólo se contempla, sino que, culmina su creación siendo vestido, al igual que la arquitectura culmina su proceso creativo siendo habitada, o un libro siendo leído.
Son emociones hechas vestido.
Tal como dijo William Blake:
“La belleza corresponde al instante en que se encuentran el lector y la obra, y es una suerte de unión mística”, lo mismo sucede con la ropa, se crea para ser vestida, ése es el clímax de su creación, cuando cuerpo y diseño se funden en uno.
“Whatever you do, do it carefully”
Según enuncia el libro “Charles James: Beyond Fashion”, editado por El Museo Metropolitano de New York, el modisto inglés, Charles James, pasó varios días encamado en su hogar, debido a una neumonía que el 23 de septiembre de 1978 terminaría con su vida.
Durante la tarde del día anterior, con un delicadísimo estado de salud, una ambulancia se presentó en su apartamento del Hotel Chelsea en La Gran Manzana para llevarlo al hospital.
Y nada ofrece una mejor pista de su genio, que el hecho de que, apenas unas horas antes de su muerte, James hiciera esperar durante un largo rato a los operarios médicos, para aparecer presentable ante ellos.
Cuando uno le preguntó su nombre, este contestó:
“Puede que no signifique nada para ti, pero soy popularmente reconocido como el mejor modisto de occidente”
Y así fue, Charles James fue conocido como “El Arquitecto de La Moda”
Nacido Charles Wilson Brega James, fue un diseñador de moda británico, conocido como “America's First Couturier”; y como Maestro del Corte, James es famoso por sus suntuosos vestidos de baile y su estética altamente estructurada; al tiempo que es uno de los diseñadores de moda más influyentes del siglo XX, y continúa influyendo en las nuevas generaciones de diseñadores.
James miró sus vestidos como obras de arte, al igual que muchos de sus clientes.
Año tras año, reformuló los diseños originales, ignorando el calendario sacrosanto de las estaciones; y los componentes de los diseños construidos con precisión, eran intercambiables, por lo que James tenía un fondo interminable de ideas para dibujar.
Él, es más famoso por sus vestidos de baile esculpidos, hechos de lujosas telas y por exigentes estándares de sastrería, pero también es recordado por sus capas y abrigos, a menudo recortados con pieles y bordados.
Aunque su perfeccionismo artístico y su mal genio lo llevaron a comportarse erráticamente, sus clientes hicieron todo lo posible para apoyarlo.
James era más un artista, que un hombre de negocios; y se retiró en 1958.
En 1964, se mudó al Hotel Chelsea, donde tenía 3 habitaciones en el 6º piso para su espacio de trabajo, oficina y departamento.
Allí mantuvo una camarilla de clientes devotos, amigos y admiradores, y continuó trabajando, aunque en circunstancias muy reducidas.
James inspiró a muchas personalidades de la moda, entre ellos:
Christian Dior, quien dijo que era “el mayor talento de mi generación”
Se dice que Dior atribuyó a James, la inspiración de “The New Look”
Mientras que Cristóbal Balenciaga interpretó a James, como “el único modista que ha criado la moda de un arte aplicado, a una forma de arte puro”
Cristóbal Balenciaga Eizaguirre, más conocido simplemente como Balenciaga, fue un prestigioso diseñador de moda español, considerado uno de los creadores más importantes de la alta costura, que desempeñó su trabajo principalmente en la ciudad de París durante más de 3 décadas.
Contemporáneo de Coco Chanel y Christian Dior, es el modisto de alta costura español más importante de la historia; y al contrario que muchos diseñadores, que abocetaban sus creaciones pero no las confeccionaban, Cristóbal Balenciaga tuvo un pleno dominio de la costura y del manejo de tejidos.
Coco Chanel llegó a afirmar:
“Es el único de nosotros que es un verdadero “couturier”, es decir costurero.
Su nivel de exigencia, le llevaba a desarmar un vestido entero si no quedaba a su plena satisfacción; y creaba diseños exclusivos para sus mejores clientas sin necesidad de pruebas; la misma Marlene Dietrich afirmó que Balenciaga conocía sus medidas, y que ninguno de sus vestidos exigió retoques.
Era una figura legendaria en el mundo de la moda y de la alta sociedad, no sólo por sus diseños, sino también por su carácter reservado y su método de trabajo riguroso y discreto.
Tanto que recibía a sus clientes mediante cita previa, y organizaba desfiles privados.
No le gustaban las multitudes ni la vida mundana; y guardó con celo su vida privada.
Balenciaga decidió retirarse tras 50 años en activo, en 1968; con la llegada del “prêt-à-porter”; por tanto, Balenciaga siempre creó Alta Costura y nunca “prêt-à-porter”, por eso es considerado por muchos como “el verdadero padre de La Alta Costura”
Retirado, viviendo casi una vida monástica, Balenciaga falleció el 24 de marzo de 1972, a los 77 años; mientras Charles James, falleció el 23 de setiembre de 1978, a los 72 años.
El maestro de iconos como Cristóbal Balenciaga o Christian Dior, en sus palabras, “el talento más grande de su generación”, Charles James ha pasado a ser un completo desconocido para el público y la industria de la moda actual.
Una injusticia histórica, a la que una inminente y esperadísima película quiere poner remedio.
“The tea is going out; the interruption is staying right here with me”
Phantom Thread es un drama del año 2017, escrito y dirigido por Paul Thomas Anderson.
Protagoniizado por Daniel Day-Lewis, Vicky Krieps, Lesley Manville, Richard Graham, Bern Collaco, Jane Perry, Camilla Rutherford, Pip Phillips, Dave Simon, Ingrid Sophie Schram, entre otros.
Paul Thomas Anderson se interesó en la industria de la moda al leer sobre el diseñador Cristóbal Balenciaga, y la historia se inspira en el diseñador de moda británico Charles James.
Aunque todo parece apuntar, que el filme está inspirado en la figura del creador James, pero reinterpretando su figura de forma libre, y cabe esperar que el personaje principal, encarne la personalidad talentosa y atormentada a partes iguales del genuino Charles James.
El creador, que empezó su carrera como sombrerero, firmó algunos de los vestidos de seda y satén, más escultóricos de la historia, y se hizo famoso por sus extravagantes invenciones que definieron la moda posterior a La Segunda Guerra Mundial.
Pero también tenía fama de despilfarrador, acabó sus días arruinado; siendo egocéntrico y autodestructivo.
Todo un material de primera para un guión cinematográfico.
También, el director Paul Thomas Anderson tuvo la idea inicial de la película cuando estaba enfermo en la cama un día…
Su esposa, Maya Rudolph, lo atendía, y le dirigió una mirada que le hizo darse cuenta, de que ella no lo había mirado con tanta ternura y amor en mucho tiempo…
Y también tiene una influencia de Montague Rhodes James, un anticuario, medievalista y escritor británico de cuentos de terror, especializado en la ficción fantasmal.
Phantom Thread como producción, es la primera que Paul Thomas Anderson hace fuera de los Estados Unidos; es su segunda colaboración con Day-Lewis, después de “There Will Be Blood” (2007), y es la película final de la carrera de Day-Lewis antes de retirarse; al tiempo que es la 4ª colaboración del director con el compositor Jonny Greenwood.
En junio de 2017, se informó que Anderson se desempeñaría como su propio director de fotografía en la película, ya que Robert Elswit no estuvo disponible durante la producción.
Sin embargo, Anderson refutó el reclamo en noviembre, declarando que “no hay crédito oficial para la cinematografía, y que fue un esfuerzo de colaboración.
Sería hipócrita y equivocado decir, que yo he sido el director de fotografía del filme.
La situación fue, que yo trabajé con un grupo de personas en mis últimos largometrajes, y en pequeños proyectos paralelos, básicamente en Inglaterra; y fuimos capaces de arreglárnoslas para trabajar sin un director de fotografía oficial.
La gente con la que suelo trabajar, no estaba disponible, así que se dio una situación en la que colaboramos como un equipo.
Sé cómo encuadrar la cámara en la buena dirección, y se unas cuantas cosas, pero no soy director de fotografía”
Como dato, el título es lo primero que se muestra en la película después de los logos de la compañía de producción; por lo que no hay otros créditos de apertura.
Phantom Thread obtuvo en 6 nominaciones al Premio OSCAR, que incluye:
Mejor película, director, actor (Daniel Day-Lewis), actriz de reparto (Lesley Manville), vestuario y banda sonora.
Dejando a un lado posibles reconocimientos, su mera existencia supone una noticia que celebrar para los apasionados de la moda.
La traslación a la gran pantalla, pocas veces ha hecho justicia a una industria que ha crecido de la mano, y retroalimentándose, del Séptimo Arte.
Hasta ahora, la moda se ha visto representada a través de comedias sin excesiva vocación de trascender, en musicales, meras parodias, o a través de “biopics” televisivos de figuras como Coco Chanel o Yves Saint Laurent.
La ficción dramática, tiene una cuenta pendiente con la plasmación de la heterogeneidad de un sector que sí lo ha conseguido en el terreno documental, con decenas de brillantes ejemplos accesibles desde cualquier plataforma de “streaming”; por lo que Phantom Thread tiene la misión de ser la obra de calidad que estábamos esperando; sin embargo, hasta el momento, ha resultado un fracaso de taquilla, pues de tener un presupuesto de $35 millones, solo ha recaudado $17.8 millones.
El rodaje tuvo lugar en El Reino Unido, y se completó el 26 de abril de 2017, el mismo día en que el amigo íntimo y mentor de Paul Thomas Anderson, Jonathan Demme, falleció de cáncer; por lo que la película está dedicada a él.
Así las cosas, Paul Thomas Anderson pinta un iluminador retrato sobre un artista en un viaje creativo, y las mujeres que mantienen su mundo en funcionamiento.
Aunque no se da ninguna fecha durante la película, la historia probablemente tenga lugar entre mayo de 1953, sugerido por el cliente que compra un vestido de gala para lo que probablemente sea un baile de Coronación; y octubre de 1954, por una revista británica Vogue de octubre de 1954 que aparece en final de la película; todo ello en medio del glamour de Londres en los años 50.
La acción sigue al renombrado diseñador de vestuario, Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) y su hermana Cyril (Lesley Manville), que son los encargados de vestir a figuras tales como La Familia Real, estrellas de cine, herederos, “socialités” y “Dames” con el estilo tan característico de La Casa de Woodcock.
Las mujeres entran y se van de la vida de Woodcock, brindándole compañía e inspiración al diseñador, que es soltero; hasta que conoce a Alma (Vicky Krieps), una joven de voluntad fuerte, quien pronto se convierte en su musa y amante.
La relación de la pareja vacila entre el afecto y la distancia, mientras luchan por vivir con las diferencias del otro.
A pesar de su envoltorio agradable a la vista, y de un cartel que sugiere una deliciosa historia romántica, Phantom Thread es una película más bien perturbadora, cercana al terror psicológico, aunque también es un film de visión obligada para los fetichistas del mundo de la costura.
Y en el fondo, la película habla del amor al arte, la perfección, las obsesiones, el amor a primera vista, la casualidad, la necesidad de pertenencia, la superación del recuerdo traumático, lo que significa la invasión del espacio privado, el trabajo y la creatividad.
Hay también un ambiente opresivo y viciado de incomunicación y de guerra de sexos; porque es una película sugerente que transmite una relación romántica y ambigua, que deja muchas incógnitas a merced del espectador, para que nos respondamos, según nuestro criterio, si estaríamos dispuestos o no, a continuar esa relación.
Con Phantom Thread, Paul Thomas Anderson hila una historia de amor poco convencional, la cual vuelve a colocarlo como uno de los directores de cine más importantes de su generación; ya que no es la típica historia de pareja que enfrenta las altas y bajas de su relación, y que con frecuencia vemos plasmadas en la pantalla grande.
Estamos ante una historia oscura, retorcida, y un tanto perversa, que hace honor al popular refrán:
“Nunca falta un roto para un descosido”
“It's comforting to think the dead are watching over the living.
I don't find that spooky at all”
Es todo un reto para un narrador contar una historia donde los protagonistas resultan antipáticos.
Sólo un valiente con talento como Paul Thomas Anderson, es capaz de arriesgarse y salir victorioso de ese empeño; y ha confeccionado una de las historias de amor más sutilmente perversas y enfermizas de todos los tiempos; un filme antidramático, antiromántico, al menos en el sentido convencional y deformado hacia el que ha derivado el término a día de hoy desde sus orígenes dieciochescos; y hasta anticlimático, cuyo aparente clasicismo formal, el primer cuarto de la película puede remitir al Hitchcock de “Rebecca” (1940), termina siendo sublimado por la complejidad conceptual y la perfección técnica de la cinematografía moderna.
La historia no es original del todo, pues recuerda el mito de Pigmalión, así como los filmes de temática similar que van desde las oscarizadas:
“All About Eve” (1950), hasta “Gigi” (1958), “My Fair Lady” (1964), inclusive “Amadeus” (1984); el punto clave está en la ambientación, la puesta en escena, la dirección, los actores, y la banda sonora.
Todos esos elementos tienen matrícula de honor, en el sentido que cobra especial importancia para el desarrollo del relato; y Paul Thomas Anderson lleva a cabo un operativo formal y narrativo asentado en unas formas melodramáticas que remiten, por añadidura, al cine de prestigio británico, para conducir la película hacia las formas del “thriller” psicológico, las cuales aparecen de manera paulatina, sin enfatizar, con gran sutileza a la hora de ir violentando el espacio narrativo, hasta integrarlas a la perfección.
Para ello se apoya en el artificio, en ocasiones incluso de afectaciones complementarias, que sirven al cineasta para trazar una mirada sobre las relaciones emocionales o sentimentales desde una perspectiva tóxica, devenida desde la dependencia, que acaban manifestando ambos personajes principales.
Y es algo aterrador...
La melosidad del protagonista converge y se contrapone a su vez con lo prosaico, y mundano, de la otra protagonista, y en esa confluencia de caracteres, Phantom Thread avanza con maestría, y con un gran sentido de la musicalidad visual.
Para el director:
“Por norma general no tenía mucho conocimiento o interés en el mundo de la moda, hasta que empecé a conocer pequeños detalles sobre un hombre llamado Cristóbal Balenciaga.
Él llevó una vida monacal, completamente consumida por su trabajo, en ocasiones a expensas de otras cosas en su vida.
Nuestros personajes se convierten en algo muy diferente.
Nuestra historia se centra en, qué haría que un personaje como este, cambiase su modo de vida.
Generalmente, es el amor lo que lo consigue.
No es una historia de amor al uso.
Es más peculiar, por supuesto.
Muchos directores han intentado hacer “Rebecca” (1940) y han fallado…
Probablemente soy el siguiente en hacerlo, pero esta es una historia diferente.
Soy un gran aficionado a esas grandes películas románticas góticas al estilo de los grandes maestros.
Lo que me gusta de ese tipo de historias de amor, es que son muy intrigantes.
Una buena cucharada de suspense con una historia de amor, es una gran combinación”
El relato de Anderson, de profundo psicologismo y marcado carácter edípico, aborda temas varios como:
La creatividad, la obsesión por el trabajo, la búsqueda de la perfección o la manipulación amorosa, en un contexto, el de la alta sociedad londinense de posguerra, en el que las costuras que mantienen las relaciones entre adultos, aparecen sujetas por “hilos invisibles”, de ahí el título, de naturaleza mórbida, cuasi fantasmal.
Ya durante los minutos iniciales, el director se afana por introducir al espectador en el minucioso y flamante universo que conforma La Casa Woodcock:
Tijeras, cintas métricas, patrones, maniquíes y mesas de costura de donde salen los vestidos más deseados que cubren a la flor y nata femenina de la época.
Y es que el director suele escoger proyectos en donde se celebra cierto aire intimista, y en los que hay una atmósfera en la que lo cotidiano se transforma en toda una visión sobre el arte y la estética.
No por casualidad, Anderson se ha hecho famoso por la complejidad de sus historias entretejidas con personajes de enorme profundidad intelectual y moral, que además, asumen la realidad como un extrarradio que subyace el desarraigo y la soledad.
En gran parte de la llamada generación de directores de “videocassette”, entre los que se encuentran Quentin Tarantino, Richard Linklater y Kevin Smith; la conexión con la cultura pop, crea un inevitable contexto en todas sus obras pero, además, brinda a sus películas, una profunda visión sobre la época.
Un reflejo extraordinario y profundo de enorme eficacia sobre el tiempo y la sociedad.
Como si cada una de sus obras se tratara de un enorme e intrincado autorretrato sobre sus conclusiones sobre lo cotidiano, la vida espiritual y los pequeños dolores privados, en un mosaico de enorme valor argumental.
La refinada puesta en escena, deslumbrante en el tratamiento de los espacios interiores y “ophulsiana”, por simbólica véase la escena del fin de año; en el empleo de las escaleras de la mansión, con subidas y bajadas que aluden a los vaivenes emocionales en la relación de la pareja protagonista, y el paso del tiempo; constituye el mayor logro visual de la carrera de Anderson, que firma aquí su particular “Magnum Opus”
Estamos pues en Londres de 1955:
La ciudad se recupera de los efectos producidos por La Segunda Guerra Mundial, entre cartillas de racionamiento, escombros y la niebla.
La Coronación de La Reina Elizabeth II, ha insuflado vida a un país escaso de optimismo.
En el centro de este nuevo ímpetu, se encuentra Reynolds Woodcock, el hombre que viste a condesas, herederas, estrellas de cine y grandes damas.
Sus creaciones hacen que las más tímidas se llenen de valor, y las menos atractivas se sientan maravillosas.
Sin embargo, Woodcock no es un hombre fácil, tratar con él casi se equipara a enfrentarse a los ejércitos fascistas…
Tiene un enorme talento, es el mejor, pero también es quisquilloso, egocéntrico y difícil.
En La Casa Woodcock, la empresa que lleva con su hermana Cyril, incluso hay reglas para las reglas:
Las modelos y las clientas van y vienen en su vida, ofreciéndole inspiración y compañía momentánea, mientras Cyril se ocupa de que La Casa funcione sin impedimentos.
Un buen día, una joven inmigrante originaria de Europa del Este llamada Alma, entra en la vida de Reynolds, perturbando su mundo perfectamente ordenado con esa terrible fuerza llamada amor.
Su primera reacción es de incomprensión, pero empieza a obsesionarse...
¿Será capaz de resistir a la tremenda atracción del amor, consagrándose a su profesión, y permaneciendo soltero; o podrá Alma demostrarle que las alegrías de la vida son mayores cuando se comparten?
¿Podrá Cyril proteger a su hermano de las buenas intenciones de Alma, o se dará cuenta de que una Casa que no cambia es, de hecho, una casa muerta?
Phantom Thread es una variación del romance gótico que examina el significado del amor ante un peligroso telón de fondo llamado La Casa Woodcock.
En un esfuerzo por captar y retener el amor, Reynolds y Alma luchan para comprenderse, y controlar los instintos e impulsos que solo el amor más genuino puede producir.
Por tanto, es una película basada en interpretaciones increíbles, poderosos recuerdos, y la música de Jonny Greenwood, de Radiohead.
Sería fácil tomar a la pareja protagonista como un par de chalados por los que sentir lástima, o de los que reírse, pero en realidad, su relación disfuncional no es más que una exageración dramática de actitudes que existen prácticamente en todas las relaciones amorosas:
Una mitad de la pareja pide más atención, la otra que la dejen en paz; una exige más libertad, la otra controla en exceso; una demanda evolución en la relación, la otra quiere quedarse como está…
Todo el mundo ha vivido eso, en mayor o menor medida.
Así, Paul Thomas Anderson nos cuenta esta historia con un estilo extremadamente elegante, con una admirable fotografía a cargo del propio director, y con un tono opresivo, con un estilo influenciado por Kubrick, pero con cortes de Hitchcock, no carentes de un oscurísimo sentido del humor.
Para Anderson, el hábito de Woodcock tiene algo de ritualista, una especie de visión extraordinaria sobre los secretos y la cotidianidad convertida en una forma de enigma.
Una noción que permite a Anderson crear una versión de la realidad invisible, que avanza entre la belleza y el temor, la angustia de lo marginal, y algo más delicado que dota a la película de una envidiable estructura narrativa.
Se trata de una historia llena de extrañas y preciosistas paradojas, a mitad entre la reflexión filosófica y algo mucho más doloroso, que parece establecer inmediatos vínculos con la idea sobre la pasión y la identidad, tópicos habituales en la obra de Anderson.
Por lo que Phantom Thread es un reflejo mesurado e insólito sobre analogías acerca de lo emotivo, la pérdida de la individualidad y los dolores invisibles que Anderson condesa en una serie de espléndidas escenas de enorme sutileza y buen gusto.
Hay una escena en particular, la cual toma lugar en una fiesta de fin de año, mientras miles de globos caen de las alturas, que definitivamente formará parte de las secuencias más emblemáticas y memorables de este 2017.
Algo que llevará a discutir, lo cual es normal, la propuesta dado que su radicalidad visual bajo un dispositivo en apariencia más clásico de lo habitual, tan solo en su superficie, puede producir desconcierto.
Como lo hará también su resolución final en el que, de repente, se entienden muchos de los impulsos de los personajes que hasta ese momento pasaban por extraños, casi estrafalarios, cuando no extravagantes.
Y al final, quedan expuestos, bajo su superficie y su constructo, a un estado mundano y perverso que será, a su vez, no poco discutido por el arrojo a la hora de hablar de una relación sentimental en el que la figura masculina queda desdibujada; y la femenina, en un doble aspecto, expuesta de una manera muy particular, y perturbadora.
Entre renglones, este diseñador de Alta Costura, presenta un Edipo irresuelto por la muerte de la madre.
Va coleccionando jóvenes modelos que son rechazadas a la larga por no alcanzar la figura insustituible de una madre mitificada.
La clave está en la madre, con la que Reynolds mantiene un hilo incluso después de muerta.
Paul Thomas Anderson nos devela una pista clave al hablar de fantasma, cuando en la película la madre aparece como uno; y se encarga de hacernos un cuadro completo de Reynolds y su atormentada infancia:
Un padre ausente al morir pronto, y una madre severa.
De esto segundo, tenemos datos sobre todo indirectamente, porque Reynolds no osaría hablar mal de su madre, aunque al hablar del vestido que le hizo casi se le escapa:
¿Qué fue del vestido?
Seguramente criando polvo...
La madre no lo apreció, no le recompensó...
A la madre también la conocemos indirectamente a través de esa hermana controladora, que cuando Reynolds se rebela, lo trata implacablemente:
“No oses discutir conmigo porque te destrozaré”
La hermana ha copiado el perfil de la madre, que probablemente vivió lo justo para ver los inicios de su hijo, y explotar su talento.
El cuadro psicológico lo tenemos en el Reynolds adulto, o más bien, un adulto que no ha dejado de ser un niño, porque no tuvo una infancia normal:
Él es incapaz de comprometerse, porque no sabe amar, ya ama a su madre, y no tiene espacio para más.
Ni siquiera se nos habla apenas de su sexualidad, probablemente cargada de culpa e impotencia física.
Hasta aquí, todo muy Hitchcock que remite a “Psycho” (1960)
Reynolds es incapaz de relacionarse salvo como un crío, siendo brusco y violento.
Alterna episodios de grandiosidad y depresión, típico de las personalidades geniales, pero atormentadas.
No tiene autoestima alguna, como refleja cuando ve que su tiempo está pasando y ya no es “chic”, reaccionando de manera infantil.
No tiene relaciones con hombres, porque solo se ha relacionado con 2 mujeres, su madre y su hermana.
Es definitivamente el cuadro de un genio atormentado por su infancia.
Se describe de forma tan cuidadosa y brillante, que no cabe duda que Anderson ha ido al psicólogo o ha leído mucho del tema.
Al final de la película, entendemos cuál es el proceso para aliviar en parte, que no soluciona o sana la atormentada vida de Reynolds, y es:
Llevarle a un estado de cuasi-niñez, un estado en el que él se permita sentir, aunque sea al modo infantil, y en el que haya una figura materna, Alma, no es casual el nombre, para que le cuide y le mime.
Solo entrando en ese estado, tras estar muy enfermo, Reynolds puede sacar a la luz sus verdaderos sentimientos, más allá de la grandiosidad de su vida pública.
Alma no le salva, pero a diferencia de otras que pasaron por la vida de Reynolds, tiene acceso a una parte vetada al resto del mundo en la que, aunque sea por unos instantes, Reynolds puede ser el niño que no le dejaron nunca ser.
Como no hay terapia posible para esta carencia, la joven Alma lo consigue mediante la tortilla a las finas hierbas aderezada con un poquito de setas venenosas, que ponen al diseñador al borde de la muerte, donde es cuidado por Alma, haciéndose irremplazable.
Lo que no puede logar una terapia, lo puede conseguir el veneno, aunque no parece forma muy recomendable...
Solo necesita una modelo/musa/amante/criada/madre/enfermera/matrona/dominatrix/víctima para soportar una vida que a duras penas aguanta, amurallado tras infinitas puertas, histerias y férreo control.
El deseo de orden, frente al caos vulgar del mundo.
El afán de belleza, contra la agresiva fealdad de la vida.
El silencio, la buena educación, casi siempre; las buenas formas, la buena vida y la apariencia de seguridad, esconden a un niño pequeño, castrado, se supone que por su mamá y, también, su hermana; pero asustado, débil, temeroso, incapaz de hacer frente a los hechos de manera natural, sana o flexible; e independiente.
Por otro lado, Phantom Thread es una reflexión sobre el precio que hay que pagar para lograr desarrollar un oficio con verdadera pasión y excelencia, la vida misma, todas las fuerzas vitales sacrificadas en el altar del arte textil, de los grandes vestidos.
Al final se demostró que ella tenía razón, aguantaba más la mirada, era más fuerte…
Sabía, se dio cuenta, de que él no podía soportar todos los rituales y autoexigencias que tenía que arrostrar diariamente para poder funcionar, para sobrellevar la existencia y seguir produciendo; sabía, o aprendió tras mucha observación, que él quería abandonarse, relajarse, olvidarse, que necesitaba descansos, abandonos, y que nunca lo haría por propia voluntad, no podía, estaba enfermo de voluntad neurótica, obsesiva compulsiva; necesitaba la coartada de otro, de alguien que le obligase, que se lo impusiera a la fuerza, necesitaba una “nueva madre” a la que supeditarse, a la que respetara, quisiera y temiese, a la que odiara/amara.
La relación del diseñador de moda español Cristóbal Balenciaga con su trabajo, y la forma en que dirigió su vida, con las palabras del director Paul Thomas Anderson, “vida monástica”, inspiró el personaje de Reynolds Woodcock; y Daniel Day-Lewis, tan intenso como siempre, interpreta de forma maniática a un todavía más maniático dios de la costura en el Londres de los años 50.
El modisto, que lleva el divertido nombre de Reynolds Woodcock, es uno de esos profesionales a los que acude la alta sociedad, incluso la realeza con actitud casi reverencial.
Su brillantez va acompañada de una personalidad más bien insufrible.
Algo habitual en los genios, al parecer… y el actor nos hace creer que realmente sabe lo que está haciendo cuando le vemos trabajando con bocetos, telas y agujas.
Por otro lado, nos ofrece varios momentos de “vena hinchada en la frente”, tan propios de los actores de método cuando quieren ser más humanos que los humanos en sus interpretaciones.
Y con Phantom Thread, Daniel Day-Lewis se despide del cine, en un personaje que también se despide de su profesión, y que tras de sí deja un legado eterno, en los vestidos de su personaje, y en los filmes del actor.
Se cuenta que en preparación para la película, Daniel Day-Lewis vio imágenes de archivo de desfiles de moda de 1940 y 1950, estudió a famosos diseñadores, consultó con el comisario de moda y textiles en el Victoria and Albert Museum de Londres, y fue aprendiz bajo Marc Happel, jefe de la departamento de vestuario del New York City Ballet.
También aprendió a coser, y practicó con su esposa Rebecca Miller, tratando de recrear un vestido de Balenciaga que estaba inspirado en un uniforme escolar.
Y en Phantom Thread es la primera vez que Daniel Day-Lewis habla con acento inglés en una película desde “Stars and Bars” (1988)
Por otro lado, la intrigante Vicky Krieps, no conoció a Daniel Day-Lewis hasta su primer día en el set.
Como Day-Lewis se mantiene famoso durante la producción de sus películas, Krieps recibió instrucciones de referirse a él como “Reynolds” durante el rodaje.
En múltiples entrevistas promocionando la película, Krieps aún se refería a Day-Lewis como “Reynolds”
Ella es tan enigmática, que recuerda a las estatuas griegas, véase el rosto…
Mientras Lesley Manville como la hermana, se traga la pantalla con solo su mirada, todos los encuadres los domina con un sentido de teatralidad y dramatismo único, ella es la más clara contendiente de Allison Janney de “I, Tonya”
Manville también hace un trabajo fenomenal, al interpretar a un personaje que detrás de su fachada de inocencia y discreción, posee la fuerza y el poder capaz de manipular la vida de su hermano.
Daniel Day-Lewis y Lesley Manville, se convirtieron en amigos de la vida real durante 6 meses antes de que comenzara la filmación para establecer la estrecha relación entre Cyril y Reynolds.
Aunque la mayoría de las veces tenían que enviarse mensajes de texto mientras Manville vivía en Londres, y Day-Lewis tenía 2 casas entre Irlanda y New York.
Como dato, gran parte del personal de La Casa de Alta Costura de Woodcock, así como otras partes pequeñas, no son interpretados por actores profesionales, sino por costureras reales o personas relacionadas con el mundo de la moda:
Joan Brown y Sue Clark, eran modistas jubiladas que Paul Thomas Anderson y Mark Bridges conocieron mientras investigaban en el histórico archivo de ropa del Museo Victoria & Albert.
Amber Brabant y Geneva Corlett son clientes profesionales del cine.
Y Georgia Kemball es una diseñadora textil.
Por último, la música, aunque se llega a abusar de ella, no estorba del todo, y queda como una ópera pianística y jazzística inolvidable, recomendable para todo melómano que se aprecie.
La memorable partitura de Jonny Greenwood, uno de los mejores músicos de cine en la actualidad, complementa piezas clásicas de Gabriel Fauré, Johannes Brahms, Hector Berlioz o Franz Schubert.
Originalmente hay 90 minutos de banda sonora de Jonny Greenwood utilizados durante el tiempo de ejecución de 130 minutos de Phantom Thread.
Greenwood dice que estuvo influenciado por los trabajos de Nelson Riddle y Glenn Gould de los años 50; al tiempo que incluye 2 míticos “standards” del jazz interpretados por el pianista Oscar Peterson; y se trata de los temas:
“My Ship” y “My Foolish Heart”
“It's comforting to think the dead are watching over the living.
I don't find that spooky at all”
Históricamente, la indumentaria es uno de los primeros lenguajes que el ser humano ha utilizado para comunicarse.
Tendemos a captar al otro, entre otras cosas más, mediante lo que lleva puesto.
Esto ha sido estudiado desde diversas disciplinas como la semiótica, la psicología, la sociología, entre otras.
Sin embargo, aquí nos aproximaremos a ella desde su carácter de inscripción estética del ser humano en el medio, y su presencia en el arte contemporáneo como confección de identidad.
En el mundo del arte, se aborda como una forma simbólica a través de la cual confeccionamos identidad; y luego se procede a mostrar el trabajo como un discurso sobre el cuerpo y la identidad de este.
“Arte en mi vestido, y mi vestido como arte”, parte de una reflexión sobre la relación que existe entre el arte y el diseño de indumentaria.
La existencia o no de esta relación, es un tema muy cuestionado entre artistas, diseñadores, críticos y galeristas.
Están aquellos que sí creen que la indumentaria puede ser arte, y están aquellos que no…
El arte y la moda llevan al menos 100 años vinculados de manera más o menos estrecha.
Porque vestirse bien, se considera un arte, sobre todo cuando las pirañas crecen en los bolsillos, y algunos vestidos son calificados de obras de arte, tanto por su corte y confección como, en ocasiones, por unos precios que ya quisieran para sí los cuadros colgados en algunos museos.
A principios del siglo XX, aparecieron en París las primeras revistas ilustradas de moda, influenciadas por las tendencias vanguardistas que en la capital parisina tenían su epicentro.
La moda ya no sólo queda reflejada en el arte, sino que bebe del arte como fuente de inspiración.
Tal es el caso de la famosa serie de vestidos diseñados en 1965 por la casa de alta costura, Yves Saint Laurent, que utilizó la obra de abstracción geométrica del artista Piet Mondrian, cuya base es la retícula y los colores primarios.
Ya hicieron uso de esta idea, algunos diseñadores anteriores, inspirándose en los movimientos artísticos de las primeras vanguardias del siglo XX.
Algunos de los singulares diseños de Elsa Shiaparelli, nacieron ligados al surrealismo...
Viajando aún más atrás, el artista Gustav Klimt, fusionó arte pictórico y diseño textil, pero esto es ya otra historia…
A partir de los años 60 del siglo XX, podemos hablar de la moda y el vestido como una manifestación artística más.
El vestido será una pieza artística creada por un artista, y pasa a formar parte de la historia del arte como objeto de museo.
El Pop Art, fue el movimiento artístico impulsor de esta nueva vertiente.
Por otro lado, algunos diseñadores de moda, serán considerados artistas, como fue el caso de Paco Rabanne, quien construye una nueva semántica de la ropa con la experimentación con nuevos materiales como el metal o el plástico, lo que llevó sus trajes a los museos como “piezas de arte”
Por otro lado, podría decirse entonces, que la indumentaria y la identidad, encarnan una relación de amor-odio.
Muchas veces, la indumentaria simboliza de forma veraz una identidad que quiere evidenciar, otras veces pretende confundir con respecto a esta, y otras simplemente procura neutralizarla.
Podemos observar los diferentes vínculos entre indumentaria e identidad, de manera muy general, en sus relaciones a través de los siglos XVIII, XIX, XX y XXI.
En el siglo XVIII, por ejemplo, la indumentaria ocultaba la verdadera identidad, esta se establecía como fachada a distancia de la vida íntima, el testimonio de esto se manifiesta con solo observar la morfología de aquellos vestidos; en el próximo siglo esto cambia, el desarrollo de las grandes ciudades otorga a la vestimenta la responsabilidad de revelar la verdadera identidad.
El siglo XX nos presenta esta relación, manifestando la reivindicación de identidades a través de las prendas, hasta llegar a nuestro siglo, en donde no hay ya identidad que revelar, ocultar o reivindicar sino que confeccionar.
El concepto de identidad, debe ser comprendido como un proceso de confección constante.
Considerando la identidad como una constante tentativa de… el paradigma de confección de una prenda, que me da las claves para entender a esta identidad contemporánea como un proceso de corte y confección.
Porque confeccionamos nuestra identidad a partir de la indumentaria, hecho que no es meramente visual y menos superficial.
La indumentaria confecciona sobre nuestro cuerpo, una identidad frágil y provisional, lo cual se debe al carácter mismo que poseen las prendas.
Como medio que es, imprime en el proceso de confección de identidad similares características a su materialidad.
Lo que nos permite observar el primer territorio de la identidad contemporánea, el cuerpo; el cual se encuentra en una relación dialéctica con su segundo lugar, la cultura, entre los cuales, la indumentaria opera como bisagra.
Apelo al proceso mismo de corte y confección, como modelo de confección de identidad, ya que el diálogo que se establece entre esta forma de ejecución y la identidad como construcción, me resultan significativos por diversas razones.
Este proceso de confección en el plano cotidiano, se presenta a veces difuso, confuso y hasta demasiado velado por capas y capas de distracciones que dejan al descubierto otras cuestiones.
Es por ello que en el arte encontró el lugar de privilegio donde este proceso de confección de identidad se hace evidente.
Porque la moda es creación.
Nace del hombre pensador y emocional para vestir el cuerpo material.
Tiene las mismas inquietudes y valores que cualquier expresión artística:
Unicidad, diseño, idea original, conocimiento y tratamiento de material, búsqueda de innovaciones, es pura experimentación, su expresión es pareja al resto de las manifestaciones artísticas, y es un placer estético que, en este caso, no sólo se contempla, sino que, culmina su creación siendo vestido, al igual que la arquitectura culmina su proceso creativo siendo habitada, o un libro siendo leído.
Son emociones hechas vestido.
Tal como dijo William Blake:
“La belleza corresponde al instante en que se encuentran el lector y la obra, y es una suerte de unión mística”, lo mismo sucede con la ropa, se crea para ser vestida, ése es el clímax de su creación, cuando cuerpo y diseño se funden en uno.
“Whatever you do, do it carefully”
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