Los Olvidados

“El trabajo es para los burros”

El eminente escritor y periodista austriaco, Karl Kraus, conocido como ensayista, aforista, dramaturgo y poeta; generalmente considerado un importante escritor satírico por su crítica ingeniosa de la prensa, la cultura y la política alemanas y austriacas llegó a decir, muy apropiadamente:
“La ley básica del capitalismo es tú o yo; no tú y yo”
Cuando la realidad es muy dura, puede pasar que suceda ante nuestros ojos, sin dar lugar a ninguna acción de parte nuestra, sin ninguna reacción ante la imposibilidad que sentimos de responder efectivamente.
Parece incomprensible que, con tanto progreso y modernidad, se escondan en las grandes urbes, detrás de la opulencia y del orden; tragedias y comportamientos oscuros e injustos, en los cuales están atrapados miles de seres humanos, “olvidados”, sin que realmente haya mayor esperanza ni salida.
El surrealismo, como estilo cinematográfico, permite una aproximación a esas realidades que queda impresa en el inconsciente, y que puede ir dejando huellas de interpretación y de acción insospechadas, cuyos alcances pueden ser más efectivos que las medidas directas y las visiones realistas.
Porque en toda gran urbe confluye la opulencia y la miseria, los grandes edificios de aspecto vertical y los arrabales de casas derruidas, los coches lujosos y los carromatos destartalados, la vida y la muerte, la supervivencia y el derroche; todo ello producto de una sociedad llena de desigualdades que se devora a sí misma, mientras olvida en vertederos apartados a sus propios hijos, víctimas y verdugos de una desidia conductual y educativa, derivada de los problemas inherentes al ambiente que los rodean.
Ya es tópica, lamentablemente, la imagen dual que presentan las grandes urbes de los países subdesarrollados o en vías de desarrollo.
Si bien es cierto que los sectores centrales son asiento de una actividad económica que en nada difiere de la que caracteriza a las ciudades del mundo desarrollado, con sus rascacielos, bancos y principales órganos de administración; no lo es menos que otras zonas, sobre todo periféricas, acogen a los llamados “asentamientos espontáneos”, constituidos por infraviviendas construidas a partir de materiales de desecho, que forman barriadas insalubres y carentes de todo tipo de servicios.
Es el caso de las favelas en Río de Janeiro, los ranchos en Caracas, las callampas en Chile, las villas miseria en Buenos Aires, o los “barong barong” en Manila.
¿En qué mundo habitamos, en el que se trata a los niños como escoria?
Una sociedad que no da segundas oportunidades a seres que comienzan a vivir.
Pues la infancia es un bonito invento humanista del Estado de Bienestar del siglo XX.
Antes, también había infancia, pero estaba condicionada por el estamento social, antes de La Revolución Industrial; y por la clase social, a raíz de dicha Revolución.
O lo que es lo mismo:
Si tenías dinero o posición social, podías disfrutar de una “infancia” más o menos como la entendemos ahora.
Y si no tenías dinero o posición social, un niño era considerado a efectos prácticos, un adulto pero más pequeño, y con menos fuerza y experiencia.
Por ello, a la hora de trabajar, contaban con menos derechos, si es que eso era posible; y con menos sueldo.
Y llegamos al Estado de Bienestar, a la sonrisa cínica del neoliberalismo; trapecistas con red, proporcionada ésta por El Estado, que echa mano de los sufridos contribuyentes para que “nuestro” sistema económico no se hunda, como se está viendo en estos días; y a los múltiples y divertidos caminos del libre mercado, y cuyo lema es “Dios aprieta pero no ahoga”
La libertad de mercado lo es todo, caiga quien caiga, y le pese a quien le pese; generalmente a los que menos tienen; pues las desigualdades no desaparecen, sino que se agudizan, y con ellas, la injusticia.
Y la injusticia se ceba siempre contra los más débiles, y los niños tienen todas las papeletas.
Algunos pasan por el aro, buscan comida en la basura, o esperan a que un pequeñoburgués con mala conciencia le mande algún donativo; otros sucumben, desaparecen, mueren y fin del problema, y otros, increíblemente pocos, se rebelan, se niegan a cumplir unas normas que les condenan a la miseria y a la indigencia, y toman por la fuerza lo que les pertenece por derecho:
Alimento, seguridad, dignidad.
Ya sea en México D.F., Río de Janeiro o Barcelona.
“Ojalá los mataran a todos antes de nacer”
Los Olvidados es un drama mexicano del año 1950, dirigido por Luis Buñuel.
Protagonizada por Alfonso Mejía, Roberto Cobo, Estela Inda, Miguel Inclán, Alma Delia Fuentes, Francisco Jambrina, entre otros.
El guión es de Luis Buñuel y Luis Alcoriza; y cuentan una historia trágica y realista sobre la vida de unos niños en un barrio marginal de La Ciudad de México.
Buñuel rodó esta película en México, con actores mexicanos, muchos de ellos aficionados, que vivían en el mismo lugar donde se grabó; y con muy poco presupuesto; y aun así, es la obra más relevante desde que Buñuel comenzó su Etapa Mexicana:
Tras el éxito comercial que le proporcionó “El Gran Calavera” (1949), el productor, Óscar Dancigers, le propuso que dirigiese una nueva película sobre los niños pobres de México; esta vez con mayores ambiciones artísticas:
“Vamos a hacer juntos una verdadera película.
Busquemos el tema”, dijo el productor.
Y Buñuel se le había adelantado, aunque su proyecto no pretendía ser más que un melodrama convencional; junto con el escritor Juan Larrea, el director había escrito el argumento titulado “¡Mi Huerfanito Jefe!”, sobre un niño vendedor de billetes de lotería.
Al leerlo, Dancigers opinó que no estaba mal, pero que estaba dispuesto a hacer algo más serio:
“Una historia sobre los niños pobres de México”
Animado por el apoyo de Dancigers, Buñuel dedicó varios meses a investigar el ambiente y las condiciones de vida de los barrios pobres de la capital mexicana.
La colaboración del escritor tapatío, Jesús Camacho, mejor conocido como Pedro de Urdimalas, fue esencial para recuperar el habla popular mexicana en los diálogos de la cinta.
Al tiempo que la película se sitúa en la línea del “neorrealismo italiano”, al que Buñuel aporta su toque surrealista, como se puede observar en la secuencia del sueño de Pedro, la obsesión por las gallinas, o el huevo lanzado hacia la cámara.
Así, Los Olvidados es por su temática y por la naturalidad de sus actores, una película engañosamente realista; que mezcla un naturalismo frío de aparente veracidad, con una estética de ensoñación o pesadilla, que alejan el filme del “neorrealismo italiano” al que se quiso asociar desde su inicio; y muy al contrario, esta obra aparece unida a través del tiempo y el espacio con la cinematografía “buñueliana” de los años 30, onírica y vanguardista; porque Buñuel retrata la realidad mexicana desde una mirada dura, implacable ante la ignorancia y la miseria humana; pero al tratarse de un filme de ficción, Buñuel emplea de forma aún más perceptible que documental, un realismo matizado por la ambigüedad y el esperpento.
Se trata de un filme realizado en gran medida por “transterrados”, término que obtuvo fortuna para designar a los exiliados españoles, que en los personajes de Los Olvidados parece ampliar su significado, y alcanzar resonancias dolorosas en torno a nociones como desarraigo o la derrota del individuo ante la victoria de la violencia de un pueblo fratricida.
El título “Los Olvidados” hace referencia pues, a una situación de víctimas.
El título abre unas expectativas de lectura que el film no satisface; es en la relación que establece el título con el texto, que anuncia en donde se observa la transgresión al melodrama.
En vez de encontrarse con el tema tratado de forma moralista y sensiblera, desde las primeras secuencias, el filme traiciona las expectativas creadas.
La utilización de la forma documental del prólogo en la secuencia inaugural, y el contenido de éste, reafirman el realismo de la problemática tratada.
Nominada a La Palme d’Or, obtuvo el premio al Mejor Director en El Festival Internacional de Cine de Cannes, y ha sido nombrada “Memoria del Mundo” por La UNESCO, para prevenir la amnesia colectiva, haciendo un llamamiento a la preservación de las valiosas colecciones de archivos y colecciones de bibliotecas de todo el mundo, y garantizando su amplia difusión.
Por tanto, el negativo original de la película Los Olvidados, junto a “Metropolis” (1927) de Fritz Lang, toda la cinematografía de los hermanos Lumière, y “The Wizard Of Oz” (1939) de Victor Fleming, son las únicas piezas del Séptimo Arte que han recibido la consideración.
El Programa Memoria del Mundo, o “Memory of The World Programme” en inglés, es una iniciativa internacional propulsada y coordinada por La UNESCO desde 1992, con el fin de procurar la preservación y el acceso del patrimonio histórico documental de mayor relevancia para los pueblos del mundo, así como también, promocionar el interés por su conservación entre los estados miembros.
La creación del programa, obedeció a la constatación de la suma fragilidad de la memoria del mundo como espejo de la diversidad de lenguas, pueblos y culturas de nuestro planeta, así como para sensibilizar al público a su protección o al hecho de que cada día que transcurre, desaparecen elementos importantes del patrimonio documental que la componen.
Y este filme, ocupa también el lugar 2° dentro de la lista de Las 100 Mejores Películas del Cine Mexicano, según la opinión de 25 críticos y especialistas del cine en México, publicada por la revista Somos, en julio de 1994.
No obstante, el estreno de la película en México solo duró sólo 3 días; y suscitó violentas reacciones de la prensa, el gobierno y las audiencias de la clase media y alta, y se pidió desde diversas instancias mediáticas, la expulsión del cineasta del país; por exponer los problemas de la nación con la pobreza y el crimen.
Se decía entonces, que esta cinta deshonraba a México:
¿Acaso por ser fiel, y mostrar a los espectadores, la cruda realidad en la vida de este sector de la población mexicana, que habitaba las periferias y cinturones de pobreza de las grandes ciudades?
Que quizás deseaban ver a un México de tintes folclóricos, a manera de los felices charros cantores de La Época de Oro del Cine Mexicano, varias veces representados por actores como Pedro Infante o Jorge Negrete, a la que estaban acostumbrados los públicos cinematográficos de la época…
Así las cosas, a los 4 días Los Olvidados fue retirada de los cines, sin que faltaran intentos de agresión física contra Buñuel.
Afortunadamente, algunos intelectuales salieron en su defensa y, tras recibir el premio al Mejor Director en El Festival de Cannes, en una edición donde competía contra:
“Miracolo a Milano” de Vittorio de Sica o la oscarizada e histórica “All About Eve” de Joseph L. Mankiewicz; Buñuel fue hipócritamente “redescubierto” por los mexicanos, y congratulado en los medios franceses y europeos, lo que le valió el respeto y la audiencia en México; y la película fue reestrenada al año siguiente en una buena sala de la capital mexicana, donde permanecería más de 2 meses en cartel.
Su éxito comercial, se dio pese a su extrema dureza, pues como señaló André Bazin, “se trata de un ejemplo del cine de la crueldad”, en consonancia con las propuestas que para el teatro había hecho Antonin Artaud con su “teatro de la crueldad”; porque Buñuel se permite mostrar lisiados sin el menor intento de mover la compasión del espectador hacia ellos.
Antes, al contrario, muestra al ciego cargado de rasgos negativos:
Lujurioso, avaro y chivato; y esto se refuerza eligiendo para este personaje, a un actor conocido por su interpretación de numerosos “malos” en el cine mexicano, todo un logro, todo un manifiesto de intenciones en Buñuel.
El rodaje comenzó el 6 de febrero, y finalizó el 9 de marzo de 1950, en los estudios Tepeyac y en exteriores:
Avenida de San Juan de Letrán, paseo de La Reforma, barrio o colonia Juárez, plaza de Romita, rumbo de Nonoalco, Escuela-Granja de Tlalpan, Tacubaya, etc.
Fueron 21 días de rodaje, y el costo de unos 450.000 pesos.
Buñuel, quien se encuentra entre los más grandes contadores de historias del Séptimo Arte, narra con maestría este relato de miserias materiales y humanas, en el que no sólo se condena la injusticia social, lo que lo emparenta con algunas obras de Charles Dickens, sino también el comportamiento y la dudosa moralidad de una clase adulta que deja mucho que desear.
La acción sigue a El Jaibo (Roberto Cobo), un adolescente que escapa de un correccional, y se reúne en el barrio con sus amigos.
Unos días después, El Jaibo mata, en presencia de su amigo Pedro (Alberto Mejía), al muchacho que supuestamente tuvo la culpa de que lo enviaran al reformatorio.
A partir de entonces, los destinos de Pedro y El Jaibo estarán trágicamente unidos.
María (Stella Inda) la madre de Pedro, orilla a este último a vivir una situación de desamparo; quien vive atormentado por el amor que le niega su madre, pero a su vez, su progenitora experimenta un “affaire” con su peor enemigo, El Jaibo.
La historia se desarrolla a partir de la vida de Pedro, la cual transcurre en medio de situaciones de precariedad, característica común entre las clases olvidadas, historia que presenta un final trágico; y entre los personajes secundarios encontramos por ejemplo:
Al ciego mendigo, Don Carmelo (Don Carmelo); Merche (Alma Delia Fuentes), al indígena “Ojitos” (Mario Ramírez Herrera), al burócrata director de la escuela (Francisco Jambrina), al representante de la ley, entre otras figuras de la sociedad, donde la inocencia perdida y la maldad se diluyen dentro de sus personajes, particularmente en El Jaibo y sus compañeros.
Al final, esta película es una historia de amor, de dulzura y muerte; muestra la belleza en la atrocidad de la indignidad humana que les ha tocado vivir a estos “olvidados”
Es una película de tintes freudianos, donde el surrealismo de Buñuel se hace presente paradójicamente retomando influencias del “neorrealismo italiano”
La aparente falta de compasión de Buñuel hacia sus delincuentes juveniles, es lo que finalmente hace de la película un poderoso documento social, y una perturbadora obra dramática.
Los Olvidados, es un filme acerca de la fatalidad del destino; una película sobre lo absurdo e irracional de la vida misma; donde los deseos ocultos, los sueños y las pasiones, son los elementos que mantienen vivos a los personajes; y es por otra parte, una de las aportaciones más importantes que ha dado Latinoamérica al cine mundial.
Si el cine es considerado un arte, mucho se debe a la obra de genios como Luis Buñuel, y a filmes como Los Olvidados; pues no parece una cinta realizada hace más 60 años, por el contario, lamentablemente su contenido es de una realidad aún vigente, ya que en cualquier parte del mundo encontraremos a un Jaibo o un Pedro.
Su temática es también contemporánea, como se puede contrastar con la proliferación de la pobreza aunada a la presencia de millones de niños y jóvenes en situación de calle en el mundo actual.
El crecimiento de las colonias semiurbanas y de la pobreza mundial, hace de esta película, un retrato impresionante de éstos sectores de la población, es decir, de los más desfavorecidos, “los olvidados” del título.
“Toma tu diente para que no te pase nada malo…”
Luis Buñuel ha sido, sin lugar a dudas, el realizador más importante del cine de habla hispana.
Su trayectoria artística de 32 películas filmadas en 50 años de carrera, es una de las más importantes y prolíficas de la cinematografía mundial; y Los Olvidados es considerada la película que volvió a colocar a Buñuel en la escena internacional, luego de que su impresionante debut, fue seguido por 2 décadas de relativa obscuridad…
Diría el director:
“El día 6 de febrero comienzo Los Olvidados que, si me sale bien, espero sea algo excepcional en la actual producción internacional.
Es dura, fuerte, sin la más mínima concesión al público.
Realista, pero con una línea oculta de poesía feroz y a ratos erótica.
Las estrellas son gente que he tomado entre el “lumpemproletariat” mexicano, en su mayoría adolescentes.
Los fondos, los más feos del mundo...
Conozco a muchos de los personajes reales.
En resumen, este film es como una mezcla, pero de elementos evolucionados y a través de estos 15 años de “Terre sans pain” (1933) y La Edad de Oro. Lleva a Figueroa como “cameraman” y, por fin, podrá hacer fotos anti–artísticas e indignas de ningún premio en los Salones de Otoño internacionales.
Si tengo suerte, la cosa puede ser buena, pero temo el escollo de los actores jóvenes.
Veremos… pero me entusiasma, y si me sale bien, oirá hablar de ella.
El tema es delincuencia infantil, y me he documentado con unos 200 procesos del Tribunal de Menores y 100 expedientes de La Clínica de la Conducta, institución psiquiátrica de México.
También me sirvieron noticias que salían en la prensa, por ejemplo, leí que se había encontrado en un basurero, el cadáver de un chico de unos 12 años, y eso me dio la idea del final.
El tratamiento es un compromiso, entre el documental y la ficción, necesaria para que el film sea comercial.
No hago ningún compromiso de tipo moral o artístico.
Hubiera podido ir más allá, pero era abusar de la generosidad del productor.
No obstante, estoy satisfecho de lo que hemos logrado.
Volví a mí mismo con Los Olvidados.
Estábamos pasando por entonces, una época muy mala”
Y es que Los Olvidados es la única película de Buñuel que tiene editado el guión que él utilizó durante la filmación.
Buñuel tenía la costumbre de escribir sus guiones en una de las caras del folio, utilizando la otra cara para hacer diferentes anotaciones durante el rodaje:
Como la subdivisión de un plano, esquemas de colocación de la cámara o actores, correcciones del diálogo, etc.
El guion original consta de 104 páginas, y en él, Buñuel señaló que había 103 cambios de lugar, y 209 emplazamientos.
Hay que destacar el hecho de que Buñuel, siempre que ha podido, ha mostrado su solidaridad con los compañeros del exilio, metiéndolos en sus películas siempre que ha podido, y en este caso fueron muchísimos.
Y respecto a la fotografía, no pudo haber sino mejor el trabajo, ya que corrió a cargo de uno de los más importantes cinefotógrafos en la historia de la cinematografía mexicana y mundial, Gabriel Figueroa.
Con todo, Buñuel nos ofrece una obra de ficción con muchos elementos de técnica documental, de hecho, en el film se mezclan actores profesionales con no profesionales:
Por un lado, en la película realmente no hay una sinopsis narrativa que tenga un peso contundente, se trata más bien de un trabajo de documentar la situación en la que viven un grupo de personajes en unas condiciones tan extremas.
Lo que el cineasta lleva a cabo, es un retrato de un mundo que generalmente queda “olvidado”
Por otro lado, los personajes no se caracterizan por tener una composición y estructura clásicas, sino que cada uno de ellos compone un mosaico que completa ese retrato que Buñuel pinta con maestría; y la narrativa vuelve a poner de manifiesto el gran talento como contador de historias del genio aragonés; porque prácticamente no existen momentos de transición, todos los planos contienen esa tensión desgarradora que una película de esta temática necesita, dejando eso sí, momentos magistrales para sus cuitas surrealistas y simbólicas, como puede ser la sensacional escena onírica del pobre niño tras la presencia de un asesinato, el tratamiento que Buñuel concede a las “mesmerizantes” imágenes en este pasaje, es digno de encomio y alabanzas.
Su sentido del erotismo, está también presente en varios momentos:
La leche derramada encima de los muslos de la muchacha, las miradas y diálogos entre la madre de Pedro y Jaibo, antes de que se cierre la puerta violentamente; el ciego con la inocente niña en su regazo; son partes de un film que junto a su principal materia, la representación árida de la delincuencia juvenil, dentro de un brutal realismo muy bien enfatizado por la magnífica fotografía llena de contrastes de luz del maestro Gabriel Figueroa, convierten al film en un fenomenal tratado sociológico, lleno de matices que mueve a una profunda reflexión en quien la contempla.
El guión, crea una red de interrelaciones de unos personajes al borde del abismo, pero fijándose en la confrontación entre el bien que representa Pedro; y el mal que es Jaibo, como caras de la misma moneda, los 2 reflejan una forma de luchar contra su aciago destino:
El primero lo intenta buscando trabajo, pidiendo el cariño en vano de su madre; el otro lo hace desde la delincuencia, desde dar rienda a sus instintos primarios, criminales y sexuales, abusando de los más débiles, como el ciego, niños o el inválido sin piernas; donde la asociación Dios-misericordia, aquí es cambiada por la de Enseñanza-redención.
Algo muy propio de Buñuel, ateo confeso, y miembro en sus tiempos de la Residencia de Estudiantes.
Y es que Buñuel no engaña a nadie, y pone las cartas sobre la mesa desde el inicio con la voz “en off”, que advierte en el prólogo de que es una película basada en hechos reales y que, por tanto, no es nada optimista:
“Las grandes ciudades modernas, New York, París, Londres, esconden tras sus magníficos edificios, hogares de miseria que albergan… niños mal nutridos, sin higiene, sin escuela, semillero de futuros delincuentes.
La sociedad trata de corregir este mal pero el éxito de sus esfuerzos es muy limitado.
Sólo en un futuro próximo podrán ser reivindicados los derechos del niño y del adolescente, para que sean útiles a la sociedad.
México, la gran ciudad moderna, no es una excepción a esta regla universal… por eso esta película, basada en hechos de la vida real, no es optimista… y deja la solución del problema a las fuerzas progresivas de la sociedad”
Tras ese prólogo se advierte de la universalidad de la tragedia que va a producirse, la cámara localiza enclaves reconocibles de La Ciudad de México.
En uno de sus barrios marginales, El Jaibo es un adolescente que escapa de un correccional para reunirse con Pedro.
En presencia de él, El Jaibo mata a Julián (Javier Amézcua), el muchacho que supuestamente le delató.
También intenta robar a un ciego, al que finalmente maltrata en un descampado…
Cuando Pedro llega a su casa, su madre no quiere darle de comer, lo que origina la secuencia onírica y surrealista en que la madre le ofrece unas vísceras que El Jaibo le arrebata saliendo debajo de la cama donde yace el cadáver de Julián.
Otro niño, que ha sido abandonado por su padre en la ciudad, llamado “Ojitos” por el ciego, entra a su servicio como lazarillo, que ejerce de curandero en casa de Meche, una turbadora adolescente de la que el ciego se quiere aprovechar...
Pero Pedro intenta recobrar la estima de su madre, comenzando a trabajar, y sus buenas intenciones son frustradas por el comportamiento de El Jaibo, que comete un robo del que acusan a Pedro, que es arrestado por ello en una granja escuela.
El director de la institución, confiando en el chico, le da 50 pesos, y le manda a un recado, pero El Jaibo le roba el dinero.
Pedro entonces, le denuncia como asesino de Julián, y El Jaibo se venga matándolo en el gallinero de la casa de Meche.
Ésta y su abuelo, arrojan su cadáver a un muladar.
Entretanto, El Jaibo es abatido por disparos de la policía, y su agonía se ve sobreimpresionada por un perro que avanza, y la madre de Pedro diciendo “Buenas Noches”, dirigiendo una mirada a Meche y su abuelo, que llevan el cadáver de su hijo en un saco, a lomos de una burra.
La cinta trata de los niños delincuentes de la calle, “los olvidados” por un proyecto estatal que promueve, explícitamente, “el progreso y la modernización de México”
Estamos en el sexenio de Miguel Alemán, de 1946 a 1952, llamado “El Cachorro de La Revolución”, El Presidente que se propondrá explícitamente, hacer de México una nación moderna.
Si la pobreza y la marginación eran descritos en las pantallas mexicanas con complacencia, permitiendo a los protagonistas la salvación católica implícita en ser el perdedor; el aragonés evade este tratamiento, y por eso el filme produce una palpable irritación.
El tema de la delincuencia y la pobreza, de la soledad y el abandono, es común en el cine mexicano de esos años; sin embargo, Buñuel lo presenta en forma diferente.
Una de las cosas que más molestaron, fue el hecho de que un extranjero, para más un español, mencione situaciones que los mexicanos han aprendido a ver como normales, o han pretendido no ver.
Cada contexto histórico, configura un código de lo que puede decirse, y lo que hay que ocultar:
El problema de la pobreza y la marginación urbana, se disimulaba en esos años que se pretendían de bonanza general.
Por lo que las imágenes de Buñuel, cuestionan el discurso oficial.
El bienestar y la justicia que se quieren asociados a la modernidad y cobijados por la familia, no se asoman en el mundo sin concesiones de estos niños:
No es baladí que los padres brillan por su ausencia; en familias llenas de problemas como:
Alimentación deficitaria, “andrajosidad” y hambre en los niños, mujeres enfermas junto a niñas y mujeres “guapas” que contrastan con la fealdad dominante, hacinamiento e incesto en los hogares, y el mismo tono general de miseria, deformación y monstruosidad.
Igualmente podríamos comprobar, cómo el planteamiento inicial es un viaje o de un peregrinaje de alguien que busca su lugar en el mundo que lo olvida, o le da la espalda.
Luis Buñuel, en un intento de cruda denuncia social, dibuja junto a Luis Alcoriza, unas situaciones difíciles, conflictivas y hasta crueles, enclavadas en los suburbios de Ciudad de México, y protagonizadas por un conjunto de personajes marginales, niños delincuentes que no conocen padre ni madre, y si los conocen como si no los conociesen, empujados a realizar toda una serie de actos vandálicos y punibles por un Estado que sólo actúa de una manera represora, y poco instructiva.
La capacidad vengativa e impía con su alrededor, de su líder El Jaibo, es un claro ejemplo de un comportamiento arrastrado por una espiral de violencia y atrocidad que sólo conllevará dolor y frustración personal.
Los Olvidados encausan la miseria económica, la desestructuración familiar, la falta de afecto, y las carencias culturales como responsables del desamparo y del descarrilamiento ético de los adolescentes y los jóvenes en los suburbios de las grandes ciudades modernas.
Para ello, Buñuel no vacila en utilizar sinceramente la violencia, y hasta la crueldad extrema en ciertas situaciones:
Los ataques a un ciego indefenso, o a un mutilado sin piernas, para aumentar la eficacia de su demostración.
Como declaró en aquella época:
“Utilizo el sadismo como reversión, no como escándalo, sino como medio purificador de una sociedad periclitada”
En la película de Buñuel, los pobres aparecen representados desprovistos de esa bondad con que habitualmente se muestran en el cine, para retratarlos como seres perversos y delincuentes sin escrúpulos, porque la miseria engendra monstruos.
En el cine de Buñuel, la pobreza se muestra desde un punto de vista realista, como un caldo de cultivo que empuja a la maldad y a la delincuencia, porque convierte a quien la padece, en un animal desprovisto de humanidad, y empujado por el instinto de supervivencia.
Por ello, el ciego y los niños abandonados, aparecen representados bajo otro registro; y el espectador tiene que readecuar los mecanismos de registro.
Esto tiene por efecto, crear una “contra–imagen” de los personajes tipificados por el melodrama, donde la infancia no aparece como símbolo de la inocencia y la pureza, sino que son crueles.
Los personajes que sufren defectos físicos, que normalmente se usan en el melodrama para suscitar piedad, son aquí, personajes avaros, hipócritas y egoístas.
La madre no es la abnegada y protectora normal en el melodrama.
No es un dechado de virtudes, rechaza al hijo, y lo entrega a la policía...
Pero Buñuel se apega a la historia, describiendo con cariño a sus personajes, en especial a Pedro, un niño de buen corazón, incomprendido por su madre, e inmerso en el consubstancial y casi natural clima de criminalidad que lo acordona, un clima que agita toda su rabia interna cuando arroja bruscamente un huevo de gallina, recurso típicamente “buñueliano” hacia la cámara, como si despojase su ira contra toda la comunidad que lo está contemplando.
La figura de un músico ambulante ciego, añorante de los tiempos de Porfirio Díaz, simboliza a los gobiernos, que ciegos ante lo que sucede en su territorio, y más concretamente a las clases menos favorecidas, añoran la facilidad inane de un exterminio físico, en vez de la construcción de un sistema más justo e igualitario, que desarrolle una paz social y una convivencia mucho más humana.
El único elemento religioso que aparece en toda la película, es un crucifijo estampado en la puerta de un músico ambulante ciego.
Curioso que se asocie la única referencia a Dios, con la ceguera...
Llega un momento en el que el músico muestra su cara verdadera:
Cierra la puerta de su casa, para que no entre ningún niño a la vez que blasfema y maldice.
Afirma que los niños son una maldición, y que no deberían nacer nunca…
El que en principio se erige en protector de un cándido e inocente muchacho indígena abandonado; ahora se convierte en su perseguidor implacable.
Pero anteriormente, otros chicos habían hecho daño al anciano, dejando herida de muerte su dignidad…
En este descarnado clima realista, también podemos encontrar algunas de las constantes típicas de Buñuel; donde también está presente el erotismo “bruto” típico de Buñuel, incluyendo su obsesión por las piernas y los pies.
Inolvidable la escena en que Meche remoja sus piernas con leche…
También se nota su mano, sobre todo en la maravillosa escena onírica en que quedan patentes las 2 grandes obsesiones de Pedro:
Su relación con su madre, y los remordimientos por el asesinato de Julián.
Buñuel la rueda magistralmente, empleando el ralentizado, y dándole ese toque surreal y simbólico que tan bien se le daba.
Inclusive hace ver a la madre como una virgen, que se llame María, no es casual, y que se eleve por las camas de manera etérea…
Pero los 2 grandes temas de Los Olvidados son la sexualidad y la muerte, sin olvidarnos de la pobreza, la marginación y la miseria, que recorren el primero los componentes surrealistas y profundos de la psique humana; y el segundo, la dura lucha por la vida de la realidad social.
Desde este punto de vista, “olvidados” son todos sus personajes:
“Ojitos”, que es abandonado a su suerte por su padre en la gran ciudad para librarse de una boca que alimentar; Pedro, a quien su madre le niega el afecto como símbolo de una violación, y aun el sustento; esta, a su vez, repudiada y vejada por su marido, y luego abandonada; El Jaibo, de orfandad total, que ha tenido que sobrevivir en la calle; e incluso el ciego, desasistido de beneficencia, por lo que tiene que mendigar en la calle, desvalido como el hombre-tronco, que se desplaza sobre un carrito con ruedas, y del que los chicos se burlan quitándole su medio de locomoción y tirándolo calle abajo.
La sexualidad instintiva y subconsciente, está representada por las continuas apariciones de animales.
La figura de las gallinas y la del gallo cruelmente golpeado por la madre, como también la pasión de un subconsciente incestuoso que se respira en esa relación entre madre e hijo, pero sobre todo, las secuencias oníricas que beben directamente del movimiento surrealista.
Pedro sueña con el amor que profesa a su madre, con una sexualidad de la que aún no es consciente, con una enemistad hacia El Jaibo que resulta profética, hasta como rival de ese carácter edípico.
Esta tremenda visión del mundo, remata en la doble muerte final sobreimpresionada de Pedro y El Jaibo:
Ni el bien ni el mal escapan a ella, como constata trágicamente la película, al menos en las condiciones sociales en las que se desarrolla este drama.
Su valor cinematográfico, se desprende de todas estas sugerencias subterráneas, que, unido a la trama contundente y brutal, crean una gran catarsis.
Porque resulta que todos nos podemos identificar con las crudas realidades descritas magistralmente en las historias del filme, aun cuando no estemos tocados directamente por la pobreza, el crimen, la injusticia o el abandono.
En efecto, se presentan temas esenciales:
La carencia de comunicación en los hogares, la explotación de la mujer y el machismo, la falta de una figura paterna en algunos hogares y, en otros, la de una materna, las malas influencias en los jóvenes que hacen parte de bandas y pandillas, y la casi inevitable perversión resultante, la presencia del desempleo y la ausencia de oportunidades, el abandono y la mugre, la depresión, el hacinamiento y la promiscuidad.
Estos temas nos tocan, aunque sea como amenaza potencial, pero:
¿Dejan huella permanente, o se quedan en el olvido, semejante al que experimentan los personajes de la película?
Entra acá a funcionar la maestría de Buñuel, sea ella propuesta consciente o inconscientemente, al utilizar montajes y diseños que logran penetrar profundamente en el espectador.
Uno de ellos, es la presencia de burros, perros, vacas y gallinas en la cinta.
Estos aparecen de forma regular, a intervalos casi precisos en el caso de las gallinas:
Caen en un vuelo que se antoja majestuoso, matizando una escena; se atraviesan entre los personajes; sufren la rabia de Pedro, uno de los protagonistas, que en su desenfreno mata un par de ellas; corren a campo traviesa en bandada escandalosa.
Es difícil imaginar un animal menos simbólico que la gallina, con su falta de gracia y sus cacareos; y sin embargo, aparece en momentos claves de la película, como indicando que la fanfarria de “los olvidados” no pasa de ser un cacareo desafinado e inoportuno.
Las vacas y su leche, constituyen otros marcadores de la cinta, la leche como símbolo de la humilde opulencia a que pueden aspirar “los olvidados”; y no hay vuelta de hoja, la leche representa el semen... en una de las escenas eróticas paradigmáticas del cine mexicano.
Al tiempo que se muestra descarnadamente la fragilidad de la niñez, donde en cualquier momento pueden abusar de su sexualidad, además de tener que trabajar para procurarse el alimento.
En una escena única, es alimento directo de la teta a la boca de “Ojitos”, el niño campesino abandonado, que mama de ella, como si de su madre se tratara; en otra, es pretexto para que la inquietante joven Meche, nos muestre sus bellas piernas, masajeándolas con toquecitos lácteos… otro uso para el mismo alimento, pero esta vez llevado por la banalidad.
En cuanto al burro, hay una escena impactante, en la cual, en contraluz, sobre una colina, va llevando sin muchas ganas el cuerpo encostalado, sin vida, del niño Pedro hasta un muladar, donde va a ser arrojado, como cualquier basura, mientras Meche y su abuelo lo van halando.
El burro, como los humanos ignorantes, no sabe lo que hace, es un instrumento de las circunstancias, y en este caso, la mejor carroza funeraria a que puede aspirar un niño asesinado, “olvidado”, azotado por el infortunio.
Otro animal curioso es la paloma que el ciego restriega por la espalda de la enferma, donde los males pasan a la paloma... “de la paz”
Así ocurre con la película, las imágenes de estos olvidados, han hecho causa común con el tiempo; y sus males son transferidos a quienes los vemos, aumentando así nuestro conocimiento.
Y el tema sexual, donde Buñuel remarca como en este submundo se mantienen las pulsiones sexuales:
La chica Meche, se rocía piernas y brazos con leche de burra, tras lo que se la masajea ante la mirada lujuriosa del escondido El Jaibo, a lo que sigue éste, intentando manosear lascivamente a su hermana.
Las miradas de EL Jaibo a la madre de Pedro, mientras esta deja ver sus piernas mientras limpia; el simbolismo sexual de la puerta que cierra El Jaibo tras mantener una dulzona charla con la madre de Pedro…
El ciego, poniendo en su regazo a Meche, y libertinamente intenta meterle mano; o cuando Pedro es abordado por un transeúnte ofreciéndole dinero, mostrando subliminalmente, que este tipo es un pedófilo que intenta camelarse al niño…
Otro artificio surrealista, es el protagonismo que se da a los sueños, como indicadores de profundas raíces que explican los conflictos y las frustraciones de los personajes, en este caso, niños carentes de afecto y de atención, y por ello, casi incapaces de recibirlo cuando se presenta.
Sueños de luz, de madre vestida de blanco y cariñosa; de manos que se extienden, sueños de retorno y de descanso.
Estos aparecen, de cierta forma, para tonificar la dureza de las escenas del diario vivir, y para dar a entender, que esos personajes olvidados no carecen de imaginación y de potencia espiritual y soñadora, a pesar de sus circunstancias.
El sueño de Pedro es el clásico caso del Síndrome de Edipo, o más bien es el anhelo, normal, de cariño materno.
La misma madre confiesa que no lo quiere por ser producto de una violación.
Y Pedro hace lo que puede, pone su mejor esfuerzo para ser digno del cariño de su madre, un cariño que nunca logra, en parte porque las circunstancias siempre estuvieron en su contra.
Ese es el tema principal, las circunstancias, esas que en ningún país faltan:
La pobreza que lleva a más pobreza, y la riqueza que lleva a más riqueza, y una desigualdad social que se estira y se estira hasta que un día, a la mejor, se revienta.
Incluso El Jaibo puede no ser culpable del todo, y eso trata de expresar Buñuel, sino que son las circunstancias lo que hacen que las cosas ocurran como ocurran, y aunque un pez nade contra la corriente, la corriente tarde o temprano lo va a arrastrar a la mierda.
Otro artilugio es la presentación cruda, sin concesiones, de la violencia infantil y juvenil contra personajes, en apariencia, indefensos:
Un ciego músico que gana su sustento cantando y tocando en las calles, y un vendedor inválido que mueve en un carrito de ruedas, su cuerpo carente de piernas.
El ser humano pierde su inocencia infantil cuando se vuelve cosa manipulada, y se deja arrastrar por ideales de pandilla, de materialismo o de venganza; el joven pierde su idealismo cuando lo azota el desempleo y se le cierran los caminos.
Aunque es una película coral, el personaje que sirve de hilo conductor es Pedro, un niño de los suburbios sin padre, que malvive con una serie de jóvenes delincuentes.
Uno de los líderes es El Jaibo, que ha escapado del correccional y quiere vengarse de Julián, que cree que es quien le delató.
Los 2 consiguen atraer a Julián a un descampado solitario donde El Jaibo le asesina a golpes.
Tras esta traumática experiencia, Pedro querrá reformarse, pero lo tendrá todo en su contra.
La cruda visión que nos muestra Luis Buñuel de los suburbios, no conoce ni buenos ni malos.
Ningún personaje protagonista es enteramente positivo o negativo:
Por un lado, el malvado Jaibo que traiciona sin titubear a su amigo, y ha matado a otro, inspira algo de compasión cuando recuerda sus orígenes; por el otro lado, el entrañable e inofensivo “Ojitos”, un niño abandonado en un mercado por su padre, en cierto momento está a punto de atacar a su amo ciego con una piedra, y más adelante anima a la dulce Meche a que lo apuñale, mientras éste la toquetea impúdicamente…
Pedro es el personaje que mejor representa esta ambivalencia, ya que el gran conflicto del film se encuentra en su intento de conversión, en su lucha por querer reformarse, y al mismo tiempo, no poder evitar su instinto de futuro delincuente.
Cuando es enviado a la escuela granja, y empieza a comer huevos, el resto de niños se lo echan en cara, diciendo que esos huevos han de servir para todos, ellos se han reformado, y ya han interiorizado ese pensamiento comunitario de respeto mutuo, mientras que Pedro sigue pensando solo en sí mismo, y acaba exteriorizando su rabia matando a unas gallinas.
Para reformarle, el director acierta en apostar por él, y dejarle salir de la escuela para que le haga unos recados, dándole confianza.
Pero al igual que le sucedió cuando intentó ser un honrado aprendiz de herrero, el destino, y más concretamente la figura tentadora de El Jaibo, no le dejarán reformarse del todo.
En ese sentido, Buñuel es inflexible:
Pedro quiere reformarse, pero nunca lo puede conseguir, el problema no es que jóvenes delincuentes como él puedan mejorar, sino que sus circunstancias se lo permitan.
La relación de Pedro con su madre, es otro de los puntos clave del film.
Esa obsesión por conseguir su aprobación y el toparse con que ella nunca le cree, seguramente con motivo, es lo que le motivará a intentar reformarse entregándose a la policía.
Más adelante descubrimos que el desprecio que siente su madre hacia él, se debe en gran parte a que fue fruto de un romance esporádico con 14 años.
No es hasta que un policía le recrimina por su conducta, que ella se da cuenta de que es su hijo, y parece empezar a quererle.
Pero entonces será demasiado tarde…
Mientras “Ojitos” Buñuel lo muestra como el único personaje que aún posee la inocencia que caracteriza esa infancia desaparecida, un ser absolutamente inocente y bondadoso, abandonado por sus progenitores, y abocado a ser devorado por las hienas que le rodean, pervirtiéndolo.
Los jóvenes delincuentes, como grupo, atacan sin ningún tipo de remordimiento a un ciego y a un hombre sin piernas, mientras que los niños son continuamente víctimas de malos tratos, e incluso se insinúa el riesgo de que puedan ser víctimas de abusos sexuales.
Buñuel no muestra el más mínimo atisbo de compasión o pena por los personajes, todo lo que sucede, lo retrata con una cruda frialdad que evita ante todo el sentimentalismo.
El personaje de El Jaibo lo ve claro al final, en esa extraña visión que tiene mientras agoniza en el suelo:
El joven observa la imagen de un perro callejero que refleja perfectamente en qué ha convertido su existencia.
De hecho, no puede haber un final más salvaje y descorazonador que el que nos muestra Buñuel en el último plano de la película, en que vemos el cuerpo sin vida de Pedro arrojado a un vertedero.
El final, sólo podía acabar en muerte, una muerte anónima y grotesca.
Un final que me recuerda a un grabado de Goya titulado “Para esto habéis nacido”
E incluso la figura paterna que queda remarcada en el film, precisamente por su ausencia; nos indica que somos testigos de un mundo sin padres.
No hay héroes en estas historias olvidadas, ni trama que vaya resolviendo las situaciones hasta llegar a un final feliz o por lo menos concluyente, cada personaje se queda a solas, bajo el peso insoportable de circunstancias que se antojan invencibles.
La música, enteramente simbólica de estos sentimientos, a veces, chirrea estridente, por momentos acompaña con pequeñas sensaciones de esperanza, pero no logra superar la insoportable pesadez que se siente en el olvido, esa zona desafortunada donde se niega al ser.
“No he tratado de moralizar en Los Olvidados.
La ac¬ción moralizadora, si existe, se verifica en el espectador al contacto con el film.
Mi película no está dirigida a la emoción pura, sino a la razón.
He tomado un trozo de vida tal como es aquí, en París o en Londres.
Y si hay cosas duras no es culpa mía.
Me he limitado a exponer lo que he visto, y todavía me he quedado chico en la expresión.
¡Vida y sólo vida!
No he in¬yectado literatura a mi película, sino elementos de las ciencias sociales.
Me he inspirado en la psicopedagogía”, diría Buñuel.
Por ello, Los Olvidados trata de una de las películas de Buñuel, más complejas técnicamente, desde todos los puntos de vista, con un inicio tan cuidado que la presentación de Jaibo junto a los muchachos que juegan a los toros, llega a emplear hasta 14 planos para un minuto de duración.
Además, son planos muy elaborados, casi todos desequilibrados:
Picados, contrapicados, saltos muy bruscos de primeros planos a planos generales, cámara muy inestable y dinámica...
Y a ello hay que añadir que, para grabar toda la película, Buñuel emplea su procedimiento favorito:
Un elemento fuertemente irracional que moviliza sus energías personales para, a través de ese boquete hacia el subconsciente, hacer brotar las aguas negras ahí represadas.
Y ese componente... es la gallina.
El mensaje, o la idea que Buñuel nos quería dar a entender, es que un niño como Pedro, solo necesita que le hagan ver que confían en él, que le den cariño, cosa que su madre no hace, y que hará el director del internado donde le “encierran”
Y es precisamente, en esta secuencia en la que se plasma toda la idea principal de la película, cuando el director en un arranque de buena fe, deja libre a Pedro con un billete de 50 pesos, dándole su confianza, pidiéndole que le compre tabaco.
Pedro sale decidido a cumplir con su obligación, y demostrarle al director que podrá confiar en él, pero en el camino se encuentra con El Jaibo, quién le robará el dinero.
Pedro intentará recuperarlo por todos los medios, y esto le llevará a su propia muerte a manos de El Jaibo, quién también acabará muerto a manos de la policía.
De esta manera, Buñuel nos deja claro que las buenas intenciones, las del director, no siempre son suficientes a la hora de intentar cambiar una realidad o a una persona, y es que a pesar de que las intenciones de Pedro eran buenas, no hubiera dudado en matar a El Jaibo, como se ve en el final alternativo rodado para México, para conseguir agradar al director, cosa que obviamente tampoco es el camino correcto.
Los Olvidados, nos da una visión negra del mundo, no solo de los suburbios de una ciudad, y como las buenas intenciones acaban desencadenando trágicos finales para algunas personas.
Mezclar infancia y miseria, en una historia de la que nadie sale moralmente bien librado, en la medida en que las víctimas terminan demostrando que su catadura no es nada mejor que la de sus verdugos, consigue que la propuesta de Buñuel cause tanta tristeza como espanto.
La tristeza de comprobar, que las estructuras sociales en las que nos movemos son generadoras naturales de desigualdades en las que se incuban pobreza, maldad, podredumbre y, en último extremo, muerte.
El espanto de constatar, también, que la naturaleza del hombre, quizás no facilita el ponerle arreglo a tales desmanes.
Como se citó, recientemente se encontró un noveno rol de la película después de décadas de pensar que la película solo tenía 8; y apareció en La Filmoteca de La Universidad Nacional Autónoma de México.
Estaba  sonorizado y preparado para sustituir el original en caso necesario.
El noveno rol, incluye un final alternativo “feliz”, y está incluido en un nuevo DVD lanzado en México con un libro sobre la película.
Se dice que el productor Oscar Dancigers, obligó a Luis Buñuel a rodar un segundo final donde Pedro mataba a El jaibo, y volvía a la escuela correccional.
Por lo visto, este final feliz se rodó con la razón de sustituir al verdadero en caso de que no gustase al público.
El final está en la novela en la que se basó el libreto, y a que no saben cómo se apellidaba:
¡Guerrero!
Buñuel fue presionado por la censura en México, e instó a filmar ese final alternativo, un final convencional, para mantener la imagen de un México progresista, donde nadie era pobre o analfabeto.
Del reparto, los actores, muchos de los cuales eran simples campesinos, interpretan con naturalidad a unos caracteres que resultan comunes y cercanos en su problemática diaria, destacando el trabajo de Miguel Inclán, que da vida a Don Carmelo, un ciego tirano que recuerda con anhelo los tiempos de Porfirio Díaz.
Y Roberto Cobo como el cruel y violento Jaibo; Miguel Inclán como Don Carmelo, que era el típico villano del cine mejicano; pero si alguien deslumbra es Alfonso Mejía, como Pedro, esa flor que nace entre el estiércol, y cuyo destino se unirá al de El Jaibo, con su mirada prodigiosa, ata a la sinceridad e inocencia de sus palabras, componiendo un personaje difícil de olvidar, porque Pedro es un niño de la calle de buen corazón, a quien su madre no tiene cariño alguno, lo repudia, el chico intentará hacer lo correcto, aunque la influencia del siniestro Jaibo lo minará, aun así, representa la nimia esperanza de intentar salir de este sumidero social.
Alfonso Mejía lo encarna con tremenda naturalidad y veracidad, sentimos su dolor y ansias de ser amado; mientras El Jaibo es la encarnación de todo lo malo de estos suburbios, el que se ha dejado llevar por sus bajos instintos, un huérfano que malvive robando a mendigos, ciegos, tullidos, dominando por el miedo a un grupo de niños, aun así, Buñuel le da un toque humano cuando habla de su progenitora con la madre de Pedro.
Roberto Cobo lo interpreta con carisma, con carácter, con autenticidad, excelente.
La madre de Pedro es el reflejo adulto de este basurero, abandonada por su marido debe subsistir criando a sus hijos entre la miseria, esto le ha agriado el carácter, repudiando de modo indolente al hijo mayor que desea cariño materno.
A su vez, ella echa en falta amor, y se echa en brazos del primero que se le insinúa, aunque sea un desgraciado.
Estela Inda le confiere alma y dimensión dramática angustiosa, extraordinaria.
“Ojitos” es el reflejo de cómo los padres pueden llegar a abandonar físicamente a sus hijos, ha sido dejado en una plaza con la consigna falsa de volver a recogerlo, desvalido y hambriento, deja una de las imágenes del film, él mamando tumbado de la teta de una cabra, en simbología de su abandono materno cual animal.
Mario Ramírez lo interpreta con ternura e inocencia.
El ciego Carmelo, un arisco y lujurioso ciego, que malvive de mendigar tocando música, de carácter agrio y violento, cuya ceguera sugiere la incapacidad de ver y los deseos de no ver de instituciones, Gobiernos y Administraciones.
Miguel Inclán lo encarna de modo viscoso, con una vena repulsiva trémula por lo de hacer de invidente, normalmente desprende compasión.
Meche es una chiquilla cándida, que representa la tentación de la juventud, de cómo todos intentan manosearla libidinosamente.
Alma Delia Fuentes lo actúa de un modo perturbador en la ingenuidad con que se muestra carnalmente y sensualmente, maravillosa.
Y la música, es obra de Rodolfo Halffter, sobre temas de Gustavo Pittaluga, amoldada de modo penetrante a la acción.
“Pa’ la salud no hay como la leche de burra”
Una película siempre debe defender y comunicar indirectamente la idea de que vivimos en un mundo brutal, hipócrita e injusto.
La película debe producir tal impresión en el espectador que éste, al salir del cine, diga que no vivimos en el mejor de los mundos.
Los Olvidados es un melodrama y en la película, Buñuel toma una serie de temas comunes al mismo, y los presenta de una manera diferente, que resulta francamente transgresora.
A un provocador como era Buñuel, debió divertirle mucho constatar las reacciones que suscitó la cinta, pues si bien toca los temas caros al melodrama, el tratamiento es diametralmente opuesto, por lo que la película no provoca una catarsis liberadora, no libera las lágrimas para soslayar los problemas, sino que, por el contrario, obliga a atender sus contenidos con ojos secos, y a preguntarse con un nudo en el estómago, por la situación descrita en pantalla.
Los Olvidados no nos hace llorar:
Viola la ley del melodrama.
Lo hace mediante recursos formales, y por la misma historia que rompe las convenciones del “kitsch”, si se quiere… y puede verse sepa¬rada de su contexto, como la obra maestra que es, pero también en relación con el cine institucional mexicano, que está presente en la obra de Buñuel, como un horizonte con el que marca un contraste, y le da al filme un brillo perturbador.
Los Olvidados ofrece una imagen cruel de la pobreza que desvincula a ésta definitivamente de la bondad, porque la miseria no produce ángeles, sino bestias en permanente lucha por la supervivencia.
Su importancia en la trayectoria de Buñuel, reside en haberle asegurado la posibilidad de moverse en el cine comercial, siendo fiel a su peculiar universo.
Y esto no sólo por el reconocimiento que obtendría el film en Cannes, sino, sobre todo, porque el cineasta logra contar una historia que se sostiene en términos convencionales para, cuando le conviene, hacer aflorar secuencias experimentales que resultan más eficaces por la cotidianidad de su contexto.
Buñuel toma partido por los parias, pero sin idealizarlos, sin presentarlos como aves que cruzan el pantano sin mancharse, que era el camino fácil y mentiroso de tomar partido en los dramas sociológicos.
La miseria envilece a estos niños igual que a los mendigos de su “Viridiana”, y en decir esto reside la valentía de Buñuel.
En los dramas sociológicos que nos querían hacer creer en la “grandeza de la pobreza”, la miseria era presentada como algo adjetivo, algo externo a los personajes, algo que no concernía a su condición humana...
El niño asesinado de Buñuel no iba, en el final de la película, hacia ninguna vida eterna y celestial, no moría en bien de ninguna verdad... por el contrario, su muerte era espantosamente inútil, tan inútil como su cadáver, que iba a parar a la basura.
Lo más terrible no estaba en esa muerte, sino en el hecho de que toda la vida del niño había sido corrompida, envilecida, deformada, violada no por una fuerza abstracta y nominalista llamada Mal o Pecado Original, sino pura y simplemente por algo que en verdad existe:
Por la miseria humana institucionalizada y generacional.
Por su parte, Octavio Paz hizo uno de los análisis más afortunados del film:
“La película de Buñuel se inscribe en la tradición de un arte pasional y feroz, contenido y delirante, que reclama, como antecedentes, a Goya y a Posada, quizá los artistas plásticos que han llevado más lejos el humor negro...
Posee una extrema desnudez en su construcción...
La miseria y el abandono, pueden darse en cualquier parte del mundo, pero la pasión encarnizada con están descritas, pertenecen al gran arte español.
Ese mendigo ciego, ya lo hemos visto en la picaresca española.
Esas mujeres, esos borrachos, esos cretinos, esos asesinos, esos inocentes, los hemos visto en Quevedo y en Galdós, los vislumbramos en Cervantes, los han retratado Velázquez y Murillo...
Y los niños, los olvidados, su mitología, su rebeldía pasiva, su lealtad suicida, su dulzura que relampaguea, su ternura llena de ferocidades exquisitas, su desgarrada afirmación de sí mismos en y para la muerte, su búsqueda sin fin de la comunión, aún a través del crimen, no son ni pueden ser sino mexicanos”
Los Olvidados es un documental que nos presenta un aspecto negativo del mundo; negativo porque la miseria lo es siempre.
“Yo tenía cierto miedo a que los nacionalistas me acusaran de haber presentado en la pantalla una tara de Mé¬xico, pero esta tara no es sólo de aquí sino de cualquier país del mundo”, diría Buñuel.
Hoy mismo, el hambre, la delincuencia, la falta de oportunidades y esa muerte sórdida que denunció el cineasta, continúan perturbando; primero porque las imágenes de la pobreza siguen siendo repelentes y antiestéticas; y segundo, porque esa realidad, rural o urbana, se mantiene aún con su misma forma repugnante en muchos lugares del mundo.
Y resulta molesto o irritante que alguien nos recuerde que la miseria que se muestra, no es una miseria sin remedio.

“Recién ahora recuerdas que soy tu hijo”



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